Doctrina y Convenios
Sección 100
Contexto histórico y antecedentes
Resumen breve por Steven C. Harper
El apóstata adúltero Doctor Philastus Hurlbut amenazó con “lavar sus manos en la sangre de José Smith”. Además de esa amenaza, los santos en Misuri estaban en medio de ser expulsados de la tierra prometida. En el lado positivo, la obra misional alrededor de los Grandes Lagos prosperaba. En medio del caos, José y Sidney aceptaron las invitaciones de posibles conversos y referencias de amigos y parientes, y emprendieron una misión a través de Pensilvania hacia el norte del estado de Nueva York y Ontario, Canadá.
El 12 de octubre de 1833, José hizo algo que rara vez hacía: escribió una entrada en su propio diario, o al menos parte de ella. “Me siento muy bien en mi mente”, escribió de su puño y letra, “el Señor está con nosotros, pero he tenido mucha ansiedad por mi familia”. Ese mismo día, el Señor les dio la sección 100. En ella se abordan la misión de José con Sidney Rigdon y las dos preocupaciones que ocupaban su mente ansiosa: Sion y la seguridad de su familia y de otros santos. La revelación comienza con la omnipotente seguridad del Señor de que las familias de José y Sidney estaban bien: “Están en mis manos, y haré con ellas lo que me parezca bien” (DyC 100:1).
En cuanto a la misión, el Señor da a José y Sidney consejos específicos y omniscientes que podrían garantizar su éxito, dependiendo de cómo decidieran actuar. Si José y Sidney hablan los pensamientos que el Señor ponga en sus corazones, no serán confundidos. Si declaran el evangelio solemnemente, con mansedumbre y en el nombre del Señor, Él promete que el Espíritu Santo testificará de sus palabras. Promete a José un poderoso testimonio y a Sidney la habilidad de exponer las Escrituras. Hace de José un revelador para Sidney y de Sidney un portavoz para José.
A partir del versículo 13, el Señor ofrece “una palabra acerca de Sion”. Promete protección y salvación a los hermanos que José envió a Misuri con mensajes. “Sion será redimida”, prometió el Señor, después de ser castigada y llegar a ser pura y dispuesta a servirle.
José Smith poseía una tenacidad inquebrantable. No quería rendirse respecto a Sion, ni al concepto de la Nueva Jerusalén edificada alrededor de un templo en el condado de Jackson, Misuri. Oliver Cowdery había sugerido recientemente que los santos podían empezar de nuevo en otro lugar. José resistió esa idea. Les dijo a los santos en Misuri que el Señor quería que retuvieran su tierra, que no la vendieran, que no renunciaran a Sion. Les prometió que Sion florecería a pesar del infierno, aunque no fingía saber cómo o cuándo.
José se describió a sí mismo orando con fervor y frecuencia en las semanas posteriores a la derrota de Sion. No podía entender por qué había ocurrido. Incluso dijo que había murmurado al respecto. La sección 100 consoló a José. Reforzó su fe en Sion, aunque no respondió sus preguntas sobre cómo o cuándo el Señor devolvería a los santos a la tierra prometida. José escribió, basándose en la sección 100:
“Yo sé que Sion, en el propio y debido tiempo del Señor, será redimida, pero cuántos serán los días de su purificación, tribulación y aflicción, el Señor lo ha ocultado de mis ojos; y cuando indago sobre este tema, la voz del Señor es: ¡Estad quietos, y sabed que yo soy Dios! Todos los que sufren por mi nombre reinarán conmigo, y el que pierda su vida por mi causa la hallará de nuevo.”
La sección 100 también alivió las ansiedades de José respecto a la seguridad de su familia en el hostil ambiente de Kirtland, Ohio. Al regresar de su misión de un mes, dictó la siguiente entrada en su diario: “Encontré a mi familia toda bien conforme a la promesa del Señor, por lo cual siento dar gracias a su santo nombre.”
Contexto adicional por Casey Paul Griffiths
A pesar de los desafíos que enfrentaba la Iglesia en Misuri y en Ohio, los esfuerzos misionales continuaban, y la Iglesia crecía. En septiembre de 1833, Freeman y Huldah Nickerson, conversos recientes de apenas unos meses, visitaron a José Smith y Sidney Rigdon en Kirtland y los invitaron a viajar a Perrysburg, Nueva York, para predicar a varios de sus familiares. Perrysburg estaba a una semana de viaje desde Kirtland, y José comenzó a sentir ansiedad por dejar a su familia. Sus sentimientos quizá se debían al doctor Philastus Hurlbut, un miembro excomulgado de la Iglesia que estaba incitando oposición contra la Iglesia en el área de Kirtland. En una entrada de su diario escrita pocas semanas después de la excomunión de Hurlbut, José escribió que, tras ser separado de la Iglesia, Hurlbut “buscó entonces la destrucción de los santos en este lugar [Kirtland] y, más particularmente, de mí mismo y de mi familia”.
Al llegar a Perrysburg, José escribió en su diario: “Me siento muy bien en mi mente; el Señor está con nosotros, pero [tengo] mucha ansiedad por mi familia”. A partir del contexto de Doctrina y Convenios 100, queda claro que José y Sidney también estaban profundamente preocupados por las pruebas que enfrentaban los santos en Misuri. El Señor abordó todas estas inquietudes y les dio instrucciones adicionales en esta revelación.
Versículo 1: “De cierto, así os dice el Señor a vosotros, mis amigos Sidney y José, vuestras familias están bien; están en mis manos y haré con ellas como me parezca bien, porque en mí se halla todo poder.”
Este versículo muestra la omnipotencia y cuidado personal del Señor hacia Sus hijos. Reafirma que, aunque enfrentemos preocupaciones y desafíos, nuestras familias y seres queridos están bajo Su protección. Este principio nos invita a confiar en que el Señor vela por nuestras necesidades, incluso cuando estamos separados de nuestros seres queridos.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Cuando confiamos en el Señor y entregamos nuestras preocupaciones a Él, encontramos paz en Su poder infinito.” (“La paz divina,” Conferencia General, abril de 2022).
“De cierto, así os dice el Señor”
El uso de “de cierto” denota la importancia y veracidad del mensaje. Cuando el Señor habla directamente, como en este caso, Su mensaje es firme, seguro y debe tomarse con solemnidad. En Doctrina y Convenios 1:38, el Señor afirma que lo que Él dice se cumplirá, ya sea por Su voz o la de Sus siervos.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “Cuando escuchamos al Señor, sabemos que Sus palabras son eternas y que no fallarán. Nuestra tarea es actuar con fe y obediencia.” (“Escuchen al Señor,” Conferencia General, abril de 2020).
La introducción del mensaje enfatiza que el Señor está a cargo y que lo que sigue debe ser recibido con confianza y fe.
“A vosotros, mis amigos Sidney y José”
El Señor se refiere a Sidney Rigdon y José Smith como “mis amigos,” mostrando una relación cercana entre ellos y Él. Este lenguaje refleja el amor y confianza del Señor hacia Sus siervos. En Juan 15:14-15, Cristo declara: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.”
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “Cuando servimos al Señor con dedicación, nos convertimos no solo en Sus siervos, sino en Sus amigos. Él camina con nosotros en nuestras responsabilidades.” (“Siervos y amigos del Señor,” Conferencia General, abril de 1997).
Este término resalta la confianza que el Señor tiene en Sidney y José y la cercanía que desea tener con todos Sus discípulos.
“Vuestras familias están bien; están en mis manos”
El Señor asegura a Sidney y José que sus familias están bajo Su cuidado. Este principio subraya que el Señor no solo guía a Sus siervos en Su obra, sino que también cuida de sus seres queridos. En Mateo 10:29-31, se enseña que ni un gorrión cae al suelo sin que el Padre lo sepa, asegurando Su atención a todos los detalles de nuestra vida.
El presidente Thomas S. Monson dijo: “El Señor conoce nuestras preocupaciones más profundas. Cuando ponemos nuestras cargas en Sus manos, podemos confiar en que Él cuida de aquellos a quienes amamos.” (“Confianza en el Señor,” Conferencia General, abril de 2009).
La declaración del Señor da consuelo a quienes sirven en Su obra, recordándoles que Él cuida de lo que es más importante para ellos.
“Y haré con ellas como me parezca bien”
Aquí el Señor afirma Su soberanía y Su sabiduría divina. Aunque a veces Sus acciones puedan parecer incomprensibles, todo lo que Él hace es para nuestro bien eterno. En Doctrina y Convenios 122:7, se enseña que todas las cosas que nos acontecen serán para nuestro beneficio y crecimiento.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “El Señor ve el panorama completo de nuestras vidas y actúa de acuerdo con lo que nos llevará a la mayor felicidad eterna.” (“La perspectiva eterna,” Conferencia General, abril de 2019).
Esta frase nos invita a confiar plenamente en el plan del Señor, incluso cuando no entendemos Sus caminos.
“Porque en mí se halla todo poder”
El Señor declara Su omnipotencia, recordando que nada está fuera de Su control. Este principio se encuentra en Moisés 1:39, donde Dios declara que Su obra y Su gloria son llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna de Sus hijos. La omnipotencia de Dios es una fuente de consuelo y seguridad para todos los que confían en Él.
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “Confiar en el poder de Dios significa reconocer que Él tiene el control y que Su poder puede transformar nuestras vidas en formas que no podemos imaginar.” (“El poder redentor del Salvador,” Conferencia General, octubre de 2012).
El reconocimiento del poder absoluto de Dios nos da esperanza en medio de las incertidumbres y confianza en Su capacidad para guiarnos y protegernos.
El versículo 1 combina un mensaje de consuelo, amor y confianza en el Señor. Cada frase revela principios fundamentales: la relación cercana entre Dios y Sus siervos, Su cuidado por nuestras familias, Su soberanía y poder absoluto, y Su capacidad de guiar nuestras vidas para nuestro bien eterno.
Este versículo nos invita a confiar en el plan del Señor, sabiendo que Él cuida de nuestras necesidades y de nuestros seres queridos. Al confiar en Su poder y sabiduría, podemos enfrentar los desafíos con fe, sabiendo que estamos en Sus manos y que Su propósito para nosotros es siempre redentor y eterno.
Versículos 1–4
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
Con tantas preocupaciones urgentes en el otoño de 1833, José y Sidney podrían haber delegado la misión a Perrysburg a otros élderes, pero el Señor asegura a José y Sidney que su misión a este lugar abrirá “una puerta grande y eficaz en las regiones circunvecinas” (DyC 100:3). Los dos líderes permanecieron en el área del 12 de octubre al 1 de noviembre y predicaron a varios grupos numerosos y receptivos. Entre los conversos estuvieron los dos hijos adultos de Freeman Nickerson, Moisés y Eleazar. José y Sidney también convirtieron a Lydia Bailey, quien más tarde se casó con Newel Knight, uno de los primeros conversos de José y uno de sus amigos más cercanos. Unas semanas después de que José y Sidney regresaran a Kirtland, Moisés Nickerson escribió a Sidney:
“Sus labores mientras [sic] estuvieron en Canadá han sido el comienzo de una buena obra: hay 34 miembros unidos a la Iglesia en Mount Pleasant, todos los cuales parecen vivir de acuerdo con su profesión, cinco de los cuales han hablado en lenguas y tres que cantan en lenguas; y vivimos en la cima de la montaña. Por mi parte, siento que no puedo agradecer lo suficiente por lo que he recibido: las Escrituras se me han abierto a la vista más allá de toda cuenta.”
La cosecha más importante de la “puerta eficaz” abierta por José y Sidney llegó dos años más tarde, cuando Parley P. Pratt viajó por la región predicando el evangelio. Viajando en compañía de Freeman Nickerson, Parley siguió por su cuenta hasta Toronto, donde fue fundamental en la conversión de cientos a la Iglesia. Entre esos conversos estuvieron el futuro presidente de la Iglesia John Taylor y Mary Fielding, quien más tarde se casó con Hyrum Smith. Mary Fielding se convirtió en la madre del futuro presidente de la Iglesia José F. Smith, quien a su vez fue el padre del futuro presidente de la Iglesia Joseph Fielding Smith. La “puerta eficaz” que José y Sidney abrieron en esta misión se convirtió, con el tiempo, en el portal del cual surgieron cientos de santos y tres presidentes de la Iglesia.
Doctrina y Convenios 100:5–6
Levantad vuestra voz a este pueblo; hablad los pensamientos que yo pondré en vuestro corazón, y no seréis confundidos delante de los hombres; porque se os dará en la misma hora, sí, en el mismo momento, lo que habréis de decir.
No podemos enseñar con poder espiritual a menos que contemos con la influencia del Espíritu (D. y C. 42:14). Podemos transmitir información, pero la enseñanza real solo se realiza mediante el Espíritu—cuando el corazón habla al corazón y los susurros confirmadores del Espíritu Santo tocan el alma.
Si somos dignos y estamos en sintonía con la inspiración divina, el Señor nos bendecirá con impresiones, pensamientos e inspiraciones acerca de lo que exactamente se necesita en un momento y lugar determinados. El Señor promete: “Declararéis cualquier cosa que declaréis en mi nombre, con solemnidad de corazón, con espíritu de mansedumbre, en todas las cosas. Y os doy esta promesa: que en la medida en que hagáis esto, el Espíritu Santo será derramado para dar testimonio de todas las cosas que digáis” (D. y C. 100:7–8).
La responsabilidad es nuestra; la obligación es seria.
El Señor estará con nosotros en cada paso del camino si lo buscamos humildemente con todo el corazón.
Estos versículos revelan una de las doctrinas centrales sobre la enseñanza en el Reino de Dios: el verdadero poder para edificar, convertir e inspirar a otros proviene únicamente del Espíritu Santo. No importa cuán elocuentes, preparados o informados estemos; sin el Espíritu, nuestras palabras carecen del poder de transformación espiritual.
El Señor promete a Sus siervos que pondrá en sus corazones las palabras necesarias en el momento preciso. Esta promesa es tanto reconfortante como condicionada: requiere humildad, mansedumbre, solemnidad, y hablar en el nombre de Cristo.
En otras palabras, no hablamos por nosotros mismos, sino como instrumentos en manos de Dios. Cuando lo hacemos con reverencia y rectitud, el Espíritu Santo se une a nuestro testimonio y lleva la verdad al corazón de los oyentes, como enseñó el Señor a Oliver Cowdery (D. y C. 6:23).
Este principio también se aplica a padres, maestros, líderes y misioneros. Todo aquel que enseña el evangelio debe procurar primero la compañía del Espíritu, porque solo el Espíritu puede tocar el alma y confirmar la verdad de manera duradera.
Doctrina y Convenios 100:5–6 es una promesa divina que transforma nuestra manera de enseñar y testificar: si hablamos con humildad, el Espíritu nos inspirará con poder. Esta enseñanza nos libera del miedo, del orgullo y de la inseguridad, porque no confiamos en nuestras propias palabras, sino en las que Dios pone en nuestro corazón.
En cada conversación, clase o testimonio, si buscamos al Señor con plena intención de corazón, Él nos acompañará y nos dará lo que decir en el momento exacto. Y cuando el Espíritu Santo da testimonio de nuestras palabras, se abren los corazones, se encienden testimonios y se edifican vidas eternas.
Hablar por el Espíritu no es solo un don: es una promesa para todos los que enseñan en el nombre del Señor.
Versículos 5–8
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
Mientras José y Sidney predicaban en Perrysburg, las promesas del Señor en los versículos 5, 6 y 8 se cumplieron. Las experiencias de Lydia Goldthwaite Bailey Knight, quien se convirtió durante la misión de José y Sidney en esa zona, fueron parte de ese cumplimiento. Lydia registró más tarde que, al escuchar a José Smith relatar la salida a luz del Libro de Mormón, ella “vio su rostro volverse blanco y resplandeciente; un resplandor parecía emanar de cada rasgo”. La biografía de Lydia relata que, cuando fue bautizada unos días después, exclamó en medio del agua helada: “¡Gloria a Dios en las alturas! Gracias a Su santo nombre que he vivido para ver este día”. En una reunión celebrada la noche de su bautismo, Lydia fue arrebatada en el Espíritu y habló en lenguas. Según su biografía, “ella fue envuelta como en una llama y, sin poder permanecer más en su asiento, se levantó y su boca se llenó de alabanzas a Dios y a Su gloria. El espíritu de lenguas estaba sobre ella, y fue revestida de una luz resplandeciente, tan brillante que todos los presentes la vieron claramente, aun por encima de la luz del fuego y de las velas”.
Lydia había sido previamente abandonada por su esposo, y se preguntaba cuál sería su lugar en esta nueva Iglesia. Según se registra en su biografía, antes de partir, José Smith les dijo a ella y a otros presentes:
“He estado reflexionando sobre la condición solitaria de la hermana Lydia y preguntándome por qué ha pasado por tanta tristeza y aflicción, y por qué está así separada de todos sus parientes. Ahora lo entiendo. El Señor lo ha permitido, tal como permitió que José de antaño fuera afligido, vendido por sus hermanos como esclavo a una tierra lejana y, por medio de ello, se convirtiera en un salvador para su casa y su país. Así será con ella; la mano del Señor lo dirigirá todo para bien, para ella y para la familia de su padre”.
Luego José se dirigió directamente a Lydia y le dijo:
“Hermana Lydia, grandes son tus bendiciones. El Señor, tu Salvador, te ama y transformará todas tus aflicciones pasadas en bendiciones para tu bien”.
Unos años más tarde, Lydia se mudó a Kirtland, donde conoció y se enamoró de Newel Knight, uno de los amigos cercanos de José Smith. Su matrimonio fue solemnizado personalmente por José Smith. Durante la ceremonia, José les enseñó que el matrimonio “era una institución del cielo, primero solemnizada en el Jardín de Edén por Dios mismo, mediante la autoridad del sacerdocio eterno”. Lydia y Newel permanecieron como compañeros cercanos y tuvieron siete hijos antes de la muerte de Newel en 1847, durante el éxodo hacia el oeste. Lydia murió en la fe en St. George en 1880.
La conversión de Lydia Knight es uno de los mejores ejemplos de la misión de José y Sidney que demuestra la seguridad del Señor de que “el Espíritu Santo se derramará al dar testimonio” (DyC 100:8).
Versículo 6: “Porque os será dado en la hora, sí, en el momento preciso, lo que habéis de decir.”
El Señor promete a Sus siervos que, cuando proclaman Su evangelio, no necesitan preocuparse excesivamente por qué decir, ya que el Espíritu Santo les dará las palabras necesarias. Este principio subraya la importancia de confiar en el Espíritu y prepararse espiritualmente para recibir Su guía en nuestras responsabilidades misionales y de enseñanza.
El élder D. Todd Christofferson dijo: “Cuando confiamos en el Espíritu, Él nos equipa para ser instrumentos en las manos del Señor.” (“Confianza en el Espíritu,” Conferencia General, abril de 2018).
“Porque os será dado en la hora”
El Señor promete a Sus siervos que no estarán solos en su labor de proclamar el evangelio. El Espíritu Santo les proporcionará las palabras necesarias en el momento adecuado. Esto refleja la confianza que el Señor tiene en Sus mensajeros y Su disposición para inspirarlos en Su obra. Este principio se encuentra también en Doctrina y Convenios 84:85, donde el Señor asegura que los discípulos no necesitan preocuparse de lo que dirán, pues el Espíritu les dará en ese mismo momento las palabras que necesiten.
El élder Jeffrey R. Holland dijo: “El Señor magnifica nuestros esfuerzos y, cuando sea necesario, pondrá en nuestra boca las palabras adecuadas para edificar, consolar y enseñar.” (“La obra misional: Una obra de amor,” Conferencia General, octubre de 2014).
Esta frase nos invita a confiar en el Señor y a recordar que, aunque nuestras capacidades sean limitadas, Su guía nos capacita para cumplir con nuestro deber.
“Sí, en el momento preciso”
El énfasis en el “momento preciso” recalca la puntualidad y perfección del tiempo divino. Dios actúa de manera intencionada y en el tiempo correcto, no según nuestras expectativas, sino conforme a Su sabiduría infinita. Este principio también se enseña en Eclesiastés 3:1, que afirma que todo tiene su tiempo y su momento bajo el cielo.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El tiempo del Señor rara vez coincide con nuestro tiempo, pero siempre es perfecto para lograr Su obra en nuestras vidas y en las de los demás.” (“Confía en el Señor y Su tiempo,” Conferencia General, abril de 2020).
La puntualidad del Señor nos ayuda a entender que nuestras palabras, inspiradas en el momento adecuado, tienen el potencial de impactar profundamente a quienes escuchan.
“Lo que habéis de decir”
El Señor asegura a Sus siervos que no dependerán exclusivamente de sus propias habilidades, sino que serán guiados por el Espíritu Santo para expresar las palabras correctas. Este principio destaca la importancia de actuar bajo la influencia del Espíritu en el ministerio y en el discipulado. En Mateo 10:19-20, el Salvador enseñó que no debemos preocuparnos por lo que diremos en situaciones difíciles, porque el Espíritu hablará por nosotros.
El élder Dallin H. Oaks declaró: “La guía del Espíritu Santo no solo ilumina nuestra mente, sino que también pone en nuestras bocas las palabras necesarias para bendecir a otros.” (“La revelación en nuestra vida personal,” Conferencia General, abril de 2008).
Esto nos enseña que no necesitamos tener todas las respuestas preparadas, sino que debemos confiar en el Espíritu Santo para dirigir nuestras palabras cuando compartimos el evangelio o brindamos consuelo.
El versículo 6 subraya la dependencia total en el Espíritu Santo en la obra del Señor. Cada frase enfatiza la provisión divina de palabras y guía en los momentos clave, destacando la importancia de confiar en el Señor en lugar de depender únicamente de nuestras propias habilidades.
Este principio no solo aplica a quienes están en un llamamiento misional formal, sino a todos los discípulos de Cristo en sus interacciones diarias. Al confiar en que el Espíritu nos dará las palabras correctas “en la hora, sí, en el momento preciso,” podemos cumplir con valentía y confianza las oportunidades que se nos presenten para enseñar, consolar o testificar. Este versículo nos invita a cultivar una relación constante con el Espíritu Santo para que podamos estar preparados para actuar cuando el Señor nos necesite.
Versículos 9–12
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
En el versículo 9, el Señor da a Sidney Rigdon la bendición de ser “portavoz de mi siervo José”. Esta bendición debió haber sido reconfortante para Sidney, considerando el considerable trauma que había sufrido el año anterior cuando fue brutalmente golpeado y herido durante un ataque de turba en la granja de John Johnson. Sidney fue un predicador y líder notablemente talentoso —y una parte vital de la Restauración—. George Q. Cannon escribió más tarde:
“Quienes conocieron a Sidney Rigdon saben cuán maravillosamente lo inspiró Dios, y con cuánta elocuencia maravillosa declaró la palabra de Dios al pueblo. Fue un hombre poderoso en las manos de Dios, como portavoz, mientras vivió el profeta, o hasta poco tiempo antes de su muerte.”
Varios comentaristas de las Escrituras han considerado que la bendición de Sidney de servir como portavoz de José Smith fue un cumplimiento de una antigua profecía hecha por José, hijo de Israel. En el Libro de Mormón se registra que José dijo: “Y el Señor también me dijo: Levantaré de las ramas de tus lomos a uno a quien le daré poder para llevar mi palabra a la posteridad de tus lomos; y levantaré para él a un portavoz” (2 Nefi 3:18). Sin embargo, esta profecía puede tener múltiples cumplimientos: Oliver Cowdery (DyC 28:2–3) y Hyrum Smith (DyC 124:95) también actuaron como Aarón para José Smith, el Moisés de nuestra dispensación. Pasajes como los aquí mencionados destacan el poder divino de Dios al levantar no solo a un profeta para restaurar el evangelio, sino también a una generación de hombres y mujeres preparados para edificar el reino.
Versículo 9: “Y me es prudente que tú, mi siervo Sidney, seas portavoz para este pueblo; sí, en verdad, te ordenaré para este llamamiento, sí, de ser portavoz de mi siervo José.”
El Señor asigna roles específicos a José Smith y Sidney Rigdon, destacando la necesidad de cooperación y complementariedad en Su obra. Sidney sería el portavoz, enseñando y explicando las Escrituras, mientras que José sería el revelador, confirmando la dirección divina. Esto demuestra que cada miembro en la obra del Señor tiene un rol único e indispensable.
El presidente Henry B. Eyring enseñó: “En la obra del Señor, los dones individuales son esenciales para el éxito colectivo.” (“Los dones de cooperación,” Conferencia General, octubre de 2008).
“Y me es prudente que tú, mi siervo Sidney”
El Señor identifica a Sidney Rigdon como un siervo fiel llamado a desempeñar un papel específico en Su obra. La palabra “prudente” indica que este llamamiento es una decisión sabia y necesaria dentro del plan divino. Esto subraya el principio de que el Señor elige a Sus siervos según Sus propósitos y capacidades individuales. En Doctrina y Convenios 1:23, se enseña que el Señor usa lo débil para proclamar la verdad, mostrando Su poder.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “El Señor conoce nuestras capacidades y nos coloca en situaciones donde podemos crecer y bendecir a otros de acuerdo con Su sabiduría.” (“Llamados a servir,” Conferencia General, abril de 1995).
El Señor llama a las personas no por su perfección, sino por su disposición a servir y su capacidad de ser instrumentos en Sus manos.
“Seas portavoz para este pueblo”
Sidney Rigdon fue llamado como portavoz, destacando la importancia de los diferentes roles en la obra del Señor. Este principio se encuentra en Éxodo 4:16, cuando Aarón fue designado portavoz de Moisés. El portavoz tiene la responsabilidad de comunicar de manera clara el mensaje del Señor, actuando como Su voz ante el pueblo.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “Cada llamamiento en la obra del Señor tiene un propósito único, y juntos forman un todo armonioso en la edificación del reino de Dios.” (“Siervos del Señor,” Conferencia General, abril de 2018).
Ser portavoz requiere fidelidad y preparación espiritual para asegurar que el mensaje transmitido esté en completa alineación con la voluntad divina.
“Sí, en verdad, te ordenaré para este llamamiento”
El Señor confirma que el llamamiento de Sidney Rigdon es acompañado por la ordenación, lo que implica la delegación de autoridad divina. En Doctrina y Convenios 42:11, el Señor declara que nadie debe predicar Su evangelio sin ser ordenado por alguien con autoridad. La ordenación otorga no solo autoridad, sino también acceso a la inspiración y guía necesarias para cumplir el llamamiento.
El élder Dallin H. Oaks explicó: “La ordenación al sacerdocio y el llamamiento bajo su autoridad son esenciales para llevar a cabo la obra del Señor de manera efectiva y aceptable ante Él.” (“El sacerdocio y la obra del Señor,” Conferencia General, abril de 2014).
El llamamiento y la ordenación demuestran la organización y el orden del reino de Dios, donde cada asignación es respaldada por autoridad divina.
“Sí, de ser portavoz de mi siervo José”
El Señor establece una relación complementaria entre Sidney Rigdon y José Smith. José fue llamado como revelador, mientras que Sidney serviría como portavoz para declarar y enseñar las verdades reveladas. Este modelo de colaboración refleja que en la obra del Señor, los diferentes roles son necesarios y se complementan entre sí. En Doctrina y Convenios 28:2-3, el Señor define que José Smith tiene la autoridad de recibir revelaciones para la Iglesia, pero otros pueden ayudar en la enseñanza y administración.
El élder Dieter F. Uchtdorf dijo: “En la obra del Señor, nadie trabaja solo. Cada llamado y cada responsabilidad está diseñada para complementarse y apoyarse mutuamente.” (“Levantar a los demás,” Conferencia General, octubre de 2016).
La asignación de Sidney como portavoz muestra cómo el Señor organiza Su obra para que sea eficaz y equitativa, utilizando los dones y habilidades únicos de cada individuo.
El versículo 9 resalta principios fundamentales sobre los llamamientos en la obra del Señor: la designación divina, la importancia de los roles complementarios, y la necesidad de autoridad y preparación espiritual para cumplirlos. Sidney Rigdon fue llamado como portavoz para José Smith, estableciendo un modelo de cooperación que permite que la obra del Señor avance con orden y poder.
Este versículo nos enseña que cada llamamiento tiene un propósito único dentro del plan del Señor. Ningún rol es más importante que otro; todos trabajan juntos para edificar el reino de Dios. También nos recuerda que cada llamado debe ser acompañado por la preparación espiritual y la confianza en el Señor para cumplirlo con éxito. Al seguir este modelo de colaboración, aprendemos a utilizar nuestros dones individuales para servir a los demás y a participar plenamente en la obra divina.
Versículo 13: “Y ahora os doy una palabra concerniente a Sion. Aunque sea disciplinada por un corto tiempo, Sion será redimida.”
El Señor reconoce las dificultades que enfrenta Sion, pero asegura que la redención llegará a su debido tiempo. Este versículo resalta que la disciplina y las pruebas son temporales, y que el Señor cumple Sus promesas de salvación para Su pueblo.
El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “Las promesas del Señor son seguras, y aunque el camino parezca largo, Su redención es cierta.” (“Confianza en las promesas del Señor,” Conferencia General, abril de 1997).
“Y ahora os doy una palabra concerniente a Sion”
El Señor introduce una declaración específica sobre Sion, reafirmando Su interés en el bienestar de Su pueblo y Su propósito eterno de establecer un lugar de pureza y rectitud. En las Escrituras, “Sion” se refiere tanto a un lugar físico como a un estado espiritual de pureza y dedicación al Señor (Moisés 7:18). Este versículo muestra que el Señor no olvida a Su pueblo, incluso cuando enfrentan pruebas.
El élder Bruce R. McConkie explicó: “Sion es tanto un pueblo puro como un lugar santo. Es el refugio que el Señor establecerá para los rectos.” (“Doctrina Mormona,” pág. 779).
El enfoque en Sion subraya que la obra del Señor es colectiva y espiritual, destinada a unificar y santificar a Su pueblo en un propósito común.
“Aunque sea disciplinada por un corto tiempo”
El Señor reconoce que Sion enfrentará un período de disciplina, reflejando que las pruebas y correcciones forman parte de Su plan. La disciplina es una manifestación del amor divino, diseñada para refinar y purificar a Su pueblo (Hebreos 12:6). Este principio también está presente en Doctrina y Convenios 101:4-5, donde el Señor declara que las tribulaciones permiten que Sus santos sean probados y preparados.
El presidente Dallin H. Oaks enseñó: “El Señor permite que enfrentemos pruebas y disciplina para moldearnos en la persona que Él sabe que podemos llegar a ser.” (“La obra del refinador,” Conferencia General, abril de 2001).
La disciplina divina no es un castigo final, sino un proceso temporal que prepara a los hijos de Dios para bendiciones mayores y para cumplir Su propósito eterno.
“Sion será redimida”
La redención de Sion es una promesa segura del Señor. Aunque el proceso puede ser largo y desafiante, el Señor asegura que cumplirá Sus promesas. La redención incluye tanto la restauración física como la purificación espiritual de Su pueblo. En Doctrina y Convenios 103:13, se declara que el Señor redimirá a Sion a Su tiempo, a través de la fidelidad de Sus hijos.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “El Señor cumplirá cada una de Sus promesas concernientes a Sion. Nuestro papel es preparar nuestro corazón y nuestras acciones para formar parte de esa redención.” (“Preparados para redimir a Sion,” Conferencia General, abril de 2021).
La promesa de redención nos llena de esperanza y motivación para esforzarnos en nuestra rectitud personal y colectiva. Aunque el camino sea difícil, la redención final está garantizada.
El versículo 13 contiene una poderosa promesa de esperanza para los santos. Cada frase subraya principios eternos: el enfoque del Señor en Sion como Su obra central, el propósito refinador de la disciplina y la seguridad de la redención final. Este versículo recuerda a los santos que, aunque enfrenten pruebas y desafíos, el Señor tiene un plan divino para Su pueblo.
La promesa de la redención de Sion es un recordatorio de que Dios nunca olvida a Su pueblo. Nos invita a confiar en Su tiempo, aceptar Su disciplina como una muestra de Su amor, y prepararnos espiritualmente para formar parte de Su pueblo puro y santo. Este versículo es un llamado a trabajar con fe y paciencia en la construcción de Sion, tanto en nuestros corazones como en nuestras comunidades, confiando plenamente en que el Señor cumplirá Sus promesas.
Versículos 13–17
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
Orson Hyde y John Gould (DyC 100:14) fueron enviados a comienzos de agosto a Misuri para obtener más información sobre la difícil situación de los santos allí. Estos dos élderes viajaron en un ambiente de incertidumbre y violencia, y es evidente por el versículo 14 que José y Sidney se preocupaban por su seguridad. Los sufrimientos de los santos en Sion pesaban mucho sobre ellos en ese tiempo. Pero en lugar de simplemente esperar y preocuparse en Kirtland por noticias de Misuri, la misión de José y Sidney a Perrysburg demostró su determinación de hacer el bien donde y cuando pudieran. Su tiempo en el área fue bien aprovechado y sus esfuerzos fueron recompensados con una rica cosecha de almas. A veces, el mejor remedio para sobrellevar problemas serios sobre los cuales tenemos poco control es sumergirse en el servicio a los demás.
Las experiencias que José y Sidney tuvieron en Perrysburg y sus alrededores dejaron al Profeta con un amor especial por los santos del lugar. En una carta escrita pocas semanas después de regresar a Kirtland, José escribió a sus amigos en Perrysburg:
“Recuerdo al hermano Freeman [Eleazer Freeman Nickerson] y su esposa, también a Ransom, y a la hermana Lydia [Goldthwaite Bailey], y al pequeño Charles, junto con todos los hermanos y hermanas. Suplico que me recuerden en todas sus oraciones ante el trono de misericordia en el nombre de Jesús. Espero que el Señor conceda que pueda volver a verlos a todos, y sobre todo, que podamos vencer y sentarnos juntos en el Reino de nuestro Padre.”
José también regresó a casa para encontrar que todo era tal como el Señor lo había prometido: “vuestras familias están bien; están en mis manos” (DyC 100:1). El Profeta registró su gratitud por el cumplimiento de esta promesa, escribiendo en su diario:
“Viernes, 1 de noviembre. [Salí de] Buffalo, N.Y., a las 8 de la mañana, y llegué a casa el lunes 4 [de noviembre de 1833] a las 10 de la mañana. Encontré a mi familia toda bien conforme a la promesa del Señor, por lo cual siento dar gracias a su santo nombre; Amén.”
Versículo 16: “Porque levantaré para mí un pueblo puro que me servirá en rectitud.”
El Señor revela Su propósito de establecer un pueblo que le servirá con pureza y obediencia. Esto refleja el objetivo del recogimiento de Israel y la preparación para la Segunda Venida de Cristo. También destaca la importancia de la rectitud personal y la dedicación al Señor en la edificación de Su reino.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Dios está levantando un pueblo santo para cumplir Su obra en la tierra. La pureza espiritual es esencial para formar parte de este pueblo.” (“La pureza del corazón,” Conferencia General, octubre de 2019).
“Porque levantaré para mí un pueblo puro”
El Señor promete levantar un pueblo puro, enfatizando que la pureza espiritual es esencial para participar en Su obra y recibir Sus bendiciones. Este pueblo no se refiere solo a una comunidad física, sino a un grupo de personas espiritualmente preparadas y dedicadas a vivir los principios del evangelio. En Moisés 7:18, se describe a Sion como “los puros de corazón,” destacando que la pureza interior es un requisito fundamental para pertenecer a esta comunidad sagrada.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “Dios está preparando a un pueblo santo, puro y digno para cumplir Sus propósitos divinos en los últimos días. Ser parte de este pueblo requiere dedicación y rectitud.” (“Preparados para cumplir con el recogimiento de Israel,” Conferencia General, octubre de 2018).
La pureza espiritual es tanto una meta individual como colectiva. Este principio nos invita a reflexionar sobre nuestras vidas y a esforzarnos por eliminar el pecado y las distracciones que nos alejan del Señor.
“Que me servirá en rectitud”
El servicio en rectitud implica una vida dedicada a los principios del evangelio, caracterizada por la obediencia, el amor y la integridad. Este servicio no solo se limita a actos externos, sino que incluye la devoción interna y sincera al Señor. En Doctrina y Convenios 121:45-46, se promete que quienes sirven con rectitud tendrán confianza en la presencia de Dios y Su Espíritu como guía constante.
El presidente Gordon B. Hinckley declaró: “Servir al Señor en rectitud significa más que cumplir con nuestras responsabilidades; significa hacerlo con amor, humildad y un deseo sincero de honrarlo.” (“Un servicio aceptable,” Conferencia General, abril de 2001).
El servicio en rectitud no solo es un acto de obediencia, sino también una expresión de amor hacia Dios y Sus hijos. Este servicio trae gozo y bendiciones tanto al que sirve como a quienes son beneficiados.
El versículo 16 subraya dos principios esenciales en el plan del Señor: la preparación de un pueblo puro y la necesidad de servirle con rectitud. Cada frase destaca que ser parte de este pueblo requiere dedicación personal, pureza espiritual y un compromiso profundo de vivir según los principios del evangelio.
El Señor busca a personas y comunidades dispuestas a alinear su voluntad con la Suya. Este versículo nos motiva a buscar la pureza mediante el arrepentimiento, la obediencia y el fortalecimiento de nuestra relación con Dios. Al esforzarnos por ser puros y rectos, no solo nos preparamos para Su obra, sino que también nos acercamos a la visión divina de Sion como un pueblo dedicado y consagrado a Su servicio. La promesa de pertenecer a este pueblo es tanto una invitación como un desafío a vivir de acuerdo con las normas más elevadas del evangelio de Jesucristo.
Versículo 17: “Y todos los que invoquen el nombre del Señor y guarden sus mandamientos, serán salvos.”
Este versículo destaca que la salvación está al alcance de todos, pero depende de nuestra voluntad de invocar al Señor con sinceridad y guardar Sus mandamientos. Resalta la importancia de la fe en Cristo y la obediencia como requisitos para recibir las bendiciones de la vida eterna.
El élder Dieter F. Uchtdorf dijo: “La salvación es un don ofrecido a todos, pero requiere fe activa y obediencia a los mandamientos del Señor.” (“El evangelio de Jesucristo,” Conferencia General, abril de 2015).
“Y todos los que invoquen el nombre del Señor”
Invocar el nombre del Señor implica más que una simple oración o expresión verbal; es un acto de fe, humildad y adoración. Este principio está alineado con Romanos 10:13, que dice: “Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Al invocar Su nombre, declaramos nuestra dependencia de Él y nuestra disposición a seguirlo.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Invocar el nombre del Señor significa acercarnos a Él con un corazón sincero, reconociendo Su divinidad y Su papel como nuestro Salvador.” (“La importancia del Salvador en nuestra vida,” Conferencia General, abril de 2017).
Este acto refleja una fe activa que nos conecta con el poder redentor de Cristo. Invocar Su nombre es reconocerlo como la fuente de salvación y guía.
“Y guarden sus mandamientos”
La obediencia a los mandamientos es una condición esencial para recibir las bendiciones del Señor, incluida la salvación. Guardar los mandamientos demuestra nuestro amor por Dios y nuestra disposición a someternos a Su voluntad (Juan 14:15: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.”). La obediencia no es solo cumplir con requisitos externos, sino vivir en armonía con las leyes divinas que nos protegen y bendicen.
El élder Jeffrey R. Holland dijo: “La obediencia a los mandamientos de Dios es un acto de fe y amor, y nos acerca a las bendiciones que Él desea darnos.” (“Obediencia: el primer principio del evangelio,” Conferencia General, abril de 2014).
La salvación no es solo un don, sino una colaboración entre nuestra voluntad de obedecer y la gracia redentora de Cristo. Guardar los mandamientos es un signo tangible de nuestra fidelidad.
“Serán salvos”
La promesa de salvación es universal para todos aquellos que cumplen con los requisitos establecidos: invocar el nombre del Señor y guardar Sus mandamientos. La salvación se refiere tanto a ser liberados del pecado como a recibir vida eterna en la presencia de Dios. En Doctrina y Convenios 76:40-42, se afirma que el sacrificio expiatorio de Cristo garantiza la salvación para todos aquellos que lo acepten y lo sigan.
El presidente Dieter F. Uchtdorf dijo: “La salvación está disponible para todos, pero depende de nuestra disposición de aceptar a Cristo y vivir de acuerdo con Sus enseñanzas.” (“El plan de felicidad de Dios,” Conferencia General, octubre de 2015).
La promesa de salvación nos llena de esperanza y motivación, recordándonos que es posible para todos acceder a las bendiciones eternas mediante la fe y la obediencia.
El versículo 17 destaca principios clave del evangelio: la necesidad de invocar al Señor con sinceridad, guardar Sus mandamientos, y la promesa universal de salvación para quienes lo hagan. Cada frase resalta la relación dinámica entre la fe, la obediencia y la gracia redentora de Cristo.
Este versículo nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con el Salvador y nuestro compromiso con Sus mandamientos. Nos recuerda que la salvación está al alcance de todos, pero requiere acción y dedicación de nuestra parte. Al invocar Su nombre y vivir Su evangelio, nos acercamos a Él y aseguramos nuestro lugar en Su reino eterno. Es un llamado a actuar con fe y rectitud, confiando en que Su promesa de salvación es segura para aquellos que perseveran en Su camino.
























