Dios y el Hombre

Capítulo 8
La oración


Oración significa tener comunión con Dios, y puede efectuarse ya sea expresando las palabras oralmente o formulando las ideas en el pensamiento. La oración es el anhelo justo del alma; es una súplica basada en la necesidad, la contrición y el deseo; es una respuesta a Dios.

Cuando Adán comenzaba su vida terrenal, un ángel le declaró: “Harás cuanto hicieres en el nombre del Hijo; y te arrepentirás e invocarás a Dios en el nombre del Hijo para siempre jamás.”
Así fue como se le mostró al hombre la vía mediante la cual podría recurrir a la fuente de justicia cuando necesitara ayuda para labrar su salvación.

Nuestro Señor confirmó en forma directa y sencilla la razón de esta instrucción angélica:
“Pedid, y se os dará… porque todo aquel que pide, recibe.”

La invitación de allegarse a Dios, extendida a todo ser humano, forma parte de la naturaleza del hombre: “Si existe un ser que jamás ha orado realmente, tal persona es un ser muy ajeno a lo divino que hay en la naturaleza humana, un forastero entre la familia de los hijos de Dios. La oración es para la edificación del que suplica. Dios, sin nuestras oraciones, seguirá siendo Dios; pero nosotros, sin la oración, no podemos ser admitidos en el reino de Dios.”

— El privilegio de orar

Hablando sobre la conveniencia de vencer la maldad, el presidente Brigham Young aconsejó:
“Oren todas las personas fervientemente, hasta que conozcan las cosas de Dios por sí mismas y estén seguras de que están caminando por la vía que conduce a la vida eterna; entonces desaparecerá la envidia, que es hija de la ignorancia, y ningún hombre sentirá la disposición de querer colocarse delante de otro, porque tal sentimiento no se tolera en el orden de los cielos.”

También hizo esta amonestación: “Padres, enseñad a vuestros hijos, por medio del precepto y del ejemplo, la importancia de comunicarse con el trono de la gracia… porque el Señor dice: ‘Mi pueblo ha de pedirme las bendiciones que necesita.’
En lugar de considerar la oración como uno de los deberes que nos incumbe a nosotros como Santos de los Últimos Días, debemos vivir de tal manera que pueda convertirse en uno de los privilegios más grandes que se nos han concedido, porque si no fuera por la eficacia de la oración, ¿qué habría sido de nosotros como pueblo y como individuos?”

— El Padrenuestro o la oración del Señor

El ejemplo de nuestro Señor y el espíritu de oración manifestado en su vida diaria impulsaron a los discípulos a pedir instrucciones sobre la manera de orar:
“Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar.”

Respondiendo a la solicitud, Jesús repitió como ejemplo perfecto de la oración un breve compendio de adoración y súplica nacida del alma, que nosotros conocemos comúnmente como el Padrenuestro. Él les dijo:
“Vosotros, pues, oraréis así:”

  • “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.”
    De esta manera iniciamos la oración confesando nuestra relación con nuestro Padre Celestial. Mientras reverenciamos su nombre, nos dirigimos a Él no tanto como al Supremo Creador de gloria infinita, sino en virtud de nuestro parentesco con un Padre amoroso cuyos hijos somos.
  • “Venga tu reino, hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.”
    Con estas palabras nos referimos al advenimiento efectivo del Reino de los Cielos cuando Dios gobierne en la tierra. El que verdaderamente desea que venga este reino vivirá de acuerdo con la ley de Dios y ofrecerá sus servicios para acelerar su venida. El que se esfuerza por establecer la supremacía de la voluntad de Dios se une a Él en los asuntos de la vida.
  • “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.”
    Se nos enseña a que pidamos día tras día el alimento que hemos menester, no un gran abastecimiento para el futuro. Necesitamos el sostén de la vida, y propiamente debemos pedirlo para recordarnos que dependemos completamente de Dios en lo que concierne a nuestras necesidades. El hombre justo se siente agradecido por su pan cotidiano.
  • “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.”
    Una de las necesidades principales del hombre es el perdón. Sin embargo, no lo recibimos sino en la medida en que lo merecemos, y estas palabras nos lo recuerdan. El perdón es una dádiva demasiado preciosa para ofrecerse a quienes no perdonan. Uno no puede tener el corazón contrito para pedir misericordia si no concede a otros lo que pide para sí mismo.
  • “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal.”
    No debemos entender por esto que Dios conduciría jamás a un hombre a la tentación. Esta vida terrenal es un campo de ensayo, un estado de probación. Lo que esta súplica parece significar es que seamos preservados de las tentaciones que sobrepujan nuestro poder para resistir. Le pedimos a Dios que no nos abandone en nuestras tentaciones y que nos proteja. En este mundo caído nos sobrevendrán la tentación y el mal, y rogamos ser librados sin daño de estas cosas.
  • “Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos.”
    Aquí el hombre reconoce la supremacía de Dios. Es por medio de Él que vivimos, y obramos, y existimos. Es propio confesar su majestad y dominio; sería un sacrilegio afirmar nuestra independencia de Él.

“Amén” — La oración del Señor concluye con un solemne amén. Esta palabra significa literalmente “así sea”. De esta forma queda sellada la oración y se da testimonio de que es una expresión verdadera del alma del suplicante.

— Cuándo se debe orar y qué se debe pedir

Amulek bosquejó en un sermón las bendiciones que propiamente se pueden pedir en una oración:

“Implorad su santo nombre a fin de que tenga misericordia de vosotros:
Sí, implorad su misericordia, porque es poderoso para salvar.
Sí, humillaos y continuad haciéndole oración.
Orad a Él cuando estéis en vuestros campos, sí, por todos vuestros rebaños.
Rogadle en vuestros hogares, sí, por todos los de vuestra casa, en la mañana, al mediodía y en la tarde.
Sí, imploradle contra el poder de vuestros enemigos;
Sí, contra el diablo, que es el enemigo de toda justicia.
Rogadle por las cosechas de vuestros campos, a fin de que prosperen.
Orad por los rebaños de vuestros campos para que puedan aumentar.
Mas esto no es todo; es menester que derraméis vuestra alma en vuestros aposentos, en vuestros sitios secretos y en vuestros yermos.
Sí, y cuando no estéis invocando al Señor, dejad que rebosen vuestros corazones, orando constantemente por vuestro propio bienestar así como por el bienestar de los que os rodean.”

El profeta de referencia concluye, en efecto, que la manera de vivir de los hombres debe corresponder con sus oraciones, en justicia, para recibir las bendiciones que piden. Debemos vivir y trabajar con el espíritu de la oración.

Nuestro Señor dijo a los nefitas:
“Debéis… orar siempre.” Esto quiere decir que los fieles deben tener siempre una oración en su corazón. Las oraciones secretas deben ser ocurrencias frecuentes en nuestras vidas.

— Oraciones escritas

Antes de pronunciar su oración modelo, Jesús comentó y juzgó la manera en que los del mundo oraban: “Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres. […]
Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos.”

La recitación de plegarias, además de no poder reemplazar la oración, incluso puede caer bajo la condenación del Maestro. Usualmente es impropia la composición y posterior recitación de oraciones, aun cuando sean joyas literarias. Su uso puede impedir que los hombres examinen sus almas e intenten orar con fe, de acuerdo con el modelo divino. Las oraciones deben expresarse según la mejor inspiración del momento.

En la Iglesia tenemos ciertas oraciones formales escritas. Las oraciones para bendecir la Santa Cena siempre se repiten tal como se hallan en las Escrituras. La oración dedicatoria del Templo de Kirtland fue dada por revelación y se escribió. Posteriormente, las oraciones dedicatorias de los templos también se han escrito y leído en varias ocasiones como parte de los numerosos servicios dedicatorios que acompañan la consagración de un templo nuevo.

— Oraciones familiares

Nuestro Señor particularmente instó el principio de la oración en familia: “Orad al Padre con vuestras familias, siempre en mi nombre —dijo a los nefitas— para que sean bendecidas vuestras esposas e hijos.”

La Iglesia sugiere que se hagan oraciones familiares dos veces al día. La familia debe orar junta y designar a uno de sus miembros para que hable en nombre de todos.

— Se obtiene el Espíritu por medio de la oración

“La oración eficaz del justo puede mucho.”

De hecho, toda buena dádiva puede venir por medio de la oración y la obediencia a la voluntad de Dios: “Se os dará el Espíritu por la oración de fe.”

Habiéndose recibido el Espíritu de esta forma, la oración se vuelve inspirada: “Y si sois purificados y limpiados de todo pecado, pediréis lo que quisiereis en el nombre de Jesús, y se hará. Mas entended esto: que os será manifestado lo que debéis pedir.”