Doctrina del Evangelio

Capítulo 9

El sacerdocio


DÍOS LLEVA EL TIMÓN. Estamos viviendo en una época trascendental. El Señor está apresurando su obra. El timón está en sus manos; ningún ser mortal está dirigiendo esta obra. Es cierto que el Señor se vale de los instrumentos que son obedientes a sus mandamientos y de leyes para ayudar a efectuar sus propósitos en la tierra. Ha elegido a aquellos que por lo menos han manifestado una disposición y deseo de obedecerlo y guardar sus leyes, y procuran obrar justicia y llevar a efecto los propósitos del Señor. —C.R., de octubre, 1906, págs. 3, 4.

DISTINCIÓN ENTRE LAS LLAVES DEL SACERDOCIO Y EL SACERDOCIO. En general, el sacerdocio es la autoridad dada al hombre para obrar por Dios. Dicha autoridad se delega a todo aquel a quien se confiere cualquier grado del sacerdocio.

Pero es necesario que todo acto efectuado bajo esta autoridad se haga en el momento y lugar apropiados, en la manera debida y de acuerdo con el orden correcto. El poder de dirigir estas obras constituye las llaves del sacerdocio. Sólo una persona a la vez, el Profeta y Presidente de la Iglesia, posee estas llaves en su plenitud. Puede delegar cualquier porción de este poder a otro, y en tal caso dicha persona posee las llaves de esa obra particular. De modo que el presidente de un templo, el presidente de una estaca, el obispo de un barrio, el presidente de una misión, el presidente de un quorum, cada uno de ellos posee las llaves de las obras efectuadas en ese cuerpo o sitio particular. Su sacerdocio no ha aumentado a causa de este nombramiento especial, porque un setenta que preside una misión no tiene más sacerdocio que un setenta que obra bajo su dirección, y el presidente de un quorum de élderes por ejemplo, no tiene más sacerdocio que un miembro de dicho quorum; pero sí tiene el poder para dirigir las obras oficiales efectuadas en la misión o el quórum, o en otras palabras, las llaves de esa división de la obra. Así es en todas las ramificaciones del sacerdocio: debe hacerse una distinción cuidadosa entre la autoridad general y la dirección de las obras efectuadas mediante esa autoridad, —improvement Era, tomo 4, pág. 230 (enero de 1901).

LA OTORGACIÓN DEL SACERDOCIO. La revelación en la sección 107 de Doctrinas y Convenios, versículos 1, 5, 6, 7 y 21, claramente indica que el sacerdocio es una autoridad o facultad general, del cual dependen ciertos oficiales o autoridades. Consiguientemente, la otorgación del sacerdocio debe preceder y acompañar la ordenación, al tratarse de un oficio, a menos que previamente se haya conferido el sacerdocio. Ciertamente un hombre no puede poseer una dependencia del sacerdocio sin poseer el sacerdocio mismo, el cual no puede obtener a menos que se le confiera autorizadamente.

Tomemos como ejemplo el oficio de diácono. La persona que es ordenada debe recibir el Sacerdocio Aarónico como parte de su ordenación. No puede recibir una porción o fragmento del Sacerdocio Aarónico, porque se estaría obrando de acuerdo con el concepto de que uno o ambos sacerdocios (Melquisedec y Aarónico) están sujetos a una subdivisión, cosa que es contraria a la revelación.

Al ordenar a aquellos que todavía no han recibido el Sacerdocio Aarónico, para conferirles cualquiera de sus oficios, las palabras de Juan el Bautista a José Smith, hijo y a Oliverio Cowdery propiamente podrían preceder el acto de ordenación. Las palabras de referencia son:

«Sobre vosotros, mis consiervos, [sobre ti, mi consiervo,] en el nombre del Mesías confiero el Sacerdocio de Aarón.»

Por supuesto, no necesariamente se da a entender que se han de usar estas palabras exactas, pero lo expresado debe concordar con el acto de conferir el Sacerdocio Aarónico. —improvement Era, tomo 4, pág. 394 (marzo de 1901).*

UNA DECLARACIÓN AUTORIZADA. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días no es una Iglesia partidaria; no es una secta. Es La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Es la única que hoy existe en el mundo que puede llevar y que legítimamente lleva el nombre de Jesucristo y su autoridad divina. Hago esta afirmación con toda sencillez y candor delante de vosotros y de todo el mundo, pese a lo amargo que parezca ser la verdad a aquellos que se opongan y quienes no tienen motivo para tal oposición. No obstante, es cierto y permanecerá cierto hasta que venga Aquel que tiene derecho de regir entre las naciones de la tierra y entre cada uno de los hijos individuales de Dios en todo el mundo, y tome las riendas del gobierno y reciba a la desposada que estará dispuesta para la venida del Esposo.

Recientemente, muchos de nuestros destacados escritores han estado inquiriendo y preguntándose dónde existe hoy la autoridad divina para mandar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, de tal modo que sea eficaz y aceptable ante el trono del Padre Eterno. Anunciaré aquí y ahora mismo, por presuntuoso que parezca a los que no conocen la verdad, que la autoridad divina de Dios Omnipotente para hablar en el nombre del Padre y del Hijo se encuentra aquí, en medio de estos collados eternos, en medio de esta región montañosa, y permanecerá y continuará porque Dios es su fuente y el poder por el cual se ha sostenido contra toda la oposición en el mundo hasta el tiempo actual, y por el cual continuará progresando y creciendo y aumentando en la tierra, hasta cubrirla de mar a mar. Este es mi testimonio a vosotros, mis hermanos y hermanas, y siento una plenitud de gozo y satisfacción en poder declarar esto a pesar, y sin temor, de todos los adversarios de la verdad. —La anterior declaración fue hecha con motivo del octogésimo octavo aniversario de la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, el 6 de abril de 1918. —Improvement Era, tomo 21, pág. 639.

LA IGLESIA NO ES HECHURA DEL HOMBRE. Creemos en Dios el Padre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, el Hacedor de los cielos y la tierra, el Padre de nuestros espíritus. Creemos en El sin reserva; lo aceptamos en nuestro corazón, en nuestra fe religiosa, en nuestro propio ser. Sabemos que nos ama, y lo aceptamos como el Padre de nuestros espíritus y el Padre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Creemos en el Señor Jesús y en su divina misión salvadora en el mundo, y en la redención, la maravillosa y gloriosa redención que efectuó para la salvación de los hombres. Creemos en El, y esto constituye el fundamento de nuestra fe. Es el fundamento y principal piedra del ángulo de nuestra religión. Somos suyos por adopción, por haber sido sepultados con Cristo en el bautismo, por haber nacido nuevamente en el mundo del agua y del espíritu, por medio de las ordenanzas del evangelio de Cristo; y por tanto, somos hijos de Dios, herederos de Dios y coherederos con Jesucristo mediante nuestra adopción y fe.

Uno de nuestros hermanos que habló ayer dio a entender que él sabía quién iba a dirigir la Iglesia. Yo también sé quién dirigirá esta Iglesia, y os digo que aquel que dirigirá La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días no será hombre alguno, pese al tiempo o la generación que sea. Ningún hombre guiará al pueblo de Dios o su obra. Dios podrá escoger a los hombres y hacerlos instrumentos en sus manos para efectuar sus propósitos, pero la gloria, honor y poder corresponden al Padre, en quien descansa la prudencia y la fuerza para guiar a su pueblo y velar por su Sión. Yo no estoy guiando a La Iglesia de Jesucristo ni a los Santos de los Últimos Días, y quiero que esto se entienda claramente. Ningún hombre la dirige. No la dirigió José, ni Brigham, ni John Taylor. Tampoco Wilford Woodruff ni Lorenzo Snow; y Joseph F. Smith, menor que cualquiera de ellos, no está dirigiendo La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, ni la guiará. Fueron instrumentos en las manos de Dios para hacer lo que hicieron. Dios lo efectuó por conducto de ellos; la honra y la gloria son del Señor y no de ellos. Nosotros somos únicamente instrumentos que Dios puede elegir y utilizar para llevar a cabo su obra. Debemos hacer cuanto podamos para fortalecerlos en medio de las debilidades, en la gran vocación a la cual son llamados. Mas recordad que Dios dirige la obra; es suya; no es del hombre. Si hubiese sido la obra de José Smith, o de Brigham Young, John Taylor, Wilford Woodruff o Lorenzo Snow, no habría resistido las pruebas por las que ha pasado; se habría deshecho mucho ha; más si hubiera sido meramente la obra de los hombres, nunca habría tenido que pasar por estas pruebas, porque el mundo entero se ha dispuesto en contra de ella. Si hubiese sido la obra de Brigham Young o José Smith, se habría desvanecido ante la oposición tan resuelta que ha tenido que soportar; pero no fue de ellos; es la obra de Dios, y gracias a Él por esto. Es el poder de Dios para salvación, y quiero que mis hijos y mis hijas acepten mi testimonio sobre este punto. Sin embargo, aun cuando atribuimos el honor y la gloria al Señor Dios Omnipotente por la realización de sus propósitos, no despreciemos por completo al instrumento que El escoge para llevar a cabo la obra. No lo adoramos; adoramos a Dios y, como en el evangelio se nos ha indicado, invocamos su santo nombre en el nombre de su Hijo. Pedimos misericordia en el nombre de Jesús; pedimos bendiciones en el nombre de Jesús. Somos bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Somos recibidos en la Iglesia y reino de Dios en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y adoramos al Padre. Procuramos obedecer al Hijo y seguir sus pasos. El guiará su Iglesia, jamás la guiará hombre alguno. Si acaso llegara el tiempo o condición en que un hombre, con debilidades humanas, guiara la Iglesia, ¡ay de ella!, porque entonces sería como las iglesias del mundo, hechas y dirigidas por el hombre, sin ninguna relación con el poder de Dios o de vida eterna y salvación, sino únicamente la sabiduría, el criterio e inteligencia del hombre. Me compadezco del mundo, porque tal es su situación.

¿QUÉ ES EL SACERDOCIO? No es nada más ni menos que el poder de Dios delegado al hombre, mediante el cual éste puede actuar en la tierra para la salvación de la familia humana en el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo, y actuar legítimamente; no asumiendo dicha autoridad ni derivándola de generaciones que han muerto y desaparecido, sino autoridad que se ha dado en esta época en que vivimos por ángeles y espíritus ministrantes de los cielos, directamente de la presencia de Dios Omnipotente, los cuales han venido a la tierra en nuestros días y restaurado el sacerdocio a los hijos de los hombres, mediante el cual éstos pueden bautizar para la remisión de pecados e imponer las manos para la recepción del Espíritu Santo, y por el cual pueden remitir pecados con la aprobación y bendición de Dios Omnipotente. Es el mismo poder y sacerdocio que se confirió a los discípulos de Cristo mientras Él estuvo sobre la tierra, para que lo que ligaran en la tierra fuese ligado en los cielos, y lo que desataran en la tierra fuese desatado en los cielos, y a quienquiera que bendijesen fuera bendecido, y si maldecían, y lo hacían con el espíritu de rectitud y mansedumbre ante Dios, El confirmaría dicha maldición; pero los hombres no son llamados para maldecir al género humano; tal no es nuestra misión; nuestra misión es predicarles la justicia. Nuestro cometido es amarlos y bendecirlos y redimirlos de la caída y de la iniquidad del mundo. Esa es nuestra misión y llamamiento especial. Dios maldecirá y ejercerá su juicio en tales asuntos. «Mía es la venganza, y yo pagaré, dice el Señor.» Estamos perfectamente dispuestos a dejar la venganza en manos del Señor y permitir que El juzgue entre nosotros y nuestros enemigos, y los recompense de acuerdo con su propia sabiduría y misericordia. —C. R. de octubre, 1904, pág. 5.

EL SACERDOCIO, SU DEFINICIÓN, PROPÓSITO Y PODER. Por Santo Sacerdocio doy a entender esa autoridad que Dios ha delegado al hombre, por la cual éste puede declarar la voluntad de Dios, cual si ángeles estuviesen presentes para declarla ellos mismos; esa autoridad mediante la cual los hombres quedan facultados para atar en la tierra y será atado en los cielos, y desatar en la tierra y será desatado en los cielos; por la cual las palabras del hombre, proferidas en virtud de ese poder, llegan a ser la palabra del Señor y la ley de Dios al pueblo, y escritura y mandamientos divinos. Por tanto, no es bueno que los Santos de los Últimos Días ni los hijos de ellos traten con liviandad este principio sagrado de autoridad que se ha revelado de los cielos en la dispensación en que vivimos. Es la autoridad por la cual el Señor Omnipotente gobierna a su pueblo y mediante la cual, en lo futuro, regirá a las naciones de la tierra. Es sagrada, y el pueblo debe conservarla sagrada. Deben honrarla y respetarla en quien la posea, y en cualquiera sobre quien se imponga una responsabilidad en la Iglesia. Los hombres y mujeres jóvenes, y el pueblo en general, deben sostener este principio y reconocerlo como cosa sagrada, y que no se puede jugar con él ni hablarse con liviandad de él impunemente. La falta de respeto hacia esta autoridad conduce a las tinieblas y apostasía, y a la pérdida de todos los derechos y privilegios de la Casa de Dios; porque es en virtud de esta autoridad que se efectúan las ordenanzas del evangelio en todo el mundo y en todo lugar sagrado, y sin ella, no se pueden efectuar. Quienes poseen esta autoridad, también deben honrarla en ellos mismos; deben vivir de tal manera que sean dignos de la autoridad con la cual han sido investidos, así como dignos de los dones que les han sido conferidos. —C. R. de octubre, 1901, pág. 2.

LA MISIÓN DEL SACERDOCIO. No podemos avanzar sino sobre los principios de verdad eterna. Al grado que vayamos estableciéndonos sobre el fundamento de estos principios que se han revelado de los cielos en los postreros días y determinemos llevar a cabo los propósitos del Señor, en igual proporción progresaremos, y el Señor con más razón nos exaltará y magnificará delante del mundo y nos hará ocupar nuestra verdadera posición y situación en medio de la tierra. Se nos ha considerado como intrusos, como fanáticos y creyentes en una falsa religión; se nos ha visto con desprecio y nos han tratado vilmente; hemos sido echados de nuestras casas, calumniados e injuriados en todas partes, hasta que la gente del mundo ha llegado a creer que somos la escoria de la tierra y casi indignos de vivir. Hay miles y miles de personas inocentes en el mundo cuyos pensamientos se han entenebrecido a tal extremo por la propagación de falsos informes concernientes a nosotros, que sentirían que le estaban prestando un servicio a Dios con privar de su vida a un miembro de esta Iglesia, o de su libertad o de la búsqueda de la felicidad, si pudieran hacerlo.

El Señor tiene la intención de cambiar esta condición y darnos a conocer al mundo en nuestro verdadero aspecto, como verdaderos adoradores de Dios, como personas que se han convertido en hijos de Dios por el arrepentimiento y, mediante la ley de adopción, han llegado a ser herederos de Dios y coherederos con Jesucristo; y que nuestra misión en este mundo es hacer lo bueno, poner la iniquidad bajo nuestros pies, exaltar la rectitud, pureza y santidad en el corazón del pueblo e inculcar en los pensamientos de nuestros hijos, por sobre todas las cosas, el amor de Dios y de su palabra, que será en ellos como fuente de luz, fuerza, fe y poder, para guiarlos desde la niñez hasta la vejez y hacerlos firmes creyentes en la palabra del Señor, en el evangelio y sacerdocio restaurados, así como en el establecimiento de Sión, que nunca más será derribada o dada a otro pueblo. Si hay algo que deseo más que cualquier otra cosa en este mundo, es que mis hijos queden fundados en este conocimiento y fe, para que nunca puedan ser desviados de ello. —C. R. de octubre, 1901, pág. 70.

¿QUÉ SON LAS LLAVES DEL SACERDOCIO? El sacerdocio que poseemos es de la mayor importancia, porque es la autoridad y poder de Dios. Es la autoridad del cielo que se ha restaurado a los hombres sobre la tierra en los postreros días, por medio del ministerio de ángeles de Dios, los cuales vinieron con autoridad para conferir dicho poder y sacerdocio a los hombres.

Digo que el sacerdocio, que es la facultad de nuestro Padre Celestial, posee las llaves del ministerio de ángeles. ¿Qué es una llave? Es el derecho o privilegio, que pertenece al sacerdocio y lo acompaña, para tener comunicación con Dios. ¿No es esto una llave? Decididamente. Tal vez no disfrutemos en gran manera de las bendiciones o llave, pero la llave está en el sacerdocio. Es el derecho de gozar de la bendición de comunicarse con los cielos, y el privilegio y autoridad de administrar las ordenanzas del evangelio de Jesucristo, predicar el evangelio de arrepentimiento y de bautismo por inmersión para la remisión de pecados. Eso es una llave. Vosotros que poseéis el sacerdocio tenéis la llave o la autoridad, el derecho, el poder o privilegio de predicar el evangelio de Jesucristo, que es el evangelio de arrepentimiento y de bautismo por inmersión para la remisión de pecados y os digo que es una cosa sumamente importante. No hay un solo ministro en iglesia alguna sobre todo el estrado de los pies de Dios, que nosotros sepamos, salvo en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, que tenga las llaves o autoridad para disfrutar el ministerio de ángeles. No hay uno de ellos que posea ese sacerdocio; pero aquí ordenamos a jovencitos, algunos de ellos apenas entrando en su adolescencia, a quienes conferimos este sacerdocio que posee las llaves del ministerio de ángeles y del evangelio de arrepentimiento y bautismo por inmersión para la remisión de pecados. No hay un solo ministro en cualquier otra parte del mundo, vuelvo a repetir, que posee estas llaves, o este sacerdocio o poder, o ese derecho. ¿Por qué? Porque no han recibido el evangelio ni dicho sacerdocio por la imposición de manos de aquellos que tienen la autoridad para conferirlo. —Improvement Era, tomo 14, pág. 176 (dic. de 1910).

SANTIDAD DE LAS ORDENANZAS DEL SACERDOCIO. Parece haber, entre algunos de nuestros miembros, un concepto inadecuado de la santidad que acompaña a ciertas de las ordenanzas del santo sacerdocio. Es cierto que las ministraciones de los que poseen la autoridad entre nosotros no vienen acompañadas de la pompa y ceremonia mundana que caracterizan la manera de proceder en otras iglesias así llamadas, pero el hecho de que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días posee el sacerdocio es suficiente para convertir cualquiera y toda ordenanza administrada en la Iglesia, mediante la debida autoridad, en un acontecimiento de importancia suprema. Al efectuar tal ordenanza, el que está oficiando habla y obra, no de sí mismo ni su autoridad personal, sino en virtud de su ordenación y nombramiento como representante de los poderes del cielo. No apartamos a los obispos y a otros oficiales de la Iglesia con la ostentación y ceremonia de un día festivo, como lo hacen ciertos sectarios, ni convertimos la ordenanza del bautismo en una exhibición aparatosa; pero la sencillez del orden establecido en la Iglesia de Cristo debe más bien aumentar que disminuir el carácter sagrado de las varias ordenanzas.

Una ilustración del hecho de que muchos no comprenden la santidad completa de ciertas ordenanzas se ve en el deseo que algunos manifiestan de que sean repetidas. Hasta hace unos pocos años era costumbre muy general en la Iglesia permitir a los adultos una repetición del rito bautismal antes que entraran en los templos. Esta costumbre, primeramente establecida por la autoridad apropiada, y por buenas razones (véase Artículos de Fe, por Talmage, págs. 158-160), finalmente llegó a ser considerada por muchos miembros de la Iglesia como esencial, y de hecho, el «re bautismo» se interpretaba en forma general, aunque errónea, como algo separado y distinto de la primera ordenanza del evangelio, sólo con la cual puede uno lograr la entrada en la Iglesia de Cristo. Pero el aspecto más nocivo de esta falta de comprensión fue la disposición de algunos de ver en la repetición del bautismo un medio seguro de obtener el perdón de los pecados de cuando en cuando, y esto fácilmente pudo haber dado lugar al concepto de que uno puede pecar con impunidad comparativa si se bautiza en intervalos frecuentes. Esta condición se ha cambiado en la Iglesia, y actualmente sólo aquellos que, habiendo sido admitidos al redil de Cristo por el bautismo, posteriormente se desvían o son suspendidos o excomulgados por el fallo correspondiente de los tribunales de la Iglesia, son considerados personas propias para recibir una repetición de la ordenanza inicial. Debe entenderse que estas palabras en ningún sentido se refieren a los bautismos y otras ordenanzas efectuadas en los templos, —Juvenile Instructor, Tomo 38, pág. 18. (Enero de 1903).

DEL GOBIERNO DE LA IGLESIA. Nos gobernamos por la ley, porque nos amamos unos a otros y nos mueven la longanimidad, la caridad y la buena voluntad: y toda nuestra organización se basa en la idea del autodominio, el principio de dar y recibir, y de estar dispuestos más bien a padecer el mal que a cometerlo. Nuestro mensaje es paz en la tierra y buena voluntad para con los hombres; amor, caridad y perdón que debían impulsar a cuantos se asocian con La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. La nuestra es una Iglesia donde impera la ley, pero la ley es la ley del amor. Hay reglas que deben observarse, y se observarán si tenemos el espíritu de la obra en nuestro corazón; y si no está el espíritu con nosotros, únicamente tenemos esa forma de piedad que carece de eficacia. Es el Espíritu el que nos conduce al cumplimiento de nuestros deberes. Hay muchos que saben que este evangelio es verdadero, pero no tienen la menor partícula del Espíritu y, por tanto, se disponen a combatirlo y no participan con los miembros, simplemente porque no tienen el Espíritu.

El sacerdocio según el orden del Hijo de Dios es la autoridad que gobierna y preside en la Iglesia. Está dividido en sus respectivas partes, el de Melquisedec y el Aarónico, y todos los quórumes o consejos se organizan en la Iglesia, cada uno con deberes especiales y llamamientos particulares; no entrechocándose, sino todos en armonía y unidos. En otras palabras, no hay gobierno en la Iglesia de Jesucristo que exista separado y aparte del santo sacerdocio o su autoridad, ni sobre él ni fuera del mismo. Tenemos nuestras Sociedades de Socorro, Asociaciones de Mejoramiento Mutuo, Asociaciones Primarias y Escuelas Dominicales, y podemos organizar, si lo determinamos, asociaciones para protección y ayuda propia entre nosotros mismos, no sujetas a nuestros enemigos, sino para nuestro bien y el bien de nuestro pueblo; pero estas organizaciones no son quórumes o consejos del sacerdocio sino auxiliares del mismo y al cual están sujetas, ya que son organizadas en virtud del santo sacerdocio. No existen independientemente de él, ni están sobre él, ni fuera de su alcance. Reconocen el principio del sacerdocio; y donde las hay, siempre existen con la mira de efectuar algún bien, la salvación temporal o espiritual de algún alma.

Cuando tenemos una Sociedad de Socorro, así es como se organiza. Tiene su presidenta y otros oficiales para realizar en forma completa y perfecta los propósitos de su organización. Cuando se reúne, procede como organización independiente, siempre teniendo presente el hecho de que existe en virtud de la autoridad del santo sacerdocio que Dios ha instituido. Si el presidente en la estaca llega a una reunión de la Sociedad de Socorro, las hermanas, por medio de su presidenta, le manifestarían respeto en el acto, lo consultarían y tomarían su consejo y recibirían instrucciones del que preside a la cabeza. Dicha cabeza es el obispo del barrio, el presidente de la estaca, y en toda la Iglesia, la presidencia de la Iglesia. Así es en las Asociaciones de Mujeres y Hombres Jóvenes, las Asociaciones Primarias y las Escuelas Dominicales; todas están bajo la misma cabeza, y la misma regla se aplica a cada una.

Cuando las Asociaciones de Hombres y Mujeres Jóvenes se reúnen separadamente, cada cual tiene sus oficiales presidentes, y éstos dirigen y se hacen cargo de las reuniones. Si el obispo entra en la Asociación de Hombres Jóvenes o en la de Mujeres Jóvenes, se le respeta debidamente. Pero al unirse conjuntamente los oficiales de los Hombres Jóvenes y las Mujeres Jóvenes, hay dos organizaciones; están representadas dos mesas. ¿Quién ha de tomar la iniciativa? ¿Quién ejercerá la función de presidente? ¿Ha de tomar la hermana la iniciativa y ejercer la función de presidenta? ¡Claro que no! No lo haría porque no concuerda con el orden del sacerdocio. Si los oficiales de los Hombres Jóvenes están presentes, ellos poseen el sacerdocio y a ellos les corresponde tomar la iniciativa. Si yo fuera la presidenta de una Asociación de Mujeres Jóvenes y nos reuniéramos ambos grupos conjuntamente, yo esperaría que el presidente de la Asociación de Hombres Jóvenes tomara la iniciativa, llamara la reunión al orden, etc., porque él posee el sacerdocio y debe ser la cabeza; mas él no debe olvidar que las mujeres jóvenes tienen su organización y que tienen derecho a una representación perfecta y completa en las reuniones en conjunto y que, bajo el sacerdocio, debe permitírseles que tomen el cargo por lo menos la mitad de las veces. Si él no está en su lugar, entonces presida la hermana como lo haría en su propia reunión. No debe hacerse acepción de las mujeres jóvenes, antes se les deben dar las mismas oportunidades. No debe haber supresión o limitación de estos derechos, sino brindárseles toda oportunidad para que ellas los ejerzan. La cortesía naturalmente impulsará a los jóvenes a dar todavía más, tal vez, de lo que ellos mismos toman; pero en todos estos asuntos deben dirigir con el espíritu de amor y bondad.

Nunca puede haber ni habrá, bajo la dirección de Dios, dos cabezas iguales al mismo tiempo. No sería congruente; sería ilógico e irrazonable; sería contrario a la voluntad de Dios. No hay sino una sola cabeza, y es Dios, y Él está sobre todo. Sigue de El aquel a quien El designe para que esté a la cabeza en la tierra, con sus compañeros; y todas las demás organizaciones y dirigentes, desde éste hasta el último, están subordinados al primero; de lo contrario habría desacuerdos, desunión y desorganización.

Soy tenaz en esto de que todos aprendan el derecho y poder del sacerdocio y lo reconozcan; y si lo hacen, no se apartarán lejos. Es malo ponerse a juzgar a los oficiales presidentes. Supongamos que un obispo hace mal, ¿hemos de ir corriendo a todos, y criticarlo, calumniarlo y decir todo lo que sabemos o creemos que sabemos en cuanto al asunto, y difundirlo por todas partes? ¿Es la manera en que han de proceder los miembros? Si lo hacemos, provocaremos la destrucción de la fe de los jóvenes y otros. Si yo he hecho mal, debéis venir directamente a mí con vuestra queja, decirme lo que sabéis y no repetir palabra a ninguna otra persona en la tierra; antes sentémonos como hermanos y ajustemos el asunto; confesemos, pidamos perdón, estrechémonos la mano y hagamos las paces. Cualquier otro curso ajeno a éste producirá un nido de maldad y suscitará contiendas entre los miembros. —Improvement Era, tomo 6, págs. 704-708 (julio de 1903).

UNA BENDICIÓN Y EXPLICACIÓN DEL SACERDOCIO. El Señor os bendiga. Desde lo más profundo de mi alma os bendigo; poseo el derecho, las llaves y autoridad del sacerdocio patriarcal en la Iglesia. Tengo el derecho de pronunciar bendiciones patriarcales, porque poseo las llaves y autoridad para hacerlo. Me es concedido a mí y a mis coadjutores ordenar patriarcas y apartarlos para dar bendiciones al pueblo, consolarlos con promesas de los favores y misericordias del Señor, haciéndolo con prudencia y con la inspiración del Espíritu de Dios, a fin de que sean más fuertes en buenas obras y se realicen sus esperanzas y aumente su fe. Y os venido en la causa de Sión, mis hermanos y hermanas, con toda mi alma y por la autoridad del sacerdocio que poseo. Poseo el sacerdocio del apostolado; poseo el sumo sacerdocio que es según el orden del Hijo de Dios, que es el fundamento de todo el sacerdocio y el mayor de todos los sacerdocios, porque el apóstol, el sumo sacerdote y el setenta derivan su autoridad y privilegios del sacerdocio que es según el Hijo de Dios. Toda autoridad procede de ese sumo sacerdocio. —C.R., de octubre, 1916, pág. 7.

EL PRIVILEGIO DEL SACERDOCIO PARA BENDECIR. Se nos ha referido un acontecimiento que sucedió hace pocas semanas, en que el consejero de un obispo (y consiguientemente, sumo sacerdote) de una colonia remota, mientras se hallaba de visita en Salt Lake City, se negó a bendecir al niño de su hermana que estaba gravemente enfermo, por motivo de que se encontraba fuera de su propio barrio.

Este hermano debe de haber tenido un entendimiento incorrecto de la autoridad de su oficio o era demasiado reservado. Sea cual fuere la causa, no hay justificación para que se negara. Su autoridad para bendecir en el nombre del Señor no estaba limitada a su barrio. No debe sujetarse a un barrio ni a ningún otro límite la oportunidad que un élder tiene para hacer una obra puramente buena, y cuando el hermano de referencia entró en la casa y el jefe de la misma le hizo tal solicitud, no sólo tenía manifiestamente el privilegio y derecho de acceder, sino era también su deber. De hecho, creemos que todo hombre que posee el sacerdocio, es miembro acreditado de la Iglesia y dueño de su hogar, tal persona dirige su propia casa, y cuando entra otro hermano y se le pide que desempeñe algún deber correspondiente a su llamamiento, éste debe acceder a los deseos del jefe de familia; y si hubiere algún error, el que hace la solicitud como jefe de la casa a la cual ha llegado el hermano es el responsable. Si dicho jefe de familia pide que se haga algo, que por motivo de la disciplina de la Iglesia, o para cumplir las revelaciones del Señor, debe anotarse en los registros de la Iglesia, él debe encargarse de que se proporcionen y se registren los detalles necesarios.

Creemos, además, que los derechos paternales que hay en todo hombre fiel y digno son supremos, y deben reconocerlos todos los demás hombres que tienen posiciones o llamamientos en el sacerdocio. Para aclarar esto, diremos, como ejemplo de nuestra idea, que no nos parece propio que un obispo u otro oficial sugiera que el hijo de tal o cual hombre (cuando el propio hijo no es jefe de familia, sino vive con su padre) sea llamado a una misión, sin consultarlo previamente con el padre. Originalmente el sacerdocio se ejercía según el orden patriarcal, y los que lo poseían ejercían sus poderes ante todo por el derecho de su paternidad. Así es con el gran Elohim. La primera y más fuerte demanda en lo que a nuestro amor, reverencia y obediencia concierne, se basa en el hecho de que Él es el Padre, el Creador de todo el género humano. Sin El no existimos, y consiguientemente, le debemos la existencia y todo lo que de ella procede: todo lo que tenemos y todo lo que somos. El hombre que posee el santo sacerdocio es un modelo de Él; pero dado que los hombres en la tierra no pueden obrar en lugar de Dios como su representante, si no tienen la autoridad, naturalmente siguen el nombramiento y ordenación. Ningún hombre tiene el derecho de tomar para sí esta honra, salvo que sea llamado de Dios por las vías que El reconoce y ha autorizado.

Volviendo al pensamiento expresado en nuestro primer párrafo, reconocemos que el asunto tiene un aspecto que no debe perderse de vista, ya que de hacer caso omiso del mismo sería alentar entre los miembros una condición de mucha confusión. Ocasionalmente hemos hallado que algunos hombres, bendecidos con algún don particular del Espíritu, lo han ejercitado en una manera imprudente, y podemos decir, impropia. Por ejemplo, hermanos altamente bendecidos con el poder de sanar han visitado a los miembros cercanos y lejanos (a veces en perjuicio de otros deberes), hasta que casi lo han convertido en un negocio para sí mismos, y sus visitas a las casas de los miembros han tomado algo de la naturaleza de un médico, y la gente ha llegado a considerar el poder así manifestado como si viniera del hombre, y el propio hermano a veces llega a creer esto, y no que sencillamente fue un instrumento en las manos de Dios para llevar una bendición a esa casa. Este concepto es lamentable en extremo, cuando se lleva a la práctica, y probablemente traiga como resultado el desagrado del Señor. A veces ha resultado que el hermano que poseía este don, si se dejó llevar por esta creencia, perdió su facultad para bendecir y sanar. Por tanto, se debe desaprobar y desalentar cualquier desviación del orden y disciplina reconocidos de la Iglesia. —Juvenile Instructor, tomo 37, págs. 50, 51 (enero 15 de 1902).

EL SACERDOCIO ES MAYOR QUE CUALQUIERA DE SUS OFICIOS. No hay oficio procedente de este sacerdocio que sea o que pueda ser mayor que el sacerdocio mismo. Es del sacerdocio que el oficio deriva su autoridad y poder. Ningún oficio da autoridad al sacerdocio. Ningún oficio aumenta el poder del sacerdocio, antes todos los oficios que hay en la Iglesia derivan su poder, su virtud y autoridad del sacerdocio. Si nuestros hermanos lograran establecer este principio firmemente en sus pensamientos, habría menos falta de comprensión en lo que se relaciona con las funciones del gobierno de la Iglesia. Actualmente se pregunta, ¿cuál es mayor, el sumo sacerdote o el setenta, el setenta o el sumo sacerdote? Os digo que ninguno de ellos es mayor y que ninguno de ellos es menor. Sus llamamientos se relacionan con distintos aspectos, pero proceden del mismo sacerdocio. Si fuera necesario, él setenta, como poseedor del Sacerdocio de Melquisedec que es, si fuera necesario, repito, podría ordenar a un sumo sacerdote, y si fuera necesario que un sumo sacerdote ordenara a un setenta, podría hacerlo. ¿Por qué? Porque ambos poseen el Sacerdocio de Melquisedec. Además, si fuese necesario, aunque no creo que surgiría jamás la necesidad, y no quedara más hombre en la tierra con el Sacerdocio de Melquisedec sino un élder, dicho élder, por la inspiración del Espíritu de Dios y la dirección del Omnipotente, podría y debería proceder a organizar la Iglesia de Jesucristo en toda su perfección, por ser poseedor del Sacerdocio de Melquisedec. Pero la casa de Dios es una casa de orden, y mientras los demás oficiales existan en la Iglesia debemos observar el orden del sacerdocio y efectuar las ordenanzas y ordenaciones estrictamente de acuerdo con ese orden cual se ha establecido en la Iglesia por conducto del Profeta José Smith y sus sucesores. – C.R. de octubre, 1903, pág. 87.

LA NECESIDAD DE LA ORGANIZACIÓN. La casa de Dios es una casa de orden y no de confusión, cosa que no podría ser, si no hubiera quienes tuviesen la autoridad para presidir, dirigir, aconsejar y guiar en los asuntos de la Iglesia. Ninguna casa sería una casa de orden si no estuviese debidamente organizada, como lo está La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Quitamos la organización de la Iglesia, y su poder cesaría. Cada parte de su organización es necesaria y esencial a su existencia perfecta. Se descuida, se pasa por alto o se omite cualquiera de sus partes, y se inicia la imperfección en la Iglesia; y de continuar por ese camino, nos hallaríamos como los de la antigüedad, guiados por el error, por la superstición, la ignorancia y la astucia y artimañas de los hombres. No tardaríamos en suprimir un poco aquí y un poco allí, acá una línea y allá un precepto, hasta encontrarnos como el resto del mundo, divididos, desorganizados, confusos y sin conocimiento, sin revelación o inspiración y sin autoridad o poder divinos. —C.R. de abril, 1915, pág. 5.

LA ACEPTACIÓN DEL SACERDOCIO ES ASUNTO SERIO. Esto convierte en asunto muy serio el recibir este convenio y este sacerdocio; porque aquellos que lo reciben deben, igual que Dios mismo, permanecer en él, y no deben fracasar ni ser apartados del camino; porque aquellos que reciben este juramento y convenio y se apartan de él, y cesan de obrar rectamente y de honrar este convenio, y quieren permanecer en el pecado y no se arrepienten, no hay perdón para ellos, ni en esta vida ni en el mundo venidero. Así lo declara este libro, y ésta es la doctrina y la verdad reveladas de Dios al hombre por medio de José Smith el Profeta; y esta palabra es digna de confianza. Es la palabra de Dios, y la palabra de Dios es verdad; y se hace necesario que entiendan esta palabra todos aquellos que entren en este convenio, a fin de que verdaderamente permanezcan en él y no sean apartados del camino. – C.R. de abril, 1898, pág. 65. Véase D. y C. 84:33-41; Libro de Mormón, Mosíah 5.

CÓMO DEBE ADMINISTRARSE LA AUTORIDAD. Ningún hombre debe ser oprimido. Ninguna autoridad del sacerdocio se puede administrar o ejercer en ningún grado de injusticia sin ofender a Dios. Por tanto, al tratar con los hombres no debemos tratarlos con la mente predispuesta en contra de ellos. Debemos expulsar el prejuicio y la ira de nuestros corazones, y cuando juzguemos a nuestros hermanos, por lo que toca a su posición como miembros o coparticipación en la Iglesia, hemos de hacerlo desapasionada, caritativa, bondadosa y amablemente, con la mira de salvar y no de destruir. Tal es nuestra obra; nuestra labor consiste en salvar al mundo, salvar a los del género humano, reconciliarlos con las leyes de Dios y con los principios de la rectitud, la justicia y la verdad, a fin de que puedan ser salvos en el reino de Dios y finalmente, por obediencia a las ordenanzas del evangelio, lleguen a ser herederos de Dios y coherederos con Jesucristo. Esa es nuestra misión. —C.R. de abril, 1913, pág. 6.

LA AUTORIDAD CONFIERE PODER PERDURABLE. La Iglesia tiene dos características: la temporal y la espiritual, y una no existe sin la otra. Sostenemos que ambas son esenciales y que una, sin la otra, es incompleta e ineficaz. Por tal razón el Señor instituyó dos sacerdocios en el gobierno de su Iglesia: el menor o Aarónico, que tiene cargo especial de lo temporal, y el mayor o de Melquisedec, para velar por el bienestar espiritual de la gente. En toda la historia de la Iglesia jamás ha habido época en que no se haya prestado considerable atención a los asuntos temporales, en los sitios de recogimiento de los santos, bajo todos los directores hasta el tiempo presente, como vemos en la edificación de Kirtland, la colonización de Misurí, Nauvoo y la fundación de ciudades y pueblos en el lejano oeste, nuestro hogar actual. Los miembros han vivido y se han ayudado unos a otros a vivir, han labrado su salvación temporal con celo y energía, mas con todo, no han desatendido ni olvidado la esencia espiritual de la gran obra inaugurada por orden divino, como lo testifican sus templos y otras casas de adoración que han señalado cada uno de los sitios que fue su morada.

De manera que aun cuando hemos dedicado mucho tiempo a los asuntos temporales, siempre ha sido con la mira de mejorar nuestra condición espiritual, ya que es obvio que lo temporal, si se entiende correctamente, es una importante palanca mediante la cual se puede lograr el progreso espiritual en esta esfera de acción terrenal. Además, hemos llegado a entender que todo cuanto hacemos es realmente espiritual, porque ante el Padre no hay nada temporal. De modo que en nuestra labor de redimir los lugares desiertos, una fuerte vena espiritual sirve de fondo a la cubierta temporal exterior. —Improvement era, tomo 8, págs. 620, 623 (1904-05).

EL MINISTERIO DEBE CONOCER SUS DEBERES Y EL USO DE LA AUTORIDAD. Por supuesto, es muy necesario que los que presiden en la Iglesia aprendan a fondo sus deberes. Ningún hombre que ocupa una posición de autoridad en la Iglesia puede cumplir con su deber, como es debido, con cualquier otro espíritu que no sea el de paternidad y hermandad hacia aquellos a quienes preside. Los que poseen autoridad no deben ser gobernantes o dictadores; no deben ser arbitrarios; deben ganarse el corazón, la confianza y el amor de aquellos a quienes presiden, por medio de la bondad y el amor no fingido, por la ternura de espíritu, por la persuasión, por un ejemplo que no dé lugar a reproches ni a crítica injusta. En esta manera, con la bondad de su corazón, con su amor por la gente, la conducen por la senda de la justicia y le enseñan el camino de la salvación, diciéndole, tanto por el precepto como por el ejemplo: Seguidme, como yo sigo al que está a nuestra cabeza. Este es el deber de los que presiden. —C.R. de abril, 1915, pág. 5.

CÓMO SE ELIGE A LOS OFICIALES EN LA IGLESIA; UNA PALABRA A LOS OBISPOS. Son hombres fieles escogidos por inspiración. El Señor nos ha indicado la manera de hacer estas cosas. Nos ha revelado que es el deber de las autoridades presidentes nombrar y llamar, y entonces, aquellos a quienes eligen para cualquier posición oficial en la Iglesia, serán presentados al cuerpo. Si los rechaza, el cuerpo se hace responsable de tal rechazamiento, pues tienen el derecho de rechazarlos, si quieren, o recibirlos y sostenerlos con su fe y oraciones. Si yo fuera a compadecerme de oficial alguno en la Iglesia, sería del obispo; si hay oficial alguno en la Iglesia que merece crédito por su paciencia, longanimidad, bondad, caridad y amor no fingido, es el obispo que cumple con su deber; y deseamos sostener con nuestra fe y amor a los obispos y a sus consejeros en Sión. Decimos a los obispados de los distintos barrios: Sed unidos; estad de acuerdo, aun cuando sea necesario poneros de rodillas ante el Señor y humillaros hasta que vuestros espíritus se entremezclen y vuestros corazones se unan unos con otros. Cuando veáis la verdad, estaréis de acuerdo y seréis unidos. —C.R. de abril, 1907, pág.4.

JURISDICCIÓN DE LOS QUÓRUMES DEL SACERDOCIO. Tenemos, pues, nuestros quórumes o consejos de sumos sacerdotes, y tenemos nuestros consejos de setentas y nuestros élderes, y entonces tenemos los consejos de los presbíteros, maestros y diáconos del sacerdocio menor. Estos consejos, todos y cada uno de ellos en su estado organizado, tienen jurisdicción en los miembros de los mismos. Si el miembro es un élder, o si tiene una posición en el quorum de setentas, o en el de sumos sacerdotes, y no se está conduciendo como es debido, o manifiesta falta de fe, falta de reverencia hacia la posición que ocupa en su consejo o quórum, se debe investigar su confraternidad o calidad de miembro en el quorum al cual pertenece, porque es responsable a dicho quorum por su buena conducta y confraternidad en él. De modo que tenemos la comprobación que el Señor ha puesto sobre los miembros de la Iglesia, y al hablar de miembros de la Iglesia me refiero a mí, me refiero a los apóstoles, me refiero a los sumos sacerdotes y a los setentas y élderes. Hablo de todo aquel que es miembro de la Iglesia. —C.R. de abril, 1913, pág. 6.

JURISDICCIÓN EN LAS ESTACAS Y BARRIOS. Además, los obispados y presidentes de estaca tienen jurisdicción exclusiva, en lo que a calidad de miembro concierne, en los hombres y mujeres que pertenecen a sus barrios y sus estacas. Deseo expresar esto con toda claridad, es decir, no es mi deber, no es el deber de los siete presidentes de setentas, ni del Consejo de los Doce Apóstoles ir a una estaca de Sión y formarle juicio a un miembro de una estaca o barrio en lo que a su calidad de miembro atañe. No es de nuestra incumbencia; corresponde a las autoridades locales, y éstas tienen amplia autoridad para juzgar a los miembros en sus barrios y en sus estacas. Los obispos pueden formarle juicio a un élder por su mal comportamiento, por conducta indigna de un cristiano, apostasía o cualquier género de iniquidad que pueda inhabilitarlo para continuar como miembro de la Iglesia, y pueden dictarle su fallo de que no es digno de la confraternidad de la Iglesia y suspenderlo. Entonces pueden referir su caso a la presidencia y al sumo consejo, y será el deber de la presidencia y del sumo consejo de la estaca proceder en contra de él, aun al grado de excomulgarlo de la Iglesia; y no le queda más remedio que el derecho de apelar a la Presidencia de la Iglesia. Si hubiera, por ventura, alguna injusticia y parcialidad, falta de información o de entendimiento por parte del obispado, que no fuese corregida y, consiguientemente, podría ser perpetuada por la decisión del sumo consejo, y la parte agravada siente que no se le ha hecho justicia, tiene entonces el derecho, según las leyes de la Iglesia, de apelar a la Presidencia de la Iglesia; pero no en caso contrario. —C.R. de abril, 1913, pág. 5.

DEBERES DE LOS QUE ESTÁN OBRANDO EN EL MINISTERIO. No necesito decir a mis hermanos ocupados en el ministerio que se requiere que todos y cada uno de ellos se dediquen a las obras y sean fieles a las responsabilidades que descansan sobre ellos en el cumplimiento de sus deberes como oficiales de la Iglesia. Esperamos que los presidentes de las estacas de Sión sean ejemplos al pueblo. Esperamos que en verdad sean padres hacia aquellos a quienes presiden; hombres de prudencia, de sano criterio, imparciales y justos, hombres que efectivamente se habilitarán o que de hecho están habilitados por sus dotes naturales y por la inspiración de Dios, de la cual tienen el privilegio de disfrutar, para presidir en justicia y juzgar con juicio recto todos los asuntos llevados a ellos, o los que legítimamente correspondan a su oficio y llamamiento. Esperamos la misma fidelidad, la misma lealtad, la misma administración inteligente por parte de los obispos y sus consejeros en cuanto a sus deberes, y de hecho, tal vez sobre éstos descanse la mayor responsabilidad posible, por motivo de que sus presidencias les requieren que estén atentos a los diversos intereses y necesidades de sus miembros. Se espera que un obispo conozca a todas las personas que residen en su barrio, no sólo a los que son fieles miembros de la Iglesia, diligentes en el cumplimiento de sus deberes y prominentes por causa de sus buenas obras, sino a los que son fríos e indiferentes, los tibios, los que están propensos a errar y a cometer equívocos; y no solamente a éstos, antes se espera que los obispos, mediante sus ayudas que tienen en sus barrios, se familiaricen no nada más con sus miembros, hombres y mujeres, sino que también conozcan al extranjero dentro de sus puertas y estén preparados para impartir solaz, consuelo, buenos consejos, prudencia y toda otra ayuda que sea posible dar a los necesitados, bien sea que pertenezcan a la casa de fe o bien sean extranjeros en cuanto a la verdad. De manera que es mucho lo que se espera de los obispos y sus consejeros, y de los élderes y del sacerdocio menor en sus barrios, a quienes llaman para que les ayuden a entender a los miembros, tanto espiritual como temporalmente; y quiero decir en este respecto que estos obispos y las presidencias de las estacas de Sión, junto con sus sumos consejos, tienen el deber de administrar justicia y justo juicio a todo miembro de sus barrios y sus estacas. Quedan incluidos en esto los sumos sacerdotes, los setentas y los élderes, y los apóstoles, los patriarcas y la presidencia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Ningún varón que sea miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, o que sea contado como miembro acreditado de la misma, queda exento de sus responsabilidades como miembro, o de su lealtad al obispo del barrio a donde reside. Como miembro del barrio en el cual vivo, tengo igual deber de reconocer a mi obispo, como lo tiene el más humilde y último miembro de la Iglesia. Ningún hombre que afirma ser miembro acreditado de la Iglesia puede sobreponerse a la autoridad que el Señor omnipotente ha establecido en su Iglesia, o quedar independiente de ella. Esta vigilancia en cuanto a los miembros, su recto vivir, su fidelidad a sus convenios y al evangelio de Jesucristo corresponde a los presidentes de estacas y sus consejeros, y al sumo consejo o los miembros de dicho consejo, al obispo y sus consejeros y a los maestros de su barrio. —C.R. de abril, 1913, págs. 3, 4.

EL PROPOSITO Y DEBER DE LA IGLESIA; CUALIDADES DE LOS QUE DIRIGEN. El Señor os bendiga. Veo ante mí a los que dirigen la Iglesia, los espíritus que presiden en calidad de presidentes de estaca, consejeros de presidentes de estaca, miembros de sumos consejos, obispos y sus consejeros y los que están obrando en nuestras instituciones educativas y en otras posiciones de responsabilidad en la Iglesia. Os honro a todos. Os amo y amo vuestra integridad en la causa de Sión. En lo que a mí concierne, es el reino de Dios o nada. Yo personalmente no sobresalgo en esta obra, y no soy nada sino en el humilde esfuerzo por cumplir con mi deber al grado que el Señor me concede la habilidad para hacerlo. Pero es el reino de Dios; y al decir reino de Dios, me estoy refiriendo a la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, de la cual Jesucristo es rey y cabeza; no como organización que en manera alguna amenace o ponga en peligro las libertades o derechos de la gente del mundo, sino como organización que tiene por objeto elevar y aliviar la condición del género humano; hacer buenos a los hombres malos, si es posible que se arrepientan de sus pecados, y a los hombres buenos hacerlos mejores. Tal es el objeto y propósito de la Iglesia, y esto es lo que está efectuando en el mundo; y es sumamente estricta en lo concerniente a estos asuntos. Los borrachos, fornicarios, mentirosos, ladrones, los que traicionan la confianza de sus semejantes, los que no son dignos de creer— tales, al descubrirse su carácter, son excomulgados de la Iglesia y no se les permite tener lugar en ella, si llegamos a saberlo. Es cierto que no hay uno solo de nosotros que no tenga sus imperfecciones y debilidades. La perfección no existe en el ser mortal, todos tenemos nuestras debilidades; pero cuando un hombre abandona la verdad, la virtud, su amor por el evangelio y por el pueblo de Dios, y se convierte en enemigo manifiesto y declarado, la Iglesia tiene el deber de separarlo de la misma ya que no estaría cumpliendo con su deber si no lo separara de la hermandad, lo expulsara y lo dejara ir donde le pareciera. Haríamos mal si intentásemos retener y alentar a estas malas personas en medio de nosotros, pese a la relación que existiera entre nosotros y ellos. Por tanto, vuelvo a repetir, la Iglesia de Jesucristo sostiene la virtud, el honor, la verdad, la pureza de vida y buena voluntad hacia todo género humano. Sostiene a Dios el Eterno Padre y a Jesucristo, a quien el Padre envió al mundo y el conocimiento de los cuales es vida eterna. Esto es lo que la Iglesia defiende, y no puede tolerar la abominación, crimen o maldad por parte de aquellos que afirman tener conexión con ella. Debemos apartarnos de ellos y dejarlos que sigan su camino; no que deseemos perjudicarlos; pues no queremos perjudicar a nadie. Jamás lo hemos hecho, y no es nuestra intención perjudicar a ninguno; pero tampoco queremos que nos perjudiquen aquellos que procuran nuestra destrucción, si podemos evitarlo. Es nuestro el derecho de protegernos. —C.R. de abril, 1906, págs. 7,8.

LOS QUE DIRIGEN DEBEN SER VALEROSOS. Una de las cualidades más nobles de todo verdadero dirigente es una alta norma de valor. Al hablar del valor y la habilidad para dirigir, estamos usando términos que significan la calidad de vida mediante la cual los hombres conscientemente determinan el camino debido que han de seguir, y sostienen con fidelidad sus convicciones. Jamás ha habido época en la Iglesia en que no se haya requerido que sus directores sean hombres de valor; no sólo valor en el sentido de poder hacer frente a los peligros físicos, sino también en el sentido de ser firmes y leales a una convicción clara y recta.

Los que dirigen la Iglesia, pues, deben ser hombres que no se desaniman fácilmente, que no carecen de esperanza, que no se dejan llevar por presagios de todo género de males venideros. Sobre todas las cosas, los que dirigen a la gente jamás deben infundir un espíritu tenebroso en el corazón de los miembros. Si los hombres que ocupan altas posiciones sienten a veces el peso y ansiedad de épocas trascendentales, tanto más deben sostenerse firmes y resueltos en esas convicciones nacidas de una conciencia temerosa de Dios y de vidas puras. En sus vidas particulares los hombres deben sentir la necesidad de suministrar ánimo al pueblo por medio de sus propias relaciones con ellos, llenas de esperanza y buen ánimo, así como por sus palabras en lugares públicos. Es asunto de la más grave importancia que se eduque al pueblo a estimar y cultivar el aspecto alegre de la vida, más bien que permitir que sus tinieblas y sombras los cubran.

A fin de vencer con éxito las inquietudes concernientes a los asuntos que requieren tiempo para resolverse, son esenciales una fe y confianza absolutas en Dios y en el triunfo de su obra.

Las preguntas más trascendentales y los mayores peligros a la felicidad personal no siempre se arrostran y se resuelven dentro de uno mismo, y si los hombres no pueden hacer frente valerosamente a las dificultades y obstáculos de sus propias vidas y naturalezas individuales, ¿cómo van a enfrentarse con éxito a esas cuestiones públicas en las cuales están de por medio el bienestar y la felicidad del pueblo? De modo que los hombres que son llamados a dirigir deben alarmarse cuando se sientan dominados por una disposición llena de conjeturas, zozobra, dudas y constantes inquietudes. Con frecuencia aparecen nueves y tormentas amenazantes en el horizonte de la vida, y pasan tan rápidamente como surgieron; así que los problemas, dificultades y peligros que nos agobian no siempre se pueden encarar, ni resolver, ni ser vencidos por nuestro intento individual ni por nuestros esfuerzos en conjunto.

No es descrédito para el hombre que dice, «y no sé», a preguntas cuya respuesta queda enteramente dentro de un propósito divino, el objeto del cual no se le concede al hombre ver claramente. Es lamentable, sin embargo, cuando los hombres y mujeres permiten que tales preguntas, que únicamente el tiempo y la paciencia pueden resolver, los desanimen y derroten sus propios esfuerzos en la realización de la vida y profesión que han elegido. En quienes dirigen, son casi imperdonables la impaciencia indebida y una mente melancólica, y hay ocasiones en que se requiere casi tanto valor para esperar como para obrar. Se espera, pues, que los directores del pueblo de Dios, así como el pueblo mismo, no sientan que deben hallar una solución inmediata a todo problema que surge para perturbar el llano curso de su camino. —Juvenile Instructor, tomo 38, pág. 339 (1903).

DEBERES DE LOS OFICIALES DE LA IGLESIA. Aquí el Señor especialmente exige a los hombres que están a la cabeza de esta Iglesia, y que son responsables de la orientación y dirección del pueblo de Dios, que se encarguen de ver que se guarde la ley de Dios. Es nuestro deber hacer esto. —C.R. de octubre, 1899, pág. 41.

LA VERDAD NOS UNIRA: PALABRAS A LOS OFICIALES DE LA IGLESIA. La verdad jamás dividirá a los consejos del sacerdocio. Nunca causará división entre los presidentes y sus consejeros, o entre los consejeros y sus presidentes, ni separará a los miembros unos de otros ni de la Iglesia. La verdad nos unirá y nos vinculará. Nos hará fuertes, porque es un fundamento que no puede ser destruido. Por tanto, cuando los obispos y sus consejeros no estén de acuerdo, o cuando entre los presidentes y sus consejeros exista diferencia alguna en sus sentimientos o en su manera de proceder, tienen la obligación de reunirse, recurrir juntos al Señor y humillarse delante de Él hasta que reciban revelación de Él y vean la verdad de la misma manera, a fin de que puedan ir ante el pueblo como uno. Es el deber de los presidentes de estaca y miembros del sumo consejo reunirse a menudo, orar juntos, aconsejarse juntos, conocer el espíritu de unos y otros, entenderse entre sí y unirse, a fin de que no haya disensión o división entre ellos. Lo mismo se aplica a los obispos y sus consejeros; y lo mismo se puede decir de los consejos del sacerdocio desde el primero hasta el último. Reúnanse y lleguen a ser uno en su entendimiento de lo que es recto, justo y verdadero, y entonces salgan como uno a realizar el propósito que tienen en mente. – C.R. de abril, 1907, págs. 4, 5.

LOS OFICIALES DEBEN DAR EL EJEMPLO. También el Señor preparará un registro, y por él será juzgado el mundo entero. Y vosotros que poseéis el santo sacerdocio, vosotros que sois apóstoles, presidentes, obispos y sumos sacerdotes en Sión seréis llamados para ser los jueces de los del pueblo. Por tanto, se espera que les fijéis la norma que han de realizar, y que vigiléis para que vivan de acuerdo con el espíritu del evangelio, cumplan con su deber y guarden los mandamientos del Señor. Llevaréis un registro de sus hechos. Anotaréis cuándo son bautizados, cuándo son confirmados y cuándo reciben el Espíritu Santo por la imposición de manos. Anotaréis cuándo llegan a Sión, su posición como miembros de la Iglesia. Indicaréis si atienden a sus deberes como presbíteros, maestros o diáconos, como élderes, setentas o sumos sacerdotes. Escribiréis sus obras, como el Señor aquí lo dice. Tomaréis nota de sus diezmos y les daréis crédito por lo que hagan; y el Señor determinará la diferencia entre el crédito que se atribuyan a sí mismos y el que debían recibir. El Señor juzgará entre nosotros en este respecto; pero nosotros juzgaremos al pueblo, requiriéndole que primero cumpla con su deber. A fin de hacerlo, los que están a la cabeza deben dar el ejemplo; deben andar por el camino recto e invitar al pueblo a que lo siga. No deben intentar empujar a la gente; no deben tratar de convertirse en amos, antes deben ser hermanos y directores del pueblo. -C.R. de abril, 1901, pág. 72.

DEBER DEL SANTO SACERDOCIO. Es el deber de este numeroso cuerpo de hombres que poseen el santo sacerdocio, que es según el orden del Hijo de Dios, ejercer su influencia y ejercitar su poder para bien entre el pueblo de Israel y la gente del mundo. Es su deber obligatorio predicar y obrar justicia, tanto en casa como fuera de casa. —C.R. de octubre, 1901, pág. 83.

LA MANERA DE VOTAR POR LO QUE LA IGLESIA PROPONE. Deseamos que todos los hermanos y hermanas sientan la responsabilidad de expresar su opinión referente a las proposiciones que os sean presentadas. No queremos que ningún hombre o mujer, miembro de la Iglesia, obre contra su conciencia. Desde luego, no estamos pidiendo a los apóstatas ni a los que no son de la Iglesia que voten por las autoridades de la misma. Sólo pedimos a los miembros acreditados de la Iglesia que voten por las proposiciones que se pongan ante vosotros, y quisiera que todos votaran según lo que sientan, bien sea a favor o en contra. – C.R. de octubre, 1902, pág. 83.

LA MANERA DE VOTAR POR LOS OFICIALES DE LA IGLESIA. La Presidencia de la Iglesia expresará su parecer primeramente, indicando con ello, en algún grado por lo menos, el parecer del Espíritu y las sugerencias de la cabeza. Entonces se hará la proposición a los apóstoles, para que ellos muestren su disposición o indisposición de sostener el paso de la Primera Presidencia. En seguida tocará a los patriarcas, y éstos tendrán el privilegio de indicar si sostienen el paso que se ha dado; luego a los presidentes de estaca, sus consejeros y a los miembros de los sumos consejos; entonces a los sumos sacerdotes (el oficio del Sacerdocio de Melquisedec que posee las llaves de presidir); tras ellos los élderes viajantes —los setentas— podrán expresar su parecer; entonces los élderes, luego los obispados de la Iglesia y el sacerdocio menor, y después de ellos toda la congregación. Todos los miembros de la Iglesia presentes tendrán el privilegio de expresar su parecer referente a los asuntos que se van a proponer, poniéndose de pie y levantando la mano. —C.R. de octubre, 1901, pág. 73.

Los OFICIALES DEPENDEN DE LA VOZ DEL PUEBLO. Es bien sabido que nos reunimos en conferencia general dos veces al año con objeto de presentar los nombres de aquellos a quienes se ha escogido como oficiales presidentes en la Iglesia, y queda entendido que los que ocupan estos cargos dependen de la voz del pueblo para continuar en la autoridad, los derechos y privilegios que ejercen. Los miembros de esta Iglesia del sexo femenino tienen el mismo privilegio de votar para sostener a sus oficiales presidentes que los miembros varones, y el voto de una hermana que es miembro acreditado de la Iglesia cuenta igual en todo respecto que el voto de un hermano. —C. R. de abril, 1904, pág. 73.

CASI TODOS LOS MIEMBROS VARONES LLEVAN LA RESPONSABILIDAD DEL SACERDOCIO. Queremos que el pueblo entienda, y quisiéramos que el mundo entendiera el importante hecho de que no son los directores prominentes de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días quienes ejercen toda la influencia entre los miembros de la misma. Queremos que se entienda que tenemos el menor número de miembros seglares en esta Iglesia, en proporción al número de nuestros miembros, que en cualquier otra iglesia sobre la tierra. Casi todo varón en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días posee el Sacerdocio de Melquisedec o el de Aarón, y en virtud de la autoridad de ese sacerdocio, puede obrar en una posición oficial cuando se le llame a ello. Son sacerdotes y reyes, si se me permite, para Dios en justicia. De entre este numeroso cuerpo de sacerdotes llamamos y ordenamos o apartamos a nuestros presidentes de estaca, nuestros consejeros, nuestros miembros de sumo consejo, nuestros obispos y sus consejeros, nuestros setentas, nuestros sumos sacerdotes y nuestros élderes, sobre quienes descansa la responsabilidad de proclamar el evangelio de verdad eterna a todo el mundo, y sobre quienes también descansa la grande y gloriosa responsabilidad de conservar la dignidad, el honor y el carácter sagrado de ese llamamiento y sacerdocio. Por tanto, se espera que casi todo varón de la Iglesia, que ha llegado a los años de responsabilidad, sea, en su esfera, un pilar en Sión, un defensor de la fe, un ejemplo, un varón de rectitud, de verdad y sobriedad, virtud y honor, un buen ciudadano del municipio en el cual viva y un firme y leal ciudadano del gran país que con satisfacción llamamos nuestra patria—C. R. de abril, 1903, pág. 73.

MUCHOS POSEEN EL SACERDOCIO DE MELQUISEDEC. Aunque gozamos de una pequeña ventaja sobre el resto de la congregación, por mi parte podría permanecer aquí una semana más para escuchar los testimonios de mis hermanos, y dar al mundo la oportunidad de ver y saber que el sacerdocio en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días no se limita a un hombre, ni a tres, ni a quince, sino que hay miles de varones en Sión que poseen el Sacerdocio de Melquisedec, que es según el orden del Hijo de Dios, y quienes poseen las llaves de autoridad y poder para ejercer el ministerio de vida y salvación entre la gente del mundo. Quisiera dar al mundo la oportunidad de ver lo que somos, de escuchar lo que sabemos y entender cuál es nuestro cometido y lo que nos proponemos lograr con la ayuda del Señor. —C. R. de octubre, 1903, pág. 73.

RESPONSABILIDADES DE LOS QUÓRUMES DEL SACERDOCIO. Esperamos ver el día, si vivimos el tiempo suficiente (y si alguno de nosotros no vivimos hasta llegar a verlo, hay otros que vivirán), cuando todo consejo del sacerdocio en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días entenderá su deber, asumirá su propia responsabilidad, magnificará su llamamiento y ocupará su lugar en la Iglesia, hasta lo último, de acuerdo con la inteligencia y habilidad que posea. Cuando llegue ese día, no habrá tanta necesidad de la obra que hoy están efectuando las organizaciones auxiliares, porque los quórumes ordinarios del sacerdocio la efectuarán. El Señor lo designó y comprendió desde el principio, y ha providenciado en la Iglesia los medios para hacer frente a toda necesidad y satisfacerla por medio de las organizaciones ordinarias del sacerdocio. Verdaderamente se ha dicho que la Iglesia está perfectamente organizada. El único problema es que estas organizaciones no están completamente al corriente de las obligaciones que descansan sobre ellas. Cuando despierten por completo a lo que de ellos se requiere, cumplirán con sus deberes más fielmente, y la obra del Señor será tanto más fuerte, más poderosa e influyente en el mundo. —C.R. de abril, 1906, pág. 3.

¿QUÉ ES EL SACERDOCIO? Honrad ese poder y autoridad que llamamos el santo sacerdocio, que es según el orden del Hijo de Dios, y el cual Dios mismo ha conferido al hombre. Honrad ese sacerdocio. ¿Qué es ese sacerdocio? No es ni más ni menos que autoridad divina comunicada de Dios al hombre. Es ese el principio que debemos honrar. Nosotros mismos poseemos las llaves de esa autoridad y sacerdocio, el cual ha sido conferido sobre las grandes masas de los Santos de los Últimos Días. De hecho, puedo decir que se ha conferido a muchos que no fueron dignos de recibirlo, quienes no lo han magnificado y han traído la deshonra sobre sí mismos y sobre el sacerdocio que les fue conferido. El sacerdocio del Hijo de Dios no puede ejercerse en ningún grado de injusticia, ni permanecerá su poder, su virtud y autoridad con aquel que es perverso, que es traidor en su alma hacia Dios y hacia sus semejantes. No permanecerá con fuerza y poder en aquel que no lo honra en su vida cumpliendo con los requisitos del cielo. —C.R. de abril, 1904, pág. 3.

DÓNDE Y CÓMO SE DEBE BUSCAR CONSEJO. Se llama la atención de los varones jóvenes de la Iglesia a la necesidad de conformarse con el orden de la misma en asuntos de dificultades que pudieran surgir entre hermanos y miembros y oficiales, y también en otras cosas en que se solicite un consejo.

La juventud de Sión debe recordar que el fundamento principal para allanar dificultades estriba en que las personas mismas que están teniendo problemas hagan los ajustes y arreglos. Si los que difieren no pueden solucionar sus dificultades, es infinitamente más difícil, cuando no imposible, que una tercera o cuarta persona logre la armonía entre ellos. En cualquier caso, estas personas ajenas sólo pueden ayudar a los contendientes a llegar a un entendimiento.

Pero en caso de que sea necesario llamar al sacerdocio en calidad de tercera parte, existe un orden debido para hacer esto. Si no se puede llegar a ninguna conclusión, en una dificultad o diferencia entre dos miembros de la Iglesia, se debe llamar a los maestros orientadores para que ayuden; si esto no da resultado, se puede apelar al obispo, luego al sumo consejo de la estaca, y sólo después de haberse considerado la dificultad ante dicho cuerpo podrá referirse el asunto al quorum general presidente de la Iglesia. Es un error pasar por alto cualquiera de estos pasos autorizados o a las autoridades.

En los casos de dificultades, este asunto generalmente se entiende, pero no parece que se entiende tan claramente en lo que podrían llamarse asuntos pequeños que, no obstante, son igualmente serios. A menudo encontramos casos en que totalmente se pasa por alto o se desdeña por completo el consejo, dictamen y criterio del sacerdocio que sigue en orden. Los hombres van al presidente de la estaca para que los aconseje, cuando en realidad deberían consultar a sus maestros o a su obispo; y frecuentemente vienen a la Primera Presidencia, a los apóstoles o setentas, cuando jamás se ha hablado con el presidente de su estaca. Esto no es correcto, y en ningún sentido concuerda con el orden de la Iglesia. No se debe hacer caso omiso del sacerdocio del barrio en ningún caso en que se consulte a las autoridades de la estaca, ni se ha de pasar por alto a las autoridades de la estaca a fin de obtener el consejo de las autoridades generales. Este desprecio de los debidos oficiales locales ni va de conformidad con las instrucciones y organización de la Iglesia, ni conduce al buen orden; sólo causa confusión. Todo oficial de la Iglesia ha sido colocado en su cargo para magnificarlo, para ser guardia y consejero del pueblo. Se debe consultar y .respetar a todos en sus llamamientos, y nunca pasarlos por alto en su lugar.

Sólo de esta manera pueden prevalecer esa armonía y unidad que caracterizan a la Iglesia de Cristo. Además, de esta manera se coloca la responsabilidad de tan gran obra sobre el sacerdocio laborante, el cual lo comparte con las autoridades generales; y así también, en igual manera, la perfección, fuerza y poder de la organización de la Iglesia brillan con mayor lustre. —Improvement Era, tomo 5, pág. 230 (enero de 1902).

SE DEBE CONSULTAR A LOS PADRES. Una de las primeras obligaciones que un joven contrae en el mundo es su deber para con su padre y su madre. El mandamiento dado por Dios en los primeros días de la historia de los israelitas: «Honra a tu padre y a tu madre», venía acompañado de una promesa que es válida hasta el día de hoy, a saber: «Para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.»

Con la obediencia vienen naturalmente ese respeto y consideración por sus padres que deben distinguir a un joven noble. Están a la cabeza de la familia, el patriarca, la madre, los dirigentes; y ningún hijo debe dejar de consultarlos y buscar su consejo durante toda su carrera bajo el techo paternal.

La Iglesia debe respetar este sentimiento. De modo que los oficiales que deseen utilizar los servicios de un joven en cualquier cargo para los asuntos de la Iglesia, no deben dejar de consultar al padre antes de hacer el llamamiento. Tenemos casos en que aun se ha llamado a jóvenes a cumplir misiones importantes, pues los obispos de barrios o presidentes de quórumes recomendaron sus nombres a la Iglesia sin haber consultado al padre para nada. Se ha pasado por alto a los padres completamente. Esto no es ni deseable ni correcto, ni va de conformidad con el orden de la Iglesia o las leyes que Dios instituyó desde los tiempos más remotos. La Iglesia es patriarcal en cuanto a su carácter y naturaleza, y es sumamente propio y recto que los oficiales consulten al jefe de familia, el padre, en todas las cosas relacionadas con el llamamiento de sus hijos a cualquier deber en la Iglesia. Nadie mejor que el padre entiende las condiciones en que se encuentra la familia y lo que es mejor para sus hijos; por tanto, se deben consultar y respetar sus deseos.

A nuestros élderes justificadamente les parecería un error bautizar a una esposa sin el consentimiento de su marido, y a los hijos sin el consentimiento de los padres. Es igualmente impropio que un oficial de la Iglesia llame a los hijos de cualquier familia, en tanto que estén bajo el cuidado y sostén paternales, para que reciban una ordenación o cumplan con algún llamamiento en la Iglesia, sin consultar primero a los padres.

La organización familiar constituye la base de todo gobierno verdadero, y no se puede hacer demasiado hincapié en la importancia de que el gobierno en la familia sea lo más perfecto posible, ni en el hecho de que en todos los casos se debe sostener el respeto por la familia.

Hay que tener el más minucioso cuidado de grabar en la mente de los jóvenes la necesidad de consultar a su padre y a su madre en todo lo que se relacione con sus hechos en la vida. Se debe inculcar en el corazón de los jóvenes de la Iglesia el respeto y la veneración por sus padres—el padre y la madre deben ser respetados y sus deseos considerados— y en el corazón de todo niño se debe implantar ese concepto de estimación y consideración para con los padres que distinguió a las familias de los antiguos patriarcas.

Dios está a la cabeza de la raza humana; lo estimamos como el Padre de todos. No hay manera de complacerlo más, que por considerar, respetar, honrar y obedecer a nuestros padres y a nuestras madres, quienes son los medios de nuestra existencia aquí sobre la tierra.

Por tanto, deseo recalcar en los oficiales de la Iglesia la necesidad de consultar a los padres en todas las cosas relacionadas con el llamamiento de sus hijos al sacerdocio y a las obras de la Iglesia, a fin de que ésta no altere el respeto y veneración que los hijos deben mostrar a los padres, ni sus oficiales pasen esto por alto. De esta manera se hará prevalecer la armonía y la buena voluntad; y así se agregará a los llamamientos del santo sacerdocio la aprobación de las familias y la vida familiar, sobre los cuales el gobierno de la Iglesia se basa y se perpetúa, para asegurar la unidad, fuerza y poder en cada uno de sus hechos. —Improvement Era, tomo 5, pág. 307 (feb. de 1902).

EL USO CORRECTO DE LOS TÍTULOS DEL SACERDOCIO. También hay, en este respecto, otro punto al cual provechosamente se puede llamar la atención. Es el uso demasiado frecuente de los títulos «Profeta, Vidente y Revelador», «Apóstoles», etc., en la conversación ordinaria de los miembros. Estos títulos son demasiado sagrados para usarse indistintamente en nuestra habla común. Hay ocasiones en que son muy propios y se acomodan bien, pero en nuestras conversaciones diarias es suficiente honor tratar de ^ élder a cualquier hermano que posee el Sacerdocio de Melquisedec. Élder es el término general que se aplica a todos aquellos que poseen el sacerdocio mayor, sean apóstoles, patriarcas, sumos sacerdotes o setentas; y tratar a un hermano de apóstol fulano o patriarca mengano en la conversación común de negocios y asuntos parecidos, es usar títulos demasiado sagrados para ser propios en tales ocasiones. En un grado menor, tiene un parecido a esa maldad respecto de la cual a menudo se nos amonesta, el uso demasiado frecuente del nombre de ese Santo Ser a quien adoramos, y el de su Hijo, nuestro Redentor. Para evitar esta maldad, los santos en los días antiguos dieron al santo sacerdocio el nombre del gran sumo sacerdote, Melquisedec, aun cuando el título real y correcto es: «El Santo Sacerdocio según el orden del Hijo de Dios.» El uso continuo y sin distinción de todos estos títulos se asemeja a la blasfemia, y no es agradable a nuestro Padre Celestial. —Juvenile Instructor, tomo 38, pág. 20 (1 de enero de 1903).

TODOS LOS OFICIALES DEL SACERDOCIO SON NECESARIOS Y DEBEN SER RESPETADOS. Creo que es el deber de la Iglesia reconocer, en su esfera y llamamiento, a todo hombre que ocupa un cargo oficial en la misma. Sostengo la doctrina de que el deber de un maestro es tan sagrado, en la esfera en que es llamado a obrar, como el deber de un apóstol, y que todo miembro de la Iglesia tiene la obligación de honrar al maestro que lo visita en su casa, como de honrar el oficio y consejo del quorum presidente de la Iglesia. Todos poseen el sacerdocio; todos están obrando en su llamamiento y todos son esenciales en su lugar, porque el Señor los ha nombrado y establecido en su Iglesia. No podemos despreciarlos, pues si lo hacemos, el pecado caerá sobre nuestra cabeza. —C.R. de octubre, 1902, pág. 86.

EL CUIDADO DE LOS MIEMBROS DE LA IGLESIA. Digo que cuando estos miembros de la Iglesia están en error o haciendo lo malo, tenemos las medidas primeramente en los barrios; los obispos los vigilan; entonces el quorum al cual pertenecen tiene la jurisdicción, así como la obligación de cuidarlos; y después que los quórumes velan por ellos, las presidencias de las estacas los vigilan y procuran que se les ayude; que sean fortalecidos, que sean amonestados y advertidos, y se les encomie cuando cumplan con sus deberes y guarden los mandamientos del Señor. De modo que el Señor ha dispuesto muchas medidas para velar por los miembros de la Iglesia, con objeto de enseñarles principios correctos, ayudarles a hacer lo justo, a vivir rectamente y guardarse puros y limpios de los pecados del mundo, a fin de que se perfeccione el cuerpo de la Iglesia y quede libre del pecado, de toda maldad contagiosa, así como el cuerpo del varón Jesucristo se encuentra libre de toda mancha, maldad y pecado. De modo que Dios ha colocado todos estos salvaguardias en la Iglesia, desde los diáconos hasta los apóstoles y la Presidencia de la Iglesia, con el fin de persuadir a los hombres y mujeres a guardarse puros y sin mancha del mundo, y ayudarles a ser fieles a los convenios que han concertado unos con otros y con su Dios. —C.R. de abril, 1913, págs. 6, 7.

EL SACERDOCIO DEBE CONOCER LA SECCIÓN 107 DE DOCTRINAS Y CONVENIOS. Ahora digo a los hermanos que poseen el sacerdocio —los sumos sacerdotes, los setentas, los élderes y el sacerdocio menor— magnificad vuestro llamamiento; estudiad las Escrituras; leed la sección 107 de Doctrinas y Convenios sobre el sacerdocio; aprended esa revelación que se dio por conducto del Profeta José Smith, y vivid de acuerdo con sus preceptos y doctrina, y lograréis el poder y la inteligencia para poner en orden muchas desviaciones que hasta ahora han existido en vuestra mente y aclarar muchas dudas e incertidumbres relacionadas con los derechos del sacerdocio. Dios nos ha dado esa palabra; está en vigor hoy en la Iglesia y en el mundo, y contiene instrucciones al sacerdocio y al pueblo con respecto a sus deberes, que todo élder debe saber. -C.R. de octubre, 1902, pág. 88.

¿QUIÉN ES APTO PARA PRESIDIR? Todo hombre debe estar dispuesto a que otro lo presida; y no es apto para presidir a otros hasta que él pueda sujetarse suficientemente a la presidencia de sus hermanos. —Improvement Era, tomo 21, pág. 105.

LAS OBLIGACIONES DEL SACERDOCIO. ¡Pensemos en lo que significa poseer las llaves de autoridad, las cuales indefectiblemente respetarán el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo si se ejercen con sabiduría y rectitud! ¿Honráis este sacerdocio? ¿Respetáis el oficio y honráis la llave de autoridad que poseéis en el sacerdocio de Melquisedec, que es según el orden del Hijo de Dios? ¿Profanaréis, vosotros que poseéis este sacerdocio, el nombre de Dios? ¿Seréis desenfrenados, y comeréis y beberéis con los borrachos, con los incrédulos y los impíos? ¿Olvidaréis vuestras oraciones, poseyendo dicho sacerdocio, y no os acordaréis del Dador de todo lo bueno? Vosotros que poseéis ese sacerdocio y tenéis el derecho y la autoridad de Dios para obrar en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, ¿violaríais la confianza y amor de Dios, la esperanza y deseo del Padre de todos nosotros? Porque al conferiros esa llave y bendición, El desea y espera que magnifiquéis vuestro llamamiento. ¿Deshonraríais a vuestra esposa o a vuestros hijos siendo élderes en la Iglesia de Jesucristo? ¿Abandonaríais a la madre de vuestros hijos, la esposa de vuestro seno, el don de Dios a vosotros, que es más precioso que la vida misma? Porque sin la mujer el varón no es perfecto en el Señor, así como la mujer no es perfecta sin el varón. ¿Honraréis el día de reposo y lo santificaréis? ¿Observaréis la ley de los diezmos y todos los otros requisitos del evangelio? ¿Llevaréis con vosotros en todo tiempo el espíritu de la oración y el deseo de hacer lo bueno? ¿Enseñaréis a vuestros hijos los principios y salvación, para que al llegar a los ocho años de edad ellos deseen el bautismo por su propia voluntad? —Ímprobamente Era, tomo 21, págs. 105-6 (dic. de 1917).

CÓMO NACE EL HONOR POR QUIENES POSEEN EL SACERDOCIO. Si honráis el santo sacerdocio en vosotros primeramente, lo honraréis en aquellos que os presiden y los que funcionan en los varios llamamientos en toda la Iglesia, —improvement Era, tomo 21, pág. 106 (dic. de 1917).

EL ORDEN DEL SACERDOCIO. Un oficial de la Iglesia en una de las estacas de Sión pregunta si se puede privar a un hombre de su sacerdocio de alguna otra manera que no sea la excomunión. En otras palabras, ¿puede abrogarse o anularse la ordenación de un hombre en el sacerdocio y permitírsele que continúe como miembro de la Iglesia, o es necesario que sea excomulgado antes que se le pueda privar de su sacerdocio? La respuesta debe ser que únicamente por medio de la excomunión, en la manera indicada, puede privarse a una persona del sacerdocio. No sabemos que se haya dispuesto otra manera mediante la cual se pueda privar del sacerdocio a un hombre a quien se le ha conferido. Las autoridades constituidas de la Iglesia, sin embargo, pueden determinar, después de una audiencia debidamente autorizada, que un hombre ha perdido su derecho de obrar en el sacerdocio, y por tal causa puede imponérsele el silencio y recogérsele su certificado de ordenación, y con ello suspendérsele su derecho de oficiar en las ordenanzas del evangelio o ejercer el sacerdocio que le ha sido conferido. Entonces, si persiste en ejercer su sacerdocio y llamamiento anterior, puede ser procesado por esta insubordinación y ser excomulgado.

Han acontecido varios ejemplos en la historia de la Iglesia en que, por motivo de transgresión, debidamente comprobada y determinada por las autoridades constituidas, se ha impedido a los hombres obrar en el sacerdocio, lo cual surte igual efecto que si se les privara de su sacerdocio, si tal fuera posible; pero esto no los despoja de ninguna ordenación, y si en tales casos los transgresores se arrepintiesen e hiciesen una restitución completa y satisfactoria, todavía poseerían el mismo sacerdocio que tuvieron antes de imponérseles el silencio o impedírseles obrar. Una vez que se ha ordenado obispo, élder o sumo sacerdote a alguien, éste continúa poseyendo el oficio. El obispo es aún obispo, aunque se mude a otro barrio o pierda provisionalmente su llamamiento por alguna otra razón; más en caso de que se le necesite para obrar en un nuevo oficio o lugar, y las autoridades debidas lo llamen a que funcione, no es preciso volver a ordenarlo obispo; sólo será necesario apartarlo para su nuevo llamamiento. Así es con los otros oficiales del sacerdocio, una vez que lo han recibido no se les puede quitar, sino por una transgresión tan grave que les haga perder su lugar en la Iglesia; pero, como ya se ha dicho, se les puede suspender o invalidar su derecho de oficiar. El Señor puede retirar el poder y la eficacia de su ordenación, y lo hará si cometen transgresión. No se puede retirar ninguna investidura o bendiciones en la Casa del Señor, ninguna bendición patriarcal, ninguna ordenación del sacerdocio, una vez que se ha dado. Se puede evitar y se ha evitado que una persona, por causa alguna, ejerza los derechos y privilegios de obrar en los oficios del sacerdocio, pero aquel que en tal forma ha sido restringido todavía sigue siendo miembro de la Iglesia, pero esto no lo priva del sacerdocio que poseía. -4mprovement Era, tomo 11, págs. 465-6.

LISTAS DE LOS MIEMBROS DEL SACERDOCIO. Primero. — Todo quorum debe tener solamente una lista, y toda persona que posee el sacerdocio debe estar inscrito en el quorum que tiene jurisdicción en el barrio donde se ha registrado su cédula de miembro. No aprobamos la práctica de llevar una lista suplementaria o de los inactivos.

Segundo. — No se requieren recomendaciones de un quorum a otro. Las disposiciones actuales para admitir a miembros en el quorum ya se ha publicado como se da a continuación:

«La persona ordenada debe preservar cuidadosamente el certificado de ordenación y, siempre que sea necesario, debe presentarse a la autoridad correspondiente como prueba de su ordenación. Con esta evidencia, el quorum que tenga jurisdicción en el barrio o estaca donde la persona resida debe admitirlo como miembro en la manera acostumbrada, si es que ha sido aceptado como miembro del barrio. Si no posee un certificado de ordenación, y la recomendación mediante la cual es recibido en el barrio hace mención de su sacerdocio y ordenación, se debe aceptar como evidencia de que posee ese oficio en el sacerdocio, siempre que no haya pruebas de lo contrario y se le haya admitido como miembro del barrio en plena confraternidad.»

Tercero. — Cuando una persona que posee el sacerdocio se traslada de un barrio a otro, y se le acepta como miembro del barrio al cual se ha mudado, incumbe al secretario del barrio notificar al presidente del quorum de la llegada de dicha persona. El nuevo miembro debe presentar su certificado de ordenación como evidencia de que posee el sacerdocio, y fundándose en dicho certificado, se le presentará para que sea admitido como miembro del quorum al cual pertenecen los miembros de ese barrio que posean el mismo sacerdocio. Corresponde al secretario del barrio anunciar en la siguiente reunión de sacerdocio semanal la llegada de cualquier persona que posea el sacerdocio, y cada uno de estos miembros recién llegados debe quedar inscrito en la clase que le corresponda, sea que haya o que no haya asistido a una reunión de la clase.

Cuarto. — Cuando un miembro que posee el sacerdocio llega a ser miembro del barrio, el oficial apropiado del quorum que tenga esa jurisdicción debe velar por él y ver que quede inscrito en el quorum.

Quinto. — Es el deber del secretario de un quorum de sumos sacerdotes o élderes preparar certificados de ordenación y hacerlos firmar por los oficiales correspondientes, presentarlos al secretario del barrio para que se les dé entrada en los registros del barrio y luego entregarlos a las personas en cuyo nombre se expidieron. El Primer Consejo de los Setenta expide los certificados de los setentas. Si una persona es ordenada setenta por alguien que no sea un miembro del Primer Consejo, los oficiales pertinentes del quorum deben avisar inmediatamente al Primer Consejo de los Setenta, solicitando que se remita o se entregue un certificado de ordenación al oficial del quorum, y después de dársele entrada en el registro del quorum, así como en el del barrio, se debe entregar a la persona en cuyo nombre se expidió.

Sexto. — Cuando un quorum retira su confraternidad de uno de sus miembros, debe enviarse un informe del acto del quorum al obispo del barrio. —Improvement Era, tomo 19, págs. 752-753.

TODOS DEBEN EJERCER SU AUTORIDAD. Un diácono en la Iglesia debe ejercer la autoridad de ese llamamiento en el sacerdocio y honrar ese oficio tan sincera y fielmente como un sumo sacerdote o un apóstol en su llamamiento, y sentir que, en común con todos sus hermanos, lleva parte de la responsabilidad del reino de Dios en el mundo. Todo hombre debe sentir en su corazón la necesidad de desempeñar su parte en la gran obra de los postreros días; todos deben procurar ser instrumentos en su crecimiento. Más particularmente tiene el deber, todo aquel que posee parte alguna de la autoridad del santo sacerdocio, de magnificar y honrar ese llamamiento; y en ningún otro lugar podemos empezar a hacerlo con mejor provecho que aquí mismo, dentro de nosotros mismos; y cuando hayamos limpiado lo de adentro del plato, purificado nuestro propio corazón, corregido nuestra propia vida y fijado nuestra mente en cumplir con nuestro deber completo en cuanto a Dios y el hombre, estaremos preparados para ejercer una influencia benéfica en el círculo familiar, en la sociedad y en todas las posiciones de la vida —Deseret Weekly News, tomo 24, pág. 708.

LOS DIRECTORES DE ISRAEL. Estos grandes hombres sentados frente a este estrado, investidos con el poder de Dios Omnipotente, no se han llamado a sí mismos; no han sido escogidos por el hombre, no se han elegido a sí mismos, sino que han sido llamados por el poder del Omnipotente para ocupar altos cargos en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días como presidentes, como padres del pueblo, como consejeros, como jueces y directores, andando en la vía por la cual el pueblo de Dios debe seguirlos a toda verdad y a la posesión de mayor luz, mayor prudencia y entendimiento. Dios os bendiga, mis hermanos; y en tanto que permanezcáis unidos, como lo habéis hecho en lo pasado y como habéis manifestado vuestra unión aquí durante esta conferencia, así os magnificará Dios ante vuestras congregaciones y en medio de vuestro pueblo, y aumentará vuestro poder y vuestra fuerza para hacer bien y efectuar sus propósitos, hasta que quedéis satisfechos con vuestras obras y recibáis un gozo sumamente grande en ello; y vuestro pueblo se levantará y os llamará bienaventurados, y orará por vosotros y os sostendrá con su fe y buenas obras. —C.R. de octubre, 1905, pág. 94.

UN TESTIMONIO DE JOSÉ SMITH Y SUS SUCESORES. Doy mi testimonio a vosotros y al mundo de que José Smith fue levantado por el poder de Dios para poner los cimientos de esta gran obra de los postreros días, para revelar la plenitud del evangelio al mundo en esta dispensación y restaurar al mundo el sacerdocio de Dios, mediante el cual los hombres pueden obrar en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y será aceptado por Dios; será por su autoridad. Doy mi testimonio de ello; sé que es verdad.

Doy mi testimonio de la autoridad divina de aquellos que han sucedido al Profeta José Smith en la presidencia de esta Iglesia. Fueron hombres de Dios; yo los conocí. Me asocié íntimamente con ellos, como un hombre puede conocer a otro por motivo del conocimiento íntimo que posee de él, de manera que puedo dar testimonio de la integridad, del honor, la pureza de vida, inteligencia y divinidad de la misión y llamamiento de Brigham, de John, de Wilford y de Lorenzo. Fueron inspirados de Dios para cumplir la misión a la cual fueron llamados, y yo lo sé. Doy gracias a Dios por ese testimonio y por el Espíritu que me persuade y me impele hacia estos hombres, hacia su misión, hacia este pueblo, hacia mi Dios y mi Redentor. Doy gracias al Señor por ello y ruego sinceramente que nunca se aparte de mí por los siglos de los siglos. —C.R. de octubre, 1910, págs. 4, 5.

LA BONDAD DE LOS QUE DIRIGEN LA IGLESIA. He servido desde mi juventud al lado de tales hombres como Brigham Young, Heber C. Kimball, Willard Richards, George A. Smith, Jedediah M. Grant, Daniel H. Wells, John Taylor, George Q. Cannon, Wilford Woodruff y sus compañeros, y Lorenzo Snow y sus compañeros, miembros de los doce apóstoles, los setentas y los sumos sacerdotes en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días por más de sesenta años; y, para que oiga mi palabra toda persona desconocida al alcance de mi voz, deseo testificaros que, de entre todos los que he conocido, nunca jamás han vivido hombres mejores que éstos. Puedo testificar de esta manera porque conocí íntimamente a estos hombres; crecí desde mi infancia con ellos, y con ellos me asocié en concilios, en oración y súplicas, en viajes de una colonia a otra en esta región y cuando cruzamos los llanos. Los he escuchado en privado y en público, y os doy mi testimonio de que fueron hombres de Dios, hombres fieles, hombres puros, hombres nobles de Dios; hombres virtuosos que nunca fueron tentados para hacer lo malo ni tentaron a otros a obrar inicuamente, hombres sin reproche en sus ejemplos y en su vida, salvo en lo que hombres corruptos, perversos o ignorantes imaginaron ver y presuntivamente denunciaron como faltas en ellos. —C.R. de abril, 1917, pág. 6.

MISIONES DIVINAS DE LOS PRESIDENTES DE LA IGLESIA. Os testifico, como sé y siento que vivo, y me muevo, y tengo mi ser, que el Señor levantó al joven profeta José Smith, lo invistió con autoridad divina y le enseñó las cosas que era necesario que él supiera, a fin de tener el poder para poner el fundamento de la Iglesia y reino de Dios en la tierra. José Smith fue fiel a los convenios que hizo con el Señor, fiel a su misión, y el Señor lo habilitó para efectuar su obra, aun hasta sellar su testimonio con su sangre derramada. Su testimonio ahora está y ha estado en vigor entre los hijos de los hombres, tan verdaderamente como la sangre de Jesucristo está en vigor y es un testimonio obligatorio para con todo el mundo, y lo ha sido desde el día en que fue vertida hasta el día de hoy, y continuará hasta las últimas escenas.

Os doy mi testimonio, mis hermanos y hermanas, de la divinidad de la misión y obra que efectuaron el presidente Brigham Young y sus compañeros cuando huyeron de la ira que los amenazó en Illinois, Misurí y otros lugares, hasta estos valles pacíficos, cosa que se hizo por la voluntad del cielo y por el poder orientador del Espíritu Santo. El presidente Young y los pioneros pudieron poner el fundamento de un estado, y difícilmente se puede hallar otro semejante dentro de las fronteras- de nuestro glorioso país; y se logró, no por la sabiduría del hermano Brigham, ni la del hermano Heber C. Kimball, ni la de ninguno de sus compañeros—bien que fueron grandes hombres, siervos verdaderos del Dios viviente, fieles y leales a su llamamiento, grande su integridad a la causa de Sión— sino que a sus espaldas, detrás de ellos, arriba de ellos y por debajo y alrededor de ellos, el poder de Dios los estaba guiando y dirigiendo, y consumando de esta manera sus propósitos por medio de ellos. Damos la honra a nuestro Padre Celestial, y también honramos y bendecimos los nombres de estos grandes y buenos hombres a quienes el Señor eligió para cumplir con sus propósitos, y por medio de los cuales efectivamente realizó sus fines sin fracasar.

Doy mi testimonio de la integridad de John Taylor como uno de los hombres más puros que he conocido en mi vida, puro de pies a cabeza, limpio en cuerpo y limpio en espíritu, libre de toda cosa vulgar, tan común entre los hijos de los hombres. Y sé de lo que hablo, porque estuve con él día y noche, mes tras mes, año tras año, y doy mi testimonio de su integridad. Fue un mártir con el Profeta José Smith, padeció más que la muerte con José y Hyrum, y el Señor lo preservó y lo honró, llamándolo para que se hiciera cargo de esta obra en la tierra por un tiempo, y así lo exaltó a la posición más gloriosa y de mayor responsabilidad que un hombre puede ocupar en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Doy mi testimonio de la fidelidad de Wilford Woofruff, un hombre en quien no había engaño, un hombre honrado hasta su centro, un hombre susceptible a las impresiones del Espíritu del Señor, un hombre guiado en el cumplimiento de su deber por la inspiración, muy superior a cualquier don de sabiduría o criterio que él mismo haya poseído.

Doy mi testimonio de la obra efectuada por el presidente Lorenzo Snow, aun cuando breve; y sin embargo, algunas de las cosas que le tocó llevar a cabo eran absolutamente necesarias, a fin de librar a su sucesor y a otros que se levanten en tiempos venideros, de los equívocos y errores que se habían insinuado antes.

En cuanto a la administración actual del evangelio y de la obra del Señor, nada tengo que decir. Hable la obra por sí misma; declaren el pueblo y la voz del pueblo de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días lo que el Señor está haciendo; no sea esto proclamado por mí ni por mis consejeros y compañeros. Líbreme el Señor de imaginarme por un momento que somos de importancia alguna en esta gran obra del Señor. Otros pueden ser levantados, y el Señor dispondrá su mente; Él puede habilitarlos y puede humillarlos, si se hace necesario, a fin de capacitarlos para los deberes y responsabilidades que les fueren requeridos. Creo que Sión está prosperando, y que en lo que a nuestra vida espiritual, nuestro crecimiento espiritual y nuestra fe concierne, así como a nuestra condición temporal, estamos prosperando y hoy todo va bien en Sión. —C.R. de octubre, 1917, págs. 3,4.

LOS PRESIDENTES DE LA IGLESIA HAN SIDO INSPIRADOS. Conocí al presidente Brigham Young, y doy mi testimonio al mundo de que no sólo José Smith fue inspirado de Dios y levantado para poner los fundamentos de esta gran obra de los postreros días, sino que el poder de Dios Omnipotente levantó y sostuvo a Brigham Young para continuar la misión de José y efectuar la obra que llevó a cabo durante su vida. Me he asociado con el presidente John Taylor, y testifico que también fue un hombre de Dios; verdaderamente fue el portavoz de Dios. Fue un mártir con el profeta José, porque se derramó su sangre con la de José y Hyrum; pero el Señor preservó su vida a fin de que cumpliera la misión a la cual fue llamado, la de presidir la Iglesia por un tiempo. Conocí íntimamente al presidente Wilford Woodruff, y doy testimonio de la misión de ese hombre bueno y bondadoso. También he conocido más o menos íntimamente al presidente Snow, y doy testimonio de que su obra fue de Dios. —C.R. de octubre, especial, 1901, pág. 96.

CUÁNDO SE HA DE ORGANIZAR LA PRIMERA PRESIDENCIA. Después de la muerte del Profeta José Smith, los Doce Apóstoles continuaron funcionando como el quorum presidente de la Iglesia por algunos años; pero finalmente el Espíritu Santo los inspiró a reorganizar la Primera Presidencia de la Iglesia, con Brigham Young como Presidente, y Heber C. Kimball y Willard Richards como sus consejeros. En realidad, esta organización pudo haberse efectuado a las veinticuatro horas de la muerte del Profeta José Smith; pero demoraron este paso hasta que vieron por experiencia que el ejercicio de las funciones de la presidencia y del gobierno de la Iglesia en manos de doce hombres a la cabeza, no sólo era pesado, sino que no era enteramente perfecto dentro del orden del santo sacerdocio cual lo estableció el Señor. A la muerte de Brigham Young, el presidente John Taylor siguió en cierto grado el ejemplo de su predecesor, y pasó algún tiempo antes que se organizara la Presidencia de la Iglesia. Sin embargo, la Presidencia finalmente fue organizada, con John Taylor como presidente, y George Q. Cannon y su servidor como consejeros.

A la muerte del presidente Taylor, el presidente Woodruff vaciló y permitió que pasara algún tiempo antes de organizar nuevamente la Presidencia. Cuando finalmente se convenció de que era su deber, y necesario a fin de llevar a cabo los propósitos del Señor, procedió a organizar la Presidencia de la Iglesia. En esa ocasión dio un precepto solemne a sus consiervos con relación al asunto. Fue su deseo que quedara entendido que en toda época futura, cuando muriera el Presidente de la Iglesia, con lo cual se desorganizaría la Primera Presidencia, debía ser el deber de las autoridades correspondientes de la Iglesia proceder en el acto, sin demoras innecesarias, a reorganizar la Primera Presidencia.

En cuanto nos llegaron las noticias del fallecimiento del presidente Woodruff, que se hallaba en California en esa ocasión, el -presidente Lorenzo Snow me dijo: «Será nuestro deber proceder a reorganizar la Presidencia de la Iglesia en cuanto sea posible.» Como sabéis, después de sepultar los restos del presidente Woodruff, él procedió inmediatamente a hacerlo. En este respecto quisiera referiros otra cosa. El presidente Snow me dijo: «Vivirás para ser presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y al llegar esa ocasión debes proceder inmediatamente a reorganizar la Presidencia de la Iglesia.» Este fue el consejo que me dio, y el mismo que se dio a los Doce Apóstoles. De acuerdo con el principio y con el precepto del presidente Snow, una semana después de su muerte los apóstoles procedieron a designar a la nueva presidencia de la Iglesia, y lo hicimos estrictamente de acuerdo con el modelo que el Señor ha establecido en su Iglesia, es decir, unánimemente.

Deseo leer unas palabras de la revelación que se refiere al orden del santo sacerdocio, para que entendáis nuestras opiniones concernientes al hecho de ceñirnos lo más estrechamente que podamos al santo orden de gobierno que se ha establecido por revelación mediante el Profeta José Smith en la Dispensación del Cumplimiento de los

Tiempos. No podemos negar el hecho de que el Señor ha llevado a efecto en esta Iglesia una de las organizaciones más perfectas que jamás han existido sobre la tierra. No conozco organización más perfecta que la que existe en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en la actualidad. No siempre hemos llevado a efecto en forma estricta el orden del sacerdocio; nos hemos apartado hasta cierto grado, pero esperamos que en el debido tiempo, mediante la inspiración del Espíritu Santo, seamos guiados por el camino y curso exactos que el Señor nos ha indicado que sigamos y nos ciñamos estrictamente al orden que Él ha establecido. Leeré de una revelación dada al Profeta José Smith, en Nauvoo, Condado de Hancock, Illinois, el 19 de enero de 1841, que es la ley de la Iglesia concerniente a la manera de presentar a las autoridades del santo sacerdocio, tal como se establecieron en la Iglesia, y de la cual siento que no tenemos ningún derecho de apartarnos. —C.R. de octubre, de 1901, (especial), págs. 70, 71. Doctrinas y Convenios 124:123-145.

NO ES NECESARIO QUE SEAN APÓSTOLES LOS DE LA PRIMERA PRESIDENCIA. Tenemos el consejo de la Primera Presidencia que se compone de tres sumos sacerdotes presidentes, los cuales son llamados de Dios y nombrados para presidir la Iglesia y el sacerdocio de Dios, y aquí quiero decir que no es y nunca ha sido preciso que los miembros de la Primera Presidencia de la Iglesia necesariamente sean ordenados apóstoles. En virtud de su derecho como Presidentes de la Iglesia poseen todas las llaves y toda la autoridad que pertenece al Sacerdocio de Melquisedec, el cual comprende y abarca todas las dependencias de dicho sacerdocio, el sacerdocio menor y todos los oficios del sacerdocio, desde el primero hasta el último, y desde el menor hasta el mayor. —C.R. de abril, 1912.

EL SACERDOCIO Y SUS OFICIOS. En el Improvement Era de febrero dice que varias personas que habían obrado como consejeros en la Primera Presidencia jamás habían sido ordenadas apóstoles. Varios corresponsales han impugnado la afirmación de que Sidney Rigdon, Jedediah M. Grant, Daniel H. Wells, John R. Winder y otros no fueron ordenados apóstoles. Sostenemos aún, no habiendo evidencia que lo impugne, que ninguno de estos hermanos fue ordenado apóstol. Sabemos positivamente que John R. Winder, Sidney Rigdon, William Law y Hyrum Smith, todos los cuales fueron miembros de la Primera Presidencia de la Iglesia, nunca fueron ordenados apóstoles. Sea como fuere, sin embargo, el punto principal que deseamos destacar es éste, que no fue necesario que se les ordenara apóstoles a fin de ocupar la posición de consejero en la Primera Presidencia. El hecho principal que hay que recordar es que el sacerdocio es mayor que cualquiera de sus oficios; y que un hombre que posee el Sacerdocio de Melquisedec puede efectuar, en virtud de esta posesión, cualquiera de sus ordenanzas correspondientes, o que se relacionen con dicho sacerdocio, cuando es llamado a ello por uno que posea la autoridad apropiada, con la cual está investido el Presidente de la Iglesia, o cualquiera que él designare. Todo oficial de la Iglesia se encuentra bajo su dirección, y Dios lo dirige a él. También es elegido del Señor para estar a la cabeza de la Iglesia, y llega a serlo cuando el sacerdocio de la Iglesia (que incluye a sus oficiales y miembros) lo haya aceptado y sostenido en calidad de tal. (Doctrinas y Convenios 107:22.) Ningún hombre puede justificadamente suponer que tiene la autoridad de presidir, mera-mente en virtud de su sacerdocio, como en el caso de Joseph Smith de la iglesia reorganizada, porque, por otra parte, la Iglesia debe elegirlo y aceptarlo. En su caso fue todo lo contrario. Los Doce, el quorum en el cual reposó la autoridad después del martirio, repudiaron este acto así como la Iglesia entera. Un oficio en el sacerdocio es un llamamiento, como el de apóstol, sumo sacerdote, setenta, élder, y deriva toda su autoridad del sacerdocio; estos oficiales poseen diferentes llamamientos, pero el mismo sacerdocio.

El oficio apostólico, en su naturaleza misma, es uno de proselitismo. Cuando preside un apóstol, éste, igual que el sumo sacerdote, el setenta, el élder o el obispo, preside por motivo del sumo sacerdocio que se le ha conferido; y además, porque ha sido llamado a ello por aquel que es reconocido como cabeza de la Iglesia. (D. y C. 107:23-35.) Así sucede con el sumo sacerdote que ha sido llamado para oficiar en la Primera Presidencia, en cuyo caso «se le considera igual» que el Presidente de la Iglesia en la posesión de las llaves del sacerdocio (Sección 90:6) mientras permanezca el Presidente. Cuando éste muere, termina el llamamiento de sus consejeros y la responsabilidad de la presidencia cae sobre el quorum de los Doce Apóstoles, porque ellos poseen el santo Sacerdocio de Melquisedec y constituyen el siguiente quorum en autoridad. (D. y C. 107:24.) No es el apostolado (D. y C. 107), sino el sacerdocio y el llamamiento mediante la autoridad adecuada lo que habilita a cualquier persona para que presida. Todo hombre que posee el Santo Sacerdocio de Melquisedec puede obrar en cualquier cargo y hacer todas las cosas que posee dicho sacerdocio, con la condición de que sea llamado por la autoridad correspondiente para oficiar en tal forma; pero ningún derecho tendría de salirse de los límites de su llamamiento, a menos que fuera llamado especialmente por uno cuyo nombramiento —desde sus superiores hasta el que está a la cabeza— claramente lo autorizara para dar tales instrucciones. Además, siempre se debe suponer que se observará el orden, y que los siervos del Señor no se apartarán de dicho orden, llamando a hombres a hacer cosas que no autorizan la ley del sacerdocio ni la naturaleza de su oficio, a menos que haya ocasión especial para ello. El Señor dice que todas las cosas se gobiernan por ley. (Véase D. y C. 88:42.) No es congruente, por ejemplo, imaginar que el Señor llamaría a un diácono para que bautizara.

Consideremos el llamamiento que el Profeta José Smith hizo a David Whitmer y Martín Harris, ambos sumos sacerdotes, el 14 de febrero de 1835, de conformidad con una revelación previamente recibida de Dios para «escoger a los Doce». (Véase D. y C. sección 18.) Seleccionaron a los Doce, los ordenaron y los apartaron a su alto llamamiento, porque los llamó a ello el profeta de Dios que había sido instruido por el Señor, y también porque estos hombres poseían la autoridad necesaria del sacerdocio, autoridad que en este caso, como debe hacerse en todos los casos, se ejerció de acuerdo con el llamamiento debido. El libro de Doctrinas y Convenios aclara que aun cuando todo oficial de la Iglesia tiene el derecho de funcionar en su propio puesto, «el Sacerdocio de Melquisedec posee el derecho de presidir, y tiene poder y autoridad sobre todos los oficios en la Iglesia en todas las edades del mundo, para administrarlas cosas espirituales» (Doctrinas y Convenios 107:8).

Más adelante, en los versículos 65 y 66 de la misma revelación nos es dicho:

«Por consiguiente, es menester que se nombre a uno del sumo sacerdocio para presidir al sacerdocio; y se le llamará Presidente del Sumo Sacerdocio de la Iglesia, o en otras palabras, el Sumo Sacerdote Presidente de todo el Sumo Sacerdocio de la Iglesia.»

También hay que recordar que la frase «sumo sacerdocio», tan frecuentemente usada, se refiere al Sacerdocio de Melquisedec, a distinción del «menor», o sea el Sacerdocio Aarónico. —Improvement Era, tomo 5, pág. 549 (mayo de 1902).

LA AUTORIDAD DEL PRESIDENTE DE LA IGLESIA. Tengo el derecho para bendecir. Poseo las llaves del Sacerdocio de Melquisedec y del oficio y facultad del patriarca. Es mi derecho bendecir; porque todas las llaves y autoridad y poder pertenecientes al gobierno de la Iglesia y al Sacerdocio de Melquisedec y Aarónico se reconcentran en el oficial presidente de la Iglesia. No hay asunto ni puesto dentro de la Iglesia que el Presidente de la misma no pueda ocupar o desempeñar, si fuera necesario o se le requiriera hacerlo. Posee el oficio de patriarca; posee el oficio de sumo sacerdote, y el de apóstol, de setenta, de élder, de obispo, y el de presbítero, maestro y diácono en la Iglesia; todos éstos pertenecen a la Presidencia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y pueden oficiar en cualquiera de estos llamamientos, o en todos, cuando la ocasión lo requiera. —C.R. de octubre, 1915, pág. 7.

CÓMO SE RELACIONAN ENTRE SÍ LOS MIEMBROS DE LA PRIMERA PRESIDENCIA. Deseo decir una o dos cosas más antes de concluir nuestra conferencia. Llamaré vuestra atención al hecho de que el Señor, al principio de esta obra, reveló que debería haber tres sumos sacerdotes para presidir el sumo sacerdocio de su Iglesia, así como a toda la Iglesia. (Doctrinas y Convenios 107:22, 64-67, 91, 92.) Les confirió toda la autoridad necesaria para presidir todos los asuntos de la Iglesia. Poseen las llaves de la casa de Dios y de las ordenanzas del evangelio, y de toda bendición que se ha restaurado a la tierra en esta dispensación. Esta autoridad descansa en una presidencia de tres sumos sacerdotes. Son tres presidentes; el Señor mismo así los designa. (Doctrinas y Convenios 107:29.) Pero uno es el presidente que preside, y sus consejeros son presidentes también. Propongo que mis consejeros y copresidentes en la Primera Presidencia compartan conmigo la responsabilidad de todo cuanto yo efectúe en este cargo. No es mi propósito tomar las riendas en mis propias manos y hacer lo que me plazca, sino obrar de acuerdo con lo que mis hermanos y yo acordemos, y según lo que el Espíritu del Señor nos manifieste. Siempre he sostenido, sostengo y espero siempre poder sostener, que es incorrecto que un hombre ejerza toda la autoridad y poder de la presidencia en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. No me atrevo a asumir tal responsabilidad, y no lo haré mientras pueda contar con hombres como éstos (indicando a los presidentes Winder y Lund), para que estén a mi lado y consulten conmigo en las obras que tenemos que efectuar, y en llevar a cabo todo aquello que tienda a la paz, adelanto y felicidad del pueblo de Dios y la edificación de Sión. Si en cualquier ocasión mis hermanos del apostolado observan en mí la disposición de apartarme de este principio, o de olvidarme del convenio que he hecho hoy ante este cuerpo del sacerdocio, les pido en el nombre de mi Padre que vengan a mí, como hermanos míos, como consejeros en el sacerdocio, como atalayas en las torres de Sión, y me recuerden este convenio y promesa que hago al cuerpo de la Iglesia reunido en conferencia general este día. El Señor nunca tuvo por objeto que un hombre tuviese todo el poder, y por tal razón ha colocado en su Iglesia presidentes, apóstoles, sumos sacerdotes, setentas, élderes y los varios oficiales del sacerdocio menor, todos los cuales son esenciales en su orden y lugar, de acuerdo con la autoridad que se les confiera. El Señor jamás hizo cosa alguna que no fuera esencial o que fuese superflua. Cada rama del sacerdocio que Él ha establecido en su Iglesia tiene su uso. Queremos que todo varón aprenda su deber, y esperamos que cada uno de ellos lo cumpla tan fielmente como pueda y lleve su parte de la responsabilidad de edificar a Sión en los postreros días.

Sentí la impresión de decir esto a mis hermanos que poseen el santo sacerdocio, varones que ejercen influencia en la salvación de almas, que dan buen ejemplo ante aquellos entre quienes moran, que les enseñan el camino recto, los amonestan del pecado, los conducen por las vías del deber y los habilitan para sostenerse firmes y constantes en la fe del evangelio, mediante el cual han sido librados del pecado y del poder de Satanás. Dios bendiga a todo Israel, es mi oración en el nombre de Jesús. Amén. —C.R. de octubre, 1901 (especial), pág. 82.

DEBERES DE LOS APÓSTOLES. El deber de los Doce Apóstoles de la Iglesia es predicar el evangelio al mundo, enviarlo a los habitantes de la tierra y dar testimonio de Jesucristo el Hijo de Dios, como testigos vivientes de su misión divina. Ese es su llamamiento especial, y siempre están bajo la dirección de la Presidencia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días cuando dicha presidencia está intacta, y nunca hay al mismo tiempo dos cabezas iguales en la Iglesia: nunca. El Señor jamás decretó ni designó tal cosa. Siempre hay una cabeza en la Iglesia, y si la Presidencia de la Iglesia deja de existir por muerte u otra causa, entonces siguen los Doce Apóstoles como cabeza de la Iglesia hasta que nuevamente se organice una presidencia de tres sumos sacerdotes presidentes con el derecho de ocupar el puesto de Primera Presidencia en la Iglesia; y de acuerdo con la doctrina expresada por el presidente Wilford Woodruff, el cual vio la necesidad de ello, así como la del presidente Lorenzo Snow, si el Presidente muere, sus consejeros son relevados de esa presidencia, y es el deber de los Doce Apóstoles proceder en seguida, de la manera en que ya se ha indicado, y ver que se reorganice la Primera Presidencia, a fin de que no haya deficiencia en el funcionamiento y orden del sacerdocio en la Iglesia. —C.R. de abril, 1912, págs. 4, 5.

EL TESTIMONIO DE LOS APÓSTOLES. Por ejemplo, estos doce discípulos de Cristo tienen por objeto ser’ testigos oculares y auriculares de la misión divina de Jesucristo. No es permisible que sencillamente digan, yo creo; lo he aceptado simplemente porque lo creo. Leed la revelación; el Señor nos informa que deben saber, deben obtener el conocimiento por sí mismos. Debe ser para con ellos como si hubieran visto con sus ojos y oído con sus oídos y saber que es verdad. Tal es su misión, testificar de Jesucristo y de El crucificado y resucitado de los muertos, y hoy investido con poder omnipotente, el Salvador del mundo, a la diestra de Dios. Esa es su misión y su deber, y ésa es la doctrina y la verdad que tienen el deber de predicar al mundo y ver que se predique al mundo. Donde ellos mismos no puedan ir, deben contar con la ayuda de otros llamados para colaborar con ellos, los setentas primero, y también los élderes y los sumos sacerdotes. Los que poseen el Sacerdocio de Melquisedec, y que no tengan otro nombramiento, se hallan bajo su dirección para predicar el evangelio al mundo y declarar la verdad de que Jesús es el Cristo y que José es un profeta de Dios, y que fue autorizado y habilitado para poner el fundamento del reino de Dios. Y cuando digo reino de Dios, es precisamente lo que quiero decir. Cristo es el Rey; no el hombre. Ningún hombre es rey en el reino de Dios; Dios es su rey, y a Él, y sólo a Él, reconocemos como el Soberano de su reino. —C.R. de abril, 1916, pág. 6. (Doctrinas y Convenios 18:26-33.)

EL OBISPADO PRESIDENTE. Antes de concluir la conferencia esperamos oír algunos informes del Obispado Presidente, que son los custodios temporales de los fondos de la Iglesia, quienes tienen el deber de responder por los ingresos y egresos de estos fondos; y tal vez os causará sorpresa saber cuán general y universalmente se utilizan en la Iglesia los fondos recogidos de los diezmos del pueblo para el beneficio de todos, y no sólo de unos pocos. —C.R. de abril, 1912, pág. 6.

PREGUNTAS DIRIGIDAS A LAS AUTORIDADES GENERALES. —Si tenéis una pregunta, o algún problema que no sabéis si sois capaces de resolverlo, quisiera sugerir que lo consideréis vosotros mismos y lleguéis a la mejor conclusión posible en cuanto al asunto; y luego, si aún no estáis completamente satisfechos al respecto, y no podéis recibir del Espíritu del Señor lo suficiente para que os revele la verdad absoluta tocante a que si habéis determinado bien o mal, enviadnos vuestra conclusión, pues opinamos que podremos contestarla mucho más fácil y rápidamente que resolver vuestras preguntas en la forma en que usualmente nos son presentadas. —C.R. de abril, 1910, pág. 45.

NO HAY NECESIDAD DE INDICAR LOS DEFECTOS DE LOS QUE DIRIGEN LA IGLESIA. No creo que sea mi derecho o prerrogativa señalar los defectos supuestos del Profeta José Smith o Brigham Young o cualquiera de los otros directores de la Iglesia. Júzguelos el Señor Dios Omnipotente, y hable El en bien o en contra de ellos según le parezca, pero no yo; no me corresponde a mí, mis hermanos, hacer esto. Nuestros enemigos tal vez lograron la ventaja sobre nosotros, en épocas pasadas, por motivo de las imprudencias que pudieron haberse dicho. Quizá algunos de nosotros estemos dando hoy al mundo la misma oportunidad de hablar mal contra nosotros por causa de lo que decimos, cosas que por ningún motivo debían decirse. —C.R. de octubre, 1909, págs. 124,125.

AYUDEMOS A LAS AUTORIDADES GENERALES. Posiblemente mañana serán presentadas las Autoridades Generales de la Iglesia, y si no, entonces será al día siguiente. Deseamos que los hermanos y hermanas que vengan a la conferencia lleguen con el corazón lleno del espíritu de prudencia y de verdad, y si notáis en nosotros cualquier falta de prudencia o de criterio, cualquier negligencia en el cumplimiento de nuestro deber, deseamos que aquellos que tengan superior experiencia y conocimiento, y mayor inteligencia, nos hagan el honor y favor de venir a nosotros individualmente para hacernos saber en qué estamos fallando. Daremos mil errores, si podemos encontrarlos, o si existen en nosotros, a cambio de una verdad en cualquier momento. -C.R. de abril, 1908, pág. 8.

SOSTÉN TEMPORAL DE LAS AUTORIDADES GENERALES. No hay una sola de las Autoridades Generales de la Iglesia que reciba un dólar de los diezmos del pueblo para su uso personal. Pues ¿cómo viven?—podréis decir. Os daré la clave: La Iglesia ayudó a sostener en su infancia a la industria azucarera en esta región, y tiene algunos fondos invertidos en dicha empresa. La Iglesia ayudó a establecer la Institución Cooperativa Mercantil de Sión y tiene unas pocas inversiones en ella y en otras instituciones que pagan dividendos. En otras palabras, se invirtieron fondos de los diezmos en estas instituciones que emplean a muchos. El Fideicomisario posee certificados de acciones que valen mucho más en la actualidad que lo que se pagó por ellas; y los dividendos de estas inversiones exceden lo necesario para el sostén de las Autoridades Generales de la Iglesia. De manera que no usamos ni un solo dólar de vuestros diezmos. —C.R. de abril, 1907, págs. 7, 8.

UNA BENDICIÓN PARA LAS PRESIDENCIAS DE ESTACA Y OTROS OFICIALES. Dios bendiga a los presidentes de las estacas de Sión y a sus consejeros, así como a todos los oficiales de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Ayúdelos El a que sean hombres puros, santos, honrados, rectos, como Dios lo desea en su corazón, libres de los pecados del mundo, tolerantes, llenos del amor de la verdad, de caridad, del espíritu de perdón, misericordia y bondad, a fin de que efectivamente sean como padres en medio del pueblo, y no como tiranos. Vosotros, hermanos míos, no sois llamados para ser amos; sois llamados para ser siervos. Quienes deseen ser grandes entre vosotros, sean los siervos de todos. Sigamos todas las pisadas de nuestro Maestro, el Señor Jesucristo. Sólo Él es el ejemplo perfecto para el género humano; Él es la única regla y ley, camino y puerta infalibles hacia la vida eterna. Sigamos al Hijo de Dios; convirtámoslo en nuestro ejemplo y nuestro guía. Imitémoslo; hagamos su obra. Seamos como El hasta donde nos sea posible llegar a ser como el que fue perfecto y sin pecado. -C.R. de abril, 1907, pág. 118. (D. y C. 18:21-25.)

UN CONSEJO A LOS PRESIDENTES DE ESTACA Y OBISPOS. Sobre todas las cosas permítaseme decir a los presidentes de estaca y consejeros, y presidentes de misión, y a los obispos y sus consejeros, quisiera deciros a todos vosotros, llevad vidas ejemplares para que cada uno de vosotros pueda decir al pueblo: «Venid y seguidme, seguid mi ejemplo, obedeced mis preceptos; sed uno conmigo y seguid a Cristo.» —C.R. de octubre, 1906, pág. 8.

DEBERES DE LOS PRESIDENTES DE ESTACA. Quiero decir a estos presidentes de estaca que están presentes: Tenéis mi confianza, tenéis mi amor. Ruego por vosotros todos los días de mi vida, y confío en que vosotros os acordaréis de mí y de mis hermanos en vuestras oraciones. Entendemos las responsabilidades que descansan sobre vosotros en el cumplimiento de vuestros deberes. Vosotros sois padres para con el pueblo; sobre vosotros descansa esa gran responsabilidad; vuestras tareas son muchas y a veces muy difíciles. Comprendemos las cargas que tenéis que llevar, la paciencia que tenéis que ejercer y manifestar en el cumplimiento de vuestro deber, a fin de no ofender y poder reconciliar con lo que es justo a los miembros a quienes presidís, sin usar medidas drásticas. Comprendemos esto, y contáis con nuestra compasión, nuestra confraternidad, nuestro amor y la fuerza que derivéis de nuestra fe y oraciones a fin de que podáis presidir con rectitud en vuestras respectivas estacas de Sión, y que vuestros hermanos con quienes colaboráis se unan a vosotros, para que juntos podáis obrar en lo que es recto y propio para la edificación de Sión y la defensa del pueblo de Dios. —C.R. de octubre, 1905, pág. 8.

DEBER DE LOS SUMOS CONSEJOS. Cuando el sumo consejo de la Iglesia sea llamado para considerar asuntos en los que esté de por medio la afiliación o estado de los miembros de la Iglesia, su deber consiste en indagar la verdad y los hechos, y entonces juzgar de acuerdo con la verdad y los hechos, que lleguen a su conocimiento, siempre bajo la influencia de la misericordia, el amor y la bondad, con el espíritu en su alma de salvar y no destruir. Nuestro propósito debe ser el de edificar, no derribar; nuestro llamamiento es comunicar el espíritu de amor, verdad, paz y buena voluntad al género humano por todo el mundo, a fin de que cese la guerra y lleguen a su fin las contiendas, para que prevalezca la paz. —C.R. de abril, 1915, pág. 5.

DEBERES DE LOS PATRIARCAS. Tenemos en la Iglesia un número de patriarcas cuyo deber consiste en conferir bendiciones sobre la cabeza de aquellos que las solicitan de sus manos. Son padres; poseen el oficio evangélico en la Iglesia. Es su tarea y derecho conferir bendiciones a los miembros, hacerles promesas en el nombre del Señor, de acuerdo con lo que el Espíritu Santo les inspire, para consolarlos en las horas de aflicción y dificultades, para fortalecer su fe con las promesas que les sean declaradas por medio del Espíritu de Dios, y ser verdaderamente padres al pueblo, y conducirlo a toda verdad. —C.R. de octubre, 1904, pág.4.

DEBERES DE LOS SUMOS SACERDOTES. Además de estas organizaciones, en cada estaca de Sión tenemos otra que se llama el quorum de sumos sacerdotes, al cual pertenecen todos los sumos sacerdotes de la Iglesia, incluso la presidencia y los miembros del sumo consejo de la estaca, y también los obispos y sus consejeros, todos los patriarcas y todos los demás que han recibido por ordenación el oficio de sumo sacerdote en la Iglesia, el cual es el oficio de presidencia en el Sacerdocio de Melquisedec. No se da a entender que todo hombre que posee el oficio de sumo sacerdote sea presidente; sólo aquel que es llamado, nombrado y apartado para presidir entre los sumos sacerdotes posee la autoridad y oficio para presidir. —C.R. de octubre, 1904, pág. 3.

DEBERES DE LOS QUÓRUMES DE SUMOS SACERDOTES. Los quórumes de sumos sacerdotes deben tener sus juntas regularmente. Deben reunirse con la frecuencia que las circunstancias lo permitan o la necesidad lo requiera, y crecer juntos y unirse. Deben establecer sus escuelas de instrucción y esclarecimiento, porque es el deber de los quórumes de sumos sacerdotes enseñar los principios de gobierno, de unión, de adelanto y de crecimiento en el reino de Dios. Son en verdad los padres del pueblo en general. En nuestros quórumes de sumos sacerdotes están incluidos los presidentes de estacas y sus consejeros, obispos y sus consejeros, patriarcas y todos los que han sido ordenados sumos sacerdotes en el Sacerdocio de Melquisedec. Todos estos pertenecen al quorum de sumos sacerdotes; se hallan bajo su supervisión y deben mantener una unión viva con él, no una conexión muerta. Deben estar unidos al quorum de tal manera que le comunicarán toda la fuerza que puedan para su bien. Deben darle su influencia individual, su apoyo de todo corazón, su confianza y el beneficio de sus consultas y consejo. No deben andar por diferentes rumbos ni desinteresarse en estos asuntos. —C.R. de abril, 1907, pág. 5.

DEBERES DE LOS SUMOS SACERDOTES. Todo hombre que ocupa el puesto de sumo sacerdote en la Iglesia, o que ha sido ordenado sumo sacerdote, bien sea que se le llame o no se le llame, a un puesto activo en la Iglesia, debe sentir, en vista de que ha sido ordenado sumo sacerdote, que está obligado a dar un ejemplo digno de emulación a los ancianos y jóvenes, y colocarse en posición de ser un maestro de rectitud, no sólo por el precepto, sino más particularmente por el ejemplo, dando a los jóvenes el beneficio de la experiencia de los años, y de este modo llegar a ser individualmente un poder en medio de la comunidad donde reside. Todo hombre que tiene la luz debe dejarla que brille, para que quienes la vean glorifiquen a su Padre que está en los cielos, y honren a quien posee la luz y la hace brillar para el beneficio de otros. En una situación local, no debe haber un cuerpo del sacerdocio que sobrepuje, o que espere sobrepujar, a los que son llamados para ocupar el oficio de sumo sacerdote en la Iglesia. De entre quienes poseen este oficio se escoge a los presidentes de estaca, a sus consejeros y a los miembros de los sumos consejos de las estacas de Sión; y de entre estos también se escoge a los obispos y a los consejeros de los obispos en todo barrio de Sión; y hasta ahora, de este oficio provinieron aquellos que han sido llamados para hacerse cargo de nuestras organizaciones de Mejoramiento Mutuo de estaca. Por regla general los que poseen este oficio son hombres de edad madura y de amplia experiencia, hombres que han cumplido una misión fuera de casa, que han predicado el evangelio a las naciones de la tierra y han logrado experiencia no sólo fuera de casa sino también en casa. Su experiencia y prudencia es el fruto maduro de años de trabajo en la Iglesia, y deben ejercer esta prudencia para el beneficio de todos aquellos con quienes se asocian. —C.R. de abril, 1908, págs. 5, 6.

PROPÓSITO Y DEBERES DE LOS SETENTAS. Los setentas son llamados para ser ayudantes de los Doce Apóstoles; de hecho, son apóstoles del Señor Jesucristo, sujetos a la dirección de los Doce, y es su deber responder al llamado de los Doce, bajo la dirección de la Primera Presidencia de la Iglesia, para predicar el evangelio a toda criatura, a toda lengua y pueblo bajo los cielos, doquier que fueren enviados. Por tanto, deben entender el evangelio y no deben depender enteramente de nuestras organizaciones auxiliares para recibir instrucción, ni tampoco deben depender enteramente de las clases misionales en nuestras escuelas de la Iglesia para adquirir un conocimiento del evangelio y su habilidad para predicarlo al mundo. Deben emprender, en sus propios quórumes, el estudio del evangelio, el estudio de las Escrituras y la historia de los hechos de Dios con los pueblos de la tierra, y convertir dichos quórumes en escuelas de ciencia e instrucción, en las cuales puedan habilitarse para toda obra y deber que les sea requerido—C.R. de abril, 1907, págs. 5, 6.

EL DEBER DE LOS SETENTAS. Los setentas no tienen ninguna responsabilidad de presidir; no es el llamamiento o deber de su oficio. Son élderes viajantes y deben predicar el evangelio al mundo bajo la dirección de los doce apóstoles, quienes constituyen el sumo consejo viajante de la Iglesia y son testigos especiales de Jesucristo a todo el mundo—C.R. de octubre, 1901, pág. 72.

DEBERES DE LOS SETENTAS. También tenemos actualmente en la Iglesia, según se me informa, 146 quórumes de setentas. Estos constituyen un cuerpo de élderes de alrededor de diez mil hombres, cuyo deber particular consiste en acudir al llamado de los apóstoles para predicar el evangelio sin bolsa ni alforja a todas las naciones de la tierra. Son hombres del momento. Se espera que estén listos, cuando sean llamados, a salir al mundo o ir a las varias organizaciones de la Iglesia a cumplir misiones y efectuar los deberes que les sean requeridos, a fin de que la obra del Señor y la obra del ministerio se puedan apoyar, sostener y efectuar en la Iglesia y por todo el mundo. —C.R. de octubre, 1904, pág. 3.

LOS QUÓRUMES DE ÉLDERES DEBEN ABASTECER A LOS DE LOS SETENTAS. Recoged de entre los quórumes de élderes a aquellos que han demostrado ser dignos, que han adquirido experiencia, y ordenadlos setentas a fin de abastecer el quorum de setentas; y los de edad avanzada, cuya condición física ya no les permita hacer la obra misional en el mundo, sean ordenados sumos sacerdotes y patriarcas para bendecir al pueblo y ministrar en casa. Recoged a los fuertes, los vigorosos, los jóvenes, los sanos, quienes tengan el espíritu del evangelio en su corazón, para llenar las filas de los setentas, a fin de que contemos con ministros para predicar el evangelio al mundo. Hacen falta; no podemos ya hacer frente a la demanda. —C.R. de octubre, 1905, pág. 96.

LOS ÉLDERES DEBEN PROCLAMAR EL EVANGELIO. Creo que los élderes de Israel y los oficiales de la Iglesia deben dedicarse a la proclamación del evangelio de vida eterna, y que no deben dedicar ni tratar de dedicar mucho tiempo a cosas triviales e insignificantes, ni a conductas personales o asuntos que no vengan al caso. Creo que deben ser respetuosos y sinceros en su espíritu y palabras. Creo que los debe impulsar el espíritu de verdad y la inspiración del evangelio, y deben considerar que su misión consiste en dar testimonio de Jesucristo, de José Smith y de la divinidad de la gran obra de los postreros días, cuyos fundamentos José Smith, como instrumento en las manos de Dios, estableció en los últimos días. Creo que si nuestros hermanos orientan sus pensamientos, su mente y esfuerzos hacia esta dirección, podrán complacer al Señor, satisfarán a los santos y cumplirán el objeto de su misión mejor que criticándose a sí mismos o a otros, o haciendo hincapié en las faltas y debilidades de los hombres —C.R. de octubre, 1909, pág. 124.

DEBERES DE LOS ÉLDERES. No estoy en posición de informar cuántos élderes tenemos en la Iglesia; pero son muy numerosos. Es el deber de este cuerpo de hombres ser ministros residentes; estar listos para responder al llamado de los oficiales presidentes de la Iglesia y de las estacas, para obrar en el ministerio en casa y oficiar en cualquier llamamiento que les sea requerido, bien sea trabajar en los templos, en el ministerio en casa o salir junto con los setentas para predicar el evangelio al mundo. —C.R. de octubre, 1904, pág. 4.

LA AUTORIDAD DE LOS OBISPOS Y OTROS OFICIALES PRESIDENTES. El obispo es el oficial presidente de su barrio, y cuando está presente, sus consejeros y los demás que son miembros de su barrio están sujetos a su presidencia. No puede entregarla; no puede traspasarla a otro, o, si lo hace, viola uno de los principios sagrados del gobierno del sacerdocio. Puede dirigir a sus consejeros, el primero o segundo, a que hagan su voluntad, lleven a cabo sus deseos, pongan por obra sus propósitos o sus instrucciones; pero al hacer esto, el consejero no obra como el obispo, sino bajo la dirección de la autoridad presidente. No obra independientemente del obispo sino como su subordinado, y está enteramente sujeto a la dirección del obispo. Este principio prevalece, o debía prevalecer, en la organización de la Escuela Dominical de la Iglesia. Podemos comisionar y nombrar; es decir, los que presiden pueden solicitar la ayuda de sus asistentes, dirigirlos a que cumplan tareas; pero en cada caso, cuando obran, lo hacen por él y con el consentimiento de la autoridad presidente, y según su consejo, pero no independientemente. Nuestras misiones no siempre se han organizado estrictamente de acuerdo con el modelo que el Señor ha dado. En muchos casos el élder presidente [presidente de la misión] ha sido el [único] oficial presidente de la misión.

Pero en años recientes, se ha considerado prudente, en, muchos casos, no sólo tener un élder presidente en la misión, sino también ayudantes del presidente, o consejeros, para que puedan proporcionarle la ayuda y consejo que necesite. En todas estas cosas el oficial presidente está a la cabeza, debe ser estimado en su posición, la cual se debe tener por sagrada en los pensamientos de los que obran con él. Y ningún hombre que posea un entendimiento correcto del espíritu del evangelio y de la autoridad y ley del santo sacerdocio intentará por un momento correr adelante de su caudillo o hacer cosa alguna que no concuerde estrictamente con el deseo y autoridad que corresponden a éste. Cuando un hombre en una posición subordinada empieza a usurpar la autoridad de su caudillo, precisamente en ese momento se sale de su lugar, y muestra por su conducta que no comprende su deber, que no está obrando dentro de los límites de su llamamiento y que es persona peligrosa. Dará malos ejemplos, desviará, conducirá a otros a cometer errores, ya que él mismo ha caído en error; de hecho, está en error desde el momento en que obra en contra e independientemente de la dirección de su oficial presidente; y si continúa por ese curso se desviará enteramente, y los que lo sigan se desviarán también. Creo que todos entendemos este principio, y quisiera ver que lo observaran estrictamente mis hermanos y hermanas que tienen que ver con la obra de la Escuela Dominical, pero con el espíritu verdadero; no con ningún género de formalidad inflexible, o maneras fijas, sino con el verdadero espíritu de la presidencia, cariñosamente sujetos a la autoridad divina, la autoridad que Dios ha instituido para que podamos emularla, el ejemplo del Hijo mismo que vino a la tierra, y aun cuando poseyó poder majestuoso para sanar a los enfermos, restaurar la vista a los ciegos, el oído a los sordos, devolver la vida a los muertos y realizar prodigios, andar sobre las olas, calmar las tempestades, echar fuera demonios y multiplicar los panes y peces con los cuales alimentó a las multitudes, sin embargo, al efectuar todo esto, declaraba una y otra vez este gran principio, que no había venido para hacer su propia voluntad sino la de aquel que lo había enviado, reconociendo en todo aspecto de su mensaje y ministerio en el mundo que Dios estaba a la cabeza, y que El no hacía nada de sí mismo, sino únicamente lo que el Padre le había mandado hacer. De manera que estaba obrando bajo la autoridad de su presidente o superior, a saber, Aquel que lo envió y comisionó para efectuar la obra que le fue encomendada. Sigamos ese espíritu y ejemplo, y adoptemos ese principio en nuestra vida; entonces nunca tendremos en la Iglesia élderes y oficiales presidentes contradiciéndose unos y otros, contendiendo entre sí y efectuando propósitos distintos. Siempre serán uno; verán de acuerdo y entenderán mejor los principios de gobierno divino, los principios del evangelio y la inspiración del Espíritu Santo. —C.R. de octubre, 1905 (Escuela Dominical), págs. 109-110.

DEBERES DE LOS OBISPOS. Se espera que el obispo de un barrio, con sus consejeros, entiendan las necesidades de todo miembro de su barrio. Además; tienen como ayudantes y asistentes a un amplio cuerpo de élderes, y de presbíteros, maestros y diáconos del sacerdocio menor, quienes les prestan ayuda en los asuntos temporales de la Iglesia así como en los espirituales. Corresponde al obispado del barrio velar por los pobres, ministrar a los enfermos y afligidos y procurar que no haya necesidad ni sufrimiento entre los miembros en estas divisiones organizadas de la Iglesia. También es el deber de estos oficiales presidentes de la Iglesia velar por el bienestar espiritual de la gente; cuidar para que lleven vidas morales, puras y rectas, que sean fieles en el cumplimiento de sus deberes como Santos de los Últimos Días, que sean honrados en sus tratos unos con otros y con todo el mundo. Es de su incumbencia ver que exista la luz espiritual en sus corazones y que aquellos que se encuentran bajo su presidencia y dirección estén llevando vidas santas hasta donde les sea posible a hombres y mujeres ser santos en el cuerpo mortal, acosados por las debilidades e imperfecciones del género humano —C.R. de octubre, 1904, págs. 2, 3.

LOS OBISPOS Y EL SACERDOCIO MENOR DEBEN SER ACTIVOS. Los obispos y el sacerdocio menor deben ser muy activos y enérgicos. Debemos velar por los jóvenes que han sido ordenados diáconos, maestros y presbíteros en la Iglesia. Debemos buscarles algo que hacer en su llamamiento. Señálenseles labores activas en sus diversas esferas; nómbrese a los que carecen de experiencia para que acompañen a los que la han tenido, y déseles algo que hacer. Ayuden los diáconos no sólo en la reparación de las casas de adoración y en mantener sus terrenos en las debidas condiciones, sino póngaseles a trabajar velando por el bienestar de las viudas y huérfanos, los ancianos y pobres. Muchos de nuestros jóvenes que están ociosos, desanimados porque no tienen qué hacer, podrían tornarse muy útiles ayudando a los pobres a limpiar sus casas y hacerlas cómodas, y ayudándoles a vivir de tal manera que la vida les sea agradable. No hay ninguna razón para que los miembros del sacerdocio menor no puedan dedicarse a misiones y trabajos de esta naturaleza. —C.R. de abril, 1908, pág. 6.

DEBERES DEL SACERDOCIO MENOR. Tenemos entonces al sacerdocio menor que se encarga de los diversos asuntos temporales de la Iglesia, y se compone de presbíteros, maestros y diáconos, los cuales trabajan bajo la dirección del obispado en los distintos barrios donde residen, para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, para unir a los miembros y hacerlos llegar a la norma de rectitud que deben lograr en la carne, de acuerdo con la luz que poseen y la habilidad y talento que el Señor les ha dado. —C.R. de octubre, 1904, pág. 4.

EL SACERDOCIO MENOR. LOS obispos deben encargarse particularmente del sacerdocio menor—los presbíteros, maestros y diáconos— e instruirlos en los deberes de sus llamamientos. Hay que cuidar a nuestros jóvenes. En cuanto sea prudente, se debe llamar a los jóvenes a participar en el sacerdocio menor. Si fuera posible graduarlos, desde el diácono hasta el presbítero, y del presbítero en adelante, por cada uno de los oficios que con el tiempo vendrán a ellos, sería una de las mejores cosas que se pudiera hacer. Las autoridades presidentes de la Iglesia, particularmente aquellos que presiden los quórumes, deben atender a todas estas cosas. Repetiré lo que he dicho antes: Se espera que todo hombre a quien se ha dado una responsabilidad, cumpla fielmente con su deber y sea diligente en el desempeño del mismo. – C.R. de abril, 1907, pág. 6.

LA LABOR DEL OBISPADO. La labor del obispado es al mismo tiempo temporal y espiritual. Un obispo normal dedica todo su tiempo y esfuerzos al mejoramiento de aquellos a quienes preside. El obispo no debe intentar hacer toda la obra que se precise efectuar en su barrio. Sus consejeros están allí para ayudarlo, y una porción debida de la responsabilidad del obispo del barrio debe colocarse sobre sus consejeros. Tampoco es prudente que el obispado del barrio sienta que está obligado a hacer todo lo que se requiera llevar a efecto en su barrio. Deben ejercer su derecho de llamar a los del sacerdocio para que visiten a los miembros como maestros y predicadores del evangelio de Jesucristo, con objeto de poder dar a todos, hasta donde sea posible, la oportunidad de ejercer sus talentos y hacer el bien en sus barrios. A veces es conveniente dar deberes especiales a cada consejero, y señalar a cada uno de ellos su proporción de las responsabilidades que corresponden al obispado, cada cual desempeñando la tarea especial a la que mejor se adapte, a fin de que todos sean activos. —C.R. de octubre, 1914, pág. 6.

DIGNIDAD DEL LLAMAMIENTO DE MAESTRO. Recientemente se nos ha llamado la atención al hecho de que algunos hombres que tienen mucho tiempo de ser miembros—por cierto, algunos de ellos nacidos y criados en la Iglesia, y en cargos prominentes en algunos de los quórumes del sacerdocio— cuando sus presidentes o los obispos de los barrios en donde viven los llaman para que visiten a los miembros, enseñen los principios del evangelio y cumplan los deberes de maestros, con toda calma informan a sus obispos que ya se han graduado de ese llamamiento y se niegan a obrar como maestros. El hermano Charles W. Penrose tiene ochenta y dos años de edad, yo ando en los setenta y seis y creo que soy mayor que varios de estos buenos hombres que se han graduado de los deberes del sacerdocio menor; y quisiera decirles a ellos, y a vosotros, que no somos demasiado entrados en años—ninguno de nosotros— para obrar como maestros, si nos llamáis a serlo. En cuanto a los que poseen el sacerdocio en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, nunca llega, y nunca llegará el tiempo en que los hombres puedan decir de sí mismos que han hecho lo suficiente. Mientras dure la vida, y mientras poseamos la habilidad para hacer el bien, para trabajar por la edificación de Sión y el beneficio de la familia humana, debemos estar dispuestos a obedecer con ánimo los requisitos que se nos asignen de desempeñar nuestro deber, sea pequeño o sea grande. —C.R. de abril, 1914, pág. 7.

EL VALOR DE LA OBRA DEL MAESTRO. No sé de ningún deber que sea más sagrado o más necesario, si se lleva a cabo como es debido, que los deberes de los maestros que visitan las casas de los miembros, que oran con ellos, que los amonestan a la virtud, al honor, la unidad, amor, y a la fe en la causa de Sión y fidelidad a la misma; quienes se esfuerzan por quitar la incertidumbre de la mente de los miembros y conducirlos a la norma del conocimiento que deben poseer en el evangelio de Jesucristo. Ojalá toda persona les abra sus puertas, llamen a los miembros de su familia y respete la visita que hacen los maestros a sus casas, y se unan con ellos en procurar, de ser posible, traer al hogar una condición mejor de la que ordinariamente existe. Si estáis en posición de avanzar, ved si podéis ayudar a los maestros a que os auxilien a lograr ese adelanto. —C.R. de abril, 1915. pág. 140.

LA RESTAURACIÓN DEL SACERDOCIO DE MELQUISEDEC. «Ningún hombre puede ser exaltado a menos que sea independiente. . . El género humano se compone de seres naturalmente independientes e inteligentes; han sido creados para el propósito expreso de exaltarse a sí mismos.» El estudio del tema del Santo Sacerdocio o Sacerdocio de Melquisedec, incluso el Aarónico, es uno de tremenda importancia para la familia humana. El estudiante de la verdadera ciencia de la teología desde luego comprenderá la necesidad de su existencia entre los hombres, por la razón de que la teología verdadera, o la Iglesia de Jesucristo, no puede existir sin él. Constituye el fundamento de la Iglesia; es la autoridad por la cual se establece o se organiza, se edifica y se gobierna, por la cual se predica el evangelio y se administran o solemnizan todas sus ordenanzas que tienen por objeto la salvación del género humano. Ninguna ordenanza del evangelio se puede efectuar aceptablemente ante Dios o con eficacia para el hombre sino por su autoridad y poder, y ciertamente no hay ordenanza o rito instituido por el Omnipotente en el gran plan de redención que no sea esencial a la salvación o exaltación de sus hijos. Por tanto, donde no exista el Sacerdocio de Melquisedec o Santo Sacerdocio, no puede haber Iglesia de Cristo en su plenitud. Cuando este sacerdocio no se encuentra entre los del género humano, están privados del poder de Dios y, consiguientemente, de la ciencia verdadera de la teología o la Iglesia y religión de Jesucristo, el gran Sumo Sacerdote y Apóstol de nuestra salvación. Mientras el Profeta José Smith se ocupaba en traducir el Libro de Mormón en 1829, él y Oliverio Cowdery se entusiasmaron a causa de las verdades y promesas gloriosas que se les manifestaban en el curso de su obra, y desearon lograr estas bendiciones antes de quedar terminada su obra; mas el Señor bondadosamente los amonestó a que no tuvieran tanta prisa. Dijo El: «Debes esperar todavía un poco, porque aún no has sido ordenado»; pero les fue prometido que serían ordenados en breve, y que debían salir a comunicar la palabra de Dios a los hijos de los hombres, y el Señor pronunció un ay sobre los habitantes de la tierra en caso de que no escucharan sus palabras.

El significado ordinario de la palabra sacerdocio, como generalmente se entiende y se aplica en el mundo, da a entender una clase o cuerpo de hombres apartados para deberes sagrados, o poseedores del oficio sacerdotal, o una orden de personas integrada por sacerdotes considerados colectivamente. Sin embargo, éste no es el sentido en que se emplean aquí las palabras Sacerdocio de Melquisedec o Santo Sacerdocio. En este artículo se hace referencia al propio oficio sagrado o el principio de poder que constituye el oficio, y es la autoridad mediante la cual los individuos o los varios órdenes o quórumes, como usamos este término, que constituyen el sacerdocio de la Iglesia, pueden obrar legítimamente en el nombre del Señor; o la agencia, derecho y autoridad activos, dirigentes, regentes, gobernantes o presidentes, con que está investida la Trinidad, y que se delegan al hombre para fines de su instrucción, iniciación en la Iglesia, orientación espiritual y temporal, gobierno y exaltación. Este es el Sacerdocio de Melquisedec que es sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, que el gran sumo sacerdote, Melquisedec, a tal grado honró y magnificó en sus días, que se le dio su nombre para honrarlo a él y para evitar la tan frecuente repetición del nombre del Hijo de Dios.

Siempre debe tenerse presente esta distinción entre los quórumes del sacerdocio y el sacerdocio mismo al usar el término Sacerdocio de Melquisedec o Santo Sacerdocio. El Santo Sacerdocio según el orden del Hijo de Dios fue el nombre original que se dio a este sacerdocio. Subsiguientemente se le dio el nombre de el Sacerdocio de Melquisedec. Este sacerdocio fue confirmado a Adán, a Abel, Set, Enoc, Matusalén, Noé, Melquisedec, Abraham, Moisés y muchos otros, e indudablemente a varios de los profetas antes del nacimiento de Cristo, así como a sus discípulos escogidos de entre los judíos, antes de su crucifixión, y a los discípulos nefitas sobre este continente, después de su resurrección y ascensión a los cielos. A éstos El hizo sus apóstoles, para que testificaran de El en ambos hemisferios y a todo el mundo; e indudablemente el Salvador confirió este sacerdocio a otros discípulos que escogió de entre las «otras ovejas», de las cuales habló a los nefitas, que no eran ni del redil de los judíos ni de los nefitas; cuyos anales todavía tienen que aparecer para dar testimonio de El en el debido tiempo del Señor.

Sabemos por las revelaciones que Dios tomó a Moisés, y también el Santo Sacerdocio de entre los hijos de Israel; pero el Sacerdocio Aarónico o menor, que fue confirmado a Aarón y su descendencia, continuó entre ellos hasta la venida de Cristo en el meridiano de los tiempos. Juan, hijo de Zacarías, probablemente fue el último en poseer las llaves de este sacerdocio entre los judíos. Fue levantado y enviado como el precursor de Cristo para preparar el camino antes de su primera venida; y también fue enviado al mundo en esta dispensación para iniciar la obra de preparación para el segundo advenimiento de Cristo.

«En la Iglesia hay dos sacerdocios, a saber, el de Melquisedec y el de Aarón, que incluye el Levítico. La razón por la cual el primero se llama el Sacerdocio de Melquisedec es que Melquisedec fue tan gran sumo sacerdote. Antes de su época se llamaba el Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios.» El Sacerdocio de Melquisedec posee las llaves de todas las bendiciones espirituales de la Iglesia, de los misterios del reino de los cielos, de comunicación con la asamblea general y la Iglesia del primogénito, y la presencia de Dios el Padre y Jesús el Mediador.

El Sacerdocio Aarónico es una dependencia del primero, y posee las llaves del ministerio de ángeles y de las ordenanzas exteriores y la letra del evangelio, el bautismo de arrepentimiento para la remisión de pecados, de acuerdo con los convenios y mandamientos.

El Sacerdocio de Melquisedec que Cristo restauró a la tierra permaneció entre los hombres unos trescientos o cuatrocientos años después de Él. Cuando se perdió el orden verdadero de Dios, por motivo de transgresiones, y de la apostasía del orden verdadero del sacerdocio e Iglesia de Cristo, las innovaciones de la superchería sacerdotal y el paganismo, el Santo Sacerdocio fue llevado de la tierra y hasta donde lo sabemos por revelación, o de la historia y anales de lo pasado, la Iglesia de Cristo cesó de existir entre los hombres.

Entonces se cumplieron muchas profecías de los profetas y apóstoles, contenidas en la palabra de Dios. Entre ellas la palabra de Dios proferida por Juan en el capítulo 12 de Apocalipsis, y la profecía de Amos: «He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová. E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán» (Amos 8:11, 12). La proclamación de la palabra del Señor depende y siempre ha dependido de la autoridad del Santo Sacerdocio.

¿Cómo, pues, podrían oír sin haber quien les predicara, y cómo predicarán si no fueren enviados?

Los gentiles, entre quienes se estableció el sacerdocio y se predicó el evangelio, también se desviaron siguiendo el ejemplo de incredulidad a la manera de los judíos o hijos de Israel. Dios, que no había perdonado las ramas naturales, también cortó todo los injertos, y surgió el misterio, «Babilonia la Grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra», como lo habían anunciado el profeta Daniel y el apóstol Juan. Este poder hizo guerra contra los santos y los venció, cambió los tiempos y la ley, quebrantó a los santos del Altísimo, se embriagó de la sangre de los santos y de la sangre de los mártires de Jesús y destruyó al pueblo santo. Pero este poder misterioso va a ser vencido a su vez, y en el tiempo oportuno del Señor será completamente destruido.

Antes de llevarse a cabo este gran acontecimiento deben venir la restauración del evangelio de Cristo y el establecimiento del reino de Dios nuevamente sobre la tierra, con todos los poderes y bendiciones del Santo Sacerdocio, concerniente a lo cual tenemos las más positivas afirmaciones. Las declaraciones de los santos escritores de la Biblia y del Libro de Mormón no sólo afirman la restauración de todas las cosas habladas por los santos profetas relacionadas con este gran acontecimiento, sino también el hecho de que este reino nunca más será derribado ni dejado a otro pueblo, ni cesará hasta que toda la tierra sea llena del resplandor de su gloria, de sus verdades, su poder, fuerza, majestad y dominio, y el reino y su grandeza bajo todos los cielos serán dados a los santos del Dios Altísimo, y lo poseerán para siempre. La declaración de esta verdad es muy ofensiva, aun ahora, al mundo incrédulo, así como a los que rechazan la verdad; no obstante, los santos heredarán las bendiciones, y se cumplirá la palabra de Dios, pese a lo mucho que se opongan los inicuos o que nosotros, los fundadores de esta gran causa, permanezcamos fieles o no hasta el fin y realicemos las promesas. Esta grande y gloriosa redención se consumará por el poder y facultades del Santo Sacerdocio o Sacerdocio de Melquisedec, mediante el cual y la inspiración del Espíritu Santo, Dios siempre ha obrado y siempre obrará con los hijos de los hombres; porque este sacerdocio «administra el evangelio y posee la llave de los misterios del reino, sí, la llave del conocimiento de Dios. Así que, en sus ordenanzas se manifiesta el poder de Dios; y sin sus ordenanzas y la autoridad del sacerdocio, el poder de Dios no se manifiesta a los hombres en la carne; porque sin esto, ningún hombre puede ver la faz de Dios, sí, el Padre, y vivir» (Doctrinas y Convenios 84:19-22).

El sacerdocio menor posee las llaves del ministerio de ángeles y del evangelio preparatorio, que es el evangelio de arrepentimiento y de bautismo y la remisión de pecados, el cual continuó «con la casa de Aarón entre los hijos de Israel hasta Juan, a quien Dios levantó, pues fue lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre». Juan se bautizó mientras «estaba aún en su niñez, y cuando tenía ocho días de edad, el ángel de Dios lo ordenó a este poder, para derribar el reino de los judíos y enderezar las vías del Señor ante la faz de su pueblo, a fin de prepararlos para la venida del Señor, en cuya mano se halla todo poder» (Doctrinas y Convenios 84:26-28).

Fue el mismo Juan que se apareció a José Smith y a Oliverio Cowdery el día 15 de mayo de 1829 y les confirió el Sacerdocio Aarónico con todas sus llaves y poderes. La ordenación se hizo en estos términos:

«Sobre vosotros, mis consiervos, en el nombre del Mesías confiero el Sacerdocio de Aarón, el cual tiene las llaves del ministerio de ángeles, y del evangelio de arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados; y este sacerdocio nunca más será quitado de la tierra, hasta que los hijos de Leví de nuevo ofrezcan al Señor un sacrificio en justicia.» Nada se dice aquí en cuanto a los oficios de este sacerdocio; éstos se tomaron en consideración después. Aquí diré que el sacerdocio es mayor que los oficios que de él se originaron, y le son meramente dependencias, porque «todas las otras autoridades u oficios en la Iglesia son dependencias de este sacerdocio», refiriéndose al Sacerdocio de Melquisedec. Pero hay dos divisiones o cabezas principales (no tres ni muchas): una es el Sacerdocio de Melquisedec y la otra el Sacerdocio Aarónico o Levítico. Los oficios del sacerdocio son dependencias necesarias del mismo para fines de orden y gobierno, y los deberes de estos varios oficios se definen en las revelaciones, leyes y mandamientos de Dios.

Este acontecimiento sumamente sagrado e importante, que acabamos de citar, se efectuó en un lugar llamado Harmony, o cerca de allí, en el Condado de Susquehanna, Estado de Pensilvania, durante el tiempo que José Smith vivió allí, ocupado en la traducción del Libro de Mormón, con la ayuda de Oliverio Cowdery como escribiente. Desafortunadamente, no tenemos una relación tan precisa del otorgamiento del Sacerdocio de Melquisedec a José y Oliverio, como la que tenemos de la confirmación del Sacerdocio Aarónico. Sin embargo, tenemos información y conocimiento positivos de que recibieron este Sacerdocio de manos de Pedro, Santiago y Juan, a quienes el Señor Jesucristo entregó las llaves y poder del mismo, y los cuales fueron comisionados para restaurarlo a la tierra en la dispensación del cumplimiento de los tiempos. No podemos fijar la fecha exacta en que se restauró este sacerdocio, pero sucedió dentro de un período comprendido entre el 15 de mayo de 1829 y el 6 de abril de 1830. Podemos aproximarla a unos dos o tres meses de la ocasión precisa, recurriendo a los registros de la Iglesia de que disponemos, pero nada más. José el Profeta señala el sitio donde se efectuó la ordenación en su comunicación a los santos (Sec. 128:20) escrita en 1842, en estos términos:

«Y además, ¿qué oímos?. . . ¡La voz de Pedro, Santiago y Juan en el yermo despoblado entre Harmony, Condado de Susquehanna, y Colesville, Condado de Broome, en las márgenes del Susquehanna, declarando que poseían las llaves del reino y de la dispensación del cumplimiento de los tiempos!» (Doctrinas y Convenios 128:20). Y en una revelación dada en septiembre de 1830, hablando a José y a Oliverio, el Señor dijo, refiriéndose al hecho de que nuevamente tomaría el sacramento de la Santa Cena en la tierra, que «la hora viene cuando beberé del fruto de la vid con vosotros en la tierra; y con Moroni. . . y también con Elías. . . y también con Juan, hijo de Zacarías. . . enviado. . . para conferiros el primer sacerdocio que habéis recibido, mis siervos, José Smith, hijo, y Oliverio Cowdery, a fin de que fueseis llamados y ordenados como Aarón; y también con Elías el profeta. . . y también con José, y con Jacob, Isaac y Abraham, vuestros padres, por quienes permanecen las promesas; y también con Miguel, o Adán, el padre de todos, el príncipe de todos, el anciano de días; y también con Pedro, Santiago y Juan, a quienes he enviado a vosotros, por cuyo conducto os he ordenado y confirmado para ser apóstoles y testigos especiales de mi nombre, y para poseer las llaves de vuestro ministerio y de las mismas cosas que revelé a ellos; a quienes he dado las llaves de mi reino y una dispensación del evangelio para los últimos tiempos; y para el cumplimiento de los tiempos, en la cual juntaré en una todas las cosas, tanto las que están en el cielo, como en la tierra» (Doctrinas y Convenios 27:5-13).

Una revelación dada en abril de 1830, la sección 20:2, 3, dice: «Mandamientos que fueron dados a José Smith, hijo, el cual fue llamado de Dios y ordenado apóstol de Jesucristo, para ser el primer élder de esta iglesia; y a Oliverio Cowdery, que también fue llamado de Dios, apóstol de Jesucristo, para ser el segundo élder de esta iglesia, y ordenado bajo su mano.» Después que los antiguos apóstoles confirieron el Sacerdocio de Melquisedec a José y Oliverio, les fue mandado a éstos que se ordenaran el uno al otro, como vemos por la cita anterior y los versículos 10 y 11 de la sección 21 de Doctrinas y Convenios.

Tal parece, según las instrucciones dadas en las revelaciones fechadas en junio de 1829, que para entonces ya se había conferido el apostolado a José Smith, Oliverio Cowdery y David Whitmer. Si esta suposición es correcta, se reduce a un corto número de semanas el período de incertidumbre en que efectivamente se efectuó este glorioso acontecimiento, o sea desde a mediados de mayo hasta fines de junio. También se asevera que David Whitmer suponía que el acontecimiento se había llevado a cabo en esos días. Es palpable, sin embargo, que David recibió el apostolado de manos de José y Oliverio, y que no estuvo presente cuando lo recibieron bajo el ministerio de los antiguos apóstoles.

En la primera edición del Compendio bajo el encabezamiento, «Cronología de los acontecimientos más importantes que han sucedido en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, desde el año de nuestro Señor 1820 hasta 1856», encontramos esta breve declaración: «El 6 de junio de 1831 se dio por primera vez el Sacerdocio de Melquisedec.» Esta frase aislada da la impresión de que el Sacerdocio de Melquisedec no se confirió sino hasta catorce meses después de haber sido establecida la Iglesia. Muchos han sido mal informados y otros han quedado muy confusos por esta afirmación, sabiendo que «se ordenaron élderes» el día 6 de abril de 1830, un año y dos meses antes, y que «el oficio de élder pertenece al Sacerdocio de Melquisedec» (Doctrinas y Convenios 107:7).

Es una pena que no se preste mayor atención a los asuntos históri¬cos, porque entonces no se cometerían tales equívocos. Se han insi¬nuado en la historia varios errores de esta naturaleza por descuido o falta de la debida atención al asunto. El pasaje de la historia, del cual se ha tomado este breve y desorientador extracto, dice lo siguiente: «El día 6 de junio (1831) llegaron los élderes de las varias partes del país donde habían estado obrando. La conferencia previamente señalada se reunió en Kirtland, y el Señor mostró su poder en una manera inequívoca. Se reveló el hombre de pecado, y se manifestó la autoridad del Sacerdocio de Melquisedec y se confirió por primera vez a varios de los élderes.» Ahora, si esto no significa que en tal ocasión varios élderes recibieron su primera ordenación, entonces debe significar que estos varios élderes que previamente habían sido ordenados, recibieron por primera vez, en esa ocasión, el poder o autoridad de su ordenación. Las palabras «se confirió por primera vez a varios de los élderes» parecen dar a entender, a primera vista, que varios de ellos fueron ordenados élderes en esa ocasión; pero considerando en su totalidad la frase, a saber, «se reveló el hombre de pecado, y se manifestó la autoridad del Sacerdocio de Melquisedec y se confirió por la primera vez a varios de los élderes», naturalmente concluimos que varios de ellos, que previamente habían sido ordenados élderes, no habían recibido aún el espíritu o poder o autoridad de su ordenación, pero que ahora por vez primera, habiéndose manifestado la autoridad del sacerdocio, descendió sobre ellos. Se ve por el contexto que la palabra autoridad, cual se usa en esta frase, significa poder. Dicho contexto dice lo siguiente: «Claramente se manifestó que el Señor nos daba poder en proporción a la obra por efectuar, y fuerza de acuerdo con la carrera que teníamos por delante, y gracia y ayuda según nuestras necesidades.» Se afirma en forma directa que varias personas fueron ordenadas en esa ocasión, pues leemos: «Prevaleció gran armonía; varios fueron ordenados; se fortaleció la fe y se manifestó en los santos esa humildad tan necesaria para que las bendiciones de Dios acompañen la oración.» Una cosa queda perfectamente clara, y es que ninguna referencia se hace aquí a la restauración del Sacerdocio de Melquisedec por Pedro, Santiago y Juan, acontecimiento que sucedió, indudablemente entre mayo y julio de 1829. Sin embargo, hasta la época en que se efectuó esta conferencia, raras veces o jamás se había empleado el término Sacerdocio de Melquisedec. Hasta entonces los términos que generalmente se empleaban eran el Sumo Sacerdocio o el Santo Sacerdocio.

De modo que este glorioso sacerdocio, que es «según el orden más santo de Dios», ha sido restaurado al hombre en su plenitud y poder en la época actual por la «última vez», y «nunca más será quitado de la tierra» parte alguna de él «hasta que los hijos de Leví de nuevo ofrezcan al Señor un sacrificio en justicia», o hasta que Dios junte «en una todas las cosas, tanto las que están en el cielo, como en la tierra». En conclusión, llamaré la atención del lector a las secciones 5, 13, 27, 84, 107, 110 y 128 de Doctrinas y Convenios para mayor consideración del asunto. — Contributor, tomo 10, págs. 307-311 (1889).

TRIBUTO A HEBER C. KIMBALL. Mis primeros recuerdos del presidente Heber C. Kimball se remontan hasta los días de mi niñez. Era una persona bien conocida y prominente en los recuerdos que tengo de Nauvoo, Illinois, como padre de sus hijos, William, Haber y David, a los cuales en mi niñez conocí íntimamente, aun cuando los primeros dos eran mucho mayores que yo. También lo recuerdo, en aquellos días, como el dueño de una de las mejores casas de la ciudad de Nauvoo, y como esposo de» tía» Vilate Kimball, una de las almas más queridas, bondadosas y maternales al alcance de mi memoria o conocimiento; y también como padre de Helen M. Kimball, una joven muy bella, muy semejante a su madre en apariencia, algo prominente en la familia Smith por estar relacionada con ella de alguna manera y quien, tras la muerte del Profeta José Smith, contrajo matrimonio con Horace K. Whitney y fue la madre de nuestro actual poeta e historiador Orson F. Whitney.

Uno de mis recuerdos más claros del presidente Kimball fue en el invierno de 1845-46 en el Templo de Nauvoo. Mi madre y su hermana, Mercy R. Thompson, se hallaban muy ocupadas en la obra que se estaba efectuando en el templo durante ese invierno, y el presidente Kimball también tomaba parte en la obra que en ese sitio se realizaba. Fue allí donde los hijos de mi padre fueron sellados a sus padres, y el presidente Kimball efectuó la ordenanza.

En febrero de 1846 el presidente Kimball emprendió la marcha con los Doce y los miembros que fueron expulsados de Nauvoo, para emprender su largo viaje en el desierto, cosa que finalmente condujo a la ocupación del valle del Gran Lago Salado, la colonización de Utah por los miembros y el cumplimiento de la profecía de José Smith, de que los miembros se recogerían en las Montañas Rocosas.

Lo que más particularmente se grabó en mis pensamientos concerniente a esta partida del presidente Kimball fue el hecho de que mi hermano John, hoy el patriarca, pero en esa época un joven de unos doce años, acompañó al presidente Kimball y a su familia en su peregrinación por el yermo desconocido, dejándonos en Nauvoo con gran temor y la duda de que si volveríamos a verlos o no. Esto causó una impresión indeleble en mi mente, y de allí en adelante parecían existir vínculos inquebrantables que nos unían al presidente Kimball y su familia.

En 1848 cruzamos los llanos en una subdivisión de la compañía del presidente Kimball. El me bautizó en City Creek en 1850, donde hoy se cruzan las calles East Temple y North Temple.

En julio de 1852, mientras asistía a una reunión efectuada en Salt Lake City, mi madre se enfermó y fue a la casa del presidente Kimball, donde permaneció durante su última enfermedad, bajo el cuidado de tía Vilate. Esto me puso en contacto directo y casi constante con el presidente Kimball y su familia durante algunos meses.

Fue allí donde más me familiaricé con su vida y costumbres en su hogar. Me impresionaba y emocionaba grandemente por la manera que oraba en su familia. Jamás he escuchado a otro hombre orar como él solía hacerlo. No hablaba al Señor como con uno que está lejos, sino como si estuviese conversando con El cara a cara. Una vez tras otra me dejó tan impresionado la idea de la presencia verdadera de Dios, mientras conversaba con El en oración, que no podía refrenar el impulso de levantar la vista para ver si verdaderamente estaba presente y visible. Aun cuando el presidente Kimball era muy estricto con su familia, siempre fue bondadoso y tierno con ellos.

En ocasiones pensaba que era más bondadoso conmigo que con sus propios hijos. Lo he escuchado reprenderlos, pero jamás salió de sus labios una sola palabra de represión sobre mí. Más tarde, por conducto de él fui enviado a mi primera misión. Jamás se hizo por mí cosa mejor o más amable; me proporcionó cuatro años de experiencia y madurez que señalaron el curso entero de mi vida, y llegó precisamente en la época más oportuna para el joven que era yo.

Más tarde me asocié con él en la Casa de Investiduras, donde serví con él y bajo su dirección por algunos años. Esto me permitió tener una amistad sumamente íntima con él, y nos dio a los dos la oportunidad más completa y perfecta para conocernos en todo sentido el uno al otro. Aprendí a amarlo con el amor más sincero, y las muchas evidencias de su amor y confianza para conmigo no admiten duda alguna.

Mis últimos recuerdos de él tienen que ver con un llamamiento muy extraordinario que el presidente Brigham Young extendió a un número de hermanos en 1861, de acompañarlo a una misión a Provo.

Entre ellos se encontraban Heber C. Kimball, Wilford Woodruff, Abraham O. Smoot, Elijah F. Sheets, George G. Bywater y yo. Todos estos hermanos se establecieron en Provo con el presidente Young, y quienes del grupo contaban con los medios (los presidentes Young y Kimball, y los élderes Smoot y Sheets) procedieron en el acto a edificarse casas en ese sitio.

Fue mientras el presidente Kimball se ocupaba en edificar y preparar un lugar para una parte de su familia en Provo, que sufrió un accidente del cual no pudo recuperarse, y poco después, el lunes 22 de junio de 1868, le llegó su llamado final de acudir a la real presencia del Padre lleno de gracia, con el cual, por medio de la oración, se había comunicado por tan largo tiempo y tan verdaderamente, como si estuviese hablando cara a cara con El, y a quien devotamente sirvió hasta el último momento.

El presidente Heber C. Kimball fue uno de los hombres nobles de Dios. Fiel como el acero a cuanto se le confió; puro como el oro refinado; sin temor a enemigos o a la muerte; de percepción viva, lleno del espíritu de los profetas; inspirado de Dios. Valiente en el testimonio de Cristo; un amigo inseparable por toda la vida y testigo del divino llamamiento y misión de José Smith. Fue llamado por la gracia de Dios, ordenado por autoridad viviente, y vivió y murió como apóstol del Señor Jesucristo. —Young Woman’s Journal, tomo 20, págs. 251¬252 (1909).

TRIBUTO A ERASTUS SNOW. Mis primeros y más vivos recuerdos del élder Erastus Snow datan desde del otoño de 1848, poco después de mi llegada al valle de Lago Salado. Tuve el privilegio de escuchar un discurso sumamente excelente que pronunció en la enramada al norte del antiguo fuerte de los pioneros. A tal grado impresionaron mi mente este discurso y el orador, que tanto el uno como el otro de allí en adelante ocuparon un lugar muy distinguido en mi memoria. Como orador y razonador profundo, siempre sentí que no había quién lo sobrepujara, especialmente cuando se entusiasmaba con su tema y entraba en su discurso con toda la fuerza y energía de su mente activa y vigorosa.

Como consejero, su prudencia se manifestaba desde todo punto de vista.

Como colonizador y fundador, desde los días de los pioneros hasta la consumación de su obra, se conservó a la par de sus compañeros más sobresalientes. En cuestión de resistencia y perseverancia en lo que emprendía, era incansable y casi infatigable.

Como legislador o estadista era superior a cualquiera de sus compañeros, entre quienes se hallaban los fundadores de este estado. Una de las particularidades distintivas de su carácter eran su continuidad y perseverancia en cualquier cosa emprendida, hasta lograr su propósito y llevar a cabo sus fines. Nada podía apartarlo del cumplimiento de su deber. Indudablemente fue un instrumento escogido y eficaz, en la mano de Dios para el cumplimiento de la misión que le fue señalada, en la cual siempre concentraba su mente y le entregaba la fuerza entera de su espíritu vigoroso y noble.

Como jefe de una familia numerosa, fue un ejemplo para todo el género humano. Su amistad siempre fue verdadera e ilimitada. Yo lo estimo como uno de los grandes hombres, no sólo de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, sino del mundo, —improvement Era, tomo 14, pág. 280 (feb. de 1911).

EL PROPÓSITO DE LAS VISITAS DE LAS AUTORIDADES DE LA IGLESIA. Hemos venido para ver la condición y el espíritu de los Santos de los Últimos Días y presentarnos ante ellos, para que puedan juzgarnos, por lo que decimos y por el espíritu que traemos con nosotros, si estamos en confraternidad con ellos y con el Señor; y para que vean si alcanzamos las normas que esperan ver en aquellos que están a la cabeza de la Iglesia. —Improvement Era, tomo 21, pág. 98 (dic. de 1917).

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