Doctrina del Evangelio

Capítulo 10

Dones espirituales


EL DON DE LENGUAS. El propio diablo puede aparecerse como ángel de luz. En el mundo se han levantado falsos profetas y falsos maestros. Quizá no hay otro don del Espíritu de Dios que el diablo pueda imitar más fácilmente que el don de lenguas. Si hay dos hombres o mujeres que ejercen el don de lenguas por la inspiración del Espíritu de Dios, habrá tal vez una docena que lo hacen por la inspiración del diablo. Téngase por cierto que los apóstatas hablan en lenguas, los apóstatas profetizan y afirman tener manifestaciones maravillosas. ¿Y qué tiene esto que ver con nosotros? Lo que pasa es que nosotros mismos sabemos tan poco de la verdad, y tan malamente vivimos de acuerdo con ella, que casi cualquier pilludo en la región puede levantarse y decir que ha visto una visión o ha tenido algún sueño maravilloso, y pese a lo absurdo o falso que sea, podrá encontrar creyentes y discípulos entre aquellos que profesan ser Santos de los Últimos Días.

Yo creo en los dones del Espíritu Santo a los hombres, pero no quiero el don de lenguas sino cuando lo necesite. En una ocasión necesité el don de lenguas, y el Señor me lo concedió. Me hallaba en un país extranjero, enviado a predicar el evangelio a un pueblo cuyo idioma yo no podía entender. Entonces busqué sinceramente el don de lenguas, y por este don y por el estudio, a los cien días de desembarcar en las islas pude hablar con la gente en su idioma como ahora os estoy hablando en mi lengua nativa. Fue un don digno del evangelio; hubo un propósito en ello; algo para fortalecer mi fe, alentarme y ayudarme en mi ministerio. Si tenéis necesidad de este don de lenguas, buscadlo y Dios os ayudará al respecto; pero no os recomiendo que estéis muy deseosos del don de lenguas, porque si no tenéis cuidado, el diablo os engañará en esto. Él puede hablar por el don de lenguas tan bien como lo hace el Señor. El apóstol Pablo tampoco tenía mucho interés en el don de lenguas, y dijo a los corintios:

«Prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en una lengua desconocida.»—I Corintios 14:19.

En lo que a mí concierne, si el Señor me da la habilidad para enseñar al pueblo en mi lengua nativa o en su propio idioma para el entendimiento de quienes escuchan, eso será suficiente don de lenguas para mí. No obstante, si el Señor os concede el don de lenguas, no lo despreciéis no lo rechacéis. Porque si viene del Espíritu de Dios, vendrá a los que son dignos de recibirlo, y eso está bien. Pero esta idea de buscarlo, de desearlo, cuando no pagáis vuestros diezmos cuando no oráis con vuestras familias, cuando no pagáis vuestras deudas, cuando profanáis el día de reposo y desatendéis otros deberes en la Iglesia, os digo que el diablo se aprovechará de vosotros con el tiempo, cuando no al principio. —C.R. de abril, 1900, pág. 41.

EL SACRAMENTO DE LA CENA DEL SEÑOR. El Sacramento de la Cena del Señor es una ordenanza muy importante y sagrada; y pese a lo sencillo que parezca a nuestra manera de pensar, es uno que añadirá a nuestra aceptación delante de Dios, o a nuestra condenación.

El Salvador lo instituyó en lugar de la ley de sacrificio que se dio a Adán, y la cual continuó con sus hijos hasta los días de Cristo; pero en su muerte fue cumplida, ya que Él era el gran sacrificio por el pecado, del cual eran una semejanza los sacrificios exigidos en la ley dada a Adán.

En el principio el Señor dispuso colocar ante el hombre el conocimiento del bien y del mal, y le dio el mandamiento de allegarse a lo bueno y abstenerse de lo malo. Más en caso de que fracasara, el Señor le daría la ley de sacrificio y le proveería un Salvador, a fin de que pudiera volver a la presencia y gracia de Dios, y con El participar de la vida eterna. Tal fue el plan de redención elegido e instituido por el Omnipotente antes que el hombre fuese colocado sobre la tierra; y cuando cayó el hombre, al transgredir la ley que le fue dada, el Señor le dio la ley de sacrificio y le aclaró a su entendimiento que ésta tenía por objeto recordarle ese gran acontecimiento que se realizaría en el meridiano de los tiempos, mediante el cual él y toda su posteridad serían levantados por el poder de la redención y resurrección de los muertos, para gozar de la vida eterna con Dios en su reino. Por tal razón Adán y su posteridad observaron esta ley de generación en generación y continuamente miraron hacia adelante a la época en que habría de proveérseles el medio de ser redimidos de la caída y restaurados de muerte a vida, porque la muerte era el castigo de la ley violada, castigo que el hombre no tenía el poder para evitar, dado que el decreto de Dios fue: «El día que de él comieres, ciertamente morirás»; y este castigo habría de caer sobre toda carne, ya que en este asunto todos se hallarían tan incapaces y dependientes como Adán mismo. La única esperanza que tenían de redención de la tumba y del poder de la muerte descansaba en el Salvador que Dios había prometido, el cual padecería la muerte; pero El, siendo sin pecado, nunca habiendo transgredido ley alguna, siendo sin mancha, puro y santo, tendría el poder para romper las ligaduras de la muerte y levantarse de la tumba a vida inmortal, y con ello preparar la vía para todos los que quisieran seguirlo en la regeneración y, redimidos del castigo de la ley, salir nuevamente a vida, y del pecado de la transgresión a vida eterna. Con la esperanza, pues, de este gran sacrificio que se habría de ofrendar en bien de Adán y su descendencia, éstos ofrecieron sacrificios más o menos aceptables, y de conformidad con el modelo indicado, en proporción al conocimiento de Dios y del evangelio que tenían, en su fidelidad de generación en generación, hasta los días de Jesús.

Llevaban las primicias de sus rebaños, lo mejor del fruto del campo y las cosas que eran emblemas de pureza, inocencia y perfección, como símbolo de aquel que era sin pecado y como «cordero inmolado desde el principio del mundo», y ofrecían sacrificios a Dios en memoria de Él y del incomparable y maravilloso rescate que efectuaría por ellos.

Indudablemente la posteridad de Adán llevó el conocimiento de esta ley y de otros ritos y ceremonias a toda tierra, y estas cosas continuaron con ellos más o menos puras hasta el diluvio, y por conducto de Noé, «pregonero de justicia», a los que lo sucedieron, y de allí a todas las naciones y países, ya que Adán y Noé fueron los primeros de sus respectivas dispensaciones en recibirlos de Dios. No es causa de asombro, pues, encontrar reliquias del cristianismo, por decir así, entre los paganos y naciones que no conocen a Cristo, y cuyas historias se remontan hasta los días antes de Moisés, y aun antes del diluvio, independientemente y aparte de lo que está escrito en la Biblia. El argumento que sostienen los incrédulos, de que el «cristianismo» surgió de los paganos, dado que se ha descubierto que éstos tienen muchos ritos semejantes a los que se hallan en la Biblia, etc., no es más que un vano e imprudente intento de cegar los ojos de los hombres y apartarlos de su fe en el Redentor del mundo y de su creencia en las Escrituras de verdad divina; porque si los paganos tienen doctrinas y ceremonias que hasta cierto grado son semejantes a las que se encuentran en las Escrituras, esto sólo comprueba, lo que es bien claro para los miembros, que son las tradiciones de los padres que se transmitieron de generación en generación desde Adán, por medio de Noé, y que permanecerán con los hijos hasta la última generación, aunque anden errantes en las tinieblas y la perversidad hasta que no pueda percibirse sino apenas una ligera semejanza a su origen, que fue divino. . .

Las ordenanzas del evangelio han sido restauradas en su pureza. Sabemos por qué se dio a Adán la ley de sacrificio, y cómo es que se hallan reliquias del evangelio entre los paganos.

Cuando vino Cristo y padeció, «el justo por los injustos», el que era sin pecado por los que habían pecado, y quedó sujeto al castigo de la ley que el pecador había transgredido, se cumplió la ley de sacrificio, y en su lugar El dio otra ley que llamamos el «sacramento de la Cena del Señor», por medio de la cual se deben recordar para siempre su vida y misión, su muerte, resurrección y el gran sacrificio por la redención del hombre, porque dijo El: «Haced esto. . . en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comieres este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.» De modo que, hasta que el Hijo del Hombre vuelva otra vez, ésta ley es para nosotros lo que la ley del sacrificio era para los que vivieron antes de su primera venida. Por tanto, debemos honrarla y guardarla sagrada, porque un castigo acompaña su violación, como vemos al leer las palabras de Pablo en 1 Corintios 11:27-30:

«De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpable del cuerpo y la sangre del Señor.

«Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa.

«Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí.

«Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen.»

Y se explica aún más claramente en el Libro de Mormón (3 Nefi 18:26-29), del cual leeré:

«Y sucedió que cuando Jesús hubo hablado estas palabras, volvió de nuevo la vista a los discípulos que había escogido, y les dijo: He aquí, de cierto, de cierto os digo que os doy otro mandamiento, y luego debo ir a mi Padre para que pueda yo cumplir otros mandamientos que él me ha dado. Y he aquí, éste es el mandamiento que yo os doy, que no permitiréis que ninguno a sabiendas participe indignamente de mi carne y de mi sangre, cuando los administréis. Porque quien come mi carne y bebe mi sangre indignamente, come y bebe condenación para su alma; por tanto, si sabéis que un hombre no es digno de comer y beber de mi carne y de mi sangre, se lo prohibiréis.» Estas son algunas de las instrucciones y mandamientos que se dan en relación con tomar la Cena del Señor. Tengamos cuidado, pues, de lo que hacemos, para no incurrir en el castigo que acompaña la transgresión de esta ley, recordando que las ordenanzas que Dios ha dado son sagradas y obligatorias, que sus leyes están en vigor, especialmente para todos aquellos que han hecho convenio con El en el bautismo, y para todos aquellos a quienes lleguen, sea que las acepten o no, pues, Jesús dijo: «Esta es la condenación del mundo: que la luz ha venido al mundo, pero vosotros amáis las tinieblas más que la luz.»

De modo que todos los hombres tendrán que responder por la manera en que usen la luz que poseen. Por tal razón se nos manda predicar el evangelio a toda criatura, para que quienes obedezcan y se bauticen puedan ser salvos, y los que lo rechacen sean condenados.

Doy mi testimonio de estas cosas. Yo sé que José Smith fue y es un profeta del Dios viviente, y que el presidente Young también es un profeta de Dios, y lo sé por inspiración y revelación, y no del hombre. Dios os bendiga y nos ayude a ser fieles, es mi oración en el nombre de Jesús. Amén. —Discurso pronunciado en los salones de asamblea del Barrio Trece, Salt Lake City, el 9 de febrero de 1875; Journal of Discourses, tomo 15, págs. 234-238.

EL ORDEN EN CUANTO A LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS. En cuanto al asunto de ungir a los enfermos, de acuerdo con el orden y práctica establecidos en la Iglesia, se debe tener cuidado de evitar repeticiones injustificadas. Cuando se administra una unción y se ha recibido la bendición pronunciada sobre el doliente, la ordenanza no se debe repetir, sino más bien dedíquese el tiempo a la oración y acción de gracias por la manifestación de poder divino ya concedido y efectuado. No se debe ni se puede poner límite al ofrecimiento de la oración, ni a la expresión de alabanzas al Dador de lo Bueno, porque se nos dice especialmente que oremos sin cesar, y no es esencial tener autoridad especial del sacerdocio ni posición alguna en la Iglesia para el ofrecimiento de la oración; pero la unción misma con aceite y por la imposición de manos de aquellos que poseen el oficio correspondiente del sacerdocio es una ordenanza autorizada, demasiado sagrada en cuanto a su naturaleza para efectuarse livianamente o repetirse sin reflexión cuando ya se ha logrado la bendición. —Juvenile Instructor, tomo 38, pág. 18 (enero de 1902).

EL USO DE UN TESTIMONIO. La santidad de un testimonio verdadero debe inspirar un atento cuidado en cuanto a su uso. Este testimonio no debe imponerse sobre toda persona, ni se ha de proclamar a todo el mundo desde el techo de la casa. No se ha de expresar merante para «ocupar el tiempo» en una reunión pública; mucho menos para cubrir o disimular la pobreza de pensamientos o ignorancia de la verdad que al orador se le ha señalado declarar.

El testimonia individual es una posesión personal. Uno no puede transmitir su testimonio a otro, sin embargo, puede ayudar a su hermano sincero a lograr un testimonio verdadero para sí. El misionero demasiado celoso puede dejarse llevar por la influencia del concepto equívoco, de que al dar su testimonio a quienes no han escuchado el mensaje del evangelio previamente, lo hace para convencer o condenar, según lo acepte o rechace el oyente. El élder es enviado al campo para predicar el evangelio, las buenas nuevas de su restauración a la tierra, mostrando por la evidencia de las Escrituras la concordancia entre el nuevo mensaje y las profecías de tiempos anteriores y declarando las verdades incorporadas en los primeros principios del evangelio; y entonces, si da su testimonio bajo inspiración divina, ese testimonio es como un sello que atestigua la autenticidad de las verdades que ha declarado, con lo que impresionará al alma receptiva, a cuyos oídos ha llegado el mensaje enviado del cielo.

Sin embargo, aun cuando elocuentemente compuesto o hermosamente expresado, la declaración de nuestro testimonio no es un sustituto adecuado o aceptable del necesario discurso de instrucción y consejo que se espera en una reunión general de la gente. El hombre que profesa tener un testimonio, como aquí se describe, y que supone que su testimonio comprende todo el conocimiento que necesita y, por tanto, vive en la indolencia e ignorancia, ciertamente descubrirá su error a sus expensas y para su propia pérdida. Un don de Dios, si se desatiende o se usa indignamente, se retira con el tiempo; el testimonio de la verdad no permanecerá en aquel que, habiendo recibido el don sagrado, no lo utiliza en la causa del adelanto individual y general.

Buscad la verdad de la palabra escrita; escuchad y recibid la verdad declarada por profetas y maestros vivientes; llenad vuestra mente con el mejor conocimiento y hechos. El Señor requiere humildad, no ignorancia, a los que hablan en su nombre. La inteligencia es la gloria de Dios; y ningún hombre puede salvarse en la ignorancia.

Estudiad y procurad adquirir el conocimiento que conduce a la meta de la vida eterna, y la prudencia que la logrará. Vuestro testimonio de la verdad del evangelio restaurado puede obrar para salvación o condenación, según se use o se abuse. —Juvenile Instructor, tomo 41, pág. 465 (agosto de 1906).

PROPOSITO Y PRÁCTICA DE TESTIFICAR. La práctica de dar testimonios una vez al mes en las Escuelas Dominicales ha llegado a ser tan general, y es de tan trascendental importancia a la fe y felicidad de nuestros jóvenes, que tal vez pueda ser de utilidad una palabra de advertencia y de aliento en esta ocasión. El propósito principal de dar un testimonio no es el de acumular evidencias físicas de la verdad del evangelio. Lo que se desea no es tanto el argumento ni la demostración física, sino la cultivación del Espíritu de Dios dentro del corazón de los niños.

Muchos de ellos viven en casas donde hay comparativamente poca o ninguna enfermedad, y tal vez no tienen ninguna oportunidad de presenciar manifestaciones de poder divino en la curación de enfermos. En las reuniones de testimonio estos niños tal vez tendrían muy poco que decir, si prevaleciera la idea de que los testimonios de los niños debían consistir mayormente, cuando no en su totalidad, en relatos de actos de sanidad mediante las unciones de los élderes.

El sanar a los enfermos no es sino una de esas bendiciones espirituales que acompañan a los que tienen fe, y la bendición pertenece en forma peculiar a la Iglesia, mas no se limita exclusivamente a los que son miembros de ella. En la época de Cristo fueron sanados muchos que eran ajenos a su gran misión, sencillamente por su fe en El o para que pudiera manifestarse la gloria de Dios.

El sanar a los enfermos es simplemente una de las evidencias; pero si fuera la única evidencia de la divinidad de esta obra sería insuficiente, porque en la organización de la Iglesia la existencia de apóstoles, el recogimiento, el pago de diezmos y ofrendas, la imposición de manos, el bautismo y otras leyes y ordenanzas del evangelio son igualmente evidencia de su origen divino, y no se debe recalcar la importancia de una en menoscabo de otra. El hecho de que» los miembros enseñen y practiquen todas estas ordenanzas y principios constituye un argumento convincente de que la Iglesia es la misma hoy, como lo fue en los días del Maestro.

El testimonio, al ser expresado, debe surtir una fuerte influencia educativa en los sentimientos y vidas de los niños, y tiene por objeto cultivar en ellos sentimientos de agradecimiento y gratitud por las bendiciones de que gozan. El Espíritu de Dios puede obrar dentro de la vida de un niño y hacerle comprender y saber que ésta es la obra de Dios. El niño lo sabe más bien por causa del Espíritu que por motivo de alguna manifestación física que pudo haber presenciado. Nuestra reunión de testimonios, entonces, debe tener como uno de sus propósitos cultivar sentimientos de gratitud en el niño no sólo para con Dios, sino para con sus padres, maestros y vecinos. Conviene, por tanto, cultivar en todo lo posible su agradecimiento por las bendiciones que son suyas.

El testimonio es principalmente para el beneficio de quienes lo expresan, porque su agradecimiento y gratitud se tornan más profundos. El testimonio no es la acumulación de argumentos o evidencias solamente para la satisfacción y testimonio de otros. Inclúyase, pues, en los testimonios de los jóvenes el cultivo de sus sentimientos, expresando más agradecimiento por las bendiciones que gozan, y debe hacerse comprender a los niños lo que son estas bendiciones y cómo vienen a ellos. Es una excelente manera de lograr que los miembros sean serviciales y agradecidos para con otros, haciéndolos primeramente más agradecidos a Dios. —Juvenile Instructor, tomo 38, pág. 246 (abril de 1903).

NO HAY SEPARACIÓN DE LO TEMPORAL Y LO ESPIRITUAL. Debéis continuar teniendo presente que lo temporal y lo espiritual están entrelazados; no existen separadamente. Lo uno no puede llevarse a cabo sin lo otro mientras estemos aquí en la carne. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días sobre la tierra es una organización física así como espiritual. Necesitamos una fe práctica, es decir, necesitamos llevar a la práctica los principios de nuestra fe. Sin la práctica de los principios del evangelio jamás realizaremos nuestras esperanzas y expectaciones en cuanto a los resultados de esta gran obra de los últimos días. -C.R. de octubre, 1900, pág. 46.

SALVACIÓN ESPIRITUAL Y TEMPORAL. Los Santos de los Últimos Días no sólo creen en el evangelio de salvación espiritual, sino también en el de salvación temporal. Tenemos que cuidar del ganado y de las ovejas y caballos, de los jardines y los sembrados, los canales y zanjas de riego y todas las otras cosas necesarias para nuestro sustento y el de nuestras familias sobre la tierra. En este respecto esta Iglesia es diferente de muchas otras denominaciones. No creemos que sea posible que los hombres puedan ser verdaderamente buenos y fieles cristianos, a menos que también sean personas fieles, honradas e industriosas. Por tanto, predicamos el evangelio de industria, el evangelio de economía, el evangelio de sobriedad. Predicamos que el ocioso no comerá el pan del trabajador, y que el holgazán no tiene derecho de recibir una herencia en Sión. Predicamos que los que son industriosos, los que trabajan, los que por medio de su integridad e industria son buenos ciudadanos en el reino de Dios, son mejores ciudadanos del país en donde viven, que aquellos que no son tan diligentes en este respecto. – C.R. de abril, 1904, pág. 74.

EL EVANGELIO TAMBIÉN TIENE POR OBJETO LOGRAR BENEFICIOS TEMPORALES. La obra que estamos desempeñando no tiene por objeto limitarse únicamente a las necesidades espirituales de la gente. En la restauración del evangelio y del santo sacerdocio, Dios tiene por objeto no sólo beneficiar al género humano espiritualmente, sino beneficiarlo temporalmente también. El Señor lo ha expresado muchas veces en las palabras que dio a su siervo José Smith el Profeta. El dispuso que su pueblo sea el más rico de todos; y esto no sólo significa ser más rico que todos en dones celestiales, en bendiciones y riquezas espirituales, sino también significa que el pueblo de Dios será el más rico de todos en lo que concierne a cosas temporales. Si somos fíeles, tenemos el derecho de reclamar las bendiciones del Señor sobre el trabajo de nuestras manos, nuestras obras temporales. El agricultor tiene el derecho de suplicar las bendiciones del Señor sobre los animales que son necesarios para cultivar sus campos. Tiene el derecho de pedirle a Dios que bendiga el grano que siembra y las semillas frutales que planta en la tierra. Es suyo el privilegio de no sólo pedir y reclamar estas bendiciones de la mano del Señor, sino el derecho y privilegio de recibir bendiciones de Dios sobre su trabajo, sobre sus tierras y sobre todo aquello que emprenda con justicia. Es nuestro el privilegio de pedirle a Dios que quite la maldición de la tierra y la haga fructífera. Si vivimos de tal manera que tengamos derecho a sus favores, y en tal forma que podamos reclamar justa y rectamente las bendiciones y dones que Él ha prometido a sus santos, entonces será concedido lo que pidamos, y los recibiremos y disfrutaremos con mayor abundancia. Es nuestro el privilegio de pedirle a Dios que bendiga a los elementos que nos rodean y los mitigue para nuestro bien, y sabemos que El escuchará y contestará las oraciones de su pueblo, de acuerdo con su fe. —C.R. de abril, 1898, págs. 9, 10.

EL ESPÍRITU NECESITA ALIMENTO. Muchas personas son incongruentes cuando estudian acerca de las necesidades del cuerpo y observan estrictamente las leyes de salud y sin embargo, desatienden las igualmente urgentes necesidades del espíritu. Porque igual que el cuerpo, el espíritu necesita alimento. Algunas personas son ignorantes o descuidadas en lo que concierne a las grandes bendiciones prometidas a quienes obedecen la Palabra de Sabiduría. —Improvement Era, tomo 21, pág. 103 (dic. de 1917).

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