Capítulo 8
Salvación Universal
LA SALVACIÓN ES OFRECIDA A TODOS
LA JUSTICIA DE DIOS CONTRA LOS CREDOS DE LOS HOMBRES. ¿Hacia dónde podéis mirar en el mundo en búsqueda de una fe que enseñe la justicia de Dios al otorgar a todos los hombres el mismo o igual derecho de recibir la salvación? Con esto quiero decir, ¿dónde se da oportunidad a cada alma, viva o muerta, de obtener la remisión de los pecados y de encontrar la senda en el reino de Dios mediante la obediencia al evangelio?
¿No se han limitado los credos de los hombres en este sentido al incluir solamente a aquellos que han creído en Cristo en esta vida mortal? ¿Está justificada por las Escrituras esta restricción? ¿Está esa doctrina en conformidad con la razón, con la justicia, o con el amor eterno?
VIVOS Y MUERTOS SERÁN JUZGADOS POR LA MISMA LEY. Es un hecho que el reino de Dios está gobernado por la ley, y todo el que entre en él debe aceptar las condiciones y obedecer las ordenanzas que el Padre ha preparado para tal bendición. Ningún hombre puede ir a Dios si no es mediante la ley, y esa ley debe ser la señalada por El y no por hombre alguno.
No es privilegio del hombre decir qué reglas tendrán que ser observadas y cuales no. No es privilegio del hombre establecer iglesias y establecer reglas de conducta asegurando la salvación en el reino de Dios. Solamente el Señor tiene ese privilegio. Nosotros los mortales tenemos el derecho de obedecer o de rechazar esta ley divina, pues somos nuestros propios agentes; pero no podemos cambiar, anular ni limitar las leyes de Dios.
¿Qué sucederá entonces con los muertos que no conocieron a Cristo? Ellos también deberán sujetarse a la ley igual que los vivientes, pues los mismos principios y ordenanzas se aplicarán a ambos. Durante cientos de años ha sonado en los oídos de los habitantes de la tierra la declaración de que todos los que mueren sin testificar de Cristo son condenados, no importa si no fue por causa de ellos mismos. Se enseñaba que en el plan del evangelio nada se había provisto para la redención de los muertos. ¡Qué perspectiva tan triste!.
FALSAS LIMITACIONES SOBRE LA ESPERANZA DE SALVACIÓN. Meditemos un momento esta enseñanza de que solamente quienes confiesan el nombre de Cristo o quienes son bautizados en esta vida, serán salvos; que todos los que han muerto sin confesar a Cristo, o sin haber tenido el privilegio de escucharlo, estarán perdidos para siempre y que serán echados al infierno; que no habrá salvación para ellos, aunque no sea suya la falta de no haber oído. ¡Pensad en las innumerables multitudes que han muerto sin el privilegio de oír de Jesucristo! ¿Van todos esos seres a ser consignados al tormento de los condenados? ¡Y ello tan sólo por no haber tenido suerte en cuanto al tiempo y al lugar de su nacimiento!
LAS VERDADES DEL EVANGELIO REFUTAN A LOS FALSOS CREDOS. Se nos enseña que Dios no hace acepción de personas; El es un Dios de misericordia y de amor. Luego entonces, El no querrá que sus hijos sufran. A través de la revelación moderna, o hablando más correctamente, en la revelación dada antiguamente y restaurada ahora, se nos enseña que su gran obra y gloria es llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre. Además, que el hombre existe para que tenga gozo.
Nada de lo que nuestro Padre Eterno ha creado lo ha sido para ser destruido. En el mundo no ha nacido ningún hombre predestinado a sufrir eternamente sin alguna oportunidad de aliviar su dolor, angustia o remordimiento. Cierto es que quienes luchan contra El y pecan contra el Espíritu Santo después de haber recibido su poder, serán expulsados sin oportunidad de redención, pero no será así con ningún otro.
¿No está declarado en las Escrituras que los pecados pueden ser perdonados más allá de la tumba? Hay castigos que serán soportados en el mundo de los espíritus; ¿mas no se ha prometido que los presos pueden salir de la prisión cuando se haya pagado hasta el último cuadrante? El pecado puede ser perdonado, si no es pecado que merezca la segunda muerte; y ésta no consiste en la destrucción del espíritu y del cuerpo, sino en la expulsión de la presencia del Señor.
LOS MUERTOS DIGNOS SERÁN SALVOS EN EL REINO DE DIOS. El Señor no es parcial, pues ha concedido el privilegio a todos los que ya han muerto y a todos los que aún morirán sin conocer los principios del evangelio, y sin arrepentirse de sus pecados y sin recibir la remisión, de tener estos privilegios en el mundo espiritual y mediante su aceptación de los principios del evangelio y de su creencia en el Señor Jesucristo, de ser redimidos de sus pecados y tener un lugar en su reino. Eso es lo que El intenta, y nunca tuvo la intención de rechazar y expulsar para siempre al infierno a aquellos que murieron sin recibir la remisión de sus pecados o que no tuvieron la oportunidad de escuchar el nombre del Hijo de Dios.
LOS DIFUNTOS REBELDES SON SALVOS EN REINOS MENORES. Hay en el mundo muchos maestros religiosos que declaran ante sus congregaciones que, quienes mueren sin confesar al Señor Jesucristo, estarán sujetos a los tormentos del infierno, sin oportunidad alguna de redención. El Señor nunca ha dicho eso. Ciertamente, ha declarado que quienes rechacen su verdad serán condenados, pero El no ha dicho que aun cuando hayan pagado el castigo de su transgresión no saldrían de su prisión.
Por otro lado, El ha dicho que después que hayan pagado el castigo de sus transgresiones, saldrán y recibirán su recompensa, aunque ésta no será tan grande como habría sido si hubieran abrazado la verdad y vivido fielmente todos los principios del evangelio. Sin embargo, los que no hayan pecado de muerte, sí serán redimidos en el debido tiempo del Señor, saldrán de entre los muertos y recibirán un lugar en uno de sus reinos.
TODOS LOS HOMBRES OIRÁN EL EVANGELIO
EL EVANGELIO SERÁ PREDICADO A LOS VIVOS Y A LOS MUERTOS. En su justicia, nuestro Padre Celestial dará a cada hombre el privilegio de oír el evangelio. Ni una sola alma será dejada a un lado u olvidada. Ya que esto es verdad, ¿qué acontecerá con los miles que han muerto y nunca oyeron de Cristo, que nunca tuvieron la oportunidad de arrepentirse y de tener su autoridad? Algunos de nuestros buenos vecinos cristianos os dirán que esos están perdidos para siempre, pues no hay esperanza más allá.
¿Sería justo eso? ¿Sería equitativo? ¡No! El Señor dará a cada hombre la oportunidad de oír y de recibir la vida eterna, o un lugar en su reino. Somos muy afortunados porque hemos tenido ese privilegio aquí y hemos pasado de muerte a vida.
El Señor ha dispuesto su plan de redención para que todos los que han muerto sin esta oportunidad en vida, la reciban en el mundo espiritual. Allá, élderes de la Iglesia están proclamando el evangelio entre los muertos. Todos los que no tuvieron la oportunidad de recibirlo aquí, y allá se arrepientan y reciban el evangelio, serán herederos del reino celestial. El Salvador inauguró esta gran obra cuando fue y predicó a los espíritus encarcelados, a fin de que pudiesen ser juzgados según los hombres en la carne (o en otras palabras, de acuerdo con los principios del evangelio) para que vivan de acuerdo con Dios en el espíritu, mediante su arrepentimiento y aceptación de la misión de Jesucristo que murió por ellos.
ISRAEL ACEPTARÁ EL EVANCELIO EN EL MUNDO ESPIRITUAL. En esta dispensación tenemos la oportunidad, el privilegio y el deber de abocarnos a la búsqueda de nuestros difuntos. Nosotros somos de la casa de Israel. Aprendimos eso mediante la revelación; y por ser verdadero, llegamos a la conclusión —a menos que hayamos sido adoptados mediante el evangelio, porque éramos gentiles— de que nuestros antepasados también eran de la casa de Israel. En otras palabras, la promesa hecha a Abraham de que mediante el esparcimiento de su simiente todas las naciones serían bendecidas, se ha cumplido, y nuestro linaje proviene de generación en generación a través de los lomos de Abraham y de los lomos de Israel.
Por lo tanto, es más factible que nuestros padres reciban el evangelio (si no lo oyeron en esta vida) en el mundo espiritual, que aquellos cuyos descendientes no están en la Iglesia y que rehusaron recibir el evangelio aquí.
LA ACEPTACIÓN DEL EVANGELIO SALVA A LOS VIVOS Y A LOS MUERTOS. El Señor ha hecho saber que su misericordia se extiende hasta los extremos de la tierra y que cada alma tiene el derecho de oír el plan del evangelio, ya sea en esta vida o en el mundo espiritual. Todos los que oyen y creen, se arrepienten y reciben el evangelio en su plenitud, sean vivos o muertos, serán herederos de la salvación en el reino de Dios.
Los que rechacen el evangelio, pero vivan vidas honorables, también serán herederos de salvación, pero no en el reino celestial. El Señor ha preparado un lugar para ellos en el reino terrestre.
Aquellos que vivan vidas inicuas también podrán ser herederos de salvación, o sea, también serán redimidos de la muerte y finalmente del infierno; sin embargo, deberán sufrir en el infierno el tormento de los condenados, hasta que paguen el precio de sus pecados, pues la sangre de Cristo no los limpiará. Estas numerosas huestes encontrarán su lugar en el reino telestial donde sus glorias diferirán como las estrellas de los ciclos difieren en magnitud.
Los hijos de perdición son aquellos que han rechazado la luz y la verdad después de haber recibido el testimonio de Jesús y son los únicos que no serán redimidos del dominio del diablo y sus ángeles.
MILLONES NO OIRÁN EL EVANGELIO EN EL ESTADO MORTAL Ya que conocemos el amor que el Padre tiene por sus hijos, con todo derecho podemos llegar a la conclusión de que el Padre ha dispuesto el plan de salvación para que todos sus hijos tengan la más completa oportunidad de salvarse. ¿En qué forma esta oportunidad está llegando a ellos? Sabemos que millones de personas han muerto sin el conocimiento del evangelio, o sin el nombre de Cristo, nuestro redentor, y también que millones viven actualmente y no lo han oído nunca. A pesar de todos los esfuerzos desplegados para predicar la verdad, millones morirán sin oírla, y muchos más morirán sin recibirla.
Sería tonto de nuestra parte pensar que el Señor castigaría a todos éstos con la condenación eterna sin el privilegio de escuchar la verdad. Tal cosa no sería justa, ni misericordiosa, ni divina. Sin embargo, ¿no ha dicho el Señor que ningún hombre entrará a su reino a menas que nazca de nuevo, y que solamente entrarán aquellos que acepten sus leyes y perseveren hasta el fin?
LA SALVACIÓN Y ACEPTACIÓN DE LA LEY DEL EVANGELIO. A ninguna persona se le ha hecho a un lado, ni ha sido olvidada. Aquél que puede contar las estrellas del cielo y que las conoce a todas, El que nota cuando un gorrión cae, también sabe de todos sus hijos. Todos los que no han tenido el privilegio del arrepentimiento y de aceptar el plan de salvación en esta vida, tendrán esa oportunidad en el mundo de los espíritus.
Aquellos que allá se arrepientan y crean cuando este mensaje les sea declarado serán herederos de salvación y exaltación. Las ordenanzas que corresponden a la vida mortal serán efectuadas para ellos en los templos. Todos los hombres que oyen el evangelio tienen el deber de arrepentirse, y si rechazan el evangelio cuando éste les sea declarado aquí, entonces serán condenados. El Salvador lo ha dicho, silo reciben y perseveran hasta el fin, entonces recibirán las bendiciones. Todo hombre tiene su libre albedrío, “Sí, sé —dijo Alma—, que él reparte a los hombres según la voluntad de ellos, ya sea para salvación o destrucción.”
LA IGLESIA VERDADERA OFRECE LA SALVACIÓN A TODOS
LOS SANTOS ABREN LAS PUERTAS DE LA PRISIÓN PARA LOS DIFUNTOS. Nosotros estamos efectuando la obra en estos templos para aquellos que han muerto sin el conocimiento del evangelio. Tenemos el privilegio de actuar vicariamente por los difuntos, realizando las ordenanzas correspondientes a esta vida. Los que van al mundo espiritual, y tienen el sacerdocio de Dios, enseñan a los muertos el evangelio sempiterno en ese mundo espiritual; y cuando los difuntos se sienten deseosos de arrepentirse y de recibir esas enseñanzas y la obra se efectúa para ellos vicariamente, tendrán el privilegio de salir de la prisión para encontrar su lugar en el reino de Dios. De este modo el Señor, en su justicia y misericordia, satisface las demandas y los requisitos que el evangelio ha puesto sobre nosotros.
SOLAMENTE ESTA IGLESIA ENSEÑA LA SALVACIÓN PARA LOS MUERTOS. Los principios del evangelio que tienen aplicación general y que son requeridos por todas las generaciones, ponen ante nosotros, naturalmente, la pregunta: ¿Qué sucederá con quienes mueren sin la oportunidad de escuchar y aceptar el evangelio? La justicia y la misericordia del Señor es admitida por todos los que profesan su fe en Dios; sin embargo, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días es la única iglesia que extiende una luz de esperanza para aquellos que han fallecido sin la oportunidad de abrazar el evangelio en esta vida terrenal. Ninguna otra enseña la doctrina de la salvación de los muertos, basándose en la obediencia a los principios del evangelio, así como en la obediencia que se manifieste en el mundo de los espíritus.
¿Podríamos reclamar con pleno derecho que el Señor no hace acepción de personas y que imparte equitativamente su justicia y misericordia entre todos, si los muertos no tuvieran la oportunidad de aceptar su verdad eterna; aquellos que nunca oyeron de Jesucristo, y que estuvieron impedidos del privilegio de participar de las bendiciones de salvación en iguales términos con quienes recibieron el mensaje en la mortalidad, y luego decir que tales circunstancias prevalecen sencillamente porque los difuntos no tuvieron la suerte de vivir en el momento y lugar donde el mensaje pudiera llegar a ellos?
FALSAS ORDENANZAS CATÓLICAS PARA LOS DIFUNTOS. La obediencia al evangelio es esencial y se les requiere a todos los que entran en el reino, y la misericordia y la justicia del Señor siendo perfectas nos llevan a la conclusión, por sentido común, de que el Señor ha provisto medios por los cuales este mensaje de salvación llegará a todos, no importa en que época hayan vivido. El plan de salvación sería imperfecto si este no fuese el caso.
Es sorprendente que en todas las iglesias cristianas, con excepción de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, no haya una enseñanza de la doctrina de la salvación para aquéllos que murieron sin la oportunidad de oír el evangelio. Las oraciones en bien de los difuntos y las velas encendidas no satisfacen los requisitos de esta ley. Debe haber obediencia a los principios y ordenanzas del evangelio por parte de quienes han muerto, así como por parte de los que están vivos, además de que la obra vicaria debe ser efectuada por los vivientes en bien de los difuntos.
LAS IGLESIAS APÓSTATAS NO OFRECEN SALVACIÓN PARA LOS MUERTOS. En este sentido, recuerdo la historia contada por Motley en su obra Rise of the Dutch Republic (Surgimiento de la República Holandesa). Cuando el cristianismo fue llevado a los grupos de Europa, Radbod, un jefe frisón, aparentemente fue convertido y ya estaba listo para el bautismo. Justamente antes que fuese efectuada la ceremonia un singular pensamiento cruzó por la mente de aquel hombre y preguntó: “¿Dónde se encuentran en este instante mis antepasados muertos?” Wolfran, el obispo católico, imprudentemente y con manifiesta ignorancia, respondió:
“En el infierno, con todos los incrédulos.” “Muy bien —dijo el jefe pagano—, mejor me es regocijarme con mis ancestros en las moradas de Wotan que con vuestro raquítico grupo de cristianos en el cielo.”
¿Qué más tenían las iglesias de aquel día para ofrecerle a los difuntos? ¿Qué tienen para ofrecer hoy en día quienes profesan el cristianismo? Preguntaos a vosotros mismos y permitid que la respuesta venga a vosotros. ¿Quién tenía razón, el obispo, con nada mejor que ofrecer, o el jefe pagano? ¿Quién podría pensar que el reino de Dios era un lugar deseable, si aquellos a quienes él amaba estaban alejados para siempre de la salvación porque en su vida mortal nunca habían oído el evangelio?
Miles y miles han muerto sin el arrepentimiento y remisión de sus pecados, sencillamente porque nunca oyeron el plan de salvación, y sin embargo fueron, en todo sentido, tan dignos como vosotros o como yo. La justicia de Dios no les impedirá llegar a su reino solamente porque nunca oyeron el mensaje del evangelio; mas la misma sujeción a los principios y la obediencia a la ley será requerida de ellos tal como el Señor la requiere de los vivos. Esto es justo y razonable, y también de acuerdo con las Escrituras.
LA SALVACIÓN PARA LOS MUERTOS DEMUESTRA LA DIVINIDAD DE LA IGLESIA. Este maravilloso conocimiento dado en esta dispensación, fue como los rayos del sol que atraviesan el abismo de las tinieblas. Antes de que este conocimiento fuera revelado, se enseñaba que todos los que morían sin confesar a Cristo o sin creer en su nombre, estaban eterna e irremediablemente perdidos. Para ellos no había ni un rayo de esperanza, no importa cuán justas hubieran sido sus vidas.
Ahora brilla con gloria resplandeciente la misericordia de un Redentor justo, que hace desaparecer la obscuridad y la ignorancia de este mundo rodeado de tinieblas. Miles se han regocijado entre los vivos y cientos de miles entre los difuntos. No es muy extraño que esta doctrina de salvación mediante la obediencia a los principios y ordenanzas del evangelio —salvación para los muertos— sea enseñada únicamente por La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, pues es una de las señales vitales de la verdadera Iglesia de Jesucristo, y todos los hombres pueden tener la plena seguridad, puesto que es una verdad divina, de que donde no se enseñe ni se practique esta doctrina, no se encuentra la verdadera Iglesia.
“LA FE SOLA” ES CONTRA LA SALVACIÓN PARA LOS MUERTOS
DOCTRINA FALSA DE LA “FE SOLA”. Los Santos de los Ultimos Días han sido criticados severamente por muchos que profesan ser cristianos, por su creencia en que es necesario cumplir con estos principios del evangelio. Se nos dice que tal punto de vista nos hace cerrados y fanáticos pues rechazamos y condenamos a todo el que no acepta al mormonismo y la ministración de nuestros élderes (ancianos), mientras que ellos dan una interpretación más amplia a las Escrituras, sosteniendo que solamente es necesario creer en Cristo, confesarlo con la boca y creer de corazón que Cristo se levantó de entre los muertos.
O, como está expresado:
Nada, grande o pequeño,
queda para que yo haga;
Nada, Jesús lo pagó todo,
toda mi deuda El paga.
LA SALVACIÓN VIENE POR LA FE MÁS LA OBEDIENCIA. Sin embargo, no hay más que un plan de salvación y una puerta hacia el redil. “El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador.”
Nosotros no hemos hecho estrecho el camino ni angosta la puerta para que pocos la encuentren. Ni fue nuestro el edicto: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”
El hecho de que haya ciertas leyes que tienen que ser observadas y ciertas ordenanzas que deben ser acatadas, no es mandato de los Santos de los Ultimos Días, sino el mandato divino del Autor de nuestra salvación, quien ha dicho que juzgará a los hombres de acuerdo con sus obras y oportunidades. Nosotros solamente cumplimos con las enseñanzas del Maestro, aquellas que hemos recibido y que son requeridas para la salvación.
Si la creencia sola fuera suficiente, entonces aun los demonios, los que temen y tiemblan, serían salvos; ellos reconocieron al Salvador y declararon en distintas ocasiones que El era el Hijo de Dios. Y los demonios en los días de los hijos de Esceva declararon que conocían a Jesús y a Pablo, y sin embargo estaban muy lejos del camino a la salvación.
LA HUMANIDAD ES CONDENADA POR LA DOCTRINA DE LA “FE SOLA”. A pesar de la aparente estrechez de los Santos de los Ultimos Días con relación a las Escrituras —y nosotros declaramos categóricamente, que todos los hombres deben obedecer estas leyes si es que quieren ser salvos, con excepción de los que mueren sin ley y por lo tanto no serán juzgados por ésta— somos más amplios y más liberales en nuestras enseñanzas que aquellos creyentes de la teoría de la salvación solamente por la fe.
Ellos salvarían a todos los que profesan creer en el nombre del Redentor, mas rechazarían a todos los demás, consignándolos a la destrucción sempiterna sin rayo de esperanza, simplemente porque no confesaron que Jesús era el Cristo. Este punto de vista condena a todos los que vivieron en una época y un lugar en que el conocimiento del Redentor del mundo no pudo llegar a ellos. Ellos rechazarían a esta vasta mayoría de la familia humana —hombres, mujeres y niños— ¡a la condenación eterna sin tener ellos la culpa!
Con los Santos de los Ultimos Días no ocurre así. Cierto es que enseñamos que el hombre debe cumplir con estos principios del evangelio a fin de recibir la salvación y la exaltación en el reino de los cielos, lo cual está probado por muchos pasajes de las Escrituras; sin embargo, extendemos la esperanza de que todos pueden ser salvos, excepto los hijos de perdición, aquellos que voluntariamente rechazan la expiación del Salvador, pues el Señor intenta salvar toda la obra de sus manos, a no ser aquellos pocos que no recibirán la salvación. Nuestra doctrina no consigna a nadie más a la condenación sino que extiende la esperanza de que todos seremos salvos finalmente en algún grado de gloria.
LA DOCTRINA DE LA “FE SOLA” NIEGA LA JUSTICIA DE DIOS. Durante cientos de años ha prevalecido la idea, entre una gran porción del mundo cristiano, de que lo único que se necesita para asegurar la salvación de cada alma es que cada uno crea en Jesucristo y nada más.
La debilidad de esta doctrina de la “fe sola” se manifiesta en que excluye y niega la salvación a todos los que han tenido la mala fortuna de morir sin el privilegio de oír el nombre de Cristo o de creer en su nombre.
En las revelaciones dadas por el Señor a los Santos de los Ultimos Días mediante su profeta José Smith, se impartió el conocimiento de que todos los hombres tendrán el privilegio de oír el nombre de Cristo, y no solamente eso, sino también el de recibirlo o rechazar su verdad, el plan de salvación. Esta promesa significa necesariamente que los muertos tanto como los vivos recibirán la predicación del evangelio.
Este punto de vista más amplio —aunque requiere que todos los que reciban un lugar en el reino de Dios, antes se hayan arrepentido y obedecido las leyes y ordenanzas del evangelio— es, sin embargo, justo, y está en pleno acuerdo con la misericordia de nuestro Padre Eterno. Da a cada individuo la oportunidad de librarse, vivo o muerto, del poder del pecado y de las cadenas del infierno, y no condena al tormento sempiterno a los que no tuvieron la fortuna de haber oído el evangelio en esta vida mortal y por lo tanto, no tuvieron el privilegio del arrepentimiento.
LA LEY DE LA SALVACIÓN VICARIA
LAS ORDENANZAS VICARIAS SON PARTE DEL EVANGELIO. Así como es necesario que todos los que entren en el reino de Dios cumplan con las ordenanzas del evangelio, es necesario también que los muertos se sujeten a este plan. Si el hombre no puede entrar en el reino de Dios sin el bautismo, entonces los muertos deberán ser bautizados. Pero, ¿cómo podrán ser bautizados en el agua para la remisión de sus pecados?
Es fácil entender cómo ellos, en persona, podrían creer en Cristo y aun obtener el espíritu de arrepentimiento; pero el agua es un elemento de este mundo, y ¿cómo podrían los espíritus ser bautizados en ella, o recibir la imposición de las manos para recibir el don del Espíritu Santo? La única manera en que puede hacerse es vicariamente: alguien, en vida, actúa como un substituto por los difuntos.
LA SALVACIÓN ESTÁ BASADA EN LA OBRA VICARIA. Pero, alguien dirá, esto no puede ser; es imposible que un hombre tome el lugar de otro. La respuesta a esto es la siguiente: Todo el sistema cristiano está basado en la obra vicaria, Uno sin mancha y sin pecado se levantó para todos como el Redentor. Quizá vosotros responderéis: “Esto se entiende en el caso de Jesucristo, porque El es un Dios, pero no puede ser aceptado en el caso del hombre por el hombre.”
¿Qué podemos decir de los mandamientos dados por el Señor a Moisés en el caso de las ofrendas por el pecado y la ofrenda propiciatoria por Israel? Sobre la cabeza del becerro, Aarón colocó sus manos, y confesó sobre ella toda la iniquidad de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, y los volcó sobre la cabeza del becerro y “lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto”. Y el becerro llevaba sobre sí todas las iniquidades de ellos al desierto, “a tierra inhabitada”. Si esto se hizo entonces, ¿está más allá del poder del Señor permitir que ahora un hombre actúe vicariamente por el hombre que ha fallecido si está incapacitado para ayudarse a sí mismo?
Que un hombre responda o se haga responsable de los pecados de otro, no puede ser, pero que cada hombre será responsable de sí mismo es cierto, tanto como esto pueda ser posible. Sin embargo, han surgido ocasiones en que a un hombre culpable de transgresión ha sido imposible redimirlo mediante la ley, y el castigo del pecado es para la expiación del pecado, y en tales casos no hay nada en las Escrituras que prohiba que uno se levante vicariamente por otro cuando las circunstancias hicieran imposible que el primero cumpliera con la ley.
LOS REPRESANTES VICARIOS DEL TEMPLO OBRAN A FAVOR DE LOS MUERTOS. Al ir al templo para efectuar la obra por los muertos, lo hacemos en representación de los difuntos, actuando vicariamente o como poderhabientes de los difuntos. No tratamos a los ya fallecidos como si estuvieran muertos, ¿qué hacemos entonces? Los tratamos como si estuvieran viviendo en la carne y los estuviéramos representando. ¿Qué es lo que hacemos? Les damos a ellos, en persona y por poder, aquello que debían recibir y debió ser recibido aquí, y que hubiera sido aceptado por ellos de haber tenido la oportunidad.
De manera que solamente entregamos a los difuntos las ordenanzas y los privilegios que tienen que ver con los que viven y que están aquí y ahora. En lo que respecta a la fe, ellos mismos la ejercen desde donde estén. Nosotros nos bautizamos por ellos, porque ellos no pueden ser bautizados aquí. Somos confirmados y ordenados en su representación. ¿Por qué? Porque ellos no pueden recibir esas ordenanzas allá. ¿Por qué? Porque estas ordenanzas se realizan en la vida mortal y todo lo que hacemos por los muertos es darles lo que corresponde a esta existencia en la cual nos encontramos nosotros mismos.
IMPORTANCIA DE LA SALVACIÓN DE LOS MUERTOS
EL PROPÓSITO DE LA OBRA DE LAS ORDENANZAS POR LOS DIFUNTOS. La obra que se efectúa en el templo tiene el propósito de dar a cada hombre y a cada mujer la oportunidad de poseer las bendiciones más altas del sacerdocio que son esenciales para la salvación en el reino de Dios. En el templo no hay ninguna ordenanza que no corresponda a esta vida mortal.
Al ir al templo y actuar en bien de otra persona, estamos tratando a ésta como si fuéramos ella misma viviendo aquí, haciendo por ella lo que ella misma haría si estuviera en este estado mortal. De este modo llevamos a efecto su salvación y aprendemos mediante estas llaves el conocimiento de Dios que se manifiesta a través de estas ordenanzas, de estas bendiciones, de estas señales; todo lo cual nos es dado en el templo del Señor.
GRANDEZA DE LA DOCTRINA DE LA SALVACIÓN PARA LOS MUERTOS. Esta doctrina de dar a los muertos igual oportunidad de oír y recibir la verdad, de la cual no tuvieron el privilegio cuando vivieron, es uno de los principios más grandes, más razonables y más satisfactorios jamás revelados al hombre. Desearía que todos los hombres pudieran considerarlo, y luego, obteniendo el espíritu, buscasen bendecir a sus muertos, haciendo posible que las ordenanzas del evangelio fuesen efectuadas para éstos en los templos del Señor. Por este medio podemos ayudar a salvar a aquellos que se han ido antes de nosotros y en nuestra limitada esfera podemos tornarnos salvadores de mucha gente. ¡Cuán grande será la satisfacción del hombre y de la mujer. que hayan efectuado esas ordenanzas para sus muertos, cuando se paren ante ellos y vean su gozo y escuchen sus expresiones de gratitud!
GENEROSA NATURALEZA DE LA SALVACIÓN PARA LOS MUERTOS. No hay obra relacionada con el evangelio que sea de naturaleza más generosa que la obra en la casa del Señor en bien de nuestros muertos. Aquellos que trabajan por los muertos no esperan recibir ninguna clase de remuneración o recompensa terrenal. Se trata, sobre todo, de una obra de amor, engendrada en el corazón del hombre mediante una labor fiel y constante en estas ordenanzas salvadoras. No existe una recompensa monetaria, sino que habrá gran gozo en el cielo, junto a aquellos cuyas almas hayamos ayudado a lograr la salvación.
Es una obra que engrandece el alma del hombre, ensancha sus puntos de vista en relación al bienestar de sus semejantes, y planta en su corazón el amor hacia todos los hijos de nuestro Padre Celestial. No hay obra igual a la del templo para los difuntos, que enseñe tanto al hombre a amar a sus semejantes como a sí mismo. Jesús amó tanto al mundo que quiso ofrecerse a sí mismo como sacrificio expiatorio a fin de que el género humano pudiese ser salvo. También tenemos el privilegio, en menor grado, de mostrar nuestro gran amor hacia El y hacia nuestros semejantes, ayudándolos a alcanzar las bendiciones del evangelio que ahora ellos no pueden recibir sin nuestra ayuda.
LA SANGRE DE NUESTROS DIFUNTOS VENDRÁ SOBRE NOSOTROS. En un editorial escrito por el Profeta en Times and Seasons —periódico publicado en los primeros años de la Iglesia—, él habla de las palabras del Salvador a los judíos, de que sobre ellos caería la sangre de todos los justos derramada sobre la tierra desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías, hijo de Berequías, quien fue asesinado entre el templo y el altar.
Luego el Profeta declara, de manera terminante, que la razón por la cual esta sangre vendría sobre esa generación era que como “gozaban de mayores privilegios que cualquier otra generación, no sólo en cuanto a ellos mismos, sino en cuanto a sus muertos también, su pecado era mayor, pues no solamente estaban desatendiendo su propia salvación sino la de sus progenitores, y de ahí que se demandó de ellos la sangre de sus antepasados”.
Y bien, si aquellos judíos tenían que responder por la sangre de sus progenitores puesto que habían sido negligentes en cuanto a la salvación de ellos, entonces, ¿no podemos preguntarnos si no tendremos que responder también por la sangre de nuestros muertos, dada nuestra negligencia en cuanto a estas ordenanzas para bien de ellos? No importa si hemos sido bautizados y recibido la imposición de manos sobre nuestra cabeza para recibir el Espíritu Santo; si voluntariamente rechazamos la salvación de nuestros muertos, entonces, nosotros también seremos rechazados por el Señor, por haberlos rechazado; y de la misma manera su sangre será demandada de nuestras manos.
NUESTRAS RESPONSABILIDADES MÁS IMPORTANTES
NUESTRA SALVACIÓN VIENE PRIMERO. Todos los que poseemos el sacerdocio tenemos estas dos grandes responsabilidades: primero, buscar alcanzar nuestra propia salvación; y, segundo, nuestro deber para con nuestros semejantes. Y bien, yo considero que mi primera tarea, en lo que concierne a mi persona es buscar mi propia salvación. Esa es vuestra tarea individual primera, y se da por igual para todo miembro de esta Iglesia.”
Nuestro deber hacia nuestros semejantes en el mundo es una responsabilidad que descansa especialmente sobre los hombros de los hombres que poseemos el sacerdocio. Nuestro deber es esencialmente, predicar el evangelio, enseñar a las naciones de la tierra, salir y traer gente a la Iglesia; esa es la tarea que descansa sobre toda la Iglesia. El Señor ha dispuesto las cosas de tal manera que ciertos hombres son llamados a ciertos oficios en la Iglesia con ese peculiar deber sobre sus hombros; los Doce y los setentas son los misioneros de la Iglesia, pero todo hombre en ella tiene esta responsabilidad como poseedor del sacerdocio.
RESPONSABILIDAD DEL SACERDOCIO EN CUANTO A LA OBRA EN EL TEMPLO. Ahora bien, el Señor dice que nuestra mayor responsabilidad personal es buscar a nuestros difuntos; pero como poseedores del sacerdocio, nuestra responsabilidad es —en lo que concierne a la obra en el templo— enseñar, instruir, persuadir e inducir a los hombres a aprovechar sus oportunidades y recibir estas bendiciones para sí mismos, para que vayan al templo, donde pueden efectuar esta obra. Esa es nuestra responsabilidad como poseedores del sacerdocio.
No importa que seamos sumos sacerdotes, setentas o élderes. Estamos tratando de poner esta carga especialmente sobre los sumos sacerdotes de la iglesia. Los setentas predican el evangelio, eso es lo que realmente les corresponde; los élderes (ancianos) son ministros residentes. Los sumos sacerdotes también son ministros residentes y estamos tratando de entrenarlos para que tomen sobre sí la responsabilidad de enseñar a sus semejantes en todo lo relativo a la exaltación, y de que ayuden a prepararlos para ir a los templos a efectuar esta obra en bien de sus muertos. Esa es nuestra responsabilidad y es una gran responsabilidad.
RESPONSABILIDADES DE LA IGLESIA Y DEL INDIVIDUO. El Señor ha dado a la Iglesia la responsabilidad de predicar el evangelio a las naciones de la tierra. Esta es la más grande responsabilidad de la Iglesia. Los hombres deberán aprender el evangelio, ser llamados al arrepentimiento y ser amonestados. Cuando ellos rehusen escuchar la advertencia, quedarán sin excusa.
El Señor también ha puesto sobre los miembros de la Iglesia una gran responsabilidad, y es el deber personal de buscar a nuestros difuntos inmediatos, aquellos de nuestras propias líneas de ascendencia. Esta es la responsabilidad individual más grande que tenemos y debemos efectuarla en bien de nuestros antepasados que ya han partido.
NUESTRA MAYOR RESPONSABILIDAD INDIVIDUAL. El profeta José Smith declaró: “La responsabilidad mayor que Dios ha puesto sobre nosotros en este mundo es procurar por nuestros muertos. La razón de esto es que todos los difuntos deben ser redimidos de sus pecados mediante la obediencia al evangelio de la misma manera que los vivos. Se nos requiere efectuar esta labor en bien de ellos.
Además, no podremos ser perfectos sin nuestros fieles difuntos que también sean herederos de la exaltación. Debe haber una conexión, una unión de generaciones, desde Adán hacia abajo. Los padres deberán ser sellados entre sí y los hijos a los padres, a fin de recibir las bendiciones del reino celestial. Por lo tanto, nuestra salvación y progreso dependen de la salvación de nuestros dignos difuntos a los que debemos ser unidos por lazos familiares eternos. Esto sólo puede efectuarse en nuestros templos.
El Profeta declaró además, que la doctrina de la salvación de los muertos es el “tema… más glorioso de todos los que pertenecen al evangelio sempiterno.” La razón de esto es la gran magnitud de la labor y el hecho de que todos tenemos el privilegio de oficiar por los muertos y de ayudar a darles los privilegios que nosotros también disfrutamos, mediante la obediencia al evangelio.
LOS SANTOS DEBEN TRATAR DE SALVAR A SUS MUERTOS
GRAN OBRA DE ESTA DISPENSACIÓN. Aunque muchos hombres y mujeres honorables de la tierra están efectuando una gran obra en la búsqueda y recopilación de información genealógica, su trabajo sirve exclusivamente como el medio que lleva hacia el fin. La mayor obra, después de todo, recae sobre los miembros de la Iglesia que tienen el sacerdocio, el poder y el privilegio de ir a los templos, llevando consigo los nombres provenientes de esos registros recopilados y de toda otra fuente auténtica, y de efectuar las ordenanzas en bien de sus difuntos.
Vivimos en la más grande de las dispensaciones en la historia del mundo, en la del cumplimiento de los tiempos, cuando todas las cosas deberán ser reunidas y restauradas a su orden adecuado, dando inicio al reinado milenario del Redentor y de los justos. ¿Comprendemos plenamente los Santos de los Ultimos Días, la gran responsabilidad puesta sobre nosotros en relación a la salvación del mundo?
LA IGLESIA PROGRESA EN MUCHOS CAMPOS. Estamos logrando mucho en el intento de convertir y salvar a esta generación incrédula y perversa; estamos enviando a cientos de misioneros a todas partes de la tierra y gastando miles de dólares anualmente en esta tan necesaria labor. Estamos usando miles de dólares en la construcción de centros de reunión, escuelas y otros edificios y en la educación de la juventud de Israel, en el desarrollo y mejoramiento de nuestras tierras, en la edificación de ciudades y en el aumento de nuestras comunidades, en la publicación de periódicos y revistas, y en toda forma esforzándonos diligentemente para mejorar a nuestro pueblo y difundir el conocimiento que convertirá al mundo al evangelio.
¿Pero qué estamos haciendo para la salvación de nuestros difuntos? Hay muchos, cierto es, que comprenden esta grandiosa obra y son fieles en cumplir sus deberes en los templos del Señor, pero de algunos otros no se puede decir lo mismo. Los templos se ven concurridos y llenos de obreros laboriosos y diligentes. Esta es una buena señal; pues muestra el tesón y la actividad de los santos.
NADIE QUEDA EXENTO DE TRABAJAR POR LOS DIFUNTOS. Pero esta condición no libera de esta responsabilidad a los miembros lerdos o inactivos, que nada estén haciendo por sus difuntos. Estas personas no deben esperar recibir el reconocimiento de lo que otros están haciendo. Sobre todos sin excepción descansa esta responsabilidad; con igual fuerza, de acuerdo con nuestra habilidad y oportunidad individuales.
No importa qué otra cosa hayamos sido llamados a efectuar, o qué cargo ocupemos, o cuán fielmente hayamos trabajado en la Iglesia en alguna u otra forma; nadie quedará exento de esta gran obligación. Se requiere del apóstol así como del élder más humilde. El lugar, la distinción, el largo servicio en la Iglesia, en el campo misional, en las estacas de Sión o donde quiera que haya sido o como quiera que haya sido, no servirá para darle a uno el derecho de olvidarse de la salvación de sus difuntos.
Algunos tal vez sientan que si pagan sus diezmos, si concurren a las reuniones oficiales y atienden otros deberes; si dan de sus bienes a los pobres, y quizá pasan uno, dos o más años predicando en el mundo, están eximidos de otros deberes. Pero la obra más grande y mayor de todas, es la obra por los muertos.
LA OBRA POR LOS MUERTOS ES OBLIGATORIA PARA TODOS NOSOTROS. Podemos y debemos hacer todas esas otras cosas, por las cuales seremos recompensados; pero si somos negligentes en cuanto a privilegio y mandamiento mayor, a pesar de todas las demás buenas obras, nos encontraremos bajo una severa condenación.
¿Y por qué tal condenación? Porque “la responsabilidad mayor que Dios ha puesto sobre nosotros en este mundo es procurar por nuestros muertos”, porque no podremos ser salvos sin ellos. “Se precisa que aquellos que han muerto antes, así como los que vendrán después, reciban la salvación junto con nosotros; y esta es la obligación que Dios ha puesto sobre el hombre”, dice el profeta José Smith. Por esto, entonces, vemos que aunque es necesario predicar el evangelio en las naciones de la tierra y hacer todas las demás obras buenas en la Iglesia, el mandamiento mayor que nos ha sido dado con carácter obligatorio, es la obra en el templo, por nuestro propio bien y el de nuestros difuntos.
LOS SERES RESUCITADOS APORTARÁN INFORMACIÓN GENEALÓGICA. El Señor espera que nosotros hagamos todo lo que podamos por nosotros mismos y por nuestros muertos. El quiere que investiguemos en cuanto a nuestro linaje, puesto que El no debe hacer por nosotros lo que nosotros mismos podemos hacer. Y después de haber hecho todo lo posible, entonces se proveerán los medios, o se mostrará el camino para que venga a nosotros la información que no podamos descubrir.
Llegará el día en que los muertos, o por lo menos aquellos que hayan pasado a través de la resurrección hacia la vida, trabajarán hombro con hombro con los que aún estén en la carne, y ellos aportarán la información. En aquel entonces no habrá errores y tendremos el privilegio de ir al templo del Señor y hacer la obra, hasta que cada alma para la cual esta obra es efectuada, haya sido atendida y ninguna sea dejada fuera.
HACED LA OBRA POR TODOS VUESTROS ANTEPASADOS. No debemos aminorar nuestras obras, ya que el Señor nos tendrá por responsables de nuestras propias acciones. Deberíamos prestar diligente atención a nuestros muertos, de manera que ninguno quedare desatendido. Es nuestro privilegio y deber efectuar la obra del templo por todos nuestros antepasados cuyos nombres podamos obtener, a menos que por buenas y suficientes razones se prohiba, de acuerdo con las reglas, efectuar esa obra en el templo, y en ese caso dejamos el asunto en manos del Señor. Si algunos de aquellos para quienes trabajemos son indignos, el Señor será quien se encargue de eliminarlos. Esa obra no nos corresponde. Nuestra tarea consiste en ir a los templos y efectuar la obra.
JÓVENES Y ADULTOS DEBERÍAN EFECTUAR LA OBRA EN EL TEMPLO. Ni el hombre ni la mujer tienen que ser viejos para comprender la obra que se efectúa en el templo. No tenemos que crecer en años antes de obtener el espíritu de salvación para los muertos. Es verdad que generalmente los más viejos en la Iglesia son los que van al templo y dedican su tiempo. Yo veo la razón de esto; los más jóvenes están ocupados y su tiempo es requerido en otros asuntos, mientras que la gente de edad ha dejado a un lado los cuidados del mundo, por decirlo así, y dispone de más tiempo para ir al templo y dedicarlo a la salvación de los difuntos. Por lo tanto, necesaria y lógicamente, encontraremos mayor cantidad de personas adultas que jóvenes en el templo.
Pero, los jóvenes no deben pensar que esta es una obra exclusivamente para ancianos: Es para todos los Santos de los Ultimos Días, y los jóvenes podrán atender estos asuntos y obtener el espíritu de esta obra así como pueden hacerlo aquellos que ya están entrados en años.
CALENDARIO MÍNIMO SUGERIDO PARA EL TEMPLO. Si nosotros dedicásemos un día por mes en los templos, salvando a nuestros difuntos —justamente 12 de los 365 días del año— hermanos y hermanas, ¿estaría alguno de nosotros haciendo más de lo que correspondería a nuestro deber, cuando la responsabilidad que se nos ha dado es tan grande, y “es poco el tiempo de que disponen los santos para salvar y redimir a sus muertos, y reunir a sus parientes vivos, para que también éstos puedan salvarse, antes que sea herida la tierra y descienda sobre el mundo la consumación decretada?”
Además, supongamos que cada uno de nosotros llenara unas cuantas Partidas Individuales y las enviara a la Sociedad Genealógica cada mes… ¿es esto más de lo que deberíamos hacer? ¿Es esto más de lo que somos capaces de hacer? Ciertamente que eso significaría mucho más de lo que estamos haciendo; y, además, hay muchas personas que están realizando la obra en el templo por un número mayor a 20 individuos por mes.
Si unos pocos pueden hacerlo, ¿por qué no podrán hacerlo unos cuantos más? El hecho es el siguiente: este tema no ha atraído a muchos de nosotros; hemos estado tan ocupados en otros asuntos, principalmente con la acumulación de bienes mundanos que no podremos, realmente, llevar con nosotros, que no hemos tenido ni el tiempo ni la inclinación para hacer la obra por nuestros difuntos. Si una centésima parte de la energía usada por los miembros de la Iglesia en otras formas, fuese dirigida a los anales de la obra en el templo donde justamente corresponde, podríamos lograr mucho más que lo que estamos logrando para la salvación de los muertos.
AYUDAD A OTROS EN LA OBRA QUE SE EFECTÚA EN EL IEMPLO. Pero alguno dirá: “Yo he hecho la obra por todos mis antepasados de los cuales he tenido conocimiento. Mi genealogía me ha llevado hasta mi bisabuelo y más allá de esto me es difícil seguir. ¿Cómo puedo hacer la obra del templo cada año, por 20, 40, 60 o más de mis antepasados teniendo en cuenta que no dispongo de esos registros?”
A esa persona yo le respondería: “Si habéis efectuado la obra por todos vuestros difuntos conocidos, y vuestros registros no pueden ser llevados más allá de una o dos generaciones, aún así tenéis el privilegio de poder ayudar a vuestros semejantes que carecen de la ayuda suficiente y que por lo tanto no podrían hacer la obra por todos sus difuntos. Ayudadles a ellos y ayudad a los templos con vuestro apoyo financiero y moral; y el camino se os abrirá delante para que podáis alcanzar más conocimiento respecto a vuestros propios difuntos.”
ES NECESARIA LA CONVERSIÓN A LA OBRA EN EL TEMPLO. Podemos, sin menoscabo alguno, actuar como salvadores en el Monte de Sión, yendo al templo y haciendo por nuestros difuntos las cosas que ellos no pudieron hacer por sí mismos. Aunque hay miles de Santos de los Ultimos Días que parecen estar indecisos en cuanto a esto.
Se sienten deseosos de concurrir a las reuniones, de pagar su diezmo y atender los deberes comunes de la Iglesia, pero no parecen entender o sentir la importancia que tiene recibir en el templo del Señor las bendiciones que al fin les acarreará la exaltación. Es extraño. La gente parece contentarse con nada más existir, sin aprovechar las oportunidades que le son presentadas y sin recibir estos convenios necesarios que la llevarán de vuelta a la presencia de Dios como hijos e hijas.
RESPONSABILIDAD DE LOS QUE TRABAJAN EN LA GENEALOGÍA. Y bien, este es nuestro deber como poseedores del sacerdocio. Enseñar a todos y hacerles entender toda la importancia de esto. Debemos presentarnos ante los demás como misioneros, trabajar con ellos, tratar de mostrarles, convencerlos y persuadirlos de ir al templo para su propia salvación y para la salvación de sus difuntos; cuando hayamos hecho todo eso, habremos cumplido con nuestro deber.
Por lo tanto, quiero decirles a todos los que están comprometidos en la obra genealógica en las estacas de Sión: esa obra de persuasión os es asignada. Queremos que vosotros como poseedores del sacerdocio, y las hermanas que trabajan con vosotros, persuadáis, enseñéis y hagáis todo lo que esté a vuestro alcance por medio de la persuasión y la enseñanza entre los miembros de la Iglesia, para hacerlos ir a los templos a hacer las cosas que los llevarán a la plenitud de la gloria de Dios.
























