Capítulo 14
La Templanza: El Día de Reposo
EL HOMBRE DEBE DOMINAR SUS APETITOS. ¡Qué humillación debe ser para el hombre reflexivo sentir que es esclavo de sus apetitos, de un hábito, deseo o pasión altaneros y perniciosos! Nosotros creemos en la templanza estricta. Creemos en la abstinencia de toda práctica perjudicial y del uso de todas las cosas que dañan. El veneno, según el criterio del médico, puede ser benéfico en determinadas condiciones de la vida como alivio momentáneo; pero el veneno, sean las circunstancias que fueren, sólo se ha de usar como una medida provisional, tal vez necesaria según nuestro juicio, por lo pronto, por el momento, para cierto alivio rápido que se desea. Pero el uso continuo de ese veneno hundirá sus garras en nosotros, por decirlo así, de tal manera que con el tiempo descubriremos que nos ha vencido y nos convertiremos en esclavos del hábito pernicioso que llega a ser nuestro amo tiránico. —C.R. de abril 1908, pág. 4.
MODERACIÓN. Podemos convertir toda diversión en cosa mala, pero los miembros no deben ser imprudentes, sino entender más bien cuál es la voluntad del Señor y practicar la moderación en todas las cosas. Deben evitar los excesos y cesar de pecar, apartando lejos de ellos «las concupiscencias de los hombres», y en sus diversiones y pasatiempos optar por un curso que tome en cuenta tanto el espíritu como la letra, la intención y no el hecho únicamente, el todo y no una parte. Esto es el significado de moderación. De esta manera su conducta será razonable y decorosa, y ninguna dificultad tendrán en entender la voluntad del Señor.
Quisiera exhortar a los jóvenes en particular, y a los miembros en general, a que reflexionen bien el valor de la moderación en todos sus hechos y diversiones. Recordad también que no es bueno el exceso de convites, ni lo es el trabajo en demasía; pero la ociosidad y pérdida de tiempo precioso es infinitamente peor. «Vuestra gentileza sea conocida a todos los hombres.» —Improvement Era, tomo 6, pág. 857 (sept. de 1903).
TEMPLANZA. Apoyamos cualquier movimiento que tenga como mira la templanza y la virtud, que tienda a la pureza de vida, a la fe en Dios y la obediencia a sus leyes; y nos oponemos a toda maldad de cualquier género, y en nuestra fe y oraciones nos oponemos a los que hacen lo malo; no que vayamos a rogar que el mal sobrevenga a los impíos, sino que éstos vean la insensatez de su camino y la iniquidad de sus hechos, y se arrepientan y se aparten de ellos. —C.R. de octubre, 1908, pág. 8.
LA MANERA DE ENSEÑAR LA TEMPLANZA. La mejor manera de enseñar la templanza consiste en guardar la Palabra de Sabiduría, y en seguida, ayudar a otros a que la observen, quitando de su vida las tentaciones artificiales. Dicha tentación es la cantina, y ya es hora de que el parecer de las comunidades donde residen los miembros de la Iglesia se declaren en contra de esta maldad destructora del alma. —Juvenile Instructor, tomo 46, pág. 333 (junio de 1911).
EL USO DEL TABACO Y BEBIDAS ALCOHÓLICAS. También es de lamentarse y deplorarse, hasta cierto punto, el uso del tabaco en sus varias formas, así como el de bebidas alcohólicas, especialmente entre la juventud; y esta iniquidad debe desarraigarse. El pueblo de Dios debe resistir estas prácticas con la dureza del pedernal, y procurar que se imparta mejor instrucción a sus hijos, y que sus padres les den un ejemplo mejor, a fin de que sus hijos crezcan sin pecado en cuanto a estas cosas. —C.R. de octubre, 1901, pág. 2.
No FUMÉIS. Enseñad a vuestros hijos a no fumar; persuadidlos a que no lo hagan. Velad y cuidadlos; procurad tener mejor comunicación con ellos y sed corteses y bondadosos. —C.R. de abril, 1905, pág. 86.
LA CANTINA. Ningún miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días puede darse el lujo de la deshonra o traer sobre sí el oprobio de cruzar el umbral de una cantina o un garito o cualquier casa de mala reputación, sea cual fuere su nombre o naturaleza. Ningún Santo de los Últimos Días, ningún miembro de la Iglesia puede arriesgarse, porque es humillante para él, es vergonzoso que lo haga, y Dios lo juzgará de acuerdo con sus obras. —C.R. de octubre, 1908, pág. 7.
Si los miembros observaran, digo yo, los principios de esta revelación (Doctrinas y Convenios 89), no podría existir entre ellos esa institución tan nociva conocida como la cantina; no puede existir donde viven únicamente los que son Santos de los Últimos Días. -C.R. de octubre, 1908, pág. 6.
DERROTEMOS A LOS QUE DEFIENDEN LOS LICORES. Los fabricantes de licores, enemigos de la raza humana, nuevamente se están esforzando asiduamente por restaurar las condiciones bajas que previamente existieron. Entendemos que en algunos lugares se han obtenido suficientes firmas, las cuales se han mandado a los comisionados, requiriendo que se lleve a cabo una elección este próximo junio. Con la ayuda de toda buena persona esperamos que fracasen rotundamente estos esfuerzos por establecer las cantinas nuevamente. Este debe ser el deseo de todos los Santos de los Últimos Días, y sus oraciones deben llevar el apoyo de sus esfuerzos y votos. En estas elecciones las esposas, madres y hermanas tienen la oportunidad dorada, con sus padres y hermanos, de levantarse y aplastar por completo este infame tráfico de licores, por causa del cual tantos han padecido en sudor, dolor y lágrimas. —Improvement Era, tomo 16, pág. 824 (1912-13).
LA VITALIDAD Y LOS MEDICAMENTOS PATENTADOS. En lugar de salir en tropel a escuchar a los impostores de mucha labia, los miembros debían apartarse de ellos por completo. Más bien que ingerir dosis de drogas específicas, deben aprender a conservar sus cuerpos saludables, viviendo rectamente (véase Doctrinas y Convenios, 89), aspirando aire puro, haciendo suficiente ejercicio y bañándose no solamente en agua fresca, sino también al sol, los cuales nuestro Padre misericordioso tan abundantemente nos ha dado. Si hubiere casos de enfermedad, como los habrá a pesar de todas nuestras precauciones, y no se pueden curar con un poco de sentido común, o el buen cuidado, o remedios caseros sencillos, sigamos el consejo de las Escrituras (Santiago 5:14-16); más si no creemos en los élderes o en que la oración de fe salvará al enfermo, consúltese un médico de buena reputación y fiel; deséchese por completo al medicucho, al charlatán viajante, al curandero y la indistinta administración de medicamentos patentados como si fueran basura.
El joven que desea enfrentarse al mundo, que quiere sentirse lleno de vigor y dispuesto para la batalla de la vida, encontrará su fuerza si vive de acuerdo con la Palabra del Señor; porque se ha prometido que todos los que «se acuerden de guardar y hacer estas cosas, rindiendo obediencia a los mandamientos, recibirán salud en su ombligo y médula en sus huesos; y hallarán sabiduría y grandes tesoros de conocimiento, sí, tesoros escondidos; y correrán sin fatigarse y andarán sin desmayar. Y yo, el Señor, les prometo que el ángel destructor pasará de ellos, como de los hijos de Israel, y no los matará». —Improvement Era, tomo 5, pág. 624 (junio de 1902).
ACABEMOS CON LA MALEDICENCIA Y LA VULGARIDAD. Debemos acabar con la maledicencia y la vulgaridad y todo lo que de esa índole exista entre nosotros, porque tales cosas y el evangelio son incompatibles, y no convienen al pueblo de Dios. —C.R. de octubre, 1901, pág. 2.
LAS FAENAS DEL SÁBADO. Un buen octavo mandamiento moderno podría rezar así: No trabajéis ni os acongojéis a tal grado el sábado, que privéis al día del Señor de las devociones y adoración que le corresponden como día de reposo.
El sábado, en casa, es el día que se aparta para la limpieza, para guisar adicionalmente, para remendar y efectuar toda clase de reparaciones que se cree necesario hacer el día de reposo. En los negocios, el sábado es el día para organizarse, para concluir todos los asuntos pendientes del trabajo de la semana.
Las consecuencias del uso moderno que hacemos del último día de la semana, muy a menudo se manifiestan en una indolencia e indiferencia negligente que casi convierten la manera en que nos sentimos y nuestra falta completa de energía en algo que no concuerda con el espíritu de adoración. Ningún hombre o mujer, agotado por el trabajo excesivo, que comienza el sábado muy temprano y acaba muy noche, puede propiamente adorar a Dios en espíritu y en verdad. —Juvenile Instructor, tomo 44, pág. 295 (julio de 1909).
EL PROPÓSITO DEL DIA DE REPOSO. El día de reposo es un día para descansar y adorar, designado y apartado por mandamiento especial del Señor para La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y nosotros debemos honrarlo y santificarlo. También debemos enseñar este principio a nuestros hijos. —C.R. de octubre, 1901, págs. 1,2. ‘
EL SIGNIFICADO DEL DOMINGO. ES cierto que el domingo es un día de descanso, un cambio de las ocupaciones ordinarias de la semana, pero es más que esto. Es un día de adoración, un día en que puede enriquecerse la vida espiritual del hombre. Con mucha frecuencia, un día de indolencia, de recuperación física, es cosa muy distinta del día de reposo ordenado por Dios. Son incompatibles el espíritu de adoración y el agotamiento físico y la indolencia. La observancia correcta de los deberes y devociones del día de reposo logrará, a causa de su cambio y vida espiritual, el mejor descanso que los hombres pueden disfrutar en el día del Señor.
Prudentemente se puede apartar la noche del sábado para conversación reflexiva o la lectura de algo que nos prepare para la llegada del día de reposo. —Juvenile Instructor, tomo 44, pág. 297 (julio 1909).
¿QUÉ HAREMOS EL DÍA DE REPOSO? Yo creo que es el deber de los Santos de los Últimos Días honrar el día de reposo y santificarlo, tal como el Señor nos lo ha mandado. Id a la casa de oración; escuchad las instrucciones, dad vuestro testimonio de la verdad. Bebed de la fuente de conocimiento y de instrucción, dispuesta para nosotros por aquellos que son inspirados para instruirnos. Al volver a casa, reunamos a la familia; cantemos unos himnos; leamos un capítulo o dos de la Biblia, del Libro de Mormón o de Doctrinas y Convenios. Discutamos los principios del evangelio correspondientes al progreso en la escuela de conocimiento divino, y así ocupemos un día de cada siete. Creo que nos sería provechoso hacer esto.—Conferencia de la A.M.M., 11 de junio de 1916 (Young Woman’s Journal, tomo 27, págs. 455-460).
LA NECESIDAD DE ADORAR EN DOMINGO. ES imperativamente necesario en toda ocasión, y más particularmente cuando nuestras asociaciones no nos proporcionan el apoyo moral y espiritual que necesitamos para nuestro desarrollo, que vayamos a la casa del Señor para adorar y reunimos con los santos, a fin de que su influencia moral y espiritual ayude a corregir nuestras falsas impresiones y nos restaure a esa vida que nos imponen los deberes y obligaciones de nuestra conciencia y la religión verdadera.
Los «ratos de diversión» a menudo son peligrosos, y la fraternidad social, si no es de una naturaleza apropiada, puede resultar más perjudicial que útil. Por tanto, en medio de nuestros llamamientos y asociaciones mundanos, no olvidemos ese deber supremo que debemos a Dios y a nosotros mismos, —Juvenile Instructor, tomo 47, pág. 145 (marzo de 1912).
SED PRUDENTES EN TODO LO QUE HAGÁIS. Apartaos de estas cosas venenosas y perjudiciales; vivid al alcance de vuestros medios; salid de toda deuda y no os endeudéis más; no corráis más aprisa de lo que podáis hacer con seguridad; sed cuidadosos y precavidos en lo que hagáis; consultad a los que tienen prudencia y experiencia antes de pegar el salto, no sea que peguéis el salto en las tinieblas; y guardaos de tal manera de la maldad y desventajas posibles, que el Señor pueda derramar las bendiciones del cielo sobre vosotros, sí, abrir «las ventanas de ¡os cielos» y derramar sobre vosotros bendiciones que apenas tendréis lugar para contenerlas. —C.R. de abril, 1910, págs. 6, 7.
LA NATURALEZA Y EL PROPÓSITO DEL AYUNO. La ley dada a los Santos de los Últimos Días, según la entienden las autoridades de la Iglesia, es abstenerse de comer y beber durante veinticuatro horas, «de tarde a tarde», y que los miembros se refrenen de toda satisfacción o complacencias corporales. Como el día de ayuno cae en el día del Señor, se deduce, desde luego, que no se ha de trabajar. Además, el objeto importante y principal de la institución del ayuno entre los Santos de los Últimos Días fue el de poder proporcionar alimento y otras necesidades a los pobres. Por tanto, incumbe a todos los Santos de los Últimos Días entregar a su obispo, el día de ayuno, los alimentos que él o su familia habrían consumido ese día, a fin de que se repartan a los pobres para su beneficio y bendición; o en lugar de los alimentos, la suma equivalente, o, si la persona tiene buenos medios, un donativo liberal en efectivo que en igual manera se reserva y se consagra a los pobres.
Ahora bien, aun cuando la ley requiere que los miembros en todo el mundo ayunen de «tarde a tarde» y se abstengan de comer así como de beber, fácilmente se puede ver por las Escrituras, y especialmente por las palabras de Jesús, que es más importante lograr el espíritu verdadero de amor para con Dios y con el hombre, la «pureza de corazón y sencillez de intención», que cumplir con la letra muerta de la ley. El Señor ha instituido el ayuno de acuerdo con una base razonable e inteligente, y ninguna de sus obras es vana o imprudente; su ley es perfecta en esto como en otras cosas. Por tanto, se requiere que cumplan lo anterior quienes puedan; es un deber que no pueden eludir; mas téngase presente que la observancia del día de ayuno, absteniéndose de comer y beber durante veinticuatro horas, no es una regla absoluta, no es una ley inflexible para nosotros, antes se deja al criterio de la gente como asunto de conciencia, y para que ejerzan prudencia y juicio. Muchos padecen debilidades, hay otros cuya salud es delicada, otras tienen niños de pecho; a éstos no se les requeriría ayunar. Tampoco deben los padres obligar a los niños pequeños a que ayunen. He visto a niños llorar de hambre el día de ayuno, y en tales casos nada les beneficiará estar sin comer; al contrario, temen la llegada del día, y en lugar de recibirlo con alegría, les causa desagrado; y al mismo tiempo la compulsión engendra en ellos un espíritu de rebelión más bien que amor por el Señor y por sus semejantes. Mejor que obligarlos, sería enseñarles el principio, y permitirles que lo observen cuando tengan la edad suficiente para decidir inteligentemente.
Pero quienes puedan ayunar deben hacerlo; y a todas las categorías de personas que haya entre nosotros, se les debe enseñar a ahorrar los alimentos que comerían, o su equivalente, para los pobres. A nadie se exime de esto; es requerido a los miembros, ancianos y jóvenes, en todas partes de la Iglesia. No es válida la excusa de que en algunos lugares no hay pobres. En tales casos los donativos del día de ayuno se deben remitir a las autoridades correspondientes para que se envíen a las estacas de Sión donde hagan falta.
Así lograremos gracia a la vista de Dios y aprenderemos el ayuno aceptable delante de Él. —Improvement Era, tomo 6, pág. 146 (diciembre de 1903).
LA SANTIFICACIÓN DEL DÍA DE REPOSO. El deber evidente de todo Santo de los Últimos Días—y esto incluye a los jóvenes, tanto hombres como mujeres, y a los niños y niñas— es observar debidamente el día de reposo. Tal vez parezca extraño que sea necesario repetir este hecho tantas veces declarado; pero parece haber personas, y a veces comunidades enteras, que desatienden este deber y se hace necesaria, por tanto, esta amonestación.
¿Qué se nos requiere hacer el día de reposo? Las revelaciones del Señor al Profeta José Smith son bastante claras en este aspecto, y deben regirnos porque concuerdan estrictamente con las enseñanzas del Salvador. He aquí algunos de los requisitos sencillos:
El día de reposo os es señalado para que descanséis de vuestros trabajos.
El día del reposo es un día especial para adorar, para orar y mostrar celo y fervor en vuestra fe y deberes religiosos; para rendir vuestras devociones al Altísimo.
El día de reposo es el día en que os es requerido ofrendar vuestro tiempo y atención a la adoración del Señor, bien sea en las reuniones, en la casa o dondequiera que estéis. Estos son los pensamientos que deben ocupar vuestra mente.
El día de reposo es el día en que debéis asistir a las reuniones de los Santos de los Últimos Días, con vuestros hermanos y hermanas, preparados para tomar el sacramento de la Cena del Señor, habiendo confesado previamente vuestros pecados ante el Señor y ante vuestros hermanos y hermanas, y perdonado a vuestros semejantes como esperáis que el Señor os perdone a vosotros.
En el día de reposo no habéis de hacer ninguna otra cosa sino preparar vuestros alimentos con sencillez de corazón, a fin de que vuestros ayunos sean perfectos y vuestro gozo sea cabal. Esto es lo que el Señor llama ayunar y orar.
El porqué de este curso requerido el día de reposo se expresa claramente en las revelaciones. Es para que uno se conserve más completamente limpio de las manchas del mundo; y también para este fin se requiere que los miembros vayan a la casa de oración y ofrezcan sus sacramentos en el día del Señor.
Ahora bien, ¿qué es lo que se promete a los miembros que obedecen el día de reposo? El Señor declara que en tanto que hagan esto, con corazones y semblantes alegres, la abundancia de la tierra será de ellos, «las bestias del campo y las aves del cielo, y lo que trepa a los árboles y anda sobre la tierra; sí, y la hierba y las cosas buenas que produce la tierra, ya sea para alimento o vestidura, o casas, alfolíes, huertos, jardines o viñas» (Doctrinas y Convenios 59:16, 17).
Todas estas cosas son hechas para el beneficio y el uso del hombre, tanto para agradar la vista como para alegrar el corazón, para fortalecer el cuerpo y vivificar el alma. Todo esto se promete a los que guarden los mandamientos, entre los cuales se encuentra éste, y muy importante, de observar debidamente el día de reposo.
El Señor no está complacido con aquellos que saben estas cosas y no las hacen.
Los hombres no están descansando de sus obras cuando aran y plantan, cargan y excavan; no están descansando cuando pasan todo el día domingo en casa haciendo cosas que no tuvieron tiempo de hacer en otros días.
Los hombres no están manifestando celo y fervor en su fe y deberes religiosos cuando salen muy temprano el domingo en la mañana en carros, en coches, en automóviles, a las montañas, a los paseos y a visitar amigos o centros de diversión con su esposa e hijos. No están rindiendo sus devociones al Altísimo.
No están ofrendando su tiempo y atención a la adoración del Señor cuando buscan placeres y recreos; ni pueden regocijarse de esta manera en el espíritu de perdón y adoración que viene de tomar la Santa Cena.
Los niños y jóvenes no están ayunando con sencillez de corazón, a fin de que su gozo sea cabal, cuando pasan el día de reposo haraganeando alrededor del expendio de helados o del restaurante del pueblo, o jugando, paseando en coche, pescando, cazando o tomando parte en deportes físicos, excursiones y paseos. Este no es el curso que los conservará limpios de las manchas del mundo, sino más bien es uno que los privará de las ricas promesas del Señor, y les traerá aflicción en vez de alegría, e inquietud y zozobra en lugar de la paz que viene de hacer las obras de justicia.
Juguemos y divirtámonos hasta que estemos hartos durante otros días, pero el día de reposo descansemos, adoremos, vayamos a la casa de oración, tomemos la Santa Cena, comamos nuestros alimentos con sencillez de corazón y rindamos nuestras devociones a Dios, a fin de que la abundancia de la tierra sea nuestra, y podamos tener paz en este mundo y vida eterna en el venidero.
«Pero —dirá uno— en nuestro poblado no tenemos otro día para diversión y deportes, excursiones y paseos, juegos de pelota y carreras.» ‘
Entonces hay que exigir uno.
¿Será posible que los padres, en vista de las promesas del Señor, les nieguen a sus hijos un día de la semana para divertirse, con lo que los obligan a pasar el día del Señor en los deportes?
Un hombre prominente, en una de las estacas al norte, donde se dice que son comunes los juegos de pelota y otros deportes el domingo, preguntó qué se podría hacer para remediar el mal. Se le dijo que intentara dejar libre un medio día durante uno de los días de la semana.
«Entonces no podemos efectuar un cambio ni remediarlo —contestó— tenemos cientos de hectáreas de heno y campos maduros que piden obreros a gritos, y no podemos dejar que nuestros jóvenes se vayan a jugar.»
La mejor respuesta a tal argumento es esta pregunta: «¿Qué es mejor, dejar que se eche a perder el heno, o el joven?» Dejad el heno; salvad al joven; él vale más que todas vuestras posesiones materiales. Salvadlo en el espíritu del evangelio; protegedlo de violar el día de reposo haciendo un pequeño sacrificio temporal, y el Señor os cumplirá su promesa. Poneos de acuerdo con el barrio y unidamente seleccionad un día para juegos y recreo; y como fieles miembros exigid que el día de reposo, en lo que a vosotros y a los vuestros concierne, sea dedicado al Señor nuestro Dios. —Improvement Era, tomo 13, págs. 842-844 (1909-10).
NO DESPOJÉIS EL DIA DEL SEÑOR. Incumbe a los miembros de la Iglesia disponer su trabajo del tal manera que no haya excusa para despojar al día del Señor de su santidad. Con este fin dejad libre un medio día durante la semana, que los jóvenes benéficamente puedan utilizar para el recreo, dejando el día de reposo para la cultura y devoción espirituales. Es igualmente obligatorio que proyectemos nuestras diversiones de tal manera que no interrumpan nuestra adoración. Por tanto, dispóngase para el propósito otra noche que no caiga en sábado. El Señor ha mandado a su pueblo que se acuerde del día de reposo para santificarlo, y que en ese día vaya a la casa de oración y ofrezca sus sacramentos en justicia con corazones dispuestos y espíritus arrepentidos. —Improvement Era, tomo 12, pág. 315 (1909).
EL HOMBRE DEBE SER EL DUEÑO DE SÍ MISMO. Ningún hombre está salvo a menos que sea el dueño de sí mismo; y no hay tirano más cruel o más temible que un apetito o pasión indomable. Si cedemos a los apetitos bajos de la carne y los seguimos, descubriremos que el fin será invariablemente amargo, perjudicial y lamentable, tanto para el individuo como para la sociedad. Es nocivo en el ejemplo así como en sus efectos individuales, y peligroso y dañoso para el desprevenido. Por otra parte, la abstinencia de estos apetitos, la crucifixión de la carne, por decirlo así, y una aspiración hacia algo noble, haciendo bien a nuestros semejantes siempre que sea posible, teniendo esperanza en lo futuro, haciendo tesoros en los cielos donde la polilla y el orín no corrompen, donde ladrones no minan ni hurtan —todas estas cosas traerán la felicidad eterna, felicidad en este mundo y en el venidero. Si no hay más placer en el mundo sino el que conocemos en la satisfacción de nuestros deseos físicos —comiendo, bebiendo, amistades alegres y placeres mundanos— entonces los deleites del mundo son burbujas; no hay nada en ellos, ningún beneficio o felicidad duraderos que de ellos se pueda derivar.— Deseret Weekly News, tomo 33, pág. 130 (1884).
























