Dios y el Hombre

Capítulo 28
La Obediencia


La obediencia constituye la base de todo progreso recto. En cuanto al plan de salvación, obedecer significa seguir la orientación de Dios, cumplir sus mandamientos y guiarse por la ley. Por medio de la obediencia incorporamos a nuestras vidas el significado y la aplicación del evangelio. De modo que es uno de los principios cardinales en los cielos y en la tierra; una de las virtudes mayores. Por el contrario, la desobediencia significa disconformidad con las normas divinas, y es un vicio muy grave. Es el diablo quien provoca la desobediencia:

“Aquel inicuo viene y les quita la luz y la verdad a los hijos de los hombres, por motivo de la desobediencia.”

Todo hombre es obediente o desobediente; vive de acuerdo con las leyes del evangelio y guarda los mandamientos, o no lo hace. La falta de deseo o voluntad de conformarse a las normas del evangelio es lo que constituye la desobediencia. Todos, finalmente, “reciben el salario del que quieren obedecer.”

El problema de la obediencia y la desobediencia es más antiguo que esta tierra, ya que surgió en nuestra vida preterrenal. En esa etapa de nuestra existencia, nuestro Hermano Mayor, el Señor Jesús, nos puso el ejemplo perfecto en cuanto a obediencia. Habló y obró conforme a la voluntad del Padre: “Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre.”

Condiciones necesarias para la operación del principio

Dos condiciones deben existir para que el principio de la obediencia pueda operar completa y debidamente en la vida de los hombres:

Primero: Deben existir leyes decretadas por Dios, a fin de que pueda haber conformidad con las mismas. Estas leyes ya nos han sido dadas:

“Y además, de cierto os digo, él ha dado una ley a todas las cosas.”

Una y otra vez, Cristo es llamado el Legislador: “Yo soy vuestro Legislador.”
Tan íntimamente está relacionado con la emisión de leyes para nosotros, que Él dice de sí mismo: “Yo soy la ley.”

Segundo: Debe existir la capacidad de escoger entre alternativas. El hombre heredó de Dios el derecho de escoger entre el bien y el mal, y puede decidir obedecer o desobedecer las leyes divinas. Esta capacidad de elección se llama libre albedrío.

“Le concedí que fuese su propio agente; y le di mandamientos.”

Con esta sola declaración, el Señor se refiere a ambas condiciones necesarias para que opere en forma completa el principio de la obediencia.

— La ley y el propósito de la vida eterna

A fin de cumplir con las condiciones necesarias para la operación de la ley de obediencia, se formó esta tierra como habitación para los hijos de nuestro Padre. Por tanto, la creación misma de la tierra está relacionada con la ley de obediencia.

Después del concilio celestial, se decretó: “Y así los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare.”

El Señor proveyó cuerpos físicos a sus hijos, los puso sobre la tierra “y les dio mandamientos que lo amaran y lo sirvieran, el único Dios verdadero y viviente, y que Él fuese el único ser que habrían de adorar.”

La ley de obediencia queda claramente expresada en esta afirmación de las Escrituras:

“Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan; y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa.”

  • Si un hombre desea tener salud física, debe obedecer la ley de salud;
  • si anhela los dones del Espíritu, debe cumplir las leyes divinas que los rigen;
  • si aspira a la felicidad y el gozo, hay reglas de justicia que los producen;
  • si busca el perdón de los pecados, debe satisfacer la ley del arrepentimiento;
  • si desea conocimiento, hay un camino para obtenerlo;
  • si desea expresarse con eficacia, existen normas;
  • si busca una adoración más ferviente, hay métodos comprobados que pueden orientarlo.

Nada queda fuera del alcance de la ley; no hay arbitrariedad en la operación del evangelio. Las bendiciones divinas siempre resultan de obedecer la ley sobre la cual se basan:

“Porque todos los que quisieren recibir una bendición de mi mano han de cumplir con la ley que rige esa bendición, así como con sus condiciones, cual quedaron instituidas desde antes de la fundación del mundo…
Yo soy el Señor tu Dios; y te doy este mandamiento: Que ningún hombre ha de venir al Padre sino por mí, o por mi palabra, la cual es mi ley, dice el Señor.”

“La ley de Jehová es perfecta…
Los mandamientos de Jehová son rectos…
En guardarlos hay grande galardón.”

Al bautizarse, todo miembro de la Iglesia hizo un convenio solemne de servir a Dios “y obedecer sus mandamientos,”y cada vez que participa de la Santa Cena, renueva esta promesa sagrada.

— Por la obediencia del hombre se mide su amor hacia Dios

La medida del amor que el hombre siente hacia Dios queda determinada por la obediencia que le rinde. Nuestro Señor declaró: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.”

No es la forma externa, sino el principio y el servicio lo que establece la verdadera medida del hombre.

El rey Saúl desobedeció las instrucciones dadas, y perdonó la vida a cierto ganado con el propósito de sacrificarlo según las prácticas religiosas de su tiempo. Pero el profeta Samuel lo reprendió con estas palabras:

“¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas como en que se obedezca a las palabras de Jehová?
Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y prestar atención que la grosura de los carneros.
Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación.”

— El amor de Dios se enciende cuando se le obedece

Jeremías, uno de los profetas mayores del Antiguo Testamento, invitó a un grupo de hombres llamados recabitas a la casa del Señor y les dio a beber vino.

“Mas ellos dijeron: No beberemos vino; porque Jonadab hijo de Recab nuestro padre nos ordenó, diciendo: No beberéis jamás vino vosotros ni vuestros hijos… Y nosotros hemos obedecido a la voz de nuestro padre Jonadab hijo de Recab en todas las cosas que nos mandó: de no beber vino en todos nuestros días, ni nosotros, ni nuestras mujeres, ni nuestros hijos ni nuestras hijas…
Y dijo Jeremías: Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: No faltará de Jonadab hijo de Recab un varón que esté en mi presencia todos los días.”

Por motivo de esta obediencia a su padre, el Señor decretó que toda la familia sería bendecida, porque desde entonces su descendencia quedaría representada entre los justos y los que hicieran convenio con Dios; y su amor especial los seguiría para siempre a causa de su fidelidad a la ley de la obediencia.

El Señor nos ha dado todo. Nosotros y todas las cosas que conocemos somos creación suya. Sin embargo:

“Todo cuanto él pide de vosotros es que guardéis sus mandamientos… por lo que, haciéndolo, os bendice inmediatamente; y por tanto, os ha pagado. Y aún le sois deudores, y le sois y le seréis para siempre jamás; así pues, ¿de qué tenéis que jactaros?”

¡Ciertamente, el Creador tiene derecho a esperar que lo que Él ha creado obedezca el consejo que da!

— Cristo y Adán fueron ejemplos de obediencia

Cristo es el ejemplo perfecto; en todas las cosas su obediencia fue absoluta:

“Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen.”

Aunque no tenía necesidad de arrepentirse, se bautizó para testificar “ante el Padre… que le sería obediente en la observancia de sus mandamientos.”

Si esperamos recibir una herencia con nuestro Hermano Mayor, la única forma de obtenerla será desarrollando dentro de nosotros sus características y siguiéndolo.

Después del Señor, nuestro primer padre y gran patriarca, Adán, es quien nos da una ilustración incomparable de la obediencia necesaria para la salvación. Se le mandó ofrecer sacrificios, y lo hizo. Algún tiempo después, se le apareció un ángel y le preguntó:

“¿Por qué ofreces sacrificios al Señor?”
Y Adán respondió: “No sé, sino que el Señor me lo mandó.”

El ángel entonces le explicó el significado de lo que se le había mandado hacer, y le dio una revelación mayor acerca de Dios y su relación con Él. Esa revelación adicional vino después de la obediencia. Así, la obediencia es la base de todas las bendiciones, incluso de una mayor luz y conocimiento de Dios.

Si uno desea experimentar lo que Adán conoció y recibir una manifestación celestial, debe seguir el mismo modelo. Para “aprender la obediencia” hasta ser perfeccionado, y de ese modo verdaderamente seguir a Jesús, es necesario emular cada uno de los ejemplos que Él nos dio. En cierta ocasión preguntó a sus discípulos:

“¿Qué clase de hombres debéis ser?”
Y Él mismo respondió: “En verdad os digo, debéis ser así como yo soy.”

En relación con “todos los convenios, contratos, vínculos, compromisos, juramentos, efectuaciones, uniones, asociaciones o aspiraciones,” Él nos muestra el camino. Probablemente la forma más sencilla de resumir el plan de salvación esté contenida en esta expresión de nuestro Maestro: “Seguidme.”

Esto es el alma del concepto de obediencia.

— La libertad por medio de la obediencia

La obediencia no es una restricción; no limita a los hombres, sino que los ensancha. Por medio de la obediencia, nuestro campo de acción se amplía y fortalece. Ningún hombre es verdaderamente libre a menos que conozca los mandamientos de Dios y se guíe por ellos. Así, la libertad se fundamenta en la verdad: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.”

Quien no conoce ni vive conforme a los conceptos divinos no puede ser completamente libre, porque el error lo mantiene atado. El pecado y el error traen esclavitud:

“Todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.”
“Porque el que es vencido por alguno, es hecho esclavo del que lo venció.”

Si uno desea ser libre al grado de recibir manifestaciones celestiales; libre para que lo acompañe el Espíritu de Dios; libre de la incertidumbre y del temor; libre para actuar y no ser objeto de la acción —es el evangelio lo que le otorga esa libertad al hombre.

El evangelio mismo es libertad. De hecho, el apóstol Santiago enseña que los mandamientos de Dios son “la perfecta ley, la de la libertad.”

La verdadera libertad reinará, y el campo de acción del hombre será tan vasto como lo permita la rectitud, cuando Cristo reine personalmente: “No tendréis más leyes que las mías, cuando yo venga.”

Nuestra participación en ese estado de plenitud dependerá de nuestra obediencia actual y constante.