Capítulo 3
Personajes, Propósitos y Funciones de Dios
Mientras nos familiarizábamos con el concepto de Dios y buscábamos la manera de conocer sus características y atributos de perfección, no hubo necesidad de distinguir entre los Dioses. En los asuntos que hemos tratado, lo que se ha revelado acerca de uno es igualmente cierto de los otros dos. Aunque los Dioses constituyen una unión en cuanto a propósito, plan y atributos de perfección, el comienzo de un entendimiento acerca de ellos requiere que se sepa algo en cuanto a la clase de personajes que son.
— Personajes de Dios
“Yo siempre he declarado que Dios es un personaje distinto, que Jesucristo es un personaje aparte y distinto de Dios el Padre, y que el Espíritu Santo es otro personaje distinto, y es espíritu; y estos tres constituyen tres personajes distintos y tres Dioses.”
Esta declaración del profeta José Smith es una reiteración tan clara de las enseñanzas de las Escrituras, que difícilmente habría necesidad de repetirla, de no ser por la introducción de credos falsos e ininteligibles en el pensamiento de los hombres. La revelación moderna es tan explícita al respecto que no hay excusa para que esta confusión continúe:
“El Padre tiene un cuerpo de carne y huesos, tangible como el del hombre. Así también el Hijo; pero el Espíritu Santo no tiene un cuerpo de carne y huesos, sino que es un personaje de espíritu.”
— El propósito de Dios
Dios ha expresado Su propósito en estos términos: “He aquí, esta es mi obra y mi gloria: llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.” Este es el propósito del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Los tres piensan, obran, hablan y son como uno solo en este importante propósito y obra. En cuanto a este plan, son “un Dios”. Nuestro Salvador rogó que pudiéramos lograr esta misma unidad y sencillez de propósito que existe en la Trinidad.
En la realización de esta obra, se distingue una división de labores entre los Dioses, es decir, cada uno cumple funciones distintas dentro de su presidencia suprema.
— Funciones de los Dioses
Al considerar las funciones y contribuciones particulares de cada uno de los tres Dioses, se ensancha nuestro entendimiento.
— El Padre
Dios el Padre es el “Padre nuestro que estás en los cielos”. Nosotros somos Su “linaje”, desde “antes que el mundo fuese”. De manera que una de las labores particulares del Padre fue engendrarnos en el espíritu antes de que existiésemos físicamente sobre la faz de la tierra.
Otra de las funciones del Padre fue engendrar a Jesús según la carne. Además, el Padre preparó el plan de salvación.
— El Hijo
Jesús es el Hijo de Dios. Por esta razón ha hecho innumerables cosas por nosotros. En Él está la salvación; es nuestro Redentor, nuestro Intercesor y Abogado ante el Padre.
Es “la luz del mundo”. Es el ejemplo perfecto que todo el género humano debe seguir.
“Así dice el Señor vuestro Dios, Jesucristo: […] Soy el mismo que hablé, y el mundo fue hecho, y todas las cosas se hicieron por mí.”
¡Pensemos en esta magna labor: la creación de los cielos y de la tierra!
— El Espíritu Santo
“El Espíritu Santo […] da testimonio del Padre y del Hijo.” Una de las funciones más importantes que desempeña este tercer miembro de la Trinidad es testificar al corazón del hombre acerca de los otros dos. Nuestro Señor enseñó que cuando el Espíritu Santo viniera a ejercer su ministerio entre los hombres, “Él dará testimonio acerca de mí”.
Además, testifica “la verdad de todas las cosas” relacionadas con la salvación, y otra de sus funciones es purificar y santificar las almas de los justos.
— Un Dios, en lo que a nosotros concierne
Se nos ha llamado la atención a la fuente final de la verdad. Si vamos a adorar “en espíritu y en verdad al verdadero Dios viviente”, debemos convertirlo en el punto de enfoque de todos nuestros conceptos y hechos. Él es nuestro Dios; nosotros somos su pueblo.
“Deseo presentarlo de una manera clara y sencilla. […] Para nosotros no hay sino un solo Dios; es decir, en lo que a nosotros concierne; y Él es en todo y por en medio de todo.” Así habló el profeta José al abrir las ventanas de los cielos, con la esperanza de que también nosotros nos asomemos para acercarnos un poco más al trono de Dios.
Para aumentar nuestro conocimiento del Ser Supremo, debemos creer en el evangelio que ahora entendemos, continuar la búsqueda de la “plenitud de la verdad” y vivir de acuerdo con los conceptos del Señor, porque “ningún hombre recibe la plenitud, a no ser que guarde sus mandamientos”.
























