Dios y el Hombre

Capítulo 7
Adorar en Espíritu y en Verdad


Nuestra búsqueda de la verdad nos ha conducido a un examen exploratorio de la fuente de toda verdad: el Dios Eterno. De hecho, hemos visto que donde hemos hallado una verdad, allí hemos descubierto un atributo de Dios. En este, así como en todos los demás atributos, hallamos la perfección.

Continuando la búsqueda, hemos encontrado la verdad acerca del hombre. La perspectiva eterna nos ha permitido considerar, a grandes rasgos, al hombre como era, como es, y como llegará a ser.

La posibilidad de que el hombre finalmente pueda llegar a ser coheredero con nuestro Señor no se obtiene gratuitamente. Si se ha de alcanzar esta recompensa eterna, deberá ser de acuerdo con la ley divina y mediante el cumplimiento de la misma. La ley divina es la palabra de Dios, y es verdad.

“De cierto, de cierto te digo: si no cumples con mi ley, no puedes alcanzar esta [es decir, mi] gloria.”

— La ley del Señor

Cuando se usa la palabra “ley” en las Escrituras, usualmente se refiere a “las leyes del Señor”.
La ley del Señor se compone de los estatutos, juicios y principios de salvación que Él ha dado al hombre.
El evangelio es llamado una ley perfecta en el Nuevo Testamento: “Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.”

En la época del Antiguo Testamento se habla de “la ley de Moisés”. El apóstol Pablo la llama “la ley de los mandamientos”.

Para nosotros, “ley” significa la plenitud del evangelio o “la ley de Cristo”, porque: “Él ha dado una ley a todas las cosas.”

La casualidad es desconocida en la economía divina.
Las bendiciones de Dios siempre resultan de la obediencia a la ley que gobierna esa bendición particular:

“Hay una ley irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación del mundo sobre la cual todas las bendiciones se basan; y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa.”

La luz de Cristo es “la ley por la cual se gobiernan todas las cosas”.

Así, las instrucciones son claras: la ley rige todas las cosas.

“Porque todos los que quisieren recibir una bendición de mi mano han de cumplir con la ley que rige esa bendición, así como con sus condiciones.”

Si el hombre ha de crecer y ennoblecerse, debe hacerlo mediante la obediencia a las leyes que rigen su crecimiento y ennoblecimiento.
Por ejemplo, si uno desea tener un testimonio del Señor y convertirse a Él y a sus propósitos, esa persona debe cumplir con la ley sobre la cual se basan el testimonio y la conversión.
En este respecto, el salmista inspirado dijo:

“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma;
el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo.”

Si uno desea comunicarse con los cielos y armonizar con lo infinito, el Señor ha indicado el camino; y el hombre solo debe seguirlo.

El que desea ver manifestado el poder de Dios y formar parte de ese poder, puede lograrlo si sigue lo establecido: “Así que, en sus ordenanzas el poder de Dios se manifiesta.”

Lo mismo ocurre con toda experiencia de adoración verdadera.

— Adorar en espíritu y en verdad

Para lograr la salvación debemos adorar “en espíritu y en verdad” al verdadero Dios viviente.

Pero, ¿qué es adoración? ¿Cómo se adora?
Si la adoración, según la ley de Dios, es necesaria para la salvación, entonces se trata de un asunto fundamental.

La definición del diccionario —”honrar y reverenciar a Dios con el culto religioso que le es debido”— es útil, pero limitada.

La etimología de la palabra adorar ofrece una comprensión más rica. Se compone de dos voces latinas:

  • ad, que significa a o hacia,
  • y orare, que significa orar (como en castellano).

Por tanto, adorar es “orar hacia” o “dirigir el alma a” un objeto de reverencia.
La capacidad del individuo para adorar depende de cómo entiende el mérito del objeto al que rinde culto.

La habilidad del hombre para adorar constituye la medida de su conocimiento de Dios.
Cuanto más clara es esta comprensión y más íntima la comunión entre Dios y el adorador, tanto más completo y sincero será su homenaje.

Cuando decimos que alguien adora lo bueno, lo hermoso, lo verdadero, queremos decir que esa persona tiene una percepción más profunda del valor del objeto de su reverencia, en contraste con otro cuya percepción es superficial.

“La forma de adoración más aceptada es aquella que se basa en un cumplimiento ilimitado de las leyes de Dios, según el adorador va entendiendo el significado de ellas.”

La adoración verdadera implica:

  • rendir homenaje reverente a Dios,
  • esforzarse por inculcar en uno mismo los atributos divinos,
  • y cumplir la voluntad de Dios.

Brigham Young expresó con claridad este principio: “Nuestra religión debe ser la cosa principal entre nosotros todo el tiempo.
Es una necedad venir a este tabernáculo para adorar y cumplir la voluntad de Dios un día de la semana, y luego seguir nuestras propias inclinaciones el resto del tiempo.
Es inútil, y sólo nos burlamos del servicio de Dios.
Debemos obedecer su voluntad y dedicar todo nuestro tiempo a la realización de sus propósitos.”

— Adorar en verdad

Nuestro descubrimiento de nuevas verdades acerca de Dios y del hombre nos habilita para adorar mejor. Se nos exige un homenaje reverente cuando aprendemos acerca de las maravillosas perfecciones de Dios. Nadie puede contemplar el carácter, atributos y perfecciones de Dios sin experimentar una sensación de asombro reverente.

A medida que aumenta la comprensión que el hombre tiene de Dios, también aumenta su capacidad para adorar en verdad. De igual manera, en la medida en que el adorador logre un mejor entendimiento de sí mismo y de su relación con Dios, más auténtica y elevada será su adoración.

Nuestro Señor reveló algunas verdades acerca de sí mismo y de la manera en que recibió salvación y poder, y luego declaró: “Os digo estas cosas para que podáis comprender y saber cómo habéis de adorar, y a quién; y para que podáis venir al Padre en mi nombre, y en el debido tiempo recibir de su plenitud.”

De esta manera comprendemos que la adoración verdadera requiere un conocimiento verdadero acerca de Dios.
A menos que lo conozcamos, no podemos adorarlo “en espíritu y en verdad”.

— La manera de adorar

Sin embargo, la adoración verdadera abarca más que el solo conocimiento. En el pasaje anterior, nuestro Señor explicó que sus revelaciones nos instruyen tanto en el “cómo” como en el “a quién” debemos adorar.

“Dad a Jehová la gloria debida a su nombre; adorad a Jehová en la hermosura de la santidad.”

La “hermosura de la santidad” es la rectitud personal.
El hombre debe adorar a Dios mediante su rectitud personal. Así es como se le debe adorar.

La mejor forma de adorar a Dios es cumplir con Su voluntad, porque la obediencia es la mejor medida de nuestro homenaje.

El profeta Samuel lo enseñó claramente al mostrar que la obediencia es mejor que cualquier forma externa de culto: “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas como en que se obedezcan las palabras de Jehová?
Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios;
y el prestar atención, que la grosura de los carneros.
Porque como pecado de adivinación es la rebelión,
y como ídolos e idolatría la obstinación.”

La obediencia también es la mejor expresión del amor hacia Dios: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.”

Por último, es inútil adorar fuera de lo estipulado por la propia ley de Dios: “Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres.”

— La verdadera relación entre Dios y el hombre

Se adora a Dios cuando se obedece Su ley divina.
Por tanto, la adoración puede expresarse de muchas maneras, entre ellas:

  • por medio de la oración y del ayuno;
  • en el testimonio,
  • participando y efectuando ordenanzas sagradas,
  • mediante la predicación,
  • a través del estudio de las Escrituras,
  • y en la asistencia a las reuniones santas.

Se le adora también cuando el hombre acepta las verdades del evangelio y se convierte a su plenitud; cuando disfruta de los dones espirituales, y de muchas otras formas más.

Adoran mejor a Dios aquellos que primero creen en el evangelio, se unen a su forma exterior (la Iglesia) y luego desarrollan la rectitud personal que los convierte en ejemplos vivos de la ética cristiana.

En estas formas de adoración se realiza la verdadera relación entre Dios y el hombre.

El resto de este texto se ocupará en sugerir y detallar cómo se puede adorar en cada una de las maneras mencionadas anteriormente.