Dios y el Hombre

Capítulo 27
Las Buenas Costumbres


El Espíritu del Señor ejerce una influencia refinadora en la vida y la conducta de los hombres, y el resultado natural de esta influencia es la cortesía, cuya base se encuentra en la consideración por la comodidad y el bienestar de los demás. Se trata de una virtud cristiana, y está incorporada en la doctrina de la Iglesia. El apóstol Pablo se refirió a este asunto cuando dijo: “No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.”

Tener buenas costumbres significa actuar con cortesía. Es una expresión de respeto y presupone la bondad.

— Bondad

La bondad es parte esencial de las buenas costumbres; se caracteriza por la amabilidad o benevolencia, y se relaciona con la ternura y la compasión. Consiste en mostrar interés en el bienestar de los demás y tener la disposición de prestarles ayuda. Las personas bondadosas tienen sentimientos tiernos; son delicadas, benévolas, bien dispuestas y sienten simpatía hacia sus semejantes.

A los miembros de la Iglesia en la antigüedad se les exhortó, en su búsqueda de santidad, a ser “benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.

A quienes se embarcan en “el servicio de Dios”, se les recomienda tener presente la “bondad fraternal”; y aquellos que ejerzan algún “poder o influencia” en ese servicio, deben hacerlo únicamente por medio de la “benignidad”.

El profeta Isaías declara: “De las misericordias de Jehová haré memoria… conforme a todo lo que Jehová nos ha dado.”

Estas palabras se refieren a la relación bondadosa, misericordiosa y amorosa que existe entre Dios y aquellos que guardan sus mandamientos. Los que hayan emulado las características de nuestro Padre Celestial hasta el grado de poder soportar la segunda venida de Cristo:

“Harán mención de la amable bondad del Señor, y todo lo que sobre ellos ha conferido, de acuerdo con su bondad y de acuerdo con su amable misericordia, para siempre jamás.”

— Etiqueta

La etiqueta no es otra cosa que las reglas de las buenas costumbres. Es el sistema que exigen aquellos que tienen buenos modales; es lo que rige el decoro. A través de estas reglas, las personas pueden convivir con mayor agrado y comodidad. Con ellas se busca llevar a la práctica la bondad, la cortesía y la consideración hacia los sentimientos de los demás. Las normas que establecen esa guía de conducta se conocen como etiqueta.

La palabra etiqueta es de origen francés, y con el tiempo adquirió el significado de una rutina prescrita. Los aristócratas de la corte francesa establecieron reglas de urbanidad para su comportamiento, las cuales se copiaron en la corte inglesa y luego se difundieron entre la mayoría de los aristócratas del mundo, con variaciones. Debido a que estas reglas se usaban primeramente en las cortes, surgió la palabra cortesía.

Las reglas de etiqueta comprenden todas las actividades humanas. Son las normas aceptadas de decoro tanto para actos sencillos como para funciones sociales elegantes. Por ejemplo, cuando encontramos a un amigo en la calle, lo saludamos, ya sea diciendo “buenos días”, preguntando “¿cómo está?”, o usando expresiones más informales como “hola” o “¿qué tal?”. Si el tiempo lo permite, nos detenemos para conversar y demostrar interés genuino. Eso es un acto de cortesía. Y existen buenas costumbres similares para toda ocasión.

La mayoría de las reglas de urbanidad tienen buenas razones para existir. Aunque en algunos casos esas razones ya no sean necesarias, la costumbre permanece, y adquiere un nuevo significado: manifestar respeto y consideración hacia los demás en la vida social.

Un ejemplo es el acto de estrechar la mano. En la Edad Media, cuando dos hombres se encontraban, extendían la mano derecha para mostrar que no tenían intención de desenvainar la espada. El gesto manifestaba amistad. Hasta hoy, permanece con nosotros como símbolo de cortesía y amistad. En la actualidad, los buenos modales requieren que se estrechen las manos en diversas circunstancias: uno siempre debe estrechar la mano del invitado de honor; los anfitriones deben estrechar la mano de todos sus invitados, tanto conocidos como desconocidos; los amigos también deben hacerlo. El hombre no extiende su mano hacia la mujer, sino que espera a que ella le extienda la suya. Debe ser un saludo firme y cordial, y al dar la mano, debemos mirar al otro a los ojos y prestarle toda nuestra atención.

De manera similar, cuando las mujeres usaban vestidos largos, les era difícil bajar de un coche, y los caballeros las ayudaban a descender. Hoy, la cortesía indica que el hombre debe estar dispuesto a ofrecer su mano a la mujer que está saliendo de un vehículo, si necesita ayuda; por lo menos, debe abrirle la puerta del automóvil, coche, etc.

Los buenos modales se manifiestan en la consideración y el respeto hacia quienes nos rodean. Por eso hay muchas cosas que evitamos para no ofender. Por ejemplo, no nos sentamos a la mesa con las manos sucias; no llenamos la boca de comida al punto de no poder hablar; no hablamos mientras masticamos; ni comemos con los dedos.

Estas acciones serían desagradables para quienes nos miran. Y si añadimos a estos cuidados las palabras mágicas: “por favor” y “gracias”, usamos el cuchillo y el tenedor para cortar los alimentos en pedazos pequeños, partimos la rebanada de pan antes de ponerle mantequilla, masticamos con la boca cerrada, etc., entonces hemos comenzado a practicar los principios de las reglas de urbanidad en la mesa.

Nos bañamos con frecuencia, nos cepillamos los dientes, nos ponemos ropa limpia, no solamente porque conviene a nuestra salud, sino porque hace la vida más agradable para quienes nos rodean. La limpieza no sólo es parte de las buenas costumbres, sino también del evangelio de Cristo: “Háganse todas las cosas con limpieza ante mí.”

Los que aman al Señor desean mantenerse limpios tanto en el cuerpo como en el espíritu: “Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.”

Aquí tenemos combinados el evangelio y las buenas costumbres.

La consideración hacia los demás sugiere: que presentemos a unas personas con otras cuando no se conocen; que una persona más joven ceda su asiento a un mayor que esté de pie; que un caballero se levante al entrar una mujer en la habitación donde él está sentado; que las personas permanezcan sentadas en silencio en un cine o reunión para no perturbar a los demás. Los hombres y jovencitos deben mostrar especial deferencia hacia el sexo opuesto. Un caballero abre todas las puertas a la mujer, y cuando la acompaña, siempre camina del lado más cercano a la calle. Además, el hombre culto siempre evita todo aquello que pudiera avergonzar o incomodar a otra persona de cualquier forma.

La conversación es un aspecto muy importante del convivir con otros. La manera en que uno habla indica inmediatamente sus modales, y contribuye a formar la impresión que otros tienen de nosotros. La expresión cortés es una señal segura de buenas costumbres, mientras que la rudeza indica una persona descortés. En las reglas de urbanidad no sólo importa lo que uno dice, sino también cómo lo dice. La gramática de una persona poco instruida podrá ser deficiente, pero si habla con bondad y tacto, se le considera cortés. Por el contrario, alguien puede hablar con gramática perfecta y, sin embargo, difamar a otros, mostrando así su mala educación.

También puede manifestarse la descortesía en la conversación cuando se levanta la voz, se grita, se interrumpe constantemente o se utilizan expresiones ofensivas. Una persona de buenos modales habla con un tono moderado, permite que los demás terminen sus ideas antes de intervenir y evita las palabras groseras o hirientes. Quien monopoliza continuamente la conversación carece de buenas costumbres.

A medida que las mujeres han ido logrando mayor libertad social, han perdido algunos de los privilegios que antaño les eran concedidos bajo las normas tradicionales de urbanidad. No obstante, los hombres continúan mostrando una cortesía especial hacia ellas, pues las buenas costumbres no han cambiado, y el verdadero caballero debe ponerlas en práctica. Por consiguiente, un caballero nunca:

(a) Se adelanta a una mujer para entrar antes que ella, a menos que se trate de una habitación oscura y él vaya a encender la luz por ella;
(b) Se sienta mientras las personas que lo acompañan permanecen de pie;
(c) Habla a una mujer o le ofrece la mano para saludarla sin que ella primero le indique que lo ha reconocido;
(d) Llama por su primer nombre a nadie más que a sus amistades íntimas y a los niños;
(e) Permanece cubierto (con sombrero, gorra, etc.) al hablar con una mujer;
(f) Toma a una mujer del brazo o la mano, salvo para ayudarla a subir o bajar de un vehículo, o al cruzar la calle;
(g) Habla de forma íntima o vulgar sobre una mujer en presencia de otros hombres;
(h) Olvida acercarle la silla a una mujer cuando ella va a sentarse, ni deja de asegurarse de que se le sirva primero;
(i) Deja de usar palabras corteses en su conversación. Estas atenciones incluyen: gracias, con su permiso, dispénseme, si me hace el favor, sí señor, diga usted, entre otras.

Conviene recordar los sentimientos ajenos. Por tanto, no es de buen gusto hablar de cosas repugnantes durante las comidas, ni menospreciar el país, la religión o la raza de otra persona, ni burlarse de los errores o desgracias ajenas.

Lo más importante de la urbanidad es que hace más placentera la convivencia con los demás. Además, tiene muchas otras ventajas, como la de facilitar amistades, fomentar la autoestima, fortalecer la autodisciplina y aumentar la confianza personal dentro de la sociedad.

Hace algunos siglos, los nobles tenían pocas ocupaciones aparte de especializarse en las gracias sociales para toda ocasión. Se desarrollaron reglas extensas para cada función social, las cuales hoy conocemos como normas de etiqueta rigurosa. Muchas de estas se han conservado hasta nuestros días, por ejemplo, en los matrimonios, en la disposición de la vajilla en comidas formales, y en el envío de invitaciones a eventos sociales.

No es propósito de este capítulo comentar esas formas estrictas de la “alta sociedad” ni su relación con la ética cristiana. Saber las reglas no produce por sí solo buenos modales, pues algunas personas descorteses conocen perfectamente dichas formas. Quienes tratan a los demás con bondad y respeto son tenidos por personas corteses, tienen buenas costumbres y descubren que las reglas de urbanidad son mucho más sencillas de lo que se suele pensar.

Existen innumerables publicaciones que pueden ayudar a familiarizarse con las normas y costumbres sociales del grupo con el que uno convive.

— La regla de oro

El Señor expresó en Su Sermón del Monte el resumen perfecto del código que ha de regir las buenas costumbres personales: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque ésta es la ley y los profetas.”

La ley de comportamiento contenida en estas palabras es comúnmente llamada la regla de oro, y simplemente significa tratar a los demás como queremos que ellos nos traten. Este concepto forma la base filosófica sobre la cual se fundan las reglas de urbanidad; es la regla práctica de la cortesía y la bondad, pues se nos ha mandado: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo,” y obrar en consecuencia.

El más sabio de los reyes terrenales declaró, hace miles de años: “Aun el muchacho es conocido por sus hechos.”

— Tacto

El tacto se manifiesta cuando se posee una habilidad aguda para saber qué decir o cómo actuar sin ofender. Generalmente se desea desarrollar esta capacidad para cuando surjan situaciones delicadas; sin embargo, usualmente consiste simplemente en aplicar prudencia y bondad al tratar con los demás. En tal calidad, es un rasgo edificante y deseable.

Cuando Salomón ascendió al trono, rogó al Señor: “Da, pues, a tu siervo corazón entendido.”
Y leemos que: “Agradó delante del Señor que Salomón pidiese esto,” y fue hecho según su petición.

La sensibilidad se relaciona con el corazón, y se nos ha aconsejado que seamos “misericordiosos”.

El tacto debe nacer de la influencia refinadora del Espíritu del Señor, y uno debe esforzarse conscientemente para desarrollar sensibilidad hacia las necesidades ajenas, así como el tacto necesario para tratarlas. No obstante, esta virtud puede degenerar en un vicio. No se nos concede el privilegio de abrogar el principio de la honradez en nombre del tacto. Tampoco se nos exime de predicar las verdades salvadoras bajo el pretexto de que hacerlo carece de tacto.

La bondad se relaciona directamente con el tacto. La amorosa bondad del Señor consiste en destacar con claridad el modo en que el hombre puede realizar su máximo potencial. El tacto es simplemente un método sensible para alcanzar ese propósito, no una excusa para evadir nuestras responsabilidades.

Sujetémonos, pues, a la influencia refinadora del Espíritu del Señor, y manifestémosla en nuestras vidas.