Capitulo 25
José Smith el Profeta
LA REALIDAD DE LA VISIÓN DE JOSÉ. Nuestros críticos dicen que fue una aparición lo que vio el Profeta José, pero él no dijo esto. Dijo que los Personajes que se le aparecieron eran hombres verdaderos, y no hay nada que sea más improbable en su afirmación, que en la narración que hace la Biblia de la concepción y nacimiento de Cristo y de Juan el Bautista. Ha llegado a nosotros la historia del nacimiento, la vida y obra de Cristo, y no hay nada en la narración que nos impulse a creerla más fácilmente que la historia del profeta José Smith. Cristo anduvo y habló y se aconsejó con sus amigos cuando bajó del cielo hace más de mil novecientos años. ¿Hay razón alguna por la que Él no pueda volver, por la que no haya de visitar esta tierra una vez más y hablar con los hombres en la actualidad? Si la hay, me complacería escucharla.
Lo que deseo inculcar en vosotros es que Dios es real, que es una persona de carne y huesos, tal como lo somos vosotros y yo. Cristo es igual, pero el Espíritu Santo es una persona de espíritu.
Si las enseñanzas de José Smith fueron falsas, entonces las del Gran Nazareno caen a tierra, porque son una y la misma cosa. Uno no puede destruir las verdades del evangelio con filosofías, ni con explicaciones de que el Profeta fue víctima de apariciones, porque son hechos reales y tangibles, apoyados por una gran acumulación de pruebas tan legítimas como cualesquiera que se hayan presentado para corroborar afirmación alguna. Para mí, es un consuelo, una bendición y un gozo, y ruego que siempre lo sea para vosotros. —Logan Journal, 14 de marzo de 1911.
EL SERVICIO DE JOSÉ SMITH. Nuestra fe en Jesucristo constituye el fundamento de nuestra religión, el fundamento de nuestra esperanza en la remisión de pecados, la exaltación después de la muerte y la resurrección de muerte a vida perpetua. Nuestra fe en los principios que se han restaurado por conducto del profeta José Smith nos confirma y nos refuerza, y establece fuera de cualquier cuestión o duda nuestra fe y creencia en la misión divina del Hijo de Dios. José Smith fue el instrumento elegido de Dios, y fue investido con su autoridad para restaurar el santo sacerdocio, el poder de Dios para ligar en la tierra y en los cielos; el poder del sacerdocio mediante el cual los hombres pueden efectuar las ordenanzas del evangelio de Jesucristo para la salvación del género humano. Por medio de José Smith se han restaurado el evangelio del arrepentimiento, el bautismo en el agua para la remisión de los pecados, el bautismo del Espíritu Santo y de fuego; y por medio del espíritu de verdad se manifiesta el conocimiento de que Jesús es el Cristo, el Unigénito Hijo de Dios. Estamos reconocidos a este humilde siervo que el Señor escogió para poner los fundamentos de esta obra para las ordenanzas del evangelio del Hijo de Dios, desconocidas entonces y desconocidas todavía hoy para el mundo, mediante las cuales podemos quedar unidos como familias, como parientes, en los vínculos del nuevo y sempiterno convenio, por tiempo y por toda la eternidad. Estamos obligados para con el profeta José Smith, como instrumento en las manos del Señor, por el conocimiento que poseemos de la obra que es necesario hacer en la Casa de Dios para la salvación de los vivos y la redención de los muertos, y para la unión eterna de las almas que son ligadas en esta vida mediante el poder de Dios, en el vínculo del convenio sempiterno. Le somos deudores, o por lo menos le estamos obligados al profeta José Smith, como instrumento en las manos de Dios, por el conocimiento que ahora poseemos de que un hombre a solas no puede ser exaltado en la presencia de Dios y disfrutar plenamente de su gloria. No se tuvo por objeto que el hombre estuviese solo, porque el varón no es sin la mujer, ni la mujer sin el varón, en el Señor. —C.R. de octubre, 1916, pág. 3.
EL NOMBRE DE JOSÉ SMITH JAMÁS PERECERÁ. Dios vive, y Jesús es el Cristo, el Salvador del mundo. José Smith es un profeta de Dios — vivo, no muerto, porque su nombre jamás perecerá. El ángel que lo visitó y le comunicó el mensaje de Dios, le dijo que su nombre se tomaría para bien y para mal en todo el mundo. Esto se profetizó en los días de su juventud, antes de ser organizada la Iglesia y antes que hubiera probabilidad alguna de lo que desde ese día se ha realizado. La declaración fue hecha, no obstante que en esa ocasión parecía una imposibilidad absoluta; pero desde el día en que se pronunció hasta este momento, y desde hoy hasta la escena final, el nombre de José Smith, el profeta del siglo diecinueve, se ha estado, se está y se continuará proclamando a las naciones de la tierra, y los pueblos del mundo lo considerarán con honor o desprecio. Más el honor con el que hoy lo estiman unos pocos aumentará con el tiempo, de manera que su nombre se considerará con reverencia y honor entre los hijos de los hombres tan universalmente como el nombre del Hijo de Dios es considerado hoy, porque hizo y está haciendo la obra del Maestro. Estableció los fundamentos en esta dispensación para la restauración de los principios que enseñó el Hijo de Dios, el cual por dichos principios vivió, enseñó, murió y resucitó de los muertos. Por tanto, yo digo que así como el nombre del Hijo de Dios se estimará con reverencia y honor, y en la fe y amor de los hombres, así también finalmente será estimado el nombre de José Smith entre los hijos de los hombres, ganando prestigio, aumentando en honor y mereciendo respeto y reverencia, hasta que el mundo declare que fue un siervo y profeta de Dios. El Señor Dios Omnipotente reina. En la tierra paz, buena voluntad para con los hombres, fue lo que proclamó José el Profeta, y es la misma proclamación que su Maestro, el Señor Jesucristo, hizo al mundo. Esta es la misión que estamos tratando de cumplir y Ja proclamación que estamos procurando llevar al mundo hoy. Es la misión que han de proclamar estos jóvenes que han sido escogidos, y de la cual han de dar testimonio a las naciones de la tierra. Es su deber estar pendientes de que esta proclamación y este evangelio de paz y buena voluntad sean enviados a toda nación, tribu y lengua y pueblo bajo todos los cielos. Dios bendiga a Israel es mi oración sincera en el nombre de Jesús. Amén. —C.R. de octubre, de 1907, págs. 125, 126.
EL PROFETA JOSÉ SMITH. El hermano Woodruff hizo la declaración, en el curso de sus palabras, de que José Smith fue el profeta más eminente que jamás haya vivido, de quien tengamos conocimiento, con la única excepción del propio Jesucristo. El mundo dirá que fue un impostor; y el Señor dijo que su nombre se tomaría para bien y para mal entre todas las naciones de la tierra; y por lo menos esta parte, en lo que a divulgación de su nombre concierne, se ha cumplido. Se declaró esta profecía por conducto del propio José Smith, cuando era un joven desconocido y en una época en que había poca probabilidad de que su nombre jamás llegara a conocerse más allá del poblado donde vivía. Fue en un período temprano de su vida, y al principio de la obra, cuando se declaró esta profecía o revelación; y ciertamente se ha verificado. Actualmente tal vez no haya otro hombre, de los que han figurado en la religión, cuyo nombre se haya extendido tanto entre las naciones, como el de José Smith. En casi toda nación civilizada del globo, su nombre se toma para bien o para mal en relación con la obra de la cual, como instrumento en las manos de Dios, puso los fundamentos. Cuando se toma para bien, es entre aquellos que han tenido el privilegio de escuchar el evangelio que ha venido a la tierra por su conducto, y quienes han sido suficientemente honrados y humildes para recibirlos. Hablan de él con un conocimiento que han recibido por la inspiración del Espíritu Santo, mediante su obediencia a los principios que les enseñó como profeta y como hombre inspirado.
Hablan de él para encomiarlo, para honrarlo, y conservan su nombre en memoria honorable. Lo respetan y lo aman como no aman a ningún otro, porque saben que fue el instrumento elegido en las manos del Omnipotente para restaurarles el evangelio de vida y salvación, para abrir su entendimiento del futuro, para descorrer, cual si fuere, el velo de la eternidad de ante sus ojos. Los que han recibido los principios que promulgó saben que éstos no sólo tienen en que ver con su propia salvación, felicidad y paz espiritual y temporal, sino con el bienestar, felicidad, salvación y exaltación de sus parientes que han muerto sin el conocimiento de la verdad.
La obra que emprendió José Smith no se limitaba únicamente a esta vida, sino también se relaciona con la vida venidera y la vida que ha sido. En otras palabras, tiene que ver con los que han vivido sobre la tierra, con los que estamos viviendo y con los que vendrán después de nosotros. No es algo que se relaciona con el hombre solamente mientras mora en la carne, sino con toda la familia humana de eternidad en eternidad.
Consiguientemente, como ya he dicho, José Smith es reverenciado; su nombre es honrado; decenas de millares de personas dan gracias a Dios en su corazón y desde lo profundo de su alma por el conocimiento que el Señor ha restaurado a la tierra por medio de él, y por tanto, hablan bien de él y dan testimonio de su valía. Y esto no se concreta a una aldea, ni a un estado ni a una nación, antes se extiende a todo país, tribu, lengua y pueblo donde el evangelio se ha predicado hasta hoy: en los Estados Unidos, la Gran Bretaña, Europa, África, Australia, Nueva Zelanda y en las islas del mar. Y el Libro de Mormón, respecto del cual José Smith fue el instrumento en las manos de Dios para traerlo a esta generación, ha sido traducido a los idiomas alemán, francés, danés, sueco, gales, hawaiano, indostaní, español y holandés; y este libro será traducido a otras lenguas, porque según las predicciones que contiene, y de acuerdo con las promesas del Señor dadas mediante José Smith, ha de ser enviado a toda nación y tribu y pueblo, bajo todos los cielos, hasta que todos los hijos e hijas de Adán tengan el privilegio de escuchar el evangelio cual se ha restaurado en la tierra en la Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos.
El mundo supone que no hemos recibido el conocimiento de la verdad. Los que nada saben en cuanto al carácter, vida y obras de José Smith, que nunca han leído sus revelaciones o estudiado o investigado su afirmación de autoridad divina e ignoran su misión, lo vituperan, se burlan de su nombre y ridiculizan su afirmación de gozar de inspiración profética, y en su época lo tildaron de impostor, exceptuando unos pocos que escucharon sus instrucciones y creyeron su testimonio. La gran mayoría de los del género humano que vivieron en la época de Cristo y supieron de Él, lo juzgaron de impostor y lo consideraron digno de muerte; precisamente el mismo sentimiento existió en cuanto a José Smith.
Volvamos al profeta José Smith. Fue acusado de casi todo lo que es vil por sus enemigos, los cuales, como es bien sabido entre los Santos de los Últimos Días, generalmente ignoraban por completo su verdadero carácter y misión. ¿Qué hizo José Smith? ¿Manchó sus manos con sangre humana? No; seguramente que no; fue inocente. ¿Fue calumniador y difamador? No; ciertamente no lo fue. ¿Acusó maliciosa e injustamente a los hombres de ser impíos? No; no lo hizo. ¿Instituyó algún orden de cosas que haya resultado perjudicial para la familia humana? Contesten estas preguntas aquellos que se han familiarizado con su doctrina y con las instituciones que él estableció sobre la tierra y la obra de su propia vida.
Nació el 23 de diciembre de 1805 en el estado de Vermont. Sus padres fueron ciudadanos norteamericanos, como lo fueron sus antepasados por generaciones. En la primavera de 1820 recibió la primera manifestación sobrenatural o celestial. Contaba entonces con catorce años de edad, y no es probable que a esa tierna edad un jovencito hubiera llegado a ser muy depravado e inicuo, especialmente cuando nació y se crio en una granja, apartado de los vicios contaminadores de las grandes ciudades y libre de contacto con la influencia degenerante de compañeros impíos. No es probable que haya pasado muchos momentos de ocio durante los años laborales de su vida hasta la edad de catorce años, porque su padre tenía que trabajar para su sostén y ganarlo de la tierra con el trabajo de sus manos, ya que era pobre y tenía que mantener a una familia numerosa.
En 1820, como ya he dicho, José Smith recibió una revelación, en la cual afirmaba que Dios había declarado que estaba a punto de restaurar el antiguo evangelio en su pureza, y muchas otras cosas gloriosas. Como consecuencia de esto, José Smith logró mucha notoriedad en la comunidad donde residía, y la gente empezó a tratarlo con mucho recelo. En el acto fue tildado de impostor, y muchos años después sus enemigos lo apodaron el «viejo José Smith». Su fama se extendió por todos los Estados Unidos; fue llamado «buscador de dinero» y muchas otras cosas despreciables. Si examinamos su historia, el carácter de sus padres y el ambiente en que se crio y consideramos el propósito de su vida, podemos descubrir la inconsecuencia de las acusaciones que le hacían. Todo esto se hacía para perjudicarlo. No era ni viejo, ni «buscador de dinero», ni impostor, ni merecía en manera alguna los apodos que le imponían. Jamás perjudicó a nadie ni robó a persona alguna; nunca hizo nada que mereciera ser castigado por las leyes bajo las cuales vivió.
Cuando se hallaba entre los diecisiete y dieciocho años de edad, recibió otra manifestación celestial y le fueron reveladas varias cosas grandes y gloriosas, y subsiguientemente, durante cuatro años recibió visitas de un mensajero celestial. No declaró que estaba en comunicación con hombres impíos o demonios de las regiones infernales; afirmó que se estaba comunicando con Moroni, uno de los profetas antiguos que vivieron sobre este continente. Había sido un hombre bueno cuando vivió en la tierra, y no es probable que se haya vuelto inicuo después de salir de aquí. José Smith afirmó que este personaje le reveló el parecer y la voluntad del Señor, y le mostró la naturaleza de la gran obra que él, como instrumento en las manos de Dios, iba a establecer en la tierra cuando llegara el tiempo. Esta fue la obra efectuada por el ángel Moroni durante los cuatro años que transcurrieron entre 1823 y 1827. En esta última fecha José Smith recibió de manos del ángel Moroni las planchas de oro de las cuales él tradujo este libro (Libro de Mormón), mediante la inspiración del Omnipotente y el don y poder de Dios que le fueron dados. Me lo leyeron cuando era niño; lo he leído muchas veces desde entonces y me he preguntado veintenas de veces: ¿Has descubierto alguna vez, precepto, doctrina o mandamiento alguno dentro de las tapas de ese libro que tenga por objeto perjudicar a alguien, causar daño al mundo o que contradiga la palabra de Dios cual se halla en la Biblia? E invariablemente la respuesta ha sido: No; ni una sola cosa; todo precepto, doctrina, consejo, profecía y, de hecho, toda palabra comprendida dentro de las tapas de ese libro, que se refiere al gran plan de la redención y salvación humanas, tiene por objeto convertir a los hombres malos en buenos, y a los hombres buenos en mejores.
¿Tuvo José Smith mucha oportunidad de volverse malo o depravado durante los tres años que transcurrieron entre 1827 y 1830, mientras trabajaba con sus manos para ganarse un escaso sostén, huía de sus enemigos y trataba de no caer en manos de los que intentaban destruirlo para que no consumara su misión, luchando mientras tanto contra obstáculos indecibles y penosas molestias para completar la traducción de este libro? No lo creo. Cuando terminó de traducir el Libro de Mormón todavía era bien joven, sin embargo, en la producción de este libro desarrolló hechos históricos, profecías, revelaciones, predicciones, testimonios y doctrinas; preceptos y principios que el mundo instruido con todo su poder y sabiduría no puede duplicar o refutar. José Smith era un joven sin educación, en lo que concierne a la sabiduría del mundo. Fue instruido por el ángel Moroni; recibió su educación de los cielos, de Dios Omnipotente, y no de instituciones de los hombres; pero acusarlo de ignorante sería a la vez injusto y falso; ningún hombre o combinación de hombres poseyeron mayor inteligencia que él, ni podrían la sabiduría y la astucia de la época, combinadas, producir el equivalente de lo que él realizó. No fue ignórate, porque lo instruyó Aquel de quien emana toda inteligencia. Poseía un conocimiento de Dios y de su ley y de la eternidad, y los del género humano han estado intentando con toda su ciencia, sabiduría y poder —y no conformes con esto, han procurado realizarlo con la espada y el cañón— extirpar de la tierra la superestructura que José Smith erigió mediante el poder de Dios; pero han fracasado rotundamente, y por fin caerán ante sus esfuerzos por destruirla.
Además, el mundo dice que José Smith fue un holgazán. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se organizó el 6 de abril de 1830. José Smith fue martirizado en Carthage, Illinois, el 27 de junio de 1844, catorce años después de la organización de la Iglesia. ¿Qué realizó en estos catorce años? Estableció comunicación con los cielos en su juventud. Produjo el Libro de Mormón, el cual contiene la plenitud del evangelio, y las revelaciones contenidas en el Libro de Doctrinas y Convenios; restauró el santo sacerdocio al hombre; estableció y organizó La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, organización que no tiene paralelo en todo el mundo, algo que por muchos años la astucia y sabiduría de los hombres ha fracasado en descubrir o formar, y que jamás podría haberlo hecho. Fundó colonias en los estados de Nueva York, Ohio, Misuri e Illinois, e indicó la manera para que se congregaran los miembros en las Montañas Rocosas; envió el evangelio a Europa y a las islas del mar; fundó la ciudad de Kirtland, Ohio, donde edificó un templo que costó muchos miles de dólares. Fundó la ciudad de Nauvoo en medio de la persecución; reunió en Nauvoo y sus alrededores a unas 20.000 personas e inició la construcción del tempo en ese lugar, cuyo costo al terminarse ascendió a un millón de dólares; y mientras realizaba esto, tuvo que contender contra los prejuicios de la época, contra la persecución implacable, populachos y viles calumnias y difamación que eran lanzadas en contra de él de todas partes sin cuartel y sin medida. En una palabra, hizo más ente los catorce y veinte años para la salvación del hombre que cualquier otra persona que jamás ha vivido, con la sola excepción de Jesús; mas con todo, sus enemigos lo acusaron de ser un hombre haragán y sin mérito.
¿Dónde iremos para encontrar a otro hombre que haya realizado la milésima parte del bien que José Smith efectuó? ¿Iremos a los reverendos señores Beecher o Talmage, o a algún otro de los grandes predicadores del día? ¿Qué han hecho ellos por el mundo, con toda su preciada inteligencia, influencia, riqueza y la voz popular del mundo a su favor? José Smith no gozó de ninguna de estas ventajas, si puede llamárseles ventajas. Sin embargo, nadie en el siglo diecinueve, salvo José Smith, ha revelado al mundo un rayo de luz en cuanto a las llaves y poder del santo sacerdocio, o a las ordenanzas del evangelio, ya sea a favor de los vivos o de los muertos. Por medio de José Smith, Dios ha revelado muchas cosas que estaban reservadas desde la fundación del mundo como cumplimiento de las profecías, y en ninguna otra época, desde que Enoc anduvo sobre la tierra, ha estado la Iglesia de Dios tan perfectamente organizada como se encuentra hoy; incluso en la dispensación de Jesús y sus discípulos, o si lo fue, no tenemos conocimiento de ello. Y esto concuerda estrictamente con los fines y carácter de esta gran obra de los postreros días, cuyo destino es consumar los grandes propósitos y designios de Dios concernientes a la Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos.
Sólo el principio del bautismo para la redención de los muertos, con sus ordenanzas correspondientes para la completa salvación y exaltación de aquellos que han muerto sin el evangelio, cual se reveló por medio de José Smith, vale más que todos los dogmas combinados del mundo cristiano así llamado.
Se acusa a José Smith de ser un profeta falso. Sin embargo, el mundo no tiene el poder para comprobar que fue un profeta falso. Podrán acusarlo de ello, pero vosotros que habéis recibido el testimonio de Jesucristo por el espíritu de profecía, mediante su ministerio, sois mis testigos de que no tienen el poder para comprobar que él fue falso; y por eso es que se encuentran tan llenos de ira al respecto. Según mi humilde opinión, muchos de nuestros enemigos saben que están mintiendo ante Dios, ángeles y hombres al hacer esa acusación, y gustosamente presentarían pruebas para apoyar sus acusaciones, pero no las tienen. José Smith fue un profeta verdadero de Dios; vivió y murió como profeta verdadero y sus palabras y obras algún día demostrarán la divinidad de su misión a millones de los habitantes de esta tierra. Tal vez no a tantos de los que ahora viven, porque en su mayoría éstos han rechazado el evangelio y el testimonio que les han dado los élderes de esta Iglesia; pero sus hijos después de ellos, y las generaciones venideras, recibirán con alegría el nombre del profeta José Smith y el evangelio que sus padres rechazaron. Amén. —Discurso pronunciado en el Salón de Asambleas, Salt Lake City, 29 de octubre de 1882. Journal of Discourses, tomo 24, págs. 8-16 (1884).
SE CUMPLE LA PROFECÍA DE JOSÉ SMITH. En vista de que es tan poco el tiempo que queda, me parece que no podría hacer cosa mejor que continuar el tema que trató el hermano Cannon.
El libro de Doctrinas y Convenios, así como el Libro de Mormón contienen evidencia irrefutable del divino llamamiento y misión de José Smith. Por ejemplo, referiré a los congregados la revelación dada el 25 de diciembre de 1832 concerniente a la gran Guerra de la Rebelión, con la cual todos estamos más o menos familiarizados. (Doctrinas y Convenios, sección 87). Parte de esa revelación se ha cumplido literalmente, incluso hasta el lugar preciso indicado en la profecía dónde habría de comenzar la guerra, y la cual, como en ella dice, finalmente habría de resultar en la muerte y miseria de muchas almas.
Además de esto, en la revelación dada en marzo de 1831 a Parley P. Pratt y a Lemon Copley, se encuentra esta notable profecía:
«Pero antes que venga el gran día del Señor, Jacob prosperará en el desierto, y los lamanitas florecerán como la rosa. Sión florecerá en los collados y se regocijará en las montañas, y será congregada en el lugar que he señalado.» (Doctrinas y Convenios 49:24, 25).
¿Quién —yo quisiera preguntar— a menos que fuera inspirado del Señor y hablara por el don y poder de Dios, en esa remota época de la historia de la Iglesia, cuando nuestros miembros eran pocos, cuando ninguna influencia, nombre ni posición en el mundo teníamos, quien —vuelvo a repetir— en las circunstancias en que nos encontrábamos cuando se declaró esta profecía, podría haber pronunciado tales palabras, a menos que Dios lo inspirase? Sión efectivamente está floreciendo en los collados y regocijándose en las montañas, y nosotros que la constituimos nos estamos recogiendo y reuniendo en el lugar señalado. Ahora pregunto a los de esta congregación si no pueden ver cómo esta profecía, (proferida muchos años antes que prevaleciera siquiera el concepto entre este pueblo, de que habríamos de emigrar y recogernos en estos valles de las montañas), se ha estado y se está cumpliendo literalmente. Si no existiese ninguna otra profecía declarada por José Smith, cuyo cumplimiento pudiera señalarse, sólo con ésta sería suficiente para dar apoyo a su afirmación de ser un profeta verdadero.
Además, en la revelación dada en febrero de 1834 se encuentra esta notable promesa y profecía:
«Pero de cierto os digo, que he promulgado un decreto que han de realizar los de mi pueblo, si desde esta misma hora escuchan el consejo que yo, el Señor su Dios, les daré. He aquí, empezarán a prevalecer en contra de mis enemigos desde esta misma hora, porque yo lo he decretado. Y esforzándose por observar todas las palabras que yo, el Señor su Dios, les declaré, jamás cesarán de prevalecer, hasta que los reinos del mundo sean sometidos debajo de mis pies, y sea dada la tierra a los santos para poseerla perpetuamente» (Doctrinas y Convenios 103:5, 6, 7).
¿Hay persona alguna al alcance de mi voz, o en cualquier otra parte sobre la faz de la ancha tierra, que pueda decir que esta promesa ha fallado, que esta profecía no está fundada en la verdad, que hasta ahora no se ha cumplido? Me paro ante esta numerosa congregación y desafío a cualquier ser humano a que diga que no se pronunció por el espíritu de verdad, por la inspiración del Omnipotente, porque se ha cumplido y se está cumpliendo, y esto frente a la más enconada oposición; y lo que resta se cumplirá literal y completamente. Y es el temor que existe en el corazón de Satanás, de que tal cosa suceda, lo que le provoca a incitar a sus emisarios a combatir el reino de Dios y procurar, de ser posible, destruir esta grande y gloriosa obra. Porque es un hecho viviente—un hecho que llena de gozo inefable el corazón de los justos y los que temen a Dios, y de consternación y temor celoso el corazón de los impíos y malvados —que va avanzando esta obra de Dios, esta obra de redención y salvación que hemos emprendido, y está destinada a continuar su marcha hacia adelante hasta que sean subyugados los reinos del mundo y queden bajo la ley de Dios Omnipotente. Y os puedo asegurar que el enemigo de toda justicia entiende, tan bien como nosotros, que esto acontecerá. Sí, él lo sabe mejor que muchos que profesan haber recibido el Espíritu Santo en su corazón, que así sucederá finalmente; y por tanto, está procurando diligentemente incitar el corazón de los impíos a combatir contra los santos de Dios, hasta que aquellos sean derrotados y Sión se vea libre.
Estas profecías concernientes al triunfo de la causa de Dios en la batalla contra los inicuos que luchan en contra de ellos, José Smith las declaró en su juventud en los primeros años de la Iglesia cuando, de acuerdo con toda indicación humana, era absolutamente imposible su cumplimiento. En esa época eran muy pocos los que podían creer, los que se atrevían a creer la verdad de estas profecías. Los comparativamente pocos que creyeron, al oír, fueron aquellos cuyas mentes había iluminado el Santo Espíritu de la promesa, y por tanto, estaban preparados para recibirlas. Así como se han cumplido estas profecías, así serán realizadas en el debido tiempo del Señor las que todavía no se han cumplido; y así como esta obra de los últimos días hasta ahora ha crecido y logrado fuerza y poder sobre la tierra, así continuará, y no hay poder bajo el reino celestial que pueda impedir su crecimiento o la consumación de todo lo que se ha predicho concerniente a ella. —C.R. de abril, Journal of Discourses, tomo 25, págs. 97-101 (1884).
JOSÉ SMITH, EL JOVEN. Encierra para mí una dulce fascinación contemplar su niñez y juventud. Me deleito en contemplar la inocencia y la ingenua sencillez de su mocedad. Da testimonio de que fue honrado, que lo guio el Espíritu de Dios para cumplir su misión maravillosa. ¿Cómo podía un niño de esa edad ser impelido por otros motivos que no fuesen honrados hacia el cumplimiento de su alto y santo llamamiento? Fue conducido a hacer lo que hizo por la inspiración de su Padre Celestial; de eso estoy seguro.
Fue igual que tantos otros niños; sus juegos como los de sus compañeros; sus pensamientos, semejantes a los de la mayoría de los niños, fueron inocentes y, consiguientemente, era incapaz de las pilladas y confabulación que le achacan sus enemigos. Aunque pobres, sus padres fueron honrados y buenos; se deleitaban en la verdad y sus deseos sinceros eran vivir de acuerdo con la mejor luz que había en ellos. En sus corazones y hechos expresaban el amor y la buena voluntad por todos, e inculcaron sentimientos parecidos en sus hijos. Eran firmes creyentes en Dios y confiaban en que El velaría por sus hijos. Frecuentemente habían recibido manifestaciones de su amorosa bondad en sueños, visiones e inspiraciones, y Dios había sanado a sus pequeñitos, en respuesta a sus oraciones, cuando estaban casi a punto de morir. En tal ambiente se crio ese joven. José fue un niño notablemente quieto y de buenos modales que ocasionó poca o ninguna dificultad a sus padres. Desde la temprana edad de ocho años manifestó que, además de ser considerado, dócil y de carácter dulce y amoroso, también poseía los principios fundamentales de un buen carácter, el afecto filial, la paciencia, resignación, valor.
Concerniente a sus manifestaciones espirituales, ¿será razonable suponer que pudo haber habido engaño premeditado por parte del jovencito, este destacado jovencito, en su sencilla afirmación de lo que vio y oyó? No; ni tampoco pudo haberse fabricado en la propia mente del joven la respuesta que le comunicó el mensajero celestial. En años posteriores, el testimonio de José Smith, concerniente a su manifestación celestial, fue tan sencillo, franco, claro y verdadero como lo había sido en su juventud; la fidelidad, valor y amor inculcados en su juventud, y que caracterizaron esa época de su vida, ni fluctuaron ni cambiaron al llegar a la edad madura. Su sabiduría vino en las revelaciones que recibió de Dios. Una manifestación notable de su carácter era su amor por los niños. Nunca veía a un niño sin sentir el deseo de tomarlo en sus brazos y bendecirlo, y a muchos bendijo de esta manera, tomándolos en sus brazos y sobre sus rodillas. Yo mismo me he sentado sobre sus rodillas. A tal grado lo complacían los niños, que se tomaba toda molestia para hablarle a un pequeñito, y esto para mí es una característica notable del hombre verdadero. También sentía un amor igualmente verdadero por la raza humana. Yo sé, y he sabido desde mi niñez, que era un profeta de Dios, y creo en su misión divina con todo el corazón, así como en la autenticidad e inspiración de las revelaciones que recibió, y el Libro de Mormón que él ayudó a sacar a la luz. —Improvement Era, tomo 21, pág. 167 (diciembre de 1917).
JOSÉ SMITH FUE UN RESTAURADOR. Me parece que no es correcto considerar a José el Profeta como uno que combatió antiguos conceptos, en el sentido de que estableció nuevos principios y doctrinas. Es cierto que luchó contra las formas religiosas existentes, pero fue meramente el instrumento, en la providencia de Dios, para restaurar las antiguas verdades del evangelio eterno de Jesucristo, el plan de salvación, que es más antiguo que la raza humana. También es cierto que sus enseñanzas fueron nuevas para los de su época, porque habían apostatado de la verdad; pero los principios del evangelio son las verdades más antiguas que existen. Fueron nuevas para la generación de José, cómo lo son en parte para la nuestra, porque los hombres se habían extraviado, andaban a la deriva, echados acá y allá por todo viento nuevo de doctrina que habían propuesto hombres astutos, progresistas así llamados. Esto constituyó al Profeta José en un restaurador, no un destructor, de verdades antiguas; y esto no nos justifica en descartar los principios sencillos y fundamentales del evangelio para correr en pos de las novedades y caprichos doctrinales modernos. —Improvement Era, tomo 15, pág. 737 (junio de 1912).
OTRAS ESPOSAS DE JOSÉ SMITH EL PROFETA. Puedo afirmar positivamente, basado en evidencia irrebatible, que José Smith fue el autor bajo Dios, de la revelación sobre el matrimonio plural. Tenemos al respecto la deposición de William Clayton, secretario particular de José Smith, de que él escribió la revelación tal como salió de la boca del Profeta, y que él mismo selló a Lucy Walker en matrimonio plural como esposa de José Smith en la propia residencia de éste, el día primero de mayo de 1843. Esta dama aún vive en Salt Lake City, y está dispuesta a testificar de este hecho en cualquier momento. Siguen los nombres de otras jóvenes que fueron selladas al profeta José Smith en Nauvoo, como lo testifican ellas mismas bajo juramento, y esto fue durante la vida del profeta: Eliza R. Snow, Sarah Ann Whitney, Helen Mar Kimball, Fanny Young (hermana de Brigham Young) y Rhoda Richards (hermana de Willard Richards, el mismo que se hallaba con el Profeta al tiempo de su martirio en la cárcel de Carthage). Todas estas nobles mujeres han testificado, bajo juramento, dando nombres y fechas, que fueron selladas al profeta José Smith durante su vida. Estos hechos se han publicado en el Historical Records de Andrew Jenson, así como en el Deseret News en años pasados; y yo sé, por el carácter estable y virtuoso de estas nobles mujeres, que sus testimonios son verdaderos.
Un examen cuidadoso de la revelación sobre el matrimonio plural debería convencer a cualquier hombre sincero de que Brigham Young nunca la escribió, pues contiene referencias al propio José Smith y a su familia, cosa que habría sido totalmente absurda e inútil si el presidente Young la hubiese escrito. El hecho es que tenemos la deposición de Joseph C. Kingsbury, en la que certifica que él copió el manuscrito original de la revelación a los tres días de haberse escrito. Yo conocí bien a Joseph C. Kingsbury. Además, Hyrum Smith leyó la revelación a una mayoría de los miembros del sumo consejo en Nauvoo cerca de la fecha en que se recibió, y este hecho lo han afirmado bajo juramento los miembros del sumo consejo. —Improvement Era, tomo 5, pág. 988 (octubre de 1902).
¿QUÉ NOS ENSEÑA EL MARTIRIO DE JOSÉ Y DE HYRUM? ¿Qué nos enseña el martirio? La importante lección de que «donde hay testamento, es necesario que intervenga la muerte del testador» (Hebreos 9:16), para darle vigencia. Además, la sangre de los mártires es verdaderamente la semilla de la Iglesia. El Señor permitió el sacrificio para que el testimonio de esos hombres virtuosos y justos se levantara como testigo en contra de un mundo perverso e injusto. Por otra parte, fueron ejemplos del maravilloso amor del que habló el Redentor: «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15:13). Manifestaron este amor maravilloso a los santos así como al mundo; porque antes de emprender el viaje a Carthage, ambos comprendieron y expresaron su convicción de que iban a su muerte. Pudieron haber escapado; de hecho, pocos días antes habían salido rumbo a las Montañas Rocosas, pero volvieron a causa de los temores infundados de falsos amigos, quienes los acusaron de estar huyendo de peligros igualmente graves para la paz y felicidad de los miembros de la Iglesia, como posiblemente para ellos mismos. En el Libro de Job leemos estas palabras de Satanás: «Todo lo que el hombre tiene dará por su vida.» En lo que concierne al siervo verdadero, y donde existe el amor perfecto, ¡esto no es verdad! José y Hyrum regresaron y tranquilamente fueron a la muerte, considerando que sus vidas ningún valor tenían para ellos si eran desestimadas por sus amigos, o si era menester sacrificarlas para la protección de sus dignos discípulos. Su valor, su fe, su amor por el pueblo no tenían límite, y por su pueblo dieron cuanto tenían. Tal devoción y amor disiparon toda duda de los pensamientos de aquellos que gozaban de la comunión del Espíritu Santo, en cuanto a si estos buenos y leales hombres efectivamente eran siervos autorizados del Señor.
Este martirio siempre ha sido una inspiración para el pueblo del Señor. Les ha ayudado en sus pruebas individuales, les ha dado el valor para seguir el camino de la rectitud y conocer la verdad y vivir de acuerdo con ella; y siempre deben retenerlo como memoria sagrada los Santos de los Últimos Días que han aprendido las grandes verdades que Dios reveló por medio de su siervo José Smith. —Juvenile Instructor, tomo 51, pág. 381 (junio de 1916).
AUTORIDAD DIVINA DE JOSÉ SMITH Y DE SUS SUCESORES. Doy mi testimonio a vosotros y al mundo de que José Smith fue levantado por el poder de Dios para poner los fundamentos de esta gran obra de los postreros días, para revelar la plenitud del evangelio al mundo en esta dispensación, para restaurar el sacerdocio de Dios al mundo, mediante el cual los hombres puedan obrar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y sea aceptado por Dios, pues será por su autoridad. Doy mi testimonio de ello; sé que es verdad.
Doy mi testimonio de la autoridad divina de los que han sucedido al profeta José Smith en la presidencia de la Iglesia. Fueron hombres de Dios; yo los conocí; me asocié íntimamente con ellos, y así como un hombre puede conocer a otro mediante el conocimiento íntimo que tiene de él; del mismo modo yo puedo dar testimonio de la integridad, el honor, la pureza de vida, la inteligencia y la divinidad de la misión y llamamiento de Brigham, de John, de Wilford y de Lorenzo. Fueron inspirados de Dios para cumplir la misión a la cual fueron llamados, y yo lo sé. Doy gracias a Dios por ese testimonio y por el espíritu que me inspira y me impele hacia estos hombres, hacia su misión, hacia este pueblo, hacia mi Dios y mi Redentor. Doy las gracias al Señor por ello, y sinceramente ruego que nunca se aparte de mí, por los siglos de los siglos. —Improvement Era, tomo 14, pág. 74 (noviembre de 1910).
SE VE LA MANO ORIENTADORA DE DIOS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA. Con relación a este asunto, tal vez me sea propio, consecuente y oportuno expresar que cada miembro particular de la Iglesia que se ha reunido aquí esta mañana, es un hombre o una mujer libre, y que posee en el máximo grado todas las habilidades y características de la libertad, independiente en lo que atañe a actos de opción personales, de cualquier otro hombre y cualquier otra mujer que estén presentes. Siendo esto un hecho, y es un hecho, la unanimidad manifestada por parte de la congregación referente a los pasos que se han dado, corroboran la creencia y la afirmación que hago, de que los miembros de esta congregación ciertamente están de conformidad con la voluntad del Padre. Están unidos; están de acuerdo; sus simpatías están el uno con el otro y con la causa que representan. Sus corazones se hallan en la obra a la cual se dedican, y esto por motivo de su elección, ya que han considerado detenidamente todos los asuntos relacionados con su posición en la Iglesia y con el paso que han dado hoy; han mostrado voluntariamente, sin coerción, sin compulsión, sin restricción, salvo el constreñimiento de sus propias conciencias, que están completamente de acuerdo, que son uno, y por tanto, tienen el derecho de ser reconocidos por el Maestro como propiedad de Él. Creo que en ninguna parte del mundo se puede encontrar a un pueblo más libre, más independiente o más inteligente, con mayor libertad para escoger el curso que va a seguir, la obra que va a realizar y en todo a lo que a ellos atañe, que los Santos de los Últimos Días. No hay miembro acreditado de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en ninguna parte del mundo hoy, que no lo sea por causa de la independencia de su carácter, por motivo de su inteligencia, sabiduría y habilidad para juzgar entre lo recto y lo incorrecto y entre el bien y el mal. No hay miembro acreditado de la Iglesia de Jesucristo en ninguna parte, si está viviendo como es debido, que no alzaría la mano contra la maldad, contra el error, contra el pecado, contra la transgresión de las leyes de Dios, contra la injusticia o vicio de cualquier clase, con igual libertad e independencia y con igual firme determinación que cualquier otro hombre o mujer en el mundo. Me siento agradecido por tener el privilegio en este momento de expresar este concepto mío y mi firme creencia y conocimiento del verdadero carácter de los Santos de los Últimos Días por todo el mundo. Y cuando digo Santos de los Últimos Días, me refiero a los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días fundada por Dios, por conducto del profeta José Smith, a quien Dios eligió, ordenó, habilitó y autorizó para poner los fundamentos de la Iglesia de Jesucristo, para nunca más ser destruida ni dejada a otro pueblo, para nunca más cesar, sino para continuar hasta que los propósitos de Dios lleguen a su madurez y se realicen para la salvación de los hijos de los hombres y para la redención de los vivos y de los muertos que fallecieron sin el conocimiento del plan de vida y salvación. Al decir esto, estoy declarando los resultados de mi experiencia en mi asociación con hombres tales como los que establecieron los cimientos de la Iglesia de Jesucristo, desde el profeta José Smith hasta este momento.
En mi niñez conocí al profeta José Smith. En ella sentía la misma intimidad en su hogar, con su familia, como bajo el techo de mi propio padre. He retenido el testimonio del Espíritu que se me inculcó cuando niño, y el cual recibí de mi santa madre: la firme creencia de que José Smith era un profeta de Dios; que fue inspirado como ningún otro lo fue en su generación, o por siglos antes; que Dios lo había escogido para poner el fundamento del reino así como de la Iglesia de Dios; que por el poder de Dios él pudo sacar a luz la historia de los antiguos habitantes de este continente para revivir y revelar al mundo la doctrina de Jesucristo, no sólo como la enseñó entre los judíos en Judea, sino como también la enseñó, como también fue escrita, con mayor sencillez y claridad en este continente, entre los descendientes de Lehi. En mi niñez quedé profundamente impresionado por el pensamiento, y por la creencia en mi alma de que las revelaciones que se habían dado a José el Profeta, y por conducto de él, cual se hallan en este libro de Doctrinas y Convenios, eran la palabra de Dios tal como lo eran las palabras de los antiguos discípulos cuando daban testimonio del Padre y del Hijo. Esa impresión grabada en mi niñez me ha acompañado en todas las vicisitudes de más de sesenta años de experiencia real y práctica en el campo de la misión entre todas las naciones del mundo, y en casa en medio de los siervos autorizados de Dios que oficiaban en el nombre del Padre y del Hijo para propagar, edificar e impulsar hacia adelante la obra inaugurada por medio del joven José Smith.
También en mi niñez se me instruyó a creer en la divinidad de la misión de Jesucristo. Mi madre, que fue verdaderamente una santa, me enseñó que Jesucristo es el Hijo de Dios, que de hecho no era otro sino el Unigénito de Dios en la carne y que, por tanto, no tiene otro Padre y autor de su existencia en el mundo sino Dios el Padre Eterno. Estas enseñanzas las recibí de mi padre, del profeta José Smith, por conducto de mi madre, la cual aceptó el evangelio porque creyó en el testimonio de José Smith, y en el honor, integridad y veracidad de su esposo; no me he desprendido de esa creencia en todos los días de mi niñez ni en todos los años que he pasado en el mundo. Por cierto, jamás ha habido ninguna duda grave en mi mente, ni aun en mi niñez; y aun cuando sólo podía entender imperfectamente las cosas relacionadas con la divinidad de la misión del Hijo de Dios, yo la aceptaba como verdadera en el sentido de que solamente podía ser verdadera; porque en ningún otro respecto, sino en el sentido literal, según se describe en las Escrituras de verdad divina y en los testimonios de los profetas, puede ser cierto que Jesucristo es el Hijo de Dios. Yo lo creo; lo he creído toda mi vida; pero le debo al profeta José Smith la firme e inalterable confirmación de esa creencia, hasta que en mi alma ha llegado a ser un conocimiento de la verdad; y en tanto que he continuado en la palabra del Señor, yo creo que he sido conducido a conocer la verdad. Creo que poseo esa libertad que viene de conocer la verdad, que enseña a todos los hombres rectitud, virtud, honor, fe, caridad, perdón, misericordia, longanimidad, paciencia y devoción a lo que es bueno y abstinencia de lo que es malo.
«La verdad os hará libres.» ¿Libres de qué? Del error, libres de la duda y la incertidumbre, libres de la incredulidad, de los poderes de las tinieblas, libres de la posibilidad de ser tentados más de lo que vuestras fuerzas puedan soportar, y más bien, resistir el error y huir aun de la apariencia del pecado. Esta verdad convierte al hombre en un Santo de los Últimos Días. Este conocimiento de la verdad os hace libres para adorar a Dios y amarlo con todo vuestro corazón y mente y fuerza, y para hacer lo que de esto sigue: amar a vuestro prójimo lo más que os sea posible como os amáis a vosotros mismos.
La verdad que yo he recibido me enseña que José Smith fue un profeta de Dios, me enseña a aceptar, sin más condición que la aceptación completa y libre de esa verdad, que Dios Omnipotente, el Padre de Jesucristo, el Padre de nuestros espíritus, el Hacedor del cielo y de la tierra, condescendió descender en persona a esta nuestra madre tierra, acompañado de su Hijo Amado, para manifestarse a José Smith. Yo lo creo. La verdad me ha hecho sentir que debe ser cierto. No puede ser error, porque el Señor Dios Omnipotente nunca habría erigido la estructura que ha levantado sobre el testimonio del profeta José Smith, si se estuviese fundada sobre el error o la mentira. Los de este pueblo jamás habrían podido combinarse y adherirse el uno al otro; jamás podrían haberse unido; nunca habrían estado en tan perfecto acuerdo; nunca habrían podido ser uno, para que Dios los reconociera como suyos, si hubiésemos estado edificando sobre el error. Si nuestros fundamentos estuvieran basados en la mentira y la injusticia, esto no podría suceder. Más el Señor constituye su base. José Smith no fue el fundamento; él no fue el responsable, sino al grado que obedeció a la voluntad del Padre. Dios es el responsable de esta obra. Del Señor Omnipotente provienen las promesas concernientes a esta obra, no de José Smith, no de Hyrum Smith. Ningún otro hombre ha declarado promesas verdaderas referentes al futuro de Sión y la edificación del reino de Dios sobre la tierra, a menos que Dios lo haya inspirado para que tal hiciera. El hombre de sí mismo nunca ha hecho nada de esto. El Señor está por debajo; el Señor está por encima; el Señor está por en medio de toda su obra, y cada fibra de la misma está en sus manos y se mueve por su poder extraordinario y por la inspiración de su Santo Espíritu. Este es mi testimonio a vosotros.
Creo en la divinidad de Jesucristo porque, más que nunca, estoy más próximo a la posesión del conocimiento verdadero de que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios viviente, mediante el testimonio de José Smith contenido en este libro de Doctrinas y Convenios, de que él lo vio, de que lo oyó, de que recibió instrucciones de Él, que obedeció dichas instrucciones y que hoy se levanta ante el mundo como el último grande y real testigo viviente de la divinidad de la misión de Cristo y de su poder para redimir al hombre de la muerte temporal y también de la segunda muerte, que resultará de los propios pecados del hombre a causa de su desobediencia a las ordenanzas del evangelio de Jesucristo. Gracias a Dios por José Smith. Habiendo aceptado esta gran verdad y su narración de la misma, creo en su misión. El acontecimiento más grande que se ha verificado en el mundo, desde la resurrección del Hijo de Dios del sepulcro y su ascensión a los cielos, fue la visita del Padre y del Hijo al joven José Smith con objeto de preparar el camino para poner los fundamentos de su reino—no el reino del hombre— para nunca jamás cesar ni ser derribado. Habiendo aceptado esta verdad, encuentro que es fácil aceptar todas las demás verdades que él anunció y declaró durante su misión de catorce años en el mundo. Jamás enseñó una doctrina que no fuera verdadera; nunca practicó una doctrina que no le fuera mandado a obedecer. Jamás defendió el error. Él no fue engañado; él vio; oyó; hizo lo que le fue mandado hacer; y por tanto, Dios es el responsable de la obra efectuada por José Smith, no José Smith. El Señor es responsable, no el hombre.
Me da gozo expresar a esta congregación mi conocimiento de los sucesores de José Smith. Ellos me criaron en parte, podríamos decir. En otras palabras, viajé con ellos por los desiertos, al lado de mi yunta de bueyes, siguiendo al presidente Brigham Young y sus coadjutores, hasta estas llanuras desoladas, desoladas cuando por primera vez llegamos a este valle. ¡Creía en él en esa época, y lo conozco ahora! Creí en sus colaboradores, y los conozco ahora, porque viví con ellos; dormí con ellos; viajé con ellos; los escuché predicar, enseñar y exhortar, y vi su sabiduría, que no era la sabiduría del hombre, sino de Dios Omnipotente. Cuando el presidente Young plantó su pie en este lugar desértico, lo hizo en medio de persuasiones, oraciones y peticiones por parte de los Santos de los Últimos Días que habían salido y llegado a las costas de California, esa tierra hermosa, rica, semitropical, con una abundancia de recursos que ninguna región interior podría poseer, invitando y llamando a colonos de ésa época, y precisamente la clase de colonos que el presidente Brigham Young pudo haber llevado allí; personas honradas, personas firmes en su fe, que estaban fundadas en el conocimiento de la verdad y la justicia y en el testimonio de Jesucristo, que es el espíritu de profecía, y en el testimonio de José Smith, que era una confirmación del Espíritu de Cristo y de su misión.
Estas personas suplicaron al presidente Young: «Venid con nosotros —decían— vayamos a la costa. Vayamos donde las rosas florecen todo el año, donde la fragancia de las flores perfuma el aire de mayo a mayo, donde reina la belleza, donde se encuentran los elementos de la riqueza y sólo falta desarrollarlos. Venid con nosotros.»
«No —dijo el presidente Young— permaneceremos aquí y haremos que el desierto florezca como la rosa. Daremos cumplimiento a las Escrituras permaneciendo aquí.»
Yo le oí decir a uno de los jóvenes del Batallón (Mormón) que volvió de California con una pequeña bolsa de cuero llena de pepitas de oro y la sacudió en la cara del presidente Young: «¡Mire lo que podríamos lograr si nos fuésemos a California! La tierra está llena de oro.» Pero el presidente Young lo señaló con el dedo (yo estaba presente, y lo vi y oí) y le dijo: «Hermano—, usted puede ir a California si quiere. Los que quieran ir pueden hacerlo, pero nosotros nos quedaremos aquí; y quiero decirle que los que permanezcan aquí y obedezcan este consejo, en pocos años podrán comprar, no una sino diez veces, cuanto tenga cada uno de los que vayan a California.» (El obispo George Romney: «Es verdad; yo conozco a ese hombre.»)
Pero, válgame, ¿qué sabía el presidente Young acerca de Utah en aquella temprana época? No sabíamos que hubiese siquiera un pedazo de carbón en la tierra. Yo mismo pasé el primer otoño e invierno después de nuestra llegada a este valle acarreando leña desde el Cañón de Millcreeck y el de Parleys; y durante ese otoño e invierno transporté desde dichos cañones cuarenta cargas de leña con mis bueyes y carro. Con cada carga que cortaba y transportaba se disminuía el abastecimiento de leña para lo futuro; y me decía a mí mismo: «¿Qué haremos cuando se agote la leña? ¿Cómo viviremos aquí cuando no tengamos más combustible?, porque se está acabando rápidamente. Seguí en esa ocupación hasta que llegué a tardar tres días en las montañas con mi carro y mi yunta de bueyes para poder completar una carga de leña que usaríamos en el invierno, y ¿qué íbamos a hacer? No obstante, el presidente Young había dicho: «Este es el lugar».
Ordinariamente nuestro criterio y nuestra fe se habrían visto sujetos a una dura prueba, a causa de la decisión del Presidente, si no hubiéramos tenido confianza implícita en él. Si no hubiéramos sabido que era el portavoz de Dios, que era el sucesor verdadero y legítimo del profeta José Smith en la presidencia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, habríamos impugnado su sabiduría y habría titubeado nuestra fe en su promesa y palabra; pero no, creímos en él y permanecimos; y en lo que a mí concierne, todavía estoy aquí; y es mi intención permanecer aquí el tiempo que el Señor quiera que me quede. ¿Y qué ha resultado?
Nuestros buenos amigos del Este solían venir aquí en los primeros días para reprochamos. Decían: «Pero si esto es el cumplimiento de la maldición de Dios sobre vosotros. Habéis sido echados de las tierras fértiles de Illinois y de Misuri a un desierto, a una tierra de sal.»
Yo les decía: «Sí, aquí tenemos la sal suficiente para salvar al mundo, gracias a Dios, y con el tiempo encontraremos la manera de usarla.»
Pues bien, antes que por completo se acabara la leña en las montañas, descubrimos carbón allá en el condado de Summit, y entonces empezamos a descubrirlo en todas las montañas cercanas y seguimos descubriéndolo, hasta que por fin hemos sabido que tenemos suficiente carbón en Utah para abastecer de combustible al mundo entero por cien años, si quieren venir por él. Lo tenemos aquí mismo, en cualquier cantidad; y en California no lo hay, sino que tienen que venir aquí para obtener su carbón.
Hemos descubierto que esta región era en verdad la tierra de minas de oro, que aquí había abundancia de plata y oro, más que en California. Hemos descubierto ahora, que algunas de nuestras montañas prácticamente se componen de cobre, y los hombres están sacando millones de toneladas de cobre de las montañas, y por decir así, convirtiéndolo en dinero en el curso de sus negocios; y gracias al Señor que no tenemos que ir hasta Liverpool a comprar la sal que usamos para fabricar mantequilla. Aquí mismo la tenemos, tan buena y tan pura como la mejor que puedan traer de Inglaterra o de cualquier otra parte del mundo; y esta tierra de sal ha probado ser un beneficio, un consuelo y una bendición imposible de describir.
Cuando llegó aquí el ejército en 1858, necesitábamos balas para salir al encuentro del general Johnston y sus fuerzas que se aproximaban —no para matarlos, no queríamos las balas para matarlos; las queríamos sólo para amedrentarlos. Algunos de nuestros jóvenes salieron a las montañas con su pico y pala, y desenterraron plomo con una pequeña mezcla de plata. Trajeron el metal, improvisaron un horno pequeño y produjeron unas pocas toneladas de plomo. Tuve el honor de asociarme con esa pequeña compañía de hombres, y traje conmigo a casa unos quince o veinte kilos de plomo que sacamos del cerro con sólo el pico y la pala.
Cuando llegué aquí a la oficina para informar al presidente Young que había regresado de mi misión de más de tres años, el ejército se aproximaba y me dijo:
—Joseph ¿tienes caballo?
—Sí, señor —le respondí.
—¿Tienes rifle?
—Sí, señor.
—¿Tienes municiones?
—No, señor.
—Bien, preséntate al hermano Rockwood en la comisaría, y él te dará municiones; y toma tu rifle y sal al frente.
Volví a casa y pasé la noche en vela fabricando balas con el plomo que había traído de las montañas, me presenté al día siguiente al hermano Rockwood, recibí un pedazo de queso y unas galletas y me dirigí hacia el frente sobre mi caballo, acompañado de un hermano político. Pasé el invierno de 1858, y toda la primavera y parte del verano de 1859, vigilando las tropas del «Tío Sam», y jamás herimos a ninguno, ni uno solo. Jamás molestamos a un solo individuo; pero sí les estorbamos el paso, y pasaron todo el invierno en su campamento en Fort Bridger; y cuando les enviamos sal para salvarlos, la rechazaron porque tenían miedo de que hubiera en la sal algo más que el puro sabor; pero os aseguro que la sal era pura y buena.
Poco antes de esa época yo había sido labrador. Tenía que arar mi tierra y cultivarla, pero no tenía ni una hoja de pasto o heno para dar de comer a mis animales, y ¿cómo iba yo a realizar mi trabajo esa primavera? En esa época este valle producía muy poco heno. Enganché mis caballos y mi hermano y yo viajábamos unos noventa y seis kilómetros hacia el Norte y volvimos con dos cargas de pasto silvestre, y lo transportamos noventa y seis kilómetros para alimentar a nuestros animales a fin de poder arar nuestra tierra. Solía ponerme a pensar cómo íbamos a poder vivir en Utah sin alimento para nuestros animales. Justamente en esa época el Señor envió un puñado de semilla de alfalfa al valle, y Christopher Layton la plantó, la regó y maduró; y con este pequeño comienzo, Utah ahora puede producir una cosecha más abundante de heno que Illinois o Misuri. De modo que quedó solucionado el problema del heno y también el del carbón. Siguió el asunto de producir alimentos de la tierra. ¡Fue una maravilla! Un buen hombre cultivó su pequeña granja durante treinta años, sin variar, y recogía de cuatro mil quinientos a cinco mil kilos de trigo por hectárea anualmente en su granja durante ese período. De modo que la tierra es fértil, y todo es favorable aquí para Sión, donde el presidente Young determinó que él iba a permanecer; si no nos hubiésemos quedado aquí, es evidente que nos habrían sobrepujado y tragado las multitudes que se precipitaron hacia California.
Ahora bien, mis hermanos y hermanas, sé de lo que hablo respecto de estos asuntos, porque he pasado por cada uno de sus pormenores, por lo menos desde la expulsión de la ciudad de Nauvoo. En febrero de 1846 me hallaba en la orilla del río y vi al presidente Young, a los Doce Apóstoles y a cuantos de los habitantes de Nauvoo tenían tiros de animales o les era posible emigrar, cruzar el río Misisipí sobre el hielo. El río se congeló uno o dos días después por motivo de la fuerte helada, y esto les permitió cruzar de esa forma; y así se hizo patente la primera verdadera maravilla y manifestación de la misericordia y el poder de Dios, al formarse un camino a través del Missisipí de más de un kilómetro y medio de ancho en ese sitio, que nuestro pueblo pudo utilizar para emprender su viaje hacia el Oeste. Yo los vi partir; mi hermano iba con ellos, y me pregunté si lo volvería a ver. Permanecimos allí en Nauvoo hasta septiembre de 1846, cuando fue sitiada la ciudad a fuerza del cañón y el fusil, y mi madre y su familia se vieron obligados a llevar consigo cuanto pudieron sacar de la casa, su ropa de cama, ropa de vestir, el poco alimento que poseían, dejando los muebles y todo lo demás en la casa, y huyeron al otro lado del río, donde acampamos sin tienda ni abrigo hasta que terminó la guerra. Fue tomada la ciudad, y los miembros pobres que quedaron allí se vieron obligados a buscar abrigo en otra parte. Desde ese momento en adelante me he visto envuelto en el conflicto; lo he presenciado y experimentado desde el principio hasta el fin, y estoy satisfecho con mi experiencia.
Os doy testimonio de la divinidad de la obra a la cual estáis dedicados, y os doy testimonio y os testifico que ha sido el poder de Dios, no el de Brigham Young o de sus colaboradores, lo que ha conservado congregado al pueblo y lo ha unido. Por ese poder habéis podido llegar hasta aquí esta mañana, y al unísono y con las manos en alto habéis sostenido, en los puestos para los cuales fueron elegidos, a los hombres a quienes se ha llamado, nombrado y ordenado en virtud de la autoridad de Dios, para presidiros y enseñaros las cosas que es bueno enseñar y bueno saber y cumplir, lo cual traerá vida y salvación a quienes escuchen y sean obedientes.
El Señor os bendiga; el Señor bendiga a los puros de corazón en todo el mundo. Tenga misericordia el Señor de las naciones sufrientes que son afligidas por esta terrible calamidad de la guerra. Salve El a los pobres, a los necesitados y a los honorables entre los hijos de los hombres, para que finalmente lleguen al conocimiento de su verdad y puedan salvarse en su reino.
Mucho es lo que pudiera decirse. José Smith enseñó la edificación de templos. Me es difícil dar fin a mis palabras. José Smith fue el instrumento en las manos de Dios para revelar las ordenanzas de la casa de Dios que son esenciales para la salvación de los vivos y de los muertos. José Smith enseñó estos principios, y sus hermanos a quienes los enseñó han llevado a efecto sus indicaciones. Han puesto a prueba su doctrina; han obedecido sus consejos; lo han honrado a él y su misión y lo han sostenido como ningún otro hombre ha sido sostenido por pueblo alguno bajo los cielos de Dios. Así continuaremos sosteniendo a José el Profeta y la obra que ha efectuado entre los hijos de los hombres, y permaneceremos para siempre en la verdad con la ayuda de Dios. Así sea. Amén. —Sermón en el Salón de Asambleas de Salt Lake, el 8 de julio de 1917.
























