Doctrina y Convenios Sección 109

Doctrina y Convenios
Sección 109


Contexto histórico y trasfondo
Resumen breve por Steven C. Harper

¿Qué se ora al dedicar la primera Casa del Señor en la última dispensación, sin haber hecho nunca nada parecido antes? José pensó en esa pregunta el 26 de marzo de 1836, el día anterior a la dedicación del templo de Kirtland. Se reunió con sus consejeros y secretarios “para hacer los arreglos de la asamblea solemne”. El cuaderno de bocetos de Oliver Cowdery añade el detalle de que él ayudó a José “a redactar una oración para la dedicación de la casa”.

A la mañana siguiente la Casa del Señor se llenó por completo con cerca de mil santos. Una reunión adicional se llevó a cabo en el edificio contiguo. La asamblea solemne comenzó a las 9:00 a. m. con lecturas de las Escrituras, cantos del coro, oración, un sermón y la sostenimiento de José Smith como Profeta y Vidente. En la sesión de la tarde el sostenimiento continuó, con cada quórum y luego el cuerpo general de la Iglesia confirmando, uno por uno, a los líderes. Después de otro himno, “entonces”, dice el diario de José, “ofrecí a Dios la siguiente oración dedicatoria”.

José leyó la sección 109 de una copia impresa. Es una oración inspirada de templo. Comienza dando gracias a Dios y luego hace peticiones en el nombre de Jesucristo. Está basada en gran medida en las instrucciones de templo de la sección 88, así como en otros textos relacionados con el templo. “Resume las preocupaciones de la Iglesia en 1836, presentando ante el Señor cada proyecto principal”.

José comenzó pidiendo a Dios que aceptara el templo conforme a los términos dados en la sección 88, los cuales los santos habían tratado de cumplir para obtener la bendición prometida de entrar en la presencia del Señor (DyC 88:68; 109:4–12). Oró para que todos los adoradores en el templo fueran investidos con el poder de Dios y “que crezcan en ti, y reciban la plenitud del Espíritu Santo, y sean organizados de acuerdo con tus leyes, y preparados para obtener toda cosa necesaria” (DyC 109:15). En otras palabras, José ofreció una oración de templo para que los santos llegaran a ser como su Padre Celestial mediante grados de gloria, al obedecer Sus leyes y prepararse para entrar en Su presencia. Oró por lo que la sección 88 le había enseñado a orar.

José pidió que los santos, “armados” o investidos con el poder del sacerdocio en el templo, pudieran ir “hasta los extremos de la tierra” con las “nuevas grandísimas y gloriosas” del evangelio para cumplir las profecías que así lo declaraban (DyC 109:22–23). Suplicó al Padre Celestial que protegiera a los santos de sus enemigos (vv. 24–33). Pidió a Jehová que tuviera misericordia de los santos y que sellara las ordenanzas de unción que muchos portadores del sacerdocio habían recibido en las semanas previas a la asamblea solemne. Rogó por los dones del Espíritu, como en el día de Pentecostés (Hechos 2:2–3). Suplicó al Señor que protegiera y fortaleciera a los misioneros y que postergara el juicio hasta que reunieran a los justos. Oró para que se cumpliera la voluntad de Dios “y no la nuestra” (DyC 109:44).

José pidió que los santos fueran librados de las calamidades profetizadas. Suplicó que el Padre Celestial recordara a los santos oprimidos y expulsados del condado de Jackson, Misuri, y oró por su liberación. Preguntó cuánto tiempo continuarían sus aflicciones hasta ser vengadas (DyC 109:49). Rogó misericordia “sobre la inicua turba que ha expulsado a tu pueblo, para que dejen de despojar, para que se arrepientan de sus pecados si se puede hallar arrepentimiento” (v. 50). Oró por Sion.

José pidió misericordia para todas las naciones y líderes políticos, de modo que los principios del albedrío individual reflejados en la Constitución de los Estados Unidos fueran establecidos para siempre. Oró por “todos los pobres, los necesitados y afligidos de la tierra” (DyC 109:55). Rogó por el fin de los prejuicios, a fin de que los misioneros “puedan congregar a los justos para edificar una ciudad santa a tu nombre, como tú les has mandado” (v. 58). Pidió más estacas para facilitar la congregación y el crecimiento de Sion. Rogó misericordia para los nativos americanos y para los judíos; de hecho, pidió que “todos los restos dispersos de Israel, que han sido llevados a los extremos de la tierra, [lleguen] al conocimiento de la verdad, crean en el Mesías, y sean redimidos de la opresión” (v. 67).

José oró por sí mismo, recordando al Señor su sincero esfuerzo por guardar los convenios. Suplicó misericordia para su familia, pidiendo que Emma y sus hijos “puedan ser exaltados en tu presencia” (DyC 109:69). Esta es la primera vez que aparece la palabra exaltados en Doctrina y Convenios para referirse a la plenitud de la salvación mediante las bendiciones del templo. Oró por la conversión de sus suegros. Rogó por los demás presidentes de la Iglesia y sus familias. Oró por todos los santos y sus familias y por sus enfermos y afligidos. Pidió, nuevamente, por “todos los pobres y mansos de la tierra” y por el glorioso Reino de Dios para que llenara la tierra, como se había profetizado (vv. 68–74).

José pidió que los santos resucitaran en la primera resurrección con vestiduras puras, “ropas de justicia” y “coronas de gloria sobre nuestras cabezas” para recibir “gozo eterno” (DyC 109:76). Repitiendo tres veces su petición, José pidió al Señor que “nos oiga” y aceptara las oraciones, súplicas y ofrendas de los santos en la edificación de la casa a Su nombre. Rogó por la gracia que permitiera a los santos unirse a los coros alrededor del trono de Dios en el templo celestial “cantando Hosanna a Dios y al Cordero” (v. 79). “Y que estos, tus ungidos, sean vestidos de salvación, y que tus santos griten de gozo. Amén, y Amén” (v. 80).

La sección 109 dedicó la primera Casa del Señor en la última dispensación y estableció el modelo para todas las asambleas solemnes posteriores celebradas con el mismo propósito sagrado. Enseña a los santos cómo orar, incluyendo qué pedir y cómo suplicar conforme a la voluntad de Dios. Enseña la doctrina y evoca la imaginería del templo, quizá de manera más conmovedora en la idea de que los adoradores del templo pueden “crecer” por grados de gloria hasta llegar a ser como su Padre Celestial (véase la sección 93). Ese es el significado de ser exaltado en la presencia de Dios. Las revelaciones de templo de José llaman a esto “plenitud”, incluida la plenitud de gozo. La sección 109 continúa la obra expansiva de las revelaciones de templo en las secciones 76, 84, 88 y 93, y nos dirige hacia la revelación culminante sobre la exaltación, la sección 132:1–20. La sección 109 invita a los mortales, que habitan en un planeta telestial y contaminado donde no pueden pensar en más de una cosa a la vez, y generalmente solo en términos finitos, a ser investidos con poder que les permitirá emprender el viaje hacia el mundo real donde Dios vive “entronizado con gloria, honor, poder, majestad, dominio, verdad, justicia, juicio, misericordia, y una eternidad de plenitud, de eternidad en eternidad” (DyC 109:77).

Contexto adicional por Casey Paul Griffiths

La dedicación de la Casa del Señor fue la culminación de años de esfuerzo por parte de los hombres y mujeres de la comunidad de santos en Kirtland. Cuando la Iglesia tenía menos de un año, el Señor mandó a los santos reunirse en Ohio, prometiéndoles que serían “investidos con poder de lo alto” (DyC 38:32). En los años siguientes, el Señor identificó el lugar de la ciudad de Sion y mandó a los santos construir allí un templo (DyC 57:2–3; 84:3). Poco tiempo después, el Señor mandó también a los santos en Kirtland comenzar la obra de un templo que serviría como escuela, lugar de asambleas solemnes y recinto para recibir ordenanzas sagradas (DyC 88:70, 119, 127, 138–141). Cuando seis meses después el Señor reprendió a los santos de Kirtland por no trabajar en el templo, les dio instrucciones adicionales sobre el tamaño y la naturaleza de la edificación (DyC 95). Incluso la Primera Presidencia recibió una visión en la que vieron el edificio antes de que fuese construido (véase el comentario de DyC 95:11–17).

Cada miembro de la Iglesia en Kirtland contribuyó a la construcción del templo. José Smith registró en su propia historia: “Continué presidiendo sobre la Iglesia en Kirtland y promoviendo la construcción de la Casa del Señor. Actué como capataz en la cantera de piedra del templo, y cuando otras obligaciones lo permitían, trabajaba con mis propias manos”. Eliza R. Snow recordó: “En ese tiempo… los santos eran pocos en número y la mayoría muy pobres; y, de no haber sido por la seguridad de que Dios había hablado y había mandado que se construyera una casa a Su nombre, de la cual no solo reveló la forma, sino también designó las dimensiones, un intento de construir aquel templo, dadas las circunstancias existentes, habría sido considerado por todos como absurdo”.

Doctrina y Convenios 109 es la oración dedicatoria del templo de Kirtland. El 26 de marzo, un día antes de la dedicación, José Smith, Oliver Cowdery, Sidney Rigdon y dos escribas de José, Warren A. Cowdery y Warren Parrish, se reunieron en la oficina del Profeta, en el piso superior del templo. Oliver escribió en su diario que durante esa reunión “ayudó a escribir una oración para la dedicación de la casa”. El texto de la oración fue leído por José Smith en la dedicación al día siguiente, se compuso en tipografía poco después y se imprimió como un volante.

En el servicio dedicatorio celebrado el domingo por la mañana, 27 de marzo de 1836, aproximadamente mil personas llenaron cada rincón del edificio. A las nueve en punto, Sidney Rigdon ofreció una oración inicial y dio comienzo la reunión. Tras un himno, Sidney se levantó de nuevo y pronunció un sermón de dos horas y media, tomando como texto Mateo 8:18–20, que en parte dice: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:20). Después de su sermón, Sidney presentó a José Smith a la Iglesia como profeta y vidente, e invitó a los presentes a reconocerlo como profeta poniéndose de pie. Todos en la congregación se levantaron en respuesta. Más adelante en la reunión, José se levantó y presentó “a los varios presidentes de la Iglesia, que entonces estaban presentes, a los diversos quórumes respectivamente, y luego a la Iglesia, como siendo iguales a él, reconociéndolos como profetas y videntes”.

Después de varios himnos más, hubo un receso de quince minutos, durante el cual —según anota cuidadosamente la historia— “nadie dejó sus asientos excepto algunas hermanas, quienes, habiendo dejado a sus bebés con sus amigos, se vieron obligadas a salir para atenderlos”. Cuando la dedicación se reanudó, José Smith se dirigió a la congregación. Tras un himno adicional, José leyó la oración dedicatoria, y luego el coro cantó un himno compuesto específicamente para la ocasión: “El Espíritu de Dios como un fuego arde”, de W. W. Phelps. Se administró la Santa Cena, y varios hermanos más, entre ellos Oliver Cowdery, Frederick G. Williams, Hyrum Smith y Sidney Rigdon, compartieron sus testimonios. Luego se realizó por primera vez en esta dispensación el Grito de Hosanna. Después del Grito de Hosanna, Brigham Young habló en lenguas. Fue interpretado por el élder David W. Patten, quien luego también habló en lenguas. José Smith pronunció una bendición sobre la congregación y la reunión concluyó a las 4:00 p. m.


Versículos 1–5
Introducción y propósito de la oración


El Profeta presenta la oración al Señor, reconociendo Su grandeza y expresando gratitud por la oportunidad de dedicar la casa construida a Su nombre.

Cuando José Smith se levantó en el templo de Kirtland para ofrecer la oración dedicatoria revelada por el Señor, lo primero que hizo fue dirigir el corazón de los santos hacia Dios mismo. En los versículos 1 al 5 no hay peticiones todavía; más bien, se reconoce la majestad y grandeza del Señor, como un acto de reverencia antes de presentar cualquier ruego. Esto nos enseña que toda oración verdadera comienza con adoración y gratitud.

El Profeta declara que aquella casa había sido edificada “en tu nombre” y que el propósito de la dedicación no era humano, sino divino. Había sido un sacrificio enorme para los santos levantar ese templo en medio de pobreza y persecución, pero ahora ellos entendían que ese sacrificio quedaba santificado al ser ofrecido al Señor. Reconocer a Dios como el verdadero dueño del templo es un recordatorio de que todos nuestros esfuerzos materiales adquieren valor eterno sólo cuando se consagran a Él.

En este prólogo de la oración también se expresa gratitud: los santos no enfocan la mirada en sus dificultades pasadas, sino en el privilegio presente de tener un lugar sagrado donde Dios prometió manifestar Su gloria. La gratitud abre la puerta a la revelación y prepara el corazón para recibir más bendiciones.

Doctrinalmente, estos versículos nos muestran tres principios clave:

  1. La adoración precede a la petición: antes de pedir, el alma se inclina en reverencia.
  2. El templo pertenece al Señor: aunque lo edificaron los hombres, el derecho de posesión es divino.
  3. El sacrificio del pueblo se convierte en ofrenda sagrada: lo pequeño a los ojos del mundo, cuando se dedica a Dios, se convierte en eterno.

De esta manera, la introducción de la oración dedicatoria nos enseña cómo acercarnos al Señor en humildad, gratitud y reconocimiento de Su grandeza, preparando el terreno para las súplicas que seguirán en el resto de la sección.


Versículos 6–13
Dedicación del templo al Señor


Se dedica la casa como morada de Dios, pidiendo que Su gloria repose sobre ella y que quienes entren lo hagan con pureza de corazón para recibir bendiciones espirituales.

En este pasaje, José Smith, en nombre de toda la congregación, presenta formalmente la casa recién construida como propiedad sagrada del Señor. Ya no es un edificio común, fruto del trabajo humano, sino una morada divina en la tierra. Este acto de dedicación marca la diferencia entre lo profano y lo santo: cuando algo se entrega plenamente al Señor, queda apartado para Sus propósitos eternos.

El Profeta suplica que la gloria del Señor repose sobre el templo. Esta petición recuerda los relatos bíblicos de la dedicación del tabernáculo de Moisés y del templo de Salomón, donde la nube y la gloria de Jehová llenaron la casa. Así, el templo de Kirtland se convierte en un símbolo de continuidad de la obra de Dios: la misma presencia que habitó en la antigüedad ahora volvería a manifestarse entre los santos de los últimos días.

Otro elemento doctrinal central es la condición establecida: quienes entren en la casa del Señor deben hacerlo con pureza de corazón. El templo no es un lugar para curiosidad o vanidad, sino un espacio de santidad que exige preparación espiritual. La invitación es clara: la santidad del templo debe reflejarse en la vida de quienes lo frecuentan.

Este bloque de versículos nos enseña tres principios fundamentales:

  1. La consagración transforma lo ordinario en sagrado: al dedicar el templo, se convierte en la “casa del Señor”, donde lo terrenal se une con lo celestial.
  2. La gloria de Dios es la verdadera confirmación del templo: sin Su presencia, sería sólo un edificio; con ella, se convierte en un lugar de poder y revelación.
  3. La santidad requiere pureza personal: el templo no sólo pide respeto externo, sino pureza interior de quienes lo visitan.

En resumen, en estos versículos los santos entregan al Señor la obra de sus manos y reciben la promesa de Su presencia. Aquí aprendemos que todo lugar, tiempo o esfuerzo consagrado a Dios se santifica, siempre que quienes participen lo hagan con un corazón limpio y dispuesto.


Doctrina y Convenios 109:21: “Y cuando tu pueblo transgreda, cualquiera de ellos, pueda arrepentirse prontamente y volver a ti, y hallar gracia ante tus ojos, y ser restaurado a las bendiciones que tú has ordenado derramar sobre aquellos que te reverencien en tu casa.”

Cada uno de nosotros conoce a hombres y mujeres nobles que han consagrado sus vidas al Redentor, que han sufrido toda clase de insultos y heridas por Su causa, y que han perseverado fieles a sus convenios hasta el fin de su existencia mortal. Han muerto firmes en la fe y valientes en el testimonio de Jesús, pero no eran perfectos. Ciertamente, habían nacido del Espíritu, cambiados de un estado carnal y caído a un estado de rectitud (Mosíah 27:25), pero no se podría decir que eran completamente sin mancha ni que jamás cometieron errores. Más bien, “cualquiera que ha nacido de Dios no persevera en el pecado” (Traducción de José Smith, 1 Juan 3:9; énfasis añadido). Habiendo caminado en la luz, quienes temen a Dios no pueden permanecer mucho tiempo en la oscuridad; se arrepienten con prontitud y regresan a esa luz que trae consuelo, paz y certeza.

Esta escritura, parte de la oración dedicatoria del Templo de Kirtland, enseña una verdad fundamental del evangelio: la posibilidad constante de arrepentimiento y restauración para los hijos de Dios que transgreden. El Señor no espera perfección inmediata, sino un corazón humilde y dispuesto a volver a Él. La frase “que puedan arrepentirse prontamente” refleja la esperanza y el amor que el Señor tiene por Su pueblo, sabiendo que errarán, pero también que pueden y deben volver rápidamente a Su presencia.

La referencia a los santos que, aunque fieles y valientes, no fueron perfectos, enfatiza una verdad consoladora: la perfección no es un requisito previo para la gracia, sino que es el resultado de un proceso continuo de arrepentimiento y fidelidad. La clave está en no perseverar en el pecado, sino regresar prontamente a la luz. Esta es la marca de los verdaderos nacidos de Dios: no la ausencia de error, sino la prontitud en corregir el rumbo.

Doctrina y Convenios 109:21 nos recuerda que el plan de salvación está fundamentado en la misericordia del Señor y en Su deseo de bendecirnos cuando nos volvemos a Él con reverencia y arrepentimiento. Ser fiel no significa ser perfecto, sino vivir con un compromiso constante de regresar a la luz cada vez que erramos. Los templos del Señor son lugares donde Su gracia se derrama, donde los que reverencian Su nombre encuentran renovación, consuelo y paz. Esta escritura nos invita a vivir con esperanza, sabiendo que el Señor acoge con amor a quienes regresan humildemente a Él.

El élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, extendió la siguiente invitación: “Si han hecho convenios, guárdenlos; si no los han hecho, háganlos. Si los han hecho y los han quebrantado, arrepiéntanse y repárenlos. Nunca es demasiado tarde en tanto que el Maestro de la viña diga que hay tiempo. Por favor escuchen los susurros del Santo Espíritu diciéndoles ahora, en este mismo momento, que deben aceptar el don de la expiación del Señor Jesucristo y disfrutar de la hermandad de Su obra” (“Los obreros de la viña”, Liahona, mayo de 2012, pág. 33).


Versículos 14–23
Bendiciones para quienes adoren en el templo


Se pide que el templo sea un lugar de oración, consuelo y revelación; que los santos reciban poder, conocimiento y protección espiritual al buscar al Señor en esta casa.

En estos versículos, la oración dedicatoria se centra en lo que el templo significa para el pueblo de Dios en su vida cotidiana y eterna. El Profeta suplica que esta casa se convierta en un lugar de oración constante, un refugio donde los hijos del Señor puedan acudir en toda circunstancia. El templo es presentado como un espacio de consuelo y fortaleza espiritual, donde las almas cansadas, perseguidas o afligidas encuentran paz en la presencia de Dios.

La petición no se limita al consuelo: se pide que en el templo fluya revelación y conocimiento divino. No se trata de un aprendizaje humano o académico, sino del conocimiento que viene del cielo, capaz de guiar, iluminar y preparar a los santos para enfrentar los desafíos de su tiempo. Así, el templo se convierte en la verdadera “escuela de los profetas”, donde Dios mismo instruye a Su pueblo.

También se ruega que quienes vengan a adorar en esta casa reciban poder espiritual y protección contra el enemigo. Esto nos enseña que el templo no solo es un lugar de adoración, sino también un fortín espiritual, donde se recibe la fuerza necesaria para resistir las tentaciones y superar las pruebas de la vida. La oración pide que las almas salgan fortalecidas, como si hubiesen revestido una armadura invisible que los acompañe en el mundo exterior.

Doctrinalmente, estos versículos destacan tres grandes propósitos del templo:

  1. Ser casa de oración y consuelo: un lugar donde las cargas se alivian y el corazón se eleva hacia Dios.
  2. Ser casa de revelación: un espacio donde se abre la mente y se recibe instrucción celestial.
  3. Ser casa de poder y protección: un refugio contra las fuerzas espirituales del mal, desde donde los santos salen fortalecidos para perseverar.

En resumen, estos versículos nos muestran que el templo no es un edificio estático, sino una fuente viva de bendiciones espirituales para todo aquel que lo busque con fe y pureza. Allí el cielo toca la tierra, y el hombre recibe no solo paz y consuelo, sino también poder divino para vencer en su jornada mortal.


Doctrina y Convenios 109:24–28

En esta porción de la dedicación del Templo de Kirtland, el profeta José Smith eleva una oración en nombre de los santos fieles que entran en la casa del Señor. Se ruega por bendiciones específicas que se derramen sobre aquellos que “honorablemente retengan un nombre y una posición” en el templo. Este lenguaje sugiere una conducta fiel, reverente y digna en relación con los convenios del templo y con la obra del Señor.

El versículo 24 enseña que quienes sean fieles en guardar los mandamientos y se esfuercen por honrar el templo, serán «recompensados con gran gloria». Esta gloria no es meramente terrenal, sino celestial: incluye el poder del Espíritu Santo, la revelación divina, y la paz del Señor sobre sus hogares, familias y descendencia. En el versículo 25, se pide que sus enemigos no prevalezcan contra ellos y que sean preservados del poder destructivo de Satanás. Esto refleja la promesa de protección espiritual para los que están en alianza con Dios mediante sus ordenanzas sagradas.

Los versículos 26–28 piden que sus corazones se llenen del gozo del Señor, que reciban sabiduría en todo lo que emprendan y que “crezcan en ti y reciban la plenitud del Espíritu Santo”. Aquí se destaca que vivir dignamente y mantener un nombre y posición honorable en el templo abre las puertas a una vida guiada por el Espíritu, llena de gozo, sabiduría y crecimiento espiritual continuo. El “nombre” puede interpretarse como el nombre de Cristo, que llevamos al hacer convenios, y la “posición” puede hacer referencia a nuestro estado de dignidad y fidelidad en el reino de Dios.

Bendiciones por retener honorable el nombre y la posición en el templo

  1. Recompensa con gran gloria (v. 24) – honra eterna y bendiciones espirituales.
  2. Victoria sobre los enemigos (v. 25) – protección contra influencias malignas y oposición.
  3. Preservación del poder de Satanás (v. 25) – fortaleza espiritual contra la tentación.
  4. Gozo en el corazón (v. 26) – felicidad duradera que proviene del Señor.
  5. Sabiduría en todo lo que emprendan (v. 27) – dirección divina en decisiones temporales y espirituales.
  6. Plenitud del Espíritu Santo (v. 28) – revelación continua, consuelo y santificación.

Doctrina y Convenios 109:24–28 nos muestra que el templo es más que un lugar sagrado; es una fuente de poder espiritual que transforma vidas. Retener un “nombre y una posición” honorable en la casa del Señor implica fidelidad a los convenios, reverencia ante Dios y una vida guiada por el Espíritu. A cambio, el Señor promete gloriosas bendiciones: protección, sabiduría, gozo y la presencia continua del Espíritu Santo. Estas bendiciones no solo santifican al individuo, sino también fortalecen a las familias y comunidades. El templo, entonces, se convierte en el epicentro de la verdadera paz y prosperidad espiritual para los santos de los últimos días.

el élder Bednar explicó:

“Tengan a bien considerar estos versículos a la luz de la actual furia del adversario y… nuestra disposición a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo y la bendición de protección prometida a quienes retengan honorablemente un nombre y una posición en el santo templo. Es importante notar que tales promesas del convenio son para todas las generaciones y para toda la eternidad. Les invito a estudiar reiteradamente, y a meditar con espíritu de oración, el significado de estos pasajes de las Escrituras en su vida y para su familia.

“No deberían sorprendernos los esfuerzos de Satanás por frustrar o desacreditar la obra del templo y la adoración en él. El diablo aborrece la pureza y el poder de la Casa del Señor; y la protección que hay para cada uno de nosotros en las ordenanzas y en los convenios del templo, y mediante ellos, constituye un gran obstáculo para los malvados designios de Lucifer…

“Actualmente enfrentamos, y aún enfrentaremos, grandes dificultades en la obra del Señor; pero al igual que los pioneros que hallaron el lugar que Dios había preparado para ellos, del mismo modo cobraremos ánimo, sabiendo que Dios jamás nos puede dejar (véase ‘¡Oh, está todo bien!’, Himnos, nro. 30). Actualmente, los templos están distribuidos por la tierra como lugares sagrados de ordenanzas y convenios, de edificación y de refugio contra la tempestad” (“Honorablemente [retener] un nombre y una posición”, págs. 99, 100).


Versículos 24–33
Derramamiento del Espíritu Santo y dones espirituales


Se ruega que el Espíritu Santo descienda sobre los presentes, que se manifiesten dones espirituales, y que los siervos de Dios salgan con poder a predicar el evangelio.

En esta parte de la oración, la voz del Profeta se eleva en súplica para que el Espíritu Santo descienda poderosamente sobre la congregación. No se trata solo de una visita pasajera, sino de un derramamiento abundante que llene a los presentes de fe, luz y poder. La dedicatoria pide que el templo se convierta en el punto de encuentro entre el cielo y la tierra, donde los santos puedan experimentar la influencia directa del Consolador.

El ruego también incluye la manifestación de los dones espirituales: profecía, revelación, sanidades, lenguas, y todo lo que el Señor considere necesario para edificar y fortalecer a Su pueblo. De esta manera, el templo se convierte en un lugar donde el poder espiritual es conferido y renovado, cumpliendo con la promesa bíblica de que los que esperan en Jehová renovarán sus fuerzas.

Un aspecto crucial de estos versículos es la petición de que los siervos de Dios salgan de la casa del Señor “armados con poder” para predicar el evangelio. Aquí se muestra el vínculo entre el templo y la obra misional: el poder que los misioneros necesitan para conmover corazones, vencer la oposición y abrir puertas al mensaje de salvación proviene directamente de las ordenanzas y las bendiciones del templo.

Doctrinalmente, estos versículos destacan tres principios clave:

  1. El Espíritu Santo es el verdadero sello de aprobación de Dios: ninguna dedicación, obra o sacrificio alcanza su plenitud sin la presencia del Consolador.
  2. Los dones espirituales son una evidencia del poder de Dios en Su Iglesia: el templo es el canal por el cual fluyen estos dones para bendecir a los santos.
  3. El templo prepara a los siervos para la misión: la obra de predicar el evangelio no se hace en la fuerza del hombre, sino en el poder recibido en la casa del Señor.

En resumen, este bloque de la oración dedicatoria muestra al templo como una fuente de poder espiritual y carismático, desde donde el Espíritu Santo se derrama sobre el pueblo y los siervos salen fortalecidos para llevar el evangelio hasta los confines de la tierra. El templo, entonces, no solo es un refugio de paz, sino también una base de lanzamiento del poder divino hacia el mundo.


Doctrina y Convenios 109:38: “Pon sobre tus siervos el testimonio del convenio, para que cuando salgan y proclamen tu palabra, puedan sellar la ley y preparar los corazones de tus santos para todos esos juicios que estás a punto de enviar,… a fin de que tu pueblo no desfallezca en el día de la aflicción.”

Somos hijos del convenio, descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, herederos de las bendiciones y responsabilidades que acompañan tal derecho de nacimiento. Las Escrituras nos recuerdan con seriedad que “no todos los que descienden de Israel son Israel” (Romanos 9:6). Más bien, “todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos… Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:27–29; comparar con 2 Nefi 30:1–2). Al cultivar la influencia del Espíritu Santo en nuestra vida, empezamos a comprender quiénes somos y de Quién somos: somos hijos e hijas espirituales de Dios el Padre, y también hijos de Cristo mediante la adopción en Su convenio eterno (Mosíah 5:7). Además, somos la posteridad de los antiguos fieles y se espera que “seamos leales a la nobleza que hay en nosotros” (Harold B. Lee, Enseñanzas, pág. 625). El mandato es: “Id, pues, y haced las obras de Abraham” (D. y C. 132:32).

La súplica de la oración dedicatoria del Templo de Kirtland, “pon sobre tus siervos el testimonio del convenio”, resalta la necesidad de un compromiso profundo con los propósitos divinos al proclamar Su palabra. El testimonio del convenio no es meramente una creencia, sino una responsabilidad sellada con poder divino: sellar la ley, preparar los corazones, y fortalecer al pueblo en el día de la tribulación.

Esta responsabilidad recae sobre todos los que han sido bautizados en Cristo y han entrado en Su convenio. No basta con tener una ascendencia literal de Abraham; la verdadera descendencia de Abraham se define por la fe en Cristo y la obediencia a Su evangelio. Por medio del Espíritu, comprendemos nuestra identidad divina y la herencia espiritual que conlleva: un llamado a actuar, a enseñar, a consagrar nuestras vidas como lo hizo Abraham.

El “día de la aflicción” vendrá, pero quienes estén preparados —por haber recibido el testimonio del convenio y por haberlo vivido— no desfallecerán. El convenio otorga fuerza, propósito y dirección incluso en medio del juicio y la calamidad.

Doctrina y Convenios 109:38 es una exhortación poderosa para que cada miembro del convenio asuma con firmeza su identidad y misión. No somos del mundo; somos del convenio, del linaje espiritual de Abraham. Se espera que llevemos el testimonio de Cristo a los demás, que preparemos corazones y que mantengamos firme a Su pueblo en los tiempos difíciles. Esta escritura no solo nos recuerda nuestro origen divino, sino que también nos llama a actuar con valor y fidelidad. Como hijos e hijas del convenio, debemos ser verdaderos herederos de las promesas: obedientes, consagrados y leales al Dios de Abraham.


Versículos 34–45
Protección contra los enemigos


Se pide que el Señor defienda a Su pueblo contra quienes lo persiguen, que confunda las conspiraciones en su contra y que la justicia divina limite el poder de los adversarios.

En estos versículos, la oración dedicatoria toma un tono profundamente realista. Los santos, recién levantando un templo con sacrificios enormes, sabían que no estaban rodeados de amigos, sino de opositores y enemigos que buscaban su destrucción. José Smith, en nombre del pueblo, eleva una súplica urgente: que el Señor mismo se convierta en su defensor y protector.

El ruego no es de venganza, sino de justicia divina. Se pide que las conspiraciones contra los santos sean confundidas y desbaratadas, para que no prosperen los planes de los inicuos. Aquí aprendemos que el pueblo de Dios no se sostiene por su fuerza militar ni por su capacidad política, sino por la intervención del Altísimo, que limita el poder de los adversarios.

Este bloque también nos enseña que la oposición es parte del plan divino. El Señor no promete eliminar de raíz a los enemigos, sino poner límites a su poder, de modo que Su obra siga adelante. Así, los santos aprenden a confiar no en la ausencia de pruebas, sino en la certeza de que Dios controla los acontecimientos.

Otro aspecto doctrinal es la petición de que la sangre de los santos inocentes no quede sin memoria delante de Dios. Esta súplica conecta la lucha de los santos modernos con la de los justos de todas las épocas, mostrando que el sacrificio de los fieles tiene valor eterno y será vindicado por el Señor en Su tiempo.

En resumen, estos versículos nos enseñan tres verdades doctrinales importantes:

  1. Dios es el defensor de Su pueblo: cuando los recursos humanos son insuficientes, el brazo del Señor es suficiente para salvar.
  2. La justicia divina pone límites al mal: aunque el enemigo actúe, sus planes no podrán frustrar los designios eternos de Dios.
  3. El sufrimiento de los justos nunca pasa inadvertido: sus lágrimas, sus heridas y hasta su sangre son recordadas por el Señor, quien promete vindicación.

Así, este pasaje nos recuerda que la dedicación de un templo no es un escape de las pruebas, sino la garantía de que, aun en medio de la oposición, el pueblo de Dios puede seguir adelante bajo la protección del Todopoderoso.


Versículos 46–58
Bendiciones para los gobernantes y las naciones


Se ora por los líderes de la tierra, para que tengan el corazón blando y permitan que el evangelio se predique libremente; también se pide que Sion prospere y que se cumpla la obra de Dios en todas las naciones.

En estos versículos, la oración se eleva más allá de los problemas inmediatos de los santos y alcanza un horizonte universal. José Smith intercede no solo por el pueblo del convenio, sino también por los líderes de las naciones. Se pide que sus corazones se ablanden y que se dispongan a abrir caminos para que el evangelio sea predicado con libertad. Este ruego refleja la visión profética de que la Restauración no es un movimiento local, sino una obra mundial destinada a todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos.

La oración muestra un espíritu cristiano de reconciliación: no se pide la destrucción de los gobernantes ni de los pueblos, sino que reciban luz e inspiración para obrar en justicia. Aquí se manifiesta la doctrina de la oración por los gobernantes, en armonía con la enseñanza de Pablo de orar por “reyes y por todos los que están en eminencia” (1 Timoteo 2:2). La Iglesia reconoce que la libertad religiosa y la estabilidad social son dones divinos que permiten que el evangelio florezca.

Asimismo, se suplica que Sion prospere. No se trata solo de prosperidad material, sino de una prosperidad espiritual que haga de la comunidad de los santos un ejemplo para el mundo. El progreso de Sion es visto como parte del plan de Dios para iluminar a todas las naciones, de modo que al fortalecerse Su pueblo, el evangelio pueda esparcirse más allá de las fronteras.

En estos versículos también se vislumbra la universalidad de la obra de Dios: la Restauración no quedaría confinada a un solo país ni a un grupo reducido, sino que alcanzaría el orbe entero. El templo, en este contexto, es presentado como un centro de poder espiritual desde el cual se impulsaría la predicación a todo el mundo.

Doctrinalmente, este pasaje enseña tres principios fundamentales:

  1. La obra de Dios requiere corazones dispuestos en los gobernantes: el evangelio se expande en un ambiente de libertad y paz.
  2. La prosperidad de Sion es clave para bendecir al mundo: cuanto más fuerte sea el pueblo de Dios, mayor será su capacidad de llevar la luz del evangelio a otros.
  3. El evangelio es para todas las naciones: el templo simboliza un mensaje global, no limitado por fronteras ni culturas.

En conclusión, estos versículos nos recuerdan que el poder del templo trasciende lo local y lo inmediato: desde una pequeña ciudad en Ohio, Dios ya proyectaba Su plan eterno para influir en los líderes de la tierra, abrir caminos a Su evangelio y establecer a Sion como un estandarte para las naciones.


Versículos 59–67
Bendiciones específicas para los siervos del Señor


Se suplica que los misioneros salgan “armados con tu poder”, que su voz llegue a todas las naciones, y que el evangelio penetre hasta los rincones de la tierra.

En este pasaje, la oración se enfoca en los misioneros y siervos de Dios que habrían de llevar el evangelio al mundo. El ruego es solemne y directo: que salgan de la casa del Señor “armados con tu poder”. La imagen es poderosa: así como un soldado se prepara con armas para la batalla, los misioneros del Señor reciben en el templo las “armas espirituales” —el Espíritu, la autoridad y la unción divina— para enfrentar los desafíos de la predicación.

Se pide que su voz llegue “a todos los pueblos y lenguas”. Aquí se anticipa la misión mundial de la Iglesia, que en ese momento era apenas un puñado de santos en Ohio, pero que ya estaba llamada a alcanzar cada nación de la tierra. Esta súplica muestra la visión profética de que la Restauración no era un movimiento pequeño o pasajero, sino la preparación del mundo para la Segunda Venida de Cristo.

También se ora para que los corazones de las personas sean tocados y persuadidos por la palabra de los siervos del Señor. Esto nos enseña que la eficacia del mensaje no descansa en la elocuencia humana, sino en el poder del Espíritu Santo que acompaña a los mensajeros. El templo se convierte así en el lugar donde los siervos son investidos con ese poder divino que abre puertas y conmueve corazones.

Doctrinalmente, estos versículos nos revelan tres principios esenciales:

  1. El poder misional proviene del templo: la predicación se fortalece cuando los siervos han recibido su investidura espiritual.
  2. El evangelio está destinado a todas las naciones: no hay límites geográficos ni culturales en el alcance del mensaje.
  3. La conversión verdadera es obra del Espíritu Santo: los misioneros son instrumentos, pero el poder para persuadir y cambiar corazones viene de Dios.

En conclusión, este bloque nos recuerda que el templo es el centro de preparación misional de la Iglesia. Allí los siervos reciben poder, no para su gloria personal, sino para que el evangelio de Jesucristo se extienda hasta los últimos rincones de la tierra, cumpliendo con el mandato divino de predicarlo “a toda criatura”.


Versículos 68–80
Purificación y santificación del pueblo del Señor


Se pide que los santos sean purificados, perdonados de sus pecados y que sus familias sean bendecidas; que esta obra los prepare para la venida del Señor.

En estos versículos, la oración dedicatoria se vuelve profundamente íntima. Después de pedir poder y protección, José Smith intercede por el pueblo mismo: que los santos sean purificados y perdonados de sus pecados. El templo es presentado aquí no solo como un lugar de adoración, sino como un espacio de purificación espiritual, donde las almas pueden acercarse al Señor y ser transformadas por Su gracia.

El ruego se extiende también a las familias de los santos, mostrando que las bendiciones del templo no se limitan al individuo, sino que abarcan el hogar y la posteridad. La oración pide que los hijos sean preservados, que los matrimonios se fortalezcan y que el pueblo de Dios viva en rectitud, como preparación para recibir al Salvador en Su venida gloriosa.

Doctrinalmente, este bloque resalta el vínculo entre templo, santificación y preparación para la Segunda Venida. La obra del templo no es un fin en sí mismo, sino un medio divino para purificar al pueblo y hacerlo apto para la presencia del Señor. Aquí se plasma la visión escatológica de la Restauración: un pueblo limpio y santo, reunido y sellado en convenios, listo para recibir a Cristo cuando regrese.

Estos versículos nos enseñan tres grandes principios:

  1. El templo es fuente de perdón y purificación: al acudir con fe, los santos pueden recibir limpieza espiritual que renueva sus vidas.
  2. Las familias son alcanzadas por las bendiciones del templo: la obra de Dios no se limita al individuo, sino que santifica a generaciones enteras.
  3. La santificación prepara para la Segunda Venida: la obra del templo no solo mira al presente, sino que proyecta a los santos hacia la eternidad.

En resumen, este pasaje nos recuerda que el templo es el laboratorio divino de santificación, donde el pueblo de Dios es limpiado, las familias son fortalecidas y la Iglesia es preparada como una novia pura lista para encontrarse con su Señor en el día de Su gloria.


Doctrina y Convenios 109:77: “Oh Señor Dios Todopoderoso, escúchanos en estas nuestras peticiones y respóndenos desde los cielos, tu santa morada, donde estás entronizado, con gloria, honor, poder, majestad, fuerza, dominio, verdad, justicia, juicio, misericordia y una plenitud infinita, desde la eternidad hasta la eternidad.”

Como Santos de los Últimos Días, creemos que nuestro Padre Celestial es, en verdad, un Hombre de Santidad glorificado y exaltado (Moisés 6:57). Algunos temen que hayamos intentado de forma inapropiada cerrar la brecha entre el Creador y la criatura. Aunque creemos que el hombre es de la misma especie que Dios y que, mediante la expiación, podemos llegar con el tiempo a ser más y más semejantes a nuestro Salvador (Mateo 5:48; Romanos 8:17; 2 Pedro 1:4; 1 Juan 3:1–3), también reconocemos la inmensa distancia entre lo finito y lo infinito, entre la imperfección y la perfección, entre la humanidad y la divinidad. José Smith dijo: “Dios es el único Gobernador supremo y ser independiente en quien moran toda la plenitud y perfección; quien es omnipotente, omnipresente y omnisciente;… en Él habita todo don bueno y todo principio correcto;… Él es el objeto en quien se centra la fe de todos los demás seres racionales y responsables para obtener vida y salvación” (Lecciones sobre la Fe, 2:2). En resumen: ¡nuestro Dios es Dios!

Esta poderosa súplica del versículo 77 de Doctrina y Convenios 109 destaca la majestad absoluta del Dios a quien servimos. Al dirigirse a Él como el “Dios Todopoderoso” y describir Su trono celestial rodeado de “gloria, honor, poder, majestad… y una plenitud infinita”, el texto establece un contraste reverente entre nuestra condición humana y Su divinidad eterna. Aunque creemos en un Dios con quien podemos llegar a compartir ciertos atributos divinos, nunca dejamos de reconocer Su posición suprema como fuente de toda justicia, misericordia y plenitud.

El temor de algunos críticos proviene del malentendido de la doctrina SUD sobre la divinidad. Lejos de disminuir a Dios, nuestra doctrina eleva al ser humano como hijo de Dios y enseña que, mediante la expiación de Cristo, podemos llegar a ser como Él (Moroni 7:48). Pero siempre, como dijo el profeta José Smith, Dios sigue siendo el centro de toda fe, el único ser completamente autosuficiente y eterno.

Reconocer que somos de Su especie no nos iguala a Él, sino que nos da esperanza, propósito y reverencia. Sabemos que el camino hacia la divinidad es infinito, y que solo puede recorrerse bajo Su guía, Su gracia y Su voluntad.

Doctrina y Convenios 109:77 es una expresión sublime de adoración y humildad ante el Dios eterno. Nos recuerda que, aunque Dios es nuestro Padre y desea que lleguemos a ser como Él, Él sigue siendo el Supremo Gobernador, el Omnipotente, el Eterno, en quien reside toda plenitud. Su trono está rodeado de perfección, y nuestras oraciones deben nacer de un corazón reverente que busca Su voluntad.

La doctrina del Evangelio restaurado equilibra esta verdad: somos hijos de un Dios glorificado, destinados a crecer, pero siempre dependiendo de Él. Reconocer Su grandeza infinita es el primer paso para adorarlo, servirlo y confiar en Él para nuestra exaltación. Porque en verdad, como proclama este pasaje, nuestro Dios es Dios, desde la eternidad hasta la eternidad.


Doctrina y Convenios 109:79–80: “Ayúdanos por el poder de tu Espíritu, para que podamos unir nuestras voces con aquellos serafines brillantes y resplandecientes alrededor de tu trono, con aclamaciones de alabanza, cantando: ¡Hosanna a Dios y al Cordero! Y que estos, tus ungidos, sean revestidos de salvación, y que tus santos clamen de gozo.”

Como parte de cada dedicación de templo, nos ponemos de pie y, con gozo, exclamamos tres veces: “¡Hosanna, Hosanna, Hosanna a Dios y al Cordero! Amén, Amén y Amén.” También cantamos estas mismas palabras en el amado himno de W. W. Phelps, “El Espíritu de Dios”, que fue escrito para la dedicación del Templo de Kirtland (Himnos, n.º 2). Hosanna es una palabra hebrea que significa “¡sálvanos, te rogamos!”. Esta aclamación se acompañaba en la antigüedad con el ondear de ramas, así como hoy ondeamos paños blancos. Hace dos mil años, una multitud de creyentes se reunió para dar a Jesús una bienvenida real el domingo antes de su crucifixión y resurrección. Mientras descendía del Monte de los Olivos y entraba en Jerusalén, extendían mantos en el suelo y agitaban ramas de palma, clamando “¡Hosanna!” (Juan 12:12–13; Marcos 11:8–10). Curiosamente, el Templo de Kirtland fue dedicado el domingo 27 de marzo de 1836, el mismo día en que los cristianos del mundo celebraban el Domingo de Ramos. Entonces también, exclamamos con gozo: “¡Hosanna a Dios y al Cordero!”

Estos versículos capturan la profunda conexión entre el culto celestial y la adoración en la tierra. En el Templo, los santos se unen simbólicamente a los serafines que rodean el trono de Dios, proclamando alabanzas a Él y al Cordero. Esta unión de lo celestial y lo terrenal ocurre por medio del poder del Espíritu, el cual trasciende el tiempo, el espacio y la mortalidad, reuniendo a los fieles con los ejércitos del cielo en un solo clamor de adoración y redención.

La palabra Hosanna es mucho más que una expresión festiva; es una súplica reverente y sagrada que significa “¡Sálvanos ahora!”. Al proclamarla, los santos reconocen a Cristo como el Mesías, el Salvador prometido, tal como lo hizo la multitud en Jerusalén. Pero en el contexto del templo, esta aclamación no solo mira al pasado, sino que anticipa el regreso triunfal del Salvador y el cumplimiento de Su obra redentora.

La referencia a que los «ungidos» sean «revestidos de salvación» se vincula con el poder del templo para conferir ordenanzas sagradas que preparan a los hijos de Dios para la exaltación. Y el resultado es gozo: una alegría que brota del conocimiento de la verdad, de la pertenencia al reino, y de la promesa del Salvador.

Doctrina y Convenios 109:79–80 nos invita a ver la adoración del templo como una anticipación del cielo. Al unir nuestras voces con los serafines, declaramos con fe que Cristo es el Redentor, que Su sacrificio es nuestra salvación, y que Su gloria es eterna. Al exaltar “Hosanna a Dios y al Cordero”, nos posicionamos espiritualmente entre la multitud que lo recibió en Jerusalén y la que lo recibirá en Su segunda venida. En esa adoración sagrada, el templo se convierte en un punto de encuentro entre el cielo y la tierra, entre el Cordero y Su pueblo, entre la súplica de salvación y la promesa segura de redención.


Versículos 81–80
Conclusión solemne


Se sella la oración en el nombre de Jesucristo, ofreciendo la casa y el pueblo al Señor, con la esperanza de que la gloria de Dios repose sobre Su pueblo para siempre.

En la parte final de la oración, la voz del Profeta se eleva en un sello solemne en el nombre de Jesucristo. Después de haber intercedido por el templo, por los siervos, por las familias, por las naciones y por Sion, todo se resume en una ofrenda total: “la casa y el pueblo al Señor”. Con esta entrega, los santos declaran que todo cuanto tienen y son pertenece a Dios.

El cierre refleja un espíritu de confianza y esperanza. Se pide que la gloria de Dios repose sobre el pueblo para siempre, no solo como un momento extraordinario en el día de la dedicación, sino como una presencia constante que guíe, proteja y santifique a los santos en su peregrinaje mortal. El templo se convierte así en un símbolo de la alianza eterna entre Dios y Su pueblo: un lugar donde Él promete morar, y un recordatorio de que Su gloria puede reposar sobre cada vida fiel.

Doctrinalmente, esta conclusión resalta tres principios clave:

  1. Todo se hace en el nombre de Jesucristo: Él es el mediador de la alianza, el fundamento del templo y la fuente de todo poder y bendición.
  2. El pueblo y la casa pertenecen al Señor: la dedicación no es solo de un edificio, sino de corazones y vidas consagradas.
  3. La gloria de Dios es la herencia prometida: los santos no buscan reconocimiento humano, sino la compañía y aprobación divinas que santifican su existencia.

En resumen, este cierre solemne convierte la oración en un pacto vivo: los santos ofrecen todo al Señor, y en respuesta, esperan que Su gloria repose sobre ellos para siempre. Es un recordatorio de que el templo no es simplemente un monumento, sino una casa viva de Dios, destinada a fortalecer, proteger y preparar a Su pueblo hasta la venida de Cristo.


Comentario final de Doctrina y Convenios 109


La sección 109 es única en Doctrina y Convenios: no es una revelación en forma de mandamiento o instrucción, sino una oración revelada. El Señor mismo inspiró a José Smith qué palabras dirigir al Padre en la dedicación del primer templo de esta dispensación. Eso convierte a esta oración en un modelo de cómo los santos deben consagrar sus esfuerzos y acercarse a Dios en los momentos más sagrados.

A lo largo de la oración, emergen varios ejes doctrinales:

  1. Consagración y adoración
    El templo es ofrecido al Señor como Su casa. Los santos reconocen que no les pertenece, sino que es un lugar apartado para Su gloria. Este principio enseña que todo lo que edificamos en el Reino —ya sea templos, familias o proyectos— adquiere poder eterno solo cuando se entrega a Dios.
  2. Bendiciones del templo
    Se ruega que el templo sea casa de oración, consuelo, revelación, poder y protección. Allí el cielo toca la tierra, y los fieles reciben fuerza espiritual para enfrentar pruebas, vencer tentaciones y recibir luz en su vida diaria.
  3. El templo como fuente de poder misional
    Una de las súplicas centrales es que los siervos de Dios salgan del templo “armados con poder” para predicar el evangelio. Esto conecta el templo con la misión: sin el poder espiritual que fluye de la casa del Señor, la obra mundial no podría cumplirse.
  4. Protección y justicia divina
    En medio de persecución y oposición, los santos oran para que el Señor confunda a sus enemigos y limite sus planes. El templo, por lo tanto, no es un escape de los problemas, sino un refugio de fortaleza desde el cual Dios protege a Su pueblo y hace avanzar Su obra.
  5. Visión universal y preparación para la Segunda Venida
    La oración no se queda en lo local. Se pide por gobernantes, por las naciones, por la prosperidad de Sion y por la difusión del evangelio hasta los confines de la tierra. Todo esto prepara al pueblo para la venida gloriosa de Jesucristo. El templo, entonces, no solo mira al presente, sino al cumplimiento final del plan divino.

Cada vez que se dedica un templo, esta oración sigue resonando como modelo. Pero más aún, nos recuerda que nuestra propia vida puede ser como un templo: un lugar donde el Espíritu repose, donde reine la pureza y desde donde fluya poder para bendecir a otros. La dedicación de Kirtland no fue solo un evento histórico, sino una profecía viva: los templos serían el centro de la Restauración hasta que el Señor regrese en gloria.

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