Doctrina del Evangelio

Capítulo 17

Las diversiones y las modas


LA JUVENTUD DEBE MIRAR HACIA ADELANTE. No se debe permitir que nuestra juventud pase su tiempo casi enteramente en el loco remolino de placeres y diversiones sin tomar en consideración los años futuros, con sus consiguientes achaques corporales y debilidades físicas que forzosamente tienen que venir. Se les debe dar a entender que aquello que generalmente se considera como los gustos de la juventud pronto pasará, dejando tras sí solamente tristes memorias de oportunidades desperdiciadas que no volverán. No se les debe permitir derrochar su tiempo y los bienes de sus padres en pasatiempos frívolos y vida desordenada, que no producen otra cosa más que la formación de vicios o hábitos malos. —Juvenile Instructor, tomo 52, pág. 19 (enero de 1917).

DIVERSIONES PROPIAS. Nuestras diversiones deben distinguirse por su sano ambiente social. Debemos dar la debida consideración al carácter de aquellos con quienes nos asociamos en los centros de diversión; y debemos guiarnos por un alto sentido de responsabilidad para con nuestros padres, nuestros amigos y la Iglesia. Debemos saber que los placeres de que disfrutamos deben ser de los que lleven puesto el sello de la aprobación divina. Deben contar con el apoyo de nuestros padres y nuestros correligionarios, así como de esos principios verdaderos que siempre deben gobernar nuestras relaciones unos con otros como miembros de la Iglesia. Deben evitarse las diversiones que aun cuando en sí mismas y en el ambiente social adecuado podrían ser propias y sanas, y a menos que los compañeros sean de carácter intachable, y los sitios gocen de buena reputación y dicha diversiones estén sujetas a las restricciones correspondientes.

Nuestras diversiones tienen límites allende los cuales no podemos ir con seguridad. Debe tenerse cuidado del carácter de las mismas y de reducir su frecuencia, a fin de evitar excesos. No deben ocupar todo, ni aun la mayor parte de nuestro tiempo; de hecho deben hacerse figurar como incidentes en los deberes y obligaciones de la vida y jamás convertirlos en la causa o elemento dominante de nuestras esperanzas y ambiciones. Son tantos los peligros que acechan a estas diversiones, y la atracción por ellas que se arraiga en las vidas de nuestros jóvenes, a veces al grado de posesionarse completamente de ellos, que debe vigilarse cuidadosamente a la juventud y advertirle de las tentaciones y maldades que posiblemente puedan enredarlos para su destrucción. — Juvenile Instructor, tomo 49, págs. 380, 381 (junio de 1914).

LA NATURALEZA CORRECTA DE LA DIVERSIÓN. La naturaleza y variedad de nuestras diversiones influyen tanto en el bienestar y carácter de nuestros jóvenes, que se les debe vigilar con el mayor celo para la preservación de la moralidad y fuerza de la juventud de Sión.

En primer lugar, no deben ser en exceso, y debe disuadirse a los jóvenes de entregarse por completo al espíritu y frivolidad de la alegría excesiva. No hay necesidad de decir a ningún Santo de los Últimos Días que dos o tres bailes a la semana para sus hijos es algo completamente fuera de la razón. Los bailes demasiado frecuentes no sólo perjudican la estabilidad de carácter, sino son sumamente nocivos a la buena salud; y siempre que sea posible deben introducirse otras diversiones en la vida de nuestros jóvenes, aparte del salón de baile. Se les debe enseñar a que estimen cada vez más las diversiones de naturaleza social e intelectual. Las fiestas caseras, conciertos que desarrollen el talento de la juventud y diversiones públicas en las cuales se reúnen tanto los jóvenes como los de edad mayor son preferibles al exceso de bailes.

En segundo lugar, nuestras diversiones deben concordar con nuestro espíritu de fraternidad y devoción religiosa. En demasiados casos no se oyen en el salón de baile nuestras súplicas pidiendo protección divina. En tanto que sea posible, nuestros bailes deben efectuarse bajo la supervisión de alguna organización de la Iglesia, y debemos tener cuidado escrupuloso de iniciar el baile con una oración. . . El asunto de las diversiones es de importancia tan trascendental para el bienestar de los miembros de la Iglesia, que las autoridades presidentes de cada barrio deben darle su más cuidadosa atención y consideración.

En tercer lugar, nuestras diversiones deben estorbar en grado mínimo la labor de las aulas. Es deseable en extremo que la temprana educación de nuestros jóvenes se lleve a cabo con la menor interrupción posible, y los bailes frecuentes durante la temporada de escuela menoscaban tanto al cuerpo como a la mente.

Por último, es de temerse que en muchos hogares los padres abandonen todo reglamento concerniente al entretenimiento de sus hijos, y los dejen libres para que encuentren su diversión donde y cuando puedan. Los padres nunca deben ceder el dominio de las diversiones de sus hijos durante sus tiernos años, y deben ser escrupulosamente cuidadosos en lo que respecta a las amistades de sus jóvenes en los centros de diversión. —Juvenile Instructor, tomo 39, págs. 144, 145 (marzo de 1904).

DEBERES SOCIALES. Los residentes de las ciudades se han acostumbrado a vivir al lado de sus vecinos por años sin asociarse con ellos. Hay casos en que buenas personas, bien conocidas en sus negocios y en la calle, han sido vecinas por veinticinco años o más y, sin embargo, nunca se han invitado el uno al otro a su casa a comer juntos, o a pasar una hora o una noche en actividades sociales. Viven tan cerca el uno del otro que casi pueden estrecharse las manos desde sus puertas, y sin embargo, nunca se visitan o se asocian, antes se mantienen completamente aislados. Este no es un modo prudente ni bueno, especialmente cuando debemos estar procurando, como Santos de los Últimos Días, el bienestar del género humano, predicando el evangelio con palabras y con hechos. ¿No sería mucho mejor si preparásemos una pequeña comida, o invitásemos a nuestro vecino a unirse a nosotros en una fiestecita social para llegar a conocernos, y hacerle sentir que no somos forasteros para él ni él lo es para nosotros? Y no olvidemos la definición que Cristo dio del prójimo, así como la instrucción: El que usó de misericordia conmigo es mi prójimo, el mandamiento dice: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Espero que nos portemos mejor. Pero en realidad es poca la sociabilidad que hay entre nosotros, y existe una exclusividad que no va de acuerdo con el calor del evangelio. No tenemos suficiente consideración el uno para con el otro; no nos queremos unos a otros; no nos fijamos los unos en los otros, o escasamente lo hacemos, y por último pasamos unos al lado de otros por la calle sin la menor indicación de que nos conocemos. Raras veces inclinamos la cabeza al pasar al lado de un hermano, a menos que lo conozcamos íntimamente. Este no es el espíritu que corresponde al «mormonismo». Contraviene esa amistad y sociabilidad que debe distinguir a los Santos de los Últimos Días. Yo creo en el espíritu más amplio, más caritativo, más bondadoso y amoroso que a un hombre de amplias miras y alma grande le es posible ejercer o poseer; y que este espíritu es el que deben poseer y difundir los miembros de la Iglesia en todas partes.

Recojamos, por tanto, a los de corazón sincero y tratémoslos a ellos, y el uno al otro, con el espíritu de ese calor y amor que distinguen el evangelio. ¡Y ni qué decir de los desafortunados, los borrachos, los débiles, los errantes! No los despreciéis tampoco; deben ser salvos así como cualquier otro, y de ser posible, salvémoslos también a ellos, así como a los dignos, los buenos y los puros. Salvemos al pecador, y traigámoslo al conocimiento de la verdad de ser posible.

Se invita a nuestras Asociaciones de Mejoramiento Mutuo a que se especialicen en esta obra social. Los obispos deben prestar ayuda a los oficiales, a fin de seleccionar y apartar a misioneros aptos y experimentados, así como a maestros visitantes, los cuales deben emplear sus energías entre el pueblo. Debe darse la bienvenida en nuestras reuniones a la juventud indiferente, así como al extranjero, y al que se halla sin amigos, y persuadirlos a sentirse cómodos entre el pueblo de Dios; y téngase presente que toda familia y toda persona tiene un deber en este respecto. El hecho de que un hombre o mujer no sean oficiales del barrio o de una asociación, no es motivo para excluirlos de las amenidades sociales comunes de la vida, ni para no persuadírseles a hacer lo bueno temporal, espiritual y socialmente. —improvement Era, tomo 7, pág. 957 (octubre de 1904).

EL PELIGRO DE ANDAR EN BUSCA DE PLACERES. A fin de que un joven pueda determinar cuál es el curso que va a seguir en la vida debe dar alguna consideración a dónde va a parar al fin de la carrera, cuál es la condición de que le gustaría disfrutar durante su vida y particularmente la meta hacia la cual le gustaría trabajar. De lo contrario, le será difícil orientar sus hechos día tras día hacia la meta de su ambición.

Considerando reflexivamente los centenares de refranes que pueden hallarse en los buenos libros, y escuchando también las experiencias y advertencias de muchos otros hombres sabios que viven en nuestra época y colonias, que son pastores ejemplares de nuestros miembros en nuestras numerosas organizaciones de la Iglesia, y los cuales constantemente están amonestando en cuanto a la búsqueda excesiva de placeres, el joven prudente debe confesar que el placer no es la meta que se ha de proponer, ni que se propondría el hombre que desea lograr lo mejor de la vida.

El hombre prudente, por tanto, procurará que su curso se aparte de la muerte viviente de buscar placeres. No va a empeñarse o endeudarse para comprar automóviles y otros enseres costosos a fin de mantenerse a la par en la novedosa carrera de buscar placeres, en este respecto. No va a pedir dinero prestado para satisfacer la moda popular de viajar por Europa o nuestro propio país, sin más propósito que por gusto. No va a ponerse nervioso ni canoso en la lucha por lograr los medios para que su esposa e hija puedan pasar el verano, sólo por gusto, en costosos y elegantes lugares de recreo o en tierras lejanas. Es cierto que hay muchos en nuestra comunidad que no parecen ser prudentes y que están haciendo precisamente éstas y otras cosas desatinadas por lo que se hace llamar placer.

El resultado de esta búsqueda de placeres y excitación y afán de conservarse a la par de lo que únicamente los muy ricos pueden mas no debían hacer, es que muchos se ven obligados a emprender toda clase de proyectos ilícitos a fin de obtener el dinero para satisfacer esta tendencia; y de ahí, el desarrollo de la inmoralidad económica. Se adoptan muchos métodos clandestinos para obtener lo necesario, y frecuentemente se recurre si fraude y a la mentira y al engaño de amigos y vecinos con objeto de poder obtener el dinero para satisfacer un deseo desordenado de placeres. Se cuenta de una buena dama que fue al mercado y compró harina a crédito, y entonces la vendió al contado en una subasta a fin de tener lo necesario para salir a buscar placeres. Así es como se corrompe la moralidad; y esto se aplica tanto a ricos como a pobres. Vosotros, que sois padres sensatos, ¿vale la pena este curso?

Jóvenes, vosotros que tenéis una meta a la vista, ¿es éste el curso que hay que seguir a fin de habilitaros para vuestro propósito y lograr los mejores resultados de la vida?

Sin discutir la riqueza ni la fama, ¿no hemos de marcar el alto a esta locura por los placeres y dedicarnos al objeto legítimo de verdaderos Santos de los Últimos Días, que consiste en desear y procurar ser de alguna utilidad en el mundo? ¿No hemos, más bien, de hacer algo para aumentar el verdadero gozo y bienestar y virtud del género humano, así como el nuestro, ayudando a soportar las cargas bajo las cuales se quejan quienes las llevan, rindiendo amor, servicio devoto y abnegado a nuestros semejantes?—Improvement Era, tomo 12, pág. 744 (julio de 1909).

EFECTOS NOCIVOS DE LOS LIBROS MALOS. Sería difícil calcular las in-fluencias nocivas que en los pensamientos, sentimientos y hechos de los jóvenes ejerce la práctica de leer novelas baratas. Los libros constituyen una especie de compañerismo para todo el que lee, y producen dentro del corazón sentimientos ya sea a favor de lo bueno o de lo malo. En ocasiones sucede que los padres tienen mucho cuidado de los amigos con quienes se juntan sus hijos, y al mismo tiempo se manifiestan indiferentes en cuanto a los libros que leen. La lectura de un libro malo finalmente resultará en malas compañías.

No es únicamente el joven que lee esta literatura extraña, anómala y de incitación innatural el que siente los efectos de su influencia, sino que con el tiempo él influye en otros. Esta literatura llega a ser la madre de toda especie de fantasías impías que maduran en prácticas perversas, y producen un sentimiento innatural y vil que siempre está desalojando lo bueno que hay en el corazón humano y reemplazándolo con lo malo. Fue el poeta Shelley quien dijo que «los pensamientos extraños engendran actos extraños»; y cuando nuestros hijos leen libros que producen pensamientos extraños, raros e indeseables en sus mentes, no debe causarnos sorpresa llegar a saber que han cometido algún acto inusual, extraño o innatural. Es en los pensamientos y sentimientos donde tenemos que combatir las maldades y tentaciones del mundo, y la purificación de nuestros pensamientos y sentimientos debe convertirse en el esfuerzo especial de todo padre y madre. El novelista americano, Fuller, escribió una vez: «Parece que mi alma es como un estanque sucio, en el cual los peces pronto mueren y las ranas viven largo tiempo.» Es notable cuán fácil resulta aprender a pecar, y cuán difícil es olvidarlo.

Se cuenta de un oficial inglés en la India que un día fue al anaquel para bajar un libro. Al colocar la mano sobre el tomo, un áspid le mordió el dedo. Al cabo de pocas horas envenenó todo el cuerpo, y a los pocos días el oficial murió. Hay serpientes venenosas que se esconden en más de un libro barato de calidad inferior, y son muy comunes en las novelas baratas. El efecto que surten en nuestras almas es ponzoñoso y con el tiempo ciertamente causarán una muerte moral y espiritual. . . La influencia de estas novelas es más peligrosa aún, porque los sentimientos y pensamientos que engendran en el corazón y la mente se hallan más o menos ocultos, y las consecuencias nocivas de esta lectura frecuentemente no se manifiestan sino hasta que un acto premeditado y horrible es el producto de los meses, y a veces años, de imaginación y asombro. Cuídense los miembros de los libros que entren en sus casas, porque su influencia puede ser tan venenosa y mortífera como el áspid que causó la muerte del oficial inglés en la India. —Juvenile Instructor, tomo 37, pág. 275 (1 de mayo de 1902).

LA LECTURA DE COSAS BUENAS. Hay demasiada lectura de esa clase de novelas que no enseñan ninguna cosa útil y sólo tienden a incitar las emociones. Todos sabemos que el leer novelas en exceso perjudica el desarrollo intelectual de quienes se dedican a ello, y los prudentes y aquellos que desean progresar, bien podrían dedicar más tiempo a obras útiles y educativas, libros que informarían al lector en cuanto a la historia, biografía, religión y otros temas importantes que se espera que entiendan todas las personas bien educadas.

Muchos de nuestros jóvenes, así como algunos de mayor edad, no se han familiarizado con su propia religión, ni con las bellas e impresionantes doctrinas del evangelio que tan abundantemente contiene. Esta clase de personas dedican más tiempo a la lectura de libros inservibles o sensacionales, que al estudio y contemplación de las obras que les permitirían familiarizarse con los principios del evangelio. Si estuviesen mejor informados en cuanto a estas cosas y entendieran las doctrinas salvadoras y las preguntas ordinarias de su religión, más de lo que están, no caerían en las redes de falsas enseñanzas, falsos directores ni propagadores de cultos que son falsos. No serían desviados como algunos de ellos lo son. —Improvement Era, tomo 12, pág. 561 (mayo de 1909).

SORTEOS Y JUEGOS DE AZAR. ¿Es propio rifar algo para el beneficio de los misioneros? No; el sorteo es un juego de azar y, por tanto, conduce a la afición por los juegos; por esta razón, aun cuando no hubiese otra, no se debe alentar entre los jóvenes de la Iglesia. El presidente Young declaró que la rifa es un nombre modificado que se da a los juegos de azar; dijo que «como Santos de los Últimos Días no estamos en posición de sacrificar principios morales por beneficios económicos»; y aconsejó a las hermanas, a través de las páginas del Woman’s Exponent, a no hacer sorteos. El presidente Lorenzo Snow, apoyó y aprobó estos conceptos, y yo a menudo he expresado mi completa desaprobación de las rifas. La mesa general de la Escuela Dominical se ha declarado en su contra, y por último, la ley del estado dice que es ilícito el uso de dados en los sorteos. Si en cuanto a principio es contra la ley usar dados, ¿no es igualmente ilícito si se usa cualquier otro instrumento? En vista de todas estas objeciones, ¿no debe ser patente a todos que el sorteo de caballos, colchas, bicicletas y otros artículos, no es permitido por la ley moral ni aprobado por las Autoridades Generales de la iglesia? Sin embargo, continúa a pesar de todo, y si no aceptáis esta práctica, debéis negaros a patrocinarla y no ayudar a la causa. Ahora bien, ¿cómo ayudaremos al misionero que desea vender un caballo o lo que sea? Contribuya cada cual con un dólar y decidan los contribuyentes, por voto, a cuál varón digno, no uno entre ellos, se ha de dar el caballo. Así no se deja al azar; es puramente una decisión y ayuda a las personas que desean comprar boletos solamente para el beneficio del misionero, a dominar la tendencia hacia el juego que exista en su naturaleza. Sin embargo, tengo otro pensamiento adicional: El elemento de la suerte participa notablemente en todo lo que emprendemos, y debe tenerse presente que el espíritu con el cual hacemos algo determina en gran manera si estamos jugando al azar o iniciando una empresa comercial legítima. —Improvernent Era, tomo 6, pág. 308 (febrero de 1903).

LOS JUEGOS DE AZAR. A quienes corresponda: Entre los vicios de la edad actual, se condena el juego en forma muy general. La ley prohíbe el juego y el elemento decoroso de la sociedad lo desaprueba. No obstante, con numerosos disfraces el demonio del juego encuentra cabida en el hogar, en clubes elegantes y en funciones caritativas, aun dentro de los recintos de edificios sagrados. En las fiestas sociales de la Iglesia, en las ferias de los barrios y otras funciones semejantes son accesorios comunes los medios ingeniosos para reunir fondos incitando la inclinación hacia el juego.

Cualesquiera que sean las condiciones en otras partes, esta costumbre no deberá aprobarse dentro de esta Iglesia; y la organización que lo permita se opone al consejo e instrucciones de las Autoridades Generales de la Iglesia.

Sin intentar especificar o particularizar las muchas formas censurables que se le dan a esta práctica impía entre nosotros, una vez más decimos a la gente, que no puede aprobarse ningún tipo de juegos de azar, adivinanzas o rifas en ninguna diversión auspiciada por las organizaciones de nuestra Iglesia.

El deseo de obtener algo de valor por nada o muy poco, es pernicioso; y cualquier forma de proceder que fortalezca tal deseo constituye una ayuda eficaz al espíritu del juego, que para miles ha probado ser un verdadero demonio de destrucción. Arriesgar una moneda de diez centavos con la esperanza de ganar un dólar en cualquier sorteo o lotería, es una especie de juego de azar.

No se vaya a suponer que se ha de permitir o pasar por alto el sorteo de artículos de valor, el ofrecimiento de premios a los que acierten en los concursos de adivinanzas, el uso de máquinas de juego o de cualquier otro aparato de esa índole, porque el dinero que de esa manera se obtenga va a usarse para un buen fin. La Iglesia no ha de ser sostenida en grado alguno con fondos logrados por medio del juego.

Diríjase la atención de los oficiales de estaca y barrio, y los encargados de las organizaciones auxiliares de la Iglesia, a lo que se ha escrito sobre este tema, así como al presente recordatorio. El día 1o de octubre de 1902 se publicó un artículo en el Juvenile Instructor firmado por el presidente de la Iglesia (tomo 37, pág. 592) en el que aparecen citas de instrucciones anteriores y consejos a los miembros sobre el tema. Por vía de conveniencia, se repite aquí parte de dicho artículo. Respondiendo a la pregunta de que si se pueden justificar las rifas y juegos de azar cuando son buenos los propósitos que se pretenden, se dijo lo siguiente: «Enfáticamente contestamos: No. El sorteo es sólo un nombre modificado que se da al juego.»

El presidente Young dijo una vez a la hermana Eliza R. Snow: «Diga a las hermanas que no hagan rifas. Si las madres sortean, los hijos buscarán el juego. El sorteo es juego.» Entonces sigue esto: «Algunos dicen, ¿qué haremos? Tenemos colchas disponibles; no podemos venderlas y necesitamos fondos para nuestra tesorería, los cuales podemos levantar si tenemos una rifa para el beneficio de los pobres. Es preferible que las colchas se apolillen en los roperos que adoptar el viejo refrán: «El propósito santificará los medios.» Como Santos de los Últimos Días no estamos en posición de sacrificar el principio moral por el beneficio económico.»—Improvement Era, tomo 12, pág. 143 (diciembre de 1908).

EL PERJUICIO DE LOS NAIPES. «Pero necesitamos tener recreación —decís vosotros— ¿qué haremos?» Dedicaos a empresas domésticas y a lograr conocimiento útil del evangelio. Incúlquese en el corazón de los jóvenes el amor por los libros buenos y útiles; enséñeseles a que deriven gozo y recreación de la historia, viajes, biografía, conversación e historia clásica. Tenemos también juegos inocentes, música, cantos y recreo literario. ¿Qué diríais del hombre que propusiera el whisky y la cerveza como bebidas ordinarias, porque es necesario que la gente beba? Tal vez éste sea un poco peor que el hombre que colocaría naipes en las manos de mis hijos, y con ello fomentara el espíritu de la aventura y el juego que conduce a la destrucción, porque era necesario que tuvieran diversión. Al primero de estos dos yo llamaría un enemigo ruin, y le aconsejaría que bebiera agua; y llamaría al segundo un espíritu malo disfrazado de inocencia, y le aconsejaría un recreo que no tuviera los microbios de la enfermedad espiritual que conduce al diablo.

Dedíquense nuestras noches a diversiones inocentes dentro del hogar y destiérrense de nuestras familias todos los juegos de azar y particípese únicamente en las diversiones que se hallen libres del juego y del espíritu del juego. Y apartemos muy lejos de nosotros el exceso de los juegos de naipes, así como a la persona que visita a sus vecinos a toda hora del día y de la noche para fomentar esta maldad. Tened por cierto que si alentamos este mal, traerá en pos de sí otras dificultades graves, y los que lo hagan en exceso perderán el espíritu del evangelio e irán a dar a una ruina temporal y espiritual.

Los jóvenes deben esforzarse en sus recreos por cultivar un amor hacia lo que no sea perjudicial. No es cierto que sólo se puede disfrutar del recreo que daña al cuerpo y al espíritu. Debemos acostumbrarnos a encontrar gozo en lo que produce vigor, no en lo que causa estupor al cuerpo y lo destruye; en lo que conduce hacia arriba y no hacia abajo; en lo que ilumina el intelecto, no en lo que lo opaca y lo obstruye; en lo que eleva y exalta el espíritu, no en lo que lo estanca y lo deprime. Así complaceremos al Señor, aumentaremos nuestra propia alegría y nos salvaremos a nosotros y a nuestros hijos de pecados inminentes, en el fondo de los cuales se esconde, igual que el maligno, el espíritu de los naipes y del juego, —improvement Era, tomo 14, págs. 735-738 (junio de 1911).              ‘

EL TIEMPO QUE SE PIERDE CON LOS NAIPES. No es cosa rara que las mujeres, jóvenes y de mediana edad, pasen la tarde entera, y muchas de ellas toda la noche, jugando a los naipes, con lo que desperdician horas y días de tiempo precioso en esta manera inútil e improductiva. Por otra parte, estas mismas personas, cuando se recurre a ellas, declaran que no tienen tiempo para actuar como maestras en la Escuela Dominical, ni el tiempo para asistir a las Escuelas Dominicales ni a las reuniones. Desatienden sus deberes en la Iglesia por falta de tiempo, y sin embargo, pasan horas, día tras día, con los naipes. De este modo han alentado al espíritu de la indolencia que se ha apoderado de ellas, y su mente está llena de la vil ebriedad, alucinación, encantamiento y fascinación que se posesionan de los que se han enviciado en el juego de los naipes, y han excluido todo sentimiento espiritual y religioso. Tal espíritu deslustra todo pensamiento y sentimiento sagrados; y por último, estos jugadores no saben por cierto si son judíos, gentiles o santos, y es poco lo que les importa.

Aun cuando un juego sencillo de naipes puede ser inofensivo en sí mismo, es un hecho que tras la repetición inmoderada, acaba en un apasionamiento por proyectos azarosos, en el hábito del exceso, en la pérdida de tiempo precioso, en ofuscar y entorpecer la mente y en la completa destrucción de los sentimientos religiosos. Estos son resultados graves, maldades que los Santos de los Últimos Días debería y deben evitar. Hay, además, un grave peligro que acecha a los que juegan habitualmente a los naipes, y el cual engendra el espíritu del juego, de la especulación y despierta el peligroso deseo de obtener algo sin que cueste nada. —Improvement Era, tomo 6, pág. 779 (agosto de 1903).

LOS JUEGOS DE NAIPES. Hasta cierto punto se puede determinar el carácter de una persona por la calidad de sus diversiones. Los hombres y mujeres de hábitos industriosos, ordenados y meditabundos, tienen poco interés en los pasatiempos frívolos, en los placeres que se buscan sólo por lo que son. No es fácil imaginar que los hombres que dirigen en la Iglesia puedan encontrar placer alguno que pudiera ser inspirador o útil en la mesa de baraja; por cierto, la noticia de que a un presidente de estaca, un obispo de barrio u otro oficial principal de la Iglesia le gustara jugar a los naipes ofendería todo sentimiento de propiedad, aun entre los jóvenes que no se inclinan seriamente a los deberes y responsabilidades de la vida. Tal práctica y los deberes y responsabilidades de una vida religiosa se considerarían incompatibles. Aun los hombres de negocio, por regla general, desconfían de sus socios que se inclinan a jugar frecuentemente a los naipes.

Se podría decir que las mismas objeciones no se aplican a los jóvenes que no toman la vida tan en serio; pero el mal consiste en que los jóvenes que se dedican al pasatiempo frívolo y peligroso de jugar a la baraja probablemente nunca tomarán la vida en serio, a menos que abandonen tales placeres dudosos en su juventud. Son el hombre y la mujer serios y prudentes los que con mayor probabilidad asuman las responsabilidades más elevadas y nobles de la vida, y sus gustos y placeres jamás encuentran satisfacción en un conjunto de naipes.

El juego de la baraja es un placer excesivo. Es un intoxicarte y, por lo tanto, es como un vicio. Generalmente va acompañado del cigarrillo y del vaso de vino, y estas cosas conducen a la sala de billares y a las casas de juego. Son pocos los hombres y mujeres que se recrean con el peligroso pasatiempo de los naipes sin poner en peligro sus negocios y las responsabilidades mayores de la vida. Indicadme las diversiones que más os complacen, y si éstas han llegado a ser la pasión dominante de vuestras vidas, y podré deciros lo que sois. Son muy pocos los que juegan frecuentemente a los naipes, sin que ello se convierta en la pasión dominante de su vida.

Las barajas son para el jugador el instrumento más perfecto y común que jamás se haya ideado, y con las barajas se asocian, a distinción de casi todos los demás juegos, el garito y la cantina. Sin embargo, las barajas no son lo único que incita a lo malo. Cualquier juego que finalmente conduzca a compañeros de antecedentes dudosos, porque tales juegos son el entretenimiento principal de estas personas, no debe tener cabida en el hogar. Hay abundancia de juegos inocentes que satisfacen la diversión requerida en el hogar sin tener que recurrir a la baraja. —Juvenile Instructor, tomo 38, pág. 529 (1 de septiembre de 1903). ‘

DEJEMOS LOS JUEGOS DE LOS NAIPES. Se me ha dicho que la tendencia de tener reuniones sociales para jugar a los naipes en las casas de los Santos de los Últimos Días es mucho mayor de lo que suponen aquellos a quienes la sociedad jamás invita a pasar una noche jugando a los naipes. Las autoridades presidentes no son invitadas a fiestas en donde se juega a los naipes, y por regla general, no se les permite presenciarlas, sencillamente porque aquellos que realizan tales fiestas creen que la baraja en manos de un fiel siervo de Dios es satirizar la religión.

He sabido de algunos que son llamados para oficiar en las santas ordenanzas, cuando se ausentan de la Casa del Señor o llegan tarde, han dado como excusa el hecho de que estaban asistiendo o teniendo una fiestecita para jugar a los naipes. Los que hacen esto no son dignos de administrar las ordenanzas sagradas; son tan indignos como otros que violan en cualquier otra forma la buena moral. Tales personas deben ser relevadas.

Se me ha dicho que los jóvenes presentan como excusa, al tratarse de este pasatiempo dudoso, la acusación de que en los hogares de ciertos hombres que ocupan altos cargos en la Iglesia se juega a los naipes. Sin embargo, los obispos no deben permitir que las contrarréplicas de esta naturaleza los desalienten en sus esfuerzos por suprimir este mal. Por medio de sus maestros, el obispo tiene el mismo derecho de preguntar acerca de los pasatiempos, tanto en los hogares de las autoridades más altas de la Iglesia, como en los de los miembros más humildes. Si es cierto que en la Iglesia prevalece el juego de naipes, los obispos tienen la responsabilidad de ver que no haya cosas malas, y es su deber encargarse de que sean abolidas, o que los hombres o mujeres que fomentan estas cosas comparezcan para rendir cuentas ante sus hermanos y hermanas por el pernicioso ejemplo que están dando a la juventud de Sión. Ciertamente ningún obispo puede decir que su barrio está en buenas condiciones si existe esta práctica.

Los presidentes de estaca no se hallan sin responsabilidad en este asunto, y en las reuniones generales de sacerdocio de estaca deben preguntar minuciosamente a los obispos acerca de las fiestas sociales para jugar naipes en las casas de los miembros. Es fácil indagar por medio de los maestros visitantes si existen en los hogares de los miembros prácticas que no concuerdan con la misión del «mormonismo», y los juegos de naipes ciertamente no van de conformidad con dicha misión. Ningún hombre que esté enviciado en los naipes debe ser llamado para obrar como maestro visitante; tales personas no pueden ser buenos defensores de lo que ellos mismos no llevan a la práctica.

Los juegos de naipes han sido la causa de demasiadas riñas, el origen de demasiados odios, el motivo de demasiados asesinatos para admitir una palabra de justificación que pueda disculpar el espíritu de mentira y engaño que con mucha frecuencia el juego engendra en el corazón de sus aficionados.

Mis frecuentes y enfáticas palabras sobre este tema son el resultado de la alarma que he sentido por causa de los bien fundados informes que llegan a mis manos concernientes a la frecuencia de los juegos de naipes en los hogares de algunos que profesan ser Santos de los Últimos Días. Sobre todo oficial de la Iglesia que en manera alguna sea responsable del peligro de los juegos de naipes, se impone, y se impone pesadamente, el deber de hacer cuanto él o ella puedan, en una manera sincera y con la ayuda de la oración, para desarraigar este mal.

Tengamos siempre presente el antiguo refrán que dice: «Al diablo le agrada zambullir lo que ya está húmedo», y pongamos coto al juego de naipes en el hogar, antes que nos lleve a la casa de juego. —Juvenile Instructor, tomo 38, pág. 561 (15 de septiembre de 1903).

LA NATURALEZA PERNICIOSA DE LOS JUEGOS DE NAIPES. Los naipes son un juego de azar, y por tal razón tiene sus trampas. Alienta las mañas, y sus aficionados miden su éxito en la mesa de juego con su habilidad para ganar por medios estrambóticos y ocultos. Produce un espíritu de astucia e inventa medios ocultos y secretos; y el hacer trampas y el jugar a los naipes son casi sinónimos.

Además, los naipes gozan de una reputación mala, y son los compañeros conocidos de hombres malos. Si no existiese más razón para abandonar los juegos de naipes, sólo bastaría su reputación para servimos de advertencia. Puede concederse que a menudo se adquiere una destreza soberbia en este juego de azar, pero tal destreza pone en peligro las cualidades morales de quien la posee, y lo impulsa hacia prácticas sospechosas.

Juegos como las damas y el ajedrez están más sujetos a reglas fijas y su aplicación es franca y se encuentra más libre de mañas astutas. Estos juegos no envician como los naipes y otros juegos de azar. — Juvenile Instructor, tomo 38, pág. 591 (1 de octubre de 1903).

LOS NAIPES EN EL HOGAR. Se pregunta: Pero si se juega a los naipes en el hogar y bajo la vigilancia de un padre anhelante y amoroso, ¿qué daño puede causar? La mayor parte de los vicios, cuando empiezan, visten ropa atractiva y de apariencia inocente; y un examen cuidadoso de la carrera de más de un desafortunado revelará que el primer paso de su desgracia fue en un «pasatiempo inocente», cuyo vicio raras veces se manifiesta en su infancia. Hay diversos espíritus en el mundo, y el espíritu del juego es uno de ellos; y los naipes han sido tradicionalmente el medio más común y universal de dar satisfacción a ese espíritu. Un «juego inocente de naipes» es el inocente compañero de un vaso inocente de vino y el compañero de juego de los tahúres.

Además, todo entretenimiento se convierte en pernicioso cuando se hace en exceso. No hay juego en el mundo que haya utilizado la milésima parte del tiempo, sí, ni todos los juegos del mundo han consumido la milésima parte del tiempo que se ha dedicado a los naipes. El juego mismo conduce a los excesos; es el enemigo de la industria, el adversario de la economía y el compañero de juergas del que viola el día del reposo. La mejor excusa posible que una persona puede presentar para jugar a los naipes es que existe un escape posible de los peligros a los cuales conduce; y la mejor explicación que de este vicio pueden dar las personas, es el espíritu de la aventura que hay en el hombre, el cual se deleita en aquello que es azaroso para su seguridad física y moral. —Juvenile Instructor, tomo 38, pág. 593 (1 de octubre de 1903).

MODAS INDECOROSAS. En mi opinión, las modas de la actualidad son abominables, sugestivas de lo perverso, cuyo objeto es despertar las pasiones bajas y la impudicia, y provocar la lascivia en el corazón de aquellos que siguen las modas y de quienes las toleran. ¿Por qué? Porque las mujeres están imitando las mismas costumbres de cierta clase de mujeres que han recurrido a este medio para ayudarles a vender sus almas. Es vergonzoso; y espero que las hijas de Sión no se rebajen aceptando estas maneras, costumbres y modas perniciosas, porque surten un efecto desmoralizador y detestable. —C.R. de octubre, 1913, pág.8.

No deseo aburrir a esta numerosa congregación hablando demasiado, pero tengo otro pensamiento que pesa sobre mi mente, y no se relaciona con los hombres, sino con las mujeres, y más particularmente tiene que ver con la manera en que se visten. Jamás, por lo menos dentro del período de mi vida —y ya he vivido en este mundo casi setenta y cinco años— jamás, vuelvo a decir, dentro del período de mi vida y experiencia he visto modas tan obscenas, sucias, impuras y sugestivas como las que veo hoy en los vestidos de las mujeres. Algunas son abominables. Levanto la voz contra estas prácticas audaces y modas descaradas, y ruego que vosotros que tenéis hijas en Sión, las guardéis, si acaso podéis, de ir en pos de estas modas obscenas que, de seguirse, acabarán con el último vestigio de la verdadera modestia femenina, y las rebajarán al nivel de las cortesanas de las calles de París, de donde proceden estas modas degradantes. —Conferencia de octubre, 1913. Life of Joseph F. Smith, pág. 405.

MODAS IMPROPIAS. Suplico que deis a vuestras hermanas el ejemplo que Dios desearía que siguieran. Cuando enseñamos a los miembros a observar la ley de Dios y a honrar los dones que les son conferidos en los convenios del evangelio de Jesucristo, no queremos que vosotras las maestras vayáis y deis a vuestras hermanas un ejemplo que destruya su fe en nuestras enseñanzas. Espero que lo toméis en serio, porque tiene un significado. Estoy hablando a las que son maestras entre las hermanas. Llegan a nosotros periódicamente noticias de que algunas de las maestras que van a visitar a nuestras hermanas no sólo no dan el ejemplo que deberían, sino que les dan un ejemplo que no deberían; por su ejemplo les enseñan a violar la Palabra de Sabiduría, más bien que obedecerla. Les enseñan a cercenar sus vestidos, más bien que darles el ejemplo para que los conserven santos y sin profanar; y podemos mencionar nombres, si se necesita hacerlo. No estoy reprendiendo; no deseo que se me interprete como que estoy criticando. Solamente estoy expresando una verdad solemne, y lamento que tenga que decirla, pero deseo que se entienda claramente. Vemos que algunas de nuestras buenas hermanas ocasionalmente vienen al templo adornadas con las últimas y más ridículas modas que jamás han deshonrado la divina forma humana. Parece que no comprenden que vienen a la casa de Dios, y tenemos que negarles la entrada o criticarlas, y se alejan afligidas, y en ocasiones dicen: «No queremos volver allí.» ¿Por qué? Porque vienen sin estar preparadas, como el hombre que descubrieron sin el vestido de boda en la fiesta, y al cual también se le negó la entrada. (Mateo 22:1-14.) Tenemos que negarles la entrada ocasionalmente, porque no quieren escuchar el consejo que se les ha dado. —C.R. de octubre, 1914, pág. 130.

CLUBES EXCLUSIVOS ENTRE LOS MIEMBROS DE LA IGLESIA. No hay necesidad de tener clubes exclusivos entre los Santos de los Últimos Días. Se debe procurar que las varias organizaciones auxiliares proporcionen a los jóvenes toda diversión legítima, tanto pública como social; y además de las reuniones ordinarias de la Iglesia y de los quórumes, deben hacer frente a toda necesidad religiosa, educativa y ética de nuestra comunidad. —Improvement Era, tomo 12, pág. 313 (febrero de 1909).

UNA LECCIÓN PARA LOS JÓVENES. La estimación propia requiere, entre otras cosas, que uno se comporte como un verdadero caballero en la casa de oración. Ninguna persona decorosa irá a una casa dedicada al servicio de Dios, para cuchichear, chismear y conversar; es nuestro deber, más bien, refrenamos a nosotros mismos, prestar atención completa al orador y concentrar la mente en sus palabras a fin de entender sus pensamientos para nuestro beneficio y provecho.

Entre las cosas que ayudan en gran manera a lograr la estimación propia se hallan la pureza personal y los pensamientos correctos, que forman la base de todo acto adecuado. Desearía que todos los jóvenes pudieran apreciar el valor que encierra esta práctica y dedicaran los días de su juventud al servicio del Señor. El crecimiento, el desarrollo, el progreso, la estimación propia, el respeto y la admiración de los hombres, proviene naturalmente de seguir tal curso durante la juventud. El Salvador dio un ejemplo notable en este respecto, y en sus tiernos años se dedicó a los negocios de su Padre. No los dejó para sus años maduros, sino que desde los doce años ya se había desarrollado a tal grado en estas cosas, que pudo instruir a hombres de sabiduría y a doctores de conocimiento en el templo. El profeta Samuel se había preparado de tal manera, por medio de una niñez pura y de estimación propia, que pudo sintonizar en forma perfecta con el susurro de Dios. El joven pastor, David, fue escogido sobre sus hermanos mayores para ocupar altos cargos en la causa del Maestro. También fueron seleccionados en los primeros años de su vida otros grandes personajes que figuran en la historia, y los mejores hombres de todas las épocas ofrendaron su juventud al servicio de Dios, el cual los honró abundantemente con su encomio y aprobación. En tiempos más modernos el Señor escogió a José Smith en su tierna juventud para ser el fundador de la nueva y gloriosa dispensación del evangelio. Brigham Young apenas era un joven cuando determinó dedicar su vida a la Iglesia; John Taylor, Wilford Woodruff, y de hecho todos los primeros fundadores de la Iglesia, dedicaron su juventud y su edad viril a la causa de Sión. Hoy podemos mirar a nuestro alrededor, y ¿quiénes son los que están dirigiendo a los miembros, sino aquellos que desde temprana edad y celosamente se consagraron a la fe? Y podéis predecir quiénes serán los directores observando a los jóvenes que manifiestan estimación propia y pureza, y son sinceros en toda buena obra. El Señor no escogerá a hombres de ningún otro género de su pueblo para elevarlos a la prominencia. El curso opuesto, eso de esperar hasta pasar uno sus mocedades antes de servir al Señor, es censurable. Siempre carece de algo el hombre que pasa su juventud en la maldad y el pecado, y entonces se vuelve a la rectitud en años posteriores. Desde luego, el Señor honra su arrepentimiento, y es mucho mejor que el hombre, aun cuando tarde, se aparte de la maldad, más bien que continuar en el pecado todos sus días; pero es patente el hecho de que ha desperdiciado la mejor parte de su vida y fuerza, y sólo le queda un servicio defectuoso e interrumpido que ofrecer al Señor. Hay pesares y remordimientos en arrepentirse de las imprudencias y pecados de la juventud en los años postreros de la vida, pero en el servir al Señor durante los vigorosos días de los primeros años de la edad viril hay consuelo y rico galardón.

La propia estimación, el respeto por las cosas sagradas y la pureza personal son los orígenes y la esencia de la sabiduría. Los principios del evangelio, las restricciones de la Iglesia, son como ayos para conservamos dentro de la vía del deber. Si no fuera por estos ayos, pereceríamos y seríamos vencidos por el mal que nos rodea. Vemos a hombres que se han librado de las restricciones de la Iglesia y de la preciosa doctrina del evangelio, que están pereciendo alrededor de nosotros todos los días. Se precian de su libertad, pero son esclavos del pecado.

Permítaseme amonestaros a que dejéis que el ayo del evangelio os enseñe la estimación propia y os conserve puros y libres de los pecados secretos que no sólo producen el castigo físico, sino una muerte espiritual segura. No se puede ocultar el castigo que Dios les ha fijado, un castigo que a menudo es peor que la muerte. Es la pérdida de la estimación propia; es debilidad física; es insania; es indiferencia hacia todos los poderes que son buenos y nobles. Todas estas cosas acompañan al que peca en secreto y al incasto. Por otra parte, la inmoralidad no sólo impone su condena sobre el que peca, sino también extiende un castigo seguro hasta la tercera y cuarta generación, destruyendo no sólo al transgresor, sino involucrando posiblemente veintenas de personas de su descendencia directa, desbaratando vínculos familiares, destrozando el corazón de los padres y causando que un lúgubre río de tristezas inunde sus vidas.

De modo que una cosa tan aparentemente sencilla como la conducta correcta en la casa de oración conduce a buenos resultados en muchos aspectos. El buen comportamiento conduce a la estimación propia, de la cual proviene la pureza de pensamiento y de hechos. Los pensamientos puros y los hechos nobles conducen a un deseo de servir a Dios con la fuerza de la edad viril y de ser dóciles a nuestros ayos, que son las restricciones de la Iglesia y la doctrina del evangelio de Cristo. —Improvement Era, tomo 9, págs. 337-339 (1905-06).

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