Capítulo 4
El libre albedrío
LOS SANTOS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS SON UN PUEBLO LIBRE. Ahora presentaremos a la conferencia los nombres de las Autoridades Generales de la Iglesia, con el deseo sincero de que todos los miembros presentes, que por motivo de su recta conducta ante el Señor tienen este privilegio, expresen su voluntad de acuerdo con el albedrío dado de Dios, del que todo hombre en el mundo disfruta, y el cual no disminuye, sino al contrario aumenta en todos aquellos que han pactado con Dios por sacrificio y mediante la obediencia a los principios del evangelio. La libertad de los Santos de los Últimos Días jamás ha sido restringida o reducida ni un ápice por ser miembros de la Iglesia de Cristo; más bien ha crecido. No hay pueblo más libre sobre la faz de la tierra en la actualidad que los Santos de los Últimos Días. No están sujetos a la Iglesia con ataduras o cuerdas, sino por su propia convicción de la verdad; y cuando un hombre determina que ya está hastiado de lo que se llama «mormonismo», todo lo que tiene que hacer es manifestarlo, y desataremos el vínculo que lo une al cuerpo para que siga su propio camino, sin más sentimientos hacia él que los de simpatía y verdadera bondad fraternal, y deseándole aún las misericordias de Dios. Exclamaremos: «Padre, ten misericordia de él, porque no sabe lo que hace.» Porque cuando un hombre niega la verdad, cuando se aparta del camino recto, cuando rechaza el derecho que Dios tiene de aconsejar en los asuntos de los hombres, lo hace por ignorancia o perversidad intencional, y sólo despierta nuestra compasión hacia él. Así como el Salvador exclamó sobre la cruz, también nosotros exclamaremos con el mismo espíritu: «Padre, perdónalo; ten misericordia de él; porque no sabe lo que hace.» Por tanto, esperamos que en esta ocasión voten solamente los que son miembros acreditados de la Iglesia, pero esperamos que todos estos voten de acuerdo con su propia y libre voluntad, ya sea sí o no. Sin embargo, deseamos que claramente se entienda que no se discutirá en esta conferencia cuestión alguna relacionada con estos asuntos, porque éste no es lugar para discutir diferencias ni sentimientos que pueda haber en nosotros respecto de otros. Sin embargo, podemos manifestar nuestra aprobación o desaprobación levantando la mano; y si hay quien desapruebe, escucharemos y ajustaremos estas diferencias más tarde, pero no será aquí. —C.R. de octubre, 1903, pág. 84.
EL USO DE LA LIBERTAD Y EL CRITERIO HUMANO. Creo que en los dominios de la libertad y el ejercicio del criterio humano, todos los hombres deben ejercer el mayor cuidado de no cambiar o abolir las cosas que Dios ha dispuesto e inspirado que se hagan. Ha sido en este dominio de la libertad y el ejercicio del criterio humano donde se han cometido la mayoría de las iniquidades que han ocurrido en el mundo: el martirio de los santos, la crucifixión del propio Hijo de Dios y gran parte de la apostasía y desviación de la obra de la justicia y de las leyes de Dios han acontecido en este campo de la libertad y el ejercicio del criterio humano. En su infinita sabiduría y graciosa misericordia. Dios ha proporcionado maneras y ha mostrado a los hijos de los hombres el medio por el cual, aun en ios dominios de la libertad y el ejercicio de su propio criterio, ellos pueden recurrir individualmente a El con fe y oración, para indagar qué es lo que debe guiar y dirigir su juicio y sabiduría humanos; y no quiero que los Santos de los Últimos Días olviden que tienen este privilegio. Prefiero que procuren a Dios como consejero y guía, que seguir las alocadas arengas de los líderes políticos o dirigentes de cualquier otro culto. —C.R, de octubre, 1912, págs. 41, 42.
Los Sanios de los Últimos Días deben ejercer el libre albedrío. Deseamos que los Santos de los Últimos Días ejerzan la libertad mediante la cual han sido libertados por el evangelio de Jesucristo; porque tienen el derecho de discernir el bien del mal, ver la verdad y separarla del error; y es suyo el privilegio de juzgar por sí mismos y obrar de acuerdo con su propio libre albedrío, en lo que concierne a su elección de sostener o no sostener a los que han de ejercer las funciones presidenciales entre ellos. Deseamos que los Santos de los Últimos Días ejerzan su prerrogativa en esta conferencia, la cual es de votar, de acuerdo con lo que el Espíritu del Señor les indique, sobre los asuntos y hombres que les sean presentados. —C.R. de abril, 1904, pág. 73.
CÓMO SE OBTIENEN LAS BENDICIONES DE DIOS. Hay bendiciones pertenecientes al evangelio de Jesucristo y al mundo venidero que no se pueden lograr por la influencia personal ni comprarse con dinero, y las cuales ningún hombre puede obtener por su propia inteligencia o sabiduría, sino mediante el cumplimiento de ciertas ordenanzas, leyes y mandamientos que se han dado. Y convendría, según mi opinión, que los Santos de los Últimos Días continuaran teniendo presente que las bendiciones inestimables del evangelio les han sido conferidas a causa de su fe, que se ha logrado una remisión de los pecados por el bautismo y el arrepentimiento y que sólo podrán retener los dones y bendiciones que pertenecen a la vida eterna, si continúan fieles. Sin embargo, hay muchas bendiciones comunes a la familia humana de las cuales todos disfrutan, sin consideración a su situación moral o convicciones religiosas. Dios ha dado a todos los hombres un albedrío, y nos ha concedido el privilegio de servirlo o no servirlo, hacer lo que es recto o lo que es malo; y este privilegio se da a todos los hombres, pese a su credo, color o condición. Los ricos tienen este albedrío, lo tienen los pobres, y ningún poder de Dios priva al hombre de ejercerlo de la manera más amplia e irrestringida. Este albedrío se ha dado a todos; es una bendición que Dios ha conferido a la humanidad, a todos sus hijos en igual manera. No obstante. El nos hará rendir cuentas muy estrictas del uso que hagamos de este albedrío, y como le fue dicho a Caín así se dirá a nosotros: «Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta» (Génesis 4:7). Hay, sin embargo, ciertas bendiciones que Dios confiere a los hijos de los hombres sólo con la condición de que utilicen rectamente este albedrío. Por ejemplo, ningún hombre puede lograr la remisión de sus pecados sino mediante el arrepentimiento y el bautismo por la mano de uno que tenga la autoridad. Si queremos estar libres del pecado, de sus efectos, de su poder, debemos obedecer esta ley que Dios ha revelado, o nunca podremos obtener la remisión de los pecados. Por tanto, aun cuando Dios ha conferido a todos los hombres, sea cual fuere su condición, este albedrío para elegir el bien o el mal, no ha dado ni dará a los hijos de los hombres una remisión de sus pecados, sino mediante la obediencia a la ley por parte de ellos. De modo que todo el mundo yace en el pecado y se halla bajo condenación, dado que la luz ha venido al mundo y los hombres no quieren colocarse en una posición recta ante el Señor; y esta condenación pesa diez veces más sobre todos los que han obedecido esta ley y en un tiempo recibieron la remisión de sus pecados, pero han vuelto a la iniquidad y han olvidado o menospreciado los convenios que hicieron en las aguas de! bautismo. Todo hombre es bendecido con la fuerza de su cuerpo, con el uso de su mente y con el derecho de ejercer las facultades con las cuales ha sido dotado, en una manera que parezca buena a su vista, sin tomar en cuenta la religión. Pero Dios no ha permitido ni permitirá que el don del Espíritu Santo sea conferido a hombre o mujer alguno, sino mediante el cumplimiento de sus leyes. Por tanto, ninguno puede obtener la remisión de pecados; nadie puede recibir el don del Espíritu Santo; ningún hombre puede obtener revelaciones de Dios, ni recibir el sacerdocio, con sus derechos, poderes y privilegios; ninguno puede llegar a ser heredero de Dios y coheredero con Jesucristo, sino por el cumplimiento de los requisitos del cielo. Estas son bendiciones universales; son grandes e inestimables privilegios que corresponden al evangelio y al pían de vida y salvación, los cuales son libres y gratuitos para todos, de acuerdo con ciertas condiciones; pero de ellos ninguna persona bajo los cielos puede disfrutar, si no anda por las vías que Dios ha señalado para que pueda obtenerlas; y estos privilegios y bendiciones, una vez obtenidos, pueden perderse, y tal vez por toda la eternidad, a menos que continuemos firmes en el camino que se nos ha indicado seguir. Conviene, según mi opinión, que los Santos de los Últimos Días no pierdan de vista el gran privilegio que se les ha conferido. Nadie puede llegar a ser ciudadano del reino de Dios si no entra por la puerta; hay miles y decenas de miles, sí, millones de personas que jamás llegarán a ser ciudadanos del reino de Dios en este mundo, porque no ejercen, en un curso recto, el albedrío y poder que se les ha dado. No obstante, gozan de muchas de las bendiciones que son conferidas al mundo en común. El sol brilla sobre los malos y los buenos; pero el Espíritu Santo desciende únicamente sobre los justos y sobre aquellos cuyos pecados son perdonados. La lluvia desciende sobre los malos y sobre los buenos, pero los derechos del sacerdocio son conferidos, y la doctrina del sacerdocio destila como rocío del cielo socamente sobre las almas de aquellos que lo reciben en la manera que Dios ha señalado. La gracia del cielo, el recibimiento, por parte del Omnipotente, de su progenie sobre la tierra como sus hijos e hijas, sólo se pueden obtener mediante la obediencia a las leyes que El ha revelado. Las riquezas o los tesoros del mundo no pueden comprar estas cosas. Simón el Mago intentó comprar el poder para conferir el Espíritu Santo, pero Pedro le respondió; «Tu dinero perezca contigo.» Estas bendiciones, poderes y privilegios no se pueden comprar sino con la expiación de Cristo; no se obtendrán por influencia personal, riquezas, posición o poder, ni de ninguna otra manera, sino, en la forma directa que Dios ha decretado. Ahora bien, en tanto que los Santos de los Últimos Días estén conformes con obedecer los mandamientos de Dios y estimar los privilegios y bendiciones que reciban en la Iglesia, y utilicen su tiempo, sus medios, para honrar el nombre de Dios, para edificar a Sión y establecer la verdad y la justicia en la tierra, nuestro Padre Celestial, a cauga de su juramento y convenio, está obligado a protegerlos de todo enemigo que se les oponga, y ayudarlos a vencer todo obstáculo que fuere posible levantar en contra de ellos o poner en su camino; pero en cuanto una comunidad empieza a ensimismarse, a ser egoísta, a afanarse por las cosas temporales de la vida y a poner su fe en las riquezas, precisamente en ese momento el poder de Dios empieza a apartarse de ellos; y si no se arrepienten, el Espíritu Santo se retirará de ellos por completo y quedarán abandonados a sí mismos. Será quitado lo que les fue dado, perderán lo que tuvieron, porque no serán dignos de ello. Dios es justo así como misericordioso, y no debemos esperar favores de la mano del Omnipotente sino al grado que los merezcamos, por lo menos en los deseos sinceros de nuestro corazón; y el deseo y la intención no siempre producirán los resultados, a menos que nuestros hechos correspondan; porque estamos empeñados en una obra literal, una realidad, y debemos practicar y no sólo profesar. Debemos ser lo que Dios requiere que seamos, pues de lo contrario no somos su pueblo, ni la Sión que El tiene propuesto reunir y edificar en los postreros días sobre la tierra. —Journal of Discourses, tomo 24, págs. 173-178 (1884).
























