Capítulo 31
Honrad a Dios
La adoración verdadera y aceptable propiamente viene acompañada de una sensación de reverencia, constituida por el asombro, un profundo respeto y el temor divino:
“Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia.”
Cuando el profeta José Smith vio la majestad de Dios y Su gloria celestial, declaró:
“Ante cuyo trono, todas las cosas se inclinan en humilde reverencia, y le rinden gloria para siempre jamás.”
Y el salmista exclamó:
“Santo y temible es su nombre.”
Como señal de nuestro respeto, sumisión y reverencia, tributamos honra a Dios como parte de nuestra adoración. Está escrito que los fieles se postraban cuando adoraban al Señor. Por esta razón, es propio arrodillarnos al hacer oración. Cuando Cristo se apareció en el hemisferio occidental, la multitud “cayó a los pies de Jesús y lo adoró.” El Salvador se apartó de la gente y se inclinó a tierra “delante del Padre.” A Su segunda venida, todos “doblarán la rodilla.”
Dios es digno de toda adoración y honra:
“Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.”
Y también:
“Todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió.”
— Honrados por Dios
El hombre religioso reconoce la bondad de Dios y lo adora; pero este hecho, aunque correcto y propio, no aumenta la categoría del Ser Supremo. Jesucristo enseñó:
“Gloria de los hombres no recibo”;
y luego preguntó:
“¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?”
En otras palabras, los honores religiosos son dones de Dios. Es el hombre quien aumenta en categoría cuando adora.
Durante Su ministerio, nuestro Señor explicó claramente que Su misión era mayor que la de los patriarcas antiguos. Estas palabras ofendieron a los incrédulos, quienes lo acusaron de glorificarse a Sí mismo. Jesús respondió:
“Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica; el que vosotros decís que es vuestro Dios.”
Poco después enseñó el gran principio de que nuestro Padre Celestial honrará a todos aquellos que cumplan la ley sobre la cual está basada esta honra. La ley en cuestión es la del servicio a Dios:
“Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.”
Dios honra a los que lo siguen. Esta gran verdad ha sido reiterada por medio de nuestros profetas modernos:
“Porque así dice el Señor: Yo, el Señor, soy misericordioso y benigno para con los que me temen, y me deleito en honrar a los que me sirven en justicia y en verdad hasta el fin.”
— La adoración del Señor
“Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo servirás.”
Esta adoración se manifiesta por medio de nuestros pensamientos, palabras y hechos, y en ella se encierra la verdadera y completa relación que existe entre Dios y el hombre. En otras palabras, es el medio por el cual el hombre se desarrolla hasta tomar sobre sí la naturaleza divina. Cuando uno empieza a poseer los mismos atributos y características que Dios ejemplifica en forma perfecta, tal persona está adorando “en espíritu y en verdad.” Esta es la verdadera religión y la verdadera relación entre Dios y el hombre.
“Dad a Jehová la gloria debida a su nombre; adorad a Jehová en la hermosura de la santidad.”
Esta “hermosura de la santidad” se refiere a la rectitud personal, y el salmista nos insta a que alabemos a Dios pensando, hablando y actuando como Él desea. Así es como conformamos nuestro ser con el de Él; y así es como se manifiesta en nosotros Su “obra y gloria.”
Cuando de ese modo desarrollamos nuestras personalidades individuales, nos convertimos en ejemplos del vivir cristiano y hallamos cumplimiento. Tal es el objeto y propósito de nuestra creación:
“Y quienes guardaren su segundo estado, recibirán aumento de gloria sobre su cabeza para siempre jamás.”
Todo lo que es bueno testifica de Dios:
“Se han creado y hecho todas las cosas para que den testimonio de mí.”
No confesar el nombre de Dios es pecado.
— La posibilidad de la perfección del hombre
La posibilidad de que el hombre llegue a ser perfecto es un concepto particularmente cristiano:
“Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.”
La exposición de los medios para lograr esta perfección final ha dado lugar a que, entre las diversas creencias populosas del mundo, se conceptúe el cristianismo como una religión materialista, es decir, cuyas enseñanzas se aplican al presente, no solamente a la vida venidera; y por tanto, se requiere que los cristianos obren hoy.
Muchos pasajes de las Escrituras exhortan a los santos a que se perfeccionen en esta vida, a fin de que puedan lograr la perfección final más allá:
“El que ande en el camino de la perfección, éste me servirá.”
“Perfecto serás delante de Jehová tu Dios.”
“Perfeccionaos.”
Al joven rico que buscaba la vida eterna, nuestro Señor declaró:
“Si quieres ser perfecto… ven y sígueme.”
Es decir, seguir al Maestro hasta la perfección. Nuestro Señor ha recibido ahora “la plenitud de la verdad, sí, aun de toda la verdad.” Ha perfeccionado este atributo de Su naturaleza; y esto es lo que significa la perfección de Dios. Después de Su resurrección, y habiendo recibido “toda potestad… en el cielo y en la tierra,” pudo decir a los nefitas:
“Quisiera que fueseis perfectos como yo, o como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.”
Esta declaración es diferente de Sus palabras previas sobre la perfección. Cuando pronunció aquellas primeras palabras, aún estaba alcanzando esa perfección final; mientras que Su segunda afirmación vino después de haber logrado la medida completa de la divinidad.
Nos es posible andar en “rectitud ante Dios.” Muchos profetas lograron un alto grado de perfección, y leemos que Noé llegó a ser “perfecto en sus generaciones.” Lo mismo se dice en las Escrituras acerca de Set, de Job y de muchos otros.
El propósito del presente escrito ha sido indicar algunos de los atributos de la naturaleza y carácter de Dios a los que se refieren las Santas Escrituras. Los presentamos a quienes estudian y buscan la verdad, con la esperanza de impulsarlos a convertir estos rasgos en parte de su propia naturaleza.
Todo ser que desea lograr la perfección debe cumplir, primeramente, con las condiciones de una perfección aproximada en esta vida. Los que guardan los mandamientos se capacitan a sí mismos. Todos los fieles se encuentran en esta etapa de progreso, y los santos que hayan llegado a este grado de perfección deben perseverar en la rectitud hasta el fin, a fin de merecer la perfección final—la propia perfección de Dios—que nos es asegurada si seguimos este camino.
Se ha considerado el atributo de la verdad que Dios posee, a fin de que el hombre pueda alcanzarlo; y con el mismo propósito nos hemos referido a los atributos de la misericordia y de la fe que hay en Dios.
Se ha llamado la atención del lector a los rasgos divinos, tal como los han enumerado los profetas. Dios es un Dios de verdad y no puede mentir, y por tal razón debemos practicar la honradez si queremos ser herederos dignos. Él es la personificación del amor, y en vista de que el amor es la piedra fundamental de la sociedad celestial, se abordó este concepto en la obra El Reino de Dios, del mismo autor. El Señor es “piadoso, tardo para la ira y grande en misericordia.” Debemos tener presente que todas estas características se pueden lograr.
La vía hacia la perfección consiste en desarrollar cada uno de los atributos y características de la naturaleza de Dios dentro de nosotros mismos. Así es como llegamos a ser participantes de la naturaleza divina; y se alcanza la perfección final—la que posee el Padre—cuando llegamos a ser como Él. La manera en que el hombre puede perfeccionarse consiste en progresar hasta obtener toda verdad, todo conocimiento y todos los atributos divinos en su plenitud.
— “¿De qué tenéis que jactaros?”
Comparado con el Señor Omnipotente, el hombre casi no es nada. Dependemos de Él para recibir toda buena dádiva, y como recipientes de Su misericordia debemos reverenciarlo y honrarlo.
“En primer lugar, él os ha creado y os ha concedido vuestras vidas, por lo que le sois deudores.
En segundo lugar, él requiere que hagáis lo que os ha mandado, por lo que, haciéndolo, os bendice inmediatamente; y por tanto, os ha pagado.
Y aún le sois deudores, y le sois y le seréis para siempre jamás; así pues, ¿de qué tenéis que jactaros?”
FIN
























