Doctrina de Salvación Tomo 3

Capítulo 6

La Organización del Sacerdocio


EL SACERDOCIO Y SUS DEPENDENCIAS

 “TODO EL SACERDOCIO ES SEGÚN EL ORDEN DE MELQUISEDEC.” ¿Cuántos sacerdocios hay? La respuesta es que hay un sacerdocio, mas el Señor lo repartió en dos divisiones, conocidas como el Sacerdocio de Melquisedec y el Sacerdocio Aarónico. En ocasiones hablamos del Sacerdocio Levítico, que es parte del Sacerdocio Aarónico.El Sacerdocio Aarónico comprende los oficios que tienen que ver con los asuntos temporales de la Iglesia, la proclamación del arrepentimiento y el bautismo para la remi­sión de pecados.

Cuando el Señor dice que hay dos sacerdocios, está hablando de las divisiones del sacerdocio. El profeta José Smith ha explicado esto según se ve en el acta de la conferencia del 5 de octubre de 1840: “Quedó instituido desde antes de la fundación de esta tierra, antes que ‘las estrellas todas del alba alabaran y se regocijaran todos los hijos de Dios’, y es el sacerdocio mayor y más santo, y es según el orden del Hijo de Dios; y todos los demás sacerdocios son únicamente partes, ramificaciones, poderes y bendiciones que le pertenecen y que por él son poseídos, gobernados y dirigidos.”

También dijo el Profeta: “Todo sacerdocio es según el orden de Melquisedec, pero tiene diferentes partes o grados. La parte que le permitió a Moisés hablar con Dios cara a cara fue quitada; mas permaneció la parte que comprendía el ministerio de ángeles.”

EL SACERDOCIO DE MELQUISEDEC INCLUYE EL AARÓ­NICO. Cuando una persona posee el Sacerdocio de Melquisedec, ya sea como élder, setenta o sumo sacerdote, también posee el Sacerdocio Aarónico. Cuando una persona recibe por ordenación un oficio en el Sacerdocio Aarónico, y luego recibe un oficio en el Sacerdocio de Melquisedec, no se le quita ninguna de la autoridad anterior. El Sacerdocio de Melquisedec tiene la autoridad para oficiar en el Aarónico.

EL ORDEN PATRIARCAL ES PARTE DEL SACERDOCIO DE MELQUISEDEC. El sacerdocio que prevaleció desde Adán hasta Moisés fue el del Orden Patriarcal, sin embargo, sólo era parte del Sacerdocio de Melquisedec. Todos los antiguos patriarcas fueron sumos sacerdotes, mas la dirección de la Iglesia en aquellos días estaba en manos de los patriarcas. Después de la época de Moisés, cuando se le quitó a Israel el Sacerdocio de Melquisedec, este orden de Sacerdocio Patriarcal, como suele llamársele, no continuó. Llegó, entonces, el Sacerdocio Aarónico, mientras que los profetas poseían el Sacerdocio de Melquisedec en calidad de sumos sacerdotes. La otorgación de esta autoridad mayor, sin embargo, tenía que venir por designación especial; no se daba en forma general a los miembros varones de las tribus.

Después que nuestro Salvador estableció su Iglesia, El colocó en ella todos los oficiales cual hoy los tenemos, con los sumos sacerdotes presidentes a la cabeza, y con apóstoles, patriarcas, sumos sacerdotes (el patriarca es sumo sacerdote), setentas y élderes. Todo sacerdocio es autoridad divina, pero se divide en las dos cabezas principales, Melquisedec y Aarónico, aun cuando hablamos del orden evangelista, o patriarcal, y el orden de los levitas. También podríamos hablar del orden de sumos sacerdotes, o el orden de setentas, o de élderes, refiriéndonos al llamamiento de aquellos que poseen estos oficios.

PODER Y OFICIOS DEL SACERDOCIO DE MELQUISEDEC. El Sacerdocio de Melquisedec “posee el derecho de presidir y tiene el poder y autoridad sobre todos los oficios en la Iglesia en todas las edades del mundo, para administrar en las cosas espirituales”.

La Primera Presidencia de la Iglesia es también conocida como “la Presidencia del Sumo Sacerdocio”, y sus miembros tienen “el derecho de oficiar en todos los cargos”, y poseen “las llaves de todas las bendiciones espirituales de la iglesia”.

Los oficios o cargos en el Sacerdocio de Melquisedec son los siguientes: élder, setenta y sumo sacerdote. La Primera Presidencia se compone de tres “sumos sacerdotes presidentes”. Los apóstoles también son sumos sacerdotes, con el llamamiento y ordenación especiales, además de ser apóstoles, o testigos especiales de Cristo. Ellos, enseguida de la Primera Presidencia, poseen todas las llaves de autoridad en la Iglesia, y son llamados para edificar la misma en toda la tierra. Los evangelistas, o patriarcas, son sumos sacerdotes con la ordenación especial de patriarcas, en virtud de lo cual bendicen a los miembros de la Iglesia. Los setenta, bajo la dirección de los Doce Apóstoles, son los misioneros de la Iglesia. Hay siete presidentes en cada quórum de setentas, y sobre todos los quórumes hay una presidencia de siete, conocidos como el Primer Consejo de los Setenta. Los élderes y los sumos sacerdotes son nombrados para oficiar en el ministerio de las cosas espirituales en las estacas de Sión, y de entre los sumos sacerdotes provienen los oficiales presidentes de la Iglesia, así como de las estacas y barrios de la misma.

TODOS LOS OFICIOS SON DEPENDENCIAS DEL SACERDOCIO. Cuando es ordenado un élder, este recibe el Sacerdocio de Melquisedec, y luego el oficio de élder, setenta, o sumo sacerdote, según sea el caso, y el oficio que recibe señala la naturaleza de sus deberes. No sólo son los cargos de obispo y de élder una dependencia del sacerdocio, sino que todo otro oficio también lo es, porque todos ellos provienen del sacerdocio. El apóstol, sumo sacerdote, setenta, y todo otro oficio es una dependencia del sacerdocio.

El Señor mismo ha declarado que todas las autoridades u oficios en la iglesia son dependencias del sacerdocio. Es decir, el sacerdocio les fija sus límites, y de él provienen.

El apóstol Pablo nos ha informado que tanto los dones como los oficios de la Iglesia en su plenitud son esenciales para el bienestar de la misma. “El cuerpo no es un solo miembro, sino muchos”; y, por tanto, el pie no puede decir que porque no es mano no es del cuerpo, ni la oreja al ojo, ni la cabeza a los pies. “Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso.” “De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él gozan.”

LLAMAMIENTOS Y ORDENACIONES EN EL SACERDOCIO

REQUISITOS PARA LAS ORDENACIONES EN EL SACERDOCIO. Antes que sea ordenado hombre alguno a cualquier oficio en el sacerdocio, aquellos que lo llamen deben considerar cuidadosamente lo siguiente:

  1. Dignidad del individuo para poseer el sacerdocio.
  2. Su disposición para servir en el llamamiento al que va a ser llamado, y su fidelidad anterior a la Iglesia y a sus responsabilidades.
  3. Debe ser sostenido por el voto de los miembros con quienes tenga que ver.

USO DE LA PALABRA “ORDENAR” EN DÍAS ANTERIORES. Cuando el profeta José Smith recibió la presidencia del sumo sacerdocio, la historia dice, que fue ordenado. Hoy diríamos apartado. En los primeros días de la Iglesia empleaban el termino ordenar para casi todo, aun cuando se apartaba a las hermanas para presidir en la Sociedad de Socorro.

Antes de su muerte, el Profeta confirió la plenitud de las llaves y sacerdocio al presidente Brigham Young y a los otros miembros del Consejo de los Doce, de modo que cualquiera de ellos podría actuar, cada cual por turno, en caso de que llegara a ocupar la presidencia, y todo lo que entonces se necesitaría sería apartarlo. A todos los miembros del Consejo de los Doce en la actualidad se han conferido todas las llaves y autoridad necesarias para que los ejerza cualquiera de ellos que llegue hasta la presidencia, y entonces sería apartado.

NO SE DEBE APARTAR A LOS MAESTROS DE LAS CLASES. Todavía usamos el término apartar cuando se llama a alguien a presidir en las estacas y barrios y en las organizaciones auxiliares. No hay razón para apartar a maestros de las clases o directores de grupos. Si continuamos haciéndolo así, con el tiempo algunos van a pensar que estos cargos han llegado a ser oficios permanentes en el sacerdocio.

EL USO DE LA MANO DERECHA EN LAS ORDENANZAS. La costumbre, evidentemente por instrucciones divinas, desde las épocas más remotas, ha sido usar la mano derecha para hacer juramentos, y para testificar o reconocer obligaciones. De preferencia se ha empleado la mano derecha más bien que la izquierda, al oficiar en las ordenanzas sagradas cuando sólo se usa una de las dos manos.

La referencia más antigua que tenemos en cuanto a la superioridad de la mano derecha sobre la izquierda al bendecir, se halla en la bendición de Jacob a sus dos nietos, Efraín y Manasés, cuando colocó sus manos “adrede”, sobre la cabeza de los jóvenes.

En una ocasión anterior, cuando Abraham envió a su siervo a la propia parentela de Abraham a hallar esposa para Isaac, hizo que su siervo colocara su mano debajo de su muslo (de Abraham) y le jurara que cumpliría con su misión. Evidentemente, fue la mano derecha del criado.

El Señor dijo por conducto de Isaías: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.”

En los Salmos leemos: “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.”

Es costumbre extender la mano derecha en señal de amistad. La mano derecha se conoce corno la diestra y la izquierda como la siniestra. Diestra o derecha, tiene significado favorable, o propicio. Siniestra tiene la connotación de malo más bien que de bueno. Siniestro tiene el significado de perverso.

Tomamos la Santa Cena con la mano derecha, sostenemos a las autoridades con la mano derecha. Aceptamos o reconocemos algo con la mano derecha en alto.

UN EVANGELISTA ES UN PATRIARCA. Según la manera en que se usa en la Biblia y el sentido en que generalmente se usa la palabra, un evangelista es uno “que va de un lugar a otro para evangelizar, o sea predicar la fe del Señor Jesucristo o las virtudes cristianas”. El término evangelio significa buenas nuevas. Hay diccionarios en el idioma inglés que también contienen definiciones tales como esta: “Un oficial mormón del Sacerdocio de Melquisedec, o sacerdocio mayor, cuya función especial consiste en bendecir.”

La explicación que dio el profeta José Smith en relación con el evangelista es esta: “El evangelista es un patriarca, a saber, el mayor de edad de la sangre de José o de la descendencia de Abraham. Dondequiera que la Iglesia de Cristo se halle establecida sobre la tierra, allí debe haber un patriarca para el beneficio de la posteridad de los santos, tal como fue con Jacob cuando dio sus bendiciones patriarcales a sus hijos.”

¿QUIÉNES SON PASTORES? La definición de pastor que da el diccionario se puede aceptar como correcta, y aun concuerda con nuestro entendimiento de esta palabra. Dice que pastor es un “prelado o cualquier otro eclesiástico que tiene súbditos y la obligación de cuidar de ellos”. El término pastor no se refiere a un orden en el sacerdocio, como el diácono, el presbítero, élder, setenta, etc., sino es más bien un término general que se aplica a un oficial que preside un barrio, o una rama en una misión o estaca; aún podría aplicarse a un presidente de estaca. Hay varias referencias a pastores en el Antiguo Testamento, particularmente en el libro de Jeremías. Citaré una o dos de ellas para mostrar que es un término general que se aplicaba a los sacerdotes y maestros en Israel, y no a un orden del sacerdocio:

“Y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y con inteligencia.”

“Porque los pastores se infatuaron, y no buscaron a Jehová; por tanto, no prosperaron, y todo su ganado se esparció.”

“Por tanto, así ha dicho Jehová Dios de Israel a los pastores que apacientan mi pueblo: Vosotros dispersasteis mis ovejas, y las espantasteis, y no las habéis cuidado. He aquí que yo castigo la maldad de vuestras obras, dice Jehová.”

Por estos pasajes podréis ver que está claro que el Señor se refiere a los sacerdotes y gobernantes de los hijos de Israel, y no a un orden ni un oficio en el sacerdocio. El profeta José Smith estaba siguiendo, en el sexto Artículo de Fe, la manera en que se expresó el apóstol Pablo, y se estaba refiriendo a los que tenían jurisdicción sobre el redil, o ramas, de la Iglesia. Podemos decir con toda verdad que un obispo es un pastor; también lo es un élder que tiene a su cargo una rama de la Iglesia, o un presidente de estaca que tiene bajo su dirección un número de barrios y ramas.

En un tiempo tuvimos pastores, así llamados, en la Gran Bretaña. Se trataba de hombres nombrados para presidir a dos o más conferencias, hoy llamados distritos.

LA ENSEÑANZA DE PABLO DE QUE LOS DIÁCONOS DEBEN ESTAR CASADOS. Según el criterio de Pablo el apóstol en aquella época, un diácono debería ser un hombre casado. Esto no se aplica a nuestra época; las condiciones eran distintas en la época de Pablo. En aquel tiempo no se consideraba a un ministro capacitado para participar del ministerio sino hasta que tuviera treinta años de edad. Conforme a estas condiciones, los diáconos, maestros, y presbíteros eran hombres de edad madura. Ese no es el requisito hoy día.

En la actualidad hay ministros en toda clase de iglesias que no han llegado a esa edad, y no existe ningún requisito en la Iglesia de esta dispensación de que la persona ha de ser un hombre de edad madura antes que pueda participar en el ministerio o poseer el sacerdocio. Ni tampoco fue el reglamentario en tiempos muy antiguos, porque se nos informa que Noé apenas tenía diez años de edad cuando se le confirió el sacerdocio por manos de Matusalén. Un ángel ordenó a Juan el Bautista, cuando éste apenas tenía ocho días de haber nacido, para “derribar el reino de los judíos y enderezar las sendas del Señor ante la faz de su pueblo”, pero Juan no desempeñó este ministerio sino hasta poco antes de la venida de Cristo para ser bautizado e iniciar su ministerio. Juan era mayor que nuestro Salvador por pocos meses.

ALGUNOS JOVENCITOS SON ORDENADOS ÉLDERES. En los días del profeta José Smith los jóvenes eran ordenados y enviados a predicar el evangelio. Varios jóvenes que no eran mayores de edad, y que estaban sin casar, salieron para efectuar la obra misional con el poder del Sacerdocio de Melquisedec sobre ellos. El hermano menor del Profeta, Carlos Smith fue ordenado élder cuando tenía 14 años, y salió a efectuar la obra misional. Convirtió, con la ayuda del Señor, a Salomón Avery, que era un ministro bautista. A los 19 años de edad fue designado presidente del quórum de los sumos sacerdotes, cargo que ocupó hasta su muerte en 1841.

Mi propio padre, el presidente Joseph F. Smith, fue llamado y ordenado élder y enviado por el presidente Brigham Young, cuando apenas tenía 15 años de edad, para cumplir una misión entre los nativos de las islas hawaianas; y si hubo misionero alguno que sintió la inclinación de ser tentado a perder su virtud en cualquier manera, ciertamente él tuvo toda oportunidad entre los nativos de esas islas, en aquellos primeros días de la Iglesia. También fueron ordenados y enviados otros jóvenes bajo la dirección del presidente Brigham Young. El presidente Anthon H. Lund fue ordenado élder cuando tenía 15 años de edad, y obró como misionero local en la época del presidente Brigham Young. hoy no sería lógico negarse a ordenar diácono a un joven sin casar, si ese mismo joven pudiese ser ordenado élder y enviado al mundo, lejos de sus padres y de toda buena influencia y protección, salvo la orientación del Señor, para predicar el evangelio a un pueblo en tinieblas.

La época del apóstol Pablo fue muy diferente de la nuestra. Muchas de las costumbres que entonces prevalecían no se pueden adoptar o requerir hoy día, pero los principios fundamentales del evangelio no han cambiado.

DEBERES LEVÍTICOS ANTIGUOS Y MODERNOS

DEBERES DE LOS DIÁCONOS Y LOS MAESTROS. En el Sacerdocio Aarónico además de los obispos, los cuales poseen las llaves de la presidencia, tenemos los oficios de diácono, maestro y presbítero. Los varones que poseen estos oficios son llamados para ayudar a los obispos en sus barrios. El deber del diácono es ayudar al maestro y al presbítero, y ponerse al servicio del obispo cuando le sea requerido.

¿Cuál es el deber del maestro? Como leemos aquí en la sección 20 de Doctrinas y Convenios, que se dio el día en que se organizó la Iglesia, el deber del maestro es visitar las casas de los miembros para instruirlos, ver que no haya iniquidad en la Iglesia; que no haya críticas unos de otros, ni rencores, ni calumnias el uno contra el otro, y además de esto, ver que los miembros de la Iglesia cumplan con sus deberes. Esa es la gran responsabilidad que descansa sobre el maestro. El debe procurar que los miembros oren, que ayunen en el día de ayuno, que estén pagando sus diezmos oportunamente, que estén asistiendo a sus reuniones de ayuno en los barrios semana tras semana; y todas estas cosas le son requeridas al maestro al visitar las casas de los miembros. Si el maestro no tiene cuidado de estas cosas, entonces el pecado queda a su puerta.

DEBERES DE LOS PRESBITEROS I)EL SACERDOCIO AARÓNICO. ¿Cuáles son los deberes del presbítero? El deber del presbítero es predicar, enseñar, exponer, exhortar, bautizar, y bendecir la Santa Cena. Debe visitar la casa de cada miembro y exhortar a todos a orar vocalmente, así como en secreto, y a cumplir con todos los deberes familiares. Ese es el deber del presbítero.

Los buenos obispos de los barrios deben procurar que sus presbíteros vayan a las casas de los miembros y hagan precisamente esto que hemos dicho, enseñando a los miembros con el espíritu de oración. Cuando encuentren a un miembro de la Iglesia que no esté cumpliendo con cualquiera de estos puntos, es el derecho de estos maestros o presbíteros informar al obispo, el juez común. Sin embargo, deben obrar diligentemente y con longanimidad, con fe y humildad, con estos miembros que no comprenden la necesidad de guardar los mandamientos del Señor, y después que hayan hecho cuanto esté en su poder, y no puedan hacer más para lograr que se arrepientan los miembros que no estén cumpliendo, el juez común puede citarlos a que comparezcan ante él, y él tiene el derecho de proceder en contra de ellos, para determinar si han de continuar como miembros. Desde luego, nuestro deber es salvar almas. No debemos obrar con demasiada prisa para expulsar a nadie. Por tanto, digo yo, que después que los maestros o presbíteros hayan hecho cuanto se puede hacer, entonces se podrán aplicar medidas drásticas.

DEBERES LEVÍTICOS Y AARÓNICOS EN LA ANTIGÜEDAD. El tabernáculo, a veces llamado templo, era un edificio con mucho ornato, aunque portátil, que los hijos de Israel llevaban consigo en el desierto. Fue a ese templo donde Ana se retiró para orar, y donde Samuel ministró. Era el deber de los levitas cuidar de este edificio y conservarlo en orden. Lo desarmaban, lo trasladaban con todas sus pertenencias de un lugar a otro, al viajar por el desierto, y entonces lo armaban de nuevo donde se establecía un nuevo campamento.

Estas responsabilidades, que en cierto grado son semejantes a los deberes de los diáconos en la actualidad, se repartían entre los descendientes de los tres hijos de Leví, hijo de Jacob. Estos eran Gersón, Coat, y Meran. A los hijos de Gersón, se les dio el cargo del “tabernáculo, la tienda y su cubierta, la cortina de la puerta del tabernáculo de reunión, las cortinas del atrio, y la cortina de la puerta del atrio, que está junto al tabernáculo y junto al altar alrededor; asimismo sus cuerdas para todo su servicio”

A cargo de los hijos de Coat estaban “el arca, la mesa, el candelero, los altares, los utensilios del santuario con que ministran, y el velo con todo su servicio”. Eleazar, hijo de Aarón, estaba encargado de este grupo de levitas y era “jefe de los que tienen la guarda del santuario”. Los hijos de Meran tenían a su cargo “la custodia de las tablas del tabernáculo, sus barras, sus columnas, sus basas y todos sus enseres, con todo su servicio; y las columnas alrededor del atrio, sus basas, sus estacas y sus cuerdas.”

Los deberes y responsabilidades del tabernáculo, así como los preparativos para los sacrificios, se asignaron en forma general a los descendientes de los tres hijos de Leví. Se proporcionaron carros y bueyes a los gersonitas y a los meraritas, pero a los hijos de Coat, no se les dieron carros “porque llevaban sobre sí en los hombros el servicio del santuario”. No sólo se designó a los levitas para que se hicieran cargo del tabernáculo y sus pertenencias, sino también les fueron señalados otros deberes similares. Podían ofrecer sacrificios, aun cuando correspondía a Aarón y a sus hijos poseer las llaves de este ministerio.

RESTAURACIÓN EN EL MERIDIANO DE LOS TIEMPOS. De acuerdo con este cargo y las instrucciones dadas a Moisés, los sacerdotes (es decir, los hijos de Aarón) y los levitas oficiaron desde el día de su llamamiento hasta los días de la venida de Jesucristo. Cuando vino nuestro Salvador, El restauró a la Iglesia todo lo que se le había quitado, y una vez más se dio a los hombres la plenitud del sacerdocio con todas sus bendiciones. Como lo expresó el apóstol Pedro, nuevamente existió un “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido”, pero esta condición no continuó por mucho tiempo antes que la apostasía nuevamente lo destruyera todo.

ADMINISTRACIÓN DE LOS QUÓRUMES DEL SACERDOCIO

PROPÓSITO DE LOS QUÓRUMES DEL SACERDOCIO. Toda persona que posea un oficio en el sacerdocio debe estar inscrito y ser aceptado como miembro en el quórum correspondiente donde se encuentre su cédula de miembro. uno de los propósitos principales de un quórum del sacerdocio es ayudar individualmente a todo miembro de dicho quórum en todas las cosas pertenecientes al mismo: en su espiritualidad, en su salvación temporal, en todas sus necesidades.

La organización es un requisito esencial en el gobierno de la iglesia. El universo entero está organizado de acuerdo con un plan divino. Sin organización habría confusión, caos, y esto conduciría a la anarquía y a la destrucción.

Se organizan los quórumes del sacerdocio para un propósito particular. He anotado varios de estos:

  1. Para conservar a los miembros que poseen el sacerdocio activos y alertas en el cumplimiento de todo deber que el sacerdocio requiera de sus manos;
  2. Para enseñar a los miembros la manera de asumir responsabilidades y magnificar sus llamamientos.
  3. Para adiestrarlos en métodos mediante los cuales puedan enseñar eficazmente a otros y oficiar en bien de ellos;
  4. Para alentarlos en sus responsabilidades correspondientes a la salvación de los muertos, así como de los vivos.

Un quórum debidamente organizado, debe procurar enterarse de las necesidades de todo miembro y tratar de satisfacer estas necesidades que lleguen a descubrirse, tanto temporal como espiritualmente. Ningún quórum del sacerdocio está cumpliendo con la obligación completa que el Señor le impuso, si no imparte suficiente ayuda temporal. Todo miembro debe consagrarse a sí mismo y emplear sus talentos para adelantar la causa de Sión. Debe ser leal y fiel a la Iglesia, al quórum, al sacerdocio en general, a su familia y a todo principio divino de verdad eterna.

RESPONSABILIDAD EN CUANTO A LA ADMINISTRACIÓN DEL QUÓRUM. La responsabilidad del éxito de los quórumes del sacerdocio en la estaca recae, primero, sobre la presidencia de la estaca y, segundo, sobre la presidencia del quórum del sacerdocio. Las Autoridades Generales tienen por responsable a la presidencia de la estaca, con la ayuda del sumo consejo, por la condición de los quórumes de élderes, setentas y el quórum de sumos sacerdotes. Es el deber de la presidencia de estaca procurar que sean dirigidos debidamente estos quórumes por hombres que entienden la naturaleza de su llamamiento y las responsabilidades del sacerdocio.

Además, la presidencia de estaca, con la ayuda del sumo consejo y el comité del sacerdocio de estaca, tiene la responsabilidad de ver que los quórumes estén completamente organizados, no sólo con sus oficiales presidentes, sino con comités alertas y activos que estén funcionando fielmente. En los casos en que un quórum del sacerdocio no haya podido funcionar y se haya mostrado indiferente en cuanto a las responsabilidades que se le señalaron, se tendrá por responsable a la presidencia de la estaca primero, y enseguida a los oficiales del quórum. Si los oficiales se niegan a obrar, o no son capaces, entonces se les debe relevar y llamar a hombres fieles y dispuestos a obrar en su lugar.

LOS MEJORES HOMBRES DEBEN SER PRESIDENTES DEL SACERDOCIO. Con demasiada frecuencia en lo pasado, se ha tomado el mejor personal para que dirija las organizaciones auxiliares, y luego lo que ha quedado se ha considerado suficientemente bueno para ser los oficiales de los quórumes del sacerdocio. Sinceramente se espera que esta época se haya acabado y que ningún vestigio de ella permanezca ahora. La presidencia de la estaca debe procurar que se nombre el mejor personal disponible para ocupar los cargos de presidencia de los quórumes del sacerdocio. Las organizaciones auxiliares son las ayudas del sacerdocio en la Iglesia.

RESPONSABILIDAD DE LOS PRESIDENTES DE QUÓRUM. La responsabilidad del presidente de quórum es, cual se expresa en esta revelación, sentarse en concilio, asesorar e instruir y enseñar a aquellos que están bajo su dirección. El Señor ha colocado la responsabilidad del adiestramiento y conducta de los miembros del quórum sobre los hombros del presidente de dicho quórum. Le ha dado dos consejeros para que le ayuden en esa obra. Esta dirección y cuidado del quórum no se puede trasladar a los hombros de ninguna otra persona. Se debe buscar a los hombres más capaces para estos cargos de presidencia.

Con demasiada frecuencia se estima que la supervisión de un quórum, especialmente de élderes, no es de mucha importancia, pero el Señor piensa de otra manera. Ha de haber, sin embargo, una división de responsabilidad entre los miembros de la presidencia. La presidencia debe procurar que el quórum esté completamente organizado, y que todo hombre esté cumpliendo con su deber. En caso de que hubiere miembros delincuentes o desobedientes, se debe obrar con ellos hasta lograr que se arrepientan y vuelvan a un hermanamiento completo.

SE REQUIERE SERVICIO DILIGENTE EN EL SACERDOCIO

LA MAYORDOMÍA DE LOS QUE POSEEN EL SACERDOCIO. Es nuestro deber salvar al mundo. Esa es nuestra misión, al grado que estén dispuestos a escucharnos y recibir nuestro testimonio. Todos aquellos que rechacen el testimonio de los élderes de Israel serán considerados responsables, y tendrán que rendir cuenta de su mayordomía, así como nosotros tendremos que dar cuenta de nuestra mayordomía como élderes y maestros del pueblo.

LA RESPONSABILIDAD DE LOS QUE POSEEN EL SACERDOCIO. Nunca jamás en la historia de la Iglesia ha habido mayor necesidad de cumplir con la responsabilidad que se ha dado al sacerdocio, como la que hay en la actualidad. Nunca jamás nos hemos visto con mayor obligación de servir al Señor, guardar sus mandamientos y magnificar los llamamientos que se nos han señalado.

El mundo actual está partido en dos. La maldad abunda sobre la faz de la tierra. Es necesario que los miembros de la Iglesia sean humildes, devotos y diligentes. Nosotros que hemos sido llamados a estos cargos en el sacerdocio tenemos sobre nuestros hombros esa responsabilidad de enseñar y dirigir a los miembros de la Iglesia en rectitud.

PARA INICIARSE EN EL SERVICIO DE DIOS. Si no lo servimos a El con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza, si no somos leales a este llamamiento que hemos recibido, no nos vamos a encontrar sin culpa cuando nos presentemos ante ese tribunal. Es cosa muy seria poseer el sacerdocio. Yo desearía que cuando nuestros jóvenes fueren llamados y ordenados, es decir, recomendados para ser ordenados élderes en la Iglesia, se les pudiera recalcar, antes de ser ordenados, la importancia del llamamiento que están a punto de recibir.

SALVEMOS A LOS MIEMBROS DEL SACERDOCIO DE LA MUERTE ESPIRITUAL. Se pueden perder muchas almas desobedientes, las cuales, con un poco de ayuda de estos comités, podrían ser rescatadas de la muerte espiritual que les espera. La muerte espiritual es la más terrible de todas las muertes; sin embargo, vemos a nuestros compañeros de quórum que están muriendo por falta de un poco de atención cariñosa y hermanable. Muchos de estos hombres desobedientes, cuando no todos, se podrían salvar por medio de esta atención cuidadosa. Verdaderamente “el valor de las almas es grande a la vista de Dios”. El salvar las almas de los que se han extraviado del redil es tan digno y encomiable, y causa gozo en el cielo, como el salvar almas en lejanas partes de la tierra.

LA FUENTE DE LA RESPONSABILIDAD DEL SACERDOCIO. Hermanos del sacerdocio, éstas son responsabilidades vuestras. El Consejo de los Doce no os las impuso; la Presidencia de la Iglesia no os las impuso —aun cuando es cierto que ellos, o sus representantes, os llamaron y os ordenaron a este ministerio— sino que ¡la responsabilidad de efectuar esta obra vino a vosotros del Hijo de Dios! Vosotros sois sus siervos. Tendréis que responder a El por vuestra mayordomía, y a menos que magnifiquéis vuestro llamamiento y os mostréis dignos y fieles en todas las cosas, no os hallaréis sin culpa ante El en el último día.

LOS POSEEDORES DE CUALQUIER OFICIO DEL SACERDOCIO DEBEN SER FIELES. Es cosa muy extraña el hecho de que prevalezca en la Iglesia el concepto de que cuanto más alto ascienda un hombre, en cuanto a la autoridad del sacerdocio, tanto mayor es su responsabilidad de ser fiel en guardar los mandamientos del Señor, y que cuanto más limitada sea la autoridad que él tenga, tanto menor será su responsabilidad de ser fiel al Señor. En otras palabras, si un hombre es llamado a servir como obispo, como miembro del sumo consejo, o como presidente de una estaca, se espera que obre con circunspección y obediencia en el cumplimiento del cargo que él posea.

De una de las autoridades mayores, el apóstol, por ejemplo, se espera que sea un Santo de los Ultimos Días consecuente y fiel. Debe evitar toda práctica inicua y guardar todo mandamiento. En caso de que no lo hiciera, o si aun el obispo o el miembro del sumo consejo dejara de andar de conformidad con los mandamientos del Señor, toda la Iglesia se levantaría y declararía que se le debería requerir inmediatamente que marchara de acuerdo con sus deberes o fuese relevado de su responsabilidad.

Mas si se trata de un élder, o de un setenta, o aun de un sumo sacerdote ordinarios, a quien no se ha dado ninguna responsabilidad especial, la mayoría de los miembros de la Iglesia parecen opinar que su conducta no es asunto de consecuencias muy graves. Parece que se ha enseñado al cuerpo de la Iglesia a pensar—aun cuando es incorrecto— que un élder en la Iglesia, si es que no ha sido llamado a un cargo de prominencia o autoridad, puede ser culpable de casi cualquier violación de los mandamientos y reglamentos de la Iglesia, y no se le debe acusar de nada muy grave.

SE REQUIERE LA OBEDIENCIA DE LOS ÉLDERES ASÍ COMO DE LOS APÓSTOLES. Lo que el Señor ha revelado referente al sacerdocio nos enseña que el élder, aun cuando no le sea dada ninguna responsabilidad especial, tiene tan grande obligación de ser fiel a “toda palabra que sale de la boca de Dios”, corno el hombre que es llamado a presidir una estaca o aun toda la Iglesia. El apóstol no se halla bajo ningún mandamiento mayor de ser fiel a su convenio y su posición como miembro de la Iglesia, de lo que se halla el élder ordinario, o setenta, o cualquier otro individuo que posee el sacerdocio. Es cierto que el apóstol tiene una responsabilidad o llamamiento mayor en el sacerdocio, pero no mayor responsabilidad de ser fiel a los principios y mandamientos del evangelio. Y más particularmente es cierto esto si el élder ha recibido las ordenanzas de la casa del Señor.

El castigo por la violación de este convenio del sacerdocio vendrá tan pronta y tan seguramente sobre la cabeza del élder ordenado, como sobre la del apóstol de la Iglesia que se aparte a caminos prohibidos y desatienda su deber.

EL USO DE NOMBRES SAGRADOS

REVERENCIA AL NOMBRE DEL SER SUPREMO. En la revelación sobre el sacerdocio dada el 28 de marzo de 1835, el Señor declaró que “hay dos sacerdocios, a saber, el de Melquisedec y el Aarónico, que incluye el Levítico”. El primero, o mayor, se llama el Sacerdocio de Melquisedec según el nombre del justo rey de Salem, porque fue tan gran sumo sacerdote. Esto se hace, según declara el Señor, “por respeto o reverencia al nombre del Ser Supremo, para evitar la demasiado frecuente repetición de su nombre”.

Desde el principio del tiempo, los siervos del Señor han manifestado la mayor reverencia y respeto al sagrado nombre del Ser Supremo. Se nos informa que se perdió la verdadera pronunciación que daban los hebreos a uno de sus nombres, porque éstos escrupulosamente evitaron mencionarlo y sustituyeron en su lugar “una u otra de las palabras que lleve los puntos vocálicos apropiados al ser escrita”.

Uno de los mandamientos del decálogo dice: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano.” El repitió frecuentemente este mandamiento por conducto de sus siervos los profetas, y también se halla escrito en los mandamientos dados a Moisés: “El que blasfemare el nombre de Jehová, ha de ser muerto.”

LA VULGARIDAD ENGENDRA LA BLASFEMIA. No hay cosa alguna a la cual se debe manifestar la más sagrada reverencia y respeto que al nombre del Ser Supremo y el nombre de su Hijo amado, nuestro Redentor. Satanás incita el corazón de los hombres a que blasfemen el nombre del Señor, y cuanto más vulgar y obsceno se vuelve un hombre, tanto mayor es su tendencia de violar este mandamiento sagrado. Parece cosa extraña que los individuos de esta clase nunca se sienten satisfechos con jurar en el nombre de seres mortales, sino que siempre lo hacen en el nombre del Altísimo, y esta rebelión parece conservarse al paso de su iniquidad.

EL USO DEL NOMBRE DE DIOS CUANDO SE PREDICA. Aun en la predicación del evangelio, los élderes de Israel deben tener mucho cuidado de no repetir estos nombres sagrados con demasiada frecuencia y sin necesidad, cuando otras maneras de designarlo son suficientes. Hay ocasiones en que estos nombres o títulos sagrados se pueden usar debidamente, y el Señor mismo nos ha dado este privilegio, por ejemplo, en la bendición de la Santa Cena; pero conviene que aquellos que dirigen la palabra a las congregaciones usen estos nombres santos parcamente, cuando otras expresiones son suficientes. El término Señor, bien sea que se aplique al Padre o al Hijo, es permisible y al hablar del hijo propiamente nos podemos referir a El como nuestro Salvador o Redentor, y no siempre mediante el uso familiar de su nombre.

REVERENCIA A LOS TÍTULOS SAGRADOS DEL SACERDOCIO. También se debe manifestar la reverencia a otros títulos o nombres sagrados. Frecuentemente oímos que al dirigirse a las Autoridades Generales, en la calle, en conversaciones particulares, así como en público, se les llama por los títulos u oficios que poseen en el sacerdocio. Esto se debe evitar, salvo en la ocasión y lugar donde tal uso sea propio. Por ejemplo, no es lo más preferible referirse a un miembro del Quórum de los Doce tratándolo de Apóstol X, ya sea al hablar de él o al dirigirse a él. El Señor nos ha dado la designación general de élder, la cual se puede aplicar a cualquier varón que posee el Sacerdocio de Melquisedec, y no importa qué oficio posea un hombre, es un honor para él que se le trate en esa forma.

Se ha vuelto costumbre, debido al uso establecido ya por mucho tiempo, referirse al primer Presidente de la Iglesia como el profeta José Smith o José Smith el profeta. Esto es permisible por motivo del gran honor que le fue conferido y la gran obra que él efectuó bajo la mano del Señor, y el hecho de que desde hace algún tiempo él salió de esta vida terrenal. Si estuviera aquí, se sentiría feliz con que se le llamara, como lo llamaban los miembros de la Iglesia en su día: Hermano José. No se le llamaba así con el espíritu de familiaridad, sino con el espíritu de amor y respeto.

TÍTULOS APROPIADOS DE LOS OFICIALES DE LA IGLESIA. Al dirigirse a un miembro de la Primera Presidencia, es perfectamente propio decir presidente Grant, presidente Clark o presidente McKay, y la misma designación se debe aplicar al Presidente del Consejo de los Doce Apóstoles. Estos hermanos no lo tomarán como ofensa ni lo considerarán como falta de respeto el que se les trate de hermano, porque es también un honor pertenecer a la hermandad de la Iglesia y asociarse con los miembros fieles. El título apropiado para tratar a los miembros del Consejo de los Doce Apóstoles y del Primer Consejo de los Setenta puede ser el de élder. Este título puede emplearse también para los miembros del Obispado Presidente, aunque desde el principio se ha usado la designación de obispo, y se puede usar sin ofensa, bien sea que se aplique a los miembros del Obispado Presidente o a otros obispos en la Iglesia.

Al presentar a uno de los miembros del Consejo de los Doce Apóstoles o del Primer Consejo de los Setenta, el hermano que esté dirigiendo la reunión puede decir, el élder…, o el Hermano… del Consejo de los Doce Apóstoles, o del Primer Consejo de los Setenta.

LA MANERA PROPIA DE PRESENTAR AL ORADOR. El oficial que esté presidiendo una reunión, al presentar a un orador, especialmente a una de las Autoridades Generales de la Iglesia, no debe emplear expresiones lisonjeras o hacer un elogio demasiado extenso. Lo que se puede decir debe ser breve; si hay razón alguna para mejor identificar al orador, ésta debe ser por vía de explicación o identificación sin decir nada que pudiera causar bochorno a la persona que se está presentando. Ha sucedido, en ocasiones, que el hermano que está dirigiendo la reunión, al hacer la presentación, ha ocupado una buena parte del tiempo que se ha reservado para el orador. Es un error que frecuentemente cometen los oficiales presidentes sin experiencia. Los hermanos que van a dirigir la palabra agradecerán una presentación breve, y al fin de sus palabras, los comentarios, si acaso son necesarios, deben ser los más breves.

 EL SACERDOCIO Y LA LEY DE COMÚN ACUERDO

OPERACIÓN DE LA LEY DE COMÚN ACUERDO. Ningún hombre puede presidir en esta Iglesia, en el cargo que sea, sin el consentimiento de los miembros. El señor nos ha impuesto la responsabilidad de sostener por voto a aquellos que son llamados a los varios cargos de responsabilidad. Ningún hombre, si los miembros decidieran lo contrario, podría presidir a ningún cuerpo de Santos de los Ultimos Días en esta Iglesia, ya que no corresponde a los miembros el derecho de proponer, de escoger, sino es prerrogativa del sacerdocio.

El sacerdocio selecciona, bajo la inspiración de nuestro Padre Celestial, y entonces es el deber de los Santos de los Ultimos Días, mientras se encuentran reunidos en conferencia, o en alguna otra reunión, sostener o rechazar levantando en alto la mano; y yo entiendo que ningún hombre tiene el derecho de levantar su mano en oposición, o para votar contrariamente, a menos que tenga alguna razón para hacer tal cosa, que sea válida, en caso que tenga que presentarse ante aquellos que están a la cabeza. En otras palabras, ningún derecho tengo yo de levantar mi mano para oponerme a un hombre a quien se esté llamando a ocupar algún cargo en esta Iglesia, simplemente porque no me caiga bien, o por motivo de algún desacuerdo o sentimiento personal que yo pueda tener, sino únicamente basado en que es culpable de haber hecho lo malo, culpable de transgredir las leyes de la Iglesia, cosa que lo incapacitaría para el cargo que se propone darle.