Doctrina y Convenios Sección 19

Doctrina y Convenios
Sección 19


La Sección 19 de Doctrina y Convenios fue dada a través de José Smith durante el verano de 1829, en un período crítico para la consolidación del movimiento que se convertiría en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

 Contexto Histórico

En el momento en que se dio esta revelación, José Smith estaba trabajando para completar y publicar el Libro de Mormón. Este proyecto requería recursos financieros significativos. Martin Harris, un agricultor y uno de los primeros partidarios del Profeta, había ofrecido su apoyo financiero, lo cual implicó grandes sacrificios personales. La revelación se dirigió específicamente a Martin Harris, quien estaba luchando con dudas sobre la magnitud de su contribución económica para financiar la impresión del libro.

Martin Harris ya había sido un participante clave al actuar como escriba durante parte de la traducción del Libro de Mormón. Sin embargo, en este punto enfrentaba una decisión monumental: hipotecar parte de sus propiedades para cubrir los costos de impresión. Esta revelación sirvió como una instrucción divina para reafirmar su compromiso y explicarle las implicaciones espirituales de su sacrificio.

La Iglesia aún no estaba organizada formalmente (esto ocurriría en abril de 1830). Sin embargo, ya se estaban sentando las bases doctrinales y organizativas. La revelación refuerza la importancia del arrepentimiento, el sacrificio y el papel de Cristo como Salvador.

Esta sección introduce enseñanzas significativas sobre el sufrimiento expiatorio de Jesucristo y la naturaleza del “castigo eterno”. Una parte clave del texto aclara que términos como “castigo eterno” o “tormento sin fin” no significan necesariamente que el sufrimiento de los inicuos dure eternamente, sino que estos términos reflejan la naturaleza divina del juicio.

Martin Harris recibió mandatos claros, como no codiciar, pagar sus deudas y confiar en Dios. También se le instó a declarar el evangelio, predicar el arrepentimiento y contribuir al avance del evangelio mediante sus recursos materiales.

Esta revelación ocurre en un contexto en el que los primeros conversos estaban siendo preparados para participar en la gran obra de la Restauración. Los temas de obediencia, arrepentimiento y fe en Jesucristo resonaron con fuerza entre los primeros Santos.

Llamar a Martin Harris al arrepentimiento y a un compromiso renovado con los principios del evangelio. También subrayar la importancia de depender del sacrificio expiatorio de Cristo y evitar el sufrimiento eterno mediante el arrepentimiento.

Instruir a Martin Harris sobre su papel en la financiación del Libro de Mormón y su responsabilidad en predicar el evangelio. La revelación destaca que el sacrificio temporal de los bienes materiales sería insignificante en comparación con las bendiciones espirituales.

La obediencia de Martin Harris a esta revelación permitió que se imprimiera el primer ejemplar del Libro de Mormón, un evento crucial para la expansión de la obra restaurada. Además, las enseñanzas contenidas en esta sección se han convertido en un pilar doctrinal en cuanto al entendimiento del sufrimiento expiatorio de Cristo, el arrepentimiento y la naturaleza del juicio divino.

Este contexto histórico subraya la importancia de la fe, el sacrificio y la obediencia en los comienzos de la Restauración.


― Doctrina y Convenios 19:1. “Yo soy el Alfa y la Omega, Cristo el Señor; sí, soy él, el principio y el fin, el Redentor del mundo.” Esta frase es una declaración profunda de la divinidad, poder y misión redentora de Cristo. Al declararse el Alfa y la Omega, Cristo se posiciona como el centro absoluto del plan de salvación, demostrando Su omnipresencia y autoridad eterna. Como el principio y el fin, Cristo es la clave para entender el propósito de la vida y la eternidad. Su título de “Redentor del mundo” subraya Su sacrificio expiatorio, que brinda la esperanza de la redención a todos los hijos de Dios.

“Yo soy el Alfa y la Omega”: Esta frase, tomada del alfabeto griego, significa “el principio y el fin”. Al usarse en las escrituras, simboliza la omnisciencia y omnipotencia de Cristo. Él abarca todo el tiempo y la eternidad.

En Apocalipsis 1:8, Cristo también se declara como el Alfa y la Omega, lo que reafirma Su divinidad y rol como el Creador y Consumador de la obra de salvación.

Elder Bruce R. McConkie explicó: “Ser el Alfa y la Omega significa que Cristo es todo lo que tiene valor eterno, el principio de todas las cosas buenas y el fin hacia el cual todas las cosas deben dirigirse” (Doctrinal New Testament Commentary, vol. 3, p. 443).

“Cristo el Señor”: “Cristo” proviene del griego Christos, que significa “el ungido”. Al llamarse “el Señor”, se enfatiza Su supremacía divina sobre todas las cosas y Su autoridad para salvar. En Doctrina y Convenios 76:22–24, se testifica que Cristo es “el Hijo Unigénito del Padre”, quien creó los mundos y gobierna sobre ellos. Esto refleja que Su señorío no es solo terrenal, sino cósmico y eterno.

“Sí, soy él, el principio y el fin”: Cristo se presenta como el centro de la obra de Dios desde el principio hasta el fin. Él no solo inició la Creación, sino que la culminará al traer a todos a Su presencia mediante la Expiación y la Resurrección.

Neal A. Maxwell enseñó: “Desde el principio hasta el fin, Cristo es el eje central del plan de salvación. Su obra da significado a todo lo que vino antes y todo lo que vendrá después” (Ensign, abril 1985).

“El Redentor del mundo”: Esta declaración identifica a Cristo como el Salvador de toda la humanidad. Su sacrificio expiatorio es universal, ofreciendo redención a todos los que acepten Su evangelio.

El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El título de Redentor refleja el propósito principal de la vida de Cristo: redimirnos del pecado y la muerte mediante Su sacrificio infinito y eterno” (Liahona, mayo 2017).

Esta afirmación de Cristo no solo reafirma Su divinidad, sino que también ofrece consuelo y dirección a quienes buscan entender Su papel en sus vidas. Su omnipotencia como el principio y el fin nos asegura que todas las cosas están bajo Su control. Además, al declarar Su misión como Redentor, nos invita a acercarnos a Él para recibir el consuelo y la salvación que ofrece.

Al reflexionar sobre esta declaración, podemos reconocer que Cristo no solo es nuestro Salvador, sino también nuestro guía eterno. Al comprender que Él es el principio y el fin, podemos confiar plenamente en Su plan, incluso en momentos de incertidumbre. Su título de “Redentor del mundo” nos recuerda que Su sacrificio abarca a todos y que Su amor es infinito. Esta frase nos invita a vivir con fe, obediencia y gratitud por el rol central que Él desempeña en nuestra salvación y en el propósito eterno de nuestras vidas.


― Doctrina y Convenios 19:4. “Y en verdad, todo hombre tiene que arrepentirse o padecer, porque yo, Dios, soy sin fin.” Este versículo enseña la importancia del arrepentimiento como un mandamiento universal y una necesidad para escapar de las consecuencias del pecado. La justicia de Dios exige que se cumplan las leyes eternas, pero Su misericordia, manifestada a través de la expiación de Jesucristo, ofrece la posibilidad de evitar el sufrimiento si nos arrepentimos sinceramente. La frase “yo, Dios, soy sin fin” subraya que Su naturaleza divina asegura que estas leyes y principios son eternos y confiables.

“Y en verdad, todo hombre tiene que arrepentirse”: Este principio establece la necesidad universal del arrepentimiento. El pecado separa al hombre de Dios, y el arrepentimiento es el medio para reconciliarse con Él mediante la expiación de Jesucristo.

El élder D. Todd Christofferson declaró: “Sin arrepentimiento no hay progreso ni redención. Es el camino para regresar a Dios y avanzar en la vida eterna” (Liahona, mayo 2011).

El presidente Russell M. Nelson enfatizó que el arrepentimiento es una “experiencia diaria y transformadora que nos lleva a ser más como Cristo” (Liahona, mayo 2019).

“O padecer”: Aquellos que rechazan el arrepentimiento deben enfrentar las consecuencias de sus pecados. Este padecimiento no es un castigo arbitrario, sino una consecuencia natural de la justicia divina.

En Doctrina y Convenios 19:16–17, el Señor explica que Él sufrió por todos para que no tengan que sufrir si se arrepienten. Sin arrepentimiento, los hombres sufrirán de una manera comparable al sufrimiento de Cristo.

Bruce R. McConkie enseñó: “La Expiación elimina la necesidad de sufrimiento eterno para aquellos que se arrepienten. Sin embargo, los que eligen no arrepentirse no tienen tal refugio” (Mormon Doctrine, p. 696).

“Porque yo, Dios, soy sin fin”: Esta frase reafirma la naturaleza eterna e inmutable de Dios. Su justicia, misericordia y amor son constantes y perfectos. Al ser eterno, Sus leyes y principios no cambian.

Neal A. Maxwell dijo: “La eternidad de Dios asegura que Sus promesas son firmes y que Su justicia y misericordia son eternas y confiables” (Ensign, noviembre 1992).

En Doctrina y Convenios 88:41, se declara que Dios está en todas las cosas y Su poder es infinito, lo que nos asegura que Sus juicios y misericordia son aplicables para siempre.

Este versículo combina elementos de justicia y misericordia, mostrando el equilibrio perfecto de Dios. Nos recuerda que, aunque Dios es justo y no puede ignorar el pecado, también es misericordioso y nos proporciona un medio para escapar del sufrimiento eterno mediante el arrepentimiento. Este principio destaca el amor infinito de Dios y la necesidad de actuar con humildad y sinceridad al arrepentirnos.

Al reflexionar sobre este versículo, podemos comprender mejor nuestra relación con Dios y Su plan para nuestra salvación. El arrepentimiento no es una carga, sino un regalo que nos permite reconciliarnos con Él. Nos invita a evaluar nuestras acciones diariamente y a buscar Su guía para corregir nuestros errores. La frase “todo hombre tiene que arrepentirse o padecer” subraya la urgencia de volvernos a Él, mientras que “yo, Dios, soy sin fin” nos asegura que Su paciencia y amor son constantes, dándonos esperanza en nuestra jornada de transformación espiritual.


― Doctrina y Convenios 19:6. “Sin embargo, no está escrito que no tendrá fin este tormento, sino que está escrito tormento sin fin.” Este versículo de Doctrina y Convenios 19 aclara que las expresiones como “tormento sin fin” o “castigo eterno” no describen una duración literal, sino que reflejan la naturaleza divina del juicio de Dios. El Señor utiliza términos fuertes para despertar a los hombres al arrepentimiento, mostrando que las consecuencias del pecado son reales y serias. Sin embargo, este pasaje también destaca la misericordia de Dios, quien ofrece el arrepentimiento como medio para evitar el sufrimiento. La justicia de Dios no es infinita en tiempo para los arrepentidos, pero sí en la seriedad con que trata el pecado.

“Sin embargo, no está escrito que no tendrá fin este tormento”: Aquí se aclara que las Escrituras no afirman literalmente que el tormento de los inicuos será eterno en duración. Esta frase refuta interpretaciones literales que podrían sugerir un castigo infinito en tiempo.

El presidente Joseph Fielding Smith enseñó: “El castigo eterno se refiere a la calidad del castigo, no a su duración. Es castigo de Dios, y Él es eterno” (Doctrinas de Salvación, vol. 2, p. 227).

En este versículo, el Señor recalca Su justicia al declarar que los términos utilizados en las Escrituras buscan motivar a los hombres al arrepentimiento.

“Sino que está escrito tormento sin fin”: La expresión “sin fin” no implica necesariamente que el tormento dure para siempre, sino que es un castigo relacionado con Dios, quien es eterno. La frase destaca la justicia divina y la seriedad de las consecuencias del pecado.

El élder Neal A. Maxwell explicó: “Dios usa términos impactantes no para crear desesperación, sino para enfatizar las consecuencias del pecado y la necesidad del arrepentimiento” (Ensign, noviembre 1995).

Este lenguaje es intencionado, como se menciona en Doctrina y Convenios 19:7, para obrar en el corazón de los hombres y llevarlos a la acción.

Este versículo resalta el equilibrio entre la justicia y la misericordia divinas. Dios no busca castigar eternamente, sino advertir sobre las consecuencias del pecado para motivarnos a arrepentirnos. Al aclarar que “tormento sin fin” no significa duración infinita, sino calidad divina, el Señor nos muestra Su amor y paciencia. Nos invita a volvernos a Él para evitar las consecuencias del pecado y disfrutar de las bendiciones de Su expiación.

Este versículo es un recordatorio de que Dios no desea que suframos, sino que volvamos a Él mediante el arrepentimiento. Aunque el lenguaje de las Escrituras puede parecer severo, está diseñado para despertar nuestra conciencia y conducirnos a la acción. Nos invita a confiar en Su misericordia, aprovechando el don del arrepentimiento para evitar el sufrimiento innecesario y avanzar en el camino hacia la vida eterna. La frase “tormento sin fin” subraya la seriedad del pecado, pero también la oportunidad de redención a través de Jesucristo.


― Doctrina y Convenios 19:11: “Castigo eterno es castigo de Dios.” El concepto de “castigo eterno” no debe interpretarse como un tormento perpetuo, sino como un castigo que refleja el carácter eterno de Dios. Este castigo se aplica a aquellos que rechazan el arrepentimiento y la expiación de Jesucristo, lo que resalta tanto la justicia como la misericordia de Dios. Al ser eterno, el castigo refleja la seriedad de desobedecer las leyes divinas, pero también subraya que el arrepentimiento es el camino para evitarlo.

“Castigo eterno”: El término “castigo eterno” se refiere a la naturaleza divina del castigo, no a su duración literal. En este contexto, “eterno” significa “de Dios”, quien es infinito y eterno.

En Doctrina y Convenios 19:10–12, el Señor aclara que términos como “eterno” y “sin fin” reflejan Su naturaleza eterna y no implican necesariamente que el castigo no tendrá fin.

El presidente Joseph Fielding Smith enseñó: “El castigo eterno se llama así porque pertenece al Dios eterno, no porque dure para siempre” (Doctrinas de Salvación, vol. 2, p. 227).

“Es castigo de Dios”: El castigo proviene de Dios, quien es justo y misericordioso. Es una consecuencia justa del pecado cuando los individuos rechazan el arrepentimiento y la expiación de Cristo.

Bruce R. McConkie explicó: “El castigo eterno es el juicio de Dios sobre los inicuos. No se refiere a su duración infinita, sino a su origen divino” (Mormon Doctrine, p. 696).

En 2 Nefi 9:6–7, se explica que el juicio de Dios es necesario para mantener el equilibrio entre la justicia y la misericordia.

La frase “Castigo eterno es castigo de Dios” enseña que las consecuencias del pecado son reales y proceden de un Dios justo, pero también misericordioso. Este principio doctrinal no busca infundir miedo eterno, sino motivar a las personas a arrepentirse y aceptar el sacrificio expiatorio de Jesucristo. Al comprender que este castigo es divino y no necesariamente infinito en tiempo, encontramos esperanza en el poder redentor de Cristo.

Este versículo nos recuerda la importancia de vivir en armonía con las leyes de Dios. El “castigo eterno” nos invita a reflexionar sobre la seriedad del pecado y el amor infinito de Dios al proporcionarnos un camino para evitarlo mediante el arrepentimiento. En lugar de temer a un castigo sin fin, debemos centrarnos en la oportunidad de reconciliarnos con nuestro Padre Celestial y aceptar la expiación de Jesucristo como el medio para alcanzar la paz eterna. Este principio nos anima a actuar con responsabilidad y humildad en nuestra relación con Dios.


― Doctrina y Convenios 19:12: “Castigo sin fin es castigo de Dios.” “Castigo sin fin es castigo de Dios” enseña que las consecuencias del pecado no son eternas en duración para quienes se arrepienten, pero reflejan la naturaleza divina e inmutable de Dios. Este principio resalta la seriedad del pecado y la necesidad de actuar de acuerdo con las leyes de Dios. A través de la expiación de Cristo, el arrepentimiento permite a los individuos evitar este castigo y recibir el perdón. La frase también nos ayuda a comprender que las palabras en las Escrituras tienen un propósito didáctico, destinadas a llevar a los hombres al arrepentimiento.

“Castigo sin fin”: “Sin fin” no debe entenderse como un castigo eterno en duración, sino como un término que refleja el carácter eterno de Dios. Es una designación que describe el origen divino del castigo, más que su temporalidad.

En Doctrina y Convenios 19:10–12, el Señor explica que “castigo sin fin” no significa que nunca termine, sino que proviene de Él, quien es infinito y eterno. Este principio subraya que el lenguaje de las Escrituras a menudo utiliza términos impactantes para invitar al arrepentimiento.

El élder Jeffrey R. Holland declaró: “El propósito del lenguaje en las Escrituras, incluyendo palabras como ‘sin fin’, no es causar desesperación, sino motivar a los pecadores a buscar a Dios mientras haya tiempo” (Ensign, noviembre 1997).

“Es castigo de Dios”: Este castigo se refiere a las consecuencias naturales del pecado y al justo juicio divino para quienes rechazan el arrepentimiento y la expiación de Cristo. El “castigo de Dios” no es arbitrario, sino una manifestación de Su justicia perfecta.

Bruce R. McConkie enseñó: “El castigo de Dios es justo porque se basa en las obras de los hombres y su disposición a arrepentirse. Es un testimonio de que Dios no puede mirar el pecado con el más mínimo grado de permisividad” (Mormon Doctrine, p. 696).

En Alma 42:22–23, se enseña que la justicia de Dios exige el castigo por el pecado, pero Su misericordia ofrece un escape mediante la expiación de Cristo.

Este versículo combina la justicia y la misericordia de Dios. Nos enseña que el castigo por el pecado es una consecuencia natural de rechazar el arrepentimiento y que proviene de un Dios eterno. Sin embargo, también destaca que Dios ofrece el camino de la redención a través de la expiación de Su Hijo. Al comprender este principio, aprendemos a valorar el arrepentimiento como una herramienta esencial para reconciliarnos con Dios.

La declaración “Castigo sin fin es castigo de Dios” nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con Dios y nuestras decisiones. Nos recuerda que el arrepentimiento es un don que nos permite escapar de las consecuencias eternas del pecado. Esta enseñanza no busca infundir temor, sino esperanza, al enfatizar que Dios es justo y misericordioso. Nuestra respuesta a este principio debe ser actuar con humildad y determinación para arrepentirnos y seguir a Cristo, confiando en que Su sacrificio nos permitirá superar nuestras faltas y regresar al Padre.


― Doctrina y Convenios 19:16: “Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten.” Este versículo encapsula el núcleo del evangelio: la Expiación de Jesucristo. Declara que Cristo sufrió voluntariamente por los pecados y dolores de todos los hombres, ofreciendo la posibilidad de redención a través del arrepentimiento. La frase “para que no padezcan” destaca el poder del arrepentimiento para liberar a los hombres de las consecuencias eternas del pecado. Este principio combina la justicia de Dios, que exige un pago por el pecado, con Su misericordia, que proporciona un medio para evitar ese sufrimiento mediante el sacrificio expiatorio de Cristo.

“Porque he aquí, yo, Dios”: Cristo se presenta aquí como Dios, subrayando Su divinidad y poder. Aunque Él es el Hijo de Dios, posee la plenitud de la divinidad necesaria para realizar la obra de la Expiación.

En Doctrina y Convenios 88:41, se enfatiza que Dios está “en todas las cosas”, lo que indica que Su sacrificio tiene un alcance infinito y universal.

El presidente Gordon B. Hinckley declaró: “El Hijo de Dios, quien es uno con el Padre, descendió por amor para llevar sobre Sus hombros el peso de nuestros pecados” (Liahona, mayo 1997).

“He padecido estas cosas”: Se refiere al sufrimiento expiatorio de Cristo, incluyendo Su agonía en Getsemaní y Su sacrificio en la cruz. Este padecimiento fue tanto físico como espiritual, cargando los pecados de toda la humanidad.

El presidente Russell M. Nelson explicó: “El Salvador sufrió en cuerpo y espíritu por todos los pecados y dolores de la humanidad, de modo que podría ofrecer redención y consuelo” (Liahona, mayo 2017).

En Mosíah 3:7 se describe cómo Cristo sufrió “dolores y aflicciones de toda índole” para cumplir con la Expiación.

“Por todos”: La Expiación de Jesucristo es universal, abarcando a todos los seres humanos, independientemente de su condición, cultura o tiempo en la tierra. En 2 Nefi 26:24 se enseña que Cristo realiza todo lo que hace por amor a los hijos de los hombres.

El élder Jeffrey R. Holland declaró: “La expiación de Jesucristo fue infinita, suficiente para toda la humanidad y para todas las circunstancias posibles” (Liahona, noviembre 2009).

“Para que no padezcan, si se arrepienten”: Aquí se presenta la misericordia de Dios. Aunque la justicia requiere sufrimiento por el pecado, el arrepentimiento permite que los hombres sean liberados de ese castigo porque Cristo ya lo ha padecido por ellos.

En Doctrina y Convenios 19:16–18, se explica que Cristo sufrió para que la humanidad no tenga que hacerlo, siempre que se arrepientan.

Bruce R. McConkie enseñó: “El arrepentimiento sincero y continuo es el medio por el cual la expiación de Cristo nos libra del castigo eterno” (Mormon Doctrine, p. 579).

Este versículo nos muestra la profundidad del amor de Jesucristo y Su disposición a sufrir para que podamos encontrar redención. Al arrepentirnos sinceramente, accedemos a las bendiciones de Su sacrificio y somos liberados del castigo del pecado. La frase también destaca la responsabilidad personal de aceptar la Expiación mediante el arrepentimiento continuo.

Al reflexionar sobre este versículo, podemos sentir una profunda gratitud por el sacrificio de Cristo y Su infinita misericordia. Este principio nos invita a vivir con humildad y responsabilidad, sabiendo que nuestro arrepentimiento permite que Su sufrimiento no sea en vano. Es un llamado a valorar la Expiación no solo como una doctrina central del evangelio, sino como una experiencia transformadora en nuestra vida diaria, que nos lleva más cerca de Dios y nos brinda paz y esperanza eternas.


― Doctrina y Convenios 19:18: “Padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar.” Este versículo describe el sufrimiento incomprensible de Jesucristo en Getsemaní como parte de Su expiación. Como el mayor de todos, Cristo experimentó un dolor tan intenso que tembló, sangró por cada poro y enfrentó una agonía espiritual infinita. Aunque deseaba no pasar por esa experiencia, Su amor y obediencia al Padre le permitieron completar Su misión redentora. Este sacrificio fue físico y espiritual, abarcando no solo los pecados, sino también las enfermedades, angustias y sufrimientos de toda la humanidad.

“Padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos”: Esta frase resalta la divinidad de Jesucristo y Su supremacía como el Hijo de Dios. Aunque era perfecto y sin pecado, Su padecimiento fue tan grande que incluso Él, el ser más poderoso, sintió la magnitud del sacrificio.

El presidente Russell M. Nelson dijo: “El Salvador, el mayor de todos, no fue inmune al sufrimiento, sino que lo experimentó en la medida más alta posible para llevar a cabo la Expiación” (Liahona, mayo 2017).

En Hebreos 4:15, se describe que Cristo sufrió como nosotros, lo que le permitió ser nuestro sumo sacerdote comprensivo.

“Temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro”: Esta descripción es única en las Escrituras y enfatiza el sufrimiento físico y espiritual que Cristo experimentó en Getsemaní. Su sangre literal fue derramada como parte de Su sacrificio expiatorio.

En Lucas 22:44, se menciona que Cristo, en Su agonía, sudó “como grandes gotas de sangre”.

Bruce R. McConkie explicó: “En Getsemaní, Él tomó sobre Sí mismo los pecados del mundo, lo que hizo que sangrara por cada poro y soportara una agonía inimaginable” (Doctrinal New Testament Commentary, vol. 1, p. 774).

“Y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu”: La Expiación de Cristo abarcó no solo sufrimiento físico, sino también un peso espiritual infinito, cargando con los pecados, dolores y aflicciones de toda la humanidad.

En Mosíah 14:5–6, se describe que Cristo fue herido y afligido por nuestras transgresiones.

El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “El Salvador no solo sufrió por nuestros pecados, sino también por nuestros dolores, enfermedades, y toda carga emocional y espiritual” (Liahona, noviembre 1997).

“Y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar”: Cristo expresó Su deseo de no pasar por el sufrimiento, demostrando Su humanidad, pero aun así sometió Su voluntad a la del Padre. Esto demuestra Su perfecta obediencia y amor por nosotros.

En Mateo 26:39, Cristo oró diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”.

El presidente Thomas S. Monson afirmó: “El ejemplo del Salvador en Getsemaní muestra cómo enfrentar las pruebas: con confianza en Dios y disposición para someternos a Su voluntad” (Liahona, mayo 2012).

Este versículo nos invita a contemplar la magnitud del sacrificio de Jesucristo y Su amor infinito por cada uno de nosotros. Su disposición para soportar este padecimiento nos permite tener esperanza y redención. A través de Su ejemplo en Getsemaní, aprendemos sobre la importancia de la obediencia, la humildad y el amor incondicional.

Reflexionar sobre este versículo nos ayuda a apreciar el sacrificio incomparable del Salvador. Su expiación fue personal y universal, dirigida a cada uno de nosotros individualmente. Nos invita a reconocer que no estamos solos en nuestras luchas, porque Él ya ha sufrido por nosotros. Este conocimiento nos motiva a vivir con gratitud, arrepentimiento y confianza en Su capacidad para fortalecernos en todas las pruebas. La amarga copa que Él bebió nos asegura que, si seguimos Sus enseñanzas, podremos disfrutar de las bendiciones eternas de Su sacrificio.


― Doctrina y Convenios 19:21: “Y te mando que no prediques más que el arrepentimiento, y que no muestres estas cosas al mundo hasta que me sea prudente.” Este versículo subraya la importancia del arrepentimiento como el mensaje central del evangelio y como el medio por el cual los hombres pueden reconciliarse con Dios. También establece principios clave sobre la enseñanza de verdades sagradas: que estas deben compartirse con discernimiento, según la preparación espiritual de los oyentes y el momento que Dios considere adecuado. Esto destaca la necesidad de confiar en la sabiduría de Dios al proclamar Su palabra y respetar la santidad de Su conocimiento.

“Y te mando que no prediques más que el arrepentimiento”: El arrepentimiento es el mensaje central del evangelio, ya que permite a los hijos de Dios acceder a la Expiación de Jesucristo. Predicar el arrepentimiento significa invitar a las personas a cambiar su corazón, obedecer a Dios y volver a Él.

El presidente Russell M. Nelson declaró: “El arrepentimiento es la clave para el progreso eterno y el propósito central del evangelio de Jesucristo” (Liahona, mayo 2019).

En Doctrina y Convenios 6:9, el Señor también instruyó a predicar el arrepentimiento como una prioridad, destacando que es el medio para recibir el perdón y la paz espiritual.

“Y que no muestres estas cosas al mundo”: Esta instrucción refleja que ciertas enseñanzas o revelaciones requieren preparación espiritual para ser entendidas. Mostrar las verdades sagradas antes de que las personas estén listas puede llevar a la incredulidad o la burla.

En Mateo 7:6, Cristo enseñó: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos,” indicando que las verdades sagradas deben ser compartidas con aquellos que las valoren y estén preparados para recibirlas.

Bruce R. McConkie explicó: “El conocimiento sagrado debe ser protegido hasta que las personas estén espiritualmente maduras para comprenderlo” (Mormon Doctrine, p. 113).

“Hasta que me sea prudente”: El Señor revela Su sabiduría al destacar que Él decide cuándo es apropiado compartir ciertas verdades o instrucciones. Esto subraya Su omnisciencia y Su deseo de preparar a los hijos de los hombres para recibir revelaciones según Su tiempo.

En Doctrina y Convenios 93:53, se nos enseña que Dios da conocimiento según Su voluntad, cuando las personas están listas para recibirlo.

El élder David A. Bednar señaló: “La revelación llega línea sobre línea, precepto por precepto, según nuestra disposición para actuar sobre la luz recibida” (Liahona, mayo 2006).

El llamado a predicar el arrepentimiento refleja la prioridad del Señor en llevar a los hijos de Dios a experimentar la Expiación de Cristo. Este mensaje, junto con la prudencia en compartir verdades sagradas, nos enseña a seguir el ejemplo del Salvador al invitar a las personas a cambiar sin forzar el entendimiento de lo que no están listas para recibir.

Este versículo nos recuerda que el arrepentimiento es una invitación continua del Salvador para cambiar y regresar a Él. También nos enseña la importancia de la paciencia y el discernimiento al compartir el evangelio. La frase “hasta que me sea prudente” subraya nuestra necesidad de confiar en el tiempo y la sabiduría de Dios en todas las cosas. Al aplicar este principio, aprendemos a compartir el evangelio con amor y respeto por la preparación espiritual de los demás, siguiendo siempre la guía del Espíritu Santo.


― Doctrina y Convenios 19:26: “Y también te mando no codiciar tus propios bienes, sino dar liberalmente de ellos para imprimir el Libro de Mormón, el cual contiene la verdad y la palabra de Dios.” Este versículo enseña principios fundamentales de consagración, sacrificio y fe. La instrucción de no codiciar nuestros bienes y dar liberalmente refleja la necesidad de priorizar la obra de Dios sobre nuestras posesiones materiales. La tarea de imprimir el Libro de Mormón se presenta como un acto de fe que contribuye a la salvación de muchas almas, subrayando el valor eterno de este libro sagrado como un testimonio de Jesucristo.

“Y también te mando no codiciar tus propios bienes”: Este mandato enseña que debemos evitar la codicia incluso hacia lo que legítimamente poseemos. Se nos llama a considerar nuestros bienes como recursos al servicio de Dios y de Su obra.

En Lucas 12:15, Cristo advierte: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.”

El élder Neal A. Maxwell explicó: “La verdadera consagración implica desprenderse de la codicia, incluso de lo que creemos que nos pertenece, porque todo lo que tenemos proviene del Señor” (Liahona, noviembre 1992).

“Sino dar liberalmente de ellos”: Este llamado subraya el principio de sacrificio y consagración, invitando a los discípulos de Cristo a contribuir generosamente a Su obra. La disposición de dar libremente refleja fe, amor a Dios y confianza en Su provisión.

En 2 Corintios 9:7, se enseña que “Dios ama al dador alegre”, mostrando que el sacrificio debe venir de un corazón dispuesto.

El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “Cuando damos generosamente al Señor, no solo construimos Su reino, sino también nuestra propia espiritualidad” (Liahona, noviembre 2002).

“Para imprimir el Libro de Mormón”: Este mandato específico destaca el valor y la prioridad del Libro de Mormón como un testigo clave de Jesucristo y como herramienta esencial para la conversión y la edificación espiritual.

El presidente Ezra Taft Benson declaró: “El Libro de Mormón es la piedra angular de nuestra religión. Cuanto más lo conozcamos y compartamos, más cerca estaremos del Señor” (Liahona, noviembre 1986).

En Doctrina y Convenios 1:29, el Señor dice que dio el Libro de Mormón para que los hombres pudieran tener un testimonio de Su obra.

“El cual contiene la verdad y la palabra de Dios”: Esta declaración reafirma la naturaleza divina del Libro de Mormón. Su mensaje proviene de Dios y contiene verdades necesarias para la salvación de la humanidad.

El presidente Russell M. Nelson testificó: “El Libro de Mormón no solo contiene la palabra de Dios, sino que es una guía para estos últimos días” (Liahona, mayo 2017).

En 2 Nefi 29:6–7, el Señor proclama que Su palabra es universal y que el Libro de Mormón es parte de ese testimonio.

El mandato de dar liberalmente para apoyar la impresión del Libro de Mormón resalta la importancia de sacrificar nuestros recursos por la obra del Señor. Este principio no solo contribuye al crecimiento del Reino de Dios, sino que también fortalece nuestra fe y carácter espiritual al enfocarnos en lo eterno en lugar de lo temporal.

Este versículo nos invita a evaluar nuestra disposición para consagrar lo que poseemos a la obra de Dios. Al reflexionar sobre la instrucción de dar “liberalmente”, podemos considerar cómo nuestras acciones reflejan nuestra fe y gratitud hacia el Salvador. El sacrificio personal para apoyar el evangelio, tal como lo hizo Martin Harris, no solo beneficia a los demás, sino que también fortalece nuestro testimonio y nos acerca al Señor. Este versículo es un recordatorio de que los bienes materiales son temporales, pero las inversiones en el Reino de Dios tienen valor eterno.


― Doctrina y Convenios 19:23: “Aprende de mí y escucha mis palabras; camina en la mansedumbre de mi Espíritu, y en mí tendrás paz.” Este versículo enseña principios esenciales para una vida cristiana plena. Aprender de Cristo y escuchar Sus palabras nos lleva a vivir con mansedumbre bajo la guía del Espíritu Santo. Al hacerlo, obtenemos la paz divina que solo Él puede ofrecer. Este pasaje también subraya que la verdadera paz no es la ausencia de problemas, sino la presencia del Salvador en nuestra vida.

“Aprende de mí”: Esta invitación destaca que Jesucristo es el maestro supremo. Aprender de Él implica estudiar Su vida, seguir Su ejemplo y aplicar Sus enseñanzas.

En Mateo 11:29, Cristo invita: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.” Esta invitación subraya que aprender de Cristo no es solo un acto intelectual, sino una transformación espiritual.

El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “Nuestro Salvador nos invita a aprender de Él no solo a través de Su enseñanza, sino también de Su ejemplo perfecto” (Liahona, noviembre 2017).

“Escucha mis palabras”: Escuchar las palabras de Cristo implica no solo oírlas, sino aplicarlas y obedecerlas con fe. Las Escrituras y las palabras de los profetas vivientes son las fuentes principales de Su voz.

En Doctrina y Convenios 18:34–36, se enseña que las palabras del Señor son Su voz y que, al leerlas, podemos recibir guía directa de Él.

El presidente Russell M. Nelson dijo: “El Señor nos habla a través de Sus profetas, pero también a través del Espíritu. Escuchar Su voz requiere paciencia y un corazón dispuesto” (Liahona, mayo 2018).

“Camina en la mansedumbre de mi Espíritu”: Este mandato implica vivir con humildad, mansedumbre y bajo la influencia constante del Espíritu Santo. Caminar en la mansedumbre es aceptar la guía del Señor y tratar a los demás con amor y paciencia.

En Gálatas 5:22–23, se describe que la mansedumbre es uno de los frutos del Espíritu, lo que muestra que vivir bajo Su influencia produce virtudes divinas.

El presidente Thomas S. Monson dijo: “La mansedumbre es la disposición de someterse a la voluntad de Dios y a Su tiempo sin murmurar ni resistirse” (Liahona, mayo 2006).

“Y en mí tendrás paz”: Cristo promete que, al seguirle, podemos encontrar paz, incluso en medio de los desafíos. Esta paz no depende de las circunstancias externas, sino de la confianza en Su poder y amor.

En Juan 14:27, Cristo asegura: “La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da.” Esto resalta que la paz de Cristo es divina y diferente de cualquier consuelo terrenal.

El élder Quentin L. Cook afirmó: “La paz duradera proviene de confiar en Dios y en Su plan eterno” (Liahona, mayo 2013).

La invitación de Cristo a aprender de Él, escuchar Sus palabras y caminar en la mansedumbre de Su Espíritu es una guía práctica para alcanzar la paz verdadera. Este versículo nos recuerda que la mansedumbre y la humildad son claves para recibir la influencia constante del Espíritu y que, al hacerlo, podemos enfrentar los desafíos de la vida con confianza y serenidad.

Este versículo nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con Cristo. ¿Estamos aprendiendo de Él a través del estudio y la oración? ¿Estamos escuchando y aplicando Sus enseñanzas en nuestra vida diaria? La promesa de paz que ofrece no está condicionada a que nuestras circunstancias sean perfectas, sino a que sigamos Su ejemplo y aceptemos Su guía. Al caminar en la mansedumbre de Su Espíritu, podemos experimentar una paz profunda y duradera que nos sostendrá en cualquier circunstancia.


― Doctrina y Convenios 19:38: “Ora siempre, y derramaré mi Espíritu sobre ti, y grande será tu bendición, sí, más grande que si lograras los tesoros de la tierra y corrupción en la medida correspondiente.” Este versículo subraya el poder transformador de la oración constante. Al mantenernos en comunión con Dios, recibimos la influencia del Espíritu Santo, lo que resulta en bendiciones que trascienden cualquier riqueza terrenal. La comparación con los “tesoros de la tierra” recalca que las cosas materiales son efímeras, mientras que las bendiciones espirituales son eternas y edifican nuestra alma.

“Ora siempre”: La oración constante es una invitación a mantener una conexión continua con Dios. No se limita a momentos específicos, sino que implica un estado de corazón y mente dirigidos hacia Él en todo momento.

En 2 Nefi 32:9, se nos enseña que debemos orar siempre para que nuestras acciones sean consagradas al Señor y nos conduzcan al bienestar.

El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “La oración constante es un refugio contra la tentación y una fuente de guía divina” (Liahona, enero 2002).

“Y derramaré mi Espíritu sobre ti”: La promesa de recibir el Espíritu Santo es una bendición que fluye directamente de una vida de oración sincera. El Espíritu no solo guía, sino que también consuela y fortalece.

En Doctrina y Convenios 50:14, se enseña que el Espíritu Santo se da para instruirnos y llevarnos a toda verdad.

El élder David A. Bednar declaró: “El Espíritu Santo nos guía y confirma la verdad cuando buscamos al Señor de todo corazón en oración sincera” (Liahona, mayo 2004).

“Y grande será tu bendición”: Las bendiciones derivadas de la oración y la influencia del Espíritu son innumerables. Incluyen paz, guía, fuerza espiritual y un mayor entendimiento de las cosas eternas.

En Doctrina y Convenios 130:20–21, se establece que las bendiciones están ligadas a nuestra obediencia a las leyes divinas, incluyendo el mandamiento de orar.

El presidente Russell M. Nelson explicó: “La oración sincera y constante trae bendiciones espirituales que superan cualquier logro temporal” (Liahona, noviembre 2021).

“Sí, más grande que si lograras los tesoros de la tierra y corrupción en la medida correspondiente”: Esta comparación subraya que las bendiciones espirituales son de valor eterno, mientras que los logros y posesiones terrenales son temporales y pueden llevar a la corrupción si no se manejan con rectitud.

En Mateo 6:19–20, Cristo enseña: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo.”

El élder Neal A. Maxwell dijo: “Las bendiciones espirituales son riquezas eternas que no pueden ser arrebatadas por el tiempo ni la mortalidad” (Liahona, noviembre 1998).

El mandato de “orar siempre” no es solo una instrucción, sino una invitación a cultivar una relación más profunda con Dios. Al hacerlo, no solo recibimos Su Espíritu, sino que nuestras prioridades cambian, y valoramos las bendiciones espirituales por encima de cualquier logro terrenal. Este principio nos enseña que el verdadero tesoro está en lo eterno, no en lo temporal.

Este versículo nos lleva a reflexionar sobre nuestras prioridades y nuestra relación con Dios. ¿Buscamos Sus bendiciones espirituales con la misma intensidad con que perseguimos logros temporales? La promesa de recibir Su Espíritu y bendiciones eternas es un recordatorio de que el valor real está en lo que fortalece nuestra alma. Al orar siempre, reconocemos nuestra dependencia de Dios y permitimos que Su influencia transforme nuestra vida, llevándonos a un estado de paz y propósito eterno que el mundo no puede ofrecer.


Organización por temas


1. Cristo tiene todo poder


“Yo soy el Alfa y la Omega, Cristo el Señor; sí, soy él, el principio y el fin, el Redentor del mundo.”
Versículos: 1–3
El Señor se presenta a Sí mismo como el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Afirma que ha cumplido la voluntad del Padre y que retiene todo poder, incluso el de destruir a Satanás y sus obras en el gran día del juicio.
Este pasaje resalta la autoridad absoluta de Jesucristo sobre la creación y el juicio final. Su papel como Redentor implica no solo Su sacrificio expiatorio, sino también Su capacidad para someter todas las cosas bajo Su dominio.
El élder D. Todd Christofferson enseñó: “Cristo posee todo poder y autoridad, no solo para juzgar a la humanidad, sino para salvar a todos los que acudan a Él con fe y arrepentimiento sincero.” (Conferencia General, octubre de 2010, “Él me ha redimido de mi pecado”)


2. La necesidad del arrepentimiento


“Todo hombre tiene que arrepentirse o padecer.”
Versículos: 4–5
El Señor deja claro que el arrepentimiento es un requisito para evitar el sufrimiento. Los juicios de Dios no serán anulados, y aquellos que no se arrepientan enfrentarán dolor y angustia.
La declaración de que el arrepentimiento es obligatorio muestra la justicia divina en equilibrio con Su misericordia. Dios no fuerza a nadie a venir a Él, pero establece las consecuencias claras de no hacerlo.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El arrepentimiento es un principio de progreso. No es un castigo, sino un don celestial que nos permite cambiar y mejorar continuamente.” (Conferencia General, octubre de 2019, “El amor y las leyes de Dios”)


3. El significado del castigo eterno


“Castigo eterno es castigo de Dios.”
Versículos: 6–12
El Señor explica que la frase “castigo eterno” no significa que el sufrimiento no tenga fin, sino que se refiere a un castigo de Dios, quien es Eterno. Este concepto es dado para impactar en el corazón de los hombres.
Dios usa un lenguaje fuerte para llamar a la reflexión y evitar la complacencia espiritual. Su objetivo es invitar al arrepentimiento, no infundir desesperanza.
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “El propósito del Evangelio no es condenar a los hombres, sino redimirlos y guiarlos de regreso a Dios.” (Conferencia General, abril de 2012, “El mensaje de la expiación”)


4. La Expiación de Cristo y nuestro sufrimiento si no nos arrepentimos


“Yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten.”
Versículos: 13–20
Jesús describe la intensidad de Su sufrimiento en Getsemaní y Su sacrificio expiatorio. Explica que Su padecimiento fue tan grande que sangró por cada poro, pero lo hizo para que nosotros no tengamos que sufrir lo mismo si nos arrepentimos.
Este es uno de los pasajes más poderosos sobre la Expiación de Jesucristo. Nos recuerda que el dolor que Él soportó fue inimaginable, pero lo hizo por amor y para ofrecernos la redención.
El presidente Boyd K. Packer enseñó: “La Expiación del Salvador es el centro de todo el plan de salvación. Sin ella, estaríamos perdidos sin esperanza de redención.” (Conferencia General, abril de 2012, “El poder de la Expiación”)


5. El mandato de predicar el arrepentimiento


“Te mando que no prediques más que el arrepentimiento.”
Versículos: 21–28
El Señor manda a Martin Harris a enfocarse exclusivamente en predicar el arrepentimiento. También le instruye a no revelar ciertas verdades hasta que el mundo esté preparado para recibirlas.
El mensaje del arrepentimiento es fundamental para la predicación del Evangelio. Dios sabe que el mundo necesita recibir la verdad en el momento adecuado y según su preparación espiritual.
El presidente Dallin H. Oaks dijo: “El arrepentimiento no es solo para los pecadores descarriados; es una bendición diaria para todos los que desean mejorar y acercarse más a Dios.” (Conferencia General, octubre de 2017, “El arrepentimiento: una bendición continua”)


6. La impresión del Libro de Mormón y el sacrificio temporal


“Da liberalmente de tus bienes para imprimir el Libro de Mormón.”
Versículos: 26–28
Dios le pide a Martin Harris que done parte de sus bienes para la impresión del Libro de Mormón, asegurándole que este libro es Su palabra y una herramienta clave en la conversión de judíos y gentiles.
La obra de Dios requiere sacrificios, y a menudo se nos pide ofrecer recursos temporales para bendiciones espirituales mayores.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “El Libro de Mormón es la clave de nuestra religión y la piedra angular de nuestro testimonio. Su publicación fue un milagro y sigue siendo un testimonio del poder de Dios.” (Conferencia General, octubre de 1986, “El milagro del Libro de Mormón”)


7. La promesa de bendiciones por la obediencia


“Grande será tu bendición, sí, más grande que si lograras los tesoros de la tierra.”
Versículos: 38–41
El Señor promete que aquellos que sean fieles recibirán bendiciones espirituales más grandes que cualquier riqueza terrenal. También invita a Martin Harris a reflexionar sobre su propio camino y a ser humilde.
Las bendiciones espirituales superan cualquier ganancia material. A menudo, el Señor prueba nuestra fe antes de derramar Sus bendiciones sobre nosotros.
El presidente Thomas S. Monson dijo: “Cuando ponemos a Dios en primer lugar, todo lo demás cae en su lugar. Puede que no sea de inmediato, pero al final, Su camino siempre es el mejor.” (Conferencia General, abril de 2008, “Aprender del pasado, vivir en el presente, prepararse para el futuro”)


Conclusión General

La Sección 19 nos deja lecciones profundas sobre la naturaleza del poder de Cristo, la necesidad del arrepentimiento y el significado de la Expiación. Los principios clave incluyen:

  1. Cristo tiene todo poder y ejecutará un juicio justo sobre la humanidad.
  2. El arrepentimiento es la única vía para evitar el sufrimiento eterno.
  3. La Expiación de Cristo es real y se hizo para que no tengamos que sufrir si nos arrepentimos.
  4. Nuestra prioridad debe ser predicar el Evangelio y llevar a otros al arrepentimiento.
  5. El sacrificio temporal en la obra del Señor nos traerá bendiciones espirituales incomparables.
  6. Las riquezas del mundo no se comparan con las bendiciones del Evangelio.

Esta revelación nos motiva a reflexionar sobre nuestra relación con Cristo y a valorar Su sacrificio como la mayor muestra de amor que podemos recibir.


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