Dios y el Hombre

Capítulo 26
El Valor


Este capítulo se refiere a una de las más admirables de las virtudes humanas: el valor. El novelista norteamericano Ernest Hemingway dijo que significa “obrar noblemente ante una emergencia”.

El valor es la habilidad para actuar eficazmente frente a una dificultad o un peligro; significa que una persona puede enfrentarse al peligro o a la dificultad sin desviarse ni apartarse de lo que realmente quiere y piensa que debe hacer. La persona valiente se arriesga por el bien de una causa importante.

— Valor e integridad

En el capítulo anterior hablamos de la característica de la honradez. Cuando uno desarrolla este rasgo de carácter y lo convierte en parte de su vida, se conoce como integridad; y esto no es sino el desarrollo del carácter moral del hombre de conformidad con los principios de la honradez, la justicia y la rectitud.

El valor también tiene que ver con la acción y la aplicación. En determinadas circunstancias se necesita valor para aplicar el principio de la honradez, a fin de producir una personalidad justa, recta e íntegra. De modo que el valor y la integridad van juntos, y de igual manera, la rectitud y la justicia se relacionan estrechamente con la integridad y el valor.

Estas características nos granjean el amor de Dios: “Yo, el Señor, lo amo a causa de la integridad de su corazón, y porque él estima lo que es justo ante mí, dice el Señor.”

El valor y la integridad llevan en sí su propia recompensa, que consiste en el amor de Dios y sus bendiciones: “Camina en su integridad el justo; sus hijos son dichosos después de él.”
“La integridad de los rectos los encaminará.”

Quien tiene el valor para conformar su conducta con las condiciones de los convenios y promesas del Evangelio es quien ha aceptado y manifestado la forma más noble de integridad.

— Ceñid vuestros lomos

En una ocasión, el Señor exigió a Job la respuesta a unas preguntas fundamentales de la vida. Prologó la conversación con su amado profeta, diciéndole: “Ahora ciñe como varón tus lomos.”

Uno de los himnos más conocidos de los Santos de los Últimos Días usa la misma expresión: “Ceñid los lomos con valor, jamás os puede Dios dejar.”

Ceñir significa “cerrar o rodear una cosa con otra”. Antiguamente, el ceñidor era parte esencial del uniforme del soldado. No solo servía para sostener el uniforme, sino también para dar firmeza al cuerpo. Podríamos decir que el ceñidor, literal y figurativamente, comunicaba fuerza a la columna vertebral, de modo que al prepararse para la batalla o alguna competencia, esta era la forma en que una persona “se ceñía los lomos”.

Según el uso moderno, la expresión “ceñir los lomos” suele referirse al hecho de habilitarse o capacitarse con ciertos poderes o atributos. Indudablemente a esto alude el pasaje del Nuevo Testamento en el que se hace la amonestación de ceñir “los lomos de vuestro entendimiento”.

Ciertamente, necesitamos desarrollar en nuestras propias vidas esa fuerza justa, resuelta, inquebrantable y tenaz que se relaciona con el valor. Las palabras del Señor a Job dan a entender todo esto, además de su connotación simbólica: “Ahora ciñe como varón tus lomos.”

Del Salvador, nuestro gran prototipo, a quien hemos de emular en todas las cosas, se dijo: “Será la justicia el cinto de sus lomos, y la fidelidad el ceñidor de su cintura.”

— Jehová, el poderoso en batalla

Esta vida es una de probación. Es una época de luchas, y “Jehová es varón de guerra”. Él fue quien nos acaudilló en nuestras luchas anteriores contra la maldad. Nosotros estamos continuando esa cruzada, y si no hemos ingresado a sus filas, entonces estamos en su contra.

El rey David alabó al Señor por haberlo investido con valor y dijo: “Me ceñiste de fuerzas para la pelea.”

También nosotros nos hallamos envueltos en una guerra: una guerra a favor de la paz, del gozo y la justicia, y contra la ignorancia y el pecado. Para lograr la victoria se requiere que seamos buenos soldados y que estemos bien armados.

El apóstol Pablo instruye sobre la manera de ser eficaces soldados cristianos: “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.”

Entonces describe la armadura adecuada para el propósito: “Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad.”

La verdad es parte de la fuerza del Señor y uno de sus atributos; es la base principal del valor. Esta parte vulnerable —la pureza del origen de la vida— tiene como defensa el conocimiento de la verdad acerca del hombre y su destino.

“Vestíos con la coraza de justicia” La coraza es lo que protege el pecho, el corazón y la parte central del tronco del cuerpo. Es también la parte principal de la armadura individual, y los dardos de Satanás no penetrarán donde uno esté protegido por la justicia personal. El no tener que sentir ningún bochorno interior constituye una fuente de poder que produce valor; y al saber que ningún hombre puede acusarnos justamente, quedamos habilitados para andar sin temer al hombre.

“Calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz.”

El buen soldado sabe que sus pies lo deben llevar al lugar donde tiene que ir. A fin de esparcir las nuevas del evangelio, es necesario tener pies bien dispuestos e incansables. Mientras el guerrero pueda mantenerse en pie, siempre existirá la posibilidad de lograr el éxito.

“Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.”

La fe es un escudo perfecto. El enemigo constantemente lanza sus dardos de fuego, algunos de los cuales pueden dar en el blanco. La fe proporciona a uno la fuerza para no abandonar lo que sabe acerca de Dios y sus planes, incluso cuando haya cosas que aún no se nos han revelado. La fe es una de las características de Dios que debemos adquirir; es un escudo que podemos obtener. “Y tomad el yelmo de la salvación.”

El yelmo protege la cabeza, donde está situado el cuartel general que dirige la campaña. Si una persona piensa positivamente en la salvación, podrá lograr la victoria sobre el adversario. El hombre es según lo que piensa.

“Y [tomad] la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.”

Aquí se trata de un arma ofensiva. Se espera que seamos guerreros activos, y la espada nos proporciona el medio de lanzar el ataque. Cuando nos disponemos a cumplir los propósitos de Dios, nos llenamos de su Espíritu, y al usar eficazmente su palabra, la maldad retrocede y cae ante nosotros.

Habiendo tomado “toda la armadura de Dios”, se nos da este consejo final: “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu.”

Por este medio se conservan intactas las líneas de comunicación con el Comandante en Jefe, quien constituye la fuente final del valor. Así es como se puede llegar a ser un soldado cristiano en espíritu y en verdad.

— Valor físico

Existen varias clases de valor, y posiblemente la más mencionada es el valor físico. Es una virtud atractiva que los intrépidos y románticos siempre han buscado, porque en la historia de la humanidad abundan los actos significativos de valor físico.

A este valor se refería Moisés cuando habló con Israel acerca de los próximos conflictos físicos que resultarían del cruce del río Jordán. Sus palabras en esa ocasión fueron:

“Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis ni tengáis miedo de ellos; porque Jehová tu Dios es el que va contigo; no te dejará ni te desamparará.”

Josué, sucesor de Moisés, relacionó el valor con el cumplimiento de la ley: “Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que… Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra.”

Todo hombre siente algún temor. Tener valor no significa la ausencia de miedo, sino más bien la fuerza para cumplir lo que debe hacerse sin importar el temor. El valor puede consistir en trabajar a pesar del miedo, ya que el temor forma parte del arsenal de Satanás. Una de las debilidades de la carne es que: “El temor vendrá sobre todo pueblo… y de cierto, desfallecerán los corazones de los hombres.”

Por otra parte: “Quienes pertenezcan a mi Iglesia, no deben temer.”

— Valor intelectual

Otra clase de valor, y quizá aún más importante, es el valor intelectual.

Las facultades de la mente que permiten a los hombres razonar, pensar y comprender se llaman intelecto. Es la parte inteligente del hombre. Valor intelectual significa tener la determinación para sostener sus propias convicciones; implica el valor de actuar de conformidad con lo que uno cree.

El valor mismo es principalmente un atributo de la mente. Habilita a la persona para enfrentar peligros y dolores con valentía, y para resolver problemas difíciles con firmeza y coherencia. El primero de los dos —el valor físico— es una virtud ampliamente admirada. El segundo —el valor intelectual— quizá no sea tan popular, pero exige la defensa de principios justos, ya sean aceptados o rechazados por la mayoría.

Hay ocasiones en las que se necesita coraje para oponerse a conceptos falsos generalmente aceptados. En un mundo donde predominan las tinieblas aun al mediodía, se requiere valor intelectual para enseñar los principios verdaderos de la religión revelada, junto con sus conceptos correctos acerca de Dios y del hombre.

Es difícil para el ser humano soportar la burla a la que se expone cuando sostiene ideas distintas de las de su entorno. Esta situación, aunque popularmente aceptada, puede ser fruto de la ignorancia y el pecado. Uno debe tener el valor de sus convicciones para merecer las bendiciones prometidas.

— El valor moral

La moral tiene que ver con la conducta debida y la distinción entre lo correcto y lo incorrecto. Se requiere valor moral para enseñar principios rectos y llevarlos a la práctica en la propia vida. Esta es la forma más noble del valor, y es la que se necesita para ser un verdadero Santo de los Últimos Días. Se necesita valor para hacer lo correcto, y en ocasiones, para no hacer lo incorrecto. Se requiere valor para darle al Señor lo que le pertenece.

Siendo seres sociales, los hombres se ven sujetos a innumerables exigencias del entorno: la presión de grupos superiores, el deseo de éxito, de aceptación, de reconocimiento y muchas otras. El valor moral es el atributo que le permite a uno colocar todas esas cosas en su perspectiva correcta frente a los principios eternos y las metas finales, y resistir las tentaciones indebidas.

La fuerza moral produce un carácter virtuoso, el cual, a su vez, genera mayor fuerza moral. Así es como crecen los hombres; este es el principio por el cual pueden acercarse al carácter de Dios. En el valor moral también está comprendida la virtud de la constancia hacia la verdad, y su aplicación invariable, a lo que las Escrituras llaman “perseverar hasta el fin”.

A quienes ya eran miembros de la Iglesia, Nefi dirigió estas palabras:

“Por tanto, debéis seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo una esperanza resplandeciente, y amor hacia Dios y hacia todos los hombres.
Por tanto, si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo y perseverando hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna.
Y ahora, amados hermanos míos, ésta es la senda; y no hay otro camino ni nombre dado debajo del cielo por el cual el hombre pueda salvarse en el reino de Dios.”