Doctrina y Convenios
Sección 101
Contexto Histórico
En diciembre de 1833, los Santos de los Últimos Días enfrentaban una de las crisis más graves desde el establecimiento de la Iglesia. En el condado de Jackson, Misuri, los santos habían sido despojados de sus tierras, hogares y posesiones por un populacho violento que rechazaba su presencia. Obligados a abandonar la tierra que consideraban su herencia prometida, algunos intentaron asentarse en condados vecinos, como Van Buren, Lafayette y Ray, pero las persecuciones continuaron. La mayoría de los santos se refugió en el condado de Clay, donde enfrentaban escasez, inseguridad y constantes amenazas de muerte.
En este contexto de sufrimiento y desesperanza, José Smith buscó la guía del Señor en Kirtland, Ohio. La revelación recibida durante dos días consecutivos, el 16 y 17 de diciembre de 1833, no solo ofreció consuelo, sino también dirección y una perspectiva eterna sobre las pruebas que los santos estaban enfrentando.
El Señor explicó que las aflicciones que sufrían eran permitidas como una forma de disciplina divina, un proceso diseñado para purificar y fortalecer a Su pueblo. Se les comparó con Abraham, quien también enfrentó pruebas para demostrar su fe. A través de estas dificultades, los santos serían refinados y preparados para recibir mayores bendiciones. Aunque reconoció que sus transgresiones habían contribuido a su sufrimiento, el Señor aseguró que no los desecharía completamente y que Su compasión seguiría estando con ellos.
La revelación también incluyó una promesa esperanzadora: Sion sería redimida. Aunque sus hijos habían sido esparcidos, el Señor afirmó que aquellos que permanecieran fieles y puros regresarían a sus heredades con gozo y paz. También aclaró que no se designaría otro lugar para Sion, pero que, mientras tanto, se establecerían estacas como lugares de refugio y fortaleza para los santos.
El Señor reveló visiones del Milenio, un tiempo futuro en el que la enemistad y la corrupción serían erradicadas, y la tierra sería renovada en justicia y paz. Durante ese período, toda carne vería a Dios, y el conocimiento del Señor llenaría la tierra. Estas descripciones ofrecieron una perspectiva eterna, alentando a los santos a soportar con paciencia sus pruebas actuales, sabiendo que las bendiciones finales serían incomparables.
La parábola del noble y los olivos ilustró las fallas de los santos en proteger y mantener lo que el Señor les había confiado, pero también incluyó un plan para la redención final de Sion. Se instruyó a los santos a continuar congregándose y preparándose, no con prisa ni desorden, sino con sabiduría y obediencia. Se les recordó la importancia de trabajar unidos y de buscar tierras adicionales para el crecimiento de Sion.
El Señor también reafirmó el papel de la Constitución de los Estados Unidos como una inspiración divina, diseñada para proteger los derechos de toda carne. Los santos fueron instruidos a insistir pacíficamente en sus derechos, buscando justicia a través de las autoridades civiles, pero confiando en que, al final, el Señor intervendría en su favor.
A pesar de las pruebas y la persecución, esta revelación brindó una perspectiva esperanzadora y una guía clara. Llamó a los santos a confiar en el tiempo del Señor, a mantenerse firmes en la fe y a prepararse espiritualmente para el futuro, con la certeza de que las promesas del Señor sobre Sion y Su pueblo se cumplirían plenamente.
La Sección 101 ofrece consuelo, instrucción y esperanza para los santos en medio de la adversidad. Los versículos destacados subrayan la importancia de confiar en el plan del Señor, prepararse espiritualmente, y trabajar con fe para el establecimiento de Sion y la redención final.
Cada tema refleja principios eternos: la disciplina como preparación, la soberanía de Dios, la esperanza del Milenio, y la importancia de la justicia y la libertad. Esta revelación es una guía tanto para los desafíos individuales como para los esfuerzos colectivos de los santos en la edificación del reino de Dios. Nos invita a mirar hacia el futuro con confianza, sabiendo que las promesas del Señor se cumplirán en Su tiempo perfecto.
Versículo 4: “Por tanto, es preciso que sean disciplinados y probados, así como Abraham, a quien se le mandó ofrecer a su único hijo.”
El Señor compara las pruebas de los santos con las de Abraham, destacando que las aflicciones permiten probar nuestra fe y prepararnos para recibir mayores bendiciones. Este principio resalta la importancia del refinamiento espiritual a través de las dificultades.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Nuestras pruebas nos fortalecen y nos preparan para enfrentar los desafíos del futuro con mayor fe y valentía.” (“No temas, porque estoy contigo,” Conferencia General, octubre de 2013).
“Por tanto, es preciso que sean disciplinados y probados”
El Señor declara que las pruebas y la disciplina son esenciales para el progreso espiritual. La disciplina divina no es un castigo arbitrario, sino una herramienta para fortalecer y refinar a Sus hijos, preparándolos para recibir bendiciones eternas. Este principio se encuentra también en Doctrina y Convenios 122:7, donde se enseña que todas las cosas que nos acontecen serán para nuestro bien.
El presidente Dallin H. Oaks dijo: “Las pruebas que enfrentamos no solo nos preparan para bendiciones mayores, sino que también nos ayudan a desarrollar la fe y el carácter necesarios para cumplir nuestro propósito eterno.” (“La obra del refinador,” Conferencia General, abril de 2001).
La disciplina y las pruebas nos enseñan a confiar en el Señor y a depender de Su poder, ayudándonos a crecer en fe y comprensión espiritual.
“Así como Abraham”
El ejemplo de Abraham es emblemático en las Escrituras como un modelo de fe y obediencia. Su disposición a sacrificar a su hijo Isaac, a pesar de las promesas divinas relacionadas con su linaje, demuestra su completa confianza en el Señor. Este evento es recordado en Génesis 22:1-12 y es una lección de cómo las pruebas extremas pueden fortalecer nuestra fe y llevarnos a mayores bendiciones.
El élder Neal A. Maxwell enseñó: “El Señor no solo probó la fe de Abraham, sino que también lo preparó para comprender más plenamente el sacrificio de Su propio Hijo Unigénito.” (“Endurecimiento refinador,” Conferencia General, abril de 1985).
El ejemplo de Abraham nos recuerda que nuestras pruebas más difíciles son oportunidades para demostrar nuestra devoción al Señor y aprender lecciones espirituales profundas.
“A quien se le mandó ofrecer a su único hijo”
Este acto no solo prueba la fe de Abraham, sino que simboliza el sacrificio que Dios Padre hizo al ofrecer a Su Hijo Unigénito, Jesucristo, para la salvación de toda la humanidad. En Juan 3:16, se declara que Dios entregó a Su Hijo por amor al mundo. La experiencia de Abraham también nos enseña que el Señor provee una salida en Su tiempo y de acuerdo con Su plan.
El presidente Gordon B. Hinckley explicó: “El sacrificio de Isaac por Abraham prefigura el sacrificio de nuestro Padre Celestial al ofrecer a Su Hijo Jesucristo por nosotros. Ambos actos son manifestaciones supremas de amor y fe.” (“Testimonios de Jesucristo,” Conferencia General, abril de 1998).
Esta frase nos lleva a reflexionar sobre la profundidad del sacrificio y la obediencia, ayudándonos a comprender que las pruebas más grandes pueden acercarnos al carácter divino.
El versículo 4 subraya la necesidad de las pruebas y la disciplina en el plan de Dios. Al comparar a los santos con Abraham, el Señor les enseña que, al igual que él, sus pruebas están diseñadas para fortalecer su fe y prepararlos para recibir bendiciones mayores.
Este principio aplica universalmente a todos los seguidores de Cristo. Las pruebas nos enseñan a depender del Señor y a reconocer Su sabiduría y amor, incluso cuando no entendemos completamente Su propósito. Al enfrentar nuestras propias “pruebas de Abraham”, podemos recordar que el Señor está moldeándonos para cumplir nuestro destino eterno, asegurándonos que Su plan siempre busca nuestra exaltación.
Doctrina y Convenios 101:8
En el día de su paz estimaron en poco mi consejo; pero en el día de su tribulación, por necesidad me buscan.
Parece natural acudir al cielo en tiempos de agitación o estrés. Nos sentimos impulsados a buscar guía divina y ayuda milagrosa cuando descubrimos que hay poco que podamos hacer por nosotros mismos.
Pero, ¿cómo son nuestras oraciones durante los tiempos de prosperidad, en épocas de paz y buena voluntad, en los días cuando todo parece estar en su lugar?
¿Qué tan fervientemente acudimos al trono de la gracia cuando la vida nos sonríe?
¿Con qué frecuencia derramamos nuestras almas en gratitud, pidiendo poco pero reconociendo mucho?
Doctrina y Convenios 101:8 es un pasaje conmovedor y aleccionador, que nos recuerda que nuestra relación con el Esposo (Cristo) requiere fidelidad constante—comunicarnos con Él en la alegría o en el dolor, en la salud o en la enfermedad, en la riqueza o en la pobreza.
Este versículo expone una verdad humana dolorosamente común: la tendencia a ignorar a Dios cuando todo marcha bien y a buscarlo solo en momentos de necesidad. El Señor no reprende simplemente por la falta de oración en los días de angustia, sino por haber sido olvidado en los días de paz, cuando Su consejo era más fácil de recibir y aplicar.
Dios desea una relación continua y constante con Sus hijos, no una conexión intermitente basada en la urgencia. Como lo ilustra la metáfora del Esposo (Cristo) y la esposa (la Iglesia o el discípulo), el Señor espera fidelidad en todas las estaciones de la vida, no solo cuando necesitamos ayuda inmediata.
Este principio también nos enseña que la gratitud sincera y la adoración en tiempos de prosperidad son tan vitales como la súplica en tiempos de dificultad. Las Escrituras nos llaman a “dar gracias en todo” (1 Tesalonicenses 5:18), lo cual es una señal de madurez espiritual.
Doctrina y Convenios 101:8 nos confronta con una pregunta esencial: ¿Es nuestra relación con Dios circunstancial o constante? El Señor desea que acudamos a Él en todo tiempo, en todo lugar y en toda condición, no solo cuando lo necesitamos desesperadamente.
Buscar a Dios solo en el dolor revela una fe incompleta. En cambio, quienes oran, adoran y agradecen en tiempos de paz están construyendo una fe profunda, duradera y transformadora.
Al cultivar gratitud constante, obediencia continua y dependencia diaria del Señor, demostramos amor verdadero y madurez espiritual. En vez de buscarlo por necesidad, lo buscamos por amor.
Esa es la clase de relación que el Esposo celestial anhela con cada uno de nosotros.
Doctrina y Convenios 101:16
Hay una necesidad tremenda de que los Santos de los Últimos Días simplifiquen y reduzcan. Por supuesto, debemos hacer la obra del Señor con la mayor eficiencia y eficacia posibles, porque Suya es “una casa de orden” (DyC 132:8). Además, debemos encontrar formas de escapar de la miríada de voces del mundo, de los ruidos y distracciones que desvían nuestra atención y nuestros corazones de las cosas sagradas. Aunque siempre debemos atender las tareas mundanas, los más sabios entre nosotros buscan y aprovechan oportunidades para estar a solas, escuchar el silencio y reflexionar sobre las cosas que más importan. La revelación no viene cuando nuestras almas están llenas de ruido. La voz apacible y delicada no puede oírse ni sentirse mientras los estruendos del mundo moderno suenan por doquier. Cuando estamos quietos, llegamos a saber que nuestro Dios vive y llegamos a percibir Su mente y Su voluntad para con nosotros.
Este texto hace eco de una enseñanza profunda basada en Doctrina y Convenios 101:16, que dice: “Por tanto, no os turbéis por esto, porque cuando veáis que vienen estas cosas, sabed que se cumplirán las promesas que se os han hecho.” Esta exhortación a no turbarse ante las aflicciones está íntimamente ligada al principio de confianza en el Señor y Su voluntad.
La enseñanza central del comentario es la necesidad de quietud espiritual. En un mundo saturado de estímulos, medios, demandas y ruido, se nos recuerda que el proceso revelador del Espíritu Santo requiere condiciones de recogimiento. La frase “la voz apacible y delicada” (véase 1 Reyes 19:12) nos enseña que el Señor no suele manifestarse con estruendos, sino en la paz de la mente y del corazón.
Además, se nos recuerda que la casa del Señor es una casa de orden. Este orden no se limita a estructuras físicas o jerárquicas, sino que se extiende al orden espiritual, emocional y mental que cada discípulo debe cultivar para recibir inspiración y guía.
En un mundo cada vez más ruidoso y agitado, el Señor nos llama a simplificar nuestras vidas, a buscar momentos de calma, y a priorizar lo espiritual por encima de lo mundano. Solo cuando silenciamos el ruido del mundo podemos escuchar la voz del cielo. Este principio no solo es una invitación a la meditación y la oración, sino un recordatorio de que el discernimiento espiritual y la revelación personal requieren preparación, intención y quietud.
Así, este pasaje es una invitación clara a desligarnos de las distracciones del mundo y volver nuestro corazón hacia lo eterno, recordando que cuando estamos quietos y atentos, podemos conocer verdaderamente que Dios vive y comprender mejor Su voluntad para con nosotros.
Versículo 16: “Consuélense, pues, vuestros corazones en lo concerniente a Sion, porque toda carne está en mis manos; quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios.”
El Señor llama a los santos a confiar en Su poder y plan eterno, incluso en medio de sus pruebas. Este versículo destaca la soberanía de Dios y Su compromiso de redimir a Sion.
El élder Jeffrey R. Holland declaró: “Dios está en los detalles de nuestra vida y en los asuntos de Su reino. Confiar en Él trae paz.” (“Esperanza en el plan de Dios,” Conferencia General, abril de 2016).
“Consuélense, pues, vuestros corazones en lo concerniente a Sion”
El Señor ofrece consuelo a los santos en medio de sus aflicciones y preocupaciones por Sion. Este consuelo es una manifestación de Su amor y de Su confianza en que Él cumplirá Sus promesas. Aunque los santos enfrentaban pruebas, el Señor les asegura que Su plan para Sion no será frustrado. Este principio se encuentra también en Doctrina y Convenios 103:7, donde el Señor promete que redimirá a Sion en Su tiempo.
El presidente Henry B. Eyring enseñó: “El consuelo que el Señor ofrece es una evidencia de Su amor constante y Su promesa de que Su obra avanzará, incluso en tiempos de adversidad.” (“Confianza en el Señor,” Conferencia General, abril de 2013).
El consuelo divino no elimina las pruebas, pero nos da la fortaleza y la perspectiva necesarias para soportarlas con fe, sabiendo que el Señor está al mando.
“Porque toda carne está en mis manos”
El Señor declara Su soberanía sobre toda la creación, afirmando que Él controla todas las cosas. Este principio subraya que no hay situación fuera de Su poder o conocimiento. En Moisés 1:39, se enseña que la obra y la gloria del Señor son llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna de Sus hijos, demostrando que todo lo que Él permite está dirigido hacia ese propósito.
El élder Jeffrey R. Holland dijo: “No importa cuán grande sea el desafío o la adversidad, todo está bajo el control divino del Señor, quien obra para nuestro bien eterno.” (“No te des por vencido,” Conferencia General, octubre de 2013).
Esta frase nos invita a confiar plenamente en la omnipotencia del Señor, especialmente en momentos de incertidumbre, recordando que todo está bajo Su control perfecto.
“Quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios”
El Señor nos llama a la calma y a la confianza, recordándonos que Él es Dios, el autor y ejecutor de Su plan eterno. Esto refleja el principio de fe y paciencia en Su tiempo perfecto. Este llamado a la tranquilidad también se encuentra en Salmos 46:10, donde se dice: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios.”
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Cuando confiamos en el Señor y en Su tiempo, encontramos paz, incluso en medio de las tormentas de la vida.” (“La paz que viene del Salvador,” Conferencia General, abril de 2019).
Esta frase nos invita a rendir nuestras preocupaciones al Señor y a confiar en Su sabiduría infinita, reconociendo que Él tiene el poder y el deseo de guiarnos a la paz.
El versículo 16 ofrece consuelo y esperanza a los santos que enfrentan adversidad. Cada frase subraya principios esenciales: el consuelo divino, la soberanía de Dios y la necesidad de confiar en Su poder y plan eterno. Este mensaje es un recordatorio de que, aunque las pruebas pueden ser difíciles, el Señor tiene el control y cumplirá Su propósito para Sion y Sus hijos.
Esta escritura nos invita a ser pacientes y a confiar en el Señor, recordándonos que Él está al mando y que todo sucede de acuerdo con Su tiempo y Su sabiduría. Al aprender a quedarnos tranquilos y reconocer Su divinidad, podemos enfrentar nuestras pruebas con fe y paz, sabiendo que todo obra para nuestro bien eterno.
Versículo 20: “Y he aquí, no se ha designado otro lugar sino el que he indicado; ni se designará otro lugar, aparte del que he señalado para la obra de recoger a mis santos.”
El Señor reafirma que el condado de Jackson, Misuri, es el lugar designado para Sion, mostrando Su fidelidad a Sus promesas. Sin embargo, también introduce el concepto de estacas como refugios temporales mientras se espera la redención de Sion.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “El recogimiento de Israel es el cumplimiento literal de las promesas del Señor a Sus hijos. Participar en esta obra es un privilegio y una responsabilidad.” (“El recogimiento de Israel,” Conferencia General, octubre de 2006).
“Y he aquí, no se ha designado otro lugar sino el que he indicado”
El Señor reafirma Su voluntad específica sobre el lugar designado para Sion, el condado de Jackson, Misuri. Este lugar fue señalado como el centro del recogimiento de Israel y la ubicación de la Nueva Jerusalén. La declaración subraya que los planes de Dios no cambian, aunque las circunstancias puedan retrasar su cumplimiento. Este principio se encuentra también en Doctrina y Convenios 57:2-3, donde se designa Jackson como el lugar para Sion.
El presidente Spencer W. Kimball dijo: “El Señor tiene un propósito divino para cada lugar que designa, y Su plan no se frustrará.” (“Edificar Sion: Nuestra responsabilidad,” Conferencia General, octubre de 1977).
El énfasis en el lugar específico muestra que el Señor tiene un plan divino detallado y que, aunque el tiempo para su cumplimiento no siempre es inmediato, Su propósito sigue siendo constante.
“Ni se designará otro lugar”
El Señor aclara que no habrá sustituto para el lugar originalmente señalado. Esto refleja el principio de que Su voluntad es fija y Su obra está dirigida de acuerdo con un plan eterno. A pesar de los desafíos enfrentados por los santos en Misuri, este lugar sigue siendo central para los propósitos de Dios en los últimos días.
El élder Bruce R. McConkie enseñó: “El Señor ha designado lugares santos para Su obra, y aunque las circunstancias temporales puedan cambiar, estos lugares seguirán siendo parte de Su plan eterno.” (“Doctrina Mormona,” pág. 781).
La exclusividad del lugar señalado nos invita a confiar en que el plan del Señor se cumplirá a pesar de los retrasos o aparentes contratiempos.
“Aparte del que he señalado para la obra de recoger a mis santos”
El propósito principal del lugar designado es el recogimiento de los santos, un proceso que es tanto físico como espiritual. El recogimiento físico se refiere al establecimiento de comunidades donde los santos puedan vivir el evangelio en rectitud, mientras que el recogimiento espiritual implica reunir a los hijos de Dios mediante la enseñanza y el bautismo en el evangelio de Jesucristo (Doctrina y Convenios 29:7).
El presidente Russell M. Nelson declaró: “El recogimiento de Israel es el evento más importante en la tierra hoy día. Este proceso incluye a todos aquellos que escuchan y aceptan el evangelio de Jesucristo.” (“El recogimiento de Israel,” Conferencia General, octubre de 2006).
El recogimiento es un testimonio del amor de Dios y Su deseo de reunir a Sus hijos en un lugar de refugio y seguridad espiritual.
El versículo 20 reafirma la importancia del lugar designado para Sion como parte del plan eterno de Dios. Cada frase subraya la soberanía divina y la naturaleza inmutable de Sus designios. A pesar de los desafíos y retrasos, el propósito de Sion como un lugar de recogimiento y preparación espiritual sigue siendo central en los últimos días.
Este versículo nos invita a confiar en los planes del Señor y a participar activamente en el recogimiento de Israel. Nos recuerda que, aunque los tiempos y las circunstancias puedan parecer inciertos, el Señor no cambia, y Sus promesas se cumplirán en Su tiempo perfecto. Al prepararnos espiritualmente y trabajar juntos como santos, podemos contribuir al cumplimiento de esta obra sagrada.
Versículo 26: “Y en ese día la enemistad del hombre y la enemistad de las bestias, sí, la enemistad de toda carne, cesará ante mi faz.”
Este versículo describe el estado de paz universal que caracterizará el Milenio, cuando toda corrupción y enemistad cesarán. Es un recordatorio esperanzador de que las pruebas y conflictos actuales no son permanentes.
El presidente Henry B. Eyring enseñó: “La paz que experimentaremos durante el Milenio comienza ahora en nuestros corazones cuando nos acercamos a Cristo.” (“La paz de Cristo,” Conferencia General, abril de 2017).
“Y en ese día”
La frase “en ese día” se refiere al Milenio, un tiempo futuro profetizado cuando Cristo regrese y gobierne personalmente la tierra. Este período será marcado por paz universal y la culminación del plan de salvación en la tierra. Este principio se encuentra en Isaías 11:6-9, donde se describe un tiempo en que los animales convivirán en armonía y la tierra estará llena del conocimiento del Señor.
El presidente Dallin H. Oaks dijo: “El Milenio será un tiempo de paz y justicia, cuando Cristo reinará y la tierra será transformada en un paraíso de rectitud.” (“La Segunda Venida y el Milenio,” Conferencia General, abril de 2000).
La referencia a “ese día” nos invita a mirar hacia el futuro con esperanza y preparación espiritual, sabiendo que este tiempo será una manifestación del poder y la gloria de Cristo.
“La enemistad del hombre y la enemistad de las bestias”
La enemistad entre los hombres y las bestias es una consecuencia de la Caída de Adán, cuando la armonía original entre la creación fue interrumpida (Génesis 3:17-19). En el Milenio, esta enemistad será eliminada, y la tierra será restaurada a su estado paradisíaco original. Este principio también se menciona en Doctrina y Convenios 101:24-25, donde se promete que toda cosa corruptible será consumida y todas las cosas serán hechas nuevas.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “La tierra será renovada y recibirá su gloria paradisíaca, restaurando la paz y la armonía que existían antes de la Caída.” (“Preparados para la Segunda Venida,” Conferencia General, octubre de 2004).
Este versículo nos recuerda que la redención no solo es personal, sino también universal, incluyendo la restauración de la armonía entre toda la creación.
“Sí, la enemistad de toda carne, cesará ante mi faz”
La frase “cesará ante mi faz” enfatiza que esta paz será un resultado directo del gobierno personal de Cristo en la tierra. Su presencia eliminará todo conflicto, no solo entre los hombres y las bestias, sino también entre los seres humanos mismos. En Doctrina y Convenios 45:59, se describe que Cristo será el Rey sobre toda la tierra y que Su paz será universal.
El presidente Henry B. Eyring declaró: “Cuando Cristo reine, la paz que trae Su presencia llenará toda la tierra, y las disputas y enemistades serán cosa del pasado. (“El Príncipe de Paz,” Conferencia General, abril de 2017).
Este principio nos inspira a esforzarnos por establecer la paz en nuestras propias vidas y comunidades, anticipándonos al tiempo en que Cristo traerá paz a toda la creación.
El versículo 26 ofrece una visión esperanzadora del futuro, cuando la tierra será transformada bajo el reinado de Jesucristo y la paz reemplazará toda enemistad. Cada frase destaca aspectos del plan de redención, que incluye tanto la restauración de la humanidad como de toda la creación.
Este versículo nos invita a vivir de manera que promovamos la paz y la armonía ahora, preparándonos para el tiempo en que Cristo reinará. También nos recuerda que la salvación y la redención son universales, abarcando no solo a las personas, sino a toda la creación, que será renovada y perfeccionada en Su presencia. Al trabajar por la paz en nuestras vidas y comunidades, anticipamos con gozo el día en que la paz de Cristo llenará toda la tierra.
Doctrina y Convenios 101:36 “Por tanto, no temáis ni aun hasta la muerte; porque en este mundo vuestro gozo no es completo, pero en mí vuestro gozo es completo.”
Las bellezas y maravillas de la naturaleza, la inocencia de los niños pequeños, los actos de bondad—estas son algunas de las muchas escenas que nos hacen sentir gratitud por la vida. Hay mucho placer que puede disfrutarse en el mundo actual: cosas que agradan a la vista, alegran el corazón, fortalecen el cuerpo y vivifican el alma (DyC 59:18–19).
Pero la plenitud del gozo, la paz que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7), viene solo a través de Jesucristo.
Por medio de Él renacemos, somos renovados, reconciliados y redimidos.
Parafraseando a C. S. Lewis: creemos en Cristo así como creemos que ha salido el sol, no solo porque lo vemos, sino porque gracias a su luz podemos ver todas las demás cosas con mayor claridad (The Weight of Glory, p. 106).
Es mediante nuestro Salvador y su luz maravillosa que podemos ver las cosas como realmente son y encontrar no solo un gozo más profundo en esta vida, sino una plenitud de gozo en la vida venidera.
Doctrina y Convenios 101:36 es un poderoso recordatorio de que la verdadera plenitud del gozo solo se halla en Cristo. En la vida terrenal podemos experimentar alegría genuina en momentos de belleza, bondad y amor; sin embargo, esa alegría es incompleta sin el componente eterno que proviene del Salvador.
El texto también enseña una verdad fundamental del plan de salvación: aunque esta vida ofrece momentos de felicidad, nuestra experiencia aquí es preparatoria y transitoria. El gozo eterno y perfecto está reservado para quienes están en Cristo, quienes han sido redimidos y reconciliados con Dios mediante Su expiación.
La referencia a C. S. Lewis es doctrinalmente rica: la luz de Cristo no solo ilumina nuestra visión espiritual, sino que nos permite interpretar correctamente toda la realidad. Como dice Mosíah 16:9, Cristo es “la luz y la vida del mundo”, y solo mediante Su luz podemos ver la vida con claridad espiritual.
Este pasaje nos invita a no temer ni siquiera a la muerte, porque el verdadero gozo no reside en las circunstancias terrenales, sino en nuestra relación con Jesucristo. La vida mortal, con todos sus placeres y desafíos, no puede ofrecernos una plenitud duradera sin el Salvador.
Solo en Cristo hay un gozo eterno, una paz profunda y una claridad de propósito que trasciende el tiempo y la mortalidad. Así, mientras disfrutamos de las bendiciones de la vida terrenal, somos llamados a centrar nuestro corazón en lo eterno, confiando en que la plenitud de gozo se encuentra únicamente en Él, tanto ahora como en la vida venidera.
Doctrina y Convenios 101:39–40 “Cuando los hombres son llamados a mi evangelio sempiterno y hacen convenio sempiterno, son tenidos por la sal de la tierra y la sal de los hombres; […] por tanto, si esa sal de la tierra pierde su sabor, he aquí, entonces no sirve para nada.”
Los versículos 39 y 40 de Doctrina y Convenios 101 testifican que el pueblo del convenio—aquellos que han salido del mundo hacia la luz maravillosa de Cristo, que han aceptado Su evangelio y participado en las ordenanzas salvadoras—tienen la sagrada obligación de ser la sal de la tierra.
La sal no pierde su sabor con la edad; más bien, lo pierde por la mezcla y la contaminación. El pueblo del convenio está llamado a vivir en el mundo, pero evitando la mundanalidad; a participar en la vida diaria sin tomar parte de lo prohibido.
El mundo debería ser diferente—mejor—porque los santos están en él.
Así como la sal mejora el sabor, el pueblo del convenio debe sacar lo mejor de los demás.
Y así como la sal preserva, el pueblo del convenio debe hacer todo lo posible por preservar la tierra en la que ha sido puesto, así como conservar y aferrarse con firmeza a los valores absolutos y a las enseñanzas consagradas por el tiempo.
Esta enseñanza se basa en la metáfora que el mismo Salvador utilizó en el Sermón del Monte (Mateo 5:13): “Vosotros sois la sal de la tierra.” Aquí, en Doctrina y Convenios, el Señor la aplica directamente a los miembros del nuevo y sempiterno convenio, es decir, a aquellos que han aceptado plenamente Su evangelio restaurado.
La sal representa pureza, influencia, preservación y propósito. No pierde su eficacia por el paso del tiempo, sino cuando se mezcla con impurezas, una advertencia clara contra la contaminación espiritual y moral.
La responsabilidad del pueblo del convenio es doble: (1 ) Elevar y enriquecer la vida de otros, como lo hace la sal al realzar el sabor. (2) Preservar la verdad, los valores eternos y la justicia, actuando como barrera contra la corrupción del mundo.
Esta es una llamada solemne a la consagración, no solo a una vida de rectitud personal, sino también a una influencia santificadora en la sociedad.
El Señor espera que Su pueblo del convenio sea una influencia activa y positiva en el mundo, sin dejarse corromper por él. Perder el «sabor» significa dejar de cumplir el propósito divino para el cual fuimos llamados. Como discípulos de Cristo, debemos ser distintos sin ser distantes, influentes sin ser arrogantes, y firmes sin ser fanáticos.
El mensaje es claro: si hemos hecho convenios con Dios, nuestra vida debe reflejar esa consagración. Y si no preservamos nuestra santidad y propósito, nuestra utilidad espiritual disminuye.
Ser “la sal de la tierra” no es solo un símbolo; es una misión sagrada de santificar el mundo a través de la fidelidad al evangelio de Jesucristo.
Versículo 77: “De acuerdo con las leyes y la constitución del pueblo que yo he permitido que se establecieran, y que deben preservarse para los derechos y la protección de toda carne, conforme a principios justos y santos.”
El Señor afirma que la Constitución de los Estados Unidos fue inspirada divinamente para proteger la libertad y garantizar los derechos de todos. Este versículo nos invita a defender los principios justos y santos en nuestras sociedades.
El presidente Ezra Taft Benson dijo: “La Constitución es un documento inspirado que establece un marco para la libertad y el albedrío humano.” (“Nuestro deber de defender la Constitución,” Conferencia General, octubre de 1987).
“De acuerdo con las leyes y la constitución del pueblo”
El Señor afirma que la Constitución y las leyes del país tienen un papel divinamente inspirado. Esto resalta que la libertad y el gobierno basado en principios justos son esenciales para Su plan de salvación. Las leyes justas permiten la libertad de religión y el albedrío, que son fundamentales para el progreso espiritual de Sus hijos. Este principio también se encuentra en Doctrina y Convenios 101:80, donde el Señor declara que la Constitución fue establecida por hombres sabios a quienes Él levantó para este propósito.
El presidente Ezra Taft Benson enseñó: “La Constitución de los Estados Unidos fue inspirada por Dios para garantizar la libertad y preparar el camino para la restauración del evangelio.” (“Nuestro deber de defender la Constitución,” Conferencia General, octubre de 1987).
El Señor valida el sistema de leyes justas como una base esencial para garantizar la libertad necesaria para que Su evangelio prospere.
“Que yo he permitido que se establecieran”
El Señor toma crédito por permitir que estas leyes se establecieran, subrayando Su mano en la preparación del terreno para la restauración del evangelio. Esto refleja Su gobierno providencial en los asuntos de las naciones para cumplir Su plan eterno. En Doctrina y Convenios 88:78-79, se instruye a los santos a aprender sobre los gobiernos y las leyes para comprender mejor cómo participan en el plan de Dios.
El élder Dallin H. Oaks dijo: “El Señor usa a los gobiernos y a los líderes del mundo como instrumentos en Sus manos para preparar el camino para Su obra.” (“El gobierno y el evangelio,” Conferencia General, octubre de 1992).
La mano de Dios está presente en la historia, guiando el desarrollo de sistemas que permiten la libertad religiosa y el progreso de Su obra.
“Y que deben preservarse para los derechos y la protección de toda carne”
El Señor enfatiza que estas leyes no solo son para los santos, sino para la protección de toda la humanidad. Esto refleja Su amor universal y Su deseo de que todos Sus hijos disfruten de los derechos fundamentales, como la libertad de religión y el albedrío. En Doctrina y Convenios 134:1-2, se enseña que los gobiernos deben garantizar los derechos fundamentales de sus ciudadanos.
El presidente Gordon B. Hinckley declaró: “La libertad es un don precioso que debemos defender para que todos los hijos de Dios puedan disfrutar de sus derechos divinos.” (“Defender la libertad,” Conferencia General, abril de 1995).
La preservación de leyes justas es un mandato divino que asegura los derechos esenciales para todos, promoviendo la equidad y la justicia.
“Conforme a principios justos y santos”
El Señor declara que las leyes y la Constitución están basadas en principios justos y santos. Esto significa que los gobiernos deben alinearse con la verdad divina y los principios morales que garantizan la justicia y la equidad. En Doctrina y Convenios 98:5-7, se enseña que las leyes justas son justificables ante Dios porque están basadas en principios de libertad y verdad.
El élder Neal A. Maxwell enseñó: “Los principios santos que rigen los gobiernos inspirados reflejan los atributos divinos de justicia, misericordia y libertad.” (“La mano de Dios en los asuntos de las naciones,” Conferencia General, octubre de 1976).
La justicia y la santidad son esenciales para cualquier gobierno que busque reflejar los valores divinos y servir a la humanidad.
El versículo 77 resalta el papel divino de la Constitución y las leyes justas en el plan de Dios. Cada frase subraya principios eternos: la inspiración divina en la creación de gobiernos, la importancia de preservar la libertad y la justicia, y la necesidad de proteger los derechos fundamentales de toda la humanidad.
Este versículo nos llama a ser ciudadanos activos y responsables, defendiendo principios justos y apoyando sistemas que promuevan la libertad, la equidad y la dignidad humana. También nos recuerda que la preservación de estos principios no solo beneficia a los santos, sino a toda la humanidad, reflejando el amor universal del Señor y Su deseo de que todos tengan la oportunidad de progresar espiritual y temporalmente.
Doctrina y Convenios 101:78 “Para que todo hombre obre en doctrina y principio concernientes al porvenir, conforme al albedrío moral que le he dado, a fin de que todo hombre sea responsable por sus propios pecados en el día del juicio.”
El Señor quiere que usemos nuestro albedrío para elegir obedecerle. El diablo no puede obligarnos a pecar, y el Señor no nos forzará a hacer lo justo; de lo contrario, ¿qué sentido tendrían nuestras elecciones? Estamos en la mortalidad para demostrar, mediante nuestras decisiones, si deseamos ser parte del reino de Dios más que cualquier otra cosa.
“Si cuestionas todo lo que se te pide hacer, o si te resistes ante cada desafío desagradable, dificultas que el Señor pueda bendecirte”, dijo el élder Richard G. Scott.
Tu albedrío, el derecho a tomar decisiones, no se te ha dado para que consigas lo que tú quieras. Este don divino ha sido provisto para que elijas lo que tu Padre Celestial desea para ti. Así, Él puede guiarte para llegar a ser todo lo que Él desea que seas. Ese camino conduce a un gozo y felicidad gloriosos (Ensign, mayo de 1996, pág. 25).
Estamos aquí en estado de probación. Que elijamos libremente lo correcto.
Doctrina y Convenios 101:78 declara con claridad uno de los principios eternos del plan de salvación: la responsabilidad moral individual. Dios nos ha dado albedrío moral —la capacidad de elegir entre el bien y el mal con consecuencias eternas— para actuar conforme a principios verdaderos que miran al futuro eterno.
Esta doctrina refuta la falsa noción de que estamos sujetos fatalmente a nuestras circunstancias o tentaciones. Satanás no tiene poder coercitivo, y Dios, en Su amor, no impone la obediencia. El propósito de la vida mortal es elegir libremente lo justo, desarrollando un carácter que refleje nuestros deseos más profundos.
El testimonio del élder Richard G. Scott amplifica esta verdad: Dios desea bendecirnos, pero no puede violar nuestra voluntad. Si resistimos o cuestionamos constantemente, limitamos la influencia divina en nuestras vidas. Por otro lado, si escogemos lo que Él desea, abrimos paso a una transformación divina.
El principio del albedrío no es solo un derecho, sino una responsabilidad sagrada. Cada elección que tomamos refleja quiénes somos y en qué deseamos convertirnos. El día del juicio no se tratará tanto de los errores cometidos, sino de las decisiones sostenidas que demostraron si amábamos más a Dios que al mundo.
El camino hacia la alegría eterna y la plenitud divina comienza con decisiones justas hechas con un corazón sincero. Que cada uno de nosotros use su albedrío no para obtener lo que quiere, sino para llegar a ser lo que Dios desea que seamos. Esa es la verdadera libertad y la única senda hacia el gozo perdurable.
Versículo 85: “Así compararé a los hijos de Sion. Insistan a los pies del juez.”
El Señor instruye a los santos a buscar justicia pacíficamente y a perseverar en sus esfuerzos, siguiendo la parábola de la mujer y el juez injusto. Esto enseña la importancia de la paciencia, la fe y la confianza en la justicia divina.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “La justicia divina siempre prevalecerá, aunque a veces parezca demorar. Nuestra tarea es permanecer firmes y fieles.”(“Confiemos en el Señor,” Conferencia General, octubre de 1995).
“Así compararé a los hijos de Sion”
El Señor compara a los hijos de Sion con la parábola de la mujer y el juez injusto (Lucas 18:1-8), destacando la importancia de la persistencia y la fe en la búsqueda de justicia. Los hijos de Sion representan al pueblo del convenio, quienes están llamados a ser firmes y pacientes en sus esfuerzos por establecer la rectitud y la verdad.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Ser hijos de Sion significa estar comprometidos con la edificación del reino de Dios, incluso cuando enfrentamos oposición o retrasos.” (“El recogimiento de Israel: Una obra gloriosa,” Conferencia General, octubre de 2020).
Los hijos de Sion son llamados a actuar con fe y perseverancia, confiando en que el Señor intervendrá en Su tiempo perfecto.
“Insistan a los pies del juez”
El Señor instruye a Su pueblo a buscar justicia persistentemente, incluso en sistemas terrenales que puedan ser injustos o corruptos. Esto refleja el principio de que los santos deben utilizar todos los medios legales y pacíficos disponibles para defender sus derechos, mientras confían en la intervención divina. Este principio se encuentra en Doctrina y Convenios 101:76-78, donde el Señor instruye a los santos a insistir en sus derechos conforme a las leyes y la Constitución.
El élder Jeffrey R. Holland declaró: “El Señor espera que seamos valientes en la defensa de la justicia, usando los recursos disponibles con paciencia y fe en Su plan eterno.” (“Aférrense a la esperanza,” Conferencia General, abril de 2021).
La instrucción de “insistir” implica una acción persistente y determinada, mostrando que la fe no es pasiva, sino activa y participativa.
El versículo 85 enfatiza la importancia de la perseverancia y la fe en la búsqueda de justicia, tanto en los asuntos terrenales como en los espirituales. Al comparar a los hijos de Sion con la mujer persistente de la parábola, el Señor enseña que la justicia divina es segura, pero también espera que Su pueblo actúe con paciencia y determinación dentro de los sistemas legales y sociales.
Este versículo nos invita a confiar en que el Señor hará justicia, pero también nos llama a ser agentes activos en la defensa de la verdad y la equidad. Los hijos de Sion deben ser ejemplo de persistencia, rectitud y fe, sabiendo que el Señor cumplirá Sus promesas y que Su justicia prevalecerá en el tiempo adecuado.
























