Doctrina de Salvación Tomo 2

Capítulo 18

La Santa Cena y La Salvación


LA LEY DE LA SANTA CENA

SE MANDA QUE LOS SANTOS PARTICIPEN DE LA SANTA CENA. En la dispensación actual, cuando la Iglesia fue organizada, el Señor dijo: “Conviene que la iglesia se junte a menudo para participar del pan y vino en memoria del Señor Jesús.” Luego siguen las palabras exactas que deben ser usadas en la bendición del pan y del vino, o del agua, la cual por revelación ha venido a substituir al vino.

Reunirse a menudo con este propósito es un requisito impuesto a los miembros de la Iglesia, el cual tiene tanta vigencia sobre ellos en su observación como cualquier otro principio u ordenanza del evangelio. Ningún miembro de la Iglesia que rehuse observar esta santa ordenanza puede retener la inspiración y la guía del Espíritu Santo.

Es tan cierto hoy en día como lo fue en los días de Pablo, que muchos miembros de la Iglesia están débiles y enfermos, en espíritu y en cuerpo, y muchos duermen, porque han fracasado en mostrar su amor y obediencia al Señor mediante la obediencia a sus mandamientos.

LA SANTA CENA DA TESTIMONIO DEL SACRIFICIO EXPIATORIO. La ingratitud es el más prevaleciente de todos los pecados, y uno de los más grandes. Jesucristo vino al mundo, no para hacer la voluntad del hombre, sino para hacer la voluntad de su Padre, y dijo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” El amor de nuestro Salvador fue igualmente grande y por causa de ese amor El se sintió deseoso de sufrir y morir, para poder llevar a todos los hombres la resurrección y la vida eterna a aquellos que estuviesen deseosos de creer y obedecer su evangelio.

En memoria de este gran acto de amor infinito, el cual ha sido el medio para redimir a un mundo caído, quienes anuncian su nombre muestran la gratitud que tienen y del mismo modo “la muerte del Señor… hasta que él venga”. cumpliendo esta santa ordenanza.

LOS MIEMBROS DE LA IGLESIA OBTIENEN EL ESPÍRITU MEDIANTE LA SANTA CENA. Pero la ordenanza significa más que eso. Al comer el pan y beber el agua, hacemos convenio de que comeremos y beberemos en memoria del sacrificio que El hizo por nosotros al dejar destrozar su cuerpo y al derramar su sangre; también, que estamos deseosos de tomar sobre nosotros el nombre del hijo; que siempre lo recordaremos; que guardaremos sus mandamientos que El nos ha dado. En este acto testificamos al Padre, mediante su solemne convenio en el nombre del Hijo, que haremos todas estas cosas. A través de nuestro fidelidad a estos convenios, se nos promete que siempre tendremos el espíritu del Señor con nosotros para guiamos en toda verdad y justicia.

¿Cómo puede un hombre que rehusa reunirse a menudo con sus hermanos para observar este mandamiento, tener derecho a reclamar la guía y las bendiciones del Señor? Sin embargo, aunque parezca extraño decirlo, hay quienes aparentemente tienen esta falsa comprensión.

LA SANTA CENA REEMPLAZA AL SACRIFICIO. La participación de estos emblemas constituye una de las ordenanzas más santas y sagradas en la Iglesia, una ordenanza que ha reemplazado a la matanza del cordero pascual y al hecho de comerlo, cosa que era simbólica del sacrificio de nuestro Redentor sobre la cruz, ordenanza dada a Israel en Egipto en memoria del gran sacrificio que para ellos era futuro.

Del tiempo del éxodo, desde Egipto hasta la crucifixión de nuestro Redentor, los israelitas tenían el mandamiento de guardar la Pascua en cierta época del año. En la noche solemne antes de la crucifixión, el Señor cambió esta ordenanza y en su lugar dio la Santa Cena. Se nos ha mandado reunirnos a menudo, no solamente una vez al año, e ir a la casa de oración y allí recordar a nuestro Redentor y hacer convenio con El participando a menudo de esta santa ordenanza.

LA SANTA CENA NO ES UNA CENA. Esta ordenanza no era solamente para los apóstoles, sino para todos los miembros de la Iglesia, y era costumbre de los santos antiguos reunirse a menudo para cumplir este propósito, tal como se les había mandado. Luego vinieron los días de la apostasía cuando esta ordenanza sencilla y santa fue cambiada a una festividad, lo cual arrancó de Pablo una reprensión porque la Santa Cena había sido cambiada por una cena de ruidosa festividad y borrachera. La Santa Cena no es una “cena”, aunque ha llegado a ser costumbre llamarla así.

LA REUNIÓN SACRAMENTAL

LA PRIMERA REUNIÓN SACRAMENTAL. A juicio mío la reunión sacramental es la más sagrada, la más santa de todas las reuniones de la Iglesia. Al reflexionar en cuanto a la reunión del Salvador y los apóstoles en aquella noche memorable cuando El introdujo la Santa Cena, cuando pienso en esa ocasión solemne, mi corazón se llena de asombro y mis sentimientos se conmueven. Considero aquella reunión como una de las más solemnes y maravillosas desde el comienzo del tiempo.

Allí el Salvador les enseñó en cuanto a su próximo sacrificio, el cual en su azoramiento ellos no podían entender. El claramente les habló de su muerte y de su sangre que sería derramada, y esto fue dicho en la misma hora de su agonía por ¡os pecados del mundo. Fue una ocasión muy solemne; allí la Santa Cena fue instituida y los discípulos recibieron el mandamiento de reunirse a menudo y conmemorar la muerte y los sufrimientos de Jesucristo, pues su sacrificio era para la redención del mundo.

El estaba a punto de tomar sobre sí la responsabilidad de pagar la deuda acarreada al mundo mediante la Caída, para que los hombres pudieran ser redimidos de la muerte y del infierno. El había enseñado que tenía que ser crucificado para poder atraer a todos los hombres para sí, y para que todos los que se arrepintieren y creyeren en El, guardando sus mandamientos, no sufrieren, pues El llevaría sobre sí los pecados de ellos.

RENOVACIÓN DE LOS CONVENIOS EN LA REUNIÓN SACRAMENTAL. Nosotros hemos sido llamados a conmemorar este gran acontecimiento y a tenerlo presente constantemente. Con este fin se nos llama a reunirnos una vez a la semana para participar de estos emblemas, testificando que recordamos a nuestro Señor, que estamos deseosos de tomar sobre nosotros su nombre y que guardaremos sus mandamientos. Se nos ha pedido que renovemos cada semana este convenio, y no podemos retener el Espíritu del Señor si no cumplimos con este mandamiento. Si amamos al Señor, estaremos presentes en estas reuniones con un espíritu de adoración y oración, recordando al Señor y el convenio que tenemos que renovar cada semana mediante este sacramento tal como El lo ha requerido de nosotros.

NORMAS PARA LAS REUNIONES SACRAMENTALES. No creo que el Señor esté complacido con nosotros cuando convertimos esta sagrada reunión en un concierto. Yo no creo que El esté complacido con nosotros ni nos reunimos en esta ocasión con un espíritu de liviandad y no de solemnidad. Estoy seguro de que El no está complacido cuando ha hombres invitados a hablar en estos servicios, hombres cuyos corazones no están tocados por los principios del evangelio, y cuando ellos no tienen fe en la misión de Jesucristo y cuando ellos arrojan dudas sobre la eficacia de su expiación y sobre el sacrificio que hizo por los pecados del mundo. Estoy seguro de que El no se siente complacido cuando nos reunimos en tales ocasiones para divertirnos, para ser entretenidos en lugar de ser enseñados y obtener educación y pensamientos y reflexiones espirituales.

Yo no creo que sea necesario, muy frecuentemente al menos, que los oficiales que presiden salgan de sus barrios Y estacas para buscar oradores; no es que esto sea algo que no deban hacer nunca, pero creo que muchas veces ignoramos a hombres dignos que viven en nuestros barrios, los cuales están llenos del espíritu del evangelio. Yo sé que a mí no me agrada cuando asisto a un servicio y se llama a alguien a hablar, quien parándose ante la congregación presenta, aunque de forma agradable, algunas trivialidades y filosofías de hombres —las ideas de aquellos que hoy en día moldean el pensamiento del mundo, pero quienes en su propio corazón no tienen fe ni amor por Jesucristo— o los que comentan asuntos en discrepancia con los principios fundamentales del evangelio.

NATURALEZA SOLEMNE DE LAS REUNIONES SACRAMEN­TALES. Yo creo que esta es una ocasión en la que el evangelio debe ser presentado, en la que debemos ser llamados a ejercer fe y a reflexionar en cuanto a la misión de nuestro Redentor, y a usar el tiempo en la consideración de los principios de salvación del evangelio, y no en otros propósitos. La diversión, la risa, la liviandad, todo eso está fuera de lugar en las reuniones sacramentales de los Santos de los Ultimos Días, Deberíamos congregarnos en el espíritu de oración, de mansedumbre, con devoción en nuestro corazón. No sé de ningún otro lugar donde podamos reunirnos y reflexionar más, y ser más solemnes, y donde se deba mantener más el espíritu de adoración.

LA REVERENCIA ES NECESARIA EN LAS REUNIONES SACRAMENTALES. Los miembros de la Iglesia están bajo obligación y mandamiento de vivir “de toda palabra que sale de la boca de Dios”, y mediante su estudio y fe, de adorar al Padre y al Hijo en Espíritu y en verdad. Demasiado frecuentemente lo Santos de los Ultimos Días se comportan con una conducta ajena a estas instrucciones definidas.

En nuestras reuniones sacramentales, y en otras reuniones solemnes, ocasionalmente se infiltra un espíritu de liviandad y de ruido antes de que la reunión se inicie. Y, entonces, a veces se permite que haya ciertos actos durante la adoración, los cuales no están en armonía con el espíritu de la reunión. Se nos manda desechar “los pensamientos ociosos”, y el “exceso de risa” y “todas vuestras conversaciones livianas, de toda risa, de todos vuestros deseos de concupiscencia, de todo vuestro orgullo y frivolidad y de todos nuestros hechos malos”.

La indebida liviandad en una reunión sagrada estorba a la libre expresión del Espíritu Santo. Todos nuestros cantos así como nuestra oratoria deben estar en pleno acuerdo con la naturaleza de estos servicios sagrados. Las despedidas de misioneros, dirigidas en las reuniones sacramentales, frecuentemente tienen un espíritu nocivo para la naturaleza de esos servicios. El Señor nos instruye que evitemos tal tipo de falsedades en el servicio de adoración.

PARTICIPACIÓN INDIGNA DE LA SANTA CENA. La reunión sacramental es la más sagrada y la más importante de las reuniones requeridas a todos los miembros de la Iglesia. Si algunos de los miembros no están en buena posición con relación a la fe, si en su corazón tienen cualquier sentimiento de odio, envidia o de pecado de cualquier índole, no deberían participar de estos emblemas. Si hay diferencias o sentimientos ásperos entre los hermanos, estas diferencias deberían ser ajustadas antes que las partes culpables participen de ellos; de otro modo comerán y beberán indignamente y traerán sobre sí la condenación mencionada por Pablo. Todos deberíamos ver que nuestro corazón y nuestras manos estén limpios y puros.

Los miembros de la Iglesia que habitualmente se ausentan de la reunión sacramental y que no participan en los Convenios que la Santa Cena requiere de ellos, son culpables de serio pecado y están bajo grave condenación. El Espíritu del Señor no puede morar en ellos y ellos se niegan a sí mismos la guía de ese Espíritu.

La ausencia voluntaria y prolongada es un signo de apostasía, y si se persiste en ella llevará a que uno comience a encontrar faltas y desacuerdos con las autoridades, y al malentendimiento y a la crítica de los principios de la Iglesia. Si continúa tal curso de acción, hará que quienes lo sigan se aparten de la Iglesia, pues el Espíritu del Señor no puede ser su compañero si ellos muestran indiferencia hacia este mandamiento sagrado.

EL CONVENIO DE LA SANTA CENA

NATURALEZA DEL CONVENIO DE LA SANTA CENA. A menudo me he preguntado si entendemos plenamente el significado y la importancia de los convenios que hacemos al participar de estos emblemas en memoria del cuerpo y de la sangre de Jesucristo. Es nuestro deber considerar cuidadosa y conscientemente la naturaleza de estas oraciones al oírlas en nuestras reuniones. Hay cuatro cosas muy importantes que nos comprometemos a hacer cada vez que participamos de estos emblemas, y participando damos señal de que nos sometemos plenamente a las obligaciones y ellas a su vez tienen vigencia sobre nosotros. Estas son las siguientes:

  1. Comemos en memoria del cuerpo de Jesucristo, prometiendo que siempre recordaremos su cuerpo herido e inerte sobre la cruz.
  2. Bebemos en memoria de la sangre que fue derramada por los pecados del mundo, la cual expió por la transgresión de Adán, y la cual nos libera de nuestros propios pecados a condición de nuestro verdadero
  3. Hacemos convenio de que estaremos deseosos de tomar sobre nosotros el nombre del ¡lijo y que lo recordaremos siempre. Observando este convenio prometemos que seremos llamados por su nombre y que nunca haremos cosa alguna que acarree vergüenza o reproche sobre ese nombre.
  4. Hacemos convenio de que guardaremos los mandamientos que El nos ha dado, no sólo un mandamiento, sino que estaremos deseosos de vivir “de toda palabra que sale de la boca de Dios”.

Si hacemos estas cosas, entonces se nos promete la guía constante del Espíritu Santo, y si no hacemos estas cosas, no tendremos esa guía.

VIOLACIÓN DEL CONVENIO DE LA SANTA CENA. También me he preguntado cómo es que algunos miembros de la Iglesia pueden ir al servicio sacramental y participar de estos emblemas, y hacer estos convenios solemnes y luego, apenas termina la reunión, pueden ir a algún lugar de diversión, a una exhibición cinematográfica, a un juego deportivo o algún balneario, o reunirse en alguna casa para jugar a las cartas.

Cuando se hace alguna de estas cosas, la persona culpable viola este convenio sagrado hecho o renovado tan recientemente ¿Es que quienes hacen esto prestan tan poca atención a sus obligaciones que no llegan a sentir realmente su significado? O piensan que el Señor en su abundante bondad y misericordia pasará por encima de sus flaquezas? ¿O es que ellos consideran que no es un gran pecado después de todo, violar los convenios hechos en esta manera? Naturalmente, solamente los que son culpables pueden responder a estas preguntas.

Queda el hecho, sin embargo, de que cuando caemos en hábitos de esta clase somos violadores de convenios y culpables de ofensas, tal como lo enseño Pablo, ofensas de la clase más grave. Por causa de estas infracciones a los mandamientos, y el quebrantamiento de los convenios tomados tan solemnemente, muchos entre nosotros están en la misma condición en la que estaban otros en los días de Pablo; están enfermos espiritualmente, débiles en la fe y duermen el sueño espiritual que lleva a la muerte.

LA SANTA CENA ES UN INCENTIVO HACIA LA RECTITUD. La razón principal y sobresaliente por la que deberíamos asistir a estos servicios es que podemos renovar nuestros convenios participando de la Santa Cena. El punto de quién se encargará de la oratoria, es secundaria, aunque con demasiada frecuencia se le considera como lo principal. Nuestra fe es siempre medida por medio de nuestras obras. Si apreciamos plenamente las muchas bendiciones de que gozamos por la redención hecha para nosotros, no hay nada que el Señor pudiera demandarnos que no estuviéramos ansiosamente dispuestos a hacer.

¿Creéis que el hombre que va al servicio sacramental con el espíritu de oración, humildad y adoración, y que participa de estos emblemas que representan al cuerpo y sangre de Jesucristo, quebrantará a sabiendas los mandamientos del Señor?

Si el hombre comprende cabalmente lo que significa participar de la Santa Cena, que hace convenio de tomar sobre sí el nombre de Jesucristo y de recordarlo siempre y guardar sus mandamientos, y que este voto es renovado semana a semana, ¿creéis que ese hombre fallará en pagar sus diezmos? ¿Creéis que ese hombre no santificará el día de reposo o que será negligente en vivir la Palabra de Sabiduría? ¿Creéis que dejará de orar y que no atenderá sus deberes en el quórum y otros deberes en la Iglesia? Me parece que cualquier violación de estos principios y deberes sagrados es imposible cuando el hombre sabe lo que significa hacer tales votos semana a semana ante el Señor y ante sus santos.

Si nosotros tenemos el entendimiento correcto, viviremos en pleno acuerdo con los principios de la verdad y andaremos en rectitud ante el Señor. ¿Cómo podemos recibir su Espíritu en otra forma? Veo el sentido del mandamiento que el Señor nos ha dado de reunirnos frecuentemente y de participar de estos emblemas en conmemoración de su muerte. Es nuestro deber congregarnos y renovar nuestros convenios y tomar sobre nosotros renovadas obligaciones de servir al Señor y de guardar sus palabras.

DURANTE EL SERVICIO SACRAMENTAL RECORDAD LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO. ¿Cómo puede un hombre, luego de hacer tales convenios, defraudar a su prójimo? ¿Y robar al Señor? ¿Y quebrantar cualquier otro mandamiento, y rehusar andar en la luz de la verdad? Estoy seguro de que si pudiéramos imaginar ante nosotros (como yo he tratado de hacerlo muchas veces), la solemne ocasión en la que el Salvador se reunió con sus apóstoles, si pudiésemos verlos reunidos allí, el Señor en su tristeza por los pecados del mundo, lamentando por uno de sus apóstoles que lo iba a traicionar, y sin embargo enseñado a aquellos once hombres que lo amaban a la vez que El hacía convenio con ellos, estoy seguro de que sentiríamos en nuestro corazón que nunca lo abandonaríamos.

Si pudiéramos verlos allí reunidos y pudiéramos comprender el peso de la carga que estaba sobre nuestro Señor, y los viéramos salir después de la cena y de cantar un himno, el Señor para ser traicionado y recibir las burlas y el desprecio, los discípulos para abandonarlo en la hora de su más dura prueba, si pudiéramos entender todo esto (aunque sea tenuemente, y tenuemente debe ser, estoy seguro, mis hermanas y hermanos), querríamos andar siempre en la luz de verdad. Si pudiéramos ver al Salvador de los hombres sufriendo en el jardín y sobre la cruz y pudiésemos comprender todo lo que ello significó para nosotros, desearíamos obedecer sus mandamientos y amaríamos al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, con todo nuestro poder, mente y fuerza y en el nombre de Jesucristo lo serviríamos.

LOS NIÑOS Y LA SANTA CENA

TODOS LOS MIEMBROS DEBEN CONCURRIR A LA REUNIÓN SACRAMENTAL. Este es un requisito impuesto a todos los miembros de la Iglesia. Nadie queda eximido o dispensado, con excepción de los que sufren imposibilidad debida a enfermedad. Tampoco hay límites de edades. Hace muchos años se otorgó el privilegio de administrar la Santa Cena en la Escuela Dominical, pues se pensó que allí los niños aprenderían a tener reverencia hacia esta ordenanza sagrada. Esta innovación, sin embargo, no exime ni dispensa y nunca se pensó que lo hiciese, a los miembros de la Iglesia en relación con su concurrencia a los servicios sacramentales establecidos. Este mandamiento es para todos los miembros de la Iglesia, viejos y jóvenes, cojos, ciegos, sordos y todos los que físicamente están capacitados para concurrir.

El hecho de que esta ordenanza haya sido permitida a las Escuelas Dominicales, ha hecho nacer, entre algunos miembros de la Iglesia, el sentimiento de que a los niños se les exima de concurrir regularmente al servicio sacramental, pero este no es el caso. “Acuérdate de tu Creador”, leemos en las Escrituras, “en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento.”

Y Malaquías declara: “Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre.” Y así será hoy en día, se llevará un libro de memoria de todos los que honran al Señor en los convenios requeridos de nosotros en la ordenanza de la Santa Cena.

LOS NIÑOS APRENDERÁN EN LA REUNIÓN SACRAMEN­TAL. Entre los nefitas, en la época en que sus almas habían sido colmadas de fe debido a la visita personal del Señor, se escribió que ellos encontraban deleite en andar según los mandamientos que habían recibido, “perseverando en el ayuno y en la oración, y reuniéndose a menudo, tanto para orar como para escuchar la palabra del Señor”. Además, sus niños pequeñitos fueron bendecidos con manifestaciones excepcionales.

El Señor ha establecido la edad de responsabilidad en los ocho años. Al llegar a esta edad los niños deben ser bautizados y así llegan a tener derecho a todas las bendiciones como miembros de la Iglesia. El niño que se ha convertido en miembro de la Iglesia mediante el bautismo está bajo el mismo mandamiento —ya que es para todos los miembros de la Iglesia— de asistir con regularidad a las reuniones sacramentales establecidas.

Cualquier hombre que se considere devoto y que es fiel en su propia asistencia personal a estas reuniones, pero que olvida este deber en bien de sus hijos, y les permite andar corriendo por las calles, u ocupar su tiempo de alguna forma contraria a lo que el Señor ha mandado, es culpable de transgresión. ¿No ha recalcado el Señor que es deber de los padres en Sión o en cualquiera de sus estacas, enseñar a sus hijos los principios del reino y que si no se ocupan de este deber importante, el pecado caerá sobre la cabeza de los padres?

¿En qué mejor forma puede un padre enseñar a sus hijos, que por medio del ejemplo? ¿Dónde pueden los niños aprender mejor en cuanto a las vías del Señor que concurriendo a estas reuniones sagradas? Sin embargo, muy frecuentemente encontramos que los miembros más jóvenes de la Iglesia están ausentes en estás reuniones sacramentales.

LOS NIÑOS DEBEN CONCURRIR A LA REUNIÓN SACRA­MENTAL. No tenemos justificación alguna de pensar que si los niños asisten a la Escuela Dominical y allí participan del pan y del agua en memoria del cuerpo y de la sangre de nuestro Redentor, ya han cumplido con su deber. El Señor ha requerido de ellos —como miembros de la Iglesia— que concurran a la reunión establecida que El mismo ha ordenado y señalado para el beneficio y salvación de todos los miembros de su Iglesia.

No hay nada en el plan de salvación que los niños pequeñitos no puedan entender. Algunas iglesias han obscurecido sus principios con misterio y ceremonias simbólicas que ni los mismos adultos pueden comprender, pero esto es ajeno al evangelio de Jesucristo. De otro modo nuestro Salvador habría establecido los veintiún años como edad de responsabilidad o en algún otro período en el que la mente esté madura y no a los ocho años. Hermanos y hermanas —padres de Sión— es vuestro solemne deber concurrir regularmente al servicio sacramental de la Iglesia y sobre vosotros también descansa la obligación de ver que vuestros hijos, los que os son encargados por vuestro Padre Celestial, también estén allí.

LOS NIÑOS DEBEN PARTICIPAR DE LA SANTA CENA. Todos los niños pequeñitos virtualmente pertenecen a la Iglesia hasta llegar a los ocho años de edad. Si muriesen antes de esa edad, entrarían al reino celestial. El Salvador dijo: “De los tales es el reino de los cielos.” ¿Por qué, entonces, privarlos de la Santa Cena?

LOS QUE NO SON MIEMBROS Y LA SANTA CENA. Los que no son miembros no pueden cumplir con los convenios implícitos en las bendiciones de la Santa Cena, por lo cual no deberían participar de ella. Son suficientemente maduros como para razonar y entender que este sacramento, en lo que concierne a los adultos, es para quienes se han arrepentido de sus pecados en las aguas bautismales.

Sería muy apropiado decir en una reunión: “Ahora la Santa Cena será repartida para los miembros de la Iglesia”, si es que hay no miembros presentes; de otro modo no hay necesidad de decir nada de esta naturaleza. Si hay no miembros presentes y participan de los emblemas, no debemos hacer nada para evitarlo, pues evidentemente lo están haciendo de buena fe, a pesar de la naturaleza del convenio.

NEGAR LA SANTA CENA A LOS INDIGNOS. El Señor ha dicho que no deberíamos permitir que alguien participe de la Santa Cena indignamente. Esto, según lo entiendo, se refiere a cualquiera de la Iglesia que haya estado en transgresión de algún tipo y que no se haya arrepentido. También se aplica a los apóstatas.

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