Capítulo 21
Enseñanzas falsas
EL CONOCIMIENTO DEL DIABLO. El diablo conoce al Padre mucho mejor que nosotros. Lucifer, el hijo de la mañana, conoce a Jesucristo, el Hijo de Dios, mucho mejor que nosotros; pero en él este conocimiento no redunda ni puede redundar en vida eterna; porque sabiendo, aún así se rebela; sabiendo, es desobediente aún; no quiere recibir la verdad; no quiere permanecer en la verdad. De modo que es perdición, y no hay salvación para él. La misma doctrina se aplica a mí, a vosotros y a todos los hijos e hijas de Dios dotados de juicio y conocimiento, que pueden razonar entre la causa y el efecto, y discernir lo bueno de lo malo y el bien del mal, y tienen la capacidad para ver la luz y distinguirla de las tinieblas. Este, pues, es el evangelio de Jesucristo, conocer al único Dios verdadero y viviente, y a su Hijo al cual ha enviado al mundo, y este conocimiento viene por medio de la obediencia a todos sus mandamientos, la fe, el arrepentimiento del pecado, el bautismo por inmersión para la remisión de los pecados y el don del Espíritu Santo por la imposición de manos mediante la autoridad divina, y no por la voluntad del hombre. —C.R. de abril, 1916, págs. 4, 5.
EL ENEMIGO DE LA VERDAD CONTINUAMENTE ESTÁ EN ORDEN DE BATALLA. Desde el día en que el Profeta José Smith declaró su visión por primera vez, hasta el día de hoy, el enemigo de toda justicia, el enemigo de la verdad, de la virtud, del honor, la rectitud y pureza de vida, el enemigo del único Dios verdadero, el enemigo de la revelación directa de Dios y de la inspiración que viene de los cielos al hombre, ha estado dispuesto en orden de batalla contra esta obra. —C.R. de abril, 1909, pág. 4.
POR QUÉ SE ABORRECE LA VERDAD ¿Por qué han de sentir rencor los hombres contra vosotros por causa de esto, por causa de vuestra creencia en José Smith? ¿Por qué deben convertirse en enemigos vuestros por causa de que declaráis vuestra fe en una revelación nueva del Padre y del Hijo a los del género humano para su orientación? ¿Qué motivo tienen? Permítaseme deciros por qué: Precisamente por la misma razón que los rencorosos e incrédulos fariseos e hipócritas de la época del Salvador persiguieron al Redentor de la tierra; por la misma razón que más tarde hicieron morir a los discípulos de Jesucristo, a quienes Él ordenó como sus apóstoles y testigos especiales, los cuales dieron testimonio de Él y del evangelio a todas las naciones de la tierra. Los mataron uno por uno, algunos de ellos de la manera más cruel, sencillamente porque predicaban a Jesucristo, y El crucificado y resucitado de los muertos, y subido a los cielos y sentado con toda gloria, y poder, y majestad, y dominio, a la diestra de su Padre, Dios. El mundo se sintió ofendido por causa de esto. ¿Por qué? Porque estas cosas ponían el hacha a la raíz del árbol del error, de la superstición y de la tradición, la falta de fe y la incredulidad. Ponían el hacha a la raíz del árbol de la maldad en el mundo, y de la falta de conocimiento de Dios y de sus principios, y del plan de vida y salvación; y el mundo aborreció a los discípulos por tal razón, y por tal motivo aborreció al Hijo de Dios y lo crucificó. Aborreció a los discípulos por esta causa y los hizo morir. Por eso es que os aborrecen, por la misma razón; es decir, aquellos que os aborrecen, aquellos que han ejercitado suficientemente su poder, su voluntad y sus pensamientos o mentes, para estar llenos del espíritu de persecución y odio contra la luz y la verdad. – C.R. de octubre, 1911, pág. 5.
SÓLO QUIENES NIEGAN LA FE CONTIENDEN. Encontraréis el espíritu de contención únicamente entre los apóstatas y aquellos que han negado la fe, aquellos que se han apartado de la verdad y se han hecho enemigos de Dios y de su obra. Allí encontraréis el espíritu de disensión, el espíritu de la contienda. Allí los hallaréis queriendo «discutir el asunto» y disputar con vosotros todo el tiempo. Su alimento, su comida y su bebida es la contienda, la cual es abominable a los ojos del Señor. Nosotros no contendemos; no somos contenciosos, porque si lo fuésemos, ofenderíamos al Espíritu del Señor apartándolo de nosotros, tal como lo hacen y siempre lo han hecho los apóstatas. —C.R. de abril, 1908, pág. 7.
GUARDAOS DE LOS FALSOS MAESTROS. Sé que ésta es la obra de Dios y que El la está llevando a cabo. El honor de triunfar sobre error, el pecado y la injusticia corresponderán a Dios y no a nosotros ni a mí ni a ningún otro hombre. Habrá algunos que querrán limitar el poder de Dios al poder del hombre, y tenemos entre nosotros a algunos de éstos, y los ha habido entre nuestros maestros. Quisieran haceros dudar de los acontecimientos inspirados de las Escrituras, de que los vientos y las olas están sujetos al poder de Dios; quisieran haceros creer que no es más que un mito la afirmación del Salvador de poder echar fuera demonios, resucitar a los muertos, o efectuar actos milagrosos tales como la curación del leproso. Quisieran haceros creer que Dios y su Hijo Jesucristo no aparecieron en persona a José Smith, que fue sencillamente un mito, pero nosotros tenemos un conocimiento mejor; el testimonio del Espíritu ha testificado que esto es verdad. Y os digo, guardaos de los hombres que vienen a vosotros con la herejía de que las cosas existen por sí mismas por las leyes de la naturaleza, y que Dios no tiene poder. Doy gracias que son pocos en el mundo los hombres que afirman tales cosas, y espero que lleguen a ser menos numerosos todavía. —Logan Journal, 7 de abril de 1914.
DÓNDE PUEDEN ENCONTRARSE LAS DOCTRINAS FALSAS. Entre los Santos de los Últimos Días hay dos clases de personas, de quienes se puede esperar la predicación de doctrinas falsas, disfrazadas como verdades del evangelio, y prácticamente sólo de tales provienen. Son:
Primero. — Los irremediablemente ignorantes, aquellos cuya falta de inteligencia se debe a su indolencia y pereza, los que sólo hacen un débil esfuerzo, si acaso, por mejorarse mediante la lectura y el estudio; aquellos que padecen de esa enfermedad terrible que puede tornarse incurable, a saber, la pereza.
Segundo.— Los soberbios y los que se engrandecen a sí mismos, que leen a la luz de la lámpara de su propia vanidad, que interpretan según reglas por ellos mismos formuladas, que han llegado a ser una ley para sí mismos y se hacen pasar por únicos jueces de sus propios hechos. Estos son más peligrosamente ignorantes que los primeros.
Guardaos de los perezosos y de los vanidosos; en ambos casos es contagiosa su infección; mejor será para ellos y para todos cuando se les obligue a poner a la vista la señal de peligro, a fin de que sean protegidos los sanos y los que no se han infectado. —Juvenile Instructor, tomo 41, pág. 178.
ES INNECESARIO EL CONOCIMIENTO DEL PECADO. Muy sabiamente se ha dicho que «el conocimiento del pecado incita a cometerlo».
De cuando en cuando se ha dicho que la curiosidad malsana de un misionero lo lleva a sitios sospechosos, y el único pretexto que ofrece para visitar estos antros de vicios es que desearía ver la otra clase de vida en algunas de nuestras ciudades grandes, a fin de poder saber por sí mismo. Quiere ver a «París de noche», a fin de poder saber algo de la vida que realmente llevan un gran número de sus semejantes. Tal conocimiento no puede surtir ningún efecto benéfico en los sentimientos o pensamientos del misionero que lo busca. No lo fortalece en los deberes de su llamamiento; es más bien una rara especie de conocimiento que incita los sentimientos e imaginaciones, y en cierto grado tiende a degenerar el alma.
No es necesario que nuestros jóvenes conozcan la iniquidad que se está practicando en determinado sitio. Este conocimiento no eleva, y hay buena probabilidad de que más de un joven señale como el primer paso de su caída esa curiosidad que lo condujo a lugares sospechosos. Eviten los jóvenes de Sión, bien sea que estén en una misión o vivan en una casa, todo antro de vicio. No es necesario que sepan lo que está sucediendo en tales lugares. Ningún hombre llega a ser mejor o más fuerte con este conocimiento. Recuerden que «el conocimiento del pecado incita a cometerlo», y luego eviten las tentaciones que con el tiempo pueden poner en peligro su virtud y posición en la Iglesia de Cristo. —Juvenile Instructor, tomo 37, pág. 304 (mayo de 1902).
APARTAOS DEL MAL. Hay ocasiones en la vida en que tenemos que encararnos con un enemigo cuyas prácticas malignas son superiores a nuestra fuerza para combatir, de las cuales no podemos esperar triunfar. Sólo hay una manera de escapar a la aniquilación moral, y es emprender la retirada. El hombre que lleva atrás de sí maldades acumuladas que no se le han perdonado puede descubrir que se le cortó la retirada y que su condición en el mundo está desahuciada de toda esperanza; y aquel que irreflexivamente se priva de toda oportunidad de retroceder por no haber hecho caso de iniquidades pasadas, es desafortunado en extremo.
De modo que la práctica diaria de buscar misericordia y perdón divinos a lo largo de nuestro camino nos da el poder para escapar de las maldades que sólo se pueden vencer retirándose a salvo de ellas. — Juvenile Instructor, tomo 44, pág. 339 (agosto de 1909).
LA LEY DE LA RECOMPENSA. Quisiera inculcar en vosotros que uno no puede mantener precisamente la misma relación con una ley de Dios que haya quebrantado, como si hubiera vivido de conformidad con sus condiciones. Es irrazonable esperarlo y contrario a las leyes de la naturaleza concluir que se puede hacer. Si una persona ha determinado que el pecado fácilmente se puede borrar y, por consiguiente, se entrega a los placeres ilícitos en su juventud, y en su vida posterior se arrepiente, con la idea en su mente de que el arrepentimiento borrará por completo los resultados de sus pecados y libertinaje, y lo colocará a la par con uno de sus semejantes que ha guardado virtuosamente los mandamientos desde el principio, tal persona con el tiempo va a enterarse de su serio y grave error. Puede ser y será perdonado, si se arrepiente; la sangre de Cristo lo hará libre y lo purificará, aun cuando sus pecados sean como la grana; pero esto no le restituirá las pérdidas que haya sufrido, ni lo colocará en igual posición que su prójimo que ha guardado los mandamientos de la ley más alta. Ni lo colocará en la posición en que podría haber estado si no hubiese cometido lo malo.
Ha perdido algo que jamás puede recuperarse, no obstante la perfección, la misericordia amorosa, la bondad y el perdón de Dios el Señor. —Improvement Era, tomo 7, pág. 225 (enero de 1904).
SIMPATÍA PARA CON LOS CRIMINALES. Existe entre el pueblo de esta nación una tendencia deplorable de sentir simpatía por los homicidas, los desfalcadores de bancos, aventureros impíos y otro centenar de diversos criminales que andan libres o a quienes se ha aprehendido y declarado culpables por haber violado la ley. Esta tendencia no sólo se manifiesta entre los habitantes de los varios estados y territorios de nuestra nación, sino que también se deja ver entre los Santos de los Últimos Días. Esta simpatía para con los criminales es completamente anormal, y tiene la tendencia de reducir y destruir el sentimiento moral de cualquiera que la practique. El que un Santo de los Últimos Días sienta simpatía, ya sea por el crimen o los criminales, es una viva vergüenza, y ya es tiempo de que los maestros de las comunidades contengan esta tendencia e inculquen un sentimiento que provoque la más suma repugnancia contra la comisión de un crimen. Los jóvenes pueden complacer a Dios pensando rectamente y conduciéndose con rectitud, apartándose, cual si fuera de la destrucción, no sólo de todo crimen, sino del espíritu de ver al criminal o sentir simpatía por él, o de escuchar o leer los detalles de sus hechos detestables. Dice el antiguo refrán que somos lo que pensamos; de modo que para ser un buen Santo de los Últimos Días, es menester cultivar pensamientos puros, absorber ideas puras y dejar que la mente repose continuamente en las cosas nobles y en los conceptos exaltados de la vida, haciendo caso omiso de toda simpatía o interés relacionados con el crimen o los criminales, junto con todo pensamiento de cosas malas. Se debe condenar y mirar con desagrado al hombre o mujer que concurre a los tribunales, que visita al reo para llevarle flores, que lee y constantemente discute todo detalle del crimen, y sus hechos deben tacharse de abominables a los ojos de los de corazón puro. Al ser declarado culpable un asesino, se le debería repudiar, excluir y olvidar; y lo mismo se debería hacer con criminales de otros tipos que pecan gravemente contra la ley y los mandamientos de Dios. —Improvement Era, tomo 5, pág. 803 (agosto de 1902).
EL CRIMEN DE LA BRUJERÍA Y OTRAS SUPERCHERÍAS. Después de todos los horrores, persecuciones y crueldades que han resultado de la insensata creencia en la brujería, parece extraño que en esta época de alumbramiento pueda haber en alguna parte hombres y mujeres, especialmente entre aquellos que han recibido el evangelio, que crean en tan perniciosa superstición. La Biblia, así como la historia, conclusivamente tildan a esta superstición de ser hija del maligno. En días antiguos Dios mandó a los israelitas que echaran a los cananeos de sus tierras, y la brujería fue uno de los crímenes que El imputó a los cananeos, y por esta causa fueron juzgados indignos de la tierra que poseían.
No infrecuentemente la brujería ha sido el último recurso del impío. Los hombres privados del Espíritu de Dios, cuando la voz del Señor cesa de amonestarlos, han recurrido a menudo a la brujería en su esfuerzo por saber lo que el cielo retenía; y el pueblo de Dios, desde épocas muy tempranas hasta el tiempo presente, ha sido perturbado por personas supersticiosas y de malos pensamientos que han recurrido a la adivinación y artificios de esta índole para fines egoístas y designios intrigantes. En la Edad Media se cernía como pesadilla sobre toda la cristiandad.
No hay que olvidar que el maligno ejerce gran poder en la tierra, y que se vale de todo medio posible para ofuscar la mente de los hombres, y entonces les ofrece falsedades y desengaños a guisa de verdad. Satanás es un hábil imitador, y al paso que se va dando al mundo la verdad genuina del evangelio en abundancia cada vez más grande, él hace circular la moneda falsa de la doctrina falaz. Guardaos de su moneda espuria, porque no os comprará nada sino la decepción, la miseria y la muerte espiritual. Se le ha llamado el «padre de las mentiras», y tan hábil ha llegado a ser, a causa de haber practicado su obra nefanda a través de las edades, que engañaría, de ser posible, a los mismos escogidos.
Los que recurren a los adivinos y hechiceros para obtener su información, invariablemente están debilitando su fe. Cuando los hombres empezaron a olvidarse del Dios de sus padres, que se había manifestado en el Edén y subsiguientemente a los patriarcas posteriores, aceptaron el substituto que el diablo les presentó y se hicieron dioses de madera y de piedra. Así fue como se originaron las abominaciones de la idolatría.
Los dones del Espíritu y los poderes del santo sacerdocio son de Dios; son dados para bendecir a la gente, para alentarla y para fortalecer su fe. Satanás lo sabe; y por tanto, procura cegar y engañar a los hijos de Dios con sus imitaciones de milagros. Recordad lo que los magos de Egipto lograron con sus esfuerzos por engañar a Faraón con respecto a la divinidad de la misión de Moisés y Aarón. Juan el Teólogo vio en visión el poder del maligno para efectuar milagros. Meditemos sus palabras: «Después vi otra bestia que subía de la tierra; y. . . hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres. Y engaña a los moradores de la tierra con las señales» (Apocalipsis 13:11, 13, 14). Además, Juan vio a tres espíritus inmundos, a quienes él llama «espíritus de demonios, que hacen señales» (Apocalipsis 16:14).
En su profecía concerniente al gran juicio, Cristo declaró que el poder para obrar milagros puede provenir de una fuente mala: «Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad» (Mateo 7:22, 23).
El peligro y el poder para hacer lo malo que hay en la brujería no consiste tanto en la propia brujería como en la insensata credulidad que la gente supersticiosa atribuye a lo que se dice que puede efectuar. Es fuera de toda razón creer que el diablo pueda perjudicar o lastimar a un hombre o mujer inocente, especialmente si son miembros de la Iglesia de Cristo, a menos que tal hombre o mujer tenga fe en que él o ella puede ser perjudicado por tal influencia y tales medios. Si dan cabida a tal concepto, entonces probablemente llegarán a ser víctimas de sus propias supersticiones. No hay ningún poder en la brujería misma, sino hasta donde se crea y se acepte. —Juvenile Instructor, tomo 37, pág. 560.
PRÁCTICAS SUPERSTICIOSAS. ES por demás afirmar que para los que son inteligentes y se encuentran libres de antiguas ideas y supersticiones, no hay ninguna verdad en lo que la gente llama brujería. Los hombres y mujeres que llegan a sentir la influencia de la creencia en estas cosas se han embrujado por su propia imprudencia, y se dejan desviar por engañadores y obradores de maldad que «atisban y hablan entre dientes». Causa verdadero asombro que haya quien crea en estas cosas absurdas. Ningún hombre o mujer que goza’ del Espíritu de Dios y de la influencia y poder del santo sacerdocio puede creer en estas nociones supersticiosas; y quienes lo hacen perderán, y por cierto ya han perdido la influencia del Espíritu de Dios y del sacerdocio, y se han sujetado a la brujería de Satanás que constantemente se esfuerza por apartar a los Santos del camino verdadero, bien por la diseminación de tales tonterías, cuando no por otros medios insidiosos.
Un individuo no puede imponer una aflicción sobre otro en la manera en que estos hechiceros quieren que la gente crea. Es un ardid de Satanás para engañar a los hombres y las mujeres y apartarlos de la Iglesia y de la influencia del Espíritu de Dios y del poder del santo sacerdocio, a fin de que sean destruidos. Estos agoreros y agoreras son inspirados por el diablo y son verdaderos brujos, si tales existen. La hechicería y todas las perversidades de esta índole son únicamente creaciones de las imaginaciones supersticiosas de hombres y mujeres que se hayan hundidos en la ignorancia, y cuyo poder sobre la gente proviene del diablo. Aquellos que se someten a esta influencia son engañados por él, y a menos que se arrepientan, serán destruidos. No hay absolutamente ninguna posibilidad de que alguien que goza del Santo Espíritu de Dios crea siquiera que estas influencias puedan surtir efecto alguno en él. El compañerismo del Espíritu Santo es protección absoluta de todas las influencias malignas; jamás podréis obtener este Espíritu buscando adivinadores y hombres y mujeres que «atisban y hablan entre dientes». Se obtiene por la imposición de manos de los siervos de Dios, y se retiene mediante el recto vivir. Si lo habéis perdido, arrepentíos y volveos a Dios; y por amor de vuestra salvación y por amor de vuestros hijos, huid de los emisarios de Satanás que «atisban y hablan entre dientes» y tratan de conduciros a las tinieblas y a la muerte.
Es imposible que persona alguna que posea el espíritu del evangelio y tenga el poder del santo sacerdocio pueda creer en el poder de la nigromancia o dejarse influir por ella. —Improvement Era, tomo 5, págs. 896-899 -(septiembre de 1902).
EL FRENESÍ MESIÁNICO. Acuso recibo de su comunicación. En respuesta, le comunico unas pocas observaciones mías sobre el asunto del así llamado «frenesí mesiánico» entre los lamanitas.
Precisamente cuál ha sido el carácter de estas manifestaciones es cosa que hace surgir algunas dudas en mi mente, no en cuanto a su objeto manifiesto, juzgando por los muchos informes de los diarios sobre los rasgos principales de las manifestaciones de que tanto se habla; porque parece ser claro que el propósito u objeto de las mismas ha sido despertar en las mentes entenebrecidas de los de este pueblo decaído, una creencia y fe en un Redentor crucificado y resucitado, así como en los preceptos rectos que enseñó, y por último un conocimiento de ello.
En la mente de aquellos que creen en el origen divino del Libro de Mormón no puede haber ninguna duda de que Dios manifestará sus propósitos a los lamanitas en su propio tiempo y manera, porque en dicho libro se aclara este hecho en forma inequívoca; pero aparte de lo que efectivamente se ha revelado, sólo se puede conjeturar exactamente cómo lo realizará El en cada particular, y precisamente cuáles medios utilizará para llevar a cabo sus propósitos al respecto. Sabemos que uno de estos expedientes será el propio Libro de Mormón. También por medio del santo sacerdocio que se ha restaurado a la tierra en estos últimos tiempos, obrará Dios para cumplir su voluntad. Hasta esta fecha, sin embargo, es poco lo que se ha realizado por uno u otro de estos medios, debido a la condición extremadamente entenebrecida de su mente, y los indóciles hábitos nómadas de los pieles rojas. Y por muchas otras razones suficientes no han sido susceptibles a las impresiones del Espíritu Santo, ni capaces de llegar a comprender su poder.
No había, ni ha llegado el tiempo para que reciban el mensaje y la obra que sus padres les han legado, como lo dispuso Dios, pero llegará ese tiempo y puede estar más cerca de lo que muchos consideran. Puede aceptarse, sin ser inconsecuentes, que estas manifestaciones sobrenaturales, si efectivamente las ha habido, indican el principio de ese tiempo. Sería una imprudencia suponer que la obra se efectuará en un día o en un período muy breve. Hasta ahora Dios no ha obrado así, ni es muy probable que obre de tal manera entre este resto de su pueblo. Su caída y degradación se realizaron paulatinamente, por grados, y en igual manera, indudablemente, se efectuará su redención. No obstante, El acortará su obra en justicia, y conviene a los Santos de los Últimos Días que siempre estén preparados.
No podemos dudar de que el Señor dará prisa al esclarecimiento de ellos por medio de sueños, visiones y manifestaciones celestiales, cuando llegue el tiempo, y que se les manifestarán santos mensajeros de cuando en cuando, y que entre ellos todavía llegará a haber hombres inspirados de Dios que El levantará como maestros para instruirlos en cuanto a la verdad, porque se han prometido estas cosas en los postreros días, tanto en el Libro de Mormón con en la Biblia, y también en las revelaciones dadas a José Smith el Profeta. Pero todas estas cosas sucederán como Dios lo ha determinado, en su propio tiempo y manera; y bienaventurado aquel que sea digno de llevar el mensaje de buenas nuevas y la oferta de paz, la palabra de Dios y los medios de redención a la descendencia de José, a la cual se dieron las promesas; ¡y ay de aquel que desprecie y se burle en el día del poder de Dios!
Con respecto a quién será el personaje (uno o más) que los lamanitas afirman que los visitó, me parece que hay lugar para graves dudas. A juzgar por todos los informes que he visto al respecto, en ningún sentido puedo llegar a la conclusión en mi mente de que efectivamente era el Mesías. En cuanto a este punto, debemos considerar las fuentes de nuestra información; nos ha llegado de segunda mano, por conducto de intérpretes y escritores cuyo conocimiento de las lenguas lamanitas puede ser o no ser muy imperfecto, que no poseen absolutamente ningún conocimiento de la historia antigua de esa raza, ni de los propósitos y promesas de Dios concernientes a ellos. No hay necesidad de impugnar el hecho de que conocen la relación bíblica de Jesús, el Hijo de Dios, su crucifixión, resurrección y ascensión al cielo, con la promesa de que volvería en igual manera como ascendió, y esto solamente; pero sabiendo únicamente esto y nada más en cuanto al asunto, fácilmente podrían ser desorientados por los informes procedentes de personas muy distantes de los verdaderos testigos.
Y sin embargo, un Santo de los Últimos Días que sabe algo de la historia de este pueblo, y de las promesas que sus padres les dejaron, podría concluir, al escuchar la misma historia, que tal vez uno o más de los tres discípulos nefitas que permanecieron, cuya misión era ministrar entre el resto de los de su propia raza, les aparecieron a Porcupine y tal vez a muchos otros, y les enseñaron a Jesús y al El crucificado y resucitado de los muertos, y que pronto volvería con poder y gran gloria para vengarlos de los malvados por los agravios que les causaron, y restaurarlos a sus tierras y al conocimiento de sus padres y del Hijo de Dios.
Esta conclusión sería muy natural y de ninguna manera discordaría de los principios establecidos del evangelio y de nuestro conocimiento de la manera en que Dios obra con los hijos de los hombres. Aun cuando lo más probable sería que Cristo enviara mensajeros a los lamanitas a fin de preparar el camino para su venida, al cumplirse el tiempo, es sumamente improbable que el propio Cristo se haya aparecido a un pueblo tan completamente falto de preparación para recibirlo y comprenderlo.
Es verdad que el Padre y el Hijo se aparecieron al joven José al principio de esta dispensación, pero él era un instrumento escogido desde la eternidad para iniciar la última dispensación del evangelio, y Dios había preparado a un grupo escogido que lo habría de acompañar en esa obra. Sin embargo, Moroni, Pedro, Santiago y Juan, y otros mensajeros diversos, fueron enviados para abrir la vía y preparar los fundamentos de esta gran obra y restaurar al mundo los anales de los antiguos pueblos de este continente. Habiéndose establecido los cimentos de esta obra, con la autoridad de Dios establecida, y el orden del sacerdocio y las leyes de la Iglesia reveladas, ¿hemos de esperar que se haga caso omiso de estas cosas, o que el conocimiento de Dios venga por los medios indicados?
Aun cuando vengan de conformidad con la verdad revelada y establecida, y no para contravenirla, ni contrario al orden del cielo que existe en la tierra, el propósito que se logrará con tales manifestaciones que los lamanitas afirman haber recibido, admitiendo que estas son verdaderas y de Dios, no puede ser otro que el de iniciar la preparación de los lamanitas para recibir un conocimiento correcto de Dios y de sus padres y del santo evangelio que ya se ha revelado y establecido entre los hombres, a fin de que puedan creer, obedecer y ser salvos por ese medio.
Lejos está de mí el deseo de cerrar las vías de comunicación entre el Salvador mismo del mundo y el remanente de Lehi. Nadie admitirá más francamente que yo el derecho y poder perfectos que Él tiene de visitar a quienes le plazca, según su voluntad, porque el hombre no puede interrumpir o cerrar las vías de comunicación entre Dios y el hombre, ni se hará mientras Dios tenga por objeto cumplir algún propósito al revelarse. Sin embargo, para que no seamos engañados, conducidos al error, echados aquí y allá por todo viento de doctrina, las necias extravagancias o los astutos ardides de los hombres, ni sigamos el falso grito de «mirad aquí está el Cristo, o mirad ahí está», Dios ha instituido el orden verdadero de comunicación entre sí mismo y el hombre, y lo ha establecido en su Iglesia; y convendría a todos los del género humano prestar atención a esta verdad, no sea que los engañen. Lo que vaya de conformidad con esto es de Dios; lo que sea contrario viene de abajo. Concuerda perfectamente con el orden del cielo que los espíritus ministrantes o los mensajeros de Dios o de Cristo visiten a los lamanitas o cualquier otro pueblo, como fue visitado Cornelio en la antigüedad, y como visitó Cristo a Saulo, y para los mismos propósitos. —Carta a la editora de Young Womarís Journal en respuesta a la pregunta concerniente a las noticias de las manifestaciones a los indios. Young Womerís Journal, tomo 2, págs. 268-271 (1890, 1891).
EL FUERTE Y PODEROSO. En conclusión quisiéramos decir que para este tiempo los Santos de los Últimos Días ya deberían estar tan bien arraigados en la convicción de que Dios ha establecido su Iglesia en la tierra por la última vez, para permanecer, y nunca más ser derribada o destruida, y que la casa de Dios es una casa de orden, de ley, de regularidad, que ya no deberían surtir ninguna influencia en ellos los perturbadores inestables de este tipo de hombres de temperamento inconstante, quienes, a causa de la ignorancia y el egotismo, se convierten en vanos palabreros, más con todo, presumen de poderes proféticos y otras gracias y dones espirituales, ni deberían los miembros conturbarse en espíritu por causa de tales personas y sus teorías. La Iglesia de Cristo está con los santos; se le ha entregado la ley de Dios para su propio gobierno y perpetuación. Posee todos los medios para corregir cualquier agravio, abuso o error que pueda surgir de cuando en cuando, y lograrlo sin anarquía o revolución siquiera; puede efectuarlo por medio de la evolución, por el desarrollo, por el aumento de conocimiento, sabiduría, paciencia y caridad.
Los quórumes presidentes de la Iglesia siempre estarán constituidos por tales hombres. Serán seleccionados de tal manera que los miembros podrán estar seguros de que la prudencia maciza, la rectitud y la adherencia concienzuda hacia el deber distinguirán la manera de obrar de aquellos a quienes se confía la administración de los asuntos de la Iglesia. Por otra parte, de cuando en cuando, a medida que la obra del Señor necesite de sus servicios, se desarrollarán entre el pueblo de Dios hombres de talentos y habilidades excepcionales; y sin desorden o erupción o agitación, serán llamados del Señor, por conducto de las agencias señaladas de la autoridad del sacerdocio y de la Iglesia, a cargos que les darán la oportunidad de prestar servicio. Serán aceptados por los miembros en el orden acostumbrado, nombrados por la ley de la Iglesia, así como se llamó a Edward Partridge, y así como se llamará y se aceptará el «poderoso y fuerte» cuando llegue la ocasión en que se necesiten sus servicios.
JOSEPH F. SMITH.
JONH R. WINDER,
ANTHON H. LUND.
La Primera Presidencia —
Improvement Era, tomo 10, págs. 929-943 (1906-1907)
























