Dios y el Hombre

Capítulo 5
El segundo estado del hombre


Judas, hermano de Santiago, junto con Abraham, llama “primer estado” a la existencia preterrenal del hombre. La revelación a Abraham llama “segundo estado” del hombre al período de su vida terrenal.

Mucho se ha dicho acerca de la transición del primer estado al segundo. De hecho, el problema de cómo el hombre llegó a existir sobre la tierra ha originado varias ciencias fundamentales e innumerables teorías y postulados. También los profetas han hablado de esta verdad al tratar la historia y el concepto del hombre, y sus declaraciones inspiradas son la fuente principal para descubrirla. El mundo, al igual que los profetas, admite que aún falta mucho por descubrir y mucho que aún no se ha revelado en lo que concierne al hombre sobre la tierra.

— Ciencia y religión

¿Existe un conflicto entre la ciencia y la religión?
La ciencia es un “cuerpo de doctrina ordenado y formado con sujeción a un método, que constituye un ramo particular del saber humano”. La ciencia que trata de Dios, sus atributos y perfecciones se llama teología. Mientras que la religión se ocupa de observancias y prácticas relacionadas con la devoción a Dios y el servicio al hombre, la teología —como ya hemos dicho— es la ciencia que nos enseña acerca de Dios y nuestra relación con Él.

“Los límites postreros de esta ciencia, si es que tiene límites, superan lo que el hombre es capaz de examinar. La teología tiene que ver con Dios, el manantial del conocimiento, la fuente de la sabiduría; con las pruebas de la existencia de un Ser Supremo y otras personalidades sobrenaturales; con las condiciones según las cuales imparte la revelación divina; con los principios eternos que gobiernan la creación de los mundos; con las leyes de la naturaleza en sus múltiples manifestaciones… La teología, pues, concierne a otros hechos además de los que expresamente se llaman espirituales; su esfera es la de la verdad.

“Las actividades industriales que benefician al ser humano, las artes que agradan y refinan, las ciencias que ensanchan y ennoblecen la mente —estas cosas no son sino un fragmento del gran y hasta aquí incompleto volumen de verdad que ha descendido a la tierra desde una fuente de eterno abastecimiento. Por consiguiente, un estudio completo de la teología abarcaría todas las verdades conocidas.”

Habiendo definido la ciencia, así como la teología de la religión, volvamos a la pregunta: ¿existe un conflicto?
Cuando la ciencia ha descubierto una verdad, y la religión ha recibido una verdad, no existe ningún conflicto entre ambas, porque una verdad no se opone a otra verdad, sin importar en qué categoría se clasifique para ser examinada.

De modo que entre la ciencia verdadera y la religión verdadera no hay conflicto; tampoco lo hay entre la religión revelada —según ha sido restaurada en nuestra época— y las realidades científicas establecidas como verdaderas.

Sin embargo, en la actualidad, como en la época del apóstol Pablo, los “argumentos de la falsamente llamada ciencia” están causando que muchos “se desvíen de la fe”. Por lo tanto, cuando esta rama del saber humano propone teorías desacertadas, clasifica indebidamente los hechos, comete errores de deducción y plantea teorías erróneas, entra necesariamente en conflicto con la religión verdadera. Por otra parte, cuando los religiosos declaran conceptos falsos, estos también entran en pugna con la ciencia verdadera.

Diariamente se expande el campo del saber humano en lo que respecta al principio del hombre sobre esta tierra. Con medios y métodos cada vez más precisos para investigar adecuadamente sus teorías y postulados, los científicos están constantemente modificándolos. En esta situación transitoria de variación y cambio surgen muchos supuestos y aparentes conflictos entre la ciencia y la religión.

Nosotros nos concentraremos en la palabra profética más segura con referencia a la transición del hombre del mundo de los espíritus al mundo físico. Desde luego, admitimos que los detalles del principio temporal de la tierra y del hombre no se han dado a conocer por completo. Las revelaciones que hemos recibido de Dios sobre este asunto constituyen conocimiento puro.

— El Génesis

El Señor se dirigió a Moisés y le dijo: “He aquí, te revelo lo que concierne a este cielo y esta tierra. Escribe las palabras que hablo. Soy el Principio y el Fin, el Dios Omnipotente; he creado estas cosas por medio de mi Unigénito.”

Entonces explicó, en forma general, la creación física de los cielos y de la tierra.

El relato escrito, y más ampliamente conocido, es el testimonio de Moisés que se halla en el primer capítulo de la Biblia. Dice lo siguiente:

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.
Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.
Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.
Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un día.
Luego dijo Dios: Haya expansión en medio de las aguas, y separe las aguas de las aguas.”

“E hizo Dios la expansión, y separó las aguas que estaban debajo de la expansión de las aguas que estaban sobre la expansión. Y fue así.

Y llamó Dios a la expansión Cielos. Y fue la tarde y la mañana el día segundo.

Dijo también Dios: Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y descúbrase lo seco. Y fue así.

Y llamó Dios a lo seco Tierra, y a la reunión de las aguas llamó Mares. Y vio Dios que era bueno.

Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así.

Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno.

Y fue la tarde y la mañana el día tercero.

Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y sirvan de señales para las estaciones, para días y años.

Y sean por lumbreras en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra. Y fue así.

E hizo Dios las dos grandes lumbreras: la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche. Hizo también las estrellas.

Y las puso Dios en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra, Y para señorear en el día y en la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno.

Y fue la tarde y la mañana el día cuarto.

Dijo Dios: Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra, en la abierta expansión de los cielos.

Y creó Dios los grandes monstruos marinos, y todo ser viviente que se mueve, que las aguas produjeron según su género, y toda ave alada según su especie. Y vio Dios que era bueno.

Y Dios los bendijo, diciendo: Fructificad y multiplicaos, y llenad las aguas en los mares, y multiplíquense las aves en la tierra.

Y fue la tarde y la mañana el día quinto.

Luego dijo Dios: Produzca la tierra seres vivientes según su género: bestias, serpientes y animales de la tierra según su especie. Y fue así.

E hizo Dios los animales de la tierra según su género, y el ganado según su género, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno.

Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.

Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.

Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.

Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer.

Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer. Y fue así.

Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto.”

Habiendo descrito, en la forma anterior, las grandes obras que sus manos habían hecho, el Señor añadió: “Así se terminaron el cielo y la tierra, y todas sus huestes.”

Esta trascendental revelación dada a Moisés fue comunicada de nuevo a José Smith. Abraham escribió una visión más completa, en la cual está incorporada la creación espiritual así como la subsiguiente creación temporal o física.

Aunque hemos citado textualmente la versión generalmente aceptada, los escritos de la Perla de Gran Precio la complementan extensamente. Por ejemplo, aclaran que más de un Dios intervino en la creación. Dan a entender con mayor claridad el concepto de que la creación fue un acto de organización, más que de producir algo de la nada.

Abraham no solo llama “día” a los períodos de la creación, sino también “vez” o “tiempo”, y afirma que la creación se llevó a cabo de acuerdo con el tiempo del Señor.

Por motivo de que la narración de Abraham es más completa, se destaca con mayor claridad la posición del hombre en este importante drama. Las declaraciones de las Escrituras concuerdan perfectamente al expresar la verdad fundamental de que Dios creó los cielos y la tierra y todo lo que en ellos hay. Estas constituyen las revelaciones básicas sobre la creación.

La fórmula y el modo exacto de proceder no nos han sido manifestados.

El hombre fue alma viviente

“Y los Dioses formaron al hombre del polvo de la tierra, y tomaron su espíritu [esto es, el espíritu del hombre], y pusieronlo dentro de él; y soplaron en sus narices el aliento de vida, y el hombre fue alma viviente.”

La frase entre paréntesis (“esto es, el espíritu del hombre”) forma parte del texto tal como se halla en las Escrituras modernas.

El hombre fue constituido en alma viviente cuando se colocó su espíritu preexistente dentro de un cuerpo formado de los elementos de esta tierra. Esto concuerda con la definición del alma dada en la revelación moderna: “Y el espíritu y el cuerpo son el alma del hombre.”

A pesar de esta creación física, la tierra no se hallaba en la condición mortal en que ahora se encuentra. La mortalidad, como veremos más adelante, vino como resultado de acontecimientos subsiguientes.

Ya hemos notado, en la revelación de Moisés sobre la creación, que antes del hombre, y como preparación para su llegada, se habían colocado sobre la tierra muchas formas de vida: peces, animales y aves. El hombre no fue la primera cosa viviente sobre la tierra, pero sí fue la primera carne y el primer hombre: “Y el hombre fue alma viviente, la primera carne sobre la tierra, también el primer hombre.”

“‘Carne’ se refiere al ser mortal.”

Mortalidad

La mortalidad es ese estado de existencia en el que el espíritu del hombre y su cuerpo, reunidos temporalmente, están sujetos a la muerte, la corrupción y las enfermedades de la carne.

Nuestro primer padre

Aunque se habían formado o creado físicamente la tierra y el hombre, ninguno de los dos se hallaba en una condición mortal. Tras la creación física, Dios vio lo que había hecho y lo calificó de ser “bueno en gran manera”. Es decir, no había corrupción ni muerte en lo que había creado.

“Adán fue nuestro primer padre.” En las genealogías del hombre que llegan hasta la época de Adán, como las hallamos anotadas en las Escrituras, se dice que Adán fue “hijo de Dios”. Su colocación sobre la tierra fue el “broche de oro” de la creación. Él y todo lo que lo rodeaba se hallaban en una situación inmortal. Caminaba y hablaba con Dios, lo cual significa que disfrutaba de la vida espiritual; y como ya se ha dicho, había sido constituido en alma viviente y gozaba de una existencia física.

Sin embargo, en esta condición edénica no se había efectuado todavía la transición requerida de nuestra existencia preterrenal al segundo estado de probación. Por tanto, de acuerdo con un plan preordenado, “según la sabiduría de aquel que todo lo sabe”, estas condiciones iban a cambiar.

Conforme a la voluntad de Dios, Adán se apartó de la presencia divina, y así la muerte espiritual entró en el mundo. Es decir, el hombre, al quedar separado de la presencia de Dios, murió en lo concerniente a las cosas de justicia y del Espíritu.

También entró la muerte física, ya que el hombre y todas las cosas creadas quedaron sujetas a la muerte. En esta condición mortal, el espíritu y el cuerpo podían ser separados mediante lo que conocemos como la muerte natural o física. Este acto de Adán es conocido como la Caída del Hombre; y leemos en las Escrituras: “Adán cayó para que los hombres existiesen.”

Tal fue el principio del hombre como ser mortal.

La manera en que Adán vino a la tierra

La genealogía de cada uno de nosotros llega hasta Adán, quien es el padre físico de todo ser humano: “Y al primer hombre de todos los hombres he llamado Adán, que significa muchos.”

Su nombre simboliza la innumerable posteridad que habría de nacer de él.

Al hablar de la transición del hombre —es decir, del mundo de los espíritus al mundo actual— realmente estamos hablando de Adán, ya que el resto del género humano ha venido al mundo por su conducto.

La Primera Presidencia de la Iglesia, compuesta por Joseph F. Smith (Presidente), John R. Winder y Anthon H. Lund (Consejeros), aportó considerablemente a nuestro conocimiento sobre esta verdad referente al hombre. Esto fue lo que declararon:

“Tomó sobre sí un cuerpo adecuado, el cuerpo de un hombre, y de esta manera llegó a ser ‘alma viviente’…

Todos los que han vivido sobre la tierra desde la época de Adán tomaron cuerpos sobre sí y llegaron a ser almas vivientes de la misma manera.

…La vida del hombre empezó como ser humano, a imagen de nuestro Padre Celestial.

Es cierto que el cuerpo del hombre inicia su curso como un germen pequeño o embrión que se convierte en niño; es vivificado en determinada etapa por el espíritu que lo va a habitar, y tras su nacimiento el niño se transforma en hombre.

Sin embargo, en nada de lo anterior se indica que la vida del hombre original, el primero de nuestra raza, haya empezado en alguna forma menor que la de hombre, o como germen o embrión humano que se convierte en hombre.”

Poco menor que los ángeles

En el capítulo anterior dijimos que los profetas nos han dado a entender que el estado del hombre, considerado a la luz de su existencia preterrenal, es mucho más elevado de lo que nos enseña el conocimiento sin inspiración.

Aun en su estado mortal, al hombre se le atribuye un grado de dignidad superior cuando se conoce la verdad acerca de su origen terrenal. Refiriéndose al ser mortal, el inspirado Salmista cantó:

“¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria,

y el hijo del hombre, para que lo visites?

Le has hecho poco menor que los ángeles,

y lo coronaste de gloria y honra.

Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos;

todo lo pusiste debajo de sus pies.”

Verdaderamente, Dios y el hombre son de la misma raza.

En el próximo capítulo, discutiremos lo que el hombre justo está capacitado para llegar a realizar.