Doctrina del Evangelio

Capítulo 11

La Obediencia


LA OBEDIENCIA ES UN PRINCIPIO ETERNO. Hemos entrado en el vínculo de ese convenio nuevo y sempiterno, con el compromiso de obedecer los mandamientos de Dios en todas las cosas que Él nos mande. Este es un convenio que perdura hasta el fin de nuestros días. ¿Y cuándo llegan a su fin nuestros días? Podemos pensar que se refiere al fin de nuestra vida terrenal; que después que hayamos pasado por esta probación, llegará una época en que podremos vivir sin obedecer los mandamientos de Dios. Este es un grave error. Jamás veremos el día, sea en tiempo o en eternidad, en que no sea obligatorio, en que no sea un placer así como un deber para nosotros como hijos suyos, obedecer todos los mandamientos del Señor por las incontables épocas de la eternidad. Es de acuerdo con este principio que nos conservamos en comunicación con Dios y permanecemos de conformidad con sus propósitos. Únicamente de esta manera podemos consumar nuestra misión y obtener la corona y el don de vida eterna, que es el mayor don de Dios. ¿Podéis imaginaros alguna otra manera?

Dios ha establecido todas las cosas en su orden. La casa de Dios es una casa de orden, y no de confusión. En esta casa Dios mismo es el Jefe Supremo, y se le debe obedecer. Cristo es a imagen y semejanza de su ser, su Hijo Unigénito, y Él es nuestro Salvador y nuestro Dios. Debemos andar por sus caminos y procurar cumplir sus preceptos, o seremos desechados. Después de Dios y de Cristo se designa a uno sobre la tierra, a quien se confieren las llaves del poder y la autoridad del Santo Sacerdocio, y al cual se da el derecho de la presidencia. Es el que habla por Dios a su pueblo en todas las cosas concernientes a la edificación de Sión y la salvación espiritual y temporal del pueblo; es como el viceadministrador de Dios. No vacilo en anunciar esta verdad, porque es su palabra y, consiguientemente, es verdadera. Los que han hecho convenio de guardar los mandamientos del Señor deben escuchar la voz de aquel a quien se nombra para presidirlos; y en segundo lugar, a aquellos que son llamados para obrar con él como sus consejeros en el Santo Sacerdocio. Se requiere este consejo de tres para constituir la autoridad presidente y gobernante del sacerdocio sobre la tierra. Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo constituyen la Trinidad y el incomparable quorum regente sobre todas las creaciones del Padre. Tres hombres se hallan a la cabeza de la Iglesia sobre la tierra. Sin embargo, hay quienes se hacer llamar santos que no vacilan en levantarse para condenar a estos hombres que están a la cabeza de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y expresar palabras de odio y rencor en contra de ellos. —C.R. de abril, 1898, págs. 68, 69.

CÓMO SOBREPONERSE A LAS DEBILIDADES DE LA CARNE. Quisiera que todos los Santos de los Últimos Días sintieran en su corazón que la obra que están desempeñando no sólo es la obra que Dios ha instituido en estos últimos días, sino una en la cual cada miembro de la Iglesia está profunda y vitalmente interesado. Todo el hombre y mujer debe sentir un interés profundo y duradero en la obra del Señor, en el crecimiento y desarrollo de la gran causa de los postreros días, la cual tiene por objeto redimir a todos los hombres de los poderes del pecado, de todos sus efectos contaminadores, así como la redención del hombre de sus propias debilidades e ignorancia, y del poder que Satanás ejerce sobre el mundo, a fin de que los hombres sean libres; porque nadie es o puede ^ ser librado sin poseer un conocimiento de la verdad y sin obedecerla. Únicamente la posesión y observancia de la verdad es lo que puede hacer libres a los hombres, y todos aquellos que no la poseen ni obedecen son esclavos y no hombres libres.

Únicamente por obedecer las leyes de Dios pueden los hombres elevarse sobre las insignificantes debilidades de la carne y ejercer esa amplitud de afecto, esa caridad y amor que deben impulsar el corazón y los motivos de los hijos de los hombres. El evangelio, cual ha sido restaurado, tiene como objeto hacerlos verdaderamente libres, libres para escoger lo bueno y abandonar lo malo, libres para manifestar esa osadía en su elección de lo que es bueno, que los convence de lo que es recto, aun cuando la gran mayoría de la gente del mundo los señale con el dedo del desprecio y la burla. No se requiere ningún valor especial por parte de los hombres para nadar con la corriente del mundo. Cuando un hombre se decide a abandonar el mundo y sus necedades y pecados, e identificarse con el pueblo de Dios, del cual se habla mal en todas partes, se requiere valor, hombría, independencia de carácter, inteligencia superior y una determinación que no es común entre los hombres; porque éstos se retraen de lo que es impopular, de lo que no les trae alabanza y adulación, de aquello que en forma alguna empañaría lo que ellos llaman honor o buen nombre. —C.R. de octubre, 1903, págs. 1, 2.

ES INDISPENSABLE LA OBEDIENCIA A LAS ORDENANZAS DE LA IGLESIA. De las palabras que a veces hablan los miembros de la Iglesia, uno se inclina a creer que ellos consideran el evangelio de Jesucristo simplemente desde el punto de vista de un código moral; que si uno lleva una vida honrada y recta, eso es todo lo que el evangelio requiere de él; que no es necesario observar los ritos, ceremonias y ordenanzas de la Iglesia; que éstas constituyen una especie de aderezos religiosos que carecen de valor apreciable en el plan de vida y salvación. Tal posición no concuerda con la palabra de Dios dada a este pueblo, ni con las enseñanzas de Cristo en sus días, ni va de conformidad con el instinto natural del hombre de adorar a Dios.

El propio Jesús aceptó la ordenanza del bautismo. Instituyó el sacramento de la Cena del Señor y mandó que se observara; y también efectuó otros ritos que El consideró esenciales a la salvación del hombre. En el caso de Nicodemo, recalcó a tal grado el bautismo, que dio al nacimiento del agua y del Espíritu el carácter de ser esencial para la salvación del hombre.

Además de los ritos y ceremonias y el efecto moral que éstos y otros medios de adorar a Dios surten en la vida moral del hombre, el evangelio es también un poder en sí mismo. Es un poder creador que otorga al hombre no sólo dominio en el mundo, sino el poder, si puede lograrlo por su fe, para disponer y crear otros mundos. En una ocasión Jesús recomendó a los discípulos el valor de la fe como poder, cuando les dijo que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, podrían decir a un monte que se quitara de allí, y sería hecho. Es verdad que nuestra fe sería debilitada grandemente por hechos inmorales, y tales actos podrían destruirla por completo; pero la fe y la moralidad no son términos transmutables. La vida moral es uno de los medios por los cuales cultivamos la fe, pero no es el único. Tal vez no veamos ninguna virtud moral en la ordenanza del bautismo, en la imposición de manos o en algún otro rito o ceremonia de la Iglesia, pero nuestra obediencia a estos ritos y ordenanzas bien puede ser tan útil en el desarrollo de nuestra fe como cualquier acto de caridad que realicemos. La fe siempre es un don de Dios al hombre, y se obtiene por la obediencia, igual que todas las demás bendiciones.

El hombre o mujer de esta Iglesia que desea engrandecer su fe hasta el grado más alto que sea posible, querrá observar todo rito y ordenanza de la Iglesia de conformidad con la ley de obediencia a la voluntad de Dios. En estas cosas, y por medio de ellas, el hombre logra un conocimiento más perfecto de los propósitos de Dios en el mundo. Una fe más rica significa un poder más amplio, y aun cuando el hombre no tenga ocasión en esta vida para ejercer todos los poderes que vienen a él por haber engrandecido su fe, esas facultades podrán ejercerse en su plenitud en la eternidad, cuando no en lo temporal. Por tanto, el Santo de los Últimos Días, hombre o mujer, que no ve la necesidad de las ordenanzas de la Casa de Dios, que no obedece los requisitos del evangelio en todos sus ritos y ordenanzas, no puede tener un concepto adecuado de la gran obra que se ha encomendado a los Santos de los Últimos Días para que la cumplan en esta época, ni puede tal persona disfrutar de las bendiciones que vienen de la virtud de obedecer una ley mayor que la del hombre. —Juvenile Instructor, Tomo 38, pág. 656 (1 de nov. 1903).

LA OBEDIENCIA TRAE LUZ y LIBERTAD. El evangelio es muy sencillo cuando lo entendemos debidamente. Es claro y fácil de entender. Siempre es correcto, bueno, ennoblecedor, consolador e iluminante. Impele a hombres y mujeres a hacer lo que es aceptable delante de Dios, quien es justo, recto, omnisciente, todo bondad, todo misericordia.

El evangelio nos enseña a perdonar, a vencer el egoísmo y la codicia; a renunciar al enojo, la ira, la crítica, las quejas y el espíritu de contención y riñas. El evangelio amonesta y previene a los hijos de los hombres contra las maldades que provocan la desunión y la contienda, y excluyen la honradez y el amor de entre los hijos de los hombres; que desvían a la gente a cometer actos de injusticia, egoísmo, codicia, maldad y pecado, cosas que el evangelio de Jesucristo nos enseña a rehuir y evitar como si fueran las puertas del infierno. No hay nada complicado o incomprensible en el evangelio de Jesucristo para quienes poseen el Espíritu del Señor.

No hay nada misterioso e inexplicable en los hechos de Dios para con sus hijos, si solamente pudiéramos ver y entender por el espíritu de verdad. Jesús nos ha dado el ejemplo en esta vida, el modelo de lo que existe en mayor perfección, en una excelencia más pura, más elevada y más gloriosa donde El mismo mora. El evangelio nos enseña a hacer aquí precisamente lo que se nos requerirá hacer en los cielos, con Dios y los ángeles, si queremos escuchar sus enseñanzas, obedecerlo y llevarlo a la práctica. No habría codicia en el corazón de los hijos de los hombres, si poseyeran el espíritu de Jesucristo y entendieran los preceptos del evangelio cual El los enseñó y amonestó a todos que los obedecieran.

No habría contiendas ni ira, nada del espíritu de no querer perdonar, ni incontinencia o injusticia en el corazón de los hijos de los hombres, si amáramos y obedeciéramos la verdad cual la enseñó el Hijo del Hombre. Con este espíritu podríamos avanzar a tal estado, que oraríamos por quienes nos ultrajaran, por los que hablaran toda clase de mal contra nosotros mintiendo, que nos acusaran de malas obras y forjaran planes y conspiraciones para desacreditarnos. No habría tales deseos en el corazón de los hijos de los hombres, si poseyeran el Espíritu del Señor Jesucristo. No habría contiendas ni falta de honor u honradez entre vecinos, ni en las comunidades de los miembros. Nadie se aprovecharía del incauto, del débil o del confiado; nadie trataría de perjudicar a otro, sino al contrario, sentiríamos lo que Jesús mismo expresó: «El que es mayor de vosotros, sea vuestro siervo.» Si queremos ser grandes entre los hijos de los hombres, mostremos que estamos dispuestos a servir y hacer el bien a nuestros semejantes, a darles un ejemplo recto, a protegerlos del mal, mostrarles el camino correcto, ayudarles a evitar el error y el pecado y a andar en la luz, como Dios está en la luz, a fin de que gocen de confraternidad con El y unos con otros, y que la sangre de Cristo efectivamente los limpie de todo pecado.

El espíritu del evangelio debe enseñarnos que si los hombres nos ponen a pleito ante la ley, y nos quitan nuestro abrigo injusta e inicuamente con la intención de perjudicarnos o degradarnos, nosotros debemos sobreponernos al espíritu de la contienda y retribución en nuestras propias almas, y decir como dijo Jesús: «Perdónalos, porque no saben lo que hacen.»

Mis hermanos y hermanas, si deseamos edificarnos a nosotros mismos o llegar a ser dignos de heredar el reino de Dios, tendremos que hacerlo de acuerdo con el principio de la verdad eterna. La verdad es lo que nos hará libres; libres del poder de la muerte y del infierno; libres para heredar la plenitud del evangelio eterno; libres para sentir gozo en el corazón por todas las cosas buenas y por el bienestar del género humano; libres para perdonar a los que yerran porque carecen de juicio y entendimiento. Mas fijaos en esto, el Espíritu de verdad no tolerará ni perdonará la maldad resuelta, premeditada y deliberada en el hombre o la mujer, en el mundo; la verdad no lo tolerará. No podemos perdonar esa clase de crimen e iniquidad; no podemos, porque si lo hacemos, transgredimos las leyes de Dios; porque El ninguna simpatía siente por Satanás ni por aquel que sabe el bien y hace mal, que sabe hacer lo bueno pero está resuelto a hacer lo malo. No hay perdón para tales sin el arrepentimiento humilde y más contrito del pecado. Cuando uno llega a tal grado en el crimen de la iniquidad y la desobediencia a los principios del evangelio, y en el abandono del amor por sus semejantes y por la Iglesia de Jesucristo, de modo que la combate y miente acerca de ella y de la verdad, y con todo el poder a su alcance intenta perjudicarlos y hacerles mal, no hay perdón para tal hombre; y si llega al grado máximo, tampoco habrá arrepentimiento para él.

¿Y cómo oramos? ¿Para ser oídos por causa de las muchas palabras?

No; sino porque el Señor ha dicho que es vuestro deber recurrir a Él. Quiero que mi pueblo recurra a mí; quiero que me pidan bendiciones, mis dones, y se abrirá la puerta a quienes llamen, y los que busquen la verdad la encontrarán.

Padres, orad con vuestras familias; postraos con ellos en la mañana y en la noche; orad al Señor, dadle las gracias por su bondad, misericordia y bondad paternal, así como nuestros padres y madres terrenales han sido sumamente benignos con nosotros sus pobres, desobedientes y rebeldes hijos.

¿Oráis? ¿Qué pedís en vuestras oraciones? Pedís que Dios os reconozca, que escuche vuestras oraciones, que os bendiga con su Espíritu y que os guíe a toda verdad y os muestre el camino recto; que os advierta del mal y os guíe por el camino recto; que no os apartéis de la vía, que nos os desviéis por el sendero errado que conduce a la muerte, sino que podáis conservaros dentro del camino angosto. Pedís que vuestras esposas tengan salud y fuerza, que sean bendecidas para conservarse felices y contentas, fieles a sus hijos, fieles a sus hogares, fieles a vosotros. Las esposas ruegan que también puedan tener la fuerza para vencer las debilidades de la naturaleza humana caída, y elevarse para poder enseñar a sus hijos la belleza y gloria de una vida recta, y que los hijos sean bendecidos para llevar a cabo en su vida la voluntad y deseo de sus padres, a fin de que puedan perfeccionar sus vidas aquí viviendo de acuerdo con las sabias enseñanzas del evangelio. De manera que oramos por lo que necesitamos.

En mi niñez, cuando era como alguno de estos niños, solía preguntarme cómo me escucharía el Señor cuando oraba en secreto o dondequiera que estuviera. Me causaba admiración. ¿Os preguntáis al respecto, ahora que habéis sabido algo de los recientes descubrimientos logrados por la sabiduría e inteligencia humanas?

Han descubierto que hay un principio por el cual se puede lograr comunicación entre sitios lejanos, a millares de kilómetros de distancia, y el hombre puede comunicarse con otros a través del aire, y sus palabras y voz se oyen precisa y claramente. Si estuviese en medio del océano Pacífico, a mil quinientos kilómetros o más de la playa, yo podría enviar un mensaje al interior, unos mil kilómetros o más, y podría enviarlo sin necesidad de alambres, meramente por el poder o fuerza de la electricidad, hasta mi hogar, a miles de kilómetros de allí. ¡Cuán fácil resulta, que Dios pueda escuchar nuestras oraciones; El que entiende y sabe todo, mucho antes que nosotros pensáramos en tan maravillosas invenciones, y quien tiene poder sobre todas las cosas!

¿Es de extrañarse que el Señor pueda escucharos aun cuando susurráis en vuestra cámara secreta? ¿Hay duda alguna en vuestra mente al respecto? Si el hombre puede comunicarse de un extremo del continente al otro por medio de un teléfono inalámbrico —a causa de una invención humana, por motivo de la sabiduría de un hombre— ¿hay quien dude de la habilidad de Dios para escuchar la súplica sincera y honrada del alma? No dudéis más de que el Señor pueda escuchar vuestras oraciones, cuando con un pequeño instrumento que responde a la chispa eléctrica, podéis oír claramente en vuestro hogar la voz humana transmitida desde el océano a miles de kilómetros de distancia. Cuando podéis comunicaros con alguien en medio del océano, desde vuestro hogar, muy lejos del mar, no dudéis por un momento que el Señor entiende todos estos medios de comunicación, y que Él cuenta con los medios para escuchar y entender vuestros más profundos y exactos pensamientos. «La oración es el deseo sincero del alma, expresado o callado.» No se requieren muchas palabras para pedirle al Señor lo que necesitamos; pero debemos pedirle con fe, confianza y esperanza. No conviene tener dudas en nuestra mente cuando le pedimos una bendición al Señor. «Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor» (Santiago 1:5-7).

Cuando un niño se postra en su sencillez perfecta y le pide una bendición al Padre, El escucha la voz y contestará con bendiciones sobre su cabeza, porque el niño es inocente y pide con íntegra esperanza y confianza.

Estos son principios sencillos que he procurado inculcar en vuestras mentes. Son sencillos, pero necesarios y esenciales. No encierran ningún misterio; no hay misterio en el nacimiento del hombre en el mundo cuando se entienden las leyes de la naturaleza, que son las leyes de Dios; ningún misterio encierra. No habrá más misterio en la resurrección de los muertos a vida y luz eterna, que el que hay en el nacimiento del hombre en el mundo, cuando entendamos la verdad, como algún día la entenderemos, como el Señor de gloria la instituyó. No hay misterio en el nacimiento o engendramiento del Hijo de Dios, ni en cuanto a su nacimiento en el mundo. Fue tan natural y tan estrictamente de acuerdo con las leyes de la naturaleza y de Dios, como el nacimiento de cualquiera de sus hijos, el nacimiento de cualquiera de nosotros. Sencillamente se hizo de acuerdo con la verdad, y la ley, y el orden. ¿Recibirán el evangelio los hombres del mundo? ¿Escucharán la verdad? ¿O convertirán la verdad en misterio o intentarán confundir a los hijos de los hombres en cuanto a verdades sencillas cuando debían entenderlas? Desde los de edad mediana hasta el anciano, y también los jóvenes, todos deben entender los principios del evangelio, las verdades sencillas dadas para la redención y exaltación del hombre. —Conferencia de la Estaca de Granite, domingo 25 de noviembre de 1917.

LAS BENDICIONES DE LA OBEDIENCIA. Toda buena dádiva y don perfecto viene del Padre de las luces, el cual no hace acepción de personas y en quien no hay mudanza, ni sombra de variación. Para complacerlo no sólo debemos adorarlo con acción de gracias y alabanza, sino rendir obediencia voluntaria a sus mandamientos. Cuando esto se hace. Él está obligado a conferir sus bendiciones, porque es sobre este principio (la obediencia a la ley) sobre el cual se basan todas las bendiciones. — Improvement Era, tomo 21 (diciembre de 1917).

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