Anexos
Manera de conferir el sacerdocio.— Un sueño.
MANERA DE CONFERIR EL SACERDOCIO. Con objeto de evitar disputas que sobre este tema puedan surgir por motivo de la manera de proceder presentada en la página 132, llamamos la atención al hecho de que hasta recientemente, desde los días del profeta José Smith, las ordenaciones del sacerdocio se hacían directamente al oficio en el sacerdocio para el cual se había elegido y nombrado al receptor, siguiendo en substancia la siguiente forma:
En cuanto al Sacerdocio de Melquisedec.—»Por la autoridad (o en virtud de la autoridad) del santo sacerdocio y por la imposición de manos, yo (o nosotros) te ordeno (ordenamos) élder (o setenta, o sumo sacerdote, o patriarca, o apóstol, según el caso), en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y confiero (conferimos) sobre ti todos los derechos, poderes, llaves y autoridad pertenecientes a este oficio y llamamiento en el Santo Sacerdocio de Melquisedec, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.»
En cuanto al Sacerdocio Menor.—»Por (o en virtud de) la autoridad del santo sacerdocio, yo (o nosotros) pongo (o ponemos) mis (o nuestras) manos sobre tu cabeza y te ordeno (ordenamos) diácono (u otro oficio en el sacerdocio menor) en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y confiero (conferimos) sobre ti todos los derechos, poderes y autoridad pertenecientes a este oficio y llamamiento en el Sacerdocio Aarónico, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.»
Con respecto a la forma de proceder mencionada en la página 132, y la que se presenta en este anexo, cual lo han adoptado las autoridades dirigentes de la Iglesia desde el principio, nuestro amado y fallecido presidente Joseph F. Smith, cuando se le preguntó al respecto, decidió oficialmente: «Es una distinción sin diferencia» y «cualquiera de las dos es apropiada.»
Por tanto, las personas que han sido ordenadas de una u otra forma, poseen el derecho de oficiar en todos los deberes de sus correspondientes oficios en el sacerdocio.
HEBER J. GRANT
ANTÓN H. LUND
CHARLES W.
PENROSE
La Primera Presidencia
UN SUEÑO. (Anotado por el presidente Joseph F. Smith el 7 de abril de 1918.) Una vez tuve un sueño: para mí fue una cosa literal, fue una realidad.
Una vez, en una misión, me sentía muy agobiado. Estaba casi sin ropa y completamente sin amigos, con excepción de la amistad de un pueblo pobre, sin esclarecimiento y retraído. Me sentía tan rebajado en mi condición de pobreza, falta de inteligencia y conocimiento, de edad tan tierna, que difícilmente me atrevía a mirar a la cara de un hombre blanco.
Mientras me hallaba en tal condición, soñé que iba de viaje, y con la impresión de que debía apurarme, apurarme con todas mis fuerzas, por temor de que iba a llegar tarde. Corría por el camino con toda la rapidez posible, y estaba consciente de llevar sólo un pequeño atado, un pañuelo dentro del cual iba un pequeño bulto. No me di cuenta precisa de lo que era, ya que llevaba tanta prisa; pero por último llegué a una maravillosa mansión, si podía llamársele mansión. Parecía ser demasiado grande, demasiado hermosa para haber sido hecha a mano, pero pensé que sabía que ése era mi destino. Al dirigirme allí, con la prisa que llevaba, vi un letrero que decía «Baño». Rápidamente me desvié y entré en el baño y me lavé. Abrí este pequeño bulto que llevaba, y en él había una ropa blanca y limpia, cosa que no había visto por mucho tiempo, porque aquellos entre quienes vivía no se preocupaban mucho por dejar las cosas demasiado limpias. Sin embargo, esta ropa estaba limpia y me la puse. Luego corrí hacia lo que parecía ser una gran entrada o puerta. Toqué y se abrió la puerta, y el hombre que se presentó era el profeta José Smith. Me dirigió una mirada un poco reprensora, y las primeras palabras que dijo fueron: «Joseph, llegas tarde.» No obstante, sentí confianza y dije: «¡Sí, pero estoy limpio; me encuentro limpio!».
Me tomó de la mano y me condujo adentro, luego cerró la gran puerta. Sentí su mano tan palpable como la mano de cualquier otro hombre. Lo reconocí, y al entrar vi a mi padre y a Brigham Young y a Heber C. Kimball y a Willard Richards y a otros buenos hombres que yo había conocido, que estaban de pie en fila. Miré cual si fuera a través de este valle, y parecía estar lleno de una gran multitud de personas, pero en la plataforma se encontraban todos los que yo había conocido. Mi madre estaba sentada allí, con un niño en su regazo, y pude nombrar a todos cuyos nombres yo conocía, que estaban sentados allí, los cuales parecían hallarse entre los escogidos, entre los exaltados.
El Profeta se dirigió a mí: «Joseph—e indicando a mi madre— tráeme ese niño.»
Fui hasta donde estaba mi madre y levanté al niño, y me pareció que era un admirable varoncito. Lo llevé al Profeta y, al entregárselo, empuje mis manos contra su pecho, intencionadamente. Sentí el calor, —me encontraba solo, acostado sobre una estera, en lo alto de las montañas de Hawaii— nadie estaba conmigo. Pero en esta visión, empujé mi mano contra el cuerpo del Profeta y vi que una sonrisa pasaba por su rostro. Le entregué el niño y retrocedí unos pasos. El presidente Young avanzó dos pasos, mi padre dio un paso y formaron un triángulo. Luego José bendijo a ese niño, y cuando terminó de bendecirlo, todos volvieron a su lugar; es decir, Brigham y mi padre volvieron a su lugar en la fila. José me extendió el niño, quería que fuera y lo tomara de nuevo; y esta vez yo estaba resuelto a determinar si aquello era un sueño o una realidad. Quería saber lo que significaba. De modo que intencionalmente apreté mi cuerpo contra el del Profeta. Yo sentí el calor de su vientre y él se sonrió conmigo, como si hubiera comprendido mi propósito. Me entregó el niño, y yo lo devolví a mi madre y lo coloqué en su regazo.
Esa mañana, al despertar, yo era un hombre, aunque sólo un joven en cuanto a edad. No había nada en el mundo que yo temía. Podía enfrentarme a cualquier hombre, mujer o niño, y mirarlos a los ojos y sentir en mi alma que yo era un hombre hecho y derecho. Esa visión, esa manifestación y ese testimonio de que yo disfruté en esa ocasión me han hecho lo que soy, si es que soy alguna cosa buena, o limpia, o recta ante el Señor, si es que hay cosa buena dentro de mí. Esto me ha ayudado en toda prueba y en toda dificultad.
Ahora bien, ¿supongo que fue solamente un sueño? Para mí es una realidad. No podría haber habido cosa más real para mí. Sentí la mano de José Smith, sentí el calor de su vientre cuando empujé mi mano contra él. Vi la sonrisa en su cara. Cumplí con mi deber como él me lo indicó y, al despertar, sentí como si se me hubiese elevado de un barrio bajo, de una desesperación, de la miserable condición en que me hallaba: y aunque estaba desprovisto de ropa, o casi desprovisto, yo no temía a ningún hombre blanco ni a ninguna otra persona, y no le he tenido mucho miedo a nadie desde esa ocasión. Sé que fue una realidad, para indicarme mi deber, para enseñarme algo y para inculcar dentro de mí algo que no puedo olvidar. Espero que nunca se borre de mi mente.
FIN
























