Doctrina y Convenios Sección 1

Doctrina y Convenios
Sección 1


Contexto Histórico

El Prefacio del Señor: En los primeros días de la restauración, cuando la luz del evangelio apenas comenzaba a brillar sobre la tierra después de siglos de oscuridad, el Señor habló nuevamente desde los cielos. Había llamado a un profeta joven, José Smith, y por su medio revelaba doctrinas sagradas, mandamientos y convenios que darían forma a la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Estas revelaciones eran muchas, y su propósito era preparar a los hijos de los hombres para la Segunda Venida del Hijo del Hombre.

El 1 de noviembre de 1831, en la pequeña comunidad de Hiram, Ohio, un grupo de élderes se había reunido en consejo. La Iglesia, aunque aún en su infancia, crecía en fuerza y número. Pero aún quedaba mucho por hacer, y entre los asuntos discutidos en aquella conferencia estaba la necesidad de reunir y publicar las revelaciones que el Señor ya había dado. Se determinó que estos mandamientos divinos debían compilarse en un libro que llevaría el nombre de Libro de Mandamientos.

Sin embargo, el Señor tenía algo más en mente. No solo deseaba que Su pueblo tuviera acceso a Sus palabras, sino que también deseaba dar Su propio prefacio, Su declaración introductoria al volumen de la restauración. Fue en esa solemne ocasión que el Señor mismo habló, declarando Su voz a todas las naciones, pueblos y lenguas. En una manifestación de poder, dio un mandamiento a Sus siervos: que la voz de amonestación fuera llevada hasta los confines de la tierra.

La rebelión del mundo había llegado a su colmo. El Señor vio cómo los hombres seguían su propio camino, adorando ídolos hechos a imagen de su propia vanidad, olvidando los convenios eternos. Babilonia, la grande, estaba al borde de su caída. Era tiempo de que la verdad resplandeciera nuevamente, de que la fe aumentara en la tierra y de que la plenitud del evangelio fuera proclamada no por los grandes y poderosos de la tierra, sino por los débiles y humildes.

Con voz de advertencia, el Señor declaró que el día de Su venida estaba cerca. Las calamidades aumentarían sobre la tierra, y aquellos que rechazaran Su palabra serían desarraigados. Pero, al mismo tiempo, extendía Su misericordia, llamando a todos al arrepentimiento y ofreciendo el perdón a quienes volvieran su corazón a Él.

Así, el Señor recordó a Sus siervos que Él mismo los había escogido y les había dado autoridad para sellar en la tierra y en el cielo. Les mandó a ir sin temor, pues nadie podría detenerlos en la obra que Él había puesto en sus manos. Entre ellos estaba José Smith, Su profeta escogido, a quien había llamado cuando las tinieblas cubrían la tierra. A él le confió la misión de traducir el Libro de Mormón, el registro antiguo que testificaba de Cristo y restauraba la plenitud de Su evangelio.

Pero el Señor también dejó claro que Su Iglesia, aunque verdadera y viviente, no estaba exenta de juicio. El pecado no podía ser tolerado, y los que no se arrepintieran perderían la luz que habían recibido. Aun así, el Señor prometió que guiaría a Su pueblo y que Su reino no sería destruido.

Concluyendo Su mensaje, el Señor proclamó con poder: “Escudriñad estos mandamientos”. Su palabra era inmutable, Su voluntad firme, y todo lo que había hablado se cumpliría. Ya fuera por Su propia voz o por la voz de Sus siervos, era lo mismo.

Así se dio el prefacio divino, la declaración de la voluntad de Dios para esta última dispensación. El llamado a la humanidad había sido hecho. Ahora dependía de cada hombre y mujer escuchar, arrepentirse y prepararse, pues el tiempo de la paz se acortaba y la gran obra de Dios avanzaba inexorablemente hacia su cumplimiento final.


Versículo 1–7
Voz de amonestación universal


La voz universal de Dios como advertencia y autoridad: el Señor declara que Su palabra se dirige a toda la humanidad, nadie quedará sin escucharla, y Sus siervos la proclamarán con poder y autoridad que ningún hombre podrá detener.

Estos primeros versículos de Doctrina y Convenios 1 establecen un principio doctrinal profundo: la revelación de Dios no está limitada a un grupo reducido, sino que se extiende a toda la humanidad. La voz del Señor no solo se dirige a Su Iglesia, sino también a los pueblos lejanos y hasta a las islas del mar, mostrando el carácter universal del Evangelio. Esto enseña que el plan de salvación es inclusivo y alcanza a todos los hijos de Dios, sin importar su nación o condición.

El Señor declara que Su voz penetrará todo corazón; incluso los rebeldes no podrán esconderse, pues sus obras secretas serán expuestas. Aquí se manifiesta una verdad doctrinal clave: Dios todo lo ve y todo lo revela a su debido tiempo. La aparente seguridad del pecado oculto es solo temporal, porque en el día del juicio nada quedará sin ser descubierto.

El medio por el cual esta voz llega al mundo es también doctrinalmente significativo: los discípulos escogidos en los últimos días. Ellos son los portadores autorizados de Su mensaje, enviados con poder y autoridad divina. No actúan por iniciativa propia, sino bajo el mandato del Señor, lo que asegura que Su obra no puede ser detenida por el hombre.

Finalmente, el Señor presenta este mensaje como el prefacio de Su libro de mandamientos, resaltando que estos decretos no son opiniones humanas, sino palabra divina. Por eso, llama a Su pueblo a “temer y temblar”, recordando que lo que Él decreta se cumplirá inevitablemente, y que Su voz tiene la misma fuerza sea proclamada directamente por Él o por Sus siervos.

En conjunto, estos versículos enseñan que la revelación moderna es la voz viva de Dios para toda la humanidad, que la proclamación del Evangelio es imparable porque viene con autoridad celestial, y que el hombre debe recibirla con reverencia, sabiendo que cada palabra del Señor será cumplida.


Versículo 1: “Escuchad, oh pueblo de mi iglesia, dice la voz de aquel que mora en las alturas, y cuyos ojos están sobre todos los hombres; sí, de cierto digo: Escuchad, pueblos lejanos; y vosotros los que estáis sobre las islas del mar, oíd juntamente.”
Este versículo establece el tono de la revelación como un llamado divino universal. No es solo para la Iglesia, sino para toda la humanidad. Dios invita a todos a escuchar Su voz, recordando que nadie está fuera de Su vista ni de Su alcance.

“Escuchad, oh pueblo de mi iglesia, dice la voz de aquel que mora en las alturas”
Esta frase establece que Dios es el que habla y que Su mensaje es dirigido a Su Iglesia. La palabra “escuchad” es un llamado a la obediencia y la recepción de Su palabra. La idea de que Dios “mora en las alturas” enfatiza Su posición exaltada como el Ser Supremo, desde donde observa y gobierna Su creación.
En Isaías 57:15, el Señor declara: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad.” Esto reafirma la trascendencia de Dios y Su morada en la gloria celestial.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “Esta es Su Iglesia. Él la dirige. Él nos habla por medio de Sus siervos. Oigámoslo y sigámoslo.” (“Esta es la obra del Maestro,” Liahona, mayo 1995). Esto subraya la importancia de reconocer la autoridad de Dios al dirigir Su Iglesia.

“Y cuyos ojos están sobre todos los hombres”
Dios es omnisciente y ve todas las cosas, lo que implica Su conocimiento perfecto sobre cada individuo y Su participación en la historia humana. Nada escapa a Su vista.
En 2 Crónicas 16:9, se afirma: “Porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él.”
Esto destaca Su conocimiento y cuidado providencial.
El presidente Russell M. Nelson ha enseñado: “El Señor conoce nuestros desafíos y nuestras oportunidades. Su ojo está sobre nosotros y nos guiará si confiamos en Él.” (Liahona, noviembre de 2020). Esto refuerza que el Señor no solo observa, sino que también guía activamente a Sus hijos.

Sí, de cierto digo: Escuchad, pueblos lejanos”
El evangelio no es solo para un grupo selecto, sino para todas las naciones. Dios extiende Su llamado a toda la humanidad, cumpliendo así las profecías sobre la universalidad del mensaje de salvación.
En Isaías 49:1, leemos: “Oídme, islas, y escuchad, pueblos lejanos.”
Este versículo tiene paralelos con Doctrina y Convenios 1:1, mostrando la naturaleza universal del llamamiento divino.
El élder D. Todd Christofferson enseñó: “El evangelio de Jesucristo no es un mensaje de exclusión, sino de inclusión. Es un llamado a todos los que desean venir a Cristo y recibir Su poder redentor.” (Liahona, noviembre de 2013). Esto confirma que el mensaje del Señor es para todo el mundo.

“Y vosotros los que estáis sobre las islas del mar, oíd juntamente.”
Este pasaje hace referencia a la expansión del evangelio a todas las partes de la tierra, incluyendo aquellas regiones remotas o aisladas. Es un cumplimiento de la profecía de que el evangelio llegaría a todos los pueblos y naciones.
En 2 Nefi 29:7, el Señor dice: “¿No sabéis que hay más naciones que una? ¿No sabéis que yo, el Señor vuestro Dios, he creado a todos los hombres, y que me acuerdo de los que están sobre las islas del mar?”
Esto confirma que Dios no olvida a ningún pueblo, sino que Su evangelio es para todos.
El presidente Spencer W. Kimball enseñó: “El evangelio debe ir a todas las islas del mar, a todos los continentes, a todas las naciones, tribus y lenguas.” (Liahona, enero de 1976). Este mensaje subraya la responsabilidad de la Iglesia de llevar el evangelio a todo el mundo.

El versículo establece el tono del prefacio de esta sección, destacando la autoridad de Dios, Su conocimiento de toda la humanidad y la universalidad de Su llamado. La repetición de palabras como “escuchad” y “oíd” enfatiza la importancia de recibir y obedecer Su mensaje.
Este versículo también resuena con las enseñanzas de los profetas modernos, quienes han afirmado que la Iglesia de Jesucristo tiene la responsabilidad de llevar el evangelio a toda nación, tribu, lengua y pueblo. Se nos invita a reconocer la voz del Señor en nuestras vidas y actuar en consecuencia, sabiendo que Su ojo está sobre nosotros y Su amor es universal.


Versículo 3: “Y los rebeldes serán traspasados de mucho pesar; porque se pregonarán sus iniquidades desde los techos de las casas, y sus hechos secretos serán revelados.”
El Señor declara que nada permanecerá oculto. En un tiempo en que la justicia de Dios se manifestará plenamente, aquellos que obren en la oscuridad no podrán esconderse. Esto resalta la importancia de la integridad y el arrepentimiento.

“Y los rebeldes serán traspasados de mucho pesar”
El término “rebeldes” hace referencia a aquellos que rechazan la voluntad de Dios y se oponen a Sus mandamientos. La consecuencia de la rebelión es el “mucho pesar”, lo que implica angustia espiritual, dolor y el sufrimiento que viene por la separación de Dios.
En Doctrina y Convenios 63:2, el Señor advierte: “Yo, el Señor, guardo mis mandamientos; y no permito que el hombre quebrante mis palabras; porque los que las quebrantan y no se arrepienten serán traspasados de mucho pesar.”
Esto confirma que el pesar viene como una consecuencia directa de la desobediencia y el rechazo de la palabra de Dios.
Élder D. Todd Christofferson enseñó: “El pecado siempre acarrea sufrimiento. Podemos engañarnos a nosotros mismos por un tiempo, pero tarde o temprano debemos afrontar las consecuencias de nuestra desobediencia.” (Liahona, noviembre de 2011).
Esto subraya la realidad del dolor espiritual que acompaña la rebelión contra Dios.

“Porque se pregonarán sus iniquidades desde los techos de las casas”
Esta frase expresa la idea de que los pecados que las personas tratan de ocultar serán expuestos públicamente. El lenguaje es similar al que utilizó Cristo en el Nuevo Testamento al advertir que nada quedará oculto.
En Lucas 12:2-3, Jesús declara: “Nada hay encubierto que no haya de descubrirse, ni oculto que no haya de saberse. Por tanto, todo lo que habéis dicho en tinieblas, a la luz se oirá; y lo que habéis hablado al oído en los aposentos, se pregonará en las azoteas.”
Esto enfatiza el principio de que, en algún momento, toda acción será conocida y juzgada.
Presidente Joseph F. Smith enseñó: “No hay nada en esta vida que podamos hacer en secreto que no sea conocido por Dios y que, al final, no sea revelado ante todos.” (Doctrina del Evangelio, pág. 267).
Esto confirma que la justicia divina revelará lo oculto, ya sea en esta vida o en el día del juicio.

“Y sus hechos secretos serán revelados”
Dios es omnisciente y nada puede ocultarse de Él. La frase indica que toda acción será eventualmente expuesta, ya sea en esta vida o en el juicio final.
En Eclesiastés 12:14, se nos recuerda: “Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala.”
Esto refuerza la enseñanza de que Dios revelará toda acción en el momento apropiado.
Élder Richard G. Scott enseñó: “Nada se oculta ante Dios. La justicia y la misericordia del Señor aseguran que cada acto será traído a la luz y juzgado según el conocimiento y la intención de cada persona.” (Liahona, mayo de 2004). Esto confirma la doctrina de que el juicio de Dios es completo y perfecto.

El versículo nos advierte sobre las consecuencias de la desobediencia y la rebelión contra Dios. Nos recuerda que nada puede ocultarse eternamente y que tarde o temprano, toda iniquidad será revelada.
Este principio nos motiva a vivir con integridad y pureza, sabiendo que Dios ve todo y que, en el momento oportuno, lo oculto será manifestado. Nos enseña también la importancia del arrepentimiento, ya que solo por medio de la expiación de Cristo podemos evitar las consecuencias del pecado y el sufrimiento espiritual.
Este mensaje es particularmente relevante en nuestra época, donde muchos creen que pueden ocultar sus acciones. Sin embargo, las palabras de los profetas y las Escrituras nos aseguran que Dios revelará todo y que Su justicia prevalecerá.


Versículo 6: “He aquí, esta es mi autoridad y la autoridad de mis siervos, así como mi prefacio para el libro de mis mandamientos que les he dado para que os sea publicado, oh habitantes de la tierra.”
Este versículo confirma la autoridad divina de los mandamientos y convenios revelados. No son meras palabras humanas, sino la voz de Dios dada a Sus siervos. También establece Doctrina y Convenios como una escritura sagrada para toda la humanidad.

“He aquí, esta es mi autoridad y la autoridad de mis siervos”
Esta frase establece que la autoridad con la que se proclaman estas palabras proviene directamente de Dios. No es una invención humana, sino una declaración divina. También enfatiza que los siervos del Señor actúan con Su autoridad delegada, lo que se alinea con la doctrina del sacerdocio y la organización de Su Iglesia.
En Doctrina y Convenios 42:59, el Señor declara: “Ordenarás a todos los hombres, dondequiera que estuvieren, que se arrepientan, y bautizarás a cuantos se arrepientan en mi nombre.”
Esto confirma que la autoridad para administrar las ordenanzas proviene del Señor y es ejercida por Sus siervos.
Presidente Russell M. Nelson enseñó: “El poder del sacerdocio es real. No es solo una influencia abstracta. Es el poder de Dios que actúa en la tierra por medio de Sus siervos autorizados.” (Liahona, mayo de 2018).
Esto subraya que la autoridad del sacerdocio no es simbólica, sino tangible y operativa en la Iglesia.

“Así como mi prefacio para el libro de mis mandamientos”
Aquí, el Señor introduce Doctrina y Convenios como Su libro de mandamientos, destacando que las revelaciones contenidas en él tienen la misma validez que las Escrituras antiguas. Este versículo deja claro que lo que sigue es Su palabra, y no simplemente opiniones humanas.
Doctrina y Convenios 68:4 establece: “Y lo que ellos hablen cuando sean inspirados por el Espíritu Santo, será escritura, será la voluntad del Señor, será la mente del Señor, será la palabra del Señor, será la voz del Señor y el poder de Dios para salvación.”
Esto confirma que las palabras dadas por revelación tienen el mismo peso que las Escrituras.
Élder D. Todd Christofferson enseñó: “Las Escrituras son el estándar por el cual se mide toda doctrina y enseñanza. En ellas encontramos la voluntad del Señor expresada para nuestro beneficio eterno.” (Liahona, noviembre de 2010).
Esto refuerza la importancia de Doctrina y Convenios como un volumen sagrado de revelación.

“Que les he dado para que os sea publicado, oh habitantes de la tierra.”
El Señor declara que estos mandamientos no son exclusivos de un solo grupo, sino que deben ser publicados y conocidos por toda la humanidad. Esto resalta la naturaleza universal del evangelio y la importancia de la obra misional.
En Mateo 28:19, Cristo instruye a Sus discípulos: “Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.”
Esto confirma que la voluntad del Señor es que Su palabra sea llevada a toda la humanidad.
Presidente Ezra Taft Benson enseñó: “El Señor nos ha dado Su palabra y nos ha mandado proclamarla. No hay misión más urgente que compartir Su evangelio con el mundo.” (Liahona, abril de 1987).
Esto subraya que la publicación y difusión de Doctrina y Convenios es parte de la gran misión de la Iglesia.

Este versículo establece la autoridad divina detrás de la revelación moderna y la importancia de compartir la palabra de Dios con toda la humanidad. Nos enseña tres principios fundamentales:
1. La autoridad del sacerdocio es real y proviene de Dios. Los siervos del Señor no actúan por cuenta propia, sino que llevan Su autoridad.
2. Las revelaciones en Doctrina y Convenios son Escritura. No son meros escritos inspiracionales, sino mandamientos divinos con la misma importancia que otras Escrituras sagradas.
3. El evangelio debe ser publicado y compartido con el mundo. No es una enseñanza privada, sino un mensaje universal que debe llegar a todos los habitantes de la tierra.
Este versículo refuerza nuestra responsabilidad de aceptar las revelaciones modernas y contribuir a su difusión. Como enseñó el presidente Russell M. Nelson: “El Señor nos ha dado Su palabra en estos últimos días. Nuestra bendición y deber es estudiarla, vivirla y compartirla.” (Liahona, noviembre de 2021).


Versículo 8–10
Poder y autoridad de los siervos del Señor


El poder de los mensajeros del Señor para sellar el destino eterno de los hombres según sus obras y su respuesta al Evangelio.

En estos versículos el Señor revela una verdad solemne y trascendental: Sus mensajeros no solo proclaman palabras, sino que ejercen autoridad divina en la tierra y en el cielo. Aquellos que son llamados para llevar el Evangelio al mundo reciben poder para sellar: confirmar y testificar de manera vinculante el destino del hombre según su fe o su incredulidad.

El “sellar” aquí tiene un carácter judicial y eterno. Cuando alguien rechaza el mensaje de salvación, no rechaza simplemente a un predicador humano, sino al mismo Dios que lo envió. Por eso, el incrédulo y el rebelde quedan reservados para el día de la ira de Dios, cuando el Señor derrame Su justicia sin medida sobre los impíos. Esta enseñanza resalta la seriedad con la que debe recibirse el Evangelio: aceptarlo abre las puertas a la redención; rechazarlo fija consecuencias espirituales que no se pueden evadir.

Además, el Señor recuerda que ese día de juicio vendrá, y cada hombre será recompensado conforme a sus obras. La medida será justa y equitativa: “con la medida con que haya medido a su prójimo.” Doctrinalmente, esto conecta el principio de justicia divina con la ley de reciprocidad moral: así como tratamos a los demás, así seremos tratados por Dios (Mateo 7:2).

En conjunto, estos versículos enseñan que el mensaje del Evangelio no es solo una invitación, sino una declaración vinculante del cielo. Aceptarlo o rechazarlo es un acto de consecuencias eternas, y el poder de los siervos del Señor garantiza que esa decisión quede sellada ante Dios.


Versículos 12-13: “Preparaos, preparaos para lo que ha de venir, porque el Señor está cerca; y la ira del Señor está encendida, y su espada es limpiada en el cielo y caerá sobre los habitantes de la tierra.”
Aquí se enfatiza la inminencia de la Segunda Venida y la necesidad de prepararse. No se trata de una advertencia lejana, sino de una realidad que demanda acción. La espada del Señor simboliza Su justicia y el fin del mal.

“Preparaos, preparaos para lo que ha de venir”
El doble uso de “preparaos” enfatiza la urgencia del mandato divino. Este llamado a la preparación es un tema recurrente en las Escrituras y en las enseñanzas de los profetas, refiriéndose tanto a la preparación espiritual como temporal para los acontecimientos de los últimos días.
En Doctrina y Convenios 133:10, el Señor reitera: “Sí, venid a la cena del Cordero, y preparad vuestros lomos con la armadura de mi evangelio, y preparad la vía para los que serán enviados.”
Esto indica que la preparación es tanto individual como colectiva para la venida del Señor.
Presidente Russell M. Nelson enseñó: “El tiempo de prepararnos para la Segunda Venida del Salvador es ahora. Esto significa fortalecer nuestro testimonio, aumentar nuestra capacidad espiritual y vivir en armonía con las enseñanzas del evangelio.” (Liahona, noviembre de 2020).
Esta enseñanza enfatiza que la preparación no es solo material, sino sobre todo espiritual.

“Porque el Señor está cerca”
La proximidad de la venida del Señor es una doctrina clave del evangelio. Si bien nadie sabe el día ni la hora exacta (Mateo 24:36), las Escrituras y los profetas han advertido que debemos vivir siempre preparados.
Éter 3:14 dice: “He aquí, yo soy el que desde el principio fue preparado para redimir a mi pueblo. He aquí, yo soy Jesucristo. En mí está toda la humanidad, y todo el que crea en mi nombre tendrá vida eterna.”
Esto muestra que el Señor está cerca en un sentido espiritual para los que buscan Su redención.
Presidente Dallin H. Oaks enseñó: “Si bien no sabemos cuándo vendrá el Salvador, sabemos que la preparación para Su venida es nuestro deber más urgente.” (Liahona, noviembre de 2004).
Su enseñanza resalta que la cercanía del Señor debe motivarnos a actuar con urgencia.

“Y la ira del Señor está encendida”
La “ira del Señor” no debe interpretarse como un enojo humano, sino como la justicia divina en acción. En las Escrituras, la ira del Señor se desata cuando los hombres persistentemente rechazan Su evangelio y se hunden en la iniquidad.
En Mosíah 16:2, Abinadí advierte: “Entonces vendrá su justicia sobre ellos con severidad y sus iniquidades serán derramadas sobre sus propias cabezas.”
Esto confirma que la ira del Señor es la consecuencia de la desobediencia.
Élder Jeffrey R. Holland explicó: “Dios es un Dios de amor, pero también un Dios de justicia. Su paciencia es grande, pero cuando el pecado alcanza su colmo, Su justicia requiere corrección.” (Liahona, noviembre de 2003).
Esto nos recuerda que Dios es misericordioso, pero también justo.

“Y su espada es limpiada en el cielo y caerá sobre los habitantes de la tierra”
La “espada del Señor” simboliza Su poder para ejecutar juicio. La imagen de la espada limpiada en el cielo sugiere que la justicia divina está preparada y será derramada sobre la tierra en el momento señalado.
En Apocalipsis 19:15, se dice de Cristo: “De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones; y él las regirá con vara de hierro.”
Esto confirma que el juicio divino es inevitable para los impíos.
Élder Neal A. Maxwell enseñó: “El Señor tiene paciencia, pero Su obra no se detendrá. El día vendrá en que la justicia se desatará sobre aquellos que se han apartado de Él.” (Liahona, noviembre de 1988).
Esta enseñanza advierte que el juicio de Dios es certero.

Estos versículos de Doctrina y Convenios 1:12-13 nos enseñan que debemos prepararnos espiritualmente para la Segunda Venida del Salvador. Se nos advierte que la justicia de Dios es real y que Su juicio llegará a aquellos que persistan en la iniquidad.
Sin embargo, el evangelio nos ofrece esperanza: la preparación nos protege del juicio. Si seguimos las enseñanzas de los profetas y nos volvemos al Señor con fe y obediencia, podremos recibir Su misericordia en lugar de Su justicia. Como ha dicho el presidente Russell M. Nelson, “cuando el Salvador venga otra vez, queremos estar entre aquellos que le recibirán con gozo y no con temor” (Liahona, noviembre de 2020).
Por tanto, la preparación es ahora, y el arrepentimiento es el camino para evitar el pesar que acompaña a la ira del Señor.


Versículo 11–16
Llamado al arrepentimiento y advertencia de apostasía


Llamado urgente al arrepentimiento ante la venida del Señor y advertencia contra la apostasía y la idolatría del mundo.

En esta porción de la revelación, el Señor levanta una voz de advertencia universal. Su mensaje se extiende “hasta los extremos de la tierra” para todo aquel que esté dispuesto a escuchar. No es una voz limitada a un pueblo o nación, sino una proclamación global: el Señor viene pronto y los hombres deben prepararse.

La urgencia del llamado se percibe en la repetición: “Preparaos, preparaos.” Esta doble exhortación enfatiza la inminencia del acontecimiento: el regreso de Cristo no es un evento remoto o hipotético, sino una realidad que está cerca. En contraste con la invitación amorosa, aparece también la advertencia del juicio: la ira del Señor está encendida y Su espada caerá sobre los habitantes de la tierra. El “brazo del Señor” se revelará con poder, y aquellos que rechacen la voz de Dios y de Sus siervos serán desarraigados de entre el pueblo.

El fundamento de este juicio se explica: la humanidad se ha desviado de las ordenanzas divinas y ha quebrantado el convenio eterno. En lugar de buscar la justicia de Dios, cada hombre anda en pos de su propio camino, levantando “la imagen de su propio dios”, un símbolo de la idolatría moderna y antigua. Esa imagen no tiene consistencia eterna, pues es semejanza del mundo: algo pasajero, corruptible, condenado a perecer junto con “Babilonia la grande”. Doctrinalmente, aquí se reafirma la verdad de que toda adoración que no se centra en el Dios verdadero es vana y finalmente perecedera.

En conjunto, estos versículos muestran el contraste entre la preparación del pueblo de Dios para recibir a Cristo y la condenación de los que siguen la corrupción del mundo. La voz del Señor sigue invitando a todos a volver a Su convenio, pero advierte que quienes rechacen esa invitación se encontrarán entre los que caerán con Babilonia.


Versículo 16: “No buscan al Señor para establecer su justicia, antes todo hombre anda por su propio camino, y en pos de la imagen de su propio Dios, cuya imagen es a semejanza del mundo y cuya substancia es la de un ídolo que se envejece y perecerá en Babilonia, sí, Babilonia la grande que caerá.”
Este versículo describe la condición espiritual del mundo antes de la Segunda Venida. La idolatría moderna no es solo adorar imágenes, sino seguir intereses egoístas, riquezas y placeres en lugar de Dios. Babilonia representa la corrupción que inevitablemente caerá.

“No buscan al Señor para establecer su justicia”
Este versículo describe a aquellos que eligen seguir sus propios deseos en lugar de buscar la justicia de Dios. La verdadera justicia solo puede establecerse a través del evangelio de Jesucristo y de la obediencia a Sus mandamientos.
En Mateo 6:33, el Salvador enseñó: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”
Esto enfatiza la necesidad de priorizar la voluntad de Dios sobre nuestras propias ambiciones.
Élder D. Todd Christofferson enseñó: “El esfuerzo por vivir según la justicia de Dios y no la nuestra propia es una muestra de verdadera conversión y discipulado.” (Liahona, noviembre de 2011).
Su enseñanza refuerza la idea de que debemos buscar la justicia divina en lugar de nuestros propios estándares.

“Antes todo hombre anda por su propio camino”
Esta frase refleja el orgullo y la autosuficiencia de quienes ignoran la dirección de Dios. En lugar de seguir Su voluntad, eligen sus propios caminos, lo que a menudo los lleva al error y a la apostasía.
En Proverbios 14:12, se advierte: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte.”
Esto muestra que confiar solo en nuestro propio entendimiento sin la guía del Señor puede ser peligroso.
Presidente Thomas S. Monson enseñó: “El verdadero gozo no se encuentra en hacer lo que queremos, sino en hacer lo que el Señor nos ha mandado.” (Liahona, mayo de 2013).
Esto nos recuerda que la verdadera felicidad viene al seguir a Dios, no nuestros propios impulsos.

“Y en pos de la imagen de su propio Dios”
El hombre, en su rebeldía, crea falsos dioses según su propia imagen y deseos. En este contexto, la idolatría no solo se refiere a estatuas o dioses paganos, sino a cualquier cosa que se coloque en el lugar de Dios, como el dinero, la fama o el poder.
En Éxodo 20:3, el Señor declara: “No tendrás dioses ajenos delante de mí.”
Esto refuerza el mandamiento de no sustituir al verdadero Dios con otros ídolos.
Élder Jeffrey R. Holland enseñó: “Algunos crean ídolos de sí mismos al poner su voluntad por encima de la de Dios. La verdadera adoración es someterse a Su voluntad.” (Liahona, mayo de 2012).
Esto confirma que la idolatría puede tomar muchas formas, incluidas nuestras propias ambiciones egocéntricas.

“Cuya imagen es a semejanza del mundo y cuya substancia es la de un ídolo que se envejece y perecerá en Babilonia”
Los dioses del mundo son efímeros y carecen de verdadero poder. La referencia a Babilonia simboliza el mundo corrupto, lleno de placeres y riquezas temporales que eventualmente desaparecerán.
1 Juan 2:15-17 nos advierte: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo… el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.”
Esto enfatiza la fragilidad de los valores mundanos en comparación con la eternidad.
Presidente Ezra Taft Benson enseñó: “Babilonia representa el mundo y sus tentaciones. Debemos elegir entre Sión y Babilonia, y solo una de ellas conducirá a la vida eterna.” (Liahona, noviembre de 1985).
Esto nos recuerda la necesidad de escoger entre las riquezas del mundo y las bendiciones eternas de Dios.

“Sí, Babilonia la grande que caerá.”
El destino final del mundo inicuo es la destrucción, ya que los sistemas y valores de Babilonia están destinados al fracaso. Solo Sión, el pueblo de Dios, prevalecerá eternamente.
Apocalipsis 18:2 declara: “Ha caído, ha caído la gran Babilonia, y se ha hecho habitación de demonios.”
Esto confirma la inevitable destrucción del sistema mundano que se opone a Dios.
Élder Neal A. Maxwell enseñó: “Debemos decidir si seremos ciudadanos de Sión o de Babilonia. La caída de Babilonia está profetizada, y solo los que escojan a Dios estarán seguros.” (Liahona, noviembre de 1989).
Esta enseñanza subraya la importancia de no aferrarnos a lo efímero, sino a lo eterno.

Este versículo es una fuerte advertencia contra la idolatría moderna, el orgullo y la autosuficiencia. Nos enseña que aquellos que rechazan a Dios y siguen sus propios caminos terminan adorando cosas pasajeras que eventualmente perecen con Babilonia.
El mensaje es claro: o seguimos a Dios y establecemos Su justicia, o seguimos el mundo y enfrentamos su caída inevitable. Como dijo el presidente Russell M. Nelson:
“Los que escogen seguir al Salvador encontrarán gozo y paz, mientras que los que sigan a Babilonia enfrentarán su destrucción.” (Liahona, noviembre de 2021). La decisión está en nuestras manos.


Versículo 17: “Por tanto, yo, el Señor, sabiendo las calamidades que sobrevendrían a los habitantes de la tierra, llamé a mi siervo José Smith, hijo, y le hablé desde los cielos y le di mandamientos.”
El Señor declara que su llamamiento a José Smith no fue accidental, sino una respuesta a la condición del mundo. Dios preparó la restauración del evangelio porque conocía las calamidades venideras y deseaba ofrecer un camino de redención.

“Por tanto, yo, el Señor, sabiendo las calamidades que sobrevendrían a los habitantes de la tierra”
Dios es omnisciente y conoce de antemano los acontecimientos que afectarán a la humanidad. Su conocimiento perfecto le permite preparar a Sus hijos para enfrentar los desafíos venideros. En este contexto, el Señor advierte sobre calamidades que vendrán a la tierra, lo que puede referirse a guerras, apostasía, desastres naturales, y tribulación espiritual y moral.
Mateo 24:7-8, donde Cristo profetiza: “Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores.”
Esto muestra que las calamidades de los últimos días son parte de la preparación para la Segunda Venida.
Presidente Russell M. Nelson enseñó: “En estos tiempos turbulentos, el Señor ha dado advertencias y preparación a quienes lo buscan.” (Liahona, noviembre de 2020).
Esto confirma que Dios anticipa los eventos futuros y nos da dirección para afrontarlos.

“Llamé a mi siervo José Smith, hijo”
Dios responde a las necesidades de la humanidad llamando profetas. En este caso, llamó a José Smith como el instrumento para restaurar Su Iglesia en la dispensación del cumplimiento de los tiempos. La referencia a “mi siervo” denota que José Smith actuó bajo la dirección divina.
Amós 3:7 afirma: “Porque no hará nada Jehová el Señor sin que revele su secreto a sus siervos los profetas.”
Esto establece que Dios siempre ha llamado profetas para guiar a Su pueblo.
Presidente Gordon B. Hinckley testificó: “José Smith fue llamado por Dios. Su obra no fue la de un hombre, sino la del Señor Todopoderoso.” (Liahona, diciembre de 2005).
Esta enseñanza subraya que la misión de José Smith no fue humana, sino divina.

“Y le hablé desde los cielos”
Esta frase enfatiza que Dios se ha comunicado directamente con la humanidad. La Primera Visión fue el evento clave donde el Padre y el Hijo hablaron con José Smith, restaurando la verdad y la autoridad divina en la tierra.
José Smith—Historia 1:17, donde José relata: “Vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción, uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre.”
Esto confirma que Dios mismo habló con José Smith, iniciando la Restauración.
Élder Dieter F. Uchtdorf enseñó: “La Primera Visión marcó el comienzo de una nueva dispensación, con el cielo abierto y la comunicación entre Dios y el hombre restaurada.” (Liahona, noviembre de 2015).
Esto refuerza la importancia de este acontecimiento para la humanidad.

“Y le di mandamientos”
La misión de José Smith no solo incluyó recibir revelación, sino también dar mandamientos y dirección a la Iglesia. Estos mandamientos, registrados en Doctrina y Convenios, forman la base doctrinal de la Restauración.
Doctrina y Convenios 18:4, donde el Señor declara: “Estas palabras no son de hombres ni de hombre, sino mías.”
Esto confirma que los mandamientos dados a José Smith provienen directamente de Dios.
Élder Jeffrey R. Holland explicó: “El Señor confió a José Smith mandamientos y enseñanzas que guiarían a toda la humanidad en los últimos días.” (Liahona, noviembre de 2007).
Esto enfatiza que las revelaciones dadas a José Smith son esenciales para la salvación de la humanidad.

El versículo 17 de Doctrina y Convenios 1 reafirma la doctrina de que Dios conoce el futuro y prepara a Sus hijos mediante los profetas. El llamado de José Smith y las revelaciones que recibió no fueron incidentales, sino esenciales para ayudar a la humanidad a enfrentar los desafíos de los últimos días.
Dios, en Su misericordia, no deja a la humanidad sin dirección en tiempos de tribulación. Nos ha dado un profeta, Escrituras reveladas y mandamientos claros para guiarnos. Como enseñó el presidente Russell M. Nelson: “Si queremos seguridad en tiempos de calamidad, debemos acudir a las palabras de los profetas vivientes.” (Liahona, noviembre de 2021).
Este versículo nos motiva a seguir la guía del Señor y Sus siervos, recordando que Dios nos prepara para lo que vendrá, si tan solo escuchamos y obedecemos Su voz.


Versículo 17–23
Llamamiento de José Smith y la obra de los débiles


El llamamiento de José Smith y de los débiles del mundo para restaurar el Evangelio y establecer el convenio eterno en preparación para las calamidades venideras.

En esta parte de la revelación, el Señor explica la razón de Su intervención en los últimos días: las calamidades que habrían de sobrevenir sobre la tierra. Ante un mundo que se encaminaba a la confusión espiritual y a la destrucción, el Señor levantó a un profeta escogido, José Smith, a quien habló desde los cielos y confió mandamientos. Esto muestra que la restauración no fue un capricho histórico ni un simple movimiento religioso, sino una obra de salvación preventiva y necesaria para toda la humanidad.

Pero la obra no recayó únicamente en el Profeta; también otros recibieron mandamientos de proclamar la palabra. Así, el Señor cumplió lo anunciado por los profetas antiguos: que en los últimos días Él levantaría a Sus siervos para restaurar el conocimiento del convenio eterno.

En este contexto aparece una de las paradojas más poderosas del Evangelio: lo débil del mundo abatirá lo fuerte y poderoso. El Señor eligió a hombres sencillos, sin influencia política ni prestigio académico, para que la gloria fuera de Dios y no del brazo de la carne. Doctrinalmente, esto enseña que la obra del Señor no depende de las credenciales del mundo, sino de la fe y la obediencia de Sus siervos.

El propósito de esta elección se despliega en cuatro bendiciones:

  1. Que todos hablen en el nombre del Señor, reconociendo a Cristo como el Salvador del mundo.
  2. Que la fe aumente en la tierra, mostrando que la revelación no es estática, sino dinámica y expansiva.
  3. Que el convenio sempiterno se establezca nuevamente, devolviendo a la humanidad la plenitud de las ordenanzas y bendiciones del plan de salvación.
  4. Que el Evangelio sea proclamado a todo el mundo, incluso ante reyes y gobernantes, cumpliendo así la profecía de que el mensaje del Reino alcanzaría a toda nación, tribu y lengua.

En resumen, estos versículos revelan que la Restauración no fue solo un hecho histórico, sino una intervención divina en respuesta a un mundo en crisis espiritual. El Señor levantó a José Smith y a otros siervos débiles para mostrar que Su poder es mayor que cualquier fuerza terrenal, y que Su Evangelio tiene como fin aumentar la fe, restaurar el convenio eterno y preparar a toda la humanidad para la venida de Cristo.


Versículo 24–28
Propósito de los mandamientos y revelaciones


La revelación divina dada en la debilidad humana como medio para instruir, corregir y fortalecer a los siervos del Señor.

En estos versículos, el Señor declara con claridad la origen y propósito de Sus mandamientos: no provienen de la sabiduría humana, sino de Dios mismo. Aun así, Él los comunicó a Sus siervos “en su debilidad, según su manera de hablar”. Doctrinalmente, esto enseña un principio profundo: Dios adapta Su revelación al lenguaje, la cultura y la capacidad de entendimiento de los hombres. La revelación es perfecta en su origen, pero llega en un marco humano que hace posible que sea comprendida por los débiles y sencillos.

El Señor también explica los efectos que Sus mandamientos tienen en la vida de Sus siervos:

  1. Revelan el error: cuando un siervo se equivoca, la palabra del Señor lo deja en evidencia, mostrando la diferencia entre lo humano y lo divino.
  2. Proveen instrucción: al buscar sabiduría, encuentran dirección en la revelación, lo que confirma que el Evangelio es una fuente continua de aprendizaje.
  3. Ofrecen disciplina para arrepentimiento: los mandamientos no son solo guía, sino también corrección; la disciplina divina es un acto de amor que conduce a la conversión.
  4. Dan fortaleza y bendiciones desde lo alto: cuando el siervo es humilde, recibe poder y conocimiento espiritual, “de cuando en cuando”, es decir, de manera progresiva y conforme a su preparación.

Doctrinalmente, este pasaje enseña que la revelación es un proceso pedagógico celestial: el Señor instruye poco a poco, corrige con justicia, fortalece en la debilidad y derrama conocimiento como un don. También resalta el principio de que la humildad es la llave para recibir más luz, pues el orgulloso se cierra a la influencia del Espíritu, mientras que el humilde es preparado para ser bendecido con sabiduría desde lo alto.

En síntesis, estos versículos muestran cómo Dios, en Su misericordia, condesciende para hablar a Sus siervos en su debilidad, usando Sus mandamientos como herramientas de enseñanza, corrección y crecimiento espiritual, de modo que cada discípulo sea transformado poco a poco en un instrumento más santo y fuerte en Sus manos.


Versículo 29: “Y para que mi siervo José Smith, hijo, después de haber recibido los anales de los nefitas, tuviera el poder para traducir el Libro de Mormón mediante la misericordia y el poder de Dios.”
Este versículo reafirma que el Libro de Mormón es una obra divina, traída a la luz mediante el poder de Dios. También subraya la importancia del profeta José Smith en la restauración del evangelio.

“Y para que mi siervo José Smith, hijo”
Dios se refiere a José Smith como Su siervo, lo que indica que fue escogido divinamente para cumplir una misión específica en la Restauración del Evangelio. Este llamamiento no fue por mérito personal, sino por la voluntad y designio del Señor.
En Doctrina y Convenios 21:7-8, el Señor dice: “Porque recibirás la palabra de su boca con toda paciencia y fe. Porque sus palabras recibiréis como de mi propia boca, con toda paciencia y fe.”
Esto confirma que José Smith fue un portavoz del Señor.
Presidente Gordon B. Hinckley testificó: “José Smith fue un instrumento en las manos del Todopoderoso para traer al mundo la plenitud del Evangelio.” (Liahona, diciembre de 2005).
Esta enseñanza subraya que su misión era parte del plan divino.

“Después de haber recibido los anales de los nefitas”
Dios preservó el Libro de Mormón para los últimos días, asegurando que su testimonio saliera a la luz en el tiempo señalado. La entrega de las planchas de oro a José Smith por medio del ángel Moroni fue un evento fundamental en la Restauración.
Éter 3:22-24, donde el Señor le dice a Mahónri Moriańcumer sobre las planchas: “Y cuando los hayas escrito, sellarás los anales y no los mostrarás hasta que yo lo indique.”
Esto demuestra que Dios había preparado estos registros desde tiempos antiguos para ser revelados en el tiempo de la Restauración.
Élder Neal A. Maxwell enseñó: “El Libro de Mormón es un testigo antiguo que Dios ha preservado y revelado en nuestro tiempo como una evidencia de Su amor y misericordia.” (Liahona, noviembre de 1986).
Esto enfatiza el papel divino en la preservación y entrega de los anales nefitas.

“Tuviera el poder para traducir el Libro de Mormón”
La traducción del Libro de Mormón no fue un esfuerzo humano, sino un acto de revelación divina. José Smith no poseía el conocimiento académico para traducir un texto antiguo, sino que recibió el poder por medio del don y poder de Dios.
2 Nefi 27:19-20 profetiza: “Porque el Señor Dios ha dicho que las palabras de los fieles testificarán como un libro sellado… y no el aprenderá sino por el poder de Dios.”
Esto confirma que la traducción del Libro de Mormón se realizaría por medios divinos.
Élder Jeffrey R. Holland enseñó: “La traducción del Libro de Mormón es en sí misma un milagro. Fue un proceso divinamente guiado, efectuado en un tiempo sorprendentemente breve y sin ninguna capacidad académica por parte de José Smith.” (Liahona, noviembre de 2009).
Esto testifica que la obra de traducción fue realizada por el poder de Dios y no por el conocimiento del hombre.

“Mediante la misericordia y el poder de Dios”
Aquí se destacan dos principios claves en la obra de Dios: Su misericordia y Su poder. La misericordia de Dios permitió que el mundo recibiera el Libro de Mormón en una época de gran confusión religiosa. Su poder hizo posible que José Smith lo tradujera y lo compartiera con el mundo.
Mosíah 1:5, donde el rey Benjamín dice: “No pudiéramos haber conocido estas cosas, de no haber sido porque Dios nos las ha dado a conocer.”
Esto demuestra que solo a través de la misericordia y poder de Dios podemos recibir Su palabra.
Presidente Russell M. Nelson enseñó: “El Libro de Mormón es un don de Dios a toda la humanidad, un testamento de Su misericordia y poder para traer a Sus hijos de vuelta a Su presencia.” (Liahona, noviembre de 2017).
Esto confirma que la revelación del Libro de Mormón es una manifestación de la misericordia y el amor de Dios.
Este versículo de Doctrina y Convenios 1:29 nos enseña que la Restauración del Evangelio, la traducción del Libro de Mormón y la misión de José Smith fueron obra de Dios. No fueron logros humanos, sino milagros hechos posibles por la misericordia y el poder del Señor.
El Señor anticipó la gran apostasía y preparó un plan para restaurar Su evangelio. José Smith, a pesar de su falta de educación formal, pudo traducir el Libro de Mormón porque Dios le dio el poder para hacerlo. Esto nos recuerda que Dios capacita a quienes llama y que Su poder supera cualquier limitación humana.
Como enseñó el presidente Gordon B. Hinckley: “El Libro de Mormón es un milagro de los últimos días, una evidencia tangible de que Dios sigue revelando Su voluntad a la humanidad.” (Liahona, noviembre de 2007).
Este versículo nos invita a reconocer el Libro de Mormón como un testimonio divino, a estudiarlo y a compartirlo con el mundo, para que todos puedan experimentar la misericordia y el poder de Dios en sus vidas.


Versículo 30: “Y también, para que aquellos a quienes se dieron estos mandamientos tuviesen el poder para establecer los cimientos de esta iglesia y de hacerla salir de la obscuridad y de las tinieblas, la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra, con la cual yo, el Señor, estoy bien complacido, hablando a la iglesia colectiva y no individualmente.”
Aquí, el Señor declara que Su Iglesia ha sido restaurada con autoridad divina, siendo la única verdadera y viviente. Es una afirmación doctrinal clave sobre la restauración del evangelio en los últimos días.

“Y también, para que aquellos a quienes se dieron estos mandamientos tuviesen el poder para establecer los cimientos de esta iglesia”
Dios no solo llamó a José Smith, sino que también dio mandamientos y autoridad a otros para establecer los fundamentos de Su Iglesia. La palabra “cimientos” sugiere que la Iglesia debía ser organizada sobre principios sólidos: la revelación, el sacerdocio y las ordenanzas del Evangelio.
Efesios 2:20, donde Pablo enseña: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo.”
Esto confirma que la Iglesia debe edificarse sobre la autoridad del sacerdocio y la revelación.
Presidente Gordon B. Hinckley declaró: “El Señor estableció Su Iglesia sobre cimientos firmes: la revelación continua, la autoridad del sacerdocio y la misión divina de Jesucristo.” (Liahona, mayo de 2001).
Esto refuerza que la Iglesia no es solo una organización humana, sino una obra divina con cimientos eternos.

“Y de hacerla salir de la obscuridad y de las tinieblas”
Este pasaje hace referencia a la Gran Apostasía, un período en el que la autoridad del sacerdocio y muchas verdades del evangelio se perdieron de la tierra. La Restauración de la Iglesia de Jesucristo es el cumplimiento de la profecía de que el evangelio volvería a brillar en los últimos días.
2 Nefi 27:5, donde el Señor dice: “Porque he aquí, el Señor ha derramado sobre vosotros un espíritu de profundo sueño; porque he aquí, habéis cerrado vuestros ojos y habéis rechazado a los profetas.”
Esto confirma que el mundo estuvo en oscuridad espiritual antes de la Restauración.
Élder M. Russell Ballard enseñó: “El mundo estaba en tinieblas espirituales, pero Dios, en Su infinita misericordia, llamó a un profeta para restaurar la luz del evangelio.” (Liahona, noviembre de 2014).
Esto subraya que la Restauración es el medio por el cual el Señor sacó a la humanidad de la oscuridad.

“La única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra”
Aquí, el Señor declara que Su Iglesia no solo es la verdadera, sino también la viviente, lo que implica que es dirigida por revelación continua y autoridad divina. Este principio distingue a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días de otras denominaciones.
Doctrina y Convenios 115:4, donde el Señor nombra Su Iglesia: “Porque así se llamará mi Iglesia en los últimos días: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.”
Esto confirma que solo Su Iglesia lleva Su nombre y autoridad.
Presidente Russell M. Nelson enseñó: “El Salvador dirige Su Iglesia viviente a través de Sus profetas. Su Iglesia no es estática ni muerta, sino que progresa según Su dirección.” (Liahona, noviembre de 2018).
Esto subraya la necesidad de revelación continua en la Iglesia verdadera.

“Con la cual yo, el Señor, estoy bien complacido”
Dios expresa Su aprobación y complacencia con Su Iglesia, lo que significa que está funcionando conforme a Su voluntad. Sin embargo, esta aprobación no significa perfección en sus miembros, sino que la Iglesia sigue el plan divino.
Mateo 3:17, donde el Padre dice de Cristo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.”
De la misma manera que Dios se complacía en Su Hijo, también se complace en Su Iglesia cuando esta sigue Su voluntad.
Élder D. Todd Christofferson enseñó: “El Señor espera que Su Iglesia progrese, se fortalezca y perfeccione a Sus santos en preparación para Su Segunda Venida.” (Liahona, noviembre de 2015).
Esto confirma que Dios está complacido con Su Iglesia cuando esta se esfuerza por cumplir Su obra.

“Hablando a la iglesia colectiva y no individualmente”
El Señor deja claro que Su complacencia no significa que cada miembro individualmente sea perfecto. La Iglesia, como institución, tiene la plenitud del evangelio y la autoridad del sacerdocio, pero cada persona debe esforzarse por vivir de acuerdo con sus principios.
Doctrina y Convenios 10:67, donde el Señor dice: “He aquí, esta es mi doctrina: el que se arrepienta y venga a mí, ese es mi iglesia.”
Esto indica que cada miembro tiene la responsabilidad de vivir el evangelio para ser parte del pueblo de Dios.
Élder Dieter F. Uchtdorf enseñó: “Aunque la Iglesia es perfecta en su doctrina y misión, sus miembros están en proceso de perfeccionamiento. Todos estamos aprendiendo y creciendo en el evangelio.” (Liahona, noviembre de 2013).
Esto confirma que, aunque la Iglesia es verdadera, sus miembros aún están en proceso de alcanzar la exaltación.

Este versículo de Doctrina y Convenios 1:30 es una declaración doctrinal fundamental sobre la naturaleza y el propósito de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Nos enseña que:
1. La Iglesia fue establecida bajo la dirección de Dios y tiene fundamentos firmes.
2. Fue restaurada para sacar al mundo de la oscuridad espiritual y devolver la verdad a la tierra.
3. Es la única Iglesia verdadera y viviente, dirigida por revelación continua y poseedora de la autoridad del sacerdocio.
4. Dios está complacido con la Iglesia, pero cada miembro individual debe esforzarse para vivir el evangelio.
Este versículo refuerza la invitación del presidente Russell M. Nelson: “Aquellos que buscan la verdad pueden encontrarla en la Iglesia verdadera y viviente de Jesucristo. Su evangelio ha sido restaurado para iluminar a toda la humanidad.” (Liahona, noviembre de 2021).
Este pasaje nos invita a valorar la Restauración y vivir de acuerdo con los principios del evangelio, sabiendo que pertenecemos a la única Iglesia verdadera sobre la faz de la tierra.


Versículo 31: “Porque yo, el Señor, no puedo considerar el pecado con el más mínimo grado de tolerancia.”
Este principio doctrinal enfatiza que Dios es justo y no puede ignorar el pecado. Sin embargo, en el versículo siguiente, también promete misericordia para aquellos que se arrepientan.

“Porque yo, el Señor”
Dios se identifica como el que habla, estableciendo Su autoridad suprema y Su papel como el Legislador divino. Esto implica que lo que sigue en el versículo es una declaración inmutable sobre Su naturaleza y Su justicia.
Moisés 1:39, donde Dios declara Su propósito: “Porque he aquí, esta es mi obra y mi gloria: llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.”
Esto nos recuerda que Dios es el Ser supremo con un propósito divino y eterno.
Presidente Russell M. Nelson enseñó: “Dios es nuestro Padre y desea que seamos felices, pero Su amor nunca eclipsa Su justicia y rectitud.” (Liahona, noviembre de 2019).
Esto enfatiza que el amor de Dios siempre va acompañado de Su justicia.

“No puedo considerar el pecado”
Dios es perfectamente justo y santo, lo que significa que el pecado es completamente contrario a Su naturaleza. Él no puede aprobar, justificar o ignorar el pecado, ya que hacerlo lo haría injusto o parcial.
Habacuc 1:13, donde se describe la pureza de Dios: “Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio.”
Esto confirma que Dios no tolera la iniquidad ni la ignora.
Élder Jeffrey R. Holland enseñó: “El pecado no puede ser tolerado en la presencia de Dios, no porque Él no sea amoroso, sino porque el pecado es contrario a Su naturaleza eterna.” (Liahona, mayo de 2016).
Esto recalca que la santidad de Dios es incompatible con el pecado.

“Con el más mínimo grado de tolerancia”
Esta frase enfatiza que Dios no hace excepciones en cuanto al pecado. No hay pecados “pequeños” o inofensivos que Él pueda ignorar. Su justicia es perfecta y requiere que todo pecado sea tratado conforme a Su ley.
Alma 45:16, donde se declara la justicia de Dios: “Y así vemos que su palabra se verificará, así como ha sido verificado hasta ahora. Y así será en lo futuro; por tanto, la palabra del Señor se verificará.”
Esto nos enseña que Dios no cambia ni se contradice.
Presidente Spencer W. Kimball enseñó: “No hay transgresión menor a los ojos de Dios. Todo pecado requiere arrepentimiento y expiación.” (El Milagro del Perdón, pág. 80).
Esto confirma que ningún pecado es ignorado por el Señor.

Este versículo de nos enseña una doctrina fundamental de la justicia de Dios: Él no tolera el pecado en ninguna medida. Su santidad y pureza son absolutas, lo que significa que el pecado debe ser expiado para que podamos regresar a Su presencia.
Sin embargo, este principio no significa que Dios carezca de misericordia, sino que la expiación de Jesucristo es necesaria para satisfacer la justicia de Dios. Como enseñó el presidente Russell M. Nelson: “El Señor no puede tolerar el pecado, pero por medio de Su Hijo Jesucristo, ha provisto el medio para nuestra redención.” (Liahona, noviembre de 2018).
Este versículo nos invita a tomar en serio la santidad de Dios y la necesidad de arrepentimiento. Dios no tolera el pecado, pero ofrece misericordia a quienes se arrepienten sinceramente y buscan a Cristo.


Versículo 29–33
El Libro de Mormón y el establecimiento de la Iglesia


La traducción del Libro de Mormón y el establecimiento de la Iglesia verdadera como parte de la Restauración, acompañada de la doctrina de la justicia y la misericordia del Señor.

Estos versículos explican el propósito divino detrás de los mandamientos dados a José Smith y a los primeros discípulos. El Señor declara que, mediante Su misericordia y poder, permitió que José Smith tradujera los anales de los nefitas, dando al mundo el Libro de Mormón, un testimonio adicional de Cristo y fundamento doctrinal de la Restauración. El libro no fue producto del ingenio humano, sino del don y poder de Dios, subrayando que toda la obra de la Restauración tiene origen celestial.

El Señor también señala que los mandamientos dieron poder a Sus siervos para establecer los cimientos de Su Iglesia, sacándola de la oscuridad y de las tinieblas de la apostasía. Aquí se afirma una doctrina crucial: existe una sola Iglesia verdadera y viviente sobre la faz de la tierra, aquella que posee la autoridad divina y que ha sido reconocida por el Señor como Suya. El énfasis en “la iglesia colectiva y no individualmente” enseña que la complacencia del Señor se da sobre Su pueblo en conjunto, aunque cada individuo deba vivir en rectitud para ser aprobado personalmente.

Seguidamente, el Señor revela un principio inmutable de Su naturaleza: no puede tolerar el pecado con el más mínimo grado de permisividad. Esta declaración resalta Su justicia absoluta, recordando que Su santidad no puede ser contaminada. Sin embargo, de inmediato se equilibra con Su misericordia: el que se arrepiente y guarda los mandamientos será perdonado. La puerta del perdón está abierta, pero requiere sinceridad y obediencia.

En contraste, al que no se arrepienta se le quitará aun la luz recibida. Este principio muestra la ley espiritual de la progresión o regresión: el Espíritu del Señor guía y sostiene mientras haya disposición a obedecer, pero cuando el hombre persiste en el pecado, el Espíritu se retira y la persona pierde las bendiciones que había recibido.

En resumen, estos versículos presentan un cuadro completo de la Restauración: el Libro de Mormón como evidencia del poder de Dios, la Iglesia verdadera establecida en la tierra, la justicia divina que no puede aceptar el pecado, y la misericordia que ofrece perdón y luz a quienes se arrepienten. La obra de Dios es, a la vez, una proclamación de Su poder y una invitación a vivir en santidad bajo Su pacto eterno.


Versículo 34–36
Advertencia sobre los últimos días


El ofrecimiento universal de la revelación divina, el anuncio del día cercano de tribulación, y la promesa del reinado del Señor entre Sus santos.

En este pasaje, el Señor reafirma Su disposición a hacer saber Sus mandamientos a toda carne, es decir, a todos los hombres y mujeres sin excepción. Esto revela una doctrina fundamental: Dios no hace acepción de personas. Su voluntad es que todos, sin importar nación, lengua o condición, tengan la oportunidad de escuchar y recibir la verdad. La Restauración del Evangelio no es un mensaje limitado a un grupo selecto, sino una proclamación mundial que manifiesta el amor y la justicia de Dios.

El Señor también declara que el día de tribulación se acerca con rapidez. Aunque “la hora no es aún”, está próxima. Cuando llegue, la paz será quitada de la tierra, reflejando la turbulencia espiritual, social y política de los últimos días. En ese tiempo, el diablo ejercerá poder sobre los suyos, “su propio dominio”. Doctrinalmente, esto enseña que la humanidad que rechaza la voz de Dios inevitablemente cae bajo la influencia de Satanás, pues no hay neutralidad en la guerra espiritual: o se pertenece al Reino de Dios o al dominio del adversario.

Sin embargo, el contraste es claro: el Señor también tendrá poder sobre Sus santos. Mientras el mundo sea sacudido por la ira y la confusión, Cristo reinará en medio de Su pueblo fiel. Esta promesa resalta la seguridad espiritual de los que guardan Su convenio: aun en medio de la adversidad mundial, el Señor gobierna y protege a los que Le pertenecen. Finalmente, se anuncia que el Señor descenderá en juicio sobre Idumea, un término simbólico que representa al mundo en rebelión contra Dios. Así, el desenlace de la historia será una confrontación entre el dominio del mal y el Reino de Cristo, en la que el Señor triunfará y establecerá Su justicia eterna.

En síntesis, estos versículos unen tres doctrinas centrales: la universalidad del Evangelio (para toda carne), la realidad de los tiempos de tribulación (paz quitada y poder del diablo), y la certeza del reinado de Cristo en medio de Sus santos. Es un mensaje de advertencia y de esperanza: mientras el mundo se oscurece, el pueblo de Dios será sostenido por Su presencia y Su poder.


Versículo 37–39
Autoridad y certeza de la palabra del Señor


La certeza y permanencia de la palabra de Dios, confirmada por el Espíritu y proclamada por Sus siervos.

Estos versículos concluyen la revelación con un llamado solemne: escudriñar los mandamientos del Señor. La instrucción no es solo leer, sino examinar con profundidad, reflexionar y aplicar, porque estos mandamientos son “verdaderos y fidedignos”. Aquí se enseña que la revelación moderna no es provisional ni relativa, sino segura y absolutamente confiable.

El Señor afirma que Sus palabras son inmutables y eternas. Declara con firmeza: “Lo que yo, el Señor, he dicho, yo lo he dicho, y no me disculpo.” Con esto se recalca que Dios no modifica Su verdad para acomodarla al mundo, ni se retracta de Sus decretos. Aunque los cielos y la tierra pasen, Su palabra permanecerá. Además, establece un principio doctrinal esencial: la voz de Sus siervos, cuando hablan por inspiración, es equivalente a la voz del mismo Señor. Esta enseñanza otorga autoridad divina a los profetas y apóstoles, mostrando que obedecer sus palabras es obedecer al Señor.

Finalmente, se ofrece la confirmación espiritual: “El Señor es Dios, y el Espíritu da testimonio.” El ciclo de la revelación se completa: Dios habla, Sus siervos lo declaran, y el Espíritu confirma al corazón del creyente que es verdad. Así se establece que la verdad revelada no se desvanece, sino que permanece para siempre, invitando al lector a confiar plenamente en las promesas y advertencias del Señor.

En conjunto, este pasaje subraya tres doctrinas clave:

  1. La obligación de escudriñar la palabra revelada.
  2. La autoridad eterna e inmutable de la palabra de Dios.
  3. El testimonio del Espíritu como confirmación de la verdad.

De este modo, la sección se cierra con una afirmación solemne de que la revelación moderna es tan segura como la palabra de Dios en todas las dispensaciones, y que su cumplimiento es inevitable porque la verdad permanece para siempre jamás.


Versículo 38: “Lo que yo, el Señor, he dicho, yo lo he dicho, y no me disculpo; y aunque pasaren los cielos y la tierra, mi palabra no pasará, sino que toda será cumplida, sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo.”
Este versículo afirma la autoridad profética y la certeza de la palabra del Señor. También deja claro que cuando Sus siervos hablan bajo Su inspiración, es como si Él mismo hablara.

“Lo que yo, el Señor, he dicho, yo lo he dicho, y no me disculpo”
Esta declaración subraya la inmutabilidad y firmeza de Dios. Cuando Dios habla, Sus palabras son definitivas y no sujetas a cambios según la opinión del mundo. No se retracta ni suaviza Su doctrina para acomodarla a las tendencias de la sociedad.
Malaquías 3:6, donde el Señor declara: “Porque yo Jehová no cambio.”
Esto confirma que Dios es el mismo ayer, hoy y siempre y que Sus palabras no cambian con el tiempo.
Presidente Russell M. Nelson enseñó: “Dios no se disculpa por Sus mandamientos. No los modifica para acomodar nuestros caprichos. Su verdad es eterna.” (Liahona, noviembre de 2018).
Esto enfatiza que el Señor no ajusta Su evangelio según la cultura o la opinión pública.

“Y aunque pasaren los cielos y la tierra, mi palabra no pasará”
El Señor afirma la eternidad de Su palabra, lo que significa que Sus promesas, juicios y doctrinas son inmutables y se cumplirán. La referencia a los cielos y la tierra que pasan indica que las cosas temporales pueden cambiar, pero la palabra de Dios permanece.
Mateo 24:35, donde Cristo dice: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.”
Esto confirma que las Escrituras y las promesas de Dios son eternas.
Élder Jeffrey R. Holland enseñó: “La palabra de Dios no se desvanece con el tiempo, ni se vuelve irrelevante. Su evangelio es eterno y sigue siendo la única fuente de verdad.” (Liahona, noviembre de 2007).
Esto refuerza que el evangelio de Cristo sigue vigente en todas las épocas.

“Sino que toda será cumplida”
Cada palabra de Dios, ya sea una promesa de bendición o una advertencia de juicio, se cumplirá en Su debido tiempo. Su fidelidad es absoluta, y Sus decretos son irrevocables.
Isaías 55:11, donde el Señor declara: “Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero.”
Esto demuestra que cada palabra de Dios tendrá un efecto real y concreto.
Élder D. Todd Christofferson enseñó: “Dios no es un ser caprichoso. Lo que Él ha decretado se cumplirá con exactitud.” (Liahona, noviembre de 2011).
Esto confirma que todo lo que Dios ha revelado se llevará a cabo en Su debido tiempo.

“Sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo”
Aquí se establece el principio de la autoridad profética. Las palabras de los profetas llamados por Dios tienen la misma validez que si el Señor hablara directamente. Rechazar la voz de los profetas es, en esencia, rechazar la voz de Dios.
Amós 3:7, donde se declara: “Porque no hará nada Jehová el Señor sin que revele su secreto a sus siervos los profetas.”
Esto confirma que Dios obra en la tierra a través de Sus siervos.
Presidente Ezra Taft Benson enseñó: “La palabra de Dios hablada por Sus profetas es tan vinculante como si Él mismo hablara desde el cielo.” (Liahona, mayo de 1981).
Esto subraya que los profetas son la voz autorizada del Señor en la tierra.

Este versículo de Doctrina y Convenios 1:38 establece verdades doctrinales fundamentales:
1. Dios no cambia ni se disculpa por Sus palabras. Lo que Él ha declarado permanece firme sin importar las circunstancias.
2. Su palabra es eterna y se cumplirá. A diferencia de las opiniones humanas, la verdad de Dios no pierde relevancia con el tiempo.
3. La revelación profética tiene la misma autoridad que la voz de Dios. Los profetas son Sus portavoces, y debemos prestar atención a sus enseñanzas.
Como enseñó el presidente Russell M. Nelson: “Dios sigue hablando a Sus hijos. La revelación no ha cesado, y aquellos que escuchan a Sus siervos recibirán dirección segura en un mundo incierto.” (Liahona, noviembre de 2021).
Este versículo nos invita a confiar en la palabra de Dios y en Sus profetas, sabiendo que lo que Él ha dicho se cumplirá y que la verdad de Su evangelio es inmutable.


Conclusión final

La Sección 1 es el prefacio del Señor a Su libro de mandamientos en esta dispensación. En ella, Dios mismo presenta la razón, el poder y el propósito de la Restauración. Su voz se dirige a toda la humanidad, sin excepción, y proclama tanto advertencia como esperanza: los que rechacen Su palabra serán desarraigados, pero los que la reciban hallarán perdón, luz y fortaleza.

El Señor explica que levantó a José Smith y a siervos débiles y sencillos para confundir a lo fuerte del mundo y llevar la plenitud del Evangelio hasta los cabos de la tierra. La revelación moderna no surge de los hombres, sino que viene de Dios, quien habla en la debilidad de Sus siervos para instruir, corregir y edificar a Su pueblo.

Asimismo, se declara que el Libro de Mormón y el establecimiento de la Iglesia verdadera son evidencias del poder divino y de Su convenio eterno restaurado. Al mismo tiempo, el Señor recuerda que no puede tolerar el pecado, pero ofrece misericordia mediante el arrepentimiento. Se anuncia también que los últimos días estarán marcados por tribulación, pérdida de paz y el dominio del adversario, pero el Señor reinará en medio de Sus santos y finalmente juzgará al mundo.

La sección concluye con una solemne afirmación: los mandamientos revelados son verdaderos, inmutables y eternos; lo que el Señor ha dicho, se cumplirá; y el Espíritu mismo da testimonio de ello.

En suma, Doctrina y Convenios 1 enseña que la Restauración es una obra divina de alcance universal, establecida para preparar a la humanidad para la venida de Cristo. Su mensaje es claro: escuchar la voz del Señor hoy es la única seguridad ante el juicio venidero y la única vía para hallar paz y salvación eterna.

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