Capítulo 24
El Carácter
Se puede adorar a Dios de distintas formas, y ya con anterioridad hemos sugerido algunas maneras en que se le puede adorar debidamente. Sin embargo, lo adoran mejor quienes primeramente aceptan su evangelio, se rigen por su forma exterior, y luego desarrollan esa rectitud personal que los convierte en ejemplos de la ética cristiana.
— El carácter y atributos de Dios
Si hemos de aproximarnos al carácter, atributos y perfecciones de Dios, es necesario dar inicio a este extenso proceso. Hoy es el día de preparación, “porque he aquí, esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios; sí, el día de esta vida es el día en que el hombre debe ejecutar su obra”. El presente texto se ha dedicado mayormente al estudio de las características principales de Dios y al concepto de que el hombre puede alcanzarlas. Hemos notado que Dios existe de eternidad en eternidad, y también hemos visto que este mismo rasgo existe en el concepto verdadero del hombre.
Los profetas testifican que nuestro Padre Eterno es “misericordioso y piadoso, tardo para la ira y grande en misericordia y verdad”. En los capítulos restantes procuraremos indicar que el hombre, al obrar rectamente, está emulando estas características de Dios. Estos rasgos son igualmente parte de la naturaleza del hombre, así como de su Padre Celestial.
Los profetas testifican, además, que el curso de Dios “es un giro eterno”. Es decir, no hay variación en Él, ni alteración en sus propósitos. Se aconseja al hombre que procure esta constancia y vele por que su vida esté dedicada a realizaciones justas. El hombre debe instar “a tiempo y fuera de tiempo”; y esta es una de las características que puede lograr.
También se da el siguiente testimonio en cuanto al carácter de Dios: “Dios no es hombre, para que mienta.” Al hombre se le ha impuesto la obligación, por mandamiento, de alcanzar esta misma característica.
“Dios no hace acepción de personas.” También el hombre puede desarrollar esta cualidad de justicia. Antiguamente, los jueces justos eran llamados dioses, porque habían logrado este atributo divino.
“Dios es amor”, y al mismo tiempo el apóstol declara: “El que no ama, no ha conocido a Dios.” En estas palabras queda señalado que la vida eterna se relaciona con la capacidad del hombre para incorporar este rasgo divino a su propio carácter, porque la vida eterna consiste en conocer a Dios.
Nos es dicho, autoritativamente, que el conocimiento es uno de los atributos de Dios. En el capítulo titulado “Escudriñad las Escrituras” se habló en forma detallada acerca de lo que significa este conocimiento de la naturaleza divina y de la manera en que el hombre puede lograrlo. La fe es también un atributo divino. En el capítulo “La creencia en la verdad divina” se sugiere cómo el hombre puede alcanzar esta característica que posee el Padre.
Otro de los atributos de Dios es la verdad; Él es “Dios de verdad”. En todas las secciones de esta obra se declara que toda verdad está concentrada en Dios, y que Él es la fuente de todas las verdades salvadoras. Uno de los mayores propósitos del hombre es acercarse a estas verdades y convertirlas en parte de su propio ser.
En las instrucciones que comunicó después de su resurrección y perfeccionamiento, nuestro Señor da testimonio final del hecho de que el hombre puede lograr todos estos atributos y características divinas del Padre: “Por tanto, quisiera que fueseis perfectos como yo, o como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” Por supuesto, no se logrará en un día, ni en un año, ni quizás en toda la vida; pero si alguna vez se ha de lograr, es necesario iniciar la tarea hoy mismo.
— La educación del carácter
La educación del carácter se refiere a la enseñanza o instrucción que tiene por objeto mejorar la conducta y orientar el comportamiento hacia buenas metas sociales y morales. Significa empezar a desarrollar dentro del hombre las características que, por revelación, sabemos que existen en Dios. Refiriéndose a la persona, la palabra carácter usualmente se refiere a rasgos de conducta dignos de confianza. Si decimos que un hombre es honrado y generoso, y que cumple su palabra, estamos hablando de su carácter, que simplemente es un asunto de comportamiento y moralidad. Los valores morales y espirituales de la religión son indispensables para el desarrollo de un buen carácter. La mejor instrucción en cuanto a virtudes tales como la tolerancia, el respeto, la reverencia y la caridad o el amor se encuentra en las Sagradas Escrituras.
— El carácter de los profetas
Hay muchas cosas dignas de admiración en el carácter de los profetas. Por ejemplo, su determinación de cumplir con la palabra y voluntad de Dios; su disposición para hacer todo cuanto estuviera al alcance del hombre, con la ayuda de Dios Todopoderoso, para efectuar sus propósitos; su integridad y fidelidad al Señor; su obediencia en seguir sus consejos; su buena voluntad para sacrificar sus deseos y posesiones personales; su fidelidad a sus cometidos. Esta lista de rasgos deseables de carácter—de los cuales hallamos numerosos ejemplos en las Escrituras—podría continuarse sin fin.
“Sin embargo, estos rasgos de carácter que hallamos manifestados en los hombres dignos de la antigüedad no son el producto de un accidente o de la casualidad, ni se logran en un día, una semana, un mes o un año; son, más bien, un desarrollo gradual, el resultado de la fidelidad continua hacia Dios y la verdad, sin consideración a los aplausos o críticas de los hombres.”
Uno de los grandes propósitos de escudriñar las Escrituras consiste en asimilar dentro de nosotros mismos los atributos de los profetas que se asociaron íntimamente con Dios durante su vida terrenal.
— La Iglesia fortalece el carácter
“Me domina la fuerte impresión de que la cosa de más valor, lo de mayor utilidad para nosotros cuando volvamos al mundo de los espíritus, será el haber adquirido, en calidad de fieles y constantes Santos de los Últimos Días, un carácter adecuado y bien definido durante esta probación.”
Uno de los propósitos fundamentales de la Iglesia es ayudar a desarrollar el carácter de sus miembros. La Iglesia tiene como fin prestar servicio, y uno de sus propósitos definidos es el de “conservar a los miembros dentro de la vía de su deber completo”.
Expresado en los términos más sencillos, una de las funciones de la Iglesia consiste en ayudar a los hombres malos a ser buenos, y a los hombres buenos a ser mejores; y esto se logra principalmente mediante el desarrollo del carácter. Refiriéndose a la Iglesia, un miembro de la Presidencia General de la Primaria ha dicho:
“Estamos ayudando grandemente a desarrollar nuestro carácter. Por mi parte, yo creo que el fundamento del buen carácter se basa en el entendimiento del lugar del hombre en la tierra, su relación con Dios el Padre y con sus semejantes, y en su aceptación de los grandes mandamientos decretados por el Rey del universo para el comportamiento del hombre. Estoy firmemente convencido de que únicamente por medio de la obediencia a los principios justos de comportamiento que hemos recibido del Señor, podemos esperar establecer una sociedad de paz, una sociedad de ley y de orden.”
— La personalidad
La personalidad representa todo lo que el hombre es y hace. Sirve para distinguir a una persona de otra. En la personalidad del individuo están comprendidas todas las influencias de su herencia y ambiente; por ejemplo, su apariencia, sus sentimientos, su manera de conducirse y de congeniar con otros. Funde en una sola unidad todas las características, sean físicas, intelectuales, emocionales o sociales; y son todas estas cosas las que constituyen a la persona completa. Todos tenemos personalidad, aunque no siempre sea atractiva.
La personalidad no es algo que permanece estancado, sino que continuamente está creciendo y desarrollándose; y en la medida que crece, puede ser orientada, mejorada y fortalecida. Los elementos de la personalidad usualmente crecen juntos en una forma más o menos armoniosa.
Cuando una personalidad se desarrolla de tal manera que puede formar una unidad coherente, y los varios elementos se entrelazan entre sí y establecen una armonía interior, se dice que tal individuo tiene una personalidad integrada. Estas personas tienen un código preciso por el cual se rigen; tienen metas; saben lo que quieren. La personalidad bien desarrollada y bien integrada crece con cada nueva experiencia y la convierte en parte de sí misma.
Al nacer heredamos muchas características: por ejemplo, la forma del cuerpo, el color del cabello y de los ojos, ciertas particularidades físicas, y otras cosas; pero otros rasgos, tales como los atributos, el comportamiento, etc., tienen que adquirirse. Estos son los que podemos modificar y cambiar, y la manera de lograrlo es por medio de la experiencia.
Toda personalidad tiene necesidades físicas, como el aire, el agua y los alimentos; tiene necesidades sociales, como la estima, el éxito y la aceptación; y, del mismo modo, tiene necesidades espirituales, porque no se puede tener una personalidad bien integrada si no se desarrollan los aspectos y posibilidades espirituales en la vida. Los elementos espirituales de la personalidad dependen de la rectitud personal del individuo, y esta justicia se mide de conformidad con los pensamientos, las palabras y los hechos.
“No hay ninguna duda, hablando del pueblo en forma general, de que estamos mejorando mucho a la vista de Dios; pero, aun cuando indudablemente así está sucediendo, estoy convencido de que entre nosotros hay personas dotadas de dones espirituales capaces de ser cultivados, los cuales podrían ejercitar, si quisieran, en una forma más extensa de lo que lo han hecho, y podrían avanzar con mayor rapidez por el camino de la santidad y acercarse mucho más al Señor.”
Nuestra personalidad es la suma total de toda nuestra experiencia, y si queremos aumentar nuestra categoría espiritual, conviene hallar la rectitud requerida.
— La rectitud se origina en los pensamientos
El hombre es lo que sus pensamientos lo hacen, “porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él”. Los pensamientos del Señor son infinitos: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.”
Se nos ha dicho que podemos desechar “vuestros pensamientos ociosos” y reemplazarlos con “los pensamientos de los justos”. Los malos pensamientos son pecado; los buenos pensamientos son “rectitud”. Nuestros pensamientos nos recompensarán o condenarán en el día del juicio. De hecho, seremos el producto de cada uno de nuestros pensamientos, palabras y hechos consiguientes.
Nuestra personalidad, con todas sus características propias, representará nuestro juicio. Nuestra meta consiste en exaltar esta personalidad para que concuerde en todo respecto con Dios y sus propósitos.
























