Capítulo 8
La Expiación de Cristo
LA EXPIACIÓN SE BASA EN LA CAÍDA
LA CAÍDA Y LA EXPIACIÓN FUERON PREORDINADAS. El plan de salvación, o el código de leyes que conocemos como el evangelio de Jesucristo, fue adoptado en los cielos antes que fuesen colocados los fundamentos del mundo. Se señaló que Adán, nuestro padre, vendría a esta tierra y se colocaría a la cabeza de toda la familia humana. Parte de este gran plan era que él participara del fruto prohibido y que cayera, para acarrear así el sufrimiento y la muerte al mundo, aun para el beneficio final de sus hijos.
Muchos han criticado severamente a Adán a causa de su caída, pero los Santos de los Ultimos Días, por medio de la revelación moderna, hemos aprendido que ésta fue necesaria a fin de que el hombre tuviese su libre albedrío y, mediante las distintas vicisitudes a las que debe enfrentarse, recibiese conocimiento del bien y del mal, sin lo cual le sería imposible obtener la exaltación preparada para él.
También resultó necesario a causa de la transgresión de Adán, que el Hijo Unigénito del Padre viniese a redimirnos de la caída de Adán. Esto también fue parte del plan elegido antes de que la tierra fuese formada, puesto que Jesús es llamado el Cordero que fue crucificado desde antes de la fundación del mundo. El vino y nos redimió de la Caída; aun a todos los habitantes de la tierra. No solamente nos redimió de la transgresión de Adán, sino también de nuestros propios pecados, y a condición de que obedezcamos las leyes y ordenanzas del evangelio.
DOBLE NATURALEZA DE LA CAÍDA, La transgresión de Adán acarreó estas dos muertes: la espiritual y la temporal, la expulsión del hombre de la presencia de Dios y también su conversión a un ser mortal y sujeto a los males de la carne. A fin de poder ser llevado de nuevo a la presencia del Señor, era necesario que hubiese una reparación de la ley quebrantada, la justicia así lo demandaba.
La Caída trajo la muerte. Esta no es precisamente una condición ideal puesto que nosotros no queremos ser expulsados de la presencia de Dios, ni queremos estar sujetos para siempre a las condiciones mortales. Tampoco querernos morir y que nuestros cuerpos se conviertan en polvo, ni que los espíritus que han poseído estos cuerpos por derecho, se vayan al dominio de Satanás quedando sujetos a él.
LA JUSTICIA DEMANDA EXPIACIÓN POR LA CAÍDA. Pero esa era la condición y si Cristo no hubiese venido con su sacrificio expiatorio, en demanda de la ley de justicia, a reparar o expiar o a redimirnos de la condición en la que se encontró Adán y en la cual nosotros nos encontrarnos aún, entonces la muerte física habría venido; el cuerpo habría vuelto al polvo del cual provino; el espíritu habría ido a las fronteras del dominio de Satanás y quedaría sujeto a él para siempre. La justicia demandaba que la ley quebrantada fuese reparada, también demandaba que, mediante el sacrificio de una vida, Adán y su posteridad fuesen llevados otra vez a la presencia de Dios.
Para enmendar la ley quebrantada y redimirnos del poder que la muerte tenía sobre nosotros mediante la Caída, era necesario ser redimidos por un sacrificio infinito mediante el derramamiento de sangre. Con este propósito vino Jesucristo al mundo, pues El se había ofrecido en la preexistencia para venir y morir a fin de que nosotros pudiésemos vivir.
CRISTO SATISFACE LAS DEMANDAS DE LA JUSTICIA. Nunca se ha cometido un pecado en este mundo por el que no se haya hecho una reparación, o por el que no tenga que hacerla. Si yo peco, debe haber una reparación o penalidad requerida para pagar la deuda. Si vosotros pecáis, es lo mismo. No ha habido ningún pecado cometido, grande o pequeño, por el que no se haya expiado o por el que no haya que expiar.
La justicia hizo ciertas demandas y Adán no pudo pagar el precio, de manera que se presenta la misericordia. El Hijo de Dios dice: “Yo iré y pagaré el rescate, seré el Redentor y redimiré de la transgresión de Adán a todos los hombres. Tornaré sobre mí los pecados del mundo y redimiré, o salvaré, a toda alma que se arrepienta de sus propios pecados.” Esa es la única condición. El Salvador no salva de los pecados individuales a nadie, a menos que haya un arrepentimiento personal. De manera que el efecto de la transgresión de Adán fue colocarnos, a todos, en el abismo junto a él. Entonces aparece el Salvador, no sujeto a ese abismo, y baja una escalera para nosotros. Baja al abismo y hace posible que usemos la escalera para poder escapar.
LA EXPIACIÓN NOS RESCATA DE LA CAÍDA
DOBLE NATURALEZA DE LA EXPIACIÓN. La expiación de Jesucristo es de una doble naturaleza, por ella todos los hombres son redimidos de la muerte física y de la tumba, y se levantarán en la resurrección la inmortalidad del alma. Y luego, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio, el hombre recibirá la remisión de sus pecados a través de la sangre de Cristo, y heredará la exaltación en el reino de Dios, lo cual es vida eterna.
LA EXPIACIÓN TRAE RESURRECCIÓN PARA TODOS. La resurrección de los muertos debe, necesariamente, ser tan amplia como lo fue la maldición que trajo la muerte al mundo. Pablo dijo: “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que El reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos bajo sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte.”
De esto aprendemos que la Expiación alcanza y abraza a cada criatura viviente en la resurrección. Mientras haya un alma que permanezca sin redimir de la muerte física y de la tumba, la muerte no habrá sido destruida; por lo tanto, toda alma será encontrada y recibirá la resurrección. La muerte será destruida y finalmente la inmortalidad alcanzará la victoria.
CRISTO PAGÓ EL RESCATE. Por medio de la transgresión de Adán quedamos cautivos. El, y su posteridad quedó sometida a la muerte. La muerte física tuvo dominio sobre nosotros y si eso hubiese continuado, el infierno habría tenido dominio sobre nosotros. ¿Qué hizo Cristo? Nos rescató, nos restauró, nos reintegró mediante su expiación, mediante el derramamiento de su sangre. Pagó el precio, como dice Pablo, y nos rescató del cautiverio y de la esclavitud. Eso es lo que quiere decir rescatados: que El nos libró de la muerte, que pagó el precio que la muerte requería; y que nosotros, mediante su redención fuimos reivindicados por pago efectuado mediante el derramamiento de su sangre.
CRISTO CAPTURÓ AL CAUTIVERIO. Ese es el evangelio de Jesucristo, eso es lo que se enseña en nuestras Escrituras; y fue para mí motivo de sorpresa, encontrarme con esta clase de falsa doctrina enseñada por algunos, en la que Cristo no podía ser el rescate por nosotros, y que El no podía redimirnos ya que eso involucraba el pago de algo que nadie podía recibir, por lo que alguien saldría burlado.
Nadie fue burlado. La muerte recibió su pago. El infierno se vio despojado, pero el infierno no tenía derecho ni reclamo, solamente lo había supuesto. La muerte tenía derecho, pero tuvo que entregarlo porque Cristo, el Hijo de Dios, el cual nunca estuvo sujeto a la muerte, y quien siempre tuvo poder sobre la muerte, vino y la destruyó mediante el derramamiento de su sangre. De manera que estamos redimidos.
POCOS OBTIENEN LA UNIDAD CON DIOS. En inglés es común descomponer el vocablo “expiación” (“atonement”) en la forma siguiente: “at-one-ment”, buscándose así la manera de indicar la posible unidad entre el hombre y Dios. Esa unidad se desprende de las dos primeras sílabas (“at-one” – a uno, o, en uno). Pero eso es todo lo que expiación significa; de hecho, la gran mayoría de los hombres nunca llega a ser uno con Dios, aunque todos reciben la Expiación. “Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” No todos llegamos a ser “uno” con Dios, si es que queremos decir que somos devueltos para recibir la plenitud de vida que se promete a los que guardan los mandamientos de Dios y llegan a ser hijos e hijas de El.
LA HUMANIDAD FUE COMPRADA POR UN PRECIO. Lamento tener que decir que he oído a algunos miembros de la Iglesia expresar que Cristo no nos compró con su sangre. Uno de ellos ha dicho: “Que los habitantes del mundo tenían una deuda y que Jesús pagó la deuda de todos… este pensamiento viola la justicia, pues el sufrimiento del bueno para pagar la deuda del malo, es contrario a la ley de la vida”. Otro dice: “Que Jesús fue el rescate para un mundo en cautiverio… en este caso Jesús debe haberle pagado a alguien que tenía cautivo al mundo; pero en la naturaleza misma de su misión o rescate él no podía estar cautivo y Dios debe haber engañado al captor.”
Bien, tales ideas podrían hacer honor a un profano, pero no a un miembro de la Iglesia. Quienes hablan en esa forma tienen necesidad de arrepentirse; deben leer las Escrituras, muy especialmente el Libro de Mormón. Jesús vino al mundo a pagar el rescate y mediante su expiación fuimos comprados a la muerte y al infierno. La muerte y el infierno recibieron el pago —el pago total— y Cristo era el único que podía pagar esa deuda. ¿Qué quiso expresar Pablo cuando dijo que fuimos “comprados por precio”? ¿Qué quiere decir Jesús al decir de sí mismo que es nuestro “Redentor”? Si no fuimos comprados, si no fuimos rescatados por Jesucristo, entonces aún estamos en nuestros pecados y sujetos a la muerte y al infierno. Estos hombres, ignorantes en cuanto al plan de salvación, deberían leer con mayor asiduidad las Escrituras.
LA EXPIACIÓN: UN SACRIFICIO VICARIO. Todo el plan de redención está basado en el sacrificio vicario de Uno sin pecado y que se dio por toda la familia humana, la cual estaba bajo maldición. Es muy natural y justo que quien cometa el error pague la deuda, que expíe por su error. Por lo tanto, cuando Adán transgredió la ley, la justicia demandó que él, y nadie más, respondiese por el pecado y pagase la deuda con su vida.
Pero Adán, al desobedecer la ley, quedó sujeto, él mismo, a la maldición y al estar bajo ésta no podía expiar o deshacer lo que había hecho. Ni tampoco podían hacerlo sus hijos, pues estaban también bajo la maldición y se requería la intervención de alguien no sujeto a ella para así poder expiar por el pecado original. Además siendo que todos estábamos bajo la maldición, también éramos impotentes para expiar por nuestros propios pecados.
Por lo tanto, fue necesario que el Padre enviase a su Hijo Unigénito, el cual estaba libre de pecado, para expiar por nuestros pecados así como por la transgresión de Adán, cosa que la justicia demandaba que se hiciese. Consiguientemente, El se ofreció como sacrificio expiatorio y mediante su muerte en la cruz tomó sobre sí la transgresión de Adán y nuestros pecados personales, redimiéndonos de la Caída y de nuestras transgresiones, a condición de nuestro arrepentimiento.
LA EXPIACIÓN RESCATA DEL ABISMO. Ilustremos esto: Un hombre que marcha por un camino, cae en un hoyo tan profundo y obscuro que no puede salir a la superficie a gozar de su libertad. ¿Cómo puede salvarse del percance? No por su propio esfuerzo, pues no hay medio de escapar de allí: pero si él solicita ayuda y alguien de alma bondadosa y dispuesta, al oír sus gritos de auxilio, lo socorre facilitándole una escalera, él nuevamente podrá subir a la superficie.
Esta fue, precisamente, la condición que Adán impuso sobre sí y su posteridad al participar del fruto prohibido. Al hallarse todos juntos en el hoyo, ninguno podía salir a la superficie para socorrer a los demás. El hoyo significaba la expulsión de la presencia del Señor y la muerte temporal, la disolución del cuerpo. Y todos, por estar sujetos a la muerte, estaban incapacitados para proveer el medio de escape.
Por lo tanto, en su infinita misericordia, el Padre oyó el clamor de sus hijos y envió a su Hijo Unigénito, quien no estaba sujeto a la muerte ni al pecado, para proveer el medio de escape. Y esto lo hizo El mediante su expiación infinita y su evangelio sempiterno.
CRISTO TENÍA VIDA EN SÍ MISMO
LA EXPIACIÓN FUE UN ACTO VOLUNTARIO. El Salvador voluntariamente entregó su vida y la volvió a tomar para satisfacer las demandas de la justicia, la cual requirió esta expiación infinita. Su Padre aceptó este ofrecimiento en lugar de la sangre de todos los que estaban bajo la maldición, y en consecuencia sin ayuda propia. El Salvador dijo: “…pongo mi vida por las ovejas… Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre”
POR QUÉ CRISTO PUDO EFECTUAR LA EXPIACIÓN. En esto vemos que El tenía vida en sí mismo, misma que recibió del Padre, porque era su Unigénito en la carne. Y fue éste el principio que le dio poder para expiar por los pecados del mundo, tanto por la transgresión de Adán como por nuestros pecados personales, de los cuales no podíamos librarnos por nosotros mismos. Por lo tanto, Cristo murió en nuestro lugar, porque castigarnos no habría aliviado la situación ya que hubiésemos seguido sometidos a la maldición, aunque nuestra sangre hubiera sido vertida; afortunadamente mediante la muerte de Cristo recibimos vida y la tenemos “en abundancia”.
POR QUÉ CRISTO PUDO ELEGIR VIVIR O MORIR. Todo hombre nacido en este mundo heredó, de parte de Adán, la muerte; todos excepto Jesucristo. El siempre fue el señor de la muerte pues tenía el poder de morir. Eso recibió de su madre, porque ella era mortal. El tenía sangre en su cuerpo y la sangre es la vida del cuerpo mortal; cuando su corazón latía, la sangre circulaba por su cuerpo así como ocurre en el nuestro. Pero había algo más que lo hacía a El muy diferente a nosotros, El no tenía un padre mortal. José no era su Padre. El Padre de su cuerpo es el Padre de nuestros espíritus. Y a su Hijo, Jesucristo, le dio vida en sí mismo. La muerte no tenía poder sobre él…
CÓMO CRISTO OBTUVO LAS LLAVES DE LA RESURRECCIÓN. Y bien, nosotros no tenemos poder para poner (dejar) nuestra vida y volverla a tomar. Pero Jesucristo tenía el poder de poner su vida y también para volverla a tomar. Cuando fue muerto en la cruz, El se sometió a aquellos judíos inicuos. Cuando fue clavado en la cruz, también mansamente se sometió, pero tenía el poder en sí mismo, y pudo haber resistido. Vino al mundo para morir a fin de que nosotros pudiésemos vivir y su expiación por el pecado y la muerte es la fuerza por la cual nosotros somos levantados a la inmortalidad y vida eterna.
De manera que Cristo hizo por nosotros algo que no podíamos hacer y lo hizo mediante su expiación infinita. Al tercer día después de la crucifixión, levantó su cuerpo y obtuvo las llaves de la resurrección y en esa forma tiene el poder de abrir las tumbas de todos los hombres; mas no podía hacer esto hasta haber pasado El mismo a través de la muerte para conquistarla.
Bien, no es cosa difícil entender cómo Jesucristo, como Hijo de Dios, tenía poder en sí mismo, porque él heredó la vida de parte de su Padre que es eterno e inmortal. Tal vez no comprendamos cabalmente cómo fue que se le requirió que efectuase la obra vicariamente por nosotros mediante el derramamiento de su sangre, pero este es el caso y nosotros le debernos todo ya que El nos compró mediante el derramamiento de su sangre.
EL PRECIO QUE CRISTO PAGÓ POR NOSOTROS
CRISTO SUFRIÓ POR TODOS LOS QUE SE ARREPIENTEN. Cristo vino a este mundo y tomó sobre sí nuestros pecados personales a condición de nuestro arrepentimiento. Cristo no redime a hombre alguno de sus pecados personales si éste no se arrepiente y lo acepta. Todos los que rehusan aceptarlo como el Redentor y rehusan apartarse de sus pecados, tendrán que pagar el precio de sus propias acciones.
“Porque, he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten. Mas si no se arrepienten, tendrán que padecer así como yo; padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor, y echara sangre por cada poro, y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar— Sin embargo, gloria sea al Padre, bebí y acabé mis preparativos para con los hijos de los hombres.”
SUFRIMIENTO INFINITO EN LA EXPIACIÓN. Esto es lo que El hizo: tomó sobre sí, en una forma que yo no alcanzo a comprender y quizás vosotros tampoco no podéis comprender, la carga del peso combinado de todos los pecados del mundo. Es bastante difícil para mí y para vosotros sobrellevar nuestras propias transgresiones. Ninguno de nosotros es perfecto. Todos hemos hecho cosas que no debíamos, y cuando hacemos lo indebido, nos sentimos mal; nos sentimos turbados. He visto a hombres con la hiel de la amargura, con los tormentos y con la angustia de sus almas, por causa de sus pecados. Los he visto llorar de angustia a causa de sus propias transgresiones —y hasta eso, son las de una sola persona— ¿Podéis comprender el sufrimiento de Jesucristo al tomar sobre sí, no meramente mediante una manifestación física sino de una manera espiritual y mental, el peso de todos los pecados juntos?
EL MAYOR SUFRIMIENTO FUE EN GETSEMANÍ. Nosotros hablamos de la pasión de Jesucristo. Mucha gente tiene la idea de que su mayor sufrimiento tuvo lugar cuando él estuvo sobre la cruz, y le clavaron las manos y los pies. Este ocurrió antes de que fuera puesto sobre la cruz, en el Jardín de Getsemaní donde la sangre le brotó por los poros del cuerpo: “Padecimiento que hizo que yo, aun Dios, el más grande de todos, temblara a causa del dolor, y echara sangre por cada poro, y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar.”
Eso no ocurrió cuando estuvo en la cruz, sino en el jardín. Allí fue donde sangró por cada poro de su cuerpo.
Y bien, yo no alcanzo a comprender en su totalidad tal sufrimiento. Yo he sufrido dolor; vosotros también lo habéis sufrido y a veces éste ha sido muy severo; pero no puedo comprender aquel dolor que causa una angustia mental más que física, la cual puede hacer que la sangre en forma de sudor, aparezca sobre el cuerpo. Lo sucedido fue algo terrible, altamente aterrador; de manera que ahora sí entendemos por qué exclamó a su Padre: “Si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como
LOS JUSTOS ESCAPAN DEL SUFRIMIENTO MEDIANTE LA EXPIACIÓN. Un hombre mortal no habría podido soportarlo, esto es, un hombre como nosotros. No importa su fortaleza ni su poder, ningún hombre nacido en este mundo habría podido soportar el peso de la carga que soportó el hijo de Dios al tomar sobre sí mis pecados y los vuestros, y hacer posible que pudiésemos escapar de nuestros pecados. El llevó consigo nuestra carga a condición de que lo aceptáramos como nuestro Redentor y guardáramos sus mandamientos. Para algunos de nosotros es difícil, terriblemente difícil, efectuar las pequeñas cosas que se nos pide y sin embargo El sí se sintió deseoso de soportar toda la tremenda carga y el peso del pecado, no suyo, porque El no tenía pecado, sino que lo hizo para que nosotros pudiésemos escapar. Pagó el precio, el castigo de nuestros pecados.
De manera que digo que nunca se ha cometido un pecado por el cual no se haya pagado. Cristo pagó la deuda de mis pecados condicionalmente y esa condición es que yo crea en El y guarde sus mandamientos. Lo hizo también por vosotros y por todos los seres de este mundo: pero no pagó deuda alguna en la cruz, o antes de ir a la cruz, por nuestros pecados si es que nosotros aún somos rebeldes. Si somos rebeldes, tendremos que pagar la deuda nosotros mismos.
LA EXPIACIÓN Y NUESTRA FALTA DE GRATITUD
CRISTO PAGÓ POR NOSOTROS UN PRECIO INFINITO. Es imposible para los débiles mortales, y todos somos débiles, comprender cabalmente el alcance del sufrimiento del Hijo de Dios. No podemos comprender qué precio tuvo que pagar… Sin embargo, está dentro de nuestro alcance conocer y comprender que la agonía extrema de su sacrificio nos ha traído la mayor bendición que podría recibirse. Además, podemos comprender que este sacrificio supremo —el cual estaba más allá de la resistencia del hombre para poder efectuarlo o soportarlo— fue efectuado por causa del gran amor que el Padre y el Hijo tienen por el género humano.
LA INGRATITUD DE LA DESOBEDIENCIA. Nos mostramos sumamente desagradecidos a nuestro Padre y a su Hijo Amado cuando nos inclinamos a no obedecer los mandamientos en toda humildad con “corazones quebrantados y espíritus contritos”. La violación de cualquier mandamiento divino es un acto de suma ingratitud, considerando todo lo que se ha hecho por nosotros mediante la expiación de nuestro Salvador.
Nunca podremos pagar totalmente la deuda. La gratitud de nuestro corazón debería rebosar, hasta desbordar con amor y obediencia, por esta grande y tierna merced. A causa de lo que El ha hecho, nosotros no deberíamos fallarle nunca. El nos compró por un precio, el precio de su gran sufrimiento y el derramamiento de su sangre en sacrificio sobre la cruz.
Y bien, El nos ha pedido que obedezcamos sus mandamientos, y nos dice que éstos no son gravosos; sin embargo, hay muchos de nosotros que no sentimos el deseo de hacerlo. Estoy hablando ahora de toda la gente de la tierra en general. Nosotros no tenemos deseos de hacerlo. Esto ciertamente es una ingratitud. Somos desagradecidos.
Cada miembro de esta Iglesia, que viola el día de reposo, que es deshonesto en el pago de su diezmo, que no guarda la Palabra de Sabiduría, que voluntariamente viola cualquiera de los otros mandamientos que el Señor nos ha dado, es desagradecido para con el Hijo de Dios y cuando somos desagradecidos con el Hijo de Dios, lo somos también para con el Padre que lo envió.
INGRATITUD HACIA CRISTO. Si nuestro Salvador hizo tanto por nosotros, ¿cómo es que nosotros no nos sentimos inclinados a sujetarnos a sus mandamientos, que no son gravosos, que no nos causan sufrimiento alguno si tan sólo los obedecemos? y sin embargo, la gente desobedece la Palabra de Sabiduría; hay quienes rehusan cumplir sus deberes como oficiales y maestros en la Iglesia; muchos individuos se mantienen alejados de las reuniones que el Señor espera que ellos apoyen; siguen sus propios deseos si éstos están en conflicto con los mandamientos del Señor.
Si nosotros entendiésemos nuestra posición, y si amásemos al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, alma y mente… entonces obedeceríamos los mandamientos. Al no hacer esto, os digo, hermanos míos, mostramos nuestra ingratitud a Jesucristo.
El delito de la ingratitud es uno de los más generalizados y puedo decir a la vez, que es uno de los mayores delitos que afligen a la humanidad. Cuanto más nos bendice el Señor, menos lo amamos. ¡Así es como los hombres demuestran su gratitud al Señor por sus mercedes y bendiciones para con ellos!
EL PRINCIPIO DE LA EXPIACIÓN DE SANGRE
PODER PURIFICADOR DE LA SANGRE DE CRISTO. Los Santos de los Ultimos Días creemos en la eficacia de la sangre de Cristo. Creemos que mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio se obtiene la remisión de los pecados; pero esto no podría ser si Cristo no hubiera muerto por nosotros. Si creyeseis en la expiación de sangre (de los hombres) yo podría preguntaros por qué fue derramada la sangre de Cristo y en lugar de la de quiénes fue derramada. Yo podría pediros que explicaseis las palabras de Pablo “y sin derramamiento de sangre no se hace remisión”.
¿Entendéis que hay ciertos pecados que el hombre puede cometer y por los cuales la sangre de Cristo nada puede hacer? ¿No sabéis, también, que este principio es enseñado en el Libro de Mormón? ¿Y no es ésta una razón más para descartar el libro así como el nombre? ¿No es mejor, acaso, apoyarse en las Escrituras para encontrar la solución a los problemas de esta clase? (Nota del traductor: Aquí el presidente Smith se está dirigiendo a quienes sostienen que los Santos de los Ultimos Días creen en la expiación de sangre de los hombres y refuta las acusaciones falsas relativas a la doctrina de la Expiación.)
VERDADERO PRINCIPIO DE LA EXPIACIÓN DE SANGRE. Y ahora una palabra o dos sobre el tema de la expiación de sangre. ¿En qué consiste este principio?. Sin adulterarla, si me permitís, dejando de lado las malévolas insinuaciones y las falsas acusaciones que a menudo se han hecho, se reduce sencillamente a esto: mediante la expiación de Cristo toda la humanidad puede ser salva, por la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio. La salvación tiene dos aspectos: uno general, la que viene a todos los hombres independientemente de su creencia (en esta vida) en Cristo— y otro individual, aquella que el hombre merece por sus propias acciones a través de la vida y por la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio.
Mas el hombre puede cometer ciertos pecados graves, de acuerdo con su luz y conocimiento, que lo colocarán más allá del alcance de la sangre expiatoria de Cristo. Si entonces desea ser salvo deberá hacer el sacrificio de su propia vida para expiar —hasta donde su poder lo permita— por ese pecado, pues la sola sangre de Cristo bajo ciertas circunstancias, no alcanzará para redimirlo.
LOS ASESINOS Y LA EXPIACIÓN. ¿Creéis en esta doctrina? Si no creéis os digo: ¡no creéis en el verdadero principio de la expiación de Cristo!, Este es el principio que os complace llamar “la expiación de sangre del brighamismo”, es el principio de Cristo nuestro Redentor, quien murió por nosotros. También es la doctrina de José Smith y yo la acepto.
¿En lugar de quién murió Cristo?. Me gustaría que los miembros de vuestra iglesia pudiesen ser suficientemente justos como para comentar sobre este tema relativo a sus méritos.
Nuevamente os recomiendo la lectura esmerada de las citas dadas en mi carta abierta. Las encontraréis en esta forma: Libro de Mormón: 2 Nefi 9:35; Alma 1:13-14, y 42:19.Biblia, Versión Inspirada. Génesis 9:12-13; Lucas 11:50; Hebreos 9:22 y 10:26-29; 1 Juan 3:15 y 5:16. Doctrinas y Convenios 42:18-19, 79; 87:7; 101:80.
A éstas añadiré: “Cualquiera que diere muerte a alguno, por dicho de testigos morirá el homicida; mas un solo testigo no hará fe contra una persona para que muera. Y no tomaréis precio por la vida del homicida, que es culpable de asesinato; indefectiblemente morirá… Y no contaminaréis la tierra donde estuviereis, porque esta sangre mancillará la tierra; y la tierra no será expiada de la sangre que fue derramada en ella, sino por la sangre del que la derramó.”
HOMBRES DE LA ANTIGÜEDAD QUE FUERON MUERTOS POR CAUSA DE SUS PECADOS. ¿Queréis referencias de algunos pasajes en los que se habla de hombres que fueron muertos en justicia para expiar por sus pecados? ¿Qué me decís de la muerte de Nehor? ¿Y de Zemnaríah y sus seguidores? ¿Qué en cuanto a Er y Onán, a quienes el Señor mató? ¿Y de Nadab y Abiú? ¿Y de la muerte de Acán?
¿No fueron éstos muertos en justicia para expiar sus pecados? y era de esta clase de casos de los cuales hablaba el presidente Young en el discurso que vosotros erróneamente citáis. El nos lo dice en el mismo discurso y en la parte que vosotros no mencionáis y que dice así:
“Ahora considerad a los malvados, y yo puedo mostraros donde el Señor tuvo que matar a toda alma de los israelitas que salieron de Egipto excepto a Caleb y Josué. El los mató por mano de sus enemigos, por plagas y por espada. ¿Por qué? Porque los amaba y había prometido a Abraham que los salvaría.”
LA EXPIACIÓN Y LOS PECADOS DE MUERTE. José Smith enseñó que había ciertos pecados sumamente graves que el hombre podía cometer, y que los mismos colocarían a los transgresores más allá del poder de la expiación de Cristo. Si estas ofensas son cometidas, entonces la sangre de Cristo no los limpiará de sus pecados aun cuando se arrepientan. Por lo tanto, su única esperanza estriba en que su sangre sea derramada para expiar sus pecados, tanto como sea posible, por su bien. Este es un principio basado en las Escrituras y aparece en todos los libros canónicos de la Iglesia. Fue establecido en el principio: “El que derramare la sangre del hombre, por el hombre su sangre será derramada; pues el hombre no derramará la sangre del hombre. Pues un mandamiento os doy, que el hermano de todo hombre preservará la vida del hombre, pues a mi propia imagen he hecho al hombre.”
Esta era la ley entre los nefitas: “¡Ay del asesino que mata intencionalmente! porque morirá.” Juan dice: “Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá y Dios le dará vida: esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida.”
PRACTICA UNIVERSAL DE LA EXPIACIÓN DE SANGRE. Cada nación, desde que el mundo empezó, ha practicado la expiación de sangre, por lo menos en parte ya que esta doctrina se basa en las Escrituras. Y los hombres, por causa de ciertos pecados, han tenido que expiar por sus pecados, hasta donde les ha sido posible; pecados que los han colocado más allá del poder redentor de la sangre de Cristo.
Pero que la Iglesia practica la “expiación de sangre” con los apóstatas y con otros, según predican los ministros de la Iglesia Reorganizada es una falsedad condenable por la cual estos detractores deben responder.
LEY DE LA PENA CAPITAL. En cumplimiento de esta doctrina, y en armonía con las Escrituras, mismas que ha sido la ley justa desde los días de Adán hasta la época presente, los fundadores de Utah incorporaron en las leyes del Territorio, las medidas necesarias para la ejecución de aquellos que deliberadamente derramasen la sangre de sus semejantes. Esta ley, la cual ahora rige a todo el Estado, otorga al asesino convicto el privilegio de escoger su muerte ya sea en la horca o en el paredón y así poder derramar su sangre en armonía con la ley de Dios y de esta manera expiar, tanto como sea posible, por la muerte de la víctima. Casi sin excepción el condenado elige este último método.
Esta acción es ejecutada por la autoridad estatal representante de las leyes terrenales, no por la de la Iglesia. Esta ley fue incluida en los estatutos mediante los esfuerzos de los legisladores mormones y le concede al acusado el derecho de un juicio legal. Es por basarse en lo anterior que la vil acusación a la que os sentís inclinados a repetir, ha sido interpretada erróneamente por los enemigos de la Iglesia, quienes prefieren creer esta mentira. Cuando los hombres acusan a la Iglesia de practicar la “expiación de sangre” en aquellos que niegan la fe, sobre cualquier criatura viviente, saben que están dando falso testimonio y comparecerán como culpables ante el tribunal de Dios.
LA IGLESIA NUNCA PRACTICÓ TAL EXPIACIÓN DE SANGRE. Vuestro informe dice: “Esta doctrina fue implantada por Brigham Young” y significaba “la muerte para cualquiera que dejase la Iglesia… que el apóstata cuyo cuello fuese cortado de oreja a oreja… salvaría su alma”. La razón por la que habéis dicho esto último, vosotros la conocéis bien; ¿mas no os disteis cuenta de que no fue sino la repetición de los desvaríos de los enemigos de la Iglesia, sin un grano de verdad en ello?
¿No sabíais que ni un solo individuo fue “expiado en sangre”, por apostasía o por causa alguna como os gusta decir? ¿No sabíais, al repetir esta absurda acusación, que fue hecha por los más mordaces enemigos de la Iglesia antes de la muerte del profeta José Smith? ¿Sabéis de alguien cuya sangre haya sido vertida por mandamiento de la Iglesia, o por miembros de ella, para “salvar su alma”? ¿No os disteis cuenta de que estabais envenenando a la gente contra los élderes (ancianos) mormones, y que tales acusaciones maliciosas e insinuaciones falsas han producido mártires para la Iglesia, cuya sangre no “cesa de subir de la tierra a los oídos del Señor de los Ejércitos”?
En ningún momento de la historia de este pueblo se puede señalar un día en el que la Iglesia haya intentado hacer juicio, o ejecutar a un apóstata según vuestra declaración. Hoy en día viven en el estado de Utah hombres que dejaron la Iglesia en los albores de la historia de ésta, y quienes se sienten seguros y están salvos y libres de cualquier vejación de parte de sus ex asociados como lo estáis vosotros o como podría estarlo cualquier otro hombre.
ALCANCE INFINITO DE LA EXPIACIÓN
NATURALEZA DE LA EXPIACIÓN. En el “Compendium” que se publicó por primera vez en una temprana época, se encuentra esto: “El vocablo expiación significa liberación mediante el ofrecimiento de un rescate, a causa del castigo impuesto por una ley quebrantada. El sentido está expresado en Job 33:24: “…lo libró de descender al sepulcro, que halló redención”. Tal como fue efectuada por Jesucristo, significa la liberación —mediante su muerte y resurrección— de la tierra y todo lo relativo a ella; del poder que la muerte ha obtenido sobre ellos a causa de la transgresión de Adán.”
En la página siguiente, dice: “Estos pasajes dan evidencia de que la redención de los muertos, mediante el sufrimiento de Cristo, es para todos los hombres, tanto los justos como para los malvados; para esta tierra y para todas las cosas que han sido creadas sobre ella.”
EXPIACIÓN PARA LA TIERRA Y TODA FORMA DE VIDA. Yo creo en Jesucristo como Hijo de Dios y Unigénito del Padre en la carne; que El vino al mundo como Redentor y como Salvador; y que mediante su muerte, su ministerio y el derramamiento de su sangre, ha efectuado la redención de la muerte para todos los hombres, para todas las criaturas; no solamente para el hombre, sino para toda criatura viviente, y aun para la tierra misma sobre la cual estamos, pues se nos ha enseñado por revelación, que ella también recibirá la resurrección y saldrá para ser coronada como cuerpo celestial y para ser morada de seres celestiales eternamente.
























