Capitulo 19
La educación y las ocupaciones industriales
SIEMPRE ESTAMOS APRENDIENDO. No somos de los que «siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad». Al contrario, siempre estamos aprendiendo y acercándonos más a una comprensión correcta de la verdad, el deber y responsabilidad que descansan sobre los miembros de la Iglesia que son llamados a ocupar puestos de responsabilidad en ella. No sólo se aplica a los miembros a quienes se designa para desempeñar cargos importantes, sino a los que podríamos llamar «miembros legos», si puede emplearse tal frase al referirse a los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
En medio de las circunstancias que existen en nuestro derredor, ¿quién es el que no está creciendo? ¿Quién de nosotros no está aprendiendo algo día tras día?, ¿quién, el que no va adquiriendo experiencia mientras seguimos nuestro camino y cumplimos con los deberes de miembros de la Iglesia y ciudadanos de nuestro estado y de nuestro grande y glorioso país? A mí me parece que sería un descrédito para La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y sus miembros suponer, aun por un momento, que estamos estancados, que hemos dejado de crecer, cesado de mejorar y avanzar en la escala de inteligencia y en el fiel cumplimiento de nuestros deberes en toda condición en que se nos coloque como pueblo y como miembros de la Iglesia de Cristo. —C.R. de octubre, 1915, págs. 2, 3.
DISCURSO SOBRE LA IGNORANCIA. El tema que se ha tratado es extenso: «¿Qué se puede hacer para contener la ola de maldad que está cundiendo por el país?» Me doy cuenta de que una de las mayores maldades existentes que «están cundiendo por el país» es la de la ignorancia, unida a la indiferencia. Supongo que si los ignorantes no fuesen tan indiferentes respecto a estos hechos y a su condición, podrían sentirse impulsados a aprender más de lo que logran. Lo que pasa con los hombres y las mujeres es que con demasiada frecuencia cierran los ojos a los hechos que existen alrededor de ellos, y a mucha de la gente le parece ser cosa sumamente difícil aprender y adaptar sus vidas a las sencillas verdades que, de hecho, deberían ser refranes y preceptos caseros de todo Santo de los Últimos Días y de todo hogar de los Santos de los Últimos Días. ¿Cómo podemos contener la ola de esta maldad, esta indiferencia, esta ignorancia consiguiente? Me parece que la única manera de hacerlo es despertar y sentir interés o interesarnos nosotros mismos en aquellas cosas que son tan importantes y tan necesarias para la felicidad y bienestar de los hijos de los hombres, especialmente aquello que es tan indispensable para la felicidad y bienestar de nosotros mismos individualmente.
Aprender la verdad o cesar de ser ignorantes no es todo lo que se hace necesario. Tras esto viene la aplicación del entendimiento y conocimiento que logramos a los hechos y cosas que son menester para nuestra protección y la protección de nuestros hijos, nuestros vecinos, nuestros hogares, nuestra felicidad.
Ocasionalmente veo, cuando salgo a pasear en la noche, a pequeños grupos de niños y niñas que por su apariencia me parece que no han llegado todavía a su adolescencia, niños y niñas tal vez de los diez a los catorce años, otros posiblemente un poco mayor, jugando en las calles en contravención del toque de queda, juntándose en rincones oscuros, en los callejones, en escondrijos junto a sus casas o las casas de otros. Yo entiendo que esto es un mal, un mal muy grave. ¿Cómo lo vais a contrarrestar? ¿Cómo se puede evitar? —Conferencia de la A.M.M. 1910, Young Woman’s Journal, tomo 21, págs. 403, 406.
EL VALOR DE LA EDUCACIÓN PRÁCTICA. He pensado frecuentemente en lo indeseable que es que los jóvenes de nuestra comunidad busquen trabajos livianos y puestos lucrativos, sin prestar atención a la destreza manual y mecánica, o al conocimiento y habilidad en la agricultura.
Nadie puede negar que existe una tendencia extrema entre los jóvenes, especialmente en nuestras ciudades más grandes, de buscar los trabajos más ligeros. La política, la ley, la medicina, el comercio, el secretariado y la banca son necesarias y buenas en su lugar, pero necesitamos constructores, mecánicos, agricultores y hombres que puedan usar sus fuerzas a fin de producir algo para el uso del hombre.
Los puestos asalariados, en los que se requiere poca responsabilidad, están bien para los jóvenes que van empezando; pero debe haber en todos la ambición de ir y asumir responsabilidades e independizarse ellos mismos convirtiéndose en productores y hábiles obreros.
Si la vida es de un valor comparable con la experiencia que logramos, todo joven aumentará el valor de su vida en proporción a los obstáculos nuevos que logre dominar. En la rutina no hay dificultades con que tropezar; tampoco hay provecho para la mente o el cuerpo en la monotonía de un puesto dependiente. Más bien, encamínese por las vías prácticas y productivas de la vida aquel que quiere crecer y desarrollarse. Estas conducirán a la amplitud de pensamientos y a la independencia, mientras que el otro camino acaba en la estrechez y la dependencia.
Y aquí cabe también una palabra a los padres que tengan hijas. ¿Las estáis preparando para los deberes prácticos de madre y esposa, para que en el debido tiempo vayan y conviertan su hogar en lo que debiera ser? ¿O estáis enseñando a vuestras hijas a desempeñar el papel de dama, haciéndolas diestras en la ostentación y expertas en el adorno suntuoso? ¿Está haciendo la madre todo el trabajo? Si contestáis afirmativamente las últimas dos preguntas, no estáis cumpliendo con vuestro deber en forma completa en lo que a vuestra hija concierne. Porque aun cuando el éxito y una gracia consumada y la habilidad en cuanto a la música y al arte y un conocimiento de las ciencias son buenos y útiles en su lugar, no se tiene por objeto que éstas reemplacen las faenas comunes de la vida. Donde se ha criado a los hijos de esta manera, sus padres les han perpetrado una injusticia positiva, de la cual tanto los hijos como los padres pueden llegar a avergonzarse después.
Mientras estamos educando a nuestros hijos en todo lo que puede designarse como bello en la ciencia y las artes, no debemos dejar de insistir en que aprendan a hacer cosas prácticas, y que no desprecien las tareas comunes de la vida. Cualquier otro curso, en lo que a ellos respecta, les es una injusticia, así como a nosotros mismos y a la comunidad en general.
Creo que la moral de la gente mejorará al paso que se logre la destreza en la mano de obra y en los trabajos productivos. Los padres también descubrirán que les será más fácil gobernar y dirigir a sus hijos si se les prepara en un trabajo manual útil. Así no presenciamos el triste cuadro de jóvenes que están de holgazanes en nuestras ciudades, buscando algún lugar fácil que se acomode a sus ideas de trabajo, y si no lo pueden encontrar mejor no trabajan y siguen ociosos. Disminuirán la travesura y las diabluras, a menudo tan comunes porque las manos están ociosas, y prevalecerá un orden mejor.
De manera que aun cuando no se trata de desacreditar la educación en el sentido estético, me parece que es un grave deber que descansa sobre los padres y aquellos que tienen cargo de los asuntos educativos, proporcionar un curso suplementario, cuando no coordinado, en trabajos prácticos para los jóvenes de ambos sexos, que los haga diestros en la obra manual y les permita emplear sus fuerzas en la producción de algo para el uso y beneficio materiales del hombre. —Improvement Era, tomo 6, pág. 229 (enero de 1903).
SE APOYA LA EDUCACIÓN PRÁCTICA. Nuevamente quisiera decir que me agradaría ver a un número mayor de nuestros jóvenes aprendiendo oficios más bien que tratando de aprender profesiones, tales como la abogacía, la medicina u otras profesiones. Preferiría que un hombre llegara a ser un buen mecánico, un buen constructor, un buen ingeniero, un buen agrimensor, un buen agricultor, un buen herrero o un buen artesano de cualquier clase, más bien que verlo seguir esa otra clase de profesiones. Sin embargo, necesitamos aquellos que están capacitados para enseñar en las escuelas, y me agradaría ver que nuestros jóvenes y señoritas manifestaran mayor interés en asistir a la escuela normal, a fin de que lleguen a ser maestros capaces y consideren dedicarse a esta profesión, porque es de suma importancia y se lograrán grandes resultados mediante el fiel cumplimiento de los deberes y labores de aquellos que la emprenden. Me gustaría ver que se diera la instrucción apropiada a los que buscan educación, así como la fundación de establecimientos en medio de nosotros para todos los que buscan no sólo los ramos comunes de la educación sino los más elevados, a fin de que puedan contar con estos privilegios y beneficios en casa en lugar de verse obligados a salir para completar su educación.
Creo que algunos de nuestros amigos se ofendieron seriamente por lo que dije al respecto de algunas de estas cosas el pasado mes de abril. Me causó pena saber lo que dijeron concerniente a esto. Pero válgame!, el consejo que di en abril tocante a estos asuntos fue para el bien de todos y de todas las profesiones. No hablé una sola palabra irrespetuosa de ninguna profesión; sencillamente aconsejé, y todavía aconsejo, a los jóvenes de Sión a que aprendan a ser artesanos más bien que abogados. Lo repito, y sin embargo, pluguiese a Dios que todo varón inteligente entre los Santos de los Últimos Días pudiera saber de leyes y ser su propio abogado. Quisiera que todo joven pudiera estudiar y efectivamente estudiara y se familiarizara con las leyes de su estado, con las leyes de su país y con las de otras naciones. Nunca se puede aprender lo suficiente acerca de estos asuntos; pero me parece que hay demasiados que pretenden ser abogados para el bien de esa profesión; se están devorando unos a otros, hasta cierto grado. No hace mucho que un joven que había estudiado abogacía y estableció su bufete, después de esperar que le llegaran clientes y de tratar por algún tiempo de hacerse una clientela, tan cerca estuvo de morirse de hambre, junto con su familia, que vino para preguntar qué podía hacer. No podía ganarse la vida en su profesión de abogado. Le pregunté si sabía hacer alguna otra cosa. Me contestó que sí; que era un buen impresor. Yo le dije: «Pues bien, abandone la profesión de abogado y dedíquese a la carrera de impresor; ocúpese en algo que pueda hacer y con lo que pueda ganarse la vida.» Si hubiera tenido experiencia alguna en cuanto a la abogacía, el consejo que yo le hubiera dado, en caso de que lo obedeciera —y lo obedeció— habría sido de beneficio a los que continuaron en dicha profesión. Hay algunos hombres sumamente honorables, sumamente sinceros e inteligentes, que siguen la profesión de abogados. Ojalá pudiese decir lo mismo de todos.
En seguida, mis hermanos y hermanas, liquidad vuestras deudas. Mis jóvenes amigos, aprended a ser diestros en las artes, en la mecánica y en algo que sea material, útil para desarrollar la comunidad donde vivimos y donde están centrados todo nuestros intereses. —C.R. de octubre, 1903, págs. 5, 6.
HAY QUE ENSEÑAR A LOS JÓVENES LAS ARTES DE LA INDUSTRIA. Una de las cosas que me parece muy necesaria es que enseñemos la mecánica a nuestros jovencitos. Enseñémosles las artes de la industria y no dejemos que nuestros hijos crezcan con la idea de que no hay cosa honorable en el trabajo, sino en las profesiones de abogacía o algún otro empleo ligero prácticamente improductivo, e iba a decir también irremunerado; pero casi no conozco otro empleo más remunerativo que la profesión de abogado, por lo menos para los que son diestros. Pero, ¿qué es lo que hacen para el desarrollo del país? ¿Qué producen para beneficiar al mundo? Podrá haber unos pocos de ellos que tengan granjas; o un corto número que tenga fábricas; otros pocos estarán interesados en alguna obra productiva a la cual se dedican, algo que pueda desarrollar al país y al pueblo, y establecer permanencia, estabilidad y prosperidad en la tierra; pero la gran mayoría de ellos son sanguijuelas prendidas del cuerpo político y de ningún valor para el desarrollo de una comunidad. Hay muchos de nuestros jóvenes que piensan que no podrían ser agricultores, y que el oficio de labrar la tierra y criar ganado ofende su dignidad. Hay algunos que creen que es servil y bajo trabajar en empresas de construcción como albañiles, carpinteros o constructores en general.
Son contados nuestros jóvenes que trabajan con el martillo y el yunque y en los oficios que son esenciales para el estado permanente de cualquier comunidad del mundo, y al mismo tiempo necesario para el desarrollo del país.
Digo que somos negligentes y descuidados en relación con estas cosas, que no las estamos inculcando suficientemente en la mente de nuestros hijos, ni les estamos dando la oportunidad de que debían disfrutar, de aprender a producir de la tierra y de los materiales que se hallan sobre su faz o en sus entrañas, aquello que es necesario para el progreso y prosperidad del género humano. Algunos tenemos la idea de que es degradante que nuestras hijas aprendan a guisar, a cuidar la casa o hacer un vestido, delantal o gorra, en caso necesario. Al contrario, las hijas de las familias que han sido bendecidas con medios suficientes aprenden a tocar el piano, a cantar y ser parte de la sociedad y a pasar su tiempo en placeres vanos e inútiles, en lugar de que se les enseñe a ser económicas, industriosas y frugales, y la manera en que puedan llegar a ser buenas esposas. ¡Eso se tilda de degradante! Quisiera decir a esta congregación, y a todo el mundo, que si yo tuviese millones de dólares, mi mente no se sentiría satisfecha o contenta a menos que mis hijos aprendieran a hacer algo para ganarse la vida, ya fuera trabajar con la horquilla o manejar una máquina segadora o cómo arar la tierra y sembrar la semilla; ni estaría satisfecho si mis hijas no supieran cómo cuidar de la casa. Me avergonzaría de mis hijos si no supieran hacer alguna de estas cosas.
Necesitamos escuelas de artes y oficios en lugar de tanto conocimiento aprendido de los libros y la repetición de los cuentos de hadas y fábulas que hallamos en muchos de nuestros textos escolares en la actualidad. Si dedicásemos más dinero y tiempo, más energía y atención a la enseñanza del trabajo manual a nuestros hijos en nuestras escuelas, sería mejor para la generación creciente.
Hay muchos teínas de esta naturaleza, además de los principios del evangelio de verdad eterna y el plan de vida y salvación, que podrán tratar provechosamente aquellos que vayan a hablarnos. —C.R. de abril, 1903, págs. 2, 3.
ARTES Y OFICIOS Y LA AGRICULTURA. Queremos que en estos valles de las montañas abunden los productos de nuestro propio trabajo, destreza e inteligencia. Me parece que es una práctica suicida patrocinar a los que se hallan lejos de nosotros, cuando debemos y podemos ponernos a trabajar y organizar nuestra mano de obra y producir todo en casa; por este medio podríamos dar empleo a todos en casa, y desarrollar la inteligencia y habilidad de nuestros hijos, en lugar de dejarlos que vayan en pos de esas ocupaciones extravagantes que tantos jóvenes prefieren más bien que trabajar con las manos. Las escuelas de los Santos de los Últimos Días y algunas de las escuelas del estado están empezando a introducir el trabajo manual. Algunos de nuestros jóvenes están aprendiendo a fabricar mesas, sillas, sofás, armarios para libros, roperos y todo ese género de artículos, todo bueno hasta cierto punto; pero si necesitamos a un albañil para que ponga ladrillos, tenemos que buscar principalmente a algún hombre que haya venido de Inglaterra o Alemania o de alguna otra parte para poner nuestros ladrillos. ¿Por qué? Porque a nuestros jóvenes no les gusta ser albañiles. Si necesitamos un buen herrero, tenemos que buscar a un forastero que aprendió el oficio en su madre patria y que ha llegado aquí con el conocimiento de la herrería; tenemos que encontrar a tal persona antes que pueda hacerse la obra, porque a nuestros jóvenes no les gusta ser herreros. Ni siquiera desean ser agricultores; prefieren ser abogados o médicos antes que ser agricultores. Esto sucede con un gran número de nuestros jóvenes, y es un gran error. Espero que llegue el día en que los hijos de los Santos de los Últimos Días puedan aprender que todo el trabajo necesario para la felicidad de sí mismos, de sus vecinos y del género humano en general, es honorable, y que ningún hombre se está degradando porque sabe colocar ladrillos o practica la carpintería o la herrería o cualquier ramo de la mecánica, pese a lo que sea, sino que todas estas cosas son honorables y necesarias para el bienestar del hombre y para el desarrollo de la comunidad. -C.R. de octubre 1909, págs. 7, 8.
LA AGRICULTURA Y LAS ARTES MECÁNICAS EN LAS ESCUELAS DE LA IGLESIA. Hemos procurado impulsar el establecimiento de departamentos de artes mecánicas y obras manuales en nuestras escuelas de la Iglesia; y que yo sepa, se está haciendo todo lo posible, por lo menos en las escuelas principales, para habilitar a nuestra juventud, no sólo en las artes mecánicas ordinarias, sino también en el arte de la agricultura. Recientemente se ha iniciado un curso de agricultura en la Universidad de Brigham Young, y uno de nuestros científicos más capaces ha sido llamado para hacerse cargo de la clase. Me complace decir que algunos de nuestros agricultores de mayor edad están deleitados con la información que han recibido al asistir a esta clase. Oí decir a un enano que había estado labrando la tierra por muchos años, que él siempre había creído que si un hombre no podía hacer ninguna otra cosa, todo lo que tenía que hacer era dedicarse al arado y cultivar la tierra, porque cualquiera podía ser agricultor; pero había descubierto, desde que empezó a asistir a la clase, que se necesita inteligencia y una aplicación inteligente para ser un buen agricultor, así como un buen artesano. En relación con esto deseo citar una circunstancia que observé hace unos años. Cierto hermano había vivido en su granja unos catorce o quince años. Cada año la había cultivado lo mejor que había podido, pero la tierra se había agotado a tal grado que él ya no podía ganarse la vida, y se desanimó de tal modo con la región, y especialmente con su granja, que determinó que si pudiera dar sus tierras a cambio de un tiro de caballos y un carro para irse de allí, con gusto lo haría. Pasó el tiempo, le vino la oferta, y el hombre vendió su granja por un tiro de caballos y un carro, en el cual trasladó a su esposa e hijos a otro lugar. El comprador tomó posesión de esta granja desahuciada, y en el término de tres años, obrando inteligentemente, pudo recoger de esas tierras tres mil kilogramos de trigo por hectárea, así como otros productos en proporción. El nutrimiento de la tierra se había agotado y necesitaba una restitución; de modo que se puso a trabajar, le dio la fuerza que necesitaba y recogió una cosecha abundante como resultado de su prudencia. Son muchos nuestros agricultores que creen que no se requiere ninguna habilidad para labrar la tierra, pero este buen hermano de Provo, a quien me he referido, descubrió lo contrario. De manera que estamos enseñando la agricultura así como las artes mecánicas en nuestras escuelas. El Colegio Brigham Young está erigiendo actualmente el edificio en el que se enseñará todo género de industrias, y donde nuestros jóvenes podrán aprender la carpintería, la herrería, las artes domésticas y otras ocupaciones que les serán útiles. Sin embargo, es difícil inducir a las personas que cuentan con los medios, a que aporten una buena suma a este proyecto. Algunos de nuestros hombres más ricos pensaron que estaban haciendo un gran esfuerzo cuando contribuyeron tal vez cien dólares para un edificio que costará ocho o diez mil dólares, cuando no más. —C.R. de abril 1906, págs. 5, 6.
DEBEMOS ESTUDIAR LA AGRICULTURA. En relación con este asunto, me parece prudente que nosotros en calidad de agricultores, estudiemos la agricultura y lleguemos a poder producir en una hectárea de tierra lo mismo que los «chinitos» o lo que cualquier otro pueblo puede producir en el mismo terreno. Yo no veo por qué no podamos aprender a cultivar la tierra tan inteligente y provechosamente como cualquier otra clase de pueblo que hay en el mundo; y sin embargo, es un hecho bien sabido que hasta el tiempo presente no hemos dedicado la atención, cuidado, seriedad o inteligencia a la agricultura de nuestro país, como debíamos haberlo hecho, y como ahora estamos aprendiendo con la ayuda de escuelas donde aquellos que deseen seguir la agricultura pueden aprender la naturaleza de la tierra y todas las demás condiciones necesarias para lograr los mejores resultados de su trabajo. —C.R. de abril, 1910, pág. 4.
LA DIGNIDAD DE LA AGRICULTURA. Creo que no hay trabajo sobre la tierra más esencial para el bienestar de una comunidad, ni más honorable, que el que se requiere para producir alimentos de la madre tierra. Es una de las ocupaciones más nobles; y tras ella viene el cuidado de manadas de ovejas y ganado. Esta es otra ocupación noble, si es que se lleva a efecto propia y correctamente. Estos son los fundamentos de la prosperidad de cualquier comunidad del mundo. Cuando prospera la comunidad agrícola, cuando el Señor bendice la tierra y la hace fructífera, entonces el herrero, el carpintero y los que tienen otras ocupaciones también prosperarán; pero cuando la tierra se niega a dar de su fuerza para el bien del género humano, entonces todos los demás negocios se estancan y languidecen. Por tanto, labremos la tierra; cultivemos los campos; produzcamos nuestro propio sostén de la tierra mediante la bendición de Dios hasta donde podamos, siempre teniendo presente que hemos hecho un solemne convenio con Dios, un convenio que es eterno, y del cual Él no puede apartarse o desviarse, y en el cual sólo podemos fracasar si nosotros mismos violamos ese nuevo y sempiterno convenio y lo abandonamos. -CR.de abril, 1898, pág. 70.
IMPULSEMOS LA CIENCIA FORESTAL. El profesor Fernow del Departamento Forestal de Washington declara que al ritmo actual de consumo, nuestro abastecimiento de árboles propios para la fabricación de madera no durará treinta años. Si fuese cierto que nuestro abastecimiento de madera probablemente se agotara durante los próximos cien años, aun así sería asunto de inquietud alarmante para los habitantes de este país. El uso de la madera no es el único asunto grave que esto involucra. Nuestros árboles ayudan en la precipitación de la humedad y la guardan en depósito para distribuirla gradualmente durante los meses calurosos del verano.
No está muy distante el tiempo en que la gente de Utah se verá obligada a producir su propia madera, tal como cultivan otros productos de granja. ¿Qué haríamos sin Oregon y las sierras de Nevada? En Oregon podrá haber ahora suficiente madera y abundante lluvia, pero algún día los habitantes de Oregon exigirán que cese la destrucción de sus bosques.
Corresponde a las autoridades presidentes de las estacas y barrios de la Iglesia estudiar detenidamente los intereses de los miembros y velar por ellos. Se espera que estas autoridades investiguen el asunto de establecer la industria forestal, y ver si se puede hacer algo en los sitios donde viven para inaugurar la siembra de árboles en terrenos particulares para que haya abastecimiento de madera en los años venideros. Sería encomiable en sumo grado el que los Santos de los Últimos Días reservaran acá y allá una pequeña porción de sus tierras para el cultivo de árboles. Si se considera este asunto en las reuniones del sacerdocio y se llega a un acuerdo sobre alguna manera unida de proceder, podrá evitarse un desastre en lo futuro.
Los Santos de los Últimos Días no deben regirse puramente por fines egoístas en cuanto al uso de las tierras que han recibido por herencia. El número de los que de entre nosotros hemos convertido una sola hectárea de nuestras tierras al cultivo de árboles debe ser extremadamente pequeño, y sin embargo, es un deber que tenemos para con nosotros mismos y para con aquellos que tienen el derecho de confiar en que nosotros demos a este asunto una consideración sincera. El cultivo de tierras forestales probará ser remunerativo al pasar el tiempo, pero estamos tan acostumbrados a esperar resultados inmediatos, que insistimos en una cosecha temprana a cambio de todo lo que hacemos. El concepto de vivir para hoy no sólo es destructivo para nuestros intereses materiales, sino engendra un egoísmo que perjudica la religión y desacredita el patriotismo.
Ningún barrio o rama de la Iglesia puede permanecer apartado del interés público por largo tiempo sin poner en peligro su vida espiritual y el espíritu de progreso. El interés público es necesario para protegernos de los elementos de la decadencia social y material. Las evidencias de la verdad de estos principios se manifiestan abundantemente en las comunidades que carecen de espíritu cívico, y en donde por muchos años no se han emprendido obras públicas. El prudente y activo presidente de una estaca, u obispo de un barrio, no dejará pasar inadvertido el valor del espíritu público y de un esfuerzo unido para realizar una empresa pública necesaria y encomiable; y si de momento, no hay nada a la mano, procurará encontrar, de ser posible, la manera de utilizar las energías del pueblo en una forma unida y patriótica. Por consiguiente, sugerimos que uno de los deberes públicos que todo Santo de los Últimos Días tiene para con la Iglesia y su país es la extensión de importantes bosques madereros, tanto en tierras particulares como en terrenos públicos. —Juvenile Instructor, tomo 38, pág. 466 (1 de agosto de 1903).
LA MUJER JOVEN DEBE RECIBIR PREPARACIÓN PRÁCTICA PARA LA VIDA. También creo que es muy importante que la mujer joven establezca desde temprana edad algún fin, algún propósito definitivo en la vida. Sea esa resolución noble y buena; algo con la mira de beneficiar a otros así como a uno mismo. Tal vez vuestra esfera se halle en los quehaceres domésticos; si tal es el caso, haced sentir a todos los miembros, mediante vuestras buenas obras y amor y paciencia, que sois indispensables para la comodidad del hogar. Podéis ser un sostén y consuelo y ayuda a vuestra madre, aun cuando no seáis llamadas a tareas que impresionen ni a sacrificios heroicos. Fijad en vuestras mentes pensamientos nobles; cultivad temas elevados; sean altas vuestras miras y aspiraciones. Procurad un grado de independencia, independientes al punto de ser útiles, acomedidas y a confiar en vosotras mismas aunque de ningún ser humano se puede verdaderamente decir que es independiente de sus semejantes; y además, no hay uno de nosotros lo suficientemente imprudente para negar nuestra completa dependencia de nuestro Padre Celestial. Procurad ser educadas en el significado más extenso de la palabra, lograd el mayor servicio posible de vuestro tiempo, vuestro cuerpo y vuestro cerebro, y sean encauzados vuestros esfuerzos por vías honorables, a fin de que no se desperdicie ningún esfuerzo ni obra alguna resulte en pérdida o mal.
Buscad la mejor sociedad; sed gentiles, corteses, agradables, procurando aprender lo que es bueno, y comprended los deberes de la vida, a fin de que seáis una bendición a todos aquellos con quienes os asociéis, logrando lo máximo y lo mejor que podáis de vuestra situación en la vida. . .
No importa cuán ricos lleguen a ser los Santos de los Últimos Días, pues en tanto que sean dignos de ese nombre enseñarán a sus hijos e hijas la dignidad del trabajo y lo noble que es ser prácticos en los deberes y responsabilidades de la vida. Uno de los oradores declaró durante la conferencia general que si sus hijos no pudieran desarrollar sino un solo aspecto de sus facultades, más bien que algo teórico, él preferiría el trabajo práctico. Es de suma importancia para el bienestar, utilidad, felicidad y comodidad de nuestras hijas (en vista de ciertas circunstancias) que aprendan algún ramo de la industria que pueda convertirse en un aspecto práctico en el asunto de ganarse la vida, si las circunstancias lo requieren. Las madres deben procurar que sus hijas hagan esto, y así, cuando ya no estén con ellas, queden éstas capacitadas para proveerse las necesidades de la vida.
Hay personas que se complacen en decir que las mujeres son el vaso más débil. Yo no lo creo. Físicamente, podrán serlo; pero espiritual, moral y religiosamente, y en cuanto a fe, ¿qué hombre hay que pueda compararse a una mujer realmente convencida? Daniel tuvo la fe para ser protegido en el foso de leones, pero las mujeres han visto a sus hijos ser descuartizados y han aguantado todo tormento que la crueldad satánica pudo inventar, porque creían. Siempre están más dispuestas a hacer sacrificios, y sobrepujan a los hombres en estabilidad, piedad, moralidad y fe. Yo no puedo comprender cómo un hombre puede maltratar a una mujer, mucho menos a la esposa de su seno y la madre de sus hijos; y se me ha dicho que algunos los hay absolutamente brutales; pero éstos no merecen ser llamados hombres. Creo que la mayor parte de las mujeres son muy devotas a sus hijos y fervientemente desean para ellos todo lo que es bueno; y aborrezco con cada fibra de mi alma al hijo que se vuelve contra la madre que le dio a luz.
No puedo soportar a la señorita que goza de buena presentación en la sociedad a costa de la comodidad de su madre en el hogar. No tengáis miedo de compartir las cargas y de hacer cuanto esté de vuestra parte para aliviar la carga de vuestra madre, y hallaréis bendiciones que nunca se descubren en el camino del egoísmo.
Y os exhorto, jóvenes hermanas, a que sostengáis a quienes se os pone para dirigiros, a que mejoréis todas vuestras oportunidades y os refrenéis del mal; y oídme bien, lograréis una alta norma de carácter y los honores de la vida, y llegaréis a ser elementos potentes en la formación de vuestras comodidades. Mantened vuestra dignidad, integridad y virtud a costa de vuestras vidas. Seguid este curso, y aunque ignoréis muchas cosas, seréis estimadas como el tipo más noble de mujeres. Adornada con estas virtudes, ningún hombre podrá evitar enamorarse de tal señorita. —Young Woman’s Journal, tomo 3, págs. 142-144 (1891-1892).
EL OBJETO DE LAS ESCUELAS DE LA IGLESIA. El objeto, y pudiera decir el único propósito para el cual se mantienen las escuelas de la Iglesia es para que la religión verdadera y pura delante de Dios el Padre sea inculcada en la mente y corazón de nuestros hijos mientras reciben una educación, a fin de permitir que el corazón, el alma y el espíritu de nuestros hijos se desarrolle mediante la debida instrucción junto con la enseñanza seglar que reciben en las escuelas. —C.R. de octubre, 1915, pág. 4.
EL VALOR DE LAS ESCUELAS DE LA IGLESIA. En mi opinión, las escuelas de la Iglesia están estableciendo el fundamento de una utilidad importante entre el pueblo de Dios, y deben sostenerlas los miembros y la Iglesia. La Iglesia las está sosteniendo, y a medida que logremos medios adicionales y nos libremos más y más de las obligaciones que han pesado sobre la Iglesia por años, con mayor liberalidad podremos satisfacer las necesidades de nuestras escuelas de la Iglesia, así como otros requisitos de igual naturaleza. —C.R. de abril de 1906, pág. 6.
EL PROPÓSITO DE LAS ESCUELAS DE LA IGLESIA. El propósito de nuestras escuelas de la Iglesia es el desarrollo armonioso de nuestros jóvenes en todo lo que se relaciona con su futuro bienestar y progreso; y sólo cuando los principios de vida eterna se relacionan con su existencia diaria, puede disfrutarse del progreso eterno. Todo lo que impide el progreso hacia adelante ahoga las sensibilidades y el gozo verdadero de la vida en este mundo, y la educación que tiene como sus ideales más elevados la búsqueda de las ambiciones mundanas, carece de esa corriente libre y desobstruida del espíritu que contribuye a una libertad más noble y una vida más sana. A medida que maduramos en edad, así como en experiencia, nuestras vidas espirituales tienen más y más que ver con nuestra felicidad verdadera. Nuestros pensamientos se vuelven con mayor frecuencia hacia nuestro interior, al pensar en el cercano fin de esta vida y en el desenvolvimiento de la vida mayor venidera. — Juvenile Instructor, tomo 47, pág. 630 (noviembre de 1912).
TODA ORGANIZACIÓN NECESARIA EXISTE EN LA IGLESIA. Hay en la Iglesia tantas organizaciones del sacerdocio, que sólo éstas se pueden reconocer en ella; no hay necesidad de ninguna organización exterior. No es necesario que un individuo organice clubes o reuniones especiales de carácter social, educativo o nacional a fin de expresar deseos de reformas que siempre pueden expresarse en las organizaciones que ya existen en la Iglesia. Hay suficiente que hacer en las organizaciones generales del barrio, bajo el gobierno de la Iglesia, para cumplir todo requisito, satisfacer toda ambición recta y desarrollar el talento latente de los miembros. No es ni propio ni necesario establecer organizaciones públicas adicionales bajo la dirección de individuos, sin la aprobación de las autoridades de la Iglesia. Si hay necesidad de organizaciones públicas adicionales, éstas serán establecidas mediante la debida autoridad cuando quede demostrado que efectivamente hacen falta. El obrar independientemente en este respecto conduce al exclusivismo, a los conflictos y a la desunión, y no es agradable a la vista de Dios. — Improvement Era, tomo 6, pág. 150 (diciembre de 1902).
DESARROLLAD VUESTRAS HABIUDADES EN LAS ORGANIZACIONES DE LA IGLESIA. Cuando los hombres ambicionan demostrar su habilidad y aptitud como directores, maestros, organizadores, defensores de una causa justa o salvadores de los hombres, procuren ellos desarrollar estas habilidades en las muchas organizaciones apropiadas que ahora existen en la Iglesia, en las cuales están esperando, sí, a veces pidiendo a gritos, hombres dotados de esta habilidad superior. Este curso, de seguirse con el espíritu adecuado, tendrá buenos resultados y recibirá las bendiciones del Señor, mientras que por otra parte, haciendo alarde de su orgullo de nacionalidad, su deseo natural de dominar y su exclusivismo seccional, suscitará divisiones entre los miembros que finalmente los hará perder el espíritu del evangelio. —Improvement Era, tomo 6, pág. 151 (diciembre de 1902).
EL FUNDAMENTO DE LA PROSPERIDAD. El fundamento mismo de toda prosperidad verdadera es la industria y manufactura locales. Esto constituye el fundamento de la prosperidad en toda comunidad permanentemente próspera. Es la fuente de la riqueza; por tanto, creo que debemos impulsar la manufactura local y toda industria doméstica. Debemos cooperar unidamente; si hay cierto negocio que deja utilidades, cooperemos juntos y recibamos el beneficio de dichas utilidades entre nosotros, más bien que dárselo a extranjeros. — Deseret Weekly News, tomo 33, pág. 446 (1884).
EL OBJETO DE LA COOPERACIÓN. La cooperación es un principio que inquietó mucho al presidente Young, y que con la ayuda de sus hermanos él trató de inculcar en la mente de los miembros por todo el país. Bajo su administración se fundaron nuestras instituciones cooperativas, y por sus esfuerzos muchos de los miembros, especialmente en el sur de Utah y en Arizona, se unieron en organizaciones llamadas «La Orden Unida». El objeto era la cooperación, a fin de que el principio de la unión en el trabajo, así como en la fe, pudiera desarrollarse hasta el máximo grado entre los Santos de los Últimos Días. Deseret Weekly News, tomo 33, pág. 466 (1884).
























