Capítulo 2
La naturaleza eterna de la Iglesia, el sacerdocio y el hombre
NATURALEZA ETERNA DEL PLAN DE SALVACIÓN. Esta mañana siento, como lo he sentido toda mi vida, pero lo siento con mayor fuerza esta mañana, tal vez más que en cualquier otra ocasión, que no hay nada debajo de los cielos de mayor importancia para mí o para los hijos de los hombres que el gran plan de vida y salvación que se proyectó en los cielos en el principio, y el cual se ha transmitido de época en época, mediante la inspiración de varones santos llamados por Dios, hasta el día de la venida del Hijo del Hombre, porque este evangelio y este plan de salvación fueron revelados a nuestros primeros padres. El ángel de Dios les comunicó el plan de redención, y de salvación de la muerte y del pecado, que ha sido revelado de tiempo en tiempo por autoridad divina a los hijos de los hombres, y en el cual no ha habido cambio. Nada contenía, en el principio, que fuese superfluo o innecesario; nada de que se pudiera prescindir; era un plan completo, preparado en el principio por la sabiduría del Padre y de los seres santos para la redención de la raza humana y su salvación y exaltación en la presencia de Dios. Se enseñó más plenamente y se ejemplificó más perfectamente en el ser, en la vida y misión, en la instrucción y doctrina del Hijo de Dios, que en cualquier otra época, exceptuando tal vez los días de Enoc; pero en todas las generaciones de tiempo, desde la época de la creación, se han transmitido, de cuando en cuando, el mismo evangelio, el mismo plan de vida y salvación, las mismas ordenanzas, el ser sepultados con Cristo, el recuerdo del gran sacrificio que habría de ser ofrecido por los pecados del mundo y para la redención del hombre.—C.R. de octubre, 1913, pág. 2.
LOS PRINCIPIOS DEL EVANCELIO SON ETERNOS. La fe en Dios es un principio irrevocable, tanto como lo son «no matarás»; «no hurtarás»; «no cometerás adulterio». El arrepentimiento del pecado es un principio eterno, tan esencial en su lugar, parte tan íntegra del evangelio de Jesucristo, como «no matarás» o «no tendrás dioses ajenos delante de mí».
El bautismo para la remisión de los pecados, por uno que posee la autoridad, es un principio eterno, porque Dios lo dispuso y lo mandó, y Cristo mismo tuvo que obedecerlo; le fue necesario obedecerlo a fin de cumplir la ley de justicia.
También los ritos del sacerdocio de la Iglesia, cual el Señor los ha revelado, y los principios que son la base de la organización de la Iglesia de Jesucristo, son irrevocables, inalterables e inmutables. Hablamos del «evangelio eterno de Jesucristo», que es «poder de Dios para salvación», y estos principios en sí mismos, así como de sí mismos, son eternos, y durarán mientras la vida, el pensamiento o el ser permanezcan, o la inmortalidad perdure. —C.R. de octubre, 1912, pág. 11.
ESTADOS PREEXISTENTES Sra. Martha H. Tingey,
Presidenta, A.M.M.M.J. ESTIMADA HERMANA: La Primera Presidencia no tiene más qué decir concerniente a los estados preexistentes aparte de lo que contienen las revelaciones dadas a la Iglesia. Las normas escritas de las Escrituras indican que todos los que vienen a esta tierra y nacen en la carne tuvieron una personalidad preexistente y espiritual como hijos o hijas del Padre Eterno (Véase Perla de Gran Precio, Moisés 3:5-7). Jesucristo fue el Primogénito. Un espíritu nacido de Dios es un ser inmortal, y cuando fallece el cuerpo, el espíritu no muere. En el estado resucitado el cuerpo será inmortal así como el espíritu. Las teorías respecto de la carrera de Adán antes que viniese a la tierra carecen de valor verdadero. Sabemos por revelación que era Miguel, el Arcángel, y que está a la cabeza de su posteridad sobre la tierra (Doctrinas y Convenios 107:53-56). Las aseveraciones dogmáticas no reemplazan la revelación, y debemos estar satisfechos con aquello que se acepta como doctrina, y no tratar asuntos que, al fin y al cabo de todo argumento, son meramente teorías.
Vuestros hermanos,
JOSEPH F. SMITH ANTHON H. LUND CHARLES W. PENROSE La Primera Presidencia —Young Woman’s Journal, tomo 23, págs. 162, 163 (1912).
RECUERDOS del ESPÍRITU. (Carta escrita al élder O. F. Whitney, misionero en Inglaterra.) De todo corazón apoyo sus opiniones concernientes a la afinidad de los espíritus. Nuestro conocimiento de personas y cosas antes de venir aquí, combinado con la divinidad que se despierta en nuestras almas mediante la obediencia al evangelio, surte un efecto poderoso, según mi opinión, en todos nuestros gustos y aversiones, y orienta nuestras preferencias en el curso de esta vida, si es que escuchamos cuidadosamente las amonestaciones del Espíritu.
Todas esas verdades sobresalientes que tan poderosamente retornan a la mente y al corazón parecen ser sólo el despertar de las memorias del espíritu. ¿Podemos saber cosa alguna aquí que no hayamos sabido antes de venir? ¿No son iguales los medios de conocimiento en el primer estado que los de éste? Yo creo que el espíritu, antes y después de esta probación, posee mayores facilidades, sí, mucho mayores, para adquirir conocimiento, que mientras se halla sujeto y encerrado en la prisión del estado carnal.
Si antes de venir no hubiésemos sabido acerca de la necesidad de nuestra venida, de la importancia de obtener un cuerpo, de la gloria que se podrá lograr en la posteridad, del gran objeto que se realizará al sujetársenos a pruebas —pesados en la balanza, en el ejercicio de los atributos divinos, esos poderes semejantes a Dios y el libre albedrío con que se nos ha dotado, mediante los cuales, después de descender debajo de todas las cosas, a semejanza de Cristo, podríamos ascender sobre todas las cosas y llegar a ser como nuestro Padre, Madre y Hermano Mayor, omnipotentes y eternos— jamás habríamos venido, es decir, si hubiésemos podido evitarlo.
Creo que nuestro Salvador es el ejemplo viviente a toda carne en cada una de estas cosas. El indudablemente poseía la precognición de todas las vicisitudes a través de las cuales tendría que pasar en el cuerpo mortal, cuando se pusieron los fundamentos de esta tierra, «cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios». Cuando nuestro Señor conversó en su cuerpo espiritual con el hermano de Jared en el monte, El entendía su misión y sabía la obra que tenía que llevar a efecto, tan completamente como cuando ascendió del monte de los Olivos ante los asombrados ojos de los discípulos judíos, con su cuerpo resucitado, glorioso e inmortal.
Y sin embargo, para efectuar el ultimátum de su existencia previa, y consumar el grande y glorioso propósito de su ser, así como la salvación de su hermandad infinita, tuvo que venir y tomar carne sobre sí: El es nuestro ejemplo; y se nos ha mandado hacer las obras que El hizo. Se nos manda que lo sigamos tal como El siguió al que le era por Cabeza, a fin de que donde El esté nosotros también estemos; y estando con El podamos ser iguales a El. Si Cristo supo de antemano, también nosotros; pero al venir aquí olvidamos todo, para que nuestro albedrío verdaderamente fuese libre, para escoger el bien o el mal y merecer la recompensa de nuestra propia elección y conducta. Pero por el poder del Espíritu, en la redención de Cristo, y mediante la obediencia, a menudo percibimos una chispa de las memorias despertadas del alma inmortal, la cual ilumina todo nuestro ser como con la gloria de nuestra morada anterior.–Confríbufor, tomo 4, págs. 114. 115 (1883).
LA INMORTALIDAD DEL HOMBRE. Somos llamados seres mortales porque en nosotros se hallan las semillas de la muerte, mas en realidad somos seres inmortales, porque también hay dentro de nosotros el germen de vida eterna. El hombre es un ser binario, integrado por el espíritu que surte vida, fuerza, inteligencia y capacidad al individuo, y el cuerpo que es la habitación del espíritu, y se acomoda a su forma, se adapta a sus necesidades y obra armoniosamente con él y, al grado que su capacidad se lo permite, rinde obediencia a la voluntad del espíritu. Los dos, combinados, constituyen el alma. El cuerpo depende del espíritu, y éste, durante su ocupación natural del cuerpo, está sujeto a las leyes que se le aplican y lo gobiernan en el estado carnal. En este cuerpo natural se encuentran las semillas de la debilidad y la decadencia, las cuales, cuando alcanzan la madurez completa o inoportunamente son arrancadas, causan lo que en el lenguaje de las Escrituras se llama «muerte temporal». El espíritu también está sujeto a lo que en las Escrituras y revelaciones de Dios se designa como «muerte espiritual». Es la misma que sobrevino a nuestros primeros padres, cuando, por motivo de la desobediencia y transgresión quedaron sujetos a la voluntad de Satanás, y fueron expulsados de la presencia del Señor y murieron espiritualmente, muerte que el Señor declara ser «la primera muerte, la misma que será la última muerte, que es espiritual y que se pronunciará sobre los inicuos, cuando yo les diga: Apartaos, malditos». Y dice además el Señor: «Mas he aquí, os digo que yo, Dios el Señor, le concedí a Adán y a su simiente que no muriesen, en cuanto a la muerte temporal, hasta que yo, Dios el Señor, enviara ángeles para declararles el arrepentimiento y la redención (de la primera muerte), mediante la fe en el nombre de mi Hijo Unigénito. Y así, yo, Dios el Señor, le señalé al hombre los días de su probación, para que por su muerte natural pudiera resucitar en inmortalidad a vida eterna, sí, aun cuantos creyeren, y los que no creyeren, a condenación eterna; porque no pueden ser redimidos de su caída espiritual, debido a que no se arrepienten.» De la muerte natural, que es la muerte del cuerpo, así como también de la primera muerte «que es espiritual», hay redención por medio de la creencia en el nombre del Hijo Unigénito, relacionada con el arrepentimiento y la obediencia a las ordenanzas del evangelio, declarado por ángeles santos, porque si uno «cree» también debe obedecer; pero no hay redención, por lo que atañe a la luz que sobre este asunto se ha revelado, de la «segunda muerte», la misma que es la primera muerte, «que es espiritual», de la que el hombre puede ser redimido mediante la fe y la obediencia, y la cual nuevamente se pronunciará sobre los inicuos cuando Dios diga «apartaos, malditos». (Véase Doctrinas y Convenios 29:41-44.)
Está escrito que «todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres» que me reciben y se arrepienten; pero «la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada». Si los hombres no se arrepienten y vienen a Cristo mediante las ordenanzas del evangelio, no pueden ser redimidos de su caída espiritual, sino permanecerán para siempre sujetos a la voluntad de Satanás y las consiguientes tinieblas espirituales o muerte que sobrevino a nuestros primeros padres, a la cual sometieron a toda su posteridad, y de la que nadie puede ser redimido sino por medio de la creencia o fe en el nombre del Unigénito Hijo y obediencia a las leyes de Dios. Pero gracias al Eterno Padre, a causa de las misericordiosas disposiciones del evangelio, todo el género humano tendrá la oportunidad de escapar, o quedar libres, de esta muerte espiritual, sea en esta vida o en la eternidad, porque hasta no verse libres de la primera muerte, no pueden quedar sujetos a la segunda; mas con todo, si no se arrepienten, «no pueden ser redimidos de su caída espiritual» y continuarán sujetos a la voluntad de Satanás, la primera muerte espiritual, en tanto que «no se arrepientan y con ello rechacen a Cristo y su evangelio». Mas ¿qué será de aquellos que creen y se arrepienten de sus pecados, obedecen el evangelio, aceptan sus convenios, reciben las llaves del sacerdocio y el conocimiento de la verdad por revelación y el don del Espíritu Santo, y más tarde se apartan totalmente de esa luz y conocimiento? Estos llegan a ser «una ley a sí mismos y disponen permanecer en el pecado»; de ellos se ha escrito que «el que violare este convenio, después de haberlo recibido, y lo abandonare totalmente, no recibirá perdón de los pecados en este mundo ni en el venidero». Además: «Así dice el Señor concerniente a todos los que conocen mi poder y del cual han participado, y a causa del poder del diablo se dejaron vencer y niegan la verdad y desafían mi poder. Estos son los hijos de perdición, de quienes digo que mejor hubiera sido para ellos no haber nacido; porque son vasos de enojo, condenados a padecer la ira de Dios con el diablo y sus ángeles en la eternidad; concerniente a los cuales he dicho que no hay perdón en este mundo ni en el venidero, habiendo negado al Espíritu Santo después de haberlo recibido, y habiendo negado al Unigénito del Padre, crucificándolo para sí mismos y exponiéndolo a vituperio. — Doctrinas y Convenios 76:31-55.
Ahora bien, hay una diferencia entre los anteriores y los que sencillamente no se arrepienten y rechazan el evangelio en la carne. De éstos se ha escrito que «saldrán por la resurrección de los muertos, mediante el triunfo y la gloria del Cordero», y que «serán redimidos en el debido tiempo del Señor, después de sufrir su enojo». Mas de los primeros se ha dicho que «no serán redimidos», porque serán los únicos sobre quienes tendrá poder alguno la segunda muerte». Los otros, no habiendo sido redimidos de la primera muerte, no pueden ser condenados a la segunda muerte, o en otras palabras, no pueden padecer eternamente la ira de Dios sin esperanza de redención por medio del arrepentimiento, pero deben continuar bajo la pena de la primera muerte hasta que se arrepientan y sean redimidos de ella mediante el poder de la expiación y el evangelio de salvación, y de esta manera lleguen a poseer todas las llaves y bendiciones que sean capaces de lograr, o a las cuales tengan derecho, por causa de la misericordia, justicia y poder del Dios sempiterno; o por otra parte, permanecer atados para siempre con las cadenas de tinieblas espirituales, esclavitud y expulsión de su presencia, reino y gloria. La «muerte temporal» es una cosa, y la «muerte espiritual» es otra. El cuerpo podrá desintegrarse y dejar de existir como organismo, aunque los elementos de los cuales se compone son ¡destructibles o eternos, pero para mí es en sí evidente que el organismo espiritual es un ser eterno, inmortal, destinado a gozar de la felicidad eterna y una plenitud de gozo, o padecer eternamente la ira de Dios y la miseria, como justa condenación. Adán murió espiritualmente, y sin embargo, vivió para soportarla hasta que fue librado de ella por el poder de la expiación, mediante el arrepentimiento, etc. Aquellos sobre quienes se imponga la segunda muerte vivirán para padecerla y soportarla, pero sin esperanza de redención. La muerte del cuerpo, o muerte natural, no es sino una circunstancia temporal a la cual todos han quedado sujetos por motivo de la caída, y de ella todos serán restaurados o resucitados por el poder de Dios, mediante la expiación de Cristo.
El hombre existió antes de venir a esta tierra, y existirá después que salga de ella; y continuará viviendo por todas las incontables edades de la eternidad.
Hay tres clases de seres, o mejor dicho, el hombre existe en tres condiciones distintas, antes y después de su probación sobre esta tierra. La primera, en el estado espiritual o preexistente; la segunda, en el estado desincorporado, la condición que existe tras la separación del cuerpo y el espíritu hasta el tiempo de la resurrección; y la tercera, en el estado resucitado. Por ejemplo, unos dos mil años antes de su venida al mundo para morar en la carne, Cristo se manifestó al hermano de Jared y dijo: «He aquí, este cuerpo que ves ahora, es el cuerpo de mi espíritu; y he creado al hombre a semejanza del cuerpo de mi espíritu; y así como me aparezco a ti en el espíritu, apareceré a mi pueblo en la carne.» Y declaró además: «He aquí, yo soy el que fui preparado desde la fundación del mundo para recibir a mi pueblo. He aquí, soy Jesucristo» (Éter 3:16,14).
Aquí vemos que Jesús se manifestó a este hombre en el espíritu, a la manera y a semejanza del mismo cuerpo con que se mostró a los nefitas, es decir, antes de su venida en la carne. Para mí esto es un modelo de la primera condición de todos los espíritus. Además, está escrito: «Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua», etc. Vemos, pues, que mientras el cuerpo de nuestro Salvador yacía en la tumba, fue en el espíritu y predicó su evangelio glorioso a los «espíritus encarcelados», que fueron desobedientes en los días de Noé y fueron destruidos en la carne por el Diluvio. Estaban en su segunda condición o estado de espíritu, esperando la resurrección de sus cuerpos que estaban muertos. «No os maravilléis de esto—dijo Jesús— porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz [del Redentor]; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación». Con referencia a la tercera condición o estado, citaremos la relación que se ha hecho del Redentor resucitado antes de su ascención. S. Juan nos dice que se apareció a sus discípulos tres veces después de su resurrección, y que en estas ocasiones comió pan, pez asado y un panal de miel, y abrió los ojos del entendimiento de ellos de manera que empezaron a entender las Escrituras y las profecías concernientes a Cristo. Mas cuando se les apareció, se atemorizaron y espantaron, y pensaban que veían un espíritu. «Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo» (Lucas 24:38, 39). Aquí se nos presenta el verdadero tipo del ser resucitado, y según esta semejanza son todos aquellos que tienen cuerpos resucitados; y de éstos hay muchos, porque nos dicen las Escrituras que «se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos» (Mateo 27: 52, 53). Este género de seres moran en el cielo o en el paraíso de los justos, pues han sido considerados dignos de salir en la primera resurrección, es decir con Cristo, para morar con El y asociarse con los miembros del reino de Dios y de su Cristo. Estas comprenden las tres condiciones o estados del hombre en el cielo. Sin embargo, no todos los espíritus desincorporados gozan de los mismos privilegios, exaltación y gloria. A los espíritus de los inicuos, desobedientes e incrédulos les son negados los privilegios, gozo y gloria de los espíritus de los justos y buenos. Los cuerpos de los santos saldrán en la primera resurrección, y los de los incrédulos, etc., en la segunda o última. En otras palabras, los santos resucitarán primero, y los que no son santos no resucitarán sino hasta después, de acuerdo con la sabiduría, justicia y misericordia de Dios.
Cristo es el gran ejemplo para toda la humanidad, y creo que los del género humano fueron preordinados para llegar a ser como El, así como El fue preordinado para ser el Redentor del hombre. «Porque a los que antes conoció— ¿y a quién no conoció Dios antes?— también los predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.» Es palpable que los del género humano distan mucho de ser como Cristo, en la condición en que hoy se encuentran en el mundo, salvo en la forma de su persona. En esto somos como El, o en la forma de su persona, así como El es la imagen misma de la persona de su Padre. De modo que físicamente somos a imagen de Dios, y podemos llegar a ser como El espiritualmente, y como El en la posesión de conocimiento, inteligencia, sabiduría y poder.
El gran objeto de nuestra venida a esta tierra es para que podamos llegar a ser como Cristo —pues si no somos como El, no podemos llegar a ser hijos de Dios— y ser coherederos con Cristo.
El hombre que pasa por esta probación y es fiel, y es redimido del pecado por la sangre de Cristo mediante las ordenanzas del evangelio, y logra la exaltación en el reino de Dios, no es menor sino mayor que los ángeles, y si tenéis duda, leed vuestra Biblia, porque allí está escrito que los santos han de «juzgar a los ángeles» y también «han de juzgar al mundo.» ¿Y por qué? Porque el hombre justo resucitado ha progresado más que los espíritus preexistentes o desincorporados y los ha sobrepujado, porque, igual que Cristo, tiene espíritu así como cuerpo, ha logrado la victoria sobre la muerte y la tumba, y tiene poder sobre el pecado y Satanás; de hecho, ha pasado del estado de los ángeles al de un Dios. Posee llaves de poder, dominio y gloria que el ángel no posee, y que no puede poseer sin ganarlas de la misma manera en que otro las ganó, pasando por las mismas pruebas y mostrándose igualmente fiel. No hay estado perfecto sino el del Redentor resucitado, que es el estado de Dios; y ningún hombre puede llegar a ser perfecto a menos que llegue a ser como los dioses. ¿Y cómo son ellos? He mostrado cómo es Cristo, y El es como su Padre; pero voy a referirme, en cuanto a este punto, a una autoridad inexpugnable entre este pueblo: «El Padre tiene un cuerpo de carne y huesos, tangible como el del hombre; así también el Hijo; pero el Espíritu Santo no tiene un cuerpo de carne y hueso, sino es un personaje de Espíritu. De no ser así, el Espíritu Santo no podría morar en nosotros» (Doctrinas y Convenios 130:22). No hay tiempo para referirnos a los muchos pasajes de las Escrituras que podríamos citar en apoyo de estos hechos importantes; ya se ha hecho referencia al número necesario para colocar el asunto fuera de toda duda.
Muchos de los del mundo cristiano creen que nuestro Salvador cumplió su misión cuando falleció en la cruz, y como evidencia del hecho frecuentemente se citan sus últimas palabras sobre la cruz, según el apóstol Juan: «Consumado es.» Pero es un error; Cristo no completó su misión en la tierra sino hasta después que su cuerpo resucitó de los muertos. De haber quedado completa su misión cuando murió, sus discípulos habrían continuado sus ocupaciones de pescadores, carpinteros, etc. porque volvieron a sus varios trabajos poco después de la crucifixión, no conociendo todavía la fuerza de su santa vocación, ni entendiendo la misión que su Maestro les había designado, cuyo nombre pronto habría quedado sepultado con su cuerpo en la tumba para perecer y ser olvidado, «porque aún no habían entendido la escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos». Pero la parte más gloriosa de su misión tenía que realizarse después de la crucifixión y muerte de su cuerpo. Cuando en el primer día de la semana algunos de los discípulos fueron al sepulcro con ciertas preparaciones para el cuerpo de su Señor, les aparecieron dos varones «con vestiduras resplandecientes» quienes les dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día.» Y no fue sino hasta entonces que los discípulos se acordaron de estas palabras del Salvador, o empezaron a comprender su significado. ¿Por qué eran tan olvidadizos y aparentemente ignoraban todo lo que el Salvador les había enseñado concerniente a los propósitos de su misión en la tierra? Porque les faltaba una calificación importante: aún no habían sido «investidos de poder desde lo alto». No habían recibido todavía el don del Espíritu Santo; y la suposición es que jamás habrían recibido esta investidura importante y esencial, si la misión de Cristo hubiese quedado completa al tiempo de su muerte.
Podrá parecer extraño a quienes no han reflexionado sobre este asunto en forma completa, que los discípulos estuviesen sin el don del Espíritu Santo hasta después de su resurrección. Pero así está escrito, no obstante que el Salvador declaró en una ocasión: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.» Mientras estuvo con ellos, Jesús fue su luz y su inspiración; lo siguieron por vista y sintieron el majestuoso poder de su presencia, y al desaparecer estas cosas se volvieron a sus redes, a sus distintas ocupaciones y a sus casas, diciendo: «Esperábamos que él era el que había de redimir a Israel», pero «le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le crucificaron». Con razón Jesús dijo a dos de ellos: «¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!»
Si los discípulos hubieran estado investidos con el «don del Espíritu Santo» o con «poder desde lo alto» en esa ocasión, habrían seguido un curso completamente diferente del anterior, como tan abundantemente lo comprueban los hechos subsiguientes. Si Pedro, en calidad de apóstol principal, hubiese recibido el don del Espíritu Santo y el poder y testimonio del mismo, antes de la terrible noche en que blasfemó y juró y negó a su Señor, el resultado habría sido muy diferente en cuanto a él, porque entonces habría pecado contra la «luz y conocimiento» y «contra el Espíritu Santo», para lo cual no hay perdón. El hecho, por tanto, de que fue perdonado después de derramar amargas lágrimas de arrepentimiento, es evidencia de que carecía del testimonio del Espíritu Santo, ya que nunca lo había recibido. Los otros discípulos o apóstoles de Cristo se hallaban precisamente en la misma condición, y no fue sino hasta el atardecer del día en que Jesús se levantó de la tumba, que El les confirió este don inestimable. S. Juan nos da una descripción cuidadosa de este acontecimiento importante que concluye en esta forma: «Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos», etc. Esta fue la gloriosa comisión de ellos, y ahora estaban preparados para recibir el testimonio del Espíritu, a saber, el testimonio de Jesucristo. No obstante, se les dijo que permanecieran en Jerusalén hasta que fuesen investidos con poder desde lo alto, cosa que hicieron. Jesús les declaró además que si El no se iba, no vendría a ellos el «Consolador», es decir, el Espíritu Santo; pero si El se iba entonces se lo enviaría, y sería quien testificaría de Cristo y del Padre, y les haría recordar «todo lo que El les había mandado o enseñado», y los guiaría «a toda la verdad». Vemos pues, que la resurrección de los muertos, no sólo la de Cristo, sino la de todo el género humano, en el debido tiempo del Señor; la investidura de los apóstoles con el Espíritu Santo y su gloriosa comisión que recibieron de Cristo, de ser enviados por El como El lo fue por el Padre; el esclarecimiento de los ojos de los discípulos para que entendieran las profecías de las Escrituras— éstas y muchas otras cosas hizo Jesús después de exclamar sobre la cruz: «Consumado es.» Además, la misión de Jesús quedará incompleta hasta que El pueda redimir a toda la familia humana, salvo a los hijos de perdición, así como a esta tierra de la maldición que sobre ella descansa, y tanto la tierra como sus habitantes sean presentados al Padre, redimidos, santificados y gloriosos.
Las cosas que están sobre la tierra, en cuanto no las haya pervertido la iniquidad, son un modelo de las cosas que hay en el cielo. El cielo fue el prototipo de esta bella creación cuando salió de la mano del Creador y fue calificada de «buena». —Journal of Discourses, tomo 23 (1883), págs. 169-175. (Discurso pronunciado el 18 de junio de 1882.)
EL HOMBRE ES ETERNAMENTE RESPONSABLE. En la vida venidera se tendrá al hombre por responsable de las cosas que haya cometido en esta vida, y tendrá que responder por las mayordomías que se le confiaron aquí, ante el Juez de los vivos y de los muertos, el Padre de nuestros espíritus, y de nuestro Señor y Maestro. Este es el propósito de Dios, parte de su gran objeto. No estamos aquí para vivir unos cuantos meses o años, para comer, beber, dormir y entonces morir, desaparecer y perecer. El Señor Omnipotente nunca tuvo por objeto que el hombre fuera tan efímero, inútil e imperfecto. Yo me compadecería del ser que tuviese tal concepto del Creador de los cielos estrellados, los planetas y el mundo en el cual vivimos, aun cuando es poca su gloria en comparación con los muchos otros que han sido creados. ¿Es concebible que un Ser que posee tal poder, majestad, inteligencia, luz y conocimiento, creara un mundo como éste y lo poblara con seres creados a su propia imagen y semejanza, sólo para que vivieran servilmente durante una existencia breve y miserable, y entonces murieran y perecieran? ¡Imposible! ¡Aquí no hay muerte, sino vida!
Dios es Dios de los vivos y no de los muertos. Es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, y de los antiguos profetas. ¡Ellos viven! No sólo viven en las palabras que hablaron, las profecías que declararon y las promesas que han pasado de generación en generación a los hijos de los hombres; viven no sólo en lo que escribieron, en las doctrinas que enseñaron y en la esperanza que tenían de la redención, expiación y salvación, antes viven en espíritu, en entidad, como vivieron aquí. Son profetas como lo fueron aquí, los elegidos de Dios; patriarcas, como lo fueron aquí; poseen la misma identidad, la misma entidad; y con el tiempo, si no ha sucedido ya, poseerán los mismos cuerpos que tuvieron durante su jornada en la carne. Estos cuerpos serán purificados, limpiados y hechos perfectos; y el espíritu y el cuerpo se reunirán para nunca más separarse, para nunca más volver a gustar la muerte. Esta es la ley y la promesa de Dios, y las palabras habladas a sus antiguos profetas llegan hasta nosotros por conducto de las generaciones sucesivas. —Improvement Era, tomo 21, pág. 357, (febrero de 1918).
NUESTRA INDESTRUCTIBLE IDENTIDAD INMORTAL. Cuán glorioso es conocer lo que ha sido revelado en estos postreros tiempos por medio del Profeta José Smith y ser fiel a ello. El propio Salvador lo reveló antiguamente, y ejemplificó ese glorioso principio acerca del cual deseo decir unas palabras, principio que ha sido renovado y recalcado más especialmente en estos postreros días por conducto de José Smith. Me refiero a nuestra identidad, nuestra indestructible identidad inmortal. Así como en Cristo tenemos el ejemplo —nació de mujer, vivió, murió y volvió a vivir en su propia persona y ser, aun llevando las marcas de las heridas en su carne después de su resurrección de los muertos— así también se os ha dado un testimonio en estos postreros días, por medio del Profeta José Smith, y otros que han sido bendecidos con conocimiento, que el mismo Ser individual aún vive y siempre vivirá. Jesús posee inmortalidad y vida eterna; y como evidencia de su existencia y su inmortalidad, y para comprobar las grandes y gloriosas verdades del evangelio que El enseñó, la muerte que padeció y la resurrección de los muertos que efectuó, El se ha revelado y dado su propio testimonio a agudios que han vivido y que todavía viven en este. tiempo y época. Qué pensamiento tan glorioso, por lo menos lo es para mí, y ha de serlo para todos aquellos que han logrado este concepto de la verdad o lo han recibido en su corazón, que aquellos de quienes nos alejamos aquí, los volveremos a encontrar y ver como son. Conoceremos al mismo ser idéntico con quien nos asociamos aquí en la carne, no otra alma, no algún otro ser o el mismo ser en alguna otra forma, sino la misma identidad y la misma forma y semejanza, la misma persona que conocimos y con quien nos asociamos en nuestra existencia terrenal, incluso hasta las heridas en la carne. No que la persona siempre vava a quedar afeada por cicatrices, heridas, deformidades, defectos o incapacidades, porque de acuerdo con la misericordiosa providencia de Dios, éstas desaparecerán en su curso, en su debido tiempo. Se quitarán las deformidades, se eliminarán los defectos, y los hombres y mujeres lograrán la perfección de su espíritu, la perfección que Dios dispuso en el principio. El tiene por objeto que los hombres y mujeres, sus hijos, que nacen para llegar a ser herederos de Dios y coherederos con Jesucristo, sean perfeccionados, tanto física como espiritualmente, obedeciendo la ley por medio de la cual El ha proporcionado los medios para que llegue esa perfección a todos sus hijos. Por tanto, espero ver el tiempo en que nuestro querido hermano William C. Staines, a quien todos conocimos tan bien, y con el cual tuvimos amistad por años—yo tuve una estrecha amistad con él toda mi vida, así como con tía Rachel toda mi vida, y no recuerdo desde cuándo la he conocido-espero la ocasión, vuelvo a repetir, cuando será restaurado el hermano Staines. No permanecerá el incapacitado, deformado William C. Staines que conocimos, sino que será restaurado a su forma perfecta: todo miembro, toda coyuntura, toda parte de su ser físico será restaurado a su forma perfecta. Esta es la ley y la palabra de Dios a nosotros, cual se halla en las revelaciones que nos han llegado por conducto del Profeta José Smith. El asunto que tengo en mente, del cual deseo hablar particularmente es éste: Cuando tengamos el privilegio de encontrar a nuestra madre, nuestra tía, nuestra hermana, esta noble mujer cuyos restos se encuentran ante nosotros ahora, pero cuyo espíritu inmortal ha ascendido a Dios de donde vino, cuando ese espíritu vuelva para ocupar nuevamente este cuerpo, será la tía Rachel en su perfección. No permanecerá siempre con la apariencia que tenga al ser restaurada nuevamente a vida sino que continuará hasta la perfección. De acuerdo con esa ley de restauración que Dios ha dispuesto, ella recobrará su perfección, la perfección de su juventud, la perfección de su gloria y de su ser, hasta que su cuerpo resucitado adquiera la estatura exacta del espíritu que lo poseyó aquí en su perfección, y así veremos a la glorificada, redimida, exaltada, perfeccionada tía Rachel, madre, hermana, santa e hija del Dios viviente, sin que su identidad sea alterada, así como un niño puede alcanzar la edad madura y seguir siendo el mismo ser.
Quiero decir a mis amigos, mis hermanos y hermanas y a los parientes, que el Señor Omnipotente nos ha revelado estas verdades en estos días. No sólo lo tenemos en la palabra escrita, lo tenemos en el testimonio del Espíritu de Dios que hay en el corazón de toda alma que ha bebido de la fuente de verdad y luz, y ese testimonio nos da fe de estas palabras. ¿Qué otra cosa pudiera satisfacemos? ¿Qué otra cosa satisfaría el deseo del alma inmortal? ¿Estaríamos satisfechos con ser imperfectos? ¿Con estar decrépitos? ¿Nos conformaríamos con permanecer para siempre jamás en la condición de debilidad consiguiente a la vejez? ¡No! ¿Quedaríamos conformes con ver a los niños que sepultamos en su infancia permanecer siempre como niños por las incontables edades de la eternidad? ¡No! Ni tampoco quedarían satisfechos con permanecer en tal condición los espíritus que poseyeron los cuerpos de nuestros niños. Pero sabemos que nuestros hijos no se verán obligados a permanecer siempre como niños en cuanto a estatura, porque en esta dispensación se reveló de Dios, la fuente de verdad, por conducto de José Smith el Profeta, que en la resurrección de los muertos el niño que fue sepultado en su infancia resucitará en la forma del niño que era cuando fue sepultado; entonces empezará a desarrollarse. Desde el día de la resurrección el cuerpo se desarrollará hasta que llegue a la medida completa de la estatura de su espíritu, bien sea varón o hembra. Si el espíritu poseyó la inteligencia de Dios y las aspiraciones de almas mortales, no podría satisfacerse con menos que esto. Recordaréis que nos es dicho que el espíritu de Jesucristo visitó a uno de los profetas antiguos y se le manifestó y declaró su identidad, que era el mismo Hijo de Dios que había de venir en el Meridiano de los Tiempos. Dijo que aparecería en la carne tal como le apareció a ese profeta. No era niño pequeño; era un espíritu crecido, desarrollado, con la forma de hombre y la forma de Dios, la misma forma con que vino y tomó sobre sí un cuerpo y lo desarrolló a la estatura completa de su espíritu. Estas son verdades que nos han sido reveladas. ¿Para qué? Para darnos una esperanza inteligente, una aspiración inteligente; para conducimos a pensar, a tener esperanza, a trabajar y realizar lo que Dios ha propuesto y propone y tiene por objeto que realicemos, no sólo en esta vida, sino en la venidera.
Me regocijo en extremo porque conozco y he conocido casi toda mi vida a una mujer tan noble. No recuerdo la primera vez que vi a tía Rachel, no me viene a la memoria; parece que siempre la conocí, tal como conocí a mi madre en mi niñez y durante mi vida; y me regocijo en extremo en este testimonio del Espíritu del Señor que ha venido a nosotros por revelación en los postreros días. A causa de este testimonio tengo la confianza de que veré a tía Rachel dentro de poco; y cuando me vaya —y espero partir tal vez mucho antes que ella recupere este cuerpo— espero encontrarla allá. Espero encontrar a la misma persona que conocí aquí. Espero poder reconocerla, tal como la reconocería mañana si estuviera viviendo. Creo que sabré exactamente quién es y lo que es, y recordaré cuanto supe acerca de ella; y gozaré de su asociación en el espíritu como lo hice en la carne, porque su identidad es fija e indestructible, tan fija e indestructible como la identidad de Dios el Padre y Jesucristo el Hijo. No pueden ser otra cosa más que ellos mismos; no pueden cambiar; son de eternidad en eternidad, para siempre los mismos; y así será con nosotros. Progresaremos y nos desarrollaremos y creceremos en sabiduría y entendimiento, pero nuestra identidad jamás puede cambiar. No fuimos incubados de una hueva; nuestros espíritus existieron desde el principio, siempre han existido y continuarán para siempre. No pasamos por la experiencia de encarnar en las formas bajas de vida animal a fin de lograr la perfección que hemos alcanzado como hombres y mujeres maduros, a la imagen y semejanza de Dios. Dios fue y es nuestro Padre, y sus hijos fueron engendrados en la carne a su propia imagen y semejanza, varón y hembra. Pudo haber habido tiempos en que no tuvieron la misma inteligencia que poseyeron en otras ocasiones. Ha habido períodos en la historia del mundo en que los hombres han degenerado en la ignorancia y el barbarismo, y por otra parte ha habido épocas en que han crecido en inteligencia, desarrollado en entendimiento, ensanchado en espíritu y comprensión, aproximándose más a la condición y semejanza de su Padre y Dios, y luego han perdido la fe y el amor de Dios, han perdido la luz del Espíritu y retrocedido de nuevo a la semibarbarie. Entonces una vez más han sido restaurados por el poder y operación del Espíritu del Señor sobre sus pensamientos, hasta que de nuevo alcanzaron un grado de inteligencia. Nosotros hemos llegado a un grado de inteligencia en nuestra dispensación. ¿Continuará existiendo este mismo grado de inteligencia que ahora hay en todo el mundo? Sí; si el mundo continúa en la luz que ha esparcido el Padre de las luces, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación. Mas nieguen a Dios, nieguen la verdad, apártense de la justicia, y una vez más empiecen a revolcarse en la iniquidad y transgresión de las leyes de Dios, ¿y qué resultará? Se degenerarán; posiblemente volverán de nuevo a una barbarie completa, a menos que se arrepientan y el poder de Dios nuevamente les sea restaurado y otra vez sean elevados por esa luz que ilumina y nunca se opaca, sino para aquellos que cierran su corazón y ojos y oídos en contra de ella y no la quieren recibir.
No esperaba pronunciar un discurso extenso. Doy gracias a Dios por mi parentesco y amistad con esta madre noble y buena. Espero poder asociarme con ella por todas las edades venideras, si puedo ser tan fiel como ella lo ha sido. Deseo ser, y no sólo esto, tengo la intención, con la ayuda de Dios, de ser fiel, como ella ha sido fiel, para que al fin yo pueda ser digno de morar donde ella morará, con el Profeta José Smith, con su marido con quien vivió aquí en la carne, con su hijo y sus niños, de generación en generación. ¡Espero poder asociarme con ellos en las mansiones que están preparadas para los justos, donde están Dios y Cristo, donde estarán aquellos que creen en su nombre, que reciben su obra y perseveran en su ley! ¡Oh!, si pudiera ser instrumento en las manos del Señor para llevar a El toda alma amada, porque todavía faltan almas que yo amo, y de ser posible, cómo estimaría yo ser instrumento en las manos del Señor para traer a estas almas amadas al conocimiento de esta verdad, para que pudieran recibir de su gloria, beneficios y bendiciones en esta vida y en la venidera. Desde mi niñez, siempre he procurado ser un salvador sobre el monte de Sión, un salvador entre los hombres. Tengo ese deseo en mi corazón. Tal vez no haya logrado mucho éxito en mi ambición de realizar esta obra, pero lo he deseado; y deseo aún poder ser instrumento en ayudar a extender esta verdad hasta los límites más remotos de la tierra, y el testimonio de la misma a los hijos de los hombres en todo país. Yo sé que es verdadera. Es amena a mi criterio, mis deseos y las aspiraciones de mi alma. ¡Quiero tener a mi familia; quiero tener a los que el Señor me ha dado; los quiero ahora, y los quiero para siempre! Quiero asociarme con ellos eternamente. No quiero que cambien su identidad; no quiero que sean alguna otra persona. Este concepto de teosofía, que aun entre los que se hacen llamar cristianos sigue avanzando en estos postreros días, es una falacia de las más profundas. Repugna en forma absoluta al alma misma del hombre pensar que un ser civilizado e inteligente puede llegar a ser un perro, una vaca o un gato; que puede ser transformado en otra forma, otra clase de ser. Es completamente repulsivo y tan incompatible con la gran verdad de Dios, revelada desde el principio, de que El existe desde el principio siempre el mismo, que El no cambia y que sus hijos no pueden cambiar. Podrán cambiar de malos a mejores; podrán cambiar de malos a buenos, de la injusticia a la rectitud, de la humanidad a la inmortalidad, de la muerte a la vida sempiterna; podrán progresar en la manera en que Dios ha progresado; podrán crecer y avanzar, pero su identidad jamás se puede cambiar, por los siglos de los siglos; tenedlo presente. Dios ha revelado estos principios, y sé que son verdaderos. Imponen su verdad sobre la mente y alma inteligentes del hombre. Comprenden o incorporan lo que el Señor ha sembrado en nuestro corazón y alma que deseemos, para dárnoslo. Nos permiten recibir lo que más deseamos y amamos, lo que es más necesario y esencial para nuestra felicidad y exaltación. Toman de las cosas de Dios y nos las imparten, y nos preparan para lo futuro, para la exaltación y la felicidad eterna, el galardón que todas las almas del mundo desean, si son rectas en sus vidas y pensamientos. Solamente los depravados, los verdaderamente impíos son los que no desean la pureza; éstos no aman la pureza y la verdad. Yo no sé si es posible que alma alguna se rebaje ai grado de perder toda estimación por lo que es puro y casto, bueno y verdadero y divino. Creo que todavía perdura en el corazón de los más impíos e inicuos, por lo menos en ocasiones, una chispa de esa divinidad que se ha plantado en el alma de todos los hijos de Dios. Los hombres pueden corromperse al grado de no lograr más que un vistazo de esa inspiración divina que se esfuerza por conducirlos hacia lo recto y a amar lo bueno; pero no creo que exista un alma en el mundo que haya perdido absolutamente todo concepto y admiración de lo que es bueno y puro cuando lo ve. Es difícil creer que un ser humano pueda llegar a tal depravación, que pierda todo deseo de también ser él mismo bueno y puro, de ser posible; pero muchas personas se han entregado a la maldad y llegado a la conclusión de que no hay más oportunidad para ellos. Mientras hay vida hay esperanza, y mientras hay arrepentimiento hay oportunidad de lograr el perdón; y si hay perdón, hay oportunidad para crecer y desarrollamos hasta que logremos el conocimiento completo de estos principios que nos exaltarán y salvarán y prepararán para entrar en la presencia de Dios el Padre, que es el Padre de nuestros espíritus y el Padre en la carne de su Unigénito Hijo, Jesucristo, que enlazó la inmortalidad divina con lo mortal, forjó la cadena entre Dios y el hombre, trajo a las almas de los mortales, sobre quienes se había impuesto la sentencia de muerte, la posibilidad de lograr la vida eterna mediante la obediencia a sus leyes. Por tanto, busquemos la verdad y andemos en la luz como Cristo está en la luz, a fin de que gocemos de confraternidad con El, así como unos con otros, para que su sangre pueda limpiarnos de todo pecado. El Señor consuele a mi hermano Heber, y sé que lo hará. El hermano Heber no siente que la muerte está presente. Creo que yo no podría llorar de tristeza; podría derramar lágrimas en este momento, pero no serían lágrimas de pesar, de lamentación o de congoja por esta alma noble. Solamente expresarían el amor que siento por ella; sólo indicarían mis sentimientos hacia ella, por el ejemplo noble y puro que me ha dado a mí y a todos los que la conocieron. Podría llorar de gozo por el conocimiento que tengo de que ella está y seguirá asociándose, en su vida y entidad espirituales, con todos aquellos con quienes se ha encariñado a causa de las persecuciones, experiencias y pruebas que ella ha tenido que soportar en este mundo. Con estas personas ella se regocija hoy, como quien nace de la muerte a vida eterna. ¡No está muerta; ella vive! ¿Qué mayor prueba queréis de este hecho, que ver su forma inerte? ¿Quién es ella? Este es su ataúd; ésta es su habitación terrenal; no es sino el barro que arropó a la inmortal, la verdadera tía Rachel, el espíritu viviente. El espíritu ha partido. Su espíritu, la parte inmortal se ha alejado de este cuerpo; de modo que aquí yace inerte y listo para volver a su madre tierra de donde vino; pero será restaurado de nuevo, cada elemento será recuperado y reconstituido en su forma perfecta, cuando venga tía Rachel para tomar posesión de él y heredarlo para siempre, así como Cristo vino y tomó su cuerpo que no vio corrupción, y lo heredó en su estado inmortal para nunca más volver a separarse; así será con ella, —Improvement Era, tomo 12, pág. 591 (junio de 1909). (Discurso pronunciado en los funerales de Rachel Grant, madre del presidente Heber J. Grant.)
NO HAY PRINCIPIOS NUEVOS EN EL EVANGELIO. No tenemos ningún principio nuevo que presentar; pero hemos venido para predicar el evangelio de vida y salvación, para testificar de la divinidad de nuestro Señor y Salvador Jesucristo y de la misión divina del Profeta José Smith, por medio de quien se restauró la verdad en esta dispensación, —improvement Era, tomo 21, pág. 98 (diciembre de 1917).
LA FUENTE DE VERDAD. Frecuentemente oímos de hombres que desprestigian la doctrina de Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor, porque, según se dice, algunos de los principios, doctrinas y filosofías que El enseñó fueron enunciados antes de su época por filósofos paganos.
En ocasiones se cita una variedad de ejemplos para mostrar que los ideales que se han desarrollado de las doctrinas de Cristo son un producto directo de lo que se encuentra en las enseñanzas del Antiguo Testamento, particularmente los Salmos y la segunda parte de Isaías. Pero, por otra parte, es igualmente cierto que debido al retoque del Salvador, estos ideales cobran un acabado y refinamiento extremadamente superiores a lo que poseían antes, y al mismo tiempo se establecen sobre fundamentos más profundos y firmes. Esto se debe, cabe decir, ante todo, a que fueron suyos antes que el hombre los profiriera.
Aun en los cinco temas distintivos y característicos que los comentaristas generalmente consideran como originales en las enseñanzas de Jesús, es poco, si acaso lo hay, lo nuevo que encontramos, salvo la ampliación. Estos se conocen como la Paternidad de Dios, el Reino de Dios; subditos o miembros del Reino; el Mesías, el Espíritu Santo y la Trinidad de Dios.
Sin embargo, la idea de la Paternidad de Dios no era desconocida ni para los paganos ni para Israel. Desde la época de Homero, se había dado a Zeus, dios griego, el título de «padre de los dioses y los hombres»; pero, tanto en la literatura judía como pagana, la idea era superficial y no tenía mayor significado que el de «originador» (Génesis 1:26); y en las antiguas escrituras judías Dios es llamado más particularmente el «Padre» de su pueblo Israel. (Deuteronomio 14:1; Isaías 63:16.) Mas en las enseñanzas de Cristo hallamos una incorporación más completa de la revelación en la palabra Padre, y la aplicación que El hace de la Paternidad de Dios reviste su vida de suprema ternura y belleza. Por ejemplo, en las antiguas Escrituras Leemos: «Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen» (Salmos 103:13); pero según la interpretación de Jesús, el amor de Dios como Padre trasciende estas limitaciones y llega aun a los que son ingratos y malos: «Pero yo os digo; Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen; haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos» (Mateo 5:44, 45). «Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis Virios del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos» (Lucas 635).
Y así es con otras doctrinas de Gasto-, aun cuando quizá no son nuevas, cobran mayor significado con la condición de conceptos más completos; más extensos y amorosos de Dios y sus propósitos, en los cuales se eliminó la compulsión; y el servicio humilde, el amor y la abnegación la reemplazaron y se convirtieron en las fuerzas verdaderas de una vida aceptable. Aun la respuesta a la pregunta del intérprete de la ley, a menudo llamado el onceavo mandamiento: «Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?» había sido dada a los hijos de Israel (Levítico 19:18), más de dos mil años antes de ser comunicado su significado más perfecto al docto fariseo (Mateo 22:34-40).
Pero, ¿qué de todo esto? ¿Vamos, entonces, a desprestigiar las enseñanzas del Salvador? De ninguna manera. Téngase presente que Cristo estuvo con el Padre desde el principio, que el evangelio de verdad y luz existió desde el principio y es de eternidad en eternidad. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, como Dioses, son la fuente de verdad, de la cual todos los antiguos filosofos sabios recibieron su inspiración y prudencia; y de ella recibieron todo su conocimiento. Si hallamos la verdad en fragmentos en todas las edades, puede establecerse como hecho incontrovertible que se originó en la fuente de referencia, y fue dada a los filósofos, inventores, patriotas, reformadores y profetas por la inspiración de Dios. Vino de El por conducto de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo, en primer lugar, y de ninguna otra fuente. Es eterna.
Siendo, pues, la fuente de verdad, Cristo no es un imitador. Fue el primero en enseñar la verdad; fue suya antes de darse al hombre. Cuando vino a la tierra, El no sólo proclamó nuevos concentos, sino repitió algunos de los principios eternos que los hombres más sabios sólo habían entendido y declarado parcialmente hasta ese tiempo. Y al hacerlo, ensanchó en cada caso la prudencia que originalmente habían recibido de El, por motivo de sus habilidades y sabiduría superiores y su asociación con el Padre y el Espíritu Santo. Cristo no imitó a los hombres; éstos hicieron saber en su manera imperfecta lo que la inspiración de Jesucristo les había enseñado, porque recibieron su luz de El primeramente.
Cristo enseño el evangelio a Adán y dio a conocer sus verdades a Abraham y a los profetas. Fue quien inspiró a los antiguos filósofos, ora paganos o israelitas, así como a los grandes personajes de los tiempos modernos. Cristóbal Colón, en sus descubrimientos; Washington, en la lucha por la independencia; Lincoln, en la emancipación y unión; Bacon, en la filosofía; Franklin, en la política y diplomacia; Stephenson, en el uso del vapor; Watts, en la música; Edison, en la electricidad, y José Smith en teología y religión— cada uno de ellos encontró en Cristo la fuente de su sabiduría y de las maravillosas verdades que declararon.
Calvino, Lutero, Melanchthon y todos los reformadores fueron inspirados en sus pensamientos, palabras y hechos para realizar lo que efectuaron en bien de la mitigación, libertad y progreso de la raza humana. Prepararon el camino para que llegara el evangelio más perfecto de verdad. Su inspiración, así como fue con los antiguos, vino del Padre, de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo, el solo Dios verdadero y viviente. La misma cosa se puede decir con toda verdad acerca de los padres revolucionarios de este país, y de todos aquellos que en edades pasadas han contribuido al progreso de la libertad civil y religiosa. No hay luz ni verdad que no haya venido de El a ellos en primer lugar. Los hombres meramente repiten lo que El les ha enseñado. El nunca ha declarado conceptos que se originaron en el hombre. Las enseñanzas de Jesús no empezaron con su encamación; porque, igual que la verdad, El es eterno. No sólo inspiró a los antiguos desde el principio, sino que al venir a la tierra reiteró verdades eternas y originales, y añadió gloriosamente a las revelaciones que los hombres habían proferido. Cuando volvió al Padre, siguió y sigue interesado aún en sus hijos y pueblo, revelándoles nuevas verdades e inspirando sus hechos; y a medida que los hombres aumenten en el conocimiento de Dios, llegarán a ser más y más como El hasta el día perfecto, cuando su conocimiento inundará la tierra como las aguas cubren el mar.
Es una necedad, por tanto, desprestigiar al Salvador diciendo que no ha dicho nada nuevo; porque, con el Padre y el Espíritu, El es el autor de lo que persiste — la verdad — lo que ha sido, lo que es y lo que continuará para siempre improvement Era, tomo 10, págs. 627-630 (1906-07).
LA ETERNIDAD del ESPÍRITU del HOMBRE. Además, ¿a dónde vamos? Llegamos aquí y peregrinamos en la carne por una corta temporada y entonces dejamos de ser. Toda alma que nace en el mundo morirá; no hay quien haya escapado de la muerte, sino aquellos a quienes Dios ha concedido, por el poder de su Espíritu, que vivan en la carne hasta la segunda venida del Hijo del Hombre: pero finalmente tendrán que pasar por el trance llamado muerte; podrá ser en un abrir y cerrar de ojos, y sin dolor o sufrimiento; pero tendrán que pasar por el cambio, porque el decreto irrevocable del Omnipotente fue: «El día que de él comieres, ciertamente morirás.» Tal fue el decreto del Omnipotente y se aplica a Adán, es decir, a toda la raza humana, porque Adán significa muchos, y se refiere a vosotros y a mí y a toda alma que vive y lleva la imagen del Padre. Todos tendremos que morir; pero, ¿es el fin de nuestro ser? Si existimos antes de venir, ciertamente continuaremos esta existencia al salir de aquí. El espíritu continuará existiendo como antes, con las ventajas adicionales consiguientes al haber pasado por esta probación. Es absolutamente necesario que vengamos a la tierra y tomemos cuerpos sobre nosotros, porque sin cuerpos no podríamos ser como Dios o como Jesucristo. Dios tiene un cuerpo de carne y huesos. Es un ser organizado tal como nosotros que hoy estamos en la carne. Jesucristo nació de su madre, María; tuvo un cuerpo de carne, fue clavado sobre la cruz y su cuerpo resucitó de los muertos. Rompió las ligaduras del sepulcro y salió a vida nueva, un alma viviente, un ser viviente, un hombre con cuerpo y con partes y con espíritu; y el espíritu y el cuerpo llegaron a ser un alma viviente e inmortal. Vosotros y yo tendremos que hacer la misma cosa; tendremos que dar los mismos pasos a fin de lograr la gloria y exaltación que Dios dispuso que disfrutemos con El en los mundos eternos. En otras palabras, debemos llegar a ser como El; por ventura para sentarnos sobre tronos, tener dominio, poder y aumento eternos. Dios dispuso esto desde el principio. Nosotros somos hijos de Dios, y El es un ser eterno, sin principio de días o fin de años; siempre fue, es y será. Nos hallamos precisamente en la misma condición y en las mismas circunstancias en que se hallaba Dios nuestro Padre Celestial al pasar por esta experiencia o una semejante. Estamos destinados a salir del sepulcro, como lo hizo Jesús, y obtener un cuerpo inmortal como El, es decir, nuestro cuerpo ha de llegar a ser inmortal como el suyo lo llegó a ser, para que el espíritu y el cuerpo puedan unirse y se conviertan en un ser viviente, indivisible, inseparable y eterno. —Deseret Weekly News, tomo 33, pags. 130, 131.
LOS PROPÓSITOS DEL OMNIPOTENTE SON INALTERABLES. Los propósitos
del Omnipotente son inalterados e inalterables. Sus’leyes perduran, y El es el mismo ayer, hoy y para siempre. Sus propósitos madurarán y serán consumados y sus proyectos se realizarán. Por tanto, si no nos conformamos a su voluntad, obedecemos sus leyes y nos sujetamos a sus requisitos en este mundo, seremos consignados a la «prisión», donde permaneceremos hasta que hayamos pagado la deuda hasta el último centavo. —Deseret Weekly News, tomo 24, pág. 708 (1875).
























