Doctrina y Convenios Sección 126

Doctrina y Convenios
Sección 126


Contexto histórico y trasfondo

La sección 126 colocó a Brigham Young en posición de liderar cuando la misión de José llegara a su fin. Brigham respondió al llamamiento del Señor para servir en Inglaterra (véase la sección 118). Tanto él como su familia estaban enfermos y sin hogar cuando Brigham partió de Nauvoo en el otoño de 1839. Mientras Brigham estaba en Inglaterra, la sección 124 formalizó su llamamiento como presidente del Cuórum de los Doce Apóstoles (DyC 124:127). Luego, habiendo convertido a cientos, regresó a Nauvoo en julio de 1841 y encontró a su familia viviendo en una pequeña cabaña sin terminar. Una semana después, el Señor dio la sección 126 a José.

José comunicó la revelación a Brigham con una cariñosa introducción a su “querido y muy amado hermano”. El Señor, habiendo aceptado la ofrenda de Brigham en arduas misiones lejos de su hogar, ya no le requería dejar a su familia. En cambio, el Señor mandó a Brigham enviar Su palabra al mundo y cuidar de su familia “de aquí en adelante y para siempre” (DyC 126:3).

Brigham se dedicó a cuidar de su familia. Tapó las grietas de la cabaña, plantó un huerto de frutales, construyó un sótano y preparó un jardín para suplir sus necesidades. José le dio a Brigham unas semanas y luego lo asignó a dirigir a los apóstoles en atender “los negocios de la Iglesia en Nauvoo”, lo que incluía supervisar la obra misional (en obediencia al mandamiento de la sección 126 de “enviar mi palabra al mundo”), la reunión de conversos y la consagración. Esto representó un cambio en la responsabilidad de los apóstoles. Desde su llamamiento en 1835, José a menudo los había mantenido a cierta distancia, probándolos con asignaciones difíciles. Algunos de los compañeros de Brigham en el apostolado apostataron bajo esa presión. Brigham hizo todo lo que el Señor le pidió. Marchó a la hostil Misuri para obedecer una revelación. Luego, enfermo y empobrecido, abandonó todo lo que le era querido para predicar el evangelio en Inglaterra.

Como resultado de la sección 126, Brigham permaneció cerca de José durante los pocos años que le quedaban al Profeta, aprendiendo y recibiendo las ordenanzas del templo y, finalmente, también las llaves que los ángeles habían conferido a José. —por Steven C. Harper

Contexto adicional por Casey Paul Griffiths

El 1 de julio de 1841, Brigham Young, Heber C. Kimball y John Taylor llegaron a Nauvoo después de completar una misión de dos años en las Islas Británicas. Llamados a servir en Europa por una revelación dada en 1838 (DyC 118), el Cuórum de los Doce Apóstoles convirtió a miles durante su servicio. Esta misión también sirvió para unir a los Doce en un cuerpo eficaz del sacerdocio. Durante su tiempo en Inglaterra, los apóstoles también sostuvieron formalmente a Brigham Young como presidente del Cuórum de los Doce.

Resumiendo las labores misionales de los Doce, Brigham registró más tarde:

“Por la misericordia de Dios hemos ganado muchos amigos, establecido iglesias en casi todas las ciudades y pueblos notables del Reino de Gran Bretaña, bautizado entre siete y ocho mil almas, impreso 5000 Libros de Mormón, 3000 Himnarios, 2500 volúmenes del Millennial Star y 50,000 folletos”.

En un discurso de 1854, Brigham recordó después su difícil situación financiera al regresar de su misión:

“Regresé después de dos años y descubrí que había gastado cientos de dólares, que había acumulado en mi misión, para ayudar a los hermanos a emigrar a Nauvoo, y solo me quedaba un soberano”.

Recordó: “Dije que compraría un barril de harina con eso, y me sentaría a comerlo con mi esposa e hijos, y determiné que no le pediría trabajo a nadie hasta haberlo terminado. El hermano José me preguntó cómo pensaba vivir. Yo le dije: ‘Iré a trabajar y ganaré el sustento’”.

El 9 de julio de 1841, apenas unos días después de que Brigham regresara de su misión, José recibió la sección 126 en la casa de Brigham en Nauvoo.

Willard Richards copió esta revelación en el “Libro de la Ley del Señor” el 17 de diciembre de 1841. Fue incluida por primera vez en la edición de 1876 de Doctrina y Convenios por Orson Pratt, bajo la dirección del presidente Brigham Young.


Doctrina y Convenios 126:1
“Tiempo de aprendizaje y de preparación”


El Señor, en Su sabiduría, detuvo los pies incansables de Brigham Young y le mandó permanecer en Nauvoo. No era un descanso, sino una etapa sagrada de formación. Después de años de arduas misiones y sacrificios, el Señor lo llamó a aprender de cerca del Profeta José Smith, a observar su manera de dirigir, a absorber la revelación que guiaba cada decisión. Aquellos días se convirtieron en un taller divino donde el Señor forjaba el carácter y la visión del futuro líder de Israel.

Brigham Young valoró ese tiempo de aprendizaje más que toda riqueza terrenal, entendiendo que el verdadero tesoro está en las lecciones espirituales recibidas bajo la dirección de un profeta. Sin saberlo, se preparaba para una misión mayor: conducir al pueblo del convenio a su nuevo hogar en las montañas.
El Señor también nos concede “tiempos de aprendizaje y preparación”. A veces nos pide detener el paso, permanecer en silencio o servir en lugares modestos, no porque haya olvidado nuestra misión, sino porque nos está preparándonos para algo más grande. Si aprendemos a escuchar y a crecer en esos momentos de quietud y enseñanza, descubriremos que cada etapa —por simple que parezca— forma parte del plan divino para convertirnos en instrumentos útiles en Sus manos.


Versículo 1
Reconocimiento al servicio cumplido


El Señor, por medio del profeta José Smith, reconoce que Brigham Young ha servido fielmente en numerosas misiones, sacrificando tiempo y fuerzas para la obra de Dios.

En este versículo, el Señor manifiesta Su gratitud y reconocimiento hacia Brigham Young, destacando la fidelidad con que había cumplido múltiples misiones. Doctrinalmente, esta declaración nos enseña varias verdades importantes:

Brigham Young había dejado familia, comodidades y seguridad personal para cumplir con los llamados misioneros. El Señor mismo reconoce ese sacrificio, mostrando que ningún esfuerzo en Su causa pasa desapercibido. Esta enseñanza confirma la doctrina de que el Señor “no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor” (Hebreos 6:10).

El reconocimiento que realmente importa no es el de los hombres, sino el del Señor. Cuando Él declara que un siervo ha sido fiel, se convierte en un testimonio eterno de su rectitud. En este sentido, el versículo refleja la promesa de oír un día: “Bien, buen siervo y fiel” (Mateo 25:21).

El servicio de Brigham Young anticipaba su futuro llamamiento como presidente de la Iglesia. El Señor lo formó primero en el sacrificio y la obediencia. Doctrinalmente, esto enseña que los líderes se preparan en el terreno del servicio desinteresado antes de recibir mayores responsabilidades.

Cada misión cumplida fue una expresión de consagración. Brigham Young ofreció su tiempo y fuerzas al Señor, cumpliendo con la ley de sacrificio. El reconocimiento divino ratifica que el verdadero discipulado requiere una entrega real y tangible.

Este versículo nos recuerda que el Señor conoce cada sacrificio, viaje y esfuerzo hecho en Su nombre. No importa cuán grande o pequeño parezca, Él lo registra y lo honra. Así como con Brigham Young, cada discípulo fiel recibirá el reconocimiento divino por haber servido con diligencia y amor.


Doctrina y Convenios 126:1

“Querido y muy amado hermano Brigham Young, así dice el Señor a ti: Mi siervo Brigham, ya no se requiere de ti que dejes a tu familia como en tiempos pasados, porque tu ofrenda me es aceptable.”

Brigham Young era presidente del Cuórum de los Doce Apóstoles en 1841 cuando se recibió la revelación registrada en Doctrina y Convenios 126.
Acababa de regresar con su familia y la Iglesia en Nauvoo tras servir una misión en Gran Bretaña.

El Señor, que había visto el infatigable “trabajo y afán [de Brigham Young] en los viajes por mi nombre” (DyC 126:2), le instruyó que no dejara más a su familia, sino que enviara la palabra del Señor al extranjero y proveyera por los suyos (DyC 126:1, 3).

El presidente Young necesitaba cuidar de su familia, estar con los otros líderes de la Iglesia, aprender más del profeta José, dirigir los esfuerzos misionales y prepararse para sucederle tres años después.

¡Oh, qué bendición ser llamado “querido y amado del Señor”!
El Maestro ama a aquellos que trabajan fielmente en Su nombre.
Sus esfuerzos y sacrificios, así como los de sus familias, son reconocidos por el Señor.

En el verano de 1841, Nauvoo se llenó de gozo al recibir de regreso a los élderes que habían servido misiones en Europa. Entre ellos estaba Brigham Young, presidente del Cuórum de los Doce Apóstoles, quien acababa de regresar de una de las misiones más notables de la historia de la Iglesia: la conversión de miles de almas en las Islas Británicas. Había cruzado océanos, soportado enfermedades y privaciones, y proclamado el evangelio con poder apostólico. Fue entonces cuando el Señor le dirigió una revelación personal y profundamente tierna: “Querido y muy amado hermano Brigham Young, ya no se requiere de ti que dejes a tu familia como en tiempos pasados, porque tu ofrenda me es aceptable.” (DyC 126:1).

Estas palabras reflejan no solo el reconocimiento divino a un siervo fiel, sino también la ternura del Señor hacia quienes sacrifican tanto por Su causa. Brigham Young había dejado esposa e hijos para servir; había respondido a cada llamado con prontitud y sin queja. Ahora, el Maestro le concedía descanso y tiempo para atender sus deberes familiares. Era como si el cielo le dijera: “He visto tu sacrificio, he contado tus lágrimas y tus millas recorridas; tu servicio ha sido suficiente.”

Este pasaje revela un principio eterno del discipulado: el Señor conoce personalmente los esfuerzos de Sus siervos y no pasa por alto ni el más pequeño sacrificio hecho en Su nombre. A veces, el llamado divino nos lleva lejos del hogar o fuera de nuestra zona de comodidad; otras veces, el mandamiento es permanecer y fortalecer lo que más amamos. En ambos casos, la obediencia sincera es lo que hace que una ofrenda sea aceptable ante Dios.

Brigham Young, fortalecido por esta revelación, no cesó de servir, pero su servicio cambió de forma. Desde Nauvoo, supervisó la obra misional, ayudó al profeta José en la organización de la Iglesia, y se preparó —sin saberlo del todo— para liderar a los santos en su éxodo hacia las montañas. El Señor lo estaba preparando para una obra aún mayor, y ese momento de reposo familiar formaba parte de su preparación.

Qué consuelo ofrece esta revelación a todos los que sirven al Señor: Él ve nuestras cargas, reconoce nuestros esfuerzos y sabe cuándo decir: “Tu ofrenda me es aceptable.” En un mundo que muchas veces no reconoce el sacrificio silencioso de los justos, el Señor sí lo hace. Él llama “queridos y amados” a los que, como Brigham Young, entregan todo lo que tienen —tiempo, energía, y corazón— por amor a Su nombre.

Así, esta corta pero dulce revelación nos enseña que el servicio al Señor no se mide por la distancia recorrida, sino por la devoción del corazón. A veces, el mayor acto de fe no es partir en una misión, sino permanecer fiel en casa, cuidando de los nuestros y sosteniendo la obra con constancia y amor. Y en todo ello, el Señor sigue mirando a Sus siervos con ternura y diciendo: “Tu ofrenda me es aceptable.”


Versículo 2
Liberación de nuevas misiones


El Señor le indica que ya no se le requerirá salir más en misiones lejos de su hogar, pues su labor ha sido suficiente y aceptada.

En este versículo el Señor libera a Brigham Young de futuros viajes misioneros extensos, reconociendo que su obra pasada ha sido suficiente y aceptada. Esto nos revela varias verdades doctrinales de gran valor:

Dios no pide más de lo que es justo ni ignora las circunstancias personales. Brigham Young ya había dedicado años de sacrificio en misiones y el Señor, en Su misericordia, reconoce que llegó el momento de un cambio de deberes. Esto demuestra que el Señor es un Maestro sabio que ajusta los llamamientos según las necesidades de Su obra y la capacidad de Sus siervos (véase Mosíah 4:27: “no os sobrecarguéis más de lo que podáis soportar”).

La obra del Señor requiere constancia, pero también reconoce diferentes etapas. Hay un tiempo para salir a proclamar el Evangelio y un tiempo para edificar desde el hogar. Este versículo enseña que la fidelidad no se mide solo en la duración del servicio, sino en la disposición y obediencia en cada etapa de la vida.

El hecho de que el Señor declare que la obra de Brigham Young fue “aceptada” nos recuerda la doctrina de la expiación: que el sacrificio del discípulo no necesita ser perfecto en obras, sino sincero, constante y ofrecido con rectitud. Cuando el Señor lo acepta, queda santificado y tiene valor eterno (véase D. y C. 97:8).

Aunque se le liberó de misiones distantes, Brigham Young no fue eximido del servicio en la Iglesia. Su deber se trasladó a la dirección local y familiar, preparándose para responsabilidades mayores. Esto enseña que en el Reino de Dios no existe retiro, sino cambios en la manera de servir.

El versículo 2 muestra que el Señor es consciente de nuestros sacrificios y sabe cuándo es momento de cambiar de rumbo en nuestras responsabilidades. Él no exige un esfuerzo interminable en una sola dirección, sino que guía nuestras tareas conforme a Sus propósitos. Lo esencial es mantener un corazón dispuesto, porque cada etapa de servicio —ya sea lejos en misiones o cerca en el hogar— es igualmente valiosa a Sus ojos.


Doctrina y Convenios 126:2–3
“El afán y el sacrificio de Brigham Young le fueron contados por justicia”


Brigham Young sirvió al Señor con todo su corazón, su fuerza y su sustancia. Desde el momento en que aceptó el Evangelio, su vida se convirtió en una ofrenda constante. Predicó incansablemente, sostuvo su propia familia sin depender de la Iglesia y dedicó sus recursos personales a financiar la obra del Reino. Su servicio no se medía en recompensas materiales, sino en el gozo de ver prosperar la causa de Dios.

El Señor, que ve en lo secreto, contó su sacrificio por justicia. En esas largas jornadas, bajo sol y lluvia, se templó el carácter del hombre que guiaría a Israel hacia su destino prometido. Su vida ejemplifica la verdad eterna de que el sacrificio es el precio de la fe y la puerta que abre el poder espiritual.
Cada discípulo de Cristo está llamado a ofrecer lo mejor de sí —tiempo, talentos y corazón— sin esperar recompensa terrenal. El sacrificio consagra el alma y fortalece la fe. Como Brigham Young, podemos confiar en que todo esfuerzo justo, toda ofrenda sincera, será vista por el Señor y contada por justicia. Nada que se haga en Su nombre se pierde; cada acto de entrega es una semilla de poder espiritual que florecerá en su debido tiempo.


Versículo 3
Servicio en el hogar y cuidado de la familia


Se le encomienda ahora dedicar su atención a su familia, a su casa y a las responsabilidades locales, pues esa también es parte de su servicio al Señor.

En este versículo, el Señor instruye a Brigham Young que ahora concentre su servicio en su casa y en su familia. Esta instrucción revela doctrinas fundamentales sobre el equilibrio entre las responsabilidades familiares y eclesiásticas:

Dios mismo establece que el cuidado de la familia no es secundario, sino parte central del servicio en Su obra. La Escritura confirma que “el que no provee para los suyos… ha negado la fe” (1 Timoteo 5:8). Aquí vemos que el servicio misional o eclesiástico nunca debe descuidar el deber sagrado de fortalecer y proteger a la familia.

La instrucción a Brigham Young subraya que el Evangelio comienza en casa. Así como había predicado a naciones lejanas, ahora debía nutrir la fe de su propia familia. Esto enseña que el testimonio más poderoso y duradero que un discípulo deja es el que se cultiva en el círculo íntimo de su hogar (véase Mosíah 18:21: “tener el corazón unidos en amor”).

La obra del Señor abarca tanto lo público como lo privado. El servicio visible en la Iglesia no sustituye el servicio silencioso en casa. Doctrinalmente, este versículo nos enseña que ambos espacios —el hogar y la Iglesia— son inseparables en el plan divino. Un líder que descuida a su familia pierde poder espiritual (véase D. y C. 93:40–44).

El cuidado de la familia y el hogar era también un entrenamiento para la futura dirección de la Iglesia. El Señor enseña que la fidelidad en lo pequeño —en lo íntimo y doméstico— prepara para responsabilidades mayores en lo grande (véase D. y C. 52:40).

El versículo 3 recuerda que servir al Señor incluye atender nuestras responsabilidades familiares. Así como Brigham Young fue liberado para enfocarse en su casa, también nosotros debemos reconocer que fortalecer a nuestra familia es un ministerio sagrado. La verdadera medida del discipulado no está solo en lo que hacemos en público, sino en cómo edificamos nuestro hogar como un lugar de fe, amor y servicio al Señor.


Versículos 1–3
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)


Doctrina y Convenios 126 es una revelación breve que resalta las labores y sacrificios de Brigham Young. Brigham había estado continuamente involucrado en el servicio misional desde que se unió a la Iglesia en 1832. En el momento en que se dio esta revelación, acababa de regresar de su período más largo de servicio misional hasta entonces, habiendo pasado casi dos años en las Islas Británicas lejos de su familia.

Cuando Brigham partió en su misión a Inglaterra, su familia enfrentaba circunstancias sumamente difíciles. En un discurso de 1854, describió la inmensa prueba de fe que experimentó al dejar a su familia para cruzar el Atlántico:

“Cuando dejé a mi familia para partir hacia Inglaterra, no podía caminar ni una milla, no podía levantar un pequeño baúl, que llevé conmigo, para meterlo en la carreta. Dejé a mi esposa y a mis seis hijos sin un segundo cambio de ropa, porque habíamos dejado todas nuestras posesiones en manos de la turba. Cada uno de los miembros de mi familia estaba enfermo… José dijo: ‘Si vas, te prometo que tu familia vivirá, y tú vivirás, y sabrás que la mano de Dios está en el llamamiento para que vayas a predicar el Evangelio de vida y salvación a un mundo que perece’. … Mi familia vivió… En cuanto a sentirme abatido, desanimado, o siquiera tener pensamientos como: ‘Proveeré para mi familia y que el mundo perezca’, estos sentimientos y pensamientos nunca me ocurrieron ni una sola vez… Cuando estuve listo para partir, fui y dejé a mi familia en las manos del Señor y de los hermanos”.

Las palabras de consuelo del Señor a Brigham, que “ya no se requiere de tu mano que dejes a tu familia como en tiempos pasados, pues tu ofrenda me es aceptable” (DyC 126:1), muestran la creciente importancia del liderazgo estable de Brigham y de los demás apóstoles en Nauvoo. En los siguientes años, Brigham y la mayoría de los Doce estuvieron entre los primeros en recibir las ordenanzas del templo y se convirtieron en estrechos confidentes de José Smith. En una conferencia celebrada pocos meses después de que se recibiera la sección 126 en favor de Brigham, José Smith declaró “que había llegado el momento en que los Doce debían ser llamados a ocupar su lugar junto a la Primera Presidencia, y atender la ubicación de los emigrantes y los asuntos de la Iglesia en las estacas, y ayudar a llevar el reino victorioso a las naciones; y como habían sido fieles y llevado la carga en el calor del día, era justo que tuvieran la oportunidad de proveer algo para sí mismos y para sus familias”.


Conclusión final 

La sección 126 es breve, pero encierra un poderoso mensaje doctrinal sobre el servicio, el sacrificio y el equilibrio en la vida del discípulo. En ella, el Señor reconoce la fidelidad de Brigham Young en múltiples misiones, lo libera de seguir viajando lejos y le encomienda atender su hogar y su familia.

En primer lugar, enseña que ningún sacrificio pasa desapercibido para Dios. El servicio de Brigham Young, hecho con entrega y obediencia, fue aceptado por el Señor, recordándonos que lo más importante no es la magnitud de nuestras obras, sino la fidelidad con la que respondemos a los llamados divinos.

En segundo lugar, revela que la obra del Señor tiene tiempos y estaciones. Hay momentos en que Él requiere que salgamos y prediquemos, y otros en que nos pide permanecer y edificar desde casa. Ambos tipos de servicio son igualmente valiosos cuando se hacen con un corazón consagrado.

Finalmente, esta sección resalta la verdad de que el hogar es un lugar sagrado de ministerio. Cuidar de la familia no es una responsabilidad secundaria, sino parte esencial del plan de Dios. Así como el templo y la misión son espacios de servicio divino, también lo es la familia, donde el amor, la enseñanza y el cuidado son expresiones de discipulado.

Doctrina y Convenios 126 enseña que el Señor reconoce y acepta nuestros sacrificios, que dirige nuestras responsabilidades según las necesidades de Su obra y nuestras circunstancias, y que servir en el hogar es tan sagrado como servir en cualquier otro lugar de Su Reino. Es una invitación a valorar cada etapa del servicio y a recordar que el verdadero éxito en la vida se mide por la aprobación divina y la fidelidad en el cumplimiento de nuestros deberes, tanto públicos como privados.

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