Doctrina y Convenios Sección 105

Doctrina y Convenios
Sección 105


Contexto Histórico

En el caluroso verano de 1834, un grupo de santos marchaba con determinación hacia el condado de Jackson, Misuri, bajo el liderazgo de José Smith. Este grupo, conocido como el Campo de Sion, no era un ejército ordinario; estaba compuesto por hombres, jóvenes y ancianos, unidos por la fe y la esperanza de restaurar a los santos a sus tierras legítimas, de las cuales habían sido brutalmente expulsados por los habitantes locales. Aquellas tierras habían sido consagradas como Sion, un lugar prometido por el Señor para el recogimiento de su pueblo.

El viaje no estuvo exento de desafíos. Los rumores sobre el propósito del Campo de Sion se extendieron rápidamente, sembrando miedo y desconfianza entre los habitantes de Misuri. Previendo represalias, algunos de estos habitantes atacaron a los santos que residían en el cercano condado de Clay, intensificando las tensiones. Mientras tanto, el gobernador de Misuri, quien inicialmente había prometido apoyo para restaurar las tierras a los santos, retiró su respaldo, dejando al Campo de Sion en una situación precaria.

Fue en este contexto de incertidumbre, persecución y desafíos que José Smith buscó al Señor en oración. A orillas del río Fishing, Misuri, el 22 de junio de 1834, recibió una revelación que cambiaría el curso de la expedición y el enfoque hacia Sion.

El Señor reveló que la redención de Sion no sería inmediata. A pesar de los sacrificios del Campo de Sion, los santos en general no estaban preparados espiritualmente para cumplir con los elevados estándares de la ley celestial. Faltaban la obediencia, la unidad y la disposición de consagrar bienes a los pobres, principios fundamentales para establecer Sion. Además, el Señor indicó que los santos debían recibir una investidura de poder espiritual en el templo de Kirtland antes de poder llevar a cabo la obra de redención.

El Señor prometió que Él mismo pelearía las batallas de Sion y desharía a sus enemigos, pero en su debido tiempo. Mientras tanto, los santos debían ser pacientes, prudentes y pacíficos, evitando jactarse de su fe o de sus obras poderosas. El mandamiento era claro: debían congregarse con cuidado y buscar establecer relaciones pacíficas con los habitantes locales, incluso aquellos que los habían perseguido.

El Señor también instruyó que los santos compraran tierras en el condado de Jackson y en los condados vecinos, siguiendo los principios de consagración. Además, se les mandó alzar un estandarte de paz, proclamando este mensaje hasta los confines de la tierra. La obra de Sion sería reconocida como el reino de Dios solo cuando los santos se santificaran y el ejército de Israel fuera numeroso, resplandeciente y claro como el sol y la luna.

En su misericordia, el Señor aceptó las oraciones y los sacrificios de los fieles que habían participado en el Campo de Sion, viéndolos como una prueba de su fe. Prometió estar con ellos hasta el fin, asegurando que, a pesar de los retrasos y las pruebas, su obra en Sion se cumpliría en su tiempo perfecto.

Esta revelación no solo redirigió el enfoque inmediato del Campo de Sion, sino que también estableció principios eternos sobre la preparación espiritual, la obediencia y la santificación necesarias para construir Sion, tanto en los días de José Smith como en generaciones futuras.

Los temas de esta sección enfatizan la obediencia, la paz, la santificación y la preparación espiritual como requisitos fundamentales para la redención de Sion. A través de estas enseñanzas, el Señor establece un modelo eterno para la construcción de Su reino: un equilibrio entre la fe, la acción y la confianza en Su poder.


Doctrina y Convenios 105:3: “Pero he aquí, no han aprendido a ser obedientes a las cosas que requerí de sus manos, sino que están llenos de toda clase de mal, y no imparten de sus bienes, como conviene a los santos, a los pobres y afligidos entre ellos.”

Los verdaderos santos manifiestan su compromiso del convenio con Cristo al compartir libremente sus bienes con los demás. El élder Joe J. Christensen dijo:
“Cuanto más estén nuestros corazones y mentes orientados a ayudar a otros menos afortunados que nosotros, más evitaremos los efectos espiritualmente corrosivos que resultan de la codicia, el egoísmo y la indulgencia excesiva. Nuestros recursos son una mayordomía, no posesiones nuestras. Estoy seguro de que literalmente se nos pedirá rendir cuentas ante Dios respecto a cómo los hemos utilizado para bendecir vidas y edificar el reino” (Liahona, mayo de 1999, pág. 10).

Nada castiga tanto al alma como la mentalidad egoísta de escasez centrada en uno mismo. Una de las medidas más seguras de nuestra devoción a Cristo es nuestra disposición a extendernos abundantemente hacia los demás con amor.
El término “bienes” implica más que dinero. También incluye el tiempo: el deseo de escuchar y darse a uno mismo, el anhelo de servir y elevar a otro. Los justos imparten libremente de sus bienes.

Este versículo y comentario enfatizan una verdad fundamental del Evangelio: la obediencia al Señor se manifiesta en actos concretos de generosidad, sacrificio y servicio. El Señor reprende al pueblo por no compartir sus bienes con los pobres, y declara que esta falta de caridad es evidencia de su desobediencia y corrupción espiritual.

En el Reino de Dios, la mayordomía reemplaza la posesión egoísta. Los recursos materiales, el tiempo y la capacidad de servir no se nos han dado únicamente para nuestro beneficio, sino para ser instrumentos en las manos de Dios para bendecir a Sus hijos. No hacerlo, especialmente cuando vemos la necesidad en otros, es una señal de que aún no hemos llegado a ser verdaderos discípulos.

El Señor desea que aprendamos la ley celestial del amor y la consagración, donde lo que tenemos es de todos, y nadie sufre necesidad (véase Mosíah 18:27–29; Hechos 4:32–35).

Doctrina y Convenios 105:3 nos recuerda que la obediencia a Dios no es abstracta, sino que se manifiesta en cómo tratamos a los necesitados entre nosotros. Compartir nuestros bienes—ya sean materiales, emocionales o espirituales—es una señal tangible de nuestra conversión, humildad y fidelidad al convenio.

Como discípulos de Cristo, debemos vivir con un sentido profundo de mayordomía y no de propiedad. Y al hacerlo, no solo bendecimos a los demás, sino que nos purificamos y acercamos más al carácter de Cristo, quien “no vino para ser servido, sino para servir” (Marcos 10:45). Al dar, llegamos a ser verdaderamente Sus manos y Su corazón en la tierra.


Doctrina y Convenios 105:5–6: “Sión no puede ser edificada si no es conforme a los principios de la ley del reino celestial; de lo contrario, no puedo recibirla para mí.
Y mi pueblo tiene que ser castigado hasta que aprenda obediencia, aunque tenga que ser por las cosas que padezca.”

Sión se edifica sobre la ley del reino celestial, la cual requiere que aprendamos obediencia y sumisión al buscar con todo nuestro corazón llegar a ser más como el Señor.
El Señor castiga a los que ama (D. y C. 95:1). Él sabe que si hemos de desarrollar los atributos de la divinidad, debemos aprender a obedecer, debemos ablandar nuestro corazón, seguir al Salvador y ejercer nuestro albedrío aun en medio del sufrimiento (Hebreos 5:8).
El proceso de corrección o castigo varía en cada persona. Como saben los padres con más de un hijo, cada uno es diferente y necesita una cantidad y un método distinto de corrección. Algunos requieren más; otros muy poco.
Pero todos debemos ser castigados por el Señor. Así es como aprendemos, crecemos, somos santificados ante Él y maduramos en las cualidades divinas.
Sión se edifica persona por persona, de manera silenciosa y constante, a medida que volvemos el corazón al cielo con obediencia voluntaria y sumisión humilde.

Este pasaje enseña una verdad esencial del Evangelio: Sión no es solo un lugar físico o un grupo de personas; es una condición espiritual basada en la ley celestial. Esa ley demanda obediencia voluntaria, sumisión al Señor y una disposición constante a ser enseñados por Él, incluso mediante el sufrimiento.

El Señor no edifica Sión con personas rebeldes o indiferentes. Solo puede recibir como suyos a aquellos que están dispuestos a vivir según los principios del cielo. Por eso, permite que pasemos por pruebas, no como castigos arbitrarios, sino como medios de purificación y preparación. Es un proceso de santificación que refina nuestras almas y nos asemeja más a Cristo.

La frase “mi pueblo debe ser castigado hasta que aprenda obediencia” refleja una misericordiosa determinación divina: nos ama lo suficiente como para corregirnos, como un padre amoroso que busca lo mejor para sus hijos (Hebreos 12:6).

La edificación de Sión comienza con la transformación individual. No podemos esperar que Sión descienda del cielo si no estamos dispuestos a vivir la ley del cielo. Esta ley exige que nos volvamos al Señor con un corazón quebrantado y un espíritu contrito, dispuestos a obedecer y a ser moldeados incluso por medio del dolor.

La obediencia, la humildad y la disposición a sufrir por Cristo son los cimientos sobre los cuales se construye Sión. Cada sacrificio ofrecido, cada prueba soportada con fe, cada acto de sumisión al Señor nos acerca más a esa sociedad santa que Él desea establecer entre nosotros.

En última instancia, Sión no es solo un lugar que construimos, sino una persona en la que nos convertimos.


Versículo 5: “Y no se puede edificar a Sion sino de acuerdo con los principios de la ley del reino celestial; de otra manera, no la puedo recibir para mí mismo.”
Este versículo establece un principio fundamental para los santos: Sion no puede edificarse solo mediante esfuerzo humano; requiere vivir según los elevados principios de la ley celestial, tales como la obediencia, la unidad y la consagración. El Señor recalca que Sion no es solo un lugar físico, sino una condición espiritual de los corazones y las vidas de quienes la habitan.

“Y no se puede edificar a Sion…”
Esta declaración establece que la construcción de Sion no es un simple proyecto terrenal; no se logra únicamente con esfuerzo humano, sino mediante la conformidad a principios divinos. En las escrituras, Sion representa tanto un lugar físico como un estado espiritual del pueblo del convenio. Se describe como “los puros de corazón” (Doctrina y Convenios 97:21).
El presidente Brigham Young enseñó: “Construir Sion significa trabajar para establecer un pueblo de rectitud y pureza. Es más que un lugar; es una forma de vida.” (Discursos de Brigham Young, 118).
Los santos no solo deben reunirse en un lugar designado, sino también esforzarse por alcanzar un nivel elevado de pureza, unidad y obediencia a Dios. Sin estos elementos, Sion no puede prosperar.

“…sino de acuerdo con los principios de la ley del reino celestial;”
El Señor especifica que los principios de la ley celestial son el estándar requerido. Esto implica vivir según las leyes divinas, como la consagración, la caridad, la obediencia y la justicia. El término “ley celestial” connota un sistema de vida más elevado que lo terrenal, orientado completamente a los principios del Evangelio.
El élder Bruce R. McConkie dijo: “El reino celestial requiere la más completa obediencia a las leyes de Dios, y solamente aquellos que se adhieren a estas leyes serán dignos de entrar y morar allí.” (Mormon Doctrine, 119).
Este llamado a vivir de acuerdo con la ley celestial sirve como un recordatorio de que la exaltación y la edificación de Sion están reservadas para aquellos dispuestos a sacrificar sus deseos egoístas y vivir con un propósito divino.

“de otra manera, no la puedo recibir para mí mismo.”
El Señor declara que no aceptará ni reconocerá un esfuerzo imperfecto o incompleto como Sion. Esta frase enfatiza la santidad de Sion como un reflejo directo del reino celestial. Si el pueblo no se santifica y vive de acuerdo con los principios divinos, no puede ser reconocido por Dios.
El presidente Spencer W. Kimball enseñó: “Solo cuando nuestros corazones y hogares reflejen las leyes de Dios podemos esperar que Él acepte nuestras ofrendas y esfuerzos como parte de Su reino.” (Teachings of Spencer W. Kimball, 366).
El Señor establece un estándar elevado porque Sion debe reflejar Su gloria y pureza. No es suficiente solo esforzarse; el pueblo debe consagrar plenamente su vida al Señor y vivir como ciudadanos de Su reino.

Este versículo subraya que la edificación de Sion es tanto una responsabilidad individual como colectiva que exige sacrificio, obediencia y santificación. Los santos deben vivir según los principios de la ley celestial para que Dios pueda reconocer sus esfuerzos como parte de Su reino. El élder Jeffrey R. Holland comentó: “Debemos ser un pueblo digno de Sion, viviendo como ciudadanos del reino celestial, para que el Señor pueda morar entre nosotros.” (“Israel, Israel, God Is Calling,” Liahona, noviembre 2012, pág. 83).
En la actualidad, este principio sigue siendo relevante. Los miembros de la Iglesia son llamados a construir Sion en sus propios hogares, barrios y comunidades al vivir con amor, caridad y obediencia. Este esfuerzo no solo bendice a quienes participan, sino que también atrae a otros al Evangelio, reflejando la luz de Cristo al mundo.


Versículo 13: “De modo que me conviene que mis élderes esperen un corto tiempo la redención de Sion.”
Aunque la redención de Sion era el objetivo inmediato del Campo de Sion, el Señor aclara que todavía no era el tiempo señalado. La preparación espiritual, simbolizada en parte por la investidura en el templo de Kirtland, era necesaria para que los élderes estuvieran listos para la obra. Este retraso también reflejaba la misericordia divina, dando tiempo a los santos para fortalecer su fe y unidad.

“De modo que me conviene…”
El uso de “me conviene” demuestra que la obra de redención de Sion está sujeta al tiempo y a los propósitos divinos. Esto implica que los planes de Dios son perfectos, aunque no siempre sean comprendidos de inmediato por Sus hijos.
El presidente Dieter F. Uchtdorf enseñó: “Confiar en los tiempos del Señor no es resignación pasiva, sino una expresión de fe activa en Su amor y sabiduría perfectos.” (“El futuro es tan brillante como tu fe”, Liahona, mayo 2017, pág. 20).
Esta frase recalca que el Señor tiene un plan mayor para Su pueblo, y que Su tiempo es siempre el correcto, incluso si parece diferir de las expectativas humanas.

“…que mis élderes esperen…”
La instrucción de “esperar” implica que la redención de Sion no solo requiere acción, sino también paciencia, preparación y fe. La espera no es inactividad, sino una oportunidad para que los santos fortalezcan su preparación espiritual.
El élder Neal A. Maxwell enseñó: “La paciencia no es simplemente soportar el tiempo; es aceptar y actuar según el tiempo del Señor.” (“Patience,” Ensign, octubre de 1980, pág. 28).
Este mandato recuerda que la paciencia es un atributo divino necesario para participar en las obras del Señor. Los élderes debían aprender a confiar y a prepararse mientras esperaban la redención de Sion.

“…un corto tiempo la redención de Sion.”
El “corto tiempo” demuestra que, aunque los santos experimenten retrasos, el Señor no olvida Su promesa. Su referencia al tiempo es desde una perspectiva eterna, destacando que los retrasos tienen un propósito divino.
El presidente Henry B. Eyring declaró: “Dios siempre cumple Sus promesas, aunque a menudo lo haga en Su tiempo y de una manera que fortalezca nuestra fe y nos prepare para recibir Sus mayores bendiciones.” (“¿Dónde está la paz?”, Liahona, mayo 2017, pág. 26).
El uso de “un corto tiempo” no debe interpretarse según estándares mortales. En lugar de ello, refleja que los procesos divinos son siempre para el crecimiento y la edificación espiritual del pueblo de Dios.

Este versículo enseña que la redención de Sion requiere tiempo, paciencia y preparación espiritual. El Señor no apresura Sus obras, sino que permite que Sus hijos aprendan, crezcan y se fortalezcan durante los periodos de espera. La instrucción de esperar “un corto tiempo” es una prueba de fe que refuerza la confianza en Su plan perfecto.
El élder Jeffrey R. Holland lo expresó así: “Los retrasos en las bendiciones no son una negación de parte de Dios. Son, en cambio, una manifestación de Su sabiduría y Su deseo de otorgarnos algo mayor al prepararnos para recibirlo.” (“Las cosas buenas vendrán,” Liahona, noviembre 1999, pág. 36).
En nuestras vidas, podemos encontrar situaciones en las que las respuestas o las bendiciones prometidas parecen demorarse. Este versículo nos recuerda que los retrasos divinos tienen un propósito: fortalecer nuestra fe, prepararnos para bendiciones mayores y enseñarnos a confiar plenamente en el Señor. Mientras esperamos, debemos ser activos en nuestra preparación espiritual, permitiendo que el tiempo del Señor se cumpla en Su perfección.


Versículo 14: “Porque he aquí, no exijo de sus manos que peleen las batallas de Sion, pues como dije en un mandamiento anterior —y así cumpliré— yo pelearé vuestras batallas.”
Este versículo demuestra la confianza que los santos deben depositar en el Señor. Aunque ellos tienen la responsabilidad de obedecer y prepararse, el Señor promete tomar la iniciativa en las batallas necesarias para la redención de Sion. Esta promesa reafirma que el poder de Dios es superior a cualquier fuerza terrenal.

“Porque he aquí, no exijo de sus manos que peleen las batallas de Sion…”
El Señor establece que la redención de Sion no depende de la fuerza militar o de los esfuerzos físicos de los santos, sino de Su poder divino. Esto enseña que las batallas espirituales y temporales que enfrenta el pueblo del Señor no se ganan con armas terrenales, sino con fe, obediencia y confianza en Dios.
El élder D. Todd Christofferson enseñó: “El Señor ha prometido que Su brazo prevalecerá en los asuntos de Sion. Nuestra parte es cumplir con Sus mandamientos y confiar en Su poder para hacer lo que no podemos hacer por nosotros mismos.” (“Venid a Sion”, Liahona, noviembre 2008, pág. 38).
Esta frase recalca que, aunque los santos deben estar preparados y dispuestos a actuar, la victoria en las batallas del Señor no depende de su fuerza física, sino de su fidelidad y disposición espiritual.

“…pues como dije en un mandamiento anterior…”
El Señor recuerda a los santos que Él ya había prometido que pelearía sus batallas. Este recordatorio subraya Su consistencia y fidelidad a Sus promesas. También enfatiza que los santos deben recordar y confiar en la palabra del Señor, incluso en tiempos de dificultad.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Cuando comprendemos las promesas del Señor, podemos enfrentarnos a cualquier desafío con confianza, sabiendo que Él nunca olvidará lo que ha dicho.” (“El convenio eterno”, Liahona, noviembre 2022, pág. 84).
Recordar las promesas pasadas del Señor fortalece la fe de los santos y les ayuda a enfrentar los desafíos con esperanza. Este principio sigue siendo aplicable en nuestras vidas al buscar consuelo en las escrituras y revelaciones modernas.

“—y así cumpliré— yo pelearé vuestras batallas.”
El Señor reafirma Su papel como el verdadero líder y protector de Sion. Él promete intervenir y luchar por Su pueblo, utilizando Su poder divino para asegurar la victoria. Esto refleja el patrón en las escrituras, donde Dios siempre ha defendido a Su pueblo cuando confían plenamente en Él (ver Éxodo 14:14).
El presidente Thomas S. Monson declaró: “En los momentos de prueba y desafío, podemos tener la seguridad de que no estamos solos. El Señor es nuestro defensor y protector.” (“Sé de buen ánimo”, Liahona, mayo 2009, pág. 92).
La promesa de que el Señor peleará las batallas de Su pueblo es un recordatorio de que Su poder supera cualquier oposición. Sin embargo, esta intervención divina depende de la fe y obediencia de los santos.

Este versículo enseña un principio fundamental del Evangelio: las verdaderas batallas de Sion no son terrenales, sino espirituales, y el Señor es quien las lidera. Él promete que Su poder protegerá a Su pueblo si confían en Él y cumplen Sus mandamientos.
El élder Jeffrey R. Holland lo expresó así: “Debemos recordar que no se espera que luchemos solos en las batallas de la vida. Nuestro Salvador, el Capitán de nuestra salvación, nos ayudará a lograr la victoria.” (“No estás solo”, Liahona, noviembre 2013, pág. 91).
En nuestras vidas, enfrentamos pruebas que a menudo parecen abrumadoras. Este versículo nos invita a confiar en el Señor, reconociendo que Él es quien pelea nuestras batallas. Al buscar Su guía y permanecer obedientes, podemos enfrentar cualquier desafío con la seguridad de que Su poder es suficiente para superar todas las adversidades.


Versículo 31: “Pero primero hágase mi ejército muy numeroso, y santifíquese delante de mí, para que llegue a ser resplandeciente como el sol, claro como la luna y sean sus pendones imponentes a los ojos de todas las naciones.”
Este pasaje utiliza imágenes poderosas para describir la preparación necesaria de los santos antes de establecer plenamente Sion. La santificación no solo los purifica, sino que los convierte en una luz para el mundo. Los santos deben ser un ejemplo visible de rectitud y poder espiritual, atrayendo a otros al reino de Dios.

“Pero primero hágase mi ejército muy numeroso…”
El Señor establece que la fuerza de Su pueblo no radica únicamente en su número, sino en la preparación espiritual y la unidad de propósito. “Ejército” aquí no se refiere solo a una fuerza militar, sino al colectivo de los santos que están comprometidos en la obra de edificar Sion y proclamar el Evangelio.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “El Señor necesita un pueblo numeroso y preparado para avanzar Su obra, un pueblo unido en propósito y rectitud.” (“Sé fiel”, Liahona, noviembre 1997, pág. 3).
Este mandato subraya la importancia de aumentar el número de discípulos comprometidos y fieles para fortalecer la obra del Señor. La cantidad de miembros debe ir acompañada de una calidad de vida espiritual.

“…y santifíquese delante de mí…”
La santificación es esencial antes de participar en la redención de Sion. Significa ser purificado y apartado para los propósitos del Señor. Este proceso requiere arrepentimiento, obediencia y un compromiso de vivir de acuerdo con las leyes del reino celestial.
El presidente Russell M. Nelson declaró: “La santificación proviene al seguir el ejemplo del Salvador, al guardar los convenios y al buscar la influencia constante del Espíritu Santo.” (“Seréis mi pueblo del convenio”, Liahona, mayo 2021, pág. 110).
La santificación asegura que el pueblo del Señor no solo actúe por sus propios medios, sino con el poder y la guía divinos. Este requisito resalta que el éxito de la obra de Sion depende más de la pureza espiritual que de los esfuerzos humanos.

“…para que llegue a ser resplandeciente como el sol, claro como la luna y sean sus pendones imponentes a los ojos de todas las naciones.”
El simbolismo de “resplandeciente como el sol” y “claro como la luna” representa un pueblo que refleja la luz y la gloria de Dios. Los “pendones imponentes” sugieren una manifestación visible del poder y la verdad del Evangelio, capaz de atraer la atención y el respeto de las naciones.
El élder Dieter F. Uchtdorf enseñó: “Los santos de los últimos días tienen el privilegio de ser una luz para el mundo, un estandarte que inspire esperanza y fe en todas las naciones.” (“La esperanza de la luz de Cristo”, Liahona, noviembre 2005, pág. 21).
Esta frase muestra que el propósito de la santificación no es solo la salvación personal, sino también convertirse en un testimonio visible de la obra de Dios en el mundo. La luz que emiten los santos debe ser una invitación para que otros busquen la verdad.

Este versículo  es un llamado a los santos a prepararse espiritual y colectivamente para ser un pueblo ejemplar en los últimos días. Aumentar en número no es suficiente; es necesario alcanzar una santificación profunda que refleje la luz de Cristo y testifique de Su Evangelio. Este proceso es esencial para que los santos cumplan su misión de ser un estandarte de paz y verdad en un mundo que necesita esperanza.
En la actualidad, este versículo nos invita a ser parte activa del “ejército” del Señor al vivir con rectitud, al compartir el Evangelio y al buscar la santificación personal. Cada acto de fe y obediencia contribuye a que el pueblo del convenio se convierta en una fuerza visible y poderosa que inspire a otros a buscar la luz de Cristo. Tal como un estandarte imponente, nuestras vidas deben ser un testimonio vivo del poder del Señor.


Versículo 33: “De cierto os digo, me es oportuno que los primeros élderes de mi iglesia reciban su investidura de lo alto en mi casa, la cual he mandado edificar a mi nombre en la tierra de Kirtland.”
Este versículo subraya la importancia del templo y las ordenanzas sagradas en la obra de Sion. La investidura de poder de lo alto no solo bendice a los élderes con fortaleza espiritual, sino que también les capacita para cumplir la misión divina. Esto marca el templo como un centro esencial para la preparación espiritual de los santos.

“De cierto os digo, me es oportuno…”
El uso de “me es oportuno” refleja que el Señor actúa según Su plan divino, revelando verdades y otorgando bendiciones en el tiempo y la forma que considera más beneficiosos para Su pueblo. Este lenguaje subraya la soberanía de Dios y Su conocimiento perfecto de cuándo y cómo avanzar Su obra.
El presidente Russell M. Nelson declaró: “El tiempo del Señor es perfecto. Podemos confiar en que Él nos guía de manera que todas las cosas obren juntas para nuestro bien.” (“Los cielos están abiertos”, Liahona, mayo 2020, pág. 31).
El Señor actúa en el momento oportuno, no solo para beneficiar a los primeros élderes, sino para establecer un patrón que influirá en generaciones futuras. Los momentos designados por Dios tienen implicaciones eternas.

“…que los primeros élderes de mi iglesia reciban su investidura de lo alto…”
La “investidura de lo alto” es una referencia directa a las bendiciones espirituales y el poder que el Señor confiere a través de las ordenanzas del templo. Este poder no solo fortalece individualmente a los élderes, sino que también los capacita para llevar a cabo la obra de Sion.
El presidente Brigham Young explicó: “La investidura es necesaria para que tengamos poder de lo alto para salvarnos a nosotros mismos y para ayudar a salvar a los demás.” (Discourses of Brigham Young, pág. 416).
Este pasaje subraya que el Señor dota a Sus siervos con poder espiritual antes de enviarlos a cumplir misiones importantes. La investidura es esencial para preparar a los santos para tareas más elevadas y desafiantes.

“…en mi casa, la cual he mandado edificar a mi nombre en la tierra de Kirtland.”
El templo de Kirtland fue el primer templo de esta dispensación, construido bajo revelación divina. Es significativo que el Señor asocie la investidura con el templo, ya que este es el lugar donde se reciben las mayores bendiciones espirituales y se establece una conexión más profunda con lo divino.
El élder David A. Bednar enseñó: “En el templo, aprendemos sobre nuestra relación con Dios, recibimos poder espiritual y nos preparamos para enfrentar los desafíos de la vida.” (“Prepararse para entrar en el santo templo,” Liahona, octubre de 2009, pág. 41).
El templo es el lugar donde los cielos se abren y el poder de Dios se manifiesta de manera única. La construcción del templo de Kirtland marcó un punto culminante en la preparación espiritual de los santos, estableciendo un modelo para los futuros templos.

Doctrina y Convenios 105:33 enseña principios esenciales sobre la preparación espiritual, el poder del templo y la importancia de seguir los tiempos del Señor. El mandato de que los élderes reciban su investidura en el templo muestra que el poder divino es necesario para cumplir la obra del Señor, especialmente en la redención de Sion.
Hoy, los templos siguen siendo fundamentales para recibir el poder de lo alto. Cada miembro de la Iglesia tiene la oportunidad de recibir estas bendiciones al prepararse espiritualmente y asistir al templo con regularidad. Al hacerlo, no solo fortalecemos nuestra relación con Dios, sino que también nos capacitamos para cumplir con las responsabilidades sagradas que Él nos confía.
El élder John A. Widtsoe lo resumió así: “El templo es un lugar de poder espiritual. Allí se nos prepara para llevar a cabo las tareas más elevadas en la obra del Señor.” (“El templo y el poder espiritual,” Ensign, marzo de 1971, pág. 62).


Doctrina y Convenios 105:35–36: “Ha habido un día de llamamiento, pero ha llegado el tiempo de un día de elección; y sean escogidos aquellos que sean dignos.
Y le será manifestado a mi siervo, por la voz del Espíritu, quiénes son los escogidos; y ellos serán santificados.”

Algunos que se unen a la verdadera Iglesia, hacen convenio con el Salvador de guardar las leyes de Su reino terrenal y se comprometen a una vida de discipulado dedicado, no comprenden lo que realmente se requiere para permanecer en el camino estrecho que conduce a las más altas recompensas eternas.

El élder Bruce R. McConkie enseñó:
“Muchos son llamados a la obra del Señor, pero pocos son escogidos para la vida eterna. De modo que aquellos que son escogidos puedan ser sellados para vida eterna, la escritura dice: ‘Le será manifestado a mi siervo, por la voz del Espíritu, quiénes son los escogidos; y ellos serán santificados’ (D. y C. 105:36). Son escogidos por el Señor, pero el anuncio de su llamamiento y elección lo da el Espíritu” (The New Witness for the Articles of Faith, pág. 270).

Aquellos que reciben tal seguridad del Señor son los dignos—no los perfectos. Son los firmes e inamovibles—no los que jamás cometen errores. Son los que han rendido su corazón al Maestro.

Este pasaje señala un cambio importante en el trato del Señor con Su pueblo: de un tiempo de llamamiento general a un tiempo de elección individual. Mientras que muchos han sido llamados a Su obra, solo los verdaderamente comprometidos, humildes y santificados serán escogidos para recibir las bendiciones más sublimes del Evangelio, incluyendo la exaltación.

La elección no depende de la perfección, sino de la disposición constante del corazón, de la firmeza en la fe y de la entrega total al Salvador. El Espíritu Santo es quien confirma a los siervos del Señor quiénes han alcanzado esa condición de elección; es decir, quiénes han demostrado fidelidad constante a pesar de las pruebas y errores.

La santificación no es un estado instantáneo sino un proceso espiritual que purifica al discípulo constante. Esta enseñanza profundiza en la doctrina de la “llamamiento y elección hecha segura”, un concepto revelado en Doctrina y Convenios y en los escritos de Pedro (véase 2 Pedro 1:10–11).

El Señor está edificando Su reino con personas que no solo han sido llamadas, sino que han demostrado ser dignas de ser escogidas. Ser escogido no significa ser perfecto, sino ser consagrado—haber rendido el corazón, la voluntad y la vida al Salvador.

Vivimos hoy en el día de la elección, donde se nos pide ir más allá del simple nombre o afiliación, y demostrar por nuestras obras, fidelidad y santidad que somos verdaderos discípulos de Cristo. Esa elección es manifestada por el Espíritu, y quienes la reciben son santificados y preparados para recibir la vida eterna.

Elegir a Cristo todos los días es el fundamento para que Él, a su vez, nos elija para Su gloria eterna.


Versículo 39: “Proponed la paz a los que os han afligido, conforme a la voz del Espíritu que esté en vosotros, y todas las cosas obrarán juntamente para vuestro bienestar.”
Aquí se enseña un principio central del Evangelio: el poder de la paz y la reconciliación. En lugar de buscar venganza contra los perseguidores, los santos son llamados a actuar con espíritu de paz, confiando en que el Señor hará que todo obre para su beneficio eterno. Este enfoque enfatiza la humildad, la caridad y la confianza en la justicia divina.

“Proponed la paz a los que os han afligido…”
El mandato de proponer la paz, incluso a los opresores, refleja el enfoque del Evangelio en la reconciliación y el amor hacia los enemigos. Este principio es consistente con las enseñanzas de Jesucristo en el Sermón del Monte: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El Salvador nos llama a ser pacificadores, a tender puentes donde haya divisiones y a actuar con amor hacia todos, incluso hacia aquellos que nos maltratan.” (“Pacificadores Santos”, Liahona, mayo 2023, pág. 5).
Esta frase invita a los santos a trascender la tentación de buscar venganza o represalias, actuando en cambio como pacificadores. Al hacerlo, reflejan el carácter de Cristo y preparan el camino para la redención de Sion.

“…conforme a la voz del Espíritu que esté en vosotros…”
El énfasis en la voz del Espíritu muestra que proponer la paz no es solo una acción externa, sino un acto guiado por inspiración divina. El Espíritu Santo puede dirigir a los santos en cómo y cuándo buscar la reconciliación de manera que se maximicen las oportunidades para la sanación y la redención.
El élder Dallin H. Oaks explicó: “Cuando somos guiados por el Espíritu, nuestras acciones reflejan los propósitos de Dios y tienen el poder de bendecir a los demás de maneras que no podríamos lograr por nosotros mismos.” (“Actuar según el deseo del Espíritu”, Liahona, enero 1997, pág. 12).
Proponer la paz no siempre será fácil ni inmediato, pero el Espíritu puede ayudar a los santos a discernir cómo actuar con sabiduría y amor en cada situación. Esta guía garantiza que las acciones sean coherentes con la voluntad de Dios.

“…y todas las cosas obrarán juntamente para vuestro bienestar.”
La promesa de que “todas las cosas obrarán juntamente para vuestro bienestar” asegura a los santos que, aunque las circunstancias puedan ser difíciles, el Señor puede convertir cualquier experiencia en una bendición para quienes confían en Él y actúan con rectitud.
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “El Señor puede transformar incluso nuestras aflicciones en instrumentos de nuestro progreso eterno y nuestro bienestar eterno.” (“Como cordero a la matanza”, Liahona, noviembre 1999, pág. 24).
Esta frase es una expresión de la fe en la soberanía de Dios. Aun cuando enfrentamos persecuciones o dificultades, podemos confiar en que el Señor utilizará esas experiencias para nuestro crecimiento espiritual y bienestar eterno.

Doctrina y Convenios 105:39 enseña principios esenciales del Evangelio, como el pacifismo inspirado, el amor hacia los enemigos y la confianza en la capacidad del Señor para dirigir todas las cosas hacia nuestro bienestar. El llamado a proponer la paz guiados por el Espíritu nos enseña que la reconciliación y el perdón no son solo deberes cristianos, sino también medios para acercarnos al Señor y prepararnos para Su reino.
En nuestra vida cotidiana, este versículo nos desafía a buscar soluciones pacíficas y actuar con amor, incluso cuando enfrentamos conflictos o injusticias. Al confiar en el Espíritu para guiarnos y en el Señor para transformar nuestras experiencias, podemos vivir con mayor paz y seguridad, sabiendo que todo será para nuestro bien eterno. Como pacificadores, no solo promovemos la paz exterior, sino que también reflejamos el carácter de Cristo y fortalecemos nuestra relación con Él.

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