Doctrina del Evangelio

Capítulo 6

El propósito y la misión de la Iglesia


DEFINICIÓN DEL REINO DE DIOS. Lo que quiero decir con reino de Dios es la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días que preside el Hijo de Dios, no el hombre. Eso es lo que quiero decir. Me refiero al reino del cual Cristo es Rey, y no el hombre. Si hay quien se oponga a que Cristo, el Hijo de Dios, sea el Rey de Israel, opóngase y márchese al infierno con la rapidez que le plazca. —C.R. de octubre, 1906, pág. 9.

DEFINICIÓN DE «MORMONISMO». Quisiera decir que «mormonismo», como se le llama, sigue siendo, como siempre, nada más ni menos que el poder de Dios para salvación a toda alma que quiera recibirlo sinceramente y obedecerlo. Os digo, mis hermanos, hermanas y amigos, que todos los Santos de los Últimos Días, doquier que los encontréis, si son fieles a su nombre, a su llamamiento y a su entendimiento del evangelio, son personas que sostienen la verdad y el honor, la virtud y la pureza de vida, la honradez en el negocio y en la religión; son personas que sostienen a Dios y su justicia, su verdad y su obra en la tierra, el objeto de la cual es la salvación de los hijos de los hombres, salvarlos de las maldades del mundo, de los vicios perniciosos de hombres inicuos y de todas las cosas que degradan, deshonran o destruyen, o tienden a menoscabar la vitalidad y la vida, el honor y la santidad entre los pueblos de la tierra. —C.R. de abril, 1910, pág. 5.

LA MISIÓN DE LA IGLESIA. Nuestra misión ha sido salvar a los hombres. Durante estos ochenta y tantos años de la Iglesia, hemos estado obrando para traer a los hombres al conocimiento del evangelio de Jesucristo, traerlos al arrepentimiento, a la obediencia de los requisitos de la ley de Dios. Hemos estado luchando por salvar a los hombres del error, por persuadirlos a que se aparten de la maldad y aprendan a hacer lo bueno. Ahora, si nuestros enemigos nos acusan únicamente de esto, está bien; y si desean oponerse a nosotros porque lo hacemos, es asunto suyo; pero cuando nos acusan de hacer lo que no hemos hecho, de creer lo que no creemos, de estar practicando lo que jamás hemos practicado, entonces siento conmiseración hacia ellos, conmiseración porque están haciéndolo en la ignorancia, o porque voluntariamente se disponen a falsificar la verdad. —C.R. de abril, 1912, págs. 3,4.

EL PLAN DE VIDA SE HA RESTAURADO. Es el plan de vida lo que el Omnipotente ha restaurado a los hombres en los postreros días para la salvación de sus almas, no sólo en el mundo venidero, sino en nuestra vida actual, porque el Señor ha instituido su obra a fin de que su pueblo pueda gozar, hasta el grado máximo, de las bendiciones de esta vida; para que sean salvos en esta vida presente, así como en la venidera, a fin de que establezcan aquí el fundamento para hacerse inmunes del pecado y de todos sus efectos y consecuencias, y puedan obtener una herencia en el reino de Dios al salir de este valle de lágrimas. El evangelio de Jesucristo es el poder de Dios para salvación, y es absolutamente necesario que todo hombre y mujer en la Iglesia de Cristo obren justicia, observen las leyes de Dios y guarden los mandamientos que han recibido, a fin de que en esta vida puedan valerse del poder de Dios para salvación. —C.R. de octubre, 1907, pág. 2.

NUESTRA MISIÓN ES SALVAR. Nuestra misión es salvar, preservar del mal, exaltar al género humano, traer luz y verdad al mundo, persuadir a los pueblos de la tierra a andar rectamente delante de Dios, y a honrarlo en sus vidas y con las primicias de toda su substancia y utilidades, a fin de que sus graneros estén llenos de abundancia y, hablando figuradamente, sus «lagares rebosarán de mosto». —C.R. de abril, 1907, pág. 118.

EL MENSAJE DEL EVANGELIO. Me regocijo extremadamente en la verdad. Doy gracias a Dios todos los días de mi vida por su misericordia y bondad y amoroso cuidado y protección que ha extendido a todo su pueblo, así como por las muchas manifestaciones de su misericordia y bendiciones particulares que se nos han brindado en toda la anchura del país y en todos los años desde la organización de la Iglesia, el 6 de abril de 1830.

Por esa época, o poco después, el Señor expidió un decreto que dijo que los de su pueblo realizarían, y era que desde esa misma hora empezarían a prevalecer sobre todos sus enemigos; y si continuaban fieles en guardar sus leyes que Él les había dado, se decretó que prevalecerían hasta que todos sus enemigos fuesen subyugados, no subyugados por la violencia ni el espíritu de contención o de guerra, sino por el poder de la verdad eterna, por la majestad y el poder de Dios Omnipotente, por el poder acrecentado de los justos y del pueblo recto del convenio de Dios; que habrían de ser magnificados y engrandecidos hasta que el mundo se postrara y reconociera que Jesús es el Cristo, y que hay un pueblo que se está preparando para su venida de nuevo a la tierra con poder y gloria.

Llevamos al mundo el ramo de olivo de paz. Le presentamos la ley de Dios, la palabra del Señor, la verdad, cual se ha revelado en los postreros días para la redención de los muertos y la salvación de los vivos. No abrigamos rencor ni maldad hacia los hijos de los hombres. El espíritu de perdón llena el corazón de los santos de Dios, y no da cabida a ningún deseo o sentimiento de venganza hacia sus enemigos o aquellos que los perjudican o molestan o tratan de amedrentarlos. Al contrario, el Espíritu del Señor ha tomado posesión de su espíritu, de su alma y sus pensamientos; perdonan a todos los hombres, y no hay rencor en su corazón hacia ninguno de ellos, pese a lo que hayan hecho. Dicen en su corazón: Juzgue Dios entre nosotros y nuestros enemigos, y en lo que a nosotros concierne, los perdonamos y no sentimos mala voluntad para con ninguno. —C.R. de abril, 1902, pág. 2.

SOMOS COMO LA LEVADURA. Aun cuando se puede decir, y hasta cierto grado con verdad, que no somos más que un puñado, en comparación con nuestros semejantes que viven en el mundo, sin embargo, se nos puede comparar con la levadura de que habló el Salvador, que finalmente leudará todo el mundo. Tenemos amplia certeza del cumplimiento de este concepto en el crecimiento y desarrollo de la causa desde su comienzo hasta el tiempo presente, porque ha logrado un progreso y desarrollo constantes y cada vez mayores en la tierra, desde apenas una media docena de hombres, hace setenta y nueve años, hasta los cientos de miles que en la actualidad son miembros de la Iglesia. -C.R. de abril, 1909, pág. 2.

EL HOMBRE ES INSIGNIFICANTE COMPARADO A LA CAUSA. Estamos aprendiendo la gran verdad de que el hombre es insignificante en su individualidad, en comparación con la potente causa que se ocupa en la salvación de los hijos de los hombres, vivos o muertos, y los que todavía en lo futuro vivirán sobre la tierra. Los hombres deben dejar a un lado sus propios prejuicios, sus propios deseos, gustos y preferencias personales, y brindar respeto a la gran causa de la verdad que se está extendiendo en el mundo. —C.R. de abril, 1909, pág. 2.

DÓNDE CONDUCE EL ESPÍRITU DEL EVANGELIO. El espíritu del evangelio conduce a los hombres a la rectitud; a amar a sus semejantes y a obrar por su salvación y exaltación; los inspira a hacer lo bueno y no lo malo, a apartarse aun de la apariencia del pecado, y con mucha más razón del pecado mismo. Este es, en verdad, el espíritu del evangelio, el cual es el espíritu de esta obra de los postreros días y el mismo espíritu que se posesiona de quienes lo han aceptado; y el fin y propósito de esta obra es la salvación, la exaltación y la felicidad eterna del hombre, tanto en esta vida como en la venidera. —C.R. de abril, 1909, pág. 4.

LOS FRUTOS DE LA RELIGIÓN VERDADERA. Los frutos del Espíritu de Dios, del espíritu de la religión verdadera, son paz y amor, virtud y honradez, e integridad y lealtad a toda virtud conocida en la ley de Dios, mientras que por otra parte el espíritu del mundo es depravado. Leed el capítulo cinco de la Epístola a los Gálatas, y allí descubriréis la diferencia entre los frutos del Espíritu de Dios y los del espíritu del mundo. Esa es una de las grandes y principales diferencias entre el «mormonismo», así llamado, y la teología del mundo. Si el «mormonismo» es algo más que las otras religiones, es que es práctico, que los resultados de obedecerlo son prácticos, que convierte a los hombres buenos en mejores y aun toma a los hombres malos y los convierte en buenos. Esto es lo que efectuará el «mormonismo» si solamente se lo permitimos, y si nos sometemos a sus decretos y adoptamos sus preceptos en nuestras vidas, nos convertirá en hijos e hijas de Dios, dignos de entrar finalmente en la presencia del Omnipotente en los cielos. – CR.de abril, 1905, pág. 86.

Los SANTOS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS POSEEN EL ESPÍRITU DE SALVACIÓN. Los Santos de los Últimos Días poseen el espíritu de salvación y no el de destrucción; el espíritu de vida y no el de muerte; el espíritu de paz y no el de desunión; el espíritu de amor por sus semejantes y no el de odio. Y todos tenemos muchos motivos para rendir alabanzas y agradecimiento, por disfrutarse este espíritu entre los santos del Altísimo, a Aquel que así lo ha dispuesto y nos ha dado humildad para recibir esa porción de su Espíritu que inclina nuestros corazones al bien y no al mal. —C.R. de octubre, 1905, pág. 2.

PROSPERE ISRAEL. Prospere Israel en los montes y regocíjese en las montañas, y congréguese en el lugar que Dios ha señalado, y allí prospere, multiplíquese y llene la tierra, y desde allí extiéndase por todo el país; porque vendrá el tiempo en que nos será necesario cumplir los propósitos del Omnipotente ocupando todas las partes de la tierra de Sión. No es nuestro destino estar limitados a los valles de las montañas; Sión está destinada a crecer, y llegará el tiempo en que exclamaremos, más de lo que hacemos hoy: «Dadnos lugar donde podamos morar.»— C.R. de abril, 1907, pág. 118.

LA OBRA DEL SEÑOR CRECERÁ. El reino de Dios y la obra del Señor se extenderán más y más; progresarán en el mundo más rápidamente en lo futuro que en lo pasado. El Señor lo ha dicho y el Espíritu da testimonio; y yo doy testimonio de esto, porque sé que es verdad. – C.R. de abril, 1909, pág. 7.

EL REINO DE DIOS HA DE CONTINUAR. El reino de Dios está aquí para crecer, para extenderse, para arraigarse en la tierra y permanecer donde el Señor lo ha plantado por su propio poder y por su propia palabra en la tierra, para nunca más ser destruido ni para cesar, sino para continuar hasta que se cumplan los propósitos del Omnipotente, todo detalle que al respecto se ha hablado por boca de los santos profetas desde el principio del mundo. —C.R. de abril, de 1902, pág. 2.

SIÓN HA SIDO ESTABLECIDA PARA PERMANECER. Sión se ha establecido en medio de la tierra para permanecer. Es la obra de Dios Omnipotente que El mismo, por su propia sabiduría y no la del hombre, ha restaurado a la tierra en los postreros días, y la ha establecido sobre principios de verdad y justicia, de pureza de vida y revelación de Dios, de manera que no más puede ser derribada ni dejada a otro pueblo, siempre que la mayoría de los de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días perseveren en sus convenios con el Señor y se conserven puros y sin mancha del mundo, como corresponde hacer a todos los miembros de la Iglesia. Entonces, como Dios ha decretado, será perpetua y eterna hasta que se cumpla su voluntad y se realicen sus propósitos entre los hijos de los hombres. Ningún pueblo puede prosperar y florecer por mucho tiempo, a menos que persevere en la verdad de Dios. No hay nada, ninguna individualidad, ninguna influencia combinada entre los hombres que pueda prevalecer contra la verdad; ésta es poderosa y permanecerá. Podrá ser lenta en la consumación de su propósito, en la realización de la obra que tiene que llevar a efecto, pero es y será segura; porque la verdad no puede fracasar ni fracasará, porque el Señor Omnipotente la respalda. Es su obra, y El verá de que se lleve a cabo. El reino es del Señor, y Él es capaz de cuidarlo; siempre lo ha cuidado. Quisiera deciros que jamás ha habido un tiempo, desde la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en que el hombre haya dirigido la Iglesia, ni por un momento. No fue así en los días de José; no fue así en los días de Brigham Young; no lo ha sido desde entonces; jamás lo será. La dirección de esta obra entre los habitantes del mundo jamás le será dejada al hombre. Quiero deciros que es la obra de Dios, y espero que lo apuntéis y no olvidéis que es el Omnipotente quien va a efectuar esta obra, y a consumarla, y no el hombre. No hay hombre que tendrá el honor de realizarla, ni hombre alguno ha tenido jamás el poder para hacerla de sí mismo. Es la obra de Dios. Si hubiese sido la obra de los hombres, habríamos sido como el resto del mundo, y no habría sido cierto en cuanto a nosotros, que Dios nos eligió de entre el mundo, antes seríamos parte de él y sus «compañeros de camino»; pero es verdad que Dios nos ha elegido de entre el mundo, por tanto, no somos del mundo. Así que, el mundo nos aborrece y nos combatirá y dirá toda clase de mal contra nosotros, mintiendo, como siempre lo ha hecho desde el principio; y continuará procurando la destrucción de los Santos de los Últimos Días, y abrigando los mismos sentimientos para con nosotros en lo futuro, que ha manifestado en lo pasado. No lo olvidéis, mis hermanos y hermanas. Cuando volváis a casa, si no os habéis acostumbrado a hacerlo, o si habéis desatendido vuestro deber, al volver hoy a casa o a vuestros hogares en poblados lejanos, llevad con vosotros esta amonestación: Entrad en vuestras cámaras secretas, id donde hacéis oración y allí a solas, o rodeados de vuestra familia, doblad las rodillas ante Dios Omnipotente con alabanza y acción de gracias por su misericordiosa providencia que ha estado con vosotros y con todo su pueblo desde el comienzo de esta obra hasta el tiempo presente. Recordad que es el don de Dios al hombre, que es su poder e influencia orientadora lo que ha realizado lo que vemos. No lo ha hecho la sabiduría de los hombres. Es propio que rindamos honor a los que han sido instrumentos en la realización de mucha justicia. Son instrumentos en las manos de Dios, y no debemos pasar por alto que son dichos instrumentos, y en tal calidad debemos honrarlos; pero cuando intentamos atribuirles el honor de haber efectuado esta obra y privamos de este honor a Dios, el cual habilitó a los hombres para que pudieran llevarla a efecto, estamos cometiendo una injusticia contra Dios. Estamos despojándolo del honor que por derecho le corresponde, y dándolo a hombres que sólo fueron instrumentos en sus manos para llevar a cabo sus propósitos. – C.R. de abril, 1905, págs. 5, 6.

NO PUEDE CONTENERSE EL PROGRESO DE LA OBRA DE DIOS. Estamos agradecidos al Señor porque somos considerados dignos de que el diablo nos tome en cuenta. Yo sentiría gran temor por nuestra seguridad, si cayésemos en condición tal que el diablo cesara de preocuparse por nosotros. En tanto que gocéis del Espíritu del Señor, en tanto que estéis viviendo según vuestra religión y guardando los mandamientos del Señor, andando rectamente delante de Él, os aseguro que el adversario de las almas no descansará; estará descontento con vosotros, os criticará, os hará comparecer ante su tribunal; pero esto no os perjudicará mucho si continuáis haciendo lo bueno. No necesitáis inquietaros en lo más mínimo, porque el Señor os cuidará y bendecirá, y también cuidará de sus siervos y los bendecirá y ayudará a que realicen sus propósitos; y todos los poderes de las tinieblas sobre la tierra y en el infierno combinados no podrán impedirlo. Podrán quitar la vida a los hombres; podrán matar y destruir si quieren; pero no pueden echar por tierra los propósitos de Dios ni contener el progreso de su obra. Él ha extendido su mano para llevar a cabo sus propósitos, y el brazo de la carne no puede detenerlo. Acortará su obra en justicia y apresurará sus propósitos en su propio tiempo. Sólo es necesario que procuremos con nuestras fuerzas conservamos al paso del progreso de la obra del Señor, entonces Dios nos preservará y protegerá, y preparará el camino delante de nosotros para que podamos vivir y multiplicar y llenar la tierra, y siempre hacer su voluntad, lo cual ruego que Dios conceda. —C.R. de octubre, 1905, págs. 5, 6.

LA DIVINIDAD DEL EVANGELIO. Inesperadamente, tal vez no del todo, se me ha llamado a levantarme ante vosotros, pero lo hago con gusto, ya que tengo un testimonio que dar de la obra que estamos desempeñando, y me complace cuando se presenta la oportunidad de expresar mis sentimientos concernientes a dicha obra. Hay miles de testigos en este territorio y en muchos lugares del mundo que pueden testificar que tenemos el evangelio, de cuyas bendiciones hemos gozado, y que se nos han administrado las ordenanzas del evangelio como Santos de los Últimos Días. El testimonio de la verdad de esta obra no se limita a uno o a unos pocos; sino que hay miles que pueden declarar que saben que es verdad, porque les ha sido revelado.

Nosotros como pueblo vamos creciendo en número, y el Señor Omnipotente nos está aumentando sus bendiciones, y los miembros se están desarrollando en su entendimiento y en el conocimiento de la verdad. Me siento agradecido a mi Padre Celestial por habérseme permitido vivir en esta generación y conocer, en cierto grado, los principios del evangelio. Estoy agradecido por haber recibido el privilegio de tener un testimonio de su verdad, y porque se me permite levantarme aquí y en otras partes para dar mi testimonio de la verdad de que el evangelio ha sido restaurado al hombre.

He viajado algo entre las naciones para predicar el evangelio, he visto algunas de las condiciones del mundo y hasta cierto grado he llegado a conocer los sentimientos de los hombres y las religiones del mundo. Me he enterado de que el evangelio, cual se revela en la Biblia, no se puede hallar en el mundo; en ninguna iglesia se administran las ordenanzas de este evangelio sino en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Si nos familiarizamos con los dogmas del mundo religioso, descubriremos que no tienen ni el evangelio ni sus ordenanzas; tienen una forma de piedad, y no dudo que sean tan sinceros como nosotros los que obedecemos el evangelio revelado del cielo en estos días. Carecen, empero, del conocimiento que nosotros poseemos, y se debe al hecho de que niegan la fuente de la cual podrían recibir este conocimiento, a saber, la revelación de Jesucristo. En sus pensamientos han cerrado los cielos; declaran que Dios ha revelado todo lo que es necesario, que el canon de las Escrituras está lleno, y que no se revelará más. Creyendo de ese modo, cierran la vía de comunicación de luz e inteligencia del cielo, y esto continuará mientras persistan en su curso actual de incredulidad. No quieren escuchar el testimonio de hombres que les dicen que el Señor vive, y que Él puede revelar hoy su voluntad al hombre, como siempre lo ha hecho. No prestan atención a este testimonio, y consiguientemente, cierran la puerta de luz y revelación. No pueden progresar, ni conocer las vías de Dios, ni andar en sus caminos.

Testificamos que las barreras que separaban al hombre de Dios han sido vencidas, que el Señor de nuevo ha comunicado su voluntad al hombre. «Pero —dice uno— ¿cómo llegaremos a conocer estas cosas? ¿Cómo podemos saber que no se nos ha engañado?» A todos éstos decimos: Arrepentíos de vuestros pecados con toda sinceridad, entonces id y sed bautizados y recibid la imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo, y el Espíritu os dará testimonio de la verdad de nuestro testimonio, y seréis testigos de ello como lo somos nosotros, y podréis levantaros osadamente y testificar al mundo como nosotros lo hacemos. Este es el camino que indicaron Pedro y los apóstoles en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu del Señor Omnipotente reposó sobre ellos con gran poder para convencer el corazón de los del pueblo, quienes exclamaron: «Varones hermanos, ¿qué haremos?» Y Pedro les dijo: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.» Tal fue el consejo que se les dio, y si lo obedecían, les daría el derecho de recibir el testimonio del Espíritu Santo que les traería paz y felicidad, les revelaría sus deberes y les permitiría entender su relación con Dios.

Si examinamos la condición del mundo hoy, debemos llegar a la conclusión de que no hay probabilidad de que la paz se establezca pronto en la tierra. No hay nada entre las naciones que conduzca a la paz. Aun entre las sociedades religiosas la tendencia no es hacia la paz y la unión; no traen al hombre a un conocimiento de Dios; no poseen «un Señor, una fe, un bautismo», ni «una misma esperanza de vuestra vocación», de que se habla en las Escrituras. Todo hombre se ha guiado por sus propias ideas, independientemente de las revelaciones, a causa de lo cual existen la confusión y división; sus iglesias están divididas, y disputan y contienden unos con otros. Y así como sucede en el mundo religioso, otro tanto ocurre en el político; todos están divididos, y cuanto más se esfuerzan en hacer prosélitos, tanto mayores son sus contenciones y tanto más se apartan de la meta. Esta es la condición en que han estado y el curso que han seguido casi por mil ochocientos años, por lo que hoy se encuentran tan divididos, que creo que se confundiría el que tuviese que declarar cuántas denominaciones religiosas hay en el mundo cristiano. También hay miles de personas que, como consecuencia de las disputas y contiendas entre las sectas religiosas, se han tornado completamente escépticas en lo concerniente a religión de cualquier clase, y han llegado a la conclusión de que no hay Dios, por lo menos, que no hay Dios entre los «cristianos», y que todos los religionarios son fanáticos y viven en el engaño. Los sistemas sectarios de religión tienen por objeto conducir a los hombres pensadores e inteligentes al escepticismo, hacerles negar toda intervención de Dios en los hombres y sus asuntos, y aun negarle su derecho de intervenir.

El Señor Omnipotente es el Creador de la tierra, el Padre de todos nuestros espíritus. Él tiene el derecho de dictar lo que hemos de hacer, y nuestro deber es obedecer y andar de acuerdo con sus requisitos. Esto es natural y perfectamente fácil de comprender. El evangelio ha sido restaurado a la tierra, el sacerdocio nuevamente se ha establecido, y este pueblo goza de ambos; pero los que no conocen el funcionamiento del evangelio y del sacerdocio nos miran con asombro y se maravillan de la unión que existe entre nosotros. Obramos casi como un solo hombre; escuchamos la voz de nuestro director; somos unidos en nuestra fe y en nuestra obra. El mundo no lo puede comprender y lo mira con asombro.

Quisiera decir a mis hermanos y amigos que éste es uno de los efectos del evangelio de Jesucristo. Hemos llegado a ser unidos en nuestra fe por un bautismo; sabemos que Jesucristo vive, sabemos que es nuestro Salvador y Redentor; tenemos un testimonio de esto, independientemente de cualquier libro escrito, y testificamos de estas cosas al mundo. Para muchos es difícil entender esta unanimidad entre el pueblo llamado Santos de los Últimos Días, y su prosperidad. Sin embargo, he oído decir que hacemos alarde de no ser tan ricos como nuestros vecinos; pero al tomar en consideración nuestra circunstancias y la condición de nuestra tierra cuando llegamos aquí, creo que no se puede sostener esta afirmación. Cuando llegamos aquí no teníamos ni un centavo, y no hemos contado con las ventajas del dinero o comercio para ayudarnos a ser ricos, pero todo lo que poseemos es el resultado de nuestro propio trabajo físico y la bendición de Dios. Hemos trabajado bajo grandes desventajas para transportar nuestros enseres y maquinaria por estos extensos llanos y, además de ello, hemos tenido que contender con un suelo estéril y la sequía; y cuando se toman en consideración todas estas cosas, creo que se nos ha hecho prosperar más que cualquier otro pueblo; y como ha sido en lo pasado será en lo futuro; aumentaremos y ensancharemos nuestras fronteras, porque ésta es la obra de Dios; somos su pueblo y El continuará bendiciéndonos como hasta ahora lo ha hecho.

Nuestra tarea consiste en aprender nuestros deberes del uno para con el otro y para con aquellos que nos dirigen; y ésta es una lección que parece que somos lentos en aprender. Sin embargo, en cuanto a nosotros, cuando hablen nuestros directores, nos corresponde obedecer; cuando ellos lo indiquen, debemos ir; cuando ellos llamen, debemos seguir. No como seres esclavizados o vasallos, porque no debemos obedecer ciegamente como un instrumento o herramienta. Ningún Santo de los Últimos Días actúa de esta manera; ningún hombre o mujer que ha aceptado el evangelio ha obrado jamás en esta forma, antes al contrario, los hombres y mujeres se han dispuesto a escuchar con buena disposición los consejos de los siervos de Dios hasta donde han podido entenderlos. La dificultad no consiste en lograr que los Santos de los Últimos Días hagan lo recto, sino en hacerles compren-der qué es lo recto. Hemos obedecido los consejos de nuestros directores porque hemos sabido que el Espíritu Santo los ha inspirado, y porque positivamente hemos sabido que se han dado sus consejos para nuestro provecho. Sabemos, y siempre lo hemos sabido, que nuestros directores han sido inspirados con una prudencia superior a la que nosotros poseemos. Por esta razón aceptamos todo lo que nos presentan para el beneficio de Sión.

Estamos trabajando en la gran obra de los últimos días que consiste en predicar el evangelio a las naciones, recoger a los pobres y edificar a Sión sobre la tierra. Estamos obrando por el triunfo de la justicia, por la subyugación del pecado y los errores de la época en que vivimos. Es una obra grande y gloriosa. Creemos que es justo amar a Dios con todo el corazón, y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Creemos que es malo mentir, hurtar, cometer adulterio o hacer cosa alguna que el evangelio de Cristo prohíbe. Creemos en todas las enseñanzas del Salvador, en todo lo que es bueno y moral y tiene por objeto exaltar al género humano, aliviar su condición, unirlo para hacer el bien. Estos son algunos de los principios del evangelio, principios que se nos han enseñado desde el comienzo de nuestra carrera como miembros de esta Iglesia. Estos principios se obedecen entre nosotros en un grado que no se conoce entre ningún otro pueblo. No creemos en adorar a Dios o ser religiosos únicamente durante el día del Señor, antes creemos que es tan necesario ser religiosos el lunes, el martes y todos los días de la semana, como lo es el día de reposo; creemos que es necesario tratar a nuestros vecinos como queremos que ellos nos traten, durante la semana así como el día del Señor. En una palabra, creemos que es necesario vivir de acuerdo con nuestra religión cada día de la semana, cada hora del día y cada momento. Creyendo y obrando de esta manera, nos fortalecemos en cuanto a nuestra fe, el Espíritu de Dios aumenta en nosotros, progresamos en conocimiento y estamos mejor habilitados para defender la causa en la cual nos hallamos ocupados.

Para ser un representante verdadero de esta causa, el hombre debe ser fiel a la luz que tiene; debe ser puro, virtuoso y recto. Si no logra esto, no es un representante justo de esta obra. El evangelio de Jesucristo es la ley perfecta de libertad. Tiene como objeto conducir al hombre al estado más alto de gloria y exaltarlo en la presencia de nuestro Padre Celestial, «en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación». Si acaso se pone de manifiesto la necedad en medio de este pueblo, es la necedad y debilidad del hombre, y no porque haya algún defecto o falta en el plan de salvación. El evangelio es perfecto en su organización; a nosotros nos corresponde aprenderlo y familiarizamos con los principios de verdad, humillarnos ante Dios a fin de poder someternos a sus leyes y estar continuamente dispuestos a escuchar los consejos de aquellos a quienes el Señor ha designado para que nos guíen.

Sabemos que Dios ha hablado; testificamos de ello. Somos testigos al mundo de que es cierto. No pedimos favores a ningún hombre, comunidad o nación sobre la faz de la tierra en relación con estas cosas. Damos valeroso testimonio de que son verdaderas. También damos testimonio de que Brigham Young es un profeta del Dios viviente y que tiene las revelaciones de Jesucristo; que ha guiado a este pueblo por el poder de la revelación desde el momento en que llegó a ser su director hasta el tiempo presente, y jamás ha fallado en su deber o misión. Ha sido fiel delante de Dios y fiel a este pueblo; y damos este testimonio al mundo. No abrigamos temor, ni hacemos caso de su desprecio, su desdén o burlas. Ya estamos acostumbrados a ello; lo hemos visto y oído y ya no surte efecto en nosotros. Sabemos que aquel en quien confiamos es Dios, porque nos ha sido revelado. No andamos en tinieblas, ni hemos recibido nuestro conocimiento de ningún hombre, sínodo o grupo de hombres, sino por revelación de Jesús. Si hay quienes dudan de nosotros, arrepiéntanse de sus pecados. ¿Hay daño alguno en que abandonéis vuestras necedades y maldades; en postraros humildemente ante Dios para que os dé su Espíritu y, obedeciendo las palabras del Salvador, bautizaros para la remisión de los pecados y recibir la imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo, a fin de que tengáis de vosotros mismos un testimonio de la verdad de las palabras que os hablamos? Os prometo que si hacéis esto humilde y sinceramente, vive el Señor que recibiréis el testimonio de esta obra por vosotros mismos, y lo sabréis como lo saben todos los Santos de los Últimos Días. Esta es la promesa; es segura y firme. Es algo tangible; en todo hombre hay la facultad para descubrir por sí mismo si hablamos la verdad o si mentimos. No venimos como engañadores o impostores ante el mundo; no venimos con la intención de embaucar, sino con la verdad clara y sencilla, y dejamos que el mundo la ponga a prueba y logre el conocimiento por sí mismo. Es un derecho que posee toda alma que vive—el noble, el humilde, el rico, el pobre, el grande y el pequeño— de lograr este testimonio por sí mismo, si obedece el evangelio.

En tiempos antiguos Jesús envió a sus discípulos a predicar el evangelio a toda criatura, diciendo que si creían y eran bautizados, serían salvos, más si no creían serían condenados. Y añadió: «Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.» Esto es lo que se prometió antiguamente, y hay millares en este territorio y en esta congregación que pueden dar testimonio de haber realizado el cumplimiento de estas promesas en esta época. Ha llegado a ser tan común entre nosotros el sanar a los enfermos, que aparentemente ya no se dice mucho al respecto. También hemos visto que se ha hecho andar a los cojos, se ha dado la vista a los ciegos, los sordos han oído y los mudos han hablado. Hemos visto hacerse estas cosas por el poder de Dios y no por la astucia o sabiduría del hombre; sabemos que estas señales siguen a la predicación del evangelio. Sin embargo, estos testimonios de su verdad son insignificantes y débiles, cuando se comparan con él susurro de la voz quieta y apacible del Espíritu de Dios. Este es un testimonio que no puede negarlo quien de él goza; no puede ser vencido, porque trae al corazón una convicción que no cede a razonamientos ni se puede impugnar, sea que pueda explicarse de acuerdo con principios filosóficos o no. Este testimonio viene de Dios y convence a todos a quienes es dado, a pesar de sí mismos; y además, es de más valor a los hombres que cualquier seña o don, porque trae paz y felicidad, contentamiento y serenidad a mi alma. Me asegura que Dios vive y, si soy fiel, recibiré las bendiciones del reino celestial.

¿Se opone esto a las Escrituras, o a la razón o cualquier verdad revelada? No; va de acuerdo con toda verdad revelada conocida al hombre y la corrobora. El Señor Omnipotente vive, y por el poder de su Espíritu obra en el corazón de los hijos de los hombres y tiene en sus manos las naciones de la tierra. El creó la tierra sobre la cual moramos, y los tesoros que contiene son de Él; y obrará con nosotros de acuerdo con lo que merezcamos. Al grado que seamos fíeles o infieles, el Omnipotente nos recompensará, porque somos sus hijos, y somos herederos de Dios y coherederos con Jesucristo.

Tenemos delante de nosotros un glorioso destino; estamos desempeñando una obra gloriosa. Vale toda nuestra atención, vale toda nuestra vida y todo lo que el Señor ha puesto en nuestras manos, y diez mil veces más sobre esto. De hecho, no hay comparación, es todo y por todo, es incomparable, es todo lo que es y cuanto jamás será. El evangelio es salvación, y sin él no hay cosa que valga la pena. Desnudos vinimos al mundo, y así saldremos. Si lográsemos acumular la mitad del mundo, nada nos beneficiaría, en lo que atañe a prolongar la vida aquí o asegurar la vida eterna más allá. Mas el evangelio enseña a los hombres a ser humildes, fieles, honrados y justos delante del Señor, así como unos con otros; y en proporción al cumplimiento de sus principios, se extenderán y establecerán en la tierra la paz y la justicia, y cesará de existir el pecado, la contención, la efusión de sangre y la corrupción de toda clase, y la tierra será purificada y convertida en morada digna de seres celestiales, para que venga y en ella more el Señor nuestro Dios, cosa que hará durante el milenio.

Los principios del evangelio que el Señor ha revelado en estos días nos conducirán a la vida eterna. Esto es lo que buscamos, es por esto que fuimos creados, es por lo que se creó la tierra. La razón por la cual estamos aquí es para que podamos vencer toda imprudencia y preparamos para la vida eterna futura. No creo que un principio de salvación sea de utilidad, sino en cuanto tenga aplicación en nuestras vidas. Por ejemplo, si hay un principio que en su naturaleza tiene por objeto salvarme del castigo de cualquier delito, en nada me aprovechará, a menos que lo lleve a la práctica en este momento. Si lo hago, y sigo haciéndolo, obro de acuerdo con el principio de salvación, y estoy a salvo del castigo de ese delito y lo estaré para siempre, mientras me guíe por dicho principio o ley. Así es con los principios del evangelio; son de beneficio o no, según se apliquen o dejen de aplicarse a nuestra vida. Seamos, pues, fieles y humildes; vivamos conforme a la religión de Cristo; desechemos nuestras imprudencias, pecados y las debilidades de la carne, y alleguémonos a Dios y a su verdad con un corazón íntegro y con plena determinación de pelear la buena batalla de la fe y continuar firmes hasta el fin. Dios nos conceda el poder para hacer esto es mi oración en el hombre de Jesús. Amén. —Discurso del 15 de noviembre de 1868; Journal of Discourses, tomo 12, págs. 326-332.

EL EVANGELIO LO COMPRENDE TODO. El evangelio de nuestro Señor Jesucristo comprende todas las leyes y ordenanzas necesarias para la salvación del hombre. Pablo declaró que es el «poder de Dios para salvación a todo aquel que cree». Ningún hombre puede salvarse oponiéndose a sus ordenanzas salvadoras, antes debe recibir cada ordenanza con el espíritu de humildad y fe. Técnicamente, la palabra «evangelio» significa «buenas nuevas», y se dice que se funda en la declaración del ángel, o que de ella se ha tomado, cuando se apareció a los pastores en la ocasión del nacimiento del Salvador y declaró: «He aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo.»

En el aspecto teológico, el evangelio significa más que meramente el anuncio de buenas nuevas, con su gozo consiguiente para las almas de los hombres, pues comprende todo principio de verdad eterna. No hay principio fundamental o verdad en ninguna parte del universo que no esté comprendido en el evangelio de Jesucristo, y no se limita a los primeros principios sencillos como la fe en Dios, el arrepentimiento del pecado, el bautismo para remisión de pecados y la imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo, aunque éstos son absolutamente esenciales para la salvación y exaltación en el reino de Dios.

Las leyes conocidas al hombre como las «leyes de la naturaleza», mediante las cuales son gobernadas la tierra y todas las cosas sobre ella, así como las leyes que rigen en todo el universo, mediante las que se gobiernan los astros del cielo y a las cuales rinden obediencia en todas las cosas, toda; están comprendidas e incluidas en el evangelio. Toda ley natural o principio científico que el hombre ha descubierto verdaderamente, pero que Dios siempre lo ha conocido, es parte de la verdad del evangelio. Nunca hubo ni habrá conflicto alguno entre la verdad revelada por el Señor a sus siervos los profetas y la verdad que El revela al científico, el cual logra sus descubrimientos por medio de sus investigaciones y estudios.

Hay mucho que se enseña como verdad en las religiones del mundo que el Señor nunca reveló y que no va de acuerdo con la religión revelada. También en el mundo de la ciencia se enseña mucho que el Señor jamás reveló, lo cual se opone a la verdad. Mucho de lo que el hombre ha propuesto como teorías científicas está fundado en el error y, por tanto, no puede prevalecer. El conflicto entre la religión y la ciencia está fundado en el error, de modo que no puede prevalecer. Dicho conflicto entre la religión y la ciencia se debe al hecho de que hay muchas ideas que se proponen en formas falsas de religión, y muchas falsas conclusiones a las que han llegado los hombres de ciencia. La verdad y el error nunca pueden estar de acuerdo; pero la verdad, no importa dónde se encuentre, es congruente y siempre armonizará con toda otra verdad. El Señor lo expresó en esta forma:

«Porque la inteligencia se allega a la inteligencia; la sabiduría recibe a la sabiduría; la verdad abraza a la verdad; la virtud ama a la virtud; la luz se allega a la luz; la misericordia tiene compasión de la misericordia y reclama lo suyo» (Doctrinas y Convenios 88:40).

El Señor ha revelado que el hombre fue formado a su imagen y que somos su progenie. Esta es una verdad gloriosa del evangelio. Cualquier cosa que se nos enseñe, sea en las formas falsas de la religión o en el campo de la ciencia, que se oponga a esta gran verdad, no puede perdurar, porque es error. Puede estimarse por un tiempo y parecer que prevalecerá, como ha sucedido en lo pasado con muchas otras cosas falsas que se proponen como verdad; pero vendrá un tiempo en que todas las teorías, ideas y opiniones que no concuerden con lo que el Señor ha declarado, llegarán a su fin; porque lo que quedará y perdurará y permanecerá para siempre será la verdad, a saber, el evangelio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. —Juvenile Instructor, tomo 51, págs. 164, 165 (marzo de 1916).

ASI ALUMBRE VUESTRA LUZ. Al instruir a sus apóstoles, Cristo llamó la atención a la importancia de su posición y lugar en el mundo. Aunque pobres y despreciados de los hombres, les dijo que eran, no obstante, la sal de la tierra, la luz del mundo.

Entonces los alentó a esforzarse y a lograr, indicándoles que su posición exaltada de poco les serviría, a menos que utilizaran debidamente su alto llamamiento.

Estas condiciones e instrucciones se aplican admirablemente a los Santos de los Últimos Días, que efectivamente son la sal de la tierra, y a los cuales se ha otorgado la luz del evangelio del mundo; y quienes, como dijo el apóstol tocante a los santos de los días anteriores, son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para anunciar las virtudes de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.

Sin embargo, todo esto vale muy poco o nada, a menos que los santos se consideren de alguna importancia y dejen que alumbre su luz colectivamente e individualmente; a menos que sean un modelo en su manera de actuar, honrados, celosos en la expansión de la verdad, tolerantes del prójimo, «manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación».

Una falta que deben evitar los santos, jóvenes y de edad mayor, es la tendencia de vivir con una luz prestada, mientras la propia está escondida debajo de un almud; de permitir que se desvanezca su sal de conocimiento y que la luz en ellos sea un reflejo más bien que la original.

Todo Santo de los Últimos Días no sólo debe tener la luz dentro de sí mismo, mediante la inspiración del Espíritu Santo, sino que su luz debe alumbrar de tal manera que otros claramente puedan verla.

Los hombres y las mujeres deben arraigarse en la verdad y fundarse en el conocimiento del evangelio, no dependiendo de la luz prestada o reflejada de ninguna persona, sino confiando únicamente en el Espíritu Santo, el cual es invariable y brilla para siempre, y testifica de la gloria y voluntad del Padre el individuo y a los del sacerdocio que viven de acuerdo con las leyes del evangelio. Entonces gozarán de luz eterna que no puede ser opacada. Por motivo de que brilla en sus vidas, harán que otros glorifiquen a Dios; y por su recto vivir harán callar la ignorancia de los necios y anunciarán las virtudes de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. —Improvement Era, tomo 8, págs. 60-62 (1904-05).

NO HAY RAZÓN PARA INQUIETARSE. Los santos y sus directores han redimido los lugares desiertos, fundado hogares cristianos, iglesias y escuelas; y han establecido industrias a causa de la naturaleza misma de sus necesidades. ¿Por qué no ha de permitírseles gozar del fruto de sus esfuerzos, y por qué se han de burlar de ellos y condenarlos por su energía e industria, y especialmente por parte de hombres que han probado ser hipócritas y mentirosos, y viven de lo que otros han producido? ¿Se ha de condenar a los santos porque han ocupado la tierra, la han pagado con su arduo trabajo y la han cultivado y aprovechado por medio de su fuerza unida bajo la orientación inspirada de sabios directores? Se notará que no es la gente la que se queja, porque los directores de referencia les han ayudado de muchas maneras a que se mejoren; son más bien los ministros, que ningún interés tienen en nuestro desarrollo material ni espiritual. Además, ¿van a ser condenados estos directores porque han guiado y mostrado el camino en estas cosas? De no haberlo hecho, ¿de dónde habrían venido nuestras empresas, nuestra salvación temporal? Jamás con la ayuda de ministros sectarios; esto, por lo menos, es verdad.

No, jóvenes, no hay necesidad de que os preocupéis por las acusaciones de los ministros contra este pueblo, ni por lo que la gente del mundo dice contra nosotros. Ningún temor siento yo de estas fuentes en cuanto a la Iglesia, pero confieso que tengo miedo cuando nuestros jóvenes empiezan a flaquear y a oponerse a sus padres; cuando profesan creer que el sacerdocio es egoísta y busca lo suyo; cuando siguen mentiras y acusaciones más bien que la verdad clara; cuando se unen a otros para burlarse de los que dirigen a los miembros y reírse cuando los ridiculizan escritores y ministros enemigos. Temo cuando los jóvenes niegan la verdad y siguen lo falso; cuando se vuelven altaneros, impuros, mundanos y orgullosos; cundo se burlan de las nobles cualidades de sus padres; cuando buscan los aplausos de los hombres del mundo más bien que el reino de Dios y su justicia.

No hay ninguna verdad genuina en la acusación de la Iglesia y sus oficiales por parte de los ministros, pero hay mucha para vosotros, jóvenes varones, en la manera en que consideráis esto, y en vuestros hechos y decisiones. Particularmente, no debéis prestar atención, sin reflexión cuidadosa, a las acusaciones de ministros a quienes enérgicamente se aplica el concepto de Emerson: «Queremos hombres y mujeres que renueven la vida y nuestro estado social, pero hallamos que la mayoría de las naturalezas se encuentran en estado insolvente; no pueden satisfacer sus propias necesidades, tienen ambiciones completamente desmedidas, en proporción a su fuerza práctica, y así aprenden y mendigan de día y de noche continuamente.»

Declaro que nada puede traer la paz a nuestros jóvenes en este mundo sino el triunfo de los principios de verdad que Dios ha revelado a los Santos de los Últimos Días, porque nuestras doctrinas son los preceptos prácticos del evangelio de Jesucristo, y presenciar su triunfo debe ser la preponderante ambición y deseo de toda alma recta. Esta es la salvación espiritual que comprende la temporal. Procurad entender su valor, y poned bajo vuestros pies los desvaríos de estos hombres. Recordad que «cuando un hombre vive con Dios, su voz será tan dulce como el murmullo del arroyo y del roce del maíz ante el viento». Dedíquense diligentemente a este fin los santos y sus directores. —ím- provement Era, tomo 7, pág. 303 (febrero de 1904).

EL EVANGELIO ES UN ESCUDO CONTRA EL TERROR. Oímos que estamos viviendo en tiempos peligrosos. Estamos en tiempos peligrosos, pero yo no siento la angustia de ese terror; no está sobre mí. Es mi propósito vivir de tal manera que no caiga sobre mí. Me propongo vivir en forma tal que me inmunizaré contra los peligros del mundo, si me es posible vivir de esa manera, prestando obediencia a los mandamientos de Dios y a sus leyes reveladas para mi orientación. No importa qué me sobrevenga, si tan solo estoy cumpliendo con mi deber, si tengo confraternidad con Dios y soy digno de la confraternidad de mis hermanos, si puedo presentarme sin mancha ante el mundo, sin mácula, sin transgredir las leyes de Dios, ¿qué me importa lo que me suceda? Siempre estoy listo, si conservo esta disposición y conducta comprensivas. Nada importa. Por tanto, no ando en busca de dificultades, ni siento la congoja del temor.

La mano del Señor está sobre todo, y en ello reconozco su mano. No en que los hombres estén en guerra, no en que las naciones estén tratando de destruir a otras, no en que los hombres estén conspirando contra las libertades de sus semejantes, no en lo que respecta a ninguno de estos; pero la mano de Dios no ha sido acortada. El gobernará los resultados consiguientes; se sobrepondrá a ellos en una manera que vosotros y yo hoy no comprendemos ni prevemos, y lo hará para fines benéficos. El prevé el fin, como previo que la guerra sobrevendría a todas las naciones del mundo, y como el Profeta declaró que sucedería. El Señor sabía que vendría. ¿Por qué? Porque sabía lo que el mundo estaba haciendo; conocía la intención de los espíritus de hombres y naciones; sabía lo que resultaría con el tiempo. Sabía la época en que acontecería y los resultados que se manifestarían, y así lo declaró por voz de sus siervos los profetas; y ahora vemos el cumplimiento de las profecías declaradas por los siervos de Dios al ser inspirados para proferirlas, cuando anunciaron que vendría el tiempo en que la guerra se derramaría sobre todas las naciones, no para cumplir los propósitos de Dios, sino los de las naciones de la tierra como consecuencia de su maldad. Podrá ser cosa muy difícil para mí, con las palabras limitadas que poseo, expresar mis pensamientos y explicar mi intención completa; pero os repito que el Señor Dios Omnipotente no está complacido, ni fue su propósito, diseño o intención preordinar la condición en que hoy se halla el mundo; ni hizo tal cosa. Previo lo que vendría a causa del comportamiento de los hombres al apartarse de la verdad, a causa de no tener el amor de Dios y por el curso que seguirían, contrario al bienestar de sus hijos. Previo la que sería, pero les había dado su libre albedrío, mediante el cual lo están realizando. Los resultados finalmente serán reconstituidos para el bien de quienes vivirán después, no para el bien de aquellos que se destruirán unos a otros por motivo de sus inicuas propensiones y crímenes. —Improvement Era, tomo 20, pág. 827 (julio de 1917).

LA TROMPETA DEL EVANGELIO. Si estamos cumpliendo con nuestro deber, nos hallamos participando en una causa grande y gloriosa. Es muy esencial a nuestro bienestar espiritual que todo hombre y toda mujer que han aceptado los convenios del evangelio, mediante el arrepentimiento y el bautismo, sientan que tienen la obligación y deber de utilizar su inteligencia y el albedrío que el Señor les ha dado para adelantar los intereses de Sión y establecer su causa en la tierra.

Pese a lo devoto, honrado o sincero que seamos en la profesión de nuestra fe en Dios o en el sistema de religión que hayamos adoptado, y que creemos que es el evangelio eterno, sin el arrepentimiento y el bautismo y la recepción del Espíritu Santo, que constituyen el nuevo nacimiento, no pertenecemos a la familia de Cristo, sino somos extranjeros, apartados de Dios y sus leyes; y permaneceremos en esta condición caída, sea en el cuerpo o en el espíritu, por tiempo y por la eternidad, a menos que rindamos obediencia al plan preparado en los cielos para la redención y salvación de la familia humana.

Los Santos de los Últimos Días podrán decir: Los élderes nos enseñaron esta doctrina en nuestro país nativo, y la creímos y nos arrepentimos de nuestros pecados, y nos bautizamos y recibimos el don del Espíritu Santo, que fue para nosotros un testimonio de que habíamos hecho la voluntad del Padre; y desde ese día nuestros testimonios a menudo han sido confirmados por las manifestaciones del poder de Dios y la renovación de su Espíritu en nuestro corazón. ¿Por qué, pues, dicen ellos, es necesario hacer referencia a estas cosas ahora? Tal vez olvidamos, como consecuencia de las cosas temporales que tanto incitan nuestra naturaleza caída, que habiendo nacido de nuevo, que significa abandonar el viejo hombre de pecado y vestirnos del varón Cristo Jesús, llegamos a ser soldados de la cruz y nos hemos dado de alta bajo el estandarte de Jehová por tiempo y por la eternidad, y que hemos hecho los convenios más solemnes de servir a Dios y contender sinceramente por el establecimiento de los principios de verdad y justicia sobre esta tierra continuamente mientras vivamos.

Al hacer referencia al tema del bautismo, de que es esencial para la salvación, algunos preguntarán, ¿qué será de los que no han escuchado el evangelio, y por tanto, no tuvieron la oportunidad de bautizarse, en vista de que decimos que el evangelio fue quitado de la tierra, por haber sido rechazado cuando lo proclamaron Jesús y sus apóstoles? Quisiera decir a éstos, que Dios ha dispuesto ampliamente para todos sus hijos, tanto el docto como el indocto. Aquellos a quienes no se predicó el evangelio en la carne lo escucharán en el espíritu, porque a todos se ha de presentar el plan de salvación para que lo acepten o rechacen antes que puedan responder ante la ley.

Con esta obra se relaciona aquello que se habla respecto de Elías el Profeta, a saber: «Volver el corazón de los hijos a los padres, y el corazón de los padres a los hijos», y de no hacerse, toda la tierra será herida con una maldición.

El reino de Dios ha de edificarse sobre los principios que Cristo ha revelado, sobre el fundamento de la verdad eterna, de la cual Jesús mismo es la piedra principal del ángulo. Se deben observar y honrar estos santos y sublimes principios en nuestra vida, a fin de que logremos una exaltación en el reino de Dios con los santificados.

La belleza de estos principios es que son verdaderos, y la satisfacción derivada de su adopción es el conocimiento que recibimos para con-vencernos de este hecho. No hemos creído en una fábula, ni estamos atesorando un fraude astutamente ideado, sino que hemos entrado en la verdad y tenemos como cabeza a Cristo, nuestro precursor, nuestro gran Sumo Sacerdote y Rey.

El Espíritu Santo es un personaje que obra en el lugar de Cristo. Poco antes de irse de la tierra, el Redentor resucitado mandó a sus discípulos que permaneciesen en Jerusalén hasta que fuesen investidos con poder de lo alto. Así lo hicieron y, de acuerdo con la promesa, el Consolador vino mientras se hallaban reunidos y llenó su corazón con un gozo inefable, al grado de que hablaron en lenguas y profetizaron; y la influencia inspiradora de este santo Ser los acompañó en todos los deberes de su ministerio, permitiéndoles cumplir la gran misión a la cual el Salvador los había llamado.

Yo sé que Dios vive y que Él se ha manifestado. Sé que el Espíritu Santo se ha conferido a los hijos de los hombres, y que se ha restaurado el evangelio en su plenitud a los habitantes de la tierra. Sé que el santo sacerdocio, que es el poder de Dios delegado al hombre, ha sido restaurado a la tierra. Sé que Dios ha librado a su pueblo y que continuará librándonos y guiándonos en su propia manera particular de un triunfo a otro, de victoria en victoria, hasta que la verdad y la justicia prevalezcan en esta tierra suya, si permanecemos fieles a Él y unos a otros.

Es el necio el que ha dicho en su corazón: «No hay Dios»; y verdaderamente sería torpe y de mente cerrada aquel que quedara satisfecho sin conocer, fuera de toda duda, al Autor y Fuente de su religión, cuando se le brinda la oportunidad de investigar el hecho.

Yo sé que los frutos de mi religión son buenos, tienen sabor de las dulzuras del cielo e imparten salud y vida al alma, y sé que su autor es Dios, el Creador de los cielos y de la tierra. Ningún hombre tiene razón para dudar si esto es verdadero o no, porque todos pueden saber por sí mismos; todos pueden tomar del fruto de la vida y comer y vivir; todos pueden beber de la fuente eterna y no volver a tener sed. Os declaro que estas cosas son verdaderas y fieles; las he conocido desde mi juventud y he sentido su influencia desde mi niñez. He visto el efecto de lo que es su contrario, y sé de lo que hablo. Yo no puedo negar estas cosas, ni hombre alguno que las haya conocido, aun cuando haya apostatado de la Iglesia, salvo que se niegue a sí mismo y a su Dios.

El hombre que abraza lo que es llamado «mormonismo», pero que en realidad es el evangelio del Hijo de Dios, y vive de acuerdo con sus preceptos, jamás mentirá o hurtará; no deshonrará a sus padres ni despreciará a sus hermanos más pobres; jamás, sí, nunca jamás hablará en contra de los ungidos del Señor ni se avergonzará de reconocer a su Dios, a quien debe homenaje y agradecimiento hoy y para siempre; jamás cometerá un acto deshonorable, ni dejará de reconocer a Dios en todas las cosas, ni se negará a rendir obediencia implícita a las revelaciones de Dios que se apliquen a él. Es verdad que el hombre puede errar en su criterio, puede estar careciendo de muchas cosas por motivo de su naturaleza caída, pero el sistema de salvación es perfecto. Su autor es Jesús, el Unigénito del Padre, en quien no hay mancha; Él es la norma de todo el mundo, y lo será para siempre. Tuvo poder para poner su vida y para volverla a tomar, y si conservamos inviolados los convenios del evangelio, permaneciendo fieles y leales hasta el fin, también nosotros, en su nombre y por motivo de su sangre redentora, tendremos el poder, en el debido tiempo, para resucitar nuestros cuerpos después que se hayan entregado a la tierra. —Discurso del 8 de abril de 1876, Journal of Discourses, tomo 18, págs. 271-277 (1877).

LO QUE LAS AUTORIDADES DE LA IGLESIA SOSTIENEN. Deseamos sostener el principio de la unidad, el amor de Dios y del prójimo, el amor de un propósito que es grande, ennoblecedor, bueno en sí mismo y tiene por objeto exaltar al hombre y acercarlo más a la semejanza del Hijo de Dios. —Improvement Era, tomo 21, pág. 98 (diciembre de 1917).

NUESTRO MENSAJE ES DE AMOR. Traemos un mensaje de amor. Deseamos manifestar cuanto os amamos, y descubrir a la vez cuánto nos amáis. —Improvement Era, tomo 21, pág. 98 (diciembre de 1917).

¿DE DÚNDE? ¿HACIA DÓNDE? Queremos saber de dónde vinimos y hacia dónde vamos. ¿De dónde vinimos? De Dios. Nuestros espíritus existieron antes de venir a este mundo. Se hallaban en los concilios de los cielos antes de ponerse los fundamentos de la tierra. Allí estuvimos; cantamos y nos regocijamos con las huestes celestiales cuando se colocaron los fundamentos de la tierra, y cuando se explicó el plan de nuestra existencia sobre esta tierra y nuestra redención. Allí estuvimos; manifestamos interés y tomamos parte en esta gran preparación. In-cuestionablemente estuvimos presentes en esos concilios cuando ocurrió la maravillosa circunstancia en que Satanás se ofreció como salvador del mundo, si podía recibir la honra y la gloria del Padre al hacerlo. Mas Jesús dijo: «Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre.» De modo que por haberse rebelado Satanás contra Dios y por querer destruir el albedrío del hombre, el Padre lo rechazó y fue expulsado, pero se aceptó a Jesús. No cabe duda que allí estuvimos y tomamos parte en todos estos acontecimientos; estábamos vitalmente interesados en la realización de estos grandes planes y propósitos. Nosotros los entendíamos, y fue para nuestro bien que se decretaron y que se han de consumar. Los espíritus han estado viniendo a la tierra para tomar cuerpos sobre sí, a fin de que puedan llegar a ser semejantes a Jesucristo, ya que son hechos «a su imagen y semejanza», desde la alborada de la creación hasta ahora, y así continuarán hasta la última escena, hasta que los espíritus que fueron destinados a venir a este mundo hayan venido y cumplido su misión en la carne. —Deseret Weekly News, tomo 33, pág. 130 (1884).

LOS SANTOS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS OBEDECEN LA LEY. Deseo presentar mi aseveración de que el pueblo llamado Santos de los Últimos Días, como tantas veces se ha repetido desde este pulpito, son las personas más obedientes a la ley, las más pacíficas, longánimes y pacientes que hoy podemos encontrar dentro de los límites de esta República, y tal vez en cualquier otro lugar sobre la faz de la tierra; y es nuestra intención continuar obedeciendo la ley, en lo que a la ley constitucional del país concierne; y esperamos recibir las consecuencias de nuestra obediencia a las leyes y mandamientos de Dios como hombres. Estos son, brevemente expresados, mis sentimientos sobre este tema. —Deseret Weekly News, tomo 31, pág. 226 (1882).

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