Capítulo 9
El Ayuno
Durante su ministerio terrenal, nuestro Señor llamó a los Doce a su lado y “les dio autoridad sobre los espíritus inmundos y para sanar toda enfermedad y toda dolencia”. Un día, estando Él ausente, los discípulos se hallaron imposibilitados para cumplir esta comisión divina. “Reprendió Jesús al demonio” y la gente se maravilló del poder de Dios manifestado en el milagro. Después de volver a casa, los discípulos le preguntaron a Jesús: “¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera?” La respuesta fue: “Por vuestra poca fe”; y explicando un poco más la razón, el Señor agregó: “Pero este género no sale sino con oración y ayuno”.
Esto nos enseña que los resultados varían según la fuerza de la fe, y que el ayuno, junto con la oración, ayuda al desarrollo de la fe con su consiguiente influencia benéfica. El Salvador previamente había dado instrucciones relacionadas con el ayuno. Ayunar significa “abstenerse de comer o beber”, y como lo interpreta la Iglesia, ayunar significa abstenerse por completo de “comer o beber”.
— El porqué del ayuno
El ayuno es una responsabilidad que se impone a los miembros de la Iglesia: “Os doy el mandamiento de perseverar en la oración y el ayuno, desde ahora en adelante”.
Las Escrituras expresan varias razones por las que se debe ayunar. Algunas de ellas son:
Adoración verdadera. El pueblo de Nefi se regocijó por causa de la bondad de Dios hacia ellos: “Por tanto, dieron gracias al Señor su Dios; sí, ayunaron y oraron mucho, y adoraron a Dios con un gozo inmensamente grande”.
Otras referencias también mencionan el ayuno como forma de adoración.
Por los enfermos. Hallándose afligido uno de sus hijos, “David rogó a Dios por el niño; y ayunó David”.
Por bendiciones especiales. En la época de Alma, el pueblo ayunó y oró para que el joven Alma, hijo de su amado líder, pudiera renacer del Espíritu: “Empezaron a ayunar y a rogar al Señor su Dios que abriera la boca de Alma… a fin de que los ojos del pueblo fueran abiertos para ver y conocer la bondad y gloria de Dios”.
Para obtener un testimonio. “Os testifico que yo sé que estas cosas de que he hablado son verdaderas… el Santo Espíritu de Dios me las ha hecho saber. He aquí, he ayunado y orado muchos días para poder saber estas cosas por mí mismo”.
Para recibir revelación. Moisés ayunó cuando iba a recibir los mandamientos:
“Cuando yo subí al monte para recibir las tablas de piedra, las tablas del pacto que Jehová hizo con nosotros, estuve entonces en el monte cuarenta días y cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua”.
De Alma y los hijos de Mosíah se dice:
“Habían orado y ayunado mucho; por tanto, tenían el espíritu de profecía y el de revelación”.
Para ser instrumentos en la obra misional. “Ayunaron y oraron mucho para que el Señor concediera… que pudieran ser instrumentos en las manos de Dios para llevar a sus hermanos, los lamanitas, si posible fuese, al conocimiento de la verdad”.
Para recibir guía en la administración de la Iglesia. “Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron”.
Durante aflicciones y luto. Después de una batalla con muchas bajas, se relata:
“Ciertamente fue un día tristísimo; así como un tiempo de solemnidad, y de mucho ayuno y oración”.
Para desarrollar la humildad. Uno de los resultados más valiosos del ayuno correcto es el fortalecimiento de la humildad, necesaria para ser santificados:
“No obstante, ayunaban y oraban frecuentemente, y se volvieron más y más fuertes en su humildad, y más y más firmes en la fe de Cristo, hasta henchir sus almas de alegría y consolación; sí, hasta purificar y santificar sus corazones; santificación que viene por entregar a Dios el corazón”.
La expresión “entregar a Dios el corazón” nos parece particularmente congruente con la adoración por medio del ayuno. Este impulsa la humildad y la contrición del alma, y mediante ello podemos confiar en recibir la gracia divina. Es una manera sencilla de sujetar el cuerpo al espíritu para poder tener comunión con el Espíritu Santo y su consiguiente fuerza espiritual.
Nos parece apropiado citar, del relativamente desconocido cronista Amáleki, sus razones para ayunar: “Quisiera que vinieseis a Cristo, el Santo de Israel, para participar de su salvación y del poder de su redención. Sí, venid a Él y ofrecedle vuestras almas enteras como ofrenda; continuad ayunando, orando y perseverando hasta el fin; y vive el Señor, que seréis salvos”.
— El día de ayuno
De acuerdo con las instrucciones dadas en las Escrituras, en las que se enseña que los miembros de la Iglesia deben perseverar en el ayuno y la oración, se ha señalado un día de cada mes que es conocido como el día de ayuno. El ayuno en este día es parte de la disciplina de la Iglesia y debe durar 24 horas.
“Para los Santos de los Últimos Días —dijo el presidente Joseph F. Smith— la ley es abstenerse de comer y beber durante 24 horas”.
El profeta José Smith instituyó este sistema en la Iglesia mientras los miembros se encontraban en Kirtland, y se ha observado desde entonces. En la actualidad, se ha apartado el primer domingo del mes para esta observancia; y, dado que cae en domingo, se entiende, desde luego, que está en vigor el principio de santificar el día del Señor.
Los creyentes de esta época, así como en todas las épocas pasadas, entienden que deben reunirse, y efectivamente se reúnen “a menudo para ayunar y orar, y para hablar unos con otros concerniente al bienestar de sus almas”.
Los domingos de ayuno, el servicio sacramental es llamado reunión de ayuno y testimonios, y se espera que los miembros de la congregación asistan en ayunas. En estas reuniones, los participantes, según lo indique el Espíritu, comparten sus testimonios, doctrinas, confesiones o experiencias espirituales edificantes. Se considera que este acto es parte de la adoración y del fortalecimiento mutuo entre los santos.
El hecho de que se haya señalado un día específico para ayunar no debe limitar el ayuno a estas ocasiones especiales. Los ejemplos de nuestro Señor y de los profetas indican la necesidad de ayunos extensos en ciertas circunstancias. Jesús, Moisés y Elías el Profeta ayunaron durante cuarenta días. No existe una regla absoluta sobre la duración del ayuno. Las diversas circunstancias exigirán diferentes preparaciones. El ayuno de veinticuatro horas que se recomienda ya ha establecido, más o menos, el modelo del ayuno normal.
Aun en lo relacionado con el día de ayuno, se nos aconseja actuar con prudencia y conciencia: “Que ejercitemos la prudencia y el buen juicio. Muchos están sujetos a debilidades, otros tienen salud delicada, y otros están criando niños pequeños, y a éstos no debe requerírseles ayunar. Los padres tampoco deben exigir que sus hijos pequeños ayunen”.
— La ofrenda de ayuno
La institución del día de ayuno en esta dispensación tuvo como uno de sus principales propósitos aliviar los sufrimientos de los pobres:
“Acudieron a José para solicitar ayuda en Kirtland, y dijo que debía haber un día de ayuno, y la idea se aceptó. Se había de efectuar una vez al mes, como lo hacemos hoy; y todo lo que habrían comido ese día —ya fuera harina, carne, manteca, fruta o cualquier otra cosa— debía llevarse a la reunión de ayuno y entregarse a una persona seleccionada para recibirlo y distribuirlo entre los pobres… ponerlo en manos del obispo para el sostén de los pobres”.
Esto ha estado siempre en armonía con el verdadero propósito del ayuno. El profeta Isaías condenó el ayuno vanidoso de su época y expresó, hablando por el Señor:
“¿No es más bien el ayuno que yo escogí… que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano?”
























