Capítulo 5
Dios y el Hombre
DIOS DIRIGE SU OBRA DE LOS POSTREROS DÍAS. No ha sido por la sabiduría del hombre que este pueblo haya sido dirigido en su curso hasta el día de hoy; ha sido por la sabiduría de aquel que es mayor que el hombre, cuyo conocimiento y cuyo poder son superiores a los del hombre; porque es a Dios, nuestro Padre, a quien debemos las misericordias que hemos disfrutado y la actual condición próspera de su pueblo en esta región entre las montañas, así como por todo el mundo. Tal vez no todos pueden percibir la mano del Señor. Habrá muchos que no pueden discernir la operación de la voluntad de Dios en el progreso y desarrollo de esta gran obra de los postreros días, pero hay quienes ven en toda hora y en todo momento de la existencia de la iglesia, desde su principio hasta ahora, la mano predominante y omnipotente de aquel que envió a su Hijo Unigénito a la tierra para ser el sacrificio por el pecado del mundo, para que así como fue levantado, en igual manera, por motivo de su justicia y poder y el sacrificio que ha hecho, pudiese El levantar hacia Dios a todos los hijos de los hombres que escucharan su voz, recibieran su mensaje y obedecieran su ley. —C.R. de abril, 1904, pág.2.
UN CONOCIMIENTO PERSONAL DE DIOS. No dependemos para ello de la palabra escrita, ni del conocimiento que poseyeron los antiguos profetas y apóstoles. Dependemos únicamente de Dios, cual se revela en la actualidad a los hombres y ministra en bien de ellos por el poder de su Santo Espíritu; y todos los hombres del mundo, no sólo los Santos de los Últimos Días, sino aquellos que nunca han aceptado el evangelio, tienen el mismo privilegio que tenemos nosotros, si andan por la vía que Dios ha señalado. Tienen el privilegio de llegar al conocimiento de esta verdad y entender estas cosas por sí mismos. Este conocimiento proviene a nosotros del Señor, no del hombre; éste no puede dar tal conocimiento. Puedo deciros lo que yo sé, pero no es conocimiento para vosotros. Si yo he aprendido algo mediante la oración, súplicas y mi perseverancia en querer saber la verdad, y os lo comunico, no será conocimiento para vosotros. Puedo deciros cómo podéis obtenerlo, pero no os lo puedo dar. Si recibimos este conocimiento, ha de venir del Señor. Él puede tocar vuestro entendimiento y vuestro espíritu de tal manera que podáis comprender perfectamente sin equivocaros; pero yo no puedo hacerlo. Podéis lograr este conocimiento mediante el arrepentimiento y la humildad, y buscando al Señor con íntegro propósito de corazón hasta encontrarlo. No está muy lejos; no es difícil allegarse a Él, si lo hacemos con un corazón quebrantado y un espíritu contrito, igual que Nefi en la antigüedad. Así fue como José Smith, en su juventud, recurrió a Él. Salió al bosque, se arrodilló y con humildad procuró sinceramente saber cuál de las iglesias era aceptable a Dios. Recibió la respuesta a su oración que ofreció desde lo más profundo de su corazón, y la recibió en una manera que no esperaba. —C.R. de octubre, 1899, pág. 71.
DIOS HABLA A LOS DE CORAZÓN SINCERO. En todas partes el Espíritu del Señor susurra a los de corazón sincero que son fieles, y les comunica la certeza de que su mano está continuamente extendida sobre su pueblo; que así como en lo pasado los ha preservado y librado de las manos de sus enemigos, también en lo futuro continuará preservándolos y librándolos, y causará que la ira de los malvados lo alabe y lleve a efecto sus propósitos con mayor rapidez. Tenemos toda la evidencia para convencemos de que la obra del Señor es una realidad, una obra progresiva, viviente y activa en la tierra. —C.R. de octubre, 1905, pág. 5.
DIOS CONSTANTEMENTE NOS TIENE PRESENTES. Deseo expresaros, mis hermanos y hermanas que hoy estáis aquí, mi firme y fija convicción de que Dios, el Padre Eterno, constantemente os tiene presentes. Está velando por su pueblo en toda esta tierra, y os recompensará de acuerdo con vuestra fidelidad en observar las leyes de la justicia y la verdad. No hay necesidad de que nadie tema en su corazón, si está consciente de haber vivido de acuerdo con los principios de verdad y rectitud tal como Dios lo ha requerido de su mano, al grado que su conocimiento y entendimiento se lo permiten. —C.R. de abril, 1904, pág. 2.
LA VOLUNTAD DE DIOS ES EXALTAR AL HOMBRE. Creemos que es la voluntad de Dios exaltar al hombre; que la libertad que viene de obedecer el evangelio de Jesucristo es la mayor medida de libertad que puede venir al individuo. No hay libertad que el hombre goce o finja gozar en el mundo, que no esté fundada en la voluntad y la ley de Dios, y de la cual la verdad no sea su principio y fundamento básicos. Es el error lo que produce la esclavitud; es la mentira lo que degrada a la raza humana. Son el error y la falta de conocimiento de las leyes y voluntad de Dios lo que coloca a los hombres a la par de la creación animal en el mundo; porque carecen de instintos más altos, principios más elevados, mayor incentiva, más nobles aspiraciones que el mundo animal, si no tienen alguna inspiración que provenga de una fuente superior a la del hombre mismo —C.R. de abril, 1904, pág. 4.
EL DERECHO DE DIOS DE REINAR EN EL MUNDO. Creo en la ley de Dios; creo que es suyo el derecho de reinar en el mundo. Creo que ningún hombre ha tenido o debe tener en su mente reparo válido alguno al gobierno de Dios y al dominio de Jesucristo en la tierra. Supongamos por un momento que Cristo estuviese aquí y que estuviese reinando en el mundo. ¿Quiénes estarían sujetos a su palabra de reprensión? ¿Quiénes estarían en desacuerdo con Dios y sin su confraternidad? ¿Sería el hombre justo?, ¿el virtuoso?, ¿la mujer pura y virtuosa?, ¿los puros y honrados de corazón?, ¿el íntegro?, ¿el sincero?, ¿aquellos que hacen la voluntad del cielo? ¿Se opondrían al dominio de Cristo si El viniera a reinar? No. Darían la bienvenida al dominio y reinado de Cristo en la tierra. Aclamarían su ley y reconocerían su soberanía. Correrían a reunirse en torno de su estandarte para sostener el propósito y la perfección de sus leyes y su justicia. ¿Quiénes, pues, serían desobedientes al gobierno de Cristo? El fornicario, el adúltero, el mentiroso, el hechicero, el que habla falso testimonio contra su prójimo, el que busca la manera de aprovecharse de su hermano, y a quien dominaría y destruiría para su propia ganancia o utilidad mundanas; el asesino, el que desprecia lo que es bueno, el incrédulo en las eternidades que tenemos ante nosotros, el ateo, tal vez, aunque creo que éste no se hallaría tan lejos de Cristo como algunos de los que profesan ser maestros de sus doctrinas e intérpretes de sus leyes. Serían los rebeldes, los inicuos, los que oprimirían al prójimo y lo esclavizarían si pudieran. Tales serían los que no verían con buenos ojos el reinado de Jesucristo. ¿Hay entre los de esta clase algunos que profesan ser Santos de los Últimos Días, que tendrían miedo de que Cristo reinara y gobernara?—C.R. de abril, 1904, pág. 4.
LA LECCIÓN DE LAS CALAMIDADES NATURALES. Hay en el gran mundo del género humano mucha injusticia social y civil, infidelidad religiosa y gran insensibilidad hacia la majestad, poder y propósito de nuestro Eterno Padre y Dios. Por tanto, a fin de poder hacer llegar a la mente del hombre el entendimiento de Él y sus propósitos, se requieren su intervención e interposición en la naturaleza y en los asuntos de los hombres. Sus propósitos se realizarán aun cuando sea necesario abatir por completo a los hombres con las convulsiones de la naturaleza, a fin de que lleguen a comprender y entender sus designios. Mientras permanezcan en el mundo las condiciones existentes, nadie queda exento de estos castigos.
Aun cuando ellos mismos tiemblan a causa de su propia iniquidad y pecados, los Santos de los Últimos Días creen que van a venir grandes juicios sobre el mundo por motivo de la iniquidad; firmemente creen en las palabras de las Santas Escrituras, de que sobrevendrán calamidades a las naciones como señales de la venida de Cristo en juicio. Creen que Dios reina en el fuego, en el terremoto, las irrupciones del mar, la erupción volcánica y la tormenta. Lo aceptan como Maestro y Señor de la naturaleza y sus leyes, y francamente reconocen su mano en todas las cosas. Creemos que se derraman sus juicios para que el género humano se dé cuenta de su poder y propósitos, a fin de que se arrepienta de sus pecados y se prepare para la segunda venida de Cristo a reinar con justicia sobre la tierra.
Firmemente creemos que Sión —que es los de corazón puro— escapará, si se esfuerza por hacer todas las cosas que Dios ha mandado; pero en caso contrario, aun Sión será visitada «con penosa aflicción, con pestilencias, con plagas, con la espada, con venganza y fuego devorador» (Doctrinas y Convenios 97:26). Todo esto para que su pueblo aprenda a andar a la luz de la verdad y en las vías del Dios de su salvación.
Creemos que el Señor manda estas graves calamidades naturales sobre los hombres para el bien de sus hijos, a fin de estimular su devoción para con otros y hacer surgir lo bueno que hay en ellos, para que puedan amarlo y servirlo. Creemos, además, que son los heraldos y señales de su juicio final, los ayos para enseñar al pueblo a que se prepare mediante una vida recta para la venida del Salvador a reinar sobre la tierra, cuando toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es el Cristo.
Si estas lecciones quedan grabadas en nosotros y en el pueblo de nuestro país, la angustia y la pérdida de vidas y de trabajo, aun cuando fueron lamentables, grandes y horrendas, no habrán sido en vano. — Improvement Era, tomo 9, págs. 651-654, (1905-06).
LA AMPLITUD DEL PODER DE DIOS. No creo en la doctrina sostenida por algunos de que Dios es solamente un espíritu, y de naturaleza tal que llena la inmensidad del espacio y está presente en persona o sin persona en todas partes, porque no puedo creer que sea posible que Dios fuese una persona, si llenara la inmensidad del espacio y estuviera presente en todas partes al mismo tiempo. Es irrazonable, una incongruencia física y teológica, imaginar que aun Dios, el Eterno Padre, pueda estar en dos lugares, como individuo, en el mismo momento. Es imposible. Mas su poder se extiende por toda la inmensidad del espacio; su poder se extiende a todas sus creaciones y su conocimiento las comprende a todas, y a todas las gobierna y conoce. —C.R. de abril, 1916, pág.4.
GUARDAOS DE LIMITAR A DIOS. Guardaos de los hombres que vienen a vosotros con herejías de esta clase, que os harían creer o sentir que el Señor Omnipotente, que hizo el cielo y la tierra y creó todas las cosas, está limitado a la capacidad del ser mortal en cuanto a su dominio en las cosas terrenales. —C.R. de abril, 1914, pág. 4.
LAS DESGRACIAS Y MALES NO SE PUEDEN ATRIBUIR A LA VOLUNTAD DE DIOS. Lo tenemos declarado en las revelaciones a José el Profeta, en el libro de Doctrinas y Convenios, que el Señor se desagrada en extremo sólo con aquellos que no confiesan ni reconocen «su mano en todas las cosas y no obedecen sus mandamientos». Ocurren muchas cosas en el mundo, en las cuales a la mayor parte de nosotros nos es muy difícil encontrar una razón firme para reconocer la mano del Señor. He llegado a creer que la única razón que he podido descubrir para que reconozcamos la mano de Dios en algunas cosas que suceden, es el hecho de que el Señor ha permitido lo que ha acontecido. Cuando dos hombres se dejan llevar de sus pasiones, su egoísmo e ira, al grado de contender y reñir uno con otro, y esta riña y contención conducen a la lucha física y la violencia entre ellos, me ha sido difícil descubrir la mano del Señor en lo ocurrido, aparte de que los hombres que de esta manera disputan, riñen y contienden uno con otro, han recibido de Dios la libertad de su propio albedrío para ejercer su propia inteligencia, juzgar entre lo bueno y lo malo por sí mismos y obrar de acuerdo con sus propios deseos. El Señor no tuvo por objeto que estos dos hombres riñeran, ni que se dejaran llevar por la ira al grado de provocar la violencia entre ellos, y tal vez el derrame de sangre. Dios jamás ha dispuesto tal cosa, y no podemos atribuirla al Omnipotente. Las personas se enferman, padecen dolor, penas y angustias. Yacen por meses, tal vez años, incapacitados física y mentalmente. Surge en ellos la pregunta: ¿Por qué lo permite el Señor? ¿Está la mano de Dios en este padecimiento? ¿Ha dispuesto Dios que las personas sufran? ¿Las ha tocado con su mano de aflicción? ¿Es el causante del mal que les ha sobrevenido? Muchos de nosotros estamos propensos a creer, o nos inclinamos hacia el ineficaz concepto de que las enfermedades que contraemos, las aflicciones que padecemos, los accidentes que nos suceden en la vida y las dificultades con que tropezamos en nuestro camino al viajar por la vida, pueden atribuirse ya sea a la misericordia o al desagrado de Dios. Algunas veces estamos propensos a acusar a Dios de haber causado nuestras aflicciones y dificultades; pero si pudiéramos ver como El ve, entender como El entiende; si pudiéramos seguir el curso del efecto hasta la causa, y desde luego, mediante el espíritu del entendimiento correcto, incuestionablemente descubriríamos que nuestras dificultades, padecimientos o aflicción son el resultado de nuestra propia indiscreción, o de la falta de conocimiento o de prudencia. No fue la mano de Dios lo que nos impuso la aflicción ni la dificultad. El albedrío que Él nos ha dado nos permite obrar por nosotros mismos—hacer, si queremos, las cosas que no son rectas, que contravienen las leyes de la vida y salud, que no son sabias y prudentes— y los resultados pueden ser graves para nosotros por motivo de nuestra ignorancia o nuestra determinación de persistir en lo que deseamos, más bien que sujetarnos a lo que Dios requiere de nosotros. —Improvement Era, tomo 20, pág. 821, (julio de 1917).
LA GUERRA DE DIOS. Dios es el principal hombre de guerra entre todos, y su Hijo le sigue; y la guerra que emprenden es para la salvación de las almas de los hombres. No habría necesidad de que ellos recurrieran a la violencia o la fuerza a fin de triunfar, si éstos se humillaran y obedecieran la verdad, porque al fin y al cabo, nada conquistará, nada triunfará, sino la verdad; y en lo que concierne a las guerras que hay en el mundo, no sólo deseamos ver que se instituya la paz entre los hijos de los hombres, sino también la justicia; pero sobre todo, la verdad, a fin de que se establezcan la justicia, la paz y la rectitud sobre este fundamento, y no tengan que depender de la codicia, orgullo, vanidad, malos deseos y sed de poder que hay en el hombre. —C.R. de octubre, 1914, pág. 129.
SOMOS A IMAGEN DE DIOS. Cuando el hermano Penrose ore, orará al Padre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, a cuya imagen y semejanza se nos ha hecho, o nacimos en el mundo, y a cuya imagen y semejanza somos, porque somos hijos de Dios y, por consiguiente, debemos ser semejantes a su Hijo en persona, como también espiritualmente, al grado que obedezcamos los principios del evangelio de verdad eterna. Porque fuimos preordinados y predestinados para llegar a ser conforme a su semejanza mediante el uso sabio y correcto de nuestro libre albedrío. —C.R. de octubre, 1914, pág. 8.
EL REPOSO DE DIOS. LOS profetas antiguos hablan de «entrar en el reposo de Dios». ¿Qué significa? Para mí, significa entrar en el conocimiento y amor de Dios, tener fe en su propósito y en su plan, al grado de saber que estamos en lo justo, que no estamos buscando otra cosa, que no nos perturba ningún viento de doctrina ni la astucia ni artificios de los hombres que acechan para engañar. Sabemos que la doctrina es de Dios y a nadie hacemos preguntas al respecto; los dejamos que sigan sus opiniones, sus ideas y sus extravagancias. El hombre que ha alcanzado la fe en Dios, al grado de que toda duda y temor han desaparecido de él, éste ha entrado en el «reposo de Dios» y no tiene por qué temer las extravagancias de los hombres, ni su astucia ni artimañas con las cuales intentan engañarlo y desviarlo de la verdad. Ruego que todos podamos entrar en el reposo de Dios, ese reposo de la duda, del temor, de la zozobra del peligro, de la agitación religiosa del mundo, de los clamores que se oyen acá y allá: He aquí el Cristo; helo allí; mirad, está en el desierto, salid a recibirlo. Al hombre que ha entrado en el reposo de Dios no lo perturbarán estas extravagancias de los hombres, porque el Señor le ha dicho, y nos lo dice a nosotros: No salgáis tras ellos; no vayáis a buscarlos; porque cuando venga Cristo, vendrá con las huestes del cielo en las nubes de gloria, y todo ojo lo verá. No tenemos necesidad de andar buscando a Cristo acá o allá, ni a los profetas aquí y allí. —C.R. de octubre, 1909, pág. 8.
INTELIGENCIA. Cristo heredó su inteligencia de su Padre. Existe una diferencia entre conocimiento e inteligencia pura. Satanás posee conocimiento, mucho más del que nosotros tenemos, pero carece de inteligencia; de lo contrario, sería obediente a los principios de verdad y justicia. Conozco a hombres que tienen conocimiento, que entienden los principios del evangelio, quizá tan bien cómo vosotros, que son excepcionales, pero que carecen de la cualidad esencial de la inteligencia pura. No quieren aceptar el evangelio ni rendirle obediencia. La inteligencia pura comprende no sólo el conocimiento, sino también el poder para aplicar ese conocimiento debidamente. —Palabras pronunciadas en una Conferencia de la Estaca de Weber.
LA IMPORTANCIA DE ESTAR BAIO LA INFLUENCIA DEL ESPÍRITU SANTO. Lo que ahora deseo grabar en la mente de mis hermanos que poseen el santo sacerdocio es que debemos vivir tan cerca del Señor, ser de un espíritu tan humilde, ser tan dóciles y dúctiles bajo la influencia del Espíritu Santo, que en toda circunstancia podremos conocer la disposición y voluntad del Padre concerniente a nosotros como individuos y como oficiales en la Iglesia de Cristo. Y cuando vivamos de tal manera que podamos escuchar y entender el susurro de la voz quieta y apacible del Espíritu de Dios, hagamos lo que ese Espíritu indica sin temor de las consecuencias. No importa que concuerde o no concuerde con los pensamientos de criticones o censuradores o los enemigos del reino de Dios. ¿Va de conformidad con la voluntad del Señor? ¿Concuerda con el espíritu de la gran obra de los postreros días en la que estamos empeñados? ¿Hay en los fines que persigue la probabilidad de adelantar la Iglesia y fortalecerla en la tierra? Si a esa dirección se inclina, hagamos lo que se nos indica, no importa qué digan o piensen los hombres. —C.R. de octubre, 1903, pág. 86.
EL OFICIO DEL ESPÍRITU SANTO. Conviene que los Santos de los Últimos Días, así como todos los hombres, lleguen a conocer al «único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien ha enviado». Pero, ¿podemos descubrir a Dios por medio de nuestra propia sabiduría? ¿Podemos sondar sus propósitos y comprender su voluntad con nuestra mera ingeniosidad y conocimiento? Me parece que hemos presenciado suficientes ejemplos de estos esfuerzos, por parte del mundo inteligente, para convencemos de que es imposible. Las vías y sabiduría de Dios no son como las del hombre. ¿Cómo, pues, podemos conocer al «único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien ha enviado?», porque el obtener este conocimiento sería lograr el secreto o llave de la vida eterna. Debe hacerse por medio del Espíritu Santo, cuyo oficio consiste en revelar las cosas del Padre al hombre y dar a nuestro corazón testimonio de Cristo, y de El crucificado y resucitado de los muertos. No hay otra manera o medio de lograr este conocimiento. ¿Cómo podremos obtener el Espíritu Santo? El método o manera está indicado claramente. Nos es dicho que tengamos fe en Dios, que creamos que El existe y que es galardonador de todos los que diligentemente lo buscan; que nos arrepintamos de nuestros pecados, subyuguemos nuestras pasiones, necedades y actos indecorosos; que seamos virtuosos, honrados y sinceros en todos nuestros tratos unos con otros; que hagamos convenio con Dios de que en adelante permaneceremos en los principios de la verdad y observaremos los mandamientos que Él nos ha dado, y entonces ser bautizados para la remisión de nuestros pecados por alguien que tenga la autoridad; y cuando se cumple con esta ordenanza del evangelio, podemos recibir el don del Espíritu Santo mediante la imposición de manos de aquellos que están investidos con la autoridad del sacerdocio. Así el Espíritu y poder de Dios, el Consolador, puede ser en nosotros como una fuente de aguas vivas que brotan a vida eterna. Nos dará testimonio del Padre, testificando de Jesús, y «tomará de lo que es del Padre y nos lo hará saber», confirmando nuestra fe, estableciéndonos en la verdad para que ya no seamos «llevados por doquiera de todo viento de doctrina», antes conoceremos «si la doctrina es de Dios» o del hombre. Tal es el curso; es sencillo, razonable y congruente. ¿Quién, teniendo habilidad común, no puede verlo o comprenderlo? De hecho, como lo expresan las Escrituras, está tan claro que «el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará».
Concertado este convenio, habiendo sido limpiados del pecado e investidos con el don del Espíritu Santo, ¿por qué no hemos de permanecer en la verdad, perseverar delante de Dios y continuar firmes en la gran obra que Él ha establecido sobre la tierra? Nunca debemos cesar de servirle, ni obstruir su misericordia y bondad para con nosotros, sino vivir siempre de tal manera que el Espíritu Santo pueda estar dentro de nosotros como fuente viviente, con objeto de guiarnos a la perfección y justicia, virtud e integridad delante de Dios hasta que cumplamos nuestra misión terrenal, desempeñando todo deber que sea requerido de nuestras manos. —Discurso en Saint George, 2 de abril de 1877. Journal of Discourses, tomo 19, págs. 20, 21.
ESPÍRITU SANTO, CONSOLADOR, SANTO ESPÍRITU. El Espíritu Santo, que es miembro de la Trinidad, no tiene un cuerpo de carne y huesos como el Padre y el Hijo, sino es un personaje de Espíritu. (Doctrinas y Convenios 130:22.)
El Santo Espíritu o Espíritu de Dios, términos que en ocasiones se usan indistintamente con el Espíritu Santo, es la influencia de Dios, la luz de Cristo o de Verdad, que procede de la presencia de Dios para llenar la inmensidad del espacio y vivificar el entendimiento de los hombres. (Doctrinas y Convenios 88:6-13.)
Si un hombre se bautiza y se le confiere el santo sacerdocio, y es llamado para efectuar deberes relacionados con dicho sacerdocio, no es necesario que siempre esté presente el Espíritu Santo con él en persona al estar cumpliendo con su deber, pero todo acto justo que efectúe legalmente estará en vigor y será reconocido por Dios, y cuanto mayor sea la porción del Espíritu de Dios que lo acompañe en su ministerio, tanto mejor para él, y aquellos a quienes ministre no sufrirán ninguna pérdida.
Por tanto, la presentación o «don» del Espíritu Santo sencillamente le confiere a un hombre el derecho de recibir en cualquier ocasión, cuando sea digno de ello y lo desee, el poder y la luz de verdad del Espíritu Santo, aunque con frecuencia podrá verse limitado a su propio espíritu y criterio.
El Espíritu Santo, como personaje de Espíritu, no tiene más poder que el Padre o el Hijo para ser omnipresente en cuanto a su persona, pero por su inteligencia y conocimiento, su poder e influencia sobre las leyes de la naturaleza y por en medio de ellas, Él está y puede estar omnipresente en todas las obras de Dios. No es el Espíritu Santo el que en persona ilumina a todo hombre que nace en el mundo, sino la luz de Cristo, el Espíritu de Verdad, que procede de la fuente de inteligencia, que penetra toda la naturaleza, que ilumina a todo hombre y llena la inmensidad del espacio. Podemos llamarlo el Espíritu de Dios, o la influencia de la inteligencia de Dios, o la sustancia de su poder, no importa qué nombre se le dé, es el espíritu de inteligencia que llena todo el universo y da entendimiento al espíritu del hombre, tal como Job lo expresa. (Job 32:8; Doctrinas y Convenios 88:3-13.)
Todo élder de la Iglesia que ha recibido el Espíritu Santo por la imposición de manos de uno que tiene la autoridad, posee la facultad para conferir este don a otro. De esto no se desprende que un hombre que ha recibido la presentación o don del Espíritu Santo, recibirá siempre el reconocimiento y testimonio y presencia del propio Espíritu Santo; o podrá recibir todos estos sin que el Espíritu Santo permanezca con él, sino que lo visitará de cuando en cuando (Doctrinas y Convenios 130:23); ni tampoco se deduce que el Espíritu Santo debe estar presente con un hombre cuando se lo confiere a otro; pero posee el don del Espíritu Santo, y dependerá de la dignidad de aquel a quien se confiere el don si ha de recibir el Espíritu Santo o no.
Vuelvo a repetir, el Espíritu Santo es un personaje de espíritu y constituye la tercera persona de la Trinidad. El don o presentación del Espíritu Santo es el acto autorizado de conferirlo al hombre. El Espíritu Santo en persona puede visitar a los hombres, y visitará a los que son dignos y dará testimonio de Dios y Cristo a su espíritu, pero puede ser que no permanezca con ellos. El Espíritu de Dios que emana de la Trinidad puede compararse a la electricidad o al éter universal, como se explica en nuestro manual, que llena la tierra y el aire y está presente en todas partes. Es el poder de Dios, la influencia que El ejerce en todas sus obras, mediante la cual puede realizar sus propósitos y ejecutar su voluntad, de conformidad con las leyes del libre albedrío que ha conferido al hombre. Por medio de este Espíritu todo hombre es iluminado, el malo así como el bueno, el inteligente y el ignorante, el noble y el humilde, cada cual de acuerdo con su capacidad para recibir la luz; y se puede decir que este Espíritu o influencia que emana de Dios constituye la conciencia del hombre, y jamás cesará de contender con él, hasta que llegue a poseer la inteligencia mayor que sólo puede venir por medio de la fe, el arrepentimiento, el bautismo para la remisión de pecados y el don o presentación del Espíritu Santo por uno que tenga la autoridad, —improvement Era, tomo 12, pág. 389 (marzo de 1909).
DIOS INSPIRA AL HOMBRE A CONOCER Y OBRAR. Me inclino a reconocer la mano de Dios en todas las cosas. Si veo a un hombre que ha sido inspirado con inteligencia, con habilidad y prudencia extraordinarias, me digo a mí mismo que es a Dios a quien debe esa prudencia y habilidad, y que sin la providencia o interposición del Omnipotente, no habría sido lo que es. Le debe al Señor Omnipotente su inteligencia, y todo lo que tiene, porque de Jehová es la tierra y su plenitud. Dios originó y diseñó todas las cosas, y todos somos sus hijos. Nacemos en el mundo como progenie suya, dotados de los mismos atributos. Los hijos de los hombres descienden del Omnipotente, sea que el mundo esté dispuesto a reconocerlo o no. Él es el Padre de nuestros espíritus; el que originó nuestros cuerpos terrenales. Vivimos y nos movemos y tenemos nuestro ser en Dios nuestro Padre Celestial; y habiendo nacido de El con nuestros talentos, habilidad y sabiduría, por lo menos debemos estar dispuestos a reconocer su mano en toda la prosperidad que nos acompañe en la vida, y atribuir a Él la honra y la gloria por todo lo que realicemos en la carne. Dependemos en manera particular del Omnipotente por todo lo que poseemos de carácter mundano. No hay hombre sobre la tierra que posea la sabiduría o la facultad de sí mismo para causar que brote ni siquiera un tallo de hierba, o producir un grano de trigo o de maíz, o ninguna fruta, legumbre o cosa material alguna que es esencial para el sostén, la felicidad y bienestar de una criatura humana en el mundo. Es cierto que podemos ir a la tierra, la encontramos preparada hasta cierto grado y cultivamos, aramos y plantamos, y recogemos la cosecha; pero Dios ha decretado que el fruto de nuestro trabajo quede sujeto y rinda obediencia a ciertas leyes que El mismo gobierna, y las cuales no ha puesto al alcance del poder del hombre. Este podrá jactarse de poseer mucha sabiduría; de haber realizado mucho en este siglo diecinueve; pero, si tan sólo lo supiera, la habilidad mediante la cual él lleva a efecto estas cosas proviene de Dios, su Padre, que está en los cielos. No posee el poder en sí ni de sí mismo.
Leí un pasaje de las Escrituras que dice algo de que «espíritu hay en el hombre». Si no dijera más, tal vez no habría cosa muy notable en cuanto al hombre; porque el espíritu del hombre sólo conoce las cosas del hombre, y las cosas de Dios se disciernen por el Espíritu de Dios. Pero aparte de que hay espíritu en el hombre, dice además que «el soplo del Omnipotente le hace que entienda». No hay hombre nacido en el mundo que no tenga una porción del Espíritu de Dios, y es este Espíritu el que comunica entendimiento al espíritu humano. Sin él, los hombres no serían sino otro animal, igual que el resto de la creación animal, sin entendimiento, sin criterio, sin destreza, sin más habilidad que para comer y beber como la bestia. Pero en tanto que el Espíritu de Dios da entendimiento a todo hombre, éste es iluminado para ser superior al animal. Es hecho a imagen de Dios mismo, de modo que puede razonar, reflexionar, orar, ejercer la fe; puede emplear sus energías para realizar los deseos de su corazón, y si se esfuerza en la debida dirección, entonces tiene derecho a una porción más grande del Espíritu del Omnipotente para inspirarlo a mayor inteligencia, a mayor prosperidad y felicidad en el mundo; pero al grado en que profana sus energías en obrar mal, la inspiración del Omnipotente le es retirada, hasta que llega a tal condición de tinieblas y obscurantismo, que en lo que concierne a su conocimiento de Dios, es tan ignorante como un animal irracional.
Además, ¿a dónde vamos? Llegamos aquí y peregrinamos en la carne por una corta temporada y entonces dejamos de ser. Toda alma que nace en el mundo morirá; no hay quien haya escapado de la muerte, sino aquellos a quienes Dios ha concedido, por el poder de su Espíritu, que vivan en la carne hasta la segunda venida del Hijo del Hombre; pero finalmente tendrán que pasar por la experiencia crítica conocida como la muerte. Podrá ser en un abrir y cerrar de ojos, y sin dolor o sufrimiento; pero tendrán que pasar por el cambio, porque el decreto irrevocable del Omnipotente fue: «El día en que de él comieres ciertamente morirás.» Tal fue el decreto del Omnipotente y se aplica a
Adán, es decir, a toda la raza humana, porque Adán significa muchos, y se refiere a vosotros, y a mí, y a toda alma que vive y lleva la imagen del Padre. Todos tendremos que morir; pero, ¿es el fin de nuestro ser? Si existimos antes de venir, ciertamente continuaremos esta existencia al salir de aquí. El espíritu continuará existiendo como antes, con las ventajas adicionales consiguientes al haber pasado por esta probación. Es absolutamente necesario que vengamos a la tierra y tomemos cuerpos sobre nosotros, porque sin cuerpos no podríamos ser como Dios o como Jesucristo. Dios tiene un cuerpo de carne y huesos. Es un ser organizado tal como nosotros que hoy estamos en la carne. Jesucristo nació de su madre, María; tuvo un cuerpo de carne, fue crucificado sobre la cruz y su cuerpo resucitó de los muertos. Rompió las ligaduras del sepulcro y salió a vida nueva, un alma viviente, un ser viviente, un hombre con cuerpo, con partes y con espíritu; y el espíritu y el cuerpo llegaron a ser un alma viviente e inmortal. Vosotros y yo tendremos que hacer la misma cosa; tendremos que dar los mismos pasos a fin de lograr la gloria y exaltación que Dios dispuso que disfrutemos con El en los mundos eternos. En otras palabras, debemos llegar a ser como El; por ventura para sentarnos sobre tronos, tener dominio, poder y aumento eternos. Dios dispuso esto desde el principio. Nosotros somos hijos de Dios, y Él es un ser eterno, sin principio de días o fin de años, siempre fue es y será. Nos hallamos precisamente en la misma condición y en las mismas circunstancias en que se hallaba Dios nuestro Padre Celestial al pasar por esta experiencia o una semejante. Estamos destinados a salir del sepulcro, como lo hizo Jesús, y obtener un cuerpo inmortal como El, es decir, a fin de que nuestro cuerpo llegue a ser inmortal como el suyo lo llegó a ser, para que el espíritu y el cuerpo puedan ser unidos y lleguen a convertirse en un ser viviente, indivisible, inseparable y eterno. Este es el objeto de nuestra existencia en el mundo; y sólo podemos lograr estas cosas mediante la obediencia a ciertos principios, andando por ciertas vías, obteniendo determinada información, determinada inteligencia de Dios, sin los cuales ningún hombre puede efectuar su obra o cumplir la misión para la cual ha venido a la tierra. Estos son los principios del evangelio de verdad eterna, los principios de fe, arrepentimiento y bautismo para la remisión de pecados, el principio de la obediencia a Dios el Padre Eterno, porque la obediencia es uno de los primeros principios o leyes del cielo. Sin obediencia, no puede haber orden, gobierno o unión, no puede llevarse a cabo ningún plan o propósito; y dicha obediencia debe ser voluntaria: no debe ser forzada, no debe haber compulsión. Los hombres no deben ser obligados a obedecer la voluntad de Dios contra la voluntad de ellos; deben obedecerla porque saben que es justa, porque desean hacerlo y porque se complacen en ello. Dios se deleita en el corazón bien dispuesto.
Estoy mirando adelante hacia la época en que habré pasado de esta etapa de la existencia. Allá se me permitirá disfrutar más plenamente de todo don y bendición que han contribuido a mi felicidad en este mundo; todo. No creo que en el más allá se me negará cosa alguna que tuvo por objeto o intención traerme gozo o hacerme feliz, con la condición de que yo continúe fiel; de lo contrario mi gozo no podría ser completo. No estoy hablando de la felicidad o placer que proviene del pecado; me refiero a la felicidad que viene de procurar hacer la voluntad de Dios en la tierra como se hace en el cielo. Esperamos tener a nuestras esposas y esposos en la eternidad. Esperamos que nuestros hijos nos reconozcan como sus padres y madres en la eternidad. Esto es lo que espero; no busco otra cosa. Sin ello no podría ser feliz, pues el pensamiento o creencia de que me fuera negado este privilegio en lo futuro me haría miserable desde este momento. No podría volver a ser feliz sin la esperanza de que gozaré de la asociación de mis esposas e hijos en la eternidad. Si no tuviera esta esperanza, sería de todos los hombres el más desdichado, porque «si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres». Y todos los que han gustado la influencia del Espíritu de Dios, y se ha despertado en ellos la esperanza de vida eterna, no pueden ser felices a menos que continúen bebiendo de esa fuente hasta sentirse satisfechos, y es la única fuente de la cual pueden beber y quedar satisfechos. —Journal of Discourses, tomo 25, págs. 51-60 (1884).
CONFIAD EN DIOS. La necesidad de que uno tenga un conocimiento vivo de la verdad es de importancia suprema. También lo es el que todo Santo de los Últimos Días tenga una convicción profundamente arraigada de la justicia de Dios, y una confianza y fe implícitas en su ser y su misericordia. Este conocimiento es absolutamente necesario para entender correctamente el evangelio y poder guardar sus mandamientos. Pregúntese toda persona si hay una fuerte e inmutable convicción de estos hechos en su alma. ¿Hay cosa alguna que pudiera sucederos, o que pudiera suceder en la Iglesia, o entre sus oficiales o autoridades, que cambiaría vuestra fe en los propósitos y en la justicia y misericordia absolutas del Señor, o en el poder salvador de su evangelio, el mensaje de su salvación? Si es así, vuestra fe no está firmemente arraigada, y hay urgente necesidad de que os convenzáis.
Ninguna persona puede realizar la plenitud de las bendiciones de Dios, a menos que pueda aproximarse, por lo menos en algún grado, a la norma de fe en la justicia de Dios ejemplificada en los casos citados. En su propia alma debe estar fundada la creencia y confianza en la justicia y misericordia de Dios; y debe ser individual, porque ninguno puede obrar por otro. Hay necesidad de enseñar lecciones de esta clase y ponerlas ante la juventud de Sión, a fin de gravar en su mente en forma impresionante que la verdad es lo único que los hará libres y les permitirá sostenerse firmes en la fe. Al reunirse en sus asambleas, preséntense delante de Dios, y séanles recordados sus misericordiosos beneficios en sacar a luz el Libro de Mormón, en las escenas de Kirtland, Sión y Nauvoo, en los difíciles días del éxodo y en el desierto. Haced esto para que cuenten las misericordias de Dios en sus promesas, y vean cómo las aflicciones y graves pruebas de lo pasado se han tornado para el bienestar de su pueblo, y así puedan renovar sus convenios, llenos de una convicción, profundamente arraigada e in-mutable, de la bondad y misericordia del Señor. Todo individuo debe aprender esta lección; tiene que grabarse tan profundamente en su alma, y quedar tan bien cimentada, que nada podrá separarlo de un conocimiento del amor de Dios, aunque se interpongan la muerte y el infierno.
Dios es bueno; sus promesas nunca fallan; confiar implícitamente en su bondad y misericordia es un principio correcto. Pongamos, por tanto, nuestra confianza en El. —Improvement Era, tomo 7, pág. 53 (noviembre de 1904).
YO SÉ QUE MI REDENTOR VIVE. Es por el poder de Dios que se hacen todas las cosas que se han creado. Es por el poder de Cristo que se gobiernan y conservan en su lugar todas las cosas gobernadas y colocadas en el universo. Es el poder que procede de la presencia del Hijo de Dios hasta todas las obras de sus manos, que da luz, energía, entendimiento, conocimiento y un grado de inteligencia a todos los hijos de los hombres, estrictamente de acuerdo con las palabras del Libro de Job: «Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda.» Es esta inspiración de Dios, que se extiende a todas sus creaciones, lo que ilumina a los hijos de los hombres; y no es más ni menos que el Espíritu de Cristo que ilumina la mente, vivifica el entendimiento e impulsa a los hijos de los hombres a hacer lo que es bueno y evitar lo que es malo; es lo que vivifica la conciencia del hombre y le da inteligencia para distinguir el bien del mal, la luz de las tinieblas, lo justo de lo injusto.
Mas el Espíritu Santo, que da testimonio del Padre y el Hijo, que toma lo del Padre y lo manifiesta a los hombres, que testifica de Jesús el Cristo y del Dios Eterno, el Padre de Jesucristo, y da testimonio de la verdad; este Espíritu, esta Inteligencia no se da a todos los hombres sino hasta que se arrepienten de sus pecados y llegan a una condición digna delante del Señor. Entonces reciben el don del Espíritu Santo por la imposición de las manos de aquellos que tienen la autoridad de Dios para conferir sus bendiciones sobre la cabeza de los hijos de los hombres. El Espíritu al cual se hace referencia en lo que he leído es el mismo que no cesará de contender con los hijos de los hombres, hasta que lleguen a poseer la luz e inteligencia mayores. Aunque un hombre cometa toda clase de pecados y blasfemias, si no ha recibido el testimonio del Espíritu Santo, puede ser perdonado si se arrepiente de sus pecados, se humilla delante del Señor y obedece con sinceridad los mandamientos de Dios. Como está escrito: «Toda alma que deseche sus pecados y venga a mí, invoque mi nombre, obedezca mi voz y guarde mis mandamientos, verá mi faz y sabrá que yo soy» (Doctrinas y Convenios 93:1). Será perdonado y recibirá la luz mayor; entrará en un convenio solemne con Dios, hará pacto con el Omnipotente, por conducto del Hijo Unigénito, mediante el cual llega a ser un hijo de Dios, heredero de Dios y coheredero con Jesucristo. Entonces si peca contra la luz y conocimiento que ha recibido, la luz que había en él se volverá tinieblas, ¡y cuán densas serán esas tinieblas! Entonces, y sólo hasta entonces, cesará de contender con él este Espíritu de Cristo que ilumina a todo hombre que viene al mundo, y será abandonado a su propia destrucción.
A menudo se pregunta si hay diferencia alguna entre el Espíritu del Señor y el Espíritu Santo. Los términos con frecuencia se usan como sinónimos. Muchas veces decimos el Espíritu de Dios cuando queremos decir el Espíritu Santo, y en igual manera decimos el Espíritu Santo cuando queremos decir el Espíritu de Dios. El Espíritu Santo es un personaje de la Trinidad, y no es el que ilumina a todo hombre que viene al mundo. El Espíritu de Dios que procede al mundo por medio de Cristo, es el que ilumina a todo hombre que viene al mundo, que contiende con los hijos de los hombres, y continuará contendiendo con ellos, hasta llevarlos al conocimiento de la verdad y la posesión de la mayor luz y testimonio del Espíritu Santo. Sin embargo, si un hombre recibe la luz mayor, y entonces peca contra ella, el Espíritu de Dios cesará de contender con él y el Espíritu Santo se apartará de él por completo. Entonces perseguirá la verdad; procurará entonces la sangre del inocente; no sentirá escrúpulos en cometer el crimen que sea, salvo el temor que sienta hacia el castigo de la ley sobre él como consecuencia del crimen.
«Yo soy en el Padre, y el Padre en mí. . . y yo y el Padre uno somos.» Supongo que ninguna persona inteligente interpretará estas palabras en el sentido de que Jesús y su Padre son una persona, sino sencillamente que son uno en conocimiento, en verdad, en sabiduría, entendimiento y propósito; así como el propio Señor Jesús amonestó a sus discípulos a que fuesen uno con El, y que estuviesen en El para que El pudiese estar en ellos. Es en este sentido que yo entiendo estas palabras, y no como las interpretan algunos, de que Cristo y su Padre son una persona. Yo os declaro que no son una persona, sino dos, dos cuerpos separados y aparte, y tan distintos como cualquier padre e hijo al alcance de mi voz. Sin embargo, Jesús es el Padre de este mundo, porque fue por El que el mundo fue hecho.
Aun el propio Cristo no fue perfecto al principio; no recibió la plenitud al principio, antes recibió gracia por gracia, y siguió recibiendo más y más hasta que recibió la plenitud. ¿No ha de ser igual con los hijos de los hombres? ¿Es perfecto hombre alguno? ¿Ha recibido alguien la plenitud de una sola vez? ¿Hemos llegado al punto en que podemos recibir la plenitud de Dios, de su gloria y su inteligencia? No; y sin embargo, si Jesús, el Hijo de Dios y el Padre de los cielos y de la tierra sobre la cual moramos, no recibió la plenitud al principio, sino creció en fe, en conocimiento, entendimiento y gracia, hasta que recibió la plenitud, ¿no será posible que todos los hombres que nacen de mujer reciban poco a poco, línea por línea, precepto tras precepto, hasta que reciban la plenitud como El la ha recibido, y sean exaltados con El en la presencia del Padre?
El espíritu sin el cuerpo no es perfecto, y el cuerpo sin el espíritu está muerto. En el principio se decretó que el hombre llegara a ser como Jesucristo, llegara a ser conforme a su imagen. Así como Jesús nació de mujer, vivió y llegó a la edad viril, fue crucificado y levantado de los muertos a la inmortalidad y vida eterna, así se decretó en el principio que el hombre fuese; y, pese a sí mismo, resucitará de los muertos mediante la expiación de Jesús. La muerte vino sobre nosotros sin el ejercicio de nuestro albedrío; no tuvimos parte en traerla sobre nosotros originalmente; vino por causa de la transgresión de nuestros primeros padres. Por tanto, ya que el hombre no tuvo parte en traer la muerte sobre sí, tampoco tendrá parte en traerse la vida nuevamente; porque así como muere como consecuencia del pecado de Adán, así vivirá de nuevo, quiera o no quiera, por la justicia de Jesucristo y el poder de su resurrección. Todo hombre que muere vivirá otra vez, y se presentará ante el tribunal de Dios para ser juzgado de acuerdo con sus obras, sean buenas o malas. Será entonces cuando todos tendrán que rendir cuentas de su mayordomía en esta vida terrenal.
Ahora, hermanos y hermanas mías, yo sé que mi Redentor vive. Lo siento en cada fibra de mi ser; estoy tan convencido de ello como de mi propia existencia. No puedo sentirme más seguro en cuanto a mi propio ser que en cuanto a que mi Redentor vive y que mi Dios, el Padre de mi Salvador, vive. Lo siento en el alma; estoy convertido a ello dentro de todo mi ser. Os doy testimonio de que ésta es la doctrina de Cristo, el evangelio de Jesús, que es el poder de Dios para salvación. Es el «mormonismo». —Sermón en el Tabernáculo de Salt Lake City, 16 de marzo de 1902.
NUESTRA RESPONSABILIDAD PERSONAL. Si acaso hay un principio del evangelio de Jesucristo que llega directamente hasta el fundamento mismo de la justicia y la rectitud, es ese grande y glorioso principio semejante a Dios, de que todo hombre tendrá que rendir cuenta de lo que haga, y que todos serán recompensados por sus obras, sean buenas o malas. —Improvement Era, tomo 21, pág. 104.
LA IGLESIA ES UNA INSTITUCIÓN DEMOCRÁTICA. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es la institución más democrática del mundo, —improvement Era, tomo 21, pág. 100.
CÓMO SE LOGRAN LAS BENDICIONES DE DIOS. Si deseamos que continúen las bendiciones del Señor, debemos hacer su voluntad y obedecer las leyes sobre las cuales se basan sus bendiciones. No hay otra manera de obtenerlas, —improvement Era, tomo 21, pág. 99 (diciembre de 1917).
JESUS ES EL HIJO. Jesucristo no es el Padre de los espíritus que han tomado o que en lo futuro tomarán cuerpos sobre esta tierra, porque Él es uno de ellos. Él es el Hijo, así como los otros son hijos e hijas de Elohim. Hasta donde se han dado a conocer, por revelación divina, las etapas de progreso y realización eternos, hemos de entender que únicamente los seres resucitados y glorificados pueden llegar a ser padres de progenie espiritual. Solamente estas almas exaltadas han alcanzado la madurez en el curso señalado de la vida eterna, y los espíritus que les sean nacidos en los mundos eternos pasarán en su orden debido por las varias etapas o estados mediante los cuales sus padres glorificados lograron la exaltación. -Improvement Era, tomo 19, pág. 942.
JEHOVÁ ES EL PRIMOGÉNITO. Entre los hijos espirituales de Elohim, el primogénito fue y es Jehová o Jesucristo, respecto de quien todos los demás son menores. —Improvement Era, tomo 19, pág. 940.
PARA DIOS NO HAY NADA TEMPORAL. Debemos ser unidos en todas las cosas, tanto temporales como espirituales. Para Dios todas las cosas son espirituales; no hay nada temporal en cuanto a Él, y no debe haber distinción por parte de nosotros tocante a estos asuntos. Nuestra existencia terrenal o temporal es sencillamente una continuación de lo que es espiritual. Cada paso que damos en este importante viaje de la vida, el importante viaje de la eternidad, es un paso que damos hacia adelante o hacia atrás. Es cierto que estamos aquí en el estado carnal, pero hemos avanzado de la condición que ocupábamos antes de venir aquí para ser mortales. Nos hallamos un paso más adelante de nuestro estado anterior. ¿Qué es el cuerpo sin el espíritu? Es barro inerte. ¿Qué es lo que surte efecto en este barro inerte? Es el espíritu la parte inmortal, el ser eterno que existió antes que viniese aquí; que existe dentro de nosotros y continuará existiendo; que con el tiempo redimirá estos cuerpos y los hará salir de la tumba. Nuestra misión entera es espiritual. La obra que hay que realizar aquí, aun cuando la llamamos temporal, tiene que ver tanto con nuestra salvación espiritual como con la temporal; y el Señor tiene igual derecho de decretar, de aconsejar, dirigirnos y guiarnos en el funcionamiento y manejo de nuestros asuntos temporales, como los llamamos, como lo tiene para hablar con relación a nuestros asuntos espirituales. En lo que a Él concierne, no hay diferencia en este respecto; nos considera como seres inmortales. Nuestros cuerpos tienen por objeto llegar a ser eternos y espirituales. Dios mismo es espiritual, aunque tiene un cuerpo de carne y huesos como lo tiene Cristo. No obstante, es espiritual, y quienes lo adoran, deben adorarlo en espíritu y en verdad. Y cuando queráis separar lo espiritual de lo temporal, tened cuidado de no cometer un error. — DeseretNews Weekly, tomo 23, pág. 466 (16 de julio, 1884).
LA CONSIDERACIÓN IMPORTANTE. La consideración importante no es cuánto tiempo podemos vivir, sino hasta qué grado podemos aprender las lecciones de la vida y cumplir con nuestros deberes y obligaciones para con Dios y hacia unos y otros. Uno de los objetos principales de nuestra existencia es que podamos ser hechos conformes a la imagen y semejanza de Aquel que moró en la carne sin defecto, inmaculado, puro y sin tacha. Cristo vino no sólo para expiar los pecados del mundo, sino para dar un ejemplo a todos los hombres y establecer la norma de la perfección y de la ley de Dios, y de obediencia al Padre. —Improvement Era, tomo 21, pág. 104 (1917).
























