Doctrina de Salvación Tomo 2

Capítulo 3

Exaltación


COHEREDEROS CON JESUCRISTO

EXALTACIÓN: LLEGAR A SER SEMEJANTE A DIOS. Los que reciben la exaltación en el reino celestial se les promete la plenitud de ésta. “Todas las cosas son suyas, sea vida o muerte, o cosas presen­tes o cosas futuras.” Nuestro Padre en el cielo es infinito; es perfecto; posee todo el conocimiento y la sabiduría. Sin embargo, no está celoso de su sabiduría y perfección, sino que se gloría en el hecho de que es posible que sus hijos que le obedezcan en todas las cosas y perduren hasta el fin, lleguen a ser semejantes a El.

El hombre tiene dentro de sí mismo el poder, que el Padre le ha conferido, de desarrollarse en la verdad, fe, sabiduría y todas las virtudes, para que finalmente llegue a ser semejante al Padre y al Hijo; esta virtud, sabiduría y conocimiento de parte del hombre fiel no le roba al Padre y al Hijo, sino que aumenta su gloria y dominio. Así está determinado, que los que son dignos se conviertan en sus hijos y coherederos con nuestro Redentor, sean herederos del reino del Padre, y posean los mismos atributos en su perfección, que ahora el Padre y el Hijo poseen.

TODO LO QUE EL PADRE TIENE. Los que son fieles en obtener el sacerdocio y magnificar su llamamiento, se convierten en miembros de la Iglesia del Primogénito, y reciben todo lo que el Padre tiene; y esto es de acuerdo con un juramento y convenio que no puede quebrantarse. Ahora bien, ¿cómo van a recibir todo lo que el Padre tiene, si se les niega algo? y si no se les niega nada, ¿cómo pueden recibir todo lo que El tiene y no llegar a ser como El es, es decir, dioses ellos mismos?.

¿Cómo pueden los santos recibir de su plenitud y ser iguales al Señor y no ser como El es, es decir, dioses?

Mediante su Hijo, el Padre ha prometido que todo lo que El tiene le será dado a los que obedecen sus mandamientos. Ellos crecerán en conocimiento, sabiduría y poder, yendo de gracia en gracia, hasta que la plenitud del día perfecto se despliegue ante ellos. Mediante la gloria y bendición del Todopoderoso se convertirán en creadores. Se les dará todo poder, dominio y fuerza, y serán los únicos sobre quienes se conferirá esta gran bendición.

Todos los demás, no importa cuánto conocimiento, sabiduría y poder puedan obtener, estarán limitados a sus diversas esferas, pues no pueden lograr la plenitud que se reserva a aquellos que pueden pasar a los ángeles y dioses que están allí para guardar el camino de esta gran exaltación.

CÓMO SE GANA UNA PLENITUD DE LUZ Y VERDAD. “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” Estas son las palabras de nuestro Maestro, y es la obediencia a El y a su palabra la que revela las glorías y misterios del reino del cielo. Estas no pueden ser reveladas en ninguna otra forma.

Toda luz y toda verdad viene de Dios. Lo que no es de El no edifica sino que trae tinieblas. Si perseveramos en Dios; es decir, si guardamos sus mandamientos, si le adoramos y amamos su verdad; entonces vendrá el tiempo en que seremos llenos de la plenitud de la verdad, que brillará más y más hasta el día perfecto. Aquí entonces, encontramos poder, sabiduría, progreso, el conocimiento que es perfecto y que sólo puede obtenerse perseverando en Dios mediante la obediencia a El.

LA OBEDIENCIA COMPLETA NOS CONVIERTE EN COHEREDEROS. Ahora bien, si queremos convertirnos en herederos, coherederos con Jesucristo, poseyendo las bendiciones del reino, sólo se nos requiere una cosa, y es que observemos toda ley, no solamente una parte de ella. Me pregunto, si pensáis que sería razonable, justo, correcto, que el Señor nos dijese: “Os daré mandamientos; vosotros los podéis guardar silo deseáis; podéis ser indiferentes sobre el asunto si queréis; guardar algunos, rechazar otros; o guardar algunos parcialmente; y yo os castigaré, pero luego os compensaré, y todo estará bien.”

HIJOS DE DIOS

LOS FIELES SE CONVIERTEN EN HIJOS E HIJAS DE DIOS. El destino del hombre y la mujer fieles en esta Iglesia es convertirse en hijos e hijas de Dios. Ese es el gran don que el Señor ofrece a los miembros de la Iglesia.

Juan escribió lo siguiente: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.”

¿Por qué? Porque como hijos de Dios hemos vivido para ser como El; y Juan no quiso decir que le veríamos en esta forma de hombre. Todo hombre posee esta forma, se arrepienta o no de sus pecados; fue creado a imagen de Dios, a su semejanza; pero cuando Cristo venga, los que han guardado los mandamientos y se presenten ante El, se verán a sí mismos como le ven a El, ¡un Hijo de Dios! Tendrán derecho a las bendiciones como hijos, como herederos. El Señor les ha prometido la plenitud de su reino para que puedan avanzar a través de las eternidades.

EL SACERDOCIO ES ESENCIAL PARA SER HIJOS DE DIOS. Juan estaba hablándoles a los poseedores del sacerdocio y les llama hijos de Dios. Nosotros somos los hijos de Dios y se nos ha conferido esa misma divina autoridad. En esta época, nosotros también debemos estar tan agradecidos y dispuestos a servir y guardar los mandamientos del Señor, y magnificar los llamamientos que hemos recibido, como lo estuvieron antiguamente esos hombres que también eran los hijos de Dios.

Me pregunto si nos damos realmente cuenta de la grandeza de nuestro llamamiento; sí, todos los élderes de esta Iglesia, ¿se dan cuenta de que poseen el Sacerdocio de Melquisedec? ¿Saben que mediante su fidelidad y obediencia, de acuerdo con las revelaciones del Señor, tienen derecho a recibir todo lo que el Padre tiene; a convertirse en los hijos de Dios, coherederos con nuestro Hermano Mayor, Jesucristo, con derecho a la exaltación en el reino celestial? ¿Nos damos cuenta de eso? Nosotros también, si estamos conscientes de esto, seremos como los de la antigüedad, y cada hombre que tenga esta esperanza, se purifi­cará aun como Cristo es puro.

LOS HIJOS DE DIOS SE CONVIERTEN EN COHEREDEROS CON CRISTO. A mentido pienso en ese pasaje de las Escrituras, relativo a que los que guardan los mandamientos del Señor y son fieles y constantes hasta el fin, poseerán todo lo que el Padre tiene. Me parece reconfortante y glorioso. Si bien no comprendemos la grandeza de esta bendición, aun así recibimos un rayo de luz; nuestra mente recibe la impresión de que, si hacemos las cosas que el Señor requiere de nosotros, nos convertiremos en hijos e hijas de Dios. Este es el significado real de este pasaje.

Por tanto, como hijos e hijas, somos herederos de su reino y recibiremos por derecho propio la plenitud de la gloria y tendremos derecho a las grandes bendiciones y privilegios que el Señor nos ha revelado en la Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos. Pablo escribió: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios… El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.”

LOS HIJOS DE DIOS SE CONVERTIRÁN EN DIOSES. Si los fieles que guardan los mandamientos del Padre, son sus hijos, entonces ellos son herederos del reino y recibirán de la plenitud de la gloria del Padre, aun hasta llegar a ser semejantes al Padre. ¿Y cómo pueden ser perfectos como nuestro Padre en el cielo es perfecto, si no son semejantes a El?.

Ahora bien, si ellos vencen todas las cosas, entonces no habría cosa alguna que no puedan vencer. Si éstos van a recibir “de su plenitud y de su gloria”, y si en sus manos “el Padre les ha dado todas las cosas”, entonces el Padre no ha retenido parte de la plenitud de su gloria, o cosa alguna. Y si reciben su plenitud y su gloria, y si “todas las cosas son suyas, sea vida o muerte, cosas presentes o cosas futuras; todas son suyas”, ¿cómo pueden recibir estas bendiciones y no convertirse en dioses? No pueden evitarlo.

LA OBEDIENCIA COMPLETA NOS CONVIERTE EN HOMBRES DE DIOS. Ahora bien, ¿cómo vamos a convertirnos en hijos de Dios y, por supuesto, también en hijas? ¿Cómo se logra esto? ¿Debemos creer que por el simple hecho de: tener fe, arrepentirnos, bautizarnos para la remisión de nuestros pecados y recibir el Espíritu Santo por medio de la imposición de manos, llegaremos a ser hijos y herederos de nuestro Padre Celestial? No, se precisa más que eso.

Por supuesto que los que hacen esto son criaturas de nuestro Padre Celestial, como lo son las personas que están fuera de la Iglesia, pero para convertirnos en hijos e hijas de Dios, “herederos de Dios, y coherederos con Cristo”, debemos sufrir con El, para que podamos ser glorificados con El. En otras palabras, debemos recibir en nuestros corazones y aceptar en nuestros corazones, todo principio del evangelio que haya sido revelado; y hasta donde podamos hacerlo, debemos vivir de acuerdo con estos principios y guardar por completo los mandamientos de Dios.

LA INVESTIDURA Y EL SELLAMIENTO PRECEDEN A LA HERENCIA. El Señor nos ha dado privilegios y bendiciones, y la oportunidad de hacer convenios, de aceptar las ordenanzas que pertenecen a nuestra salvación más allá de lo que se predica en este mundo; más allá de los principios de fe en el Señor Jesucristo, del arrepentimiento, del pecado, del bautismo para la remisión de pecados y la imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo; y estos principios y convenios no se reciben en ninguna otra parte que no sea en el templo de Dios.

Si os queréis convertir en hijos o hijas de Dios y herederos en su reino, entonces debéis ir a la casa del Señor y recibir las bendiciones que ahí se obtienen y que no pueden ser obtenidas en ninguna otra parte. Y debéis guardar esos mandamientos y esos convenios hasta el fin.

Las ordenanzas del templo, las investiduras y los sellamientos, pertenecen a la exaltación en el reino celestial, donde están los hijos e hijas de Dios. Los hijos e hijas de Dios no están afuera, en algún otro reino. Los hijos e hijas de Dios entran en la casa, pertenecen a la casa, tienen acceso al hogar. “En la casa de mi Padre muchas moradas hay.” Los hijos e hijas tienen acceso al hogar donde Él mora, y no podéis recibir ese acceso hasta que vayáis al templo. ¿Por qué? Porque debéis recibir ciertas palabras claves, así como hacer convenios mediante los cuales podáis entrar. Si tratáis de entrar en la casa, y la puerta está cerrada, y no tenéis la llave, ¿cómo vais a entrar? En el templo recibís la llave que os permitirá entrar.

Un día encontré una llave en la calle, la llevé a mi casa y abrió todas las puertas. Pero, vosotros no podéis encontrar una llave en la calle, porque nunca se perderá esa llave que abra las puertas que permitan la entrada en las moradas de nuestro Padre. Debéis ir a donde se entrega la llave. Y silo deseáis cada uno podrá obtener la llave; pero después de recibirla, la podréis perder al seros nuevamente quitada, a menos que permanezcáis en el acuerdo que hicisteis cuando fuisteis a la casa del Señor.

TODOS LOS HOMBRES SERÁN SIERVOS O HIJOS. Sabéis lo que dicen las Escrituras acerca de los siervos. Los que se convierten en siervos son aquellos que no están dispuestos a recibir estas bendiciones en la casa del Señor y permanecer en ellas. No son hijos; no son hijas. Son criaturas de Dios, es cierto, pues todos los hombres son sus criaturas, pero no heredan, y por lo tanto permanecen como siervos por toda la eternidad, porque no estuvieron dispuestos a recibir aquello que podrían haber recibido, y el don que les fue conferido u ofrecido. No sólo rechazaron el don, sino también al Dador del don. Habrá muchos siervos, pero no muchos herederos: “Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.

LA IGLESIA DEL PRIMOGENITO

LOS SERES EXALTADOS PERTENECEN A LA IGLESIA DEL PRIMOGÉNITO. Los que ganan la exaltación en el reino celestial son aquellos que son miembros de la Iglesia del Primogénito; en otras palabras, los que guardan todos los mandamientos del Señor. Habrá muchos que a pesar de ser miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días nunca se convertirán en miembros de la Iglesia del Primogénito.

Las más altas ordenanzas del templo de Dios pertenecen a la exaltación en el reino celestial… A fin de recibir esta bendición, uno debe observar toda la ley; debe sujetarse a la ley mediante la cual se gobierna ese reino: “Porque el que no puede sujetarse a la ley de un reino celestial, no puede vivir una gloria celestial.”

Así que el ser ordenado élder, sumo sacerdote, apóstol o aun presidente de la Iglesia, no es lo que nos traerá la exaltación, sino la obediencia a las leyes, ordenanzas y convenios requeridos a los que desean convertirse en miembros de la Iglesia del Primogénito, tal cual son administradas en la casa del Señor. Convertirse en un miembro de la Iglesia del Primogénito, según lo entiendo, es llegar a ser uno del círculo interno. Todos nos convertimos en miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días al ser bautizados y confirmados, y hay muchos que parecen contentarse con permanecer así, sin obtener los privilegios de la exaltación.

CÓMO UNIRSE A LA IGLESIA DEL PRIMOGÉNITO. El Señor ha hecho posible que nosotros nos convirtamos en miembros de la Iglesia del Primogénito, al recibir las bendiciones de la casa del Señor y vencer todas las cosas. De este modo nos convertimos en herederos, “sacerdotes y reyes, que han recibido de su plenitud y de su gloria”, quienes “morarán en la presencia de Dios y su Cristo para siempre jamás”, con exaltación completa. ¿Vale la pena tener tales bendiciones?

He dicho que sólo un hombre a la vez en la tierra tiene las llaves de este poder de sellamiento del sacerdocio, pero puede, y así lo hace, delegar ese poder a otros, y ellos ofician bajo su dirección en los templos del Señor. Ningún hombre puede oficiar en estas ordenanzas de sellamiento hasta que recibe la autoridad para hacerlo así al ser apartado por uno que tiene estas llaves, aunque tenga el sacerdocio. Toda la autoridad que se ejerce en los templos es pues, después de todo, la autoridad centrada en un hombre. El tiene el poder y llama a otros para oficiar, y ellos sellan sobre nosotros las llaves y poderes que, mediante nuestra obediencia, nos dan derecho a convertirnos en hijos e hijas y miembros de la Iglesia del Primogénito, recibiendo todas las cosas del reino. Eso es lo que podemos obtener en el templo, así que nos convertimos en miembros de la familia, hijos e hijas de Dios, no en siervos.

EL CAMINO A LA EXALTACIÓN

LA EXALTACIÓN SE OFRECE A TODOS. El Señor no desea que la gente sufra. El sufre cuando un hombre hace lo malo y debe ser castigado, y cuando deja de recibir la corona o galardón que se le ofrece a los que son fieles y veraces. El Señor quisiera que cada hombre recibiera una corona, cada hombre fuera exaltado, cada hombre se convirtiera en un hijo, y cada mujer se convirtiera en una hija para Él. Pero esto no puede ser, a menos que se observen los principios de rectitud y libre albedrío.

Por tanto, cada alma tiene el derecho de elegir por sí misma lo que ha de hacer. Este es el evangelio del mérito. Cada hombre recibirá aquello que tiene derecho de recibir y cada alma será bendecida de acuerdo con la diligencia, buena voluntad e integridad puesta al servicio del Señor. El Señor no exaltará al hombre que no guarde sus mandamientos. La mujer que rechaza la luz y se niega a permanecer en la doctrina de nuestro Redentor, no será exaltada. Los que sean exaltados serán coronados con gloria, inmortalidad y vida eterna en la presencia de nuestro Padre.

A fin de obtener la exaltación debemos aceptar el evangelio y todos sus convenios; asumir las obligaciones que ofrece el Señor; andar en la luz y la comprensión de la verdad; y vivir con cada palabra que sale de la boca de Dios.

EL MATRIMONIO CELESTIAL ES ESENCIAL PARA LA EXALTACIÓN. Otra cosa que no debemos olvidar en este gran plan de redención y exaltación, es que un hombre debe tener una esposa, y una mujer un esposo, para recibir la plenitud de la exaltación. Deben ser sellados por tiempo y eternidad; entonces su unión durará para siempre y no podrán ser separados porque Dios los ha unido, tal como Jesús les enseñó a los fariseos.

Los padres tendrán derecho eterno sobre su posteridad y tendrán el don de reproducirse eternamente si obtienen la exaltación. Este es el coronamiento glorioso en el reino de Dios, y no tendrán fin. Cuando el Señor dice que no tendrán fin, quiere decir que todos los que logran esta gloria tendrán la bendición de la continuación de las “simientes” para siempre jamás. Los que no obtienen estas bendiciones vienen a las “muertes”, lo que significa que nunca tendrán progenie. Todos los que obtienen esta exaltación tendrán el privilegio de llenar la medida completa de su existencia, y tendrán una posteridad que será tan innumerable como las estrellas del cielo.

Si deseáis la salvación en su plenitud, es decir la exaltación en el reino de Dios, para que podáis convertiros en sus hijos e hijas, tenéis que entrar en el templo del Señor y recibir estas ordenanzas sagradas que pertenecen a esa casa, y que no pueden ser obtenidas en ningún otro lugar. Ningún hombre recibirá la plenitud de la eternidad, de la exaltación, por sí solo; ninguna mujer recibirá esa bendición sola; sino que el hombre y su mujer, cuando reciben el poder del sellamiento en el templo del Señor, pasarán a la exaltación, y continuarán y llegarán a ser semejantes al Señor. Y ese es el destino de los hombres; eso es lo que el Señor desea para sus hijos.

LOS SERES EXALTADOS SON LOS ÚNICOS QUE GANAN LA PLENITUD DEL PADRE. Ningún hombre podrá obtener esa exaltación sin recibir los convenios que pertenecen al sacerdocio. Ninguna mujer podrá obtener este gran honor y gloria sin recibir las bendiciones de la fe, arrepentimiento y bautismo, confirmación y obediencia a los convenios que les son prometidos a ella y a su esposo en el templo del Señor. De otro modo, no habría progreso hacia la plenitud.

Ningún hombre que no esté dispuesto, aunque sea miembro de la Iglesia, a recibir estos convenios y asumir estas bendiciones y poderes que por convenio el Señor le ha ofrecido, alcanzará jamás la plenitud. Todos ellos serán excluidos. Habrá cierto lugar del que no podrán pasar. La plenitud del conocimiento, comprensión y sabiduría, mediante el cual el hombre puede llegar a ser perfecto aun como Dios es perfecto, sólo puede ganarse por la adhesión estricta a esas leyes eternas sobre las que se basa esta gran bendición.

Dejamos de obtenerla por nuestra falta de fidelidad, si rehusamos recibir los convenios y asumir las obligaciones que pertenecen a la exaltación. Habrá una valla que nos impedirá continuar hasta esa plenitud.

LAS INVESTIDURAS Y LOS SELLAMIENTOS PERTENECEN A LA EXALTACIÓN. El bautismo es la puerta para entrar al reino celestial. Todas las ordenanzas del evangelio pertenecen al reino celestial, y cualquier persona que permanezca fiel al convenio del bautismo tendrá derecho de entrar ahí, pero nadie podrá recibir una exaltación en el reino celestial sin las ordenanzas del templo. Las investiduras son para progresar en ese reino, y los sellamientos para nuestro perfeccionamiento, siempre y cuando guardemos nuestros convenios y obligaciones.

Los que se han bautizado y no reciben sus investiduras en el templo, pueden entrar en el reino celestial, pero eso no significa que una persona bautizada vaya a obtener la exaltación en ese reino. No va a alcanzar la plenitud por el solo hecho de ser bautizado. No alcanzará la plenitud aun después que haya sido bautizado y recibido una investidura en el templo, tiene que recibir además las otras ordenanzas, para que mediante su fidelidad y obediencia pueda convertirse en un hijo de Dios.

Los primeros principios del evangelio son principios salvadores. Mediante la obediencia a los mismos, entraremos en el reino celestial de Dios. Después, cuando lleguemos a ese reino, si hemos recibido los otros convenios, si hemos sido constantes y fieles a las otras obligaciones, progresaremos hasta llegar a ser semejantes a Dios: sus hijos, sus hijas, recibiendo una plenitud de su reino. Esa es la promesa.

PROCURAD HACER FIRME VUESTRA VOCACIÓN Y ELECCIÓN. Los que avanzan en rectitud, viviendo con cada palabra de la verdad revelada, tienen el poder de afirmar su vocación y elección. Reciben la palabra de profecía más firmemente y saben por revelación y la autoridad del sacerdocio que ellos están señalados para la vida eterna. Están sellados contra toda clase de pecado y blasfemia, con excepción de la blasfemia contra el Espíritu Santo y la de derramar sangre inocente. Pero el solo hecho de estar casados por tiempo y eternidad en el templo no les da esta garantía. Las bendiciones relacionadas con el matrimonio celestial pronunciadas sobre las parejas, están condicionadas a la consiguiente fidelidad de los participantes.

Pedro relata cómo los santos afirman su vocación y elección, con estas palabras: “Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia.

Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe, virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor.

Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados.

Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. .

“Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones.”

LA EXALTACIÓN Y LA CREACIÓN DE LOS MUNDOS. Ahora bien, de acuerdo con las enseñanzas del profeta José Smith, nosotros adoramos a nuestro Padre Celestial que gobierna en nuestro Universo, y todo lo que hacemos lo hacemos en el nombre del Hijo. Se nos informa que hay muchas tierras o mundos que fueron creados, y han sido creados para el Padre por el Hijo. Esto sucedió, por supuesto, antes de que Jesucristo naciera como niño en Belén.

Evidentemente su Padre pasó por un período mortal aun como El pasó por la mortalidad, y como todos ahora lo estamos haciendo. Nuestro Padre Celestial, según el Profeta, tuvo un Padre, y puesto que ha existido esta clase de condición por toda la eternidad, cada Padre tuvo a su vez un Padre, hasta que llegamos a un punto donde no podemos seguir adelante, debido a nuestra limitada capacidad de entendimiento.

Somos hijos e hijas de Dios en el espíritu. Mediante la expiación de Jesucristo, recibimos el espíritu y los elementos inseparablemente unidos, para nunca ser divididos, de manera que nunca volvamos a morir. Así nos convertimos en inmortales, y si guardamos los mandamientos que se nos dan, heredaremos la gloria celestial. Cuando recibamos esta gran bendición, seremos hijos de Dios, coherederos con Jesucristo.

El Padre nos ha prometido que mediante nuestra fidelidad seremos bendecidos con la plenitud de su reino. En otras palabras tendremos el privilegio de llegar a ser semejantes a El. Para ser semejantes a El debemos tener todos los poderes de la divinidad; de este modo cuando un hombre y su mujer sean glorificados tendrán hijos espirituales que finalmente irán a una tierra como esta, tendrán la misma clase de experiencias, estarán sujetos a condiciones mortales, y si son fieles, recibirán la plenitud de la exaltación y participarán de las mismas bendiciones. Este desarrollo no tiene fin; seguirá para siempre. Llegaremos a ser dioses y tendremos jurisdicción sobre los mundos, y éstos serán habitados por nuestra progenie. Tendremos una eternidad sin fin para esto.

LA EXALTACIÓN ES DIGNA DEL ARREPENTIMIENTO Y LA OBEDIENCIA. Lo que precisamos dentro de la Iglesia, así como fuera de ella, es arrepentimiento. Necesitamos más fe y más determinación de servir al Señor… Si la gente del mundo anda en obscuridad y el pecado y en contra de la voluntad del Señor, ese es el lugar donde debemos trazar la línea. ¿Por qué no podemos defender las normas de nuestra fe? ¿Por qué no podemos andar de acuerdo con los reglamentos de la Iglesia sin importarnos lo que el mundo pueda pensar?

El Señor ha revelado la plenitud de su evangelio. Hemos sido ampliamente informados respecto a todos los principios que pertenecen a la salvación. ¿Vale la pena que mantengamos nuestra integridad y nos mostremos fieles a nuestra creencia? ¿Es la Perla de Gran Precio —la plenitud de la gloria, honor, y vida eterna en la presencia del Padre y del Hijo— digna del sacrificio que se nos pueda exigir? ¿Estamos, como el hombre del que se habló en la antigüedad, dispuestos a vender todo lo que poseemos a fin de poder comprar este campo que nos llevará al gozo y la exaltación sempiterna como hijos e hijas de Dios?

LA SALVACIÓN PARA LOS NIÑOS

LA CULPA POR EL PECADO ORIGINAL ES UNA FALSA DOCTRINA. Existen millones de personas que a pesar de que profesan creer en Cristo, creen que los niños pequeños están bajo condenación y manchados por el pecado original. Esta es una abominable doctrina como jamás pudo ser enseñada entre los hijos de los hombres, ya que los niños pequeñitos no están manchados con el pecado. Ellos no están sujetos al pecado hasta que llegan a la edad de responsabilidad, y pueden distinguir lo bueno de lo malo, y son responsables ante Dios de acuerdo con la edad que El mismo ha señalado, que es la de ocho años. “El bautismo de nada sirve”, en el caso de los infantes, porque ellos no tienen de qué arrepentirse. El bautismo es para la remisión de los pecados.

Cristo pagó la deuda por la transgresión de Adán. “Creemos que los hombres serán castigados por sus propios pecados, y no por la transgresión de Adán”, y el Señor no ha puesto mancha alguna en los niños pequeñitos que vienen a este mundo. Están redimidos, mediante la sangre de Cristo, de todo lo que se les pueda culpar como descendientes de Adán. Cristo tomó sobre sí todo eso.

“La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad. La luz y la verdad desechan a aquel inicuo. Todos los espíritus de los hombres fueron inocentes en el principio.”

TODOS ÉRAMOS INOCENTES EN EL PRINCIPIO. Esto significa que en el principio, antes de la fundación del mundo y antes que Satanás se rebelara, cuando nacimos —si me permitís—, en ese mundo espiritual, éramos inocentes. En ese lugar tuvo efecto una rebelión, y según se nos relata, una tercera parte de las huestes celestiales, al mando de Lucifer, se rebeló contra Dios, y por ese hecho fue arrojada.

Los dos tercios restantes tuvieron el privilegio de venir a esta tierra y recibir cuerpos de carne y hueso. El Señor dice, refiriéndose a los hombres al tiempo de su venida a la, tierra: “Y habiéndolo redimido Dios de la caída, el hombre de nuevo llegó a quedar en su estado de infancia, inocente delante de Dios.” Esto me parece muy lógico.

Creer que el Señor condena a los niños pequeñitos porque los padres, en un momento de olvido, no hicieron que fueran rociados o bautizados de algún modo, y que por lo tanto, si llegaren a morir sin el bautismo estarían eternamente condenados, repito, esto es una doctrina del diablo. No existe veracidad en ella. El bautismo es para la remisión de los pecados, y ningún hombre se puede arrepentir de un pecado hasta que es responsable ante Dios.

LA CREENCIA EN EL PECADO ORIGINAL NIEGA EL PODER DE LA EXPIACIÓN. Cualquier hombre que crea que los niños pequeñitos nacen en el pecado y están manchados por el pecado original, o algún otro pecado, no ha comprendido la naturaleza de la expiación de Jesucristo…

Esta es una doctrina, entre todas las que se han corrompido, que me parece como la más condenable, al negar la misericordia de Dios a los niños pequeñitos que vienen a este mundo tan inocentes como puedan ser, y que luego se les imponga una mancha. Podrá haber una mancha sobre el padre o sobre la madre, pero ese niño pequeñito no es responsable en ningún sentido de la palabra, por la transgresión de Adán, o vuestra transgresión, o la mía, o la de cualquier otro hombre. Nuevamente digo, el hombre que cree que los niños están manchados por el pecado original no entiende ni comprende la misión de Jesucristo.

¿Cuál fue su misión? Parte de ella fue traer para toda alma la redención de la transgresión de Adán; y Cristo pagó el precio. Esta redención incondicional no depende ni del arrepentimiento, ni de la fe, ni de ningún otro principio. Toda alma que viene a este mundo está purificada —si es que debe haber una purificación— o por lo menos, redimida de las consecuencias de la transgresión de Adán, ya que en manera alguna fuimos responsables de ello.

Naturalmente que morimos, sufrimos, y por supuesto, estamos sujetos a las vicisitudes de la vida mortal. Con este propósito vinimos aquí. Desde luego que heredamos éstas de Adán; pero adjudicarle un pecado a un niño solamente porque nació de padres mortales en este mundo, repito, esta es una doctrina abominable

TODOS LOS NIÑOS VIVEN EN CRISTO. “Los niños pequeños son redimidos desde la fundación del mundo.” ¿Qué quiere decir con esto el Señor? Quiere decir que antes de la fundación de esta tierra fue preparado este plan de salvación que debemos seguir en esta vida mortal; y Dios, que conocía el fin desde el principio, tomó las providencias necesarias para la redención de los niños pequeñitos mediante la expiación de Jesucristo.

Nosotros enseñamos que somos linaje de Dios, que somos sus hijos; esta es una buena doctrina de la Biblia, y en el principio, en la vida espiritual todos los hombres éramos inocentes. De la misma manera, cuando vinimos a esta tierra, no importa cuán valientes o fieles hayamos sido en el mundo espiritual, llegamos inocentes en cuanto a las cosas que a ella se refiere, igual que como éramos al principio. Cada niño que llega a este planeta, sin importar su color o el lugar donde nazca, viene inocente, en un estado de pureza.

Cuando uno mira el rostro de un bebé que nos ve y nos sonríe, ¿podéis creer que ese niño pequeñito está manchado con cualquier clase de pecado que lo pudiera privar de la presencia de Dios si llegara a morir? Os he estado leyendo acerca de la “visión beatífica”, de la doctrina católica* y de estos niños pe-queñito que no son rociados (o bautizados si así lo queréis llamar) en su infancia, siendo privados de esa gloriosa visión, y cómo el Señor suaviza su castigo o pérdida embotando su comprensión de manera que no entiendan y no se den cuenta de lo que han perdido. ¿Podéis pensar en algo más abominable que eso?

LA FALSA ENSEÑANZA DE QUE LOS NIÑOS SIN BAUTIZAR ESTÁN PERDIDOS. Recuerdo que cuando estaba en Inglaterra en el campo misional, había allí una familia americana… Una noche, es­tando sentados en su hogar, la esposa se dirigió a mí y me dijo:

“Elder Smith, quiero hacerle una pregunta.” Antes de que ella pudiera hacerla, comenzó a llorar. Yo no sabía lo que pasaba. Ella sollozaba, y cuando se hubo recuperado lo suficiente para hacer la pregunta, me contó esta historia:

Cuando llegaron a Inglaterra, tuvieron la desgracia de perder un bebé. Ellos asistían a la Iglesia Anglicana. Fueron a ver a su ministro, pues deseaban que su bebé recibiera cristiana sepultura, dado que ellos eran activos en la iglesia. El ministro les dijo: “No podemos darle cristiana sepultura a su bebé porque no fue bautizado, su bebé está perdido.” Esta era una manera bastante brusca de decirlo; pero así fue como me contó su historia; y durante dos o tres años el corazón de esa mujer había estado sufriendo. Así que me hizo la pregunta: “¿Está perdido mi bebé? ¿No volveré nunca a verlo? Entonces le leí las palabras que Mormón le dijo a su hijo Moroni y que se encuentra en el Libro de Mormón. Le dije: “Vuestro bebé no está perdido, pues ningún bebé se pierde, y todo bebé cuando muere es salvo en el reino de Dios…”

TODOS LOS NIÑOS SON SALVOS EN EL REINO CELESTIAL “Y también vi que todos los niños que mueren antes de llegar a la edad de responsabilidad se salvan en el reino de los cielos.” Eso es lo que el Señor le dijo al profeta José Smith por revelación en una visión que tuvo en el templo de Kirtland. ¿No suena eso bien? ¿No es justo? ¿No es equitativo?

No hay ninguna diferencia en que el bebé sea católico, protestante o mahometano: no importa de quién sea el bebé, él no es responsable del pecado original; no es responsable de pecado alguno; la misericordia del Señor lo reclama; y es redimido.

¿Pero qué pasa con vosotros y conmigo? Aquí estamos, capaces de entender, y el Señor dice: “¿A quién de los que tienen conocimiento no le he mandado yo que se arrepienta?” Se nos manda arrepentimos; se nos manda bautizarnos; se nos manda que lavemos nuestros pecados en las aguas del bautismo, porque somos capaces de entender, y todos hemos pecado. Pero ni vosotros ni yo hemos sido bautizados por lo que Adán hizo.

LOS NIÑOS PEQUEÑOS NO PRECISAN SER BAUTIZADOS. He sido bautizado para ser limpiado de lo que he hecho (y así es con vosotros) y para que pudiera venir al reino de Dios. El bautismo tiene un doble propósito. Es la puerta para entrar en el reino celestial de Dios; y así le enseñó el Señor a Nicodemo: “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.

Esto es aplicable al hombre y la mujer; pero el Señor ha tomado precauciones para los que están sin ley, y los niños pequeñitos no están sujetos a la ley del arrepentimiento. ¿Cómo se le puede enseñar a arrepentirse a un niño pequeñito? No tiene nada de qué arrepentirse.

El Señor ha dispuesto —y eso es su propio juicio— que la edad de responsabilidad sea a los ocho años. Al llegar a los ocho años de edad, se supone que tenemos suficiente entendimiento para ser bautizados. El Señor cuida de los que son menores de esa edad. El mismo lo ha declarado. Yo no fijé la edad. La acepto porque el Señor la fijó y esa es la ley.

EXALTACIÓN DE LOS NIÑOS. Los niños pequeñitos que mueren antes de que hayan llegado a la edad de responsabilidad heredarán automáticamente el reino celestial, no así la exaltación en ese reino hasta que hayan cumplido con todos los requisitos de la exaltación. Por ejemplo:

La gloria mayor es el matrimonio y deberá realizarse esta ordenanza a favor de ellos antes de que puedan heredar la plenitud de ese reino. El Señor es justo con todos sus hijos, y los niños pequeñitos que mueran no serán castigados como los castiga la Iglesia Católica, simplemente porque murieron. El Señor les dará a estos niños el privilegio de todas las bendiciones de sellamiento que pertenecen a la exaltación.

Todos fuimos espíritus maduros antes de que naciéramos, y los cuerpos de todos los niños crecerán después de la resurrección hasta la completa estatura del espíritu, y mediante su obediencia, todas las bendiciones serán suyas, lo mismo que si hubieran vivido hasta la madurez y las hubieran recibido en la tierra.

NO SE LES NEGABA BENDICIÓN ALGUNA A LOS NIÑOS. El Señor es justo y no privará a persona alguna de una bendición, simplemente porque muera antes de poder recibirla. Sería manifies­tamente injusto privar a un niño pequeñito del privilegio de recibir todas las bendiciones de la exaltación en el mundo venidero sólo por haber muerto en la infancia. Lo mismo se aplica a los jóvenes que fueron privados de estas bendiciones porque ofrendaron sus vidas durante la guerra. El Señor juzga a toda alma por la intención de su corazón.

Todo lo que precisamos hacer por los niños es sellarlos a sus padres. No necesitan ser bautizados y nunca lo necesitarán, pues el Señor ha realizado toda la obra necesaria para ellos.

Los niños que mueran en la infancia no serán privados de ninguna bendición. Cuando crezcan, después de la resurrección, hasta la completa madurez del espíritu, tendrán derecho a todas las bendiciones a que pudieron haber sido acreedores sí hubieran tenido el privilegio de permanecer aquí y recibirlas. El Señor ha arreglado todo de manera que se haga justicia a cada alma.

A los niños y niñas que mueren después del bautismo se les puede hacer la obra de la investidura en el templo. Los niños que mueren en la infancia no necesitan ser investidos. En lo que se refiere a la ordenanza del sellamiento, ésta puede esperar hasta el Milenio.

Los NIÑOS DE TODAS LAS RAZAS SON HEREDEROS DE LA SALVACIÓN. Las revelaciones del Señor al profeta José Smith declaran que todos los niños pequeñitos que mueren son herederos del reino celestial. Esto significa los niños de todas las razas. Todos los espíritus que vienen a este mundo vienen de la presencia de Dios y, por tanto, estuvieron en su reino.

Los niños pequeños están redimidos desde la fundación del mundo mediante el decreto del Señor y por el ministerio de Jesucristo; todo espíritu humano fue inocente en el principio; y todos los que se rebelaron fueron arrojados; en consecuencia, todos los que permanecieron tienen derecho a las bendi­ciones del evangelio.

Las únicas almas que vienen a este mundo en un estado de restricción son los negros, y no pueden poseer el sacerdocio; pero sí pueden ser bautizados, y tenemos muchos de ellos en la iglesia. Por consiguiente, ¿con qué derecho o razón vamos a privar a los niños inocentes, sean negros, morenos o amarillos, que mueren en su infancia —inocentes y sin pecado— de entrar en el reino celestial? Si un negro puede recibir mediante el bautismo el reino celestial, así como un chino, un japonés y todas las otras razas, ¿qué congruencia tendría decir que cualquier niño, porque nace bajo circunstancias adversas, deba ser privado de entrar en ese reino? Queda claramente establecido que el Señor quería decir exactamente lo mismo que le comunicó al profeta José Smith.

LA SALVACIÓN DE LAS PERSONAS CON DEFICIENCIAS MENTALES. Las personas con deficiencias mentales, aquellas que no tienen capacidad de comprensión, están incluidas entre las que son redimidas como niños pequeños por medio de la expiación de nuestro Redentor. No precisan ser bautizadas.

Los niños mentalmente deficientes que no tienen capacidad de comprensión y por tanto no deben ser bautizados, tampoco deben participar de la ordenanza del bautismo por los muertos. Toda persona que participe del mismo debe ser competente.** Es correcto, por supuesto, que una persona mentalmente deficiente sea sellada a sus padres. Los bebés son sellados a sus padres aun cuando son demasiado jóvenes para comprender, pero ninguno de ellos debe ser bautizado hasta que llegue a la edad de responsabilidad. No creemos que los niños mentalmente deficientes permanezcan así después de la resurrección; la condición que los aqueja ahora pertenece al estado mortal, con todos sus defectos y restricciones.

LOS NIÑOS EN LA RESURRECCIÓN. Cuando muere un bebé vuelve al mundo espiritual, y el espíritu retoma su forma natural como adulto, ya que todos fuimos adultos antes de nacer aquí en la tierra.

Cuando un niño sea levantado en la resurrección, su espíritu entrará en el cuerpo y éste será del mismo tamaño que tenía cuando el niño murió. Entonces crecerá después de la resurrección hasta la madurez completa para amoldarse al tamaño del espíritu.

Si los padres son virtuosos, poseerán a sus hijos después de la resurrección. Los niños pequeños que mueren, cuyos padres no sean dignos de la exaltación, serán adoptados por las familias de los que sí son dignos.

LOS NIÑOS NUNCA SERAN TENTADOS. Después del Milenio, Satanás será soltado para juntar sus huestes. Las personas que van a ser tentadas, serán las que vivan en esta tierra, y tendrán todas las oportunidades de recibir o rechazar el evangelio. Satanás no tendrá nada que ver con los niños pequeños, o las personas mayores que hayan recibido la resurrección y entrado en el reino celestial.

Satanás no puede tentar en esta vida a los niños pequeños, ni en el mundo espiritual, ni después de la resurrección. Los niños pequeños que mueran antes de haber llegado a la edad de responsabilidad, no serán tentados; aquellos que nazcan durante el Milenio cuando Satanás sea atado y no los pueda tentar, “crecerán sin pecado hasta salvarse”.

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