Doctrina y Convenios Sección 11

Doctrina y Convenios
Sección 11


Contexto histórico

Era mayo de 1829, y el sol primaveral iluminaba el paisaje de Harmony, Pensilvania. En una pequeña cabaña, el joven profeta José Smith continuaba con la sagrada tarea de traducir un antiguo registro: el Libro de Mormón. A su lado, Oliver Cowdery le ayudaba como escriba, registrando las palabras que José recibía por el poder de Dios.

El trabajo avanzaba con fervor, pero no sin desafíos. Tan solo unos días antes, José y Oliver habían recibido el Sacerdocio Aarónico a manos de Juan el Bautista, lo que marcó un momento crucial en la restauración del Evangelio. El poder y la autoridad de Dios estaban regresando a la tierra, y la obra avanzaba con una fuerza imparable.

Fue en este contexto que Hyrum Smith, el hermano mayor de José, sintió un ardiente deseo de participar en la obra del Señor. Hyrum siempre había sido un apoyo firme para su hermano, creyendo en las visiones y revelaciones que José recibía. Ahora, con los acontecimientos sagrados que estaban ocurriendo, Hyrum quería saber qué debía hacer. Se dirigió a José con una pregunta sincera: «¿Cuál es mi deber en esta gran obra?».

José, confiado en la guía divina, recurrió al Urim y Tumim, el instrumento sagrado con el que recibía revelaciones, y así nació la Sección 11.

La voz del Señor resonó con claridad en la revelación: “Una obra grande y maravillosa está a punto de aparecer entre los hijos de los hombres” (D. y C. 11:1). El Señor le reveló a Hyrum que su deseo de participar en la obra era bueno, pero que primero debía prepararse espiritualmente.

A diferencia de Oliver Cowdery, quien había recibido el mandato de predicar inmediatamente, Hyrum fue llamado a esperar, estudiar la palabra de Dios y fortalecer su testimonio antes de salir a proclamar el Evangelio. El tiempo de Hyrum llegaría, pero aún no.

El Señor le aconsejó: “No intentes declarar mi palabra, sino primero procura obtenerla” (v. 21). Esto subrayaba un principio fundamental: antes de enseñar el Evangelio a otros, uno debe internalizarlo, comprenderlo y vivirlo.

Además, el Señor le prometió un don espiritual si lo deseaba con fe y sinceridad (v. 10). Años más tarde, Hyrum demostraría tener un espíritu de sabiduría y revelación que lo convertiría en un líder clave en la Iglesia restaurada.

El Señor también reafirmó la urgencia de la obra misional con un poderoso simbolismo agrícola: “El campo blanco está ya para la siega” (v. 3). Esta metáfora, usada en varias revelaciones de aquella época, indicaba que muchas almas estaban preparadas para recibir el Evangelio.

Sin embargo, a pesar de esta urgencia, el mensaje a Hyrum fue claro: su tiempo aún no había llegado. Primero debía guardar los mandamientos, estudiar la palabra de Dios y recibir más conocimiento antes de salir a enseñar.

Dios también le hizo una advertencia clave: “No busques riquezas sino sabiduría” (v. 7). En una época en la que algunos veían la religión como una manera de obtener influencia y poder, este recordatorio subrayaba que el verdadero tesoro era la vida eterna.

Aunque esta revelación fue dirigida a Hyrum, el Señor amplió el mensaje a todos aquellos que desean participar en Su obra (v. 27). La invitación a buscar primero el Reino de Dios y a no negar el espíritu de revelación y de profecía sigue vigente para los discípulos de Cristo en todas las épocas.

Este consejo cobró un profundo significado en la vida de Hyrum. Años más tarde, se convertiría en un líder clave de la Iglesia y daría su vida como mártir junto a su hermano José en Carthage, sellando con su sangre el testimonio de la Restauración.

La Sección 11 no solo es un llamado al discipulado, sino un recordatorio de que Dios nos prepara para Su obra en Su propio tiempo. A veces, como Hyrum, debemos esperar y fortalecer nuestra fe antes de recibir un llamamiento mayor. Pero cuando llega el momento, aquellos que se han preparado serán instrumentos poderosos en las manos del Señor.


1. La Obra de Dios en los Últimos Días


Versículo 1: «Una obra grande y maravillosa está a punto de aparecer entre los hijos de los hombres.»
Este versículo anuncia la Restauración del Evangelio y la obra misional. El Señor estaba preparando el establecimiento de Su Iglesia en la tierra, y aquellos que desearan participar serían llamados a esta gran obra.

“Una obra grande y maravillosa”
La frase «una obra grande y maravillosa» es una referencia profética al establecimiento del Reino de Dios en la tierra a través de la Restauración del Evangelio de Jesucristo. Esta obra se centra en la restauración del sacerdocio, la revelación moderna y la organización de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó sobre la magnitud de esta obra: “Vivimos en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, la dispensación en la que se ha llevado a cabo la restauración del evangelio de Jesucristo, la dispensación en la que el Señor ha dicho que realizará una obra grande y maravillosa.” (Conferencia General, abril de 1995).
La obra de Dios es grande porque abarca la salvación de toda la humanidad a través del plan de redención y es maravillosa porque está llena de milagros, revelación y la guía continua del Señor.

“Está a punto de aparecer”
Esta parte de la frase indica la inminencia de los eventos proféticos. En el contexto de Doctrina y Convenios, esta declaración es significativa porque anticipa la restauración del Evangelio a través del profeta José Smith.
El élder Jeffrey R. Holland explicó: “La Restauración del evangelio de Jesucristo fue la más importante de todas las obras que han sucedido desde la resurrección del Salvador. Los cielos se abrieron nuevamente, y Dios volvió a hablar con Sus hijos.” (Conferencia General, abril de 2007).
La frase enfatiza que la restauración del Evangelio no era un evento lejano, sino algo que el Señor estaba preparando y que se llevaría a cabo en la dispensación final. Esta expresión nos recuerda que Dios obra en su debido tiempo y cumple sus promesas.

“Entre los hijos de los hombres”
Esto subraya que la obra de Dios no se limita a un grupo selecto, sino que es universal y está destinada a todas las naciones, tribus y lenguas.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “La restauración del evangelio de Jesucristo bendecirá a toda la humanidad. No se trata de una obra local o limitada, sino de una obra para todos los hijos de Dios.” (Conferencia General, octubre de 2020).
La obra de Dios se extiende a toda la humanidad y su evangelio es para todos. Su plan de salvación está diseñado para bendecir a cada persona, independientemente de su origen, raza o cultura.

Este versículo marca el comienzo de la voz del Señor anunciando la Restauración de su Evangelio. Este mensaje es una proclamación divina de que el Señor estaba a punto de realizar una obra de trascendencia eterna. La frase «grande y maravillosa» describe la magnificencia del Evangelio restaurado, incluyendo la organización de la Iglesia, la traducción del Libro de Mormón, la restauración del sacerdocio y el establecimiento de templos sagrados.

Las profecías sobre esta obra, como las encontradas en Isaías 29:14 (“Por tanto, he aquí que nuevamente haré una obra maravillosa entre este pueblo, una obra maravillosa y un prodigio”), se cumplen en el proceso de la restauración de todas las cosas.

En última instancia, este versículo nos recuerda que el Señor sigue guiando a su Iglesia y que la obra de salvación es continua. Como miembros de la Iglesia, se nos invita a participar en esta gran y maravillosa obra mediante el servicio, la predicación del Evangelio y la edificación del Reino de Dios en la tierra.


2. El Poder de la Palabra de Dios


Versículo 2: «He aquí, yo soy Dios; escucha mi palabra que es viva y poderosa, más cortante que una espada de dos filos, que penetra hasta partir las coyunturas y los tuétanos; por consiguiente, presta atención a mi palabra.»
La palabra de Dios tiene poder para transformar corazones y vidas. Es viva porque proviene de Él y penetra en el alma de quienes la reciben con sinceridad.

“He aquí, yo soy Dios”
Esta afirmación es una declaración de la divinidad y autoridad del Señor. Dios se presenta como el Ser Supremo, el Creador y Gobernante del universo, estableciendo el fundamento de la revelación.
El presidente Russell M. Nelson testificó: “El Dios del universo nos habla a cada uno de nosotros. Él nos ama, nos conoce por nuestro nombre y tiene un plan para cada uno de Sus hijos.” (Conferencia General, abril de 2022).
Esta frase subraya la soberanía de Dios y su relación con la humanidad. Él es nuestro Padre Celestial, y su proclamación nos invita a reconocer su divinidad y someternos a su voluntad.

“Escucha mi palabra que es viva y poderosa”
Aquí, Dios enfatiza que su palabra no es estática ni inerte, sino que tiene un poder real y transformador. La revelación de Dios sigue viva y es una fuente continua de dirección espiritual.
El élder D. Todd Christofferson enseñó: “La palabra de Dios inspira, edifica y da dirección. Es por medio de la revelación continua que Dios guía a Su pueblo.” (Conferencia General, octubre de 2012).
La palabra de Dios no solo es un conjunto de enseñanzas antiguas, sino que es relevante hoy en día. A través de las Escrituras y la revelación moderna, el Señor continúa guiando a su Iglesia y a cada individuo.

“Más cortante que una espada de dos filos”
Esta metáfora expresa la capacidad de la palabra de Dios para penetrar y discernir profundamente en la vida de las personas. Se asemeja a la descripción en Hebreos 4:12, que señala que la palabra de Dios “discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.”
El presidente Ezra Taft Benson dijo: “El Libro de Mormón fue escrito para nuestro día. Sus palabras son poderosas y, al igual que una espada de dos filos, pueden llegar hasta lo más profundo de nuestra alma si permitimos que el Espíritu nos ilumine.” (Conferencia General, octubre de 1986).
La palabra de Dios no solo consuela y guía, sino que también reprende y corrige. Es un instrumento de juicio y discernimiento que ayuda a separar la verdad del error.

“Que penetra hasta partir las coyunturas y los tuétanos”
Esta frase enfatiza que la palabra de Dios llega hasta lo más profundo del alma y tiene el poder de transformar el corazón humano.
El élder Neal A. Maxwell enseñó: “Cuando permitimos que la palabra de Dios penetre nuestro corazón, nos cambia desde adentro. Nos moldea a semejanza de Cristo y nos impulsa a vivir conforme a sus enseñanzas.” (Conferencia General, abril de 1987).
La palabra de Dios tiene un poder espiritual que trasciende la mera instrucción intelectual. Puede cambiar la naturaleza del hombre y llevarlo al arrepentimiento y la conversión.

“Por consiguiente, presta atención a mi palabra”
El Señor concluye con una exhortación directa a escuchar y obedecer su palabra. La enseñanza no es solo para ser oída, sino para ser aplicada.
El élder David A. Bednar explicó: “No basta con oír la palabra de Dios; debemos hacer algo con ella. La verdadera conversión viene cuando aplicamos los principios del evangelio en nuestra vida diaria.” (Conferencia General, octubre de 2011).
Dios nos llama a prestar atención a su palabra con humildad y disposición para actuar. Escuchar su palabra sin aplicarla no produce cambios verdaderos en nuestra vida.

Este versículo es un poderoso recordatorio de la autoridad, el poder y la relevancia de la palabra de Dios. Se nos invita a reconocerlo como nuestro Creador y a recibir su palabra con fe y humildad. La comparación de su palabra con una “espada de dos filos” nos recuerda que puede penetrar profundamente en nuestra alma, discerniendo nuestras verdaderas intenciones y ayudándonos a cambiar para mejor.

El Señor nos exhorta a prestar atención a su palabra no solo como oyentes pasivos, sino como discípulos activos. La revelación moderna a través de los profetas y el estudio de las Escrituras nos ofrecen una guía constante. Si permitimos que la palabra de Dios entre en nuestra vida, seremos fortalecidos espiritualmente y preparados para enfrentar los desafíos de la vida con fe y confianza en Él.


3. El Llamado a la Siega Espiritual


Versículo 3: «He aquí, el campo blanco está ya para la siega; por tanto, quien deseare cosechar, meta su hoz con su fuerza y siegue mientras dure el día, a fin de que atesore para su alma la salvación sempiterna en el reino de Dios.»
Este versículo enfatiza la urgencia de la obra misional. El Evangelio debe predicarse sin demora, pues hay muchas almas listas para recibir la verdad.

“He aquí, el campo blanco está ya para la siega”
Esta metáfora agrícola representa la obra misional y el recogimiento de los hijos de Dios en su Evangelio. El campo, al estar «blanco para la siega», indica que hay muchas almas listas para recibir la verdad y ser llevadas al redil de Cristo.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “No hay mayor obra que ayudar a nuestro Padre Celestial en la cosecha de almas. El campo está blanco y listo; nuestra responsabilidad es ir y hacer nuestra parte.” (Conferencia General, octubre de 2009).
El Señor ha preparado a muchas personas para recibir su Evangelio. La frase enfatiza la urgencia de la obra misional y el recogimiento de Israel en los últimos días.

“Por tanto, quien deseare cosechar, meta su hoz con su fuerza”
Aquí se nos invita a actuar con diligencia y compromiso en la obra del Señor. La hoz simboliza las herramientas espirituales que usamos para llevar almas a Cristo.
El élder Dieter F. Uchtdorf explicó: “El Señor nos ha llamado a trabajar en su viña con todo nuestro corazón, mente y fuerza. El éxito en su obra viene cuando servimos con amor y dedicación.” (Conferencia General, abril de 2019).
No basta con desear hacer la obra del Señor; debemos esforzarnos con energía y dedicación. La salvación de las almas requiere acción y sacrificio.

“Y siegue mientras dure el día”
El «día» simboliza el tiempo de oportunidad en la vida terrenal. Al igual que la siega es una labor con un tiempo limitado, también lo es la oportunidad de servir y compartir el Evangelio.
El élder M. Russell Ballard dijo: “El tiempo que tenemos en la tierra es precioso y debemos usarlo para edificar el reino de Dios. No pospongamos el día de nuestro servicio y discipulado.” (Conferencia General, octubre de 2017).
La obra del Señor no puede esperar. Si posponemos nuestra oportunidad de servir, podríamos perder valiosas bendiciones para nosotros y para quienes esperan el Evangelio.

“A fin de que atesore para su alma la salvación sempiterna en el reino de Dios”
Este versículo enfatiza que el servicio al Señor tiene consecuencias eternas. Quienes trabajan en la obra misional y en el recogimiento de Israel aseguran bendiciones espirituales para su propia salvación.
El presidente Spencer W. Kimball enseñó: “Cuando servimos con todo nuestro corazón en la obra del Señor, no solo bendecimos a los demás, sino que también aseguramos nuestra propia salvación.” (Conferencia General, abril de 1975).
Al participar en la obra misional y en el recogimiento de almas, no solo ayudamos a los demás, sino que fortalecemos nuestra propia conversión y aseguramos nuestra exaltación en el reino de Dios.

Este versículo es una poderosa invitación a trabajar con diligencia en la obra del Señor. El simbolismo del campo blanco y la siega nos recuerda que muchas almas están listas para recibir el Evangelio y que tenemos la responsabilidad de llevarlo a ellas.

El Señor nos llama a trabajar con dedicación, sin demora, porque el tiempo en la mortalidad es limitado. El servicio en su viña no solo bendice a los demás, sino que también es un medio para asegurar nuestra propia salvación y crecimiento espiritual.

Como discípulos de Cristo, debemos responder con fe y acción, sabiendo que toda obra dedicada al Señor tiene un impacto eterno.


4. La Promesa de Revelación y Sabiduría


Versículo 7: «No busques riquezas sino sabiduría; y he aquí, los misterios de Dios te serán revelados, y entonces serás rico. He aquí, rico es el que tiene la vida eterna.»
Este consejo subraya la prioridad espiritual sobre lo material. La verdadera riqueza no está en bienes terrenales, sino en el conocimiento de Dios y la vida eterna.

“No busques riquezas sino sabiduría”
El Señor enseña que la búsqueda de riquezas materiales no debe ser la prioridad de sus discípulos. En cambio, la verdadera riqueza proviene de la sabiduría espiritual, que es el conocimiento de Dios y de sus caminos.
El presidente Joseph Fielding Smith enseñó: “El Señor nos ha mandado que busquemos primero el reino de Dios y Su justicia, y que no pongamos nuestra confianza en las riquezas, sino en la sabiduría que viene de lo alto.” (Doctrina de Salvación, tomo 1, pág. 303).
La sabiduría mencionada aquí no se refiere solo al conocimiento secular, sino a la comprensión espiritual y a la aplicación del Evangelio en la vida diaria. Cuando buscamos la voluntad de Dios, Él nos da dirección y entendimiento para vivir rectamente.

“Y he aquí, los misterios de Dios te serán revelados”
Los «misterios de Dios» son las verdades espirituales que solo se pueden conocer mediante la revelación y el Espíritu Santo. No se trata de secretos inaccesibles, sino de principios del Evangelio que se comprenden progresivamente mediante el estudio, la fe y la obediencia.
El élder Bruce R. McConkie explicó: “Los misterios de Dios son las verdades que se obtienen por revelación y que están reservadas para aquellos que son espiritualmente preparados para recibirlas.” (Doctrinal New Testament Commentary, tomo 1, pág. 700).
Dios revela Su conocimiento a quienes lo buscan con sinceridad. Cuando adquirimos sabiduría espiritual, comprendemos mejor Su plan y somos bendecidos con una visión más clara de nuestra identidad y propósito eterno.

 “Y entonces serás rico”
La verdadera riqueza no se mide en términos de posesiones materiales, sino en la luz y conocimiento que recibimos de Dios.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Las verdaderas riquezas de la vida no se encuentran en el oro ni en la plata, sino en la plenitud del Evangelio de Jesucristo.” (Conferencia General, abril de 2018).
Aquellos que buscan la sabiduría divina acumulan una riqueza que no se corrompe ni desaparece con el tiempo. Su riqueza se manifiesta en la paz, el gozo y la seguridad espiritual.

“He aquí, rico es el que tiene la vida eterna”
Esta frase establece la definición final de riqueza desde la perspectiva de Dios: la vida eterna, que es vivir en la presencia de Dios y recibir Su exaltación.
El presidente Dallin H. Oaks explicó: “La vida eterna es el don más grande que Dios puede dar al hombre. No hay riqueza ni éxito mundano que se compare con el privilegio de vivir con Él por la eternidad.” (Conferencia General, abril de 2000).
La vida eterna es la máxima meta de nuestra existencia. Ser verdaderamente ricos no significa poseer bienes materiales, sino heredar el reino de Dios y recibir Su gloria.

Doctrina y Convenios 11:7 nos enseña una perspectiva eterna sobre la riqueza y el conocimiento. Mientras el mundo valora la acumulación de bienes materiales, el Señor nos invita a buscar la sabiduría y la revelación, ya que estas nos conducen a la vida eterna, la verdadera riqueza.

Dios promete que quienes prioricen el conocimiento espiritual recibirán revelación y comprensión de Sus misterios. Esto no solo los enriquecerá espiritualmente, sino que los preparará para recibir el mayor tesoro de todos: la vida eterna en Su presencia.

Este versículo nos recuerda que nuestras prioridades deben estar alineadas con los principios eternos. En lugar de afanarnos por riquezas pasajeras, debemos esforzarnos por obtener la riqueza duradera del conocimiento de Dios y la bendición de la exaltación.


5. La Obediencia y la Preparación Espiritual


Versículo 9: «No prediques sino el arrepentimiento a esta generación. Guarda mis mandamientos y ayuda a que salga a luz mi obra, según mis mandamientos, y serás bendecido.»
El mensaje central del Evangelio es el arrepentimiento. Antes de predicar, es necesario vivir el Evangelio y prepararse espiritualmente.

“No prediques sino el arrepentimiento a esta generación”
El Señor enfatiza que el mensaje central del Evangelio es el arrepentimiento. Este es el primer principio del Evangelio y la clave para recibir el perdón y la conversión.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El arrepentimiento es un proceso de transformación. No es simplemente un plan de respaldo; es el plan de Dios para progresar y cambiar para mejor.” (Conferencia General, abril de 2019).
El llamado al arrepentimiento es universal y atemporal. No solo es una invitación, sino una necesidad para acercarnos a Dios. Predicar el arrepentimiento significa invitar a todos a volver su corazón al Señor y cambiar su vida conforme a Sus enseñanzas.

“Guarda mis mandamientos”
El Señor nos recuerda que la obediencia a Sus mandamientos es esencial para recibir bendiciones espirituales y temporales.
El élder D. Todd Christofferson enseñó: “Obedecer los mandamientos de Dios nos protege, nos guía y nos permite experimentar la verdadera felicidad.” (Conferencia General, abril de 2011).
La obediencia a los mandamientos no es solo una demostración de fe, sino también un camino de protección y crecimiento espiritual. Al guardar los mandamientos, nos acercamos a Dios y demostramos nuestra disposición a seguir Su voluntad.

“Y ayuda a que salga a luz mi obra, según mis mandamientos”
Dios nos llama a participar activamente en la edificación de Su reino. Esto puede incluir compartir el Evangelio, fortalecer la fe de otros y vivir de manera que refleje Sus enseñanzas.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “Cada uno de nosotros tiene una responsabilidad en la obra del Señor. No podemos quedarnos al margen; debemos participar con gozo en esta gran causa.” (Conferencia General, abril de 1995).
El Señor nos invita a ser colaboradores en Su obra. Esto significa que cada persona tiene un papel en el avance del Evangelio, ya sea a través del servicio, la enseñanza o el ejemplo personal.

“Y serás bendecido”
El Señor promete bendiciones a quienes obedecen Sus mandamientos y trabajan en Su obra. Estas bendiciones pueden ser tanto espirituales como temporales.
El presidente Henry B. Eyring testificó: “Cuando hacemos la obra del Señor con sinceridad y amor, Él nos bendice de maneras que a veces no podemos anticipar.” (Conferencia General, abril de 2017).
La obediencia trae consigo bendiciones seguras. Dios es fiel en cumplir Sus promesas y recompensa a quienes se esfuerzan por servirle. La verdadera bendición es el crecimiento espiritual y la cercanía con Él.

Este versículo es un recordatorio de los principios fundamentales del Evangelio: el arrepentimiento, la obediencia y la participación en la obra del Señor. El llamado a predicar el arrepentimiento resalta la importancia de invitar a otros a acercarse a Dios.

El Señor nos invita a guardar Sus mandamientos, no solo como un requisito, sino como una vía de bendiciones. Además, nos da la oportunidad de contribuir a la edificación de Su obra, asegurando que Su Evangelio llegue a más personas.

Finalmente, la promesa de bendiciones es una garantía divina para aquellos que siguen Su voluntad. La verdadera recompensa no solo se encuentra en esta vida, sino en la vida eterna con Dios.


6. La Influencia del Espíritu Santo


Versículo 12: «Pon tu confianza en ese Espíritu que induce a hacer lo bueno, sí, a obrar justamente, a andar humildemente, a juzgar con rectitud; y este es mi Espíritu.»
El Espíritu Santo guía a las personas a actuar con justicia y humildad. Su influencia es clave para el discernimiento y la rectitud.

“Pon tu confianza en ese Espíritu”
El Señor nos exhorta a confiar plenamente en el Espíritu Santo como guía y fuente de verdad en nuestra vida. Confiar en el Espíritu significa buscar Su dirección constante y actuar según Su inspiración.
El presidente Boyd K. Packer enseñó: “El Espíritu Santo es un maestro fiel. Si aprendemos a escuchar Su voz, nos guiará por caminos de seguridad y verdad.” (Conferencia General, octubre de 1994).
La confianza en el Espíritu implica una relación de fe y sumisión a la voluntad de Dios. Debemos aprender a reconocer Su influencia y seguir Sus impresiones para evitar el error y caminar con seguridad en la senda del Evangelio.

“Que induce a hacer lo bueno”
El Espíritu Santo siempre nos motiva a actuar en armonía con la voluntad de Dios y a seguir el ejemplo de Cristo.
El élder Richard G. Scott enseñó: “El Espíritu Santo nos ayuda a discernir entre el bien y el mal y nos motiva a hacer lo correcto.” (Conferencia General, abril de 2010).
Una de las maneras más seguras de reconocer la influencia del Espíritu es preguntarnos si nos inspira a hacer el bien. Cuando sentimos deseos de servir, perdonar y actuar con amor, sabemos que estamos siendo guiados por el Espíritu.

“Sí, a obrar justamente”
El Espíritu nos guía a vivir de manera justa, obedeciendo los mandamientos y tratando a los demás con equidad y bondad.
El élder Dallin H. Oaks explicó: “La justicia y la rectitud son atributos esenciales de quienes siguen al Salvador. Debemos obrar justamente en todas nuestras interacciones con los demás.” (Conferencia General, octubre de 2006).
Obrar justamente significa actuar con integridad y honestidad en todas nuestras relaciones. El Espíritu Santo nos guía a tomar decisiones correctas y a tratar a los demás con respeto y equidad.

“A andar humildemente”
La humildad es una cualidad esencial en la vida cristiana, ya que nos permite reconocer nuestra dependencia de Dios y estar dispuestos a seguir Su voluntad.
El presidente Ezra Taft Benson enseñó: “La humildad nos abre la puerta para recibir el Espíritu y nos permite reconocer la mano de Dios en nuestra vida.” (Conferencia General, abril de 1989).
Caminar humildemente significa reconocer que todo lo que tenemos proviene de Dios y vivir en gratitud y obediencia. El Espíritu Santo nos ayuda a cultivar la humildad y a depender más de Dios en nuestras decisiones diarias.

“A juzgar con rectitud”
El juicio recto implica evaluar las situaciones y a las personas con equidad y conforme a los principios del Evangelio, sin apresurarnos a condenar.
El élder Dieter F. Uchtdorf aconsejó: “Antes de juzgar a alguien, recordemos que todos estamos en diferentes etapas del discipulado. Seamos pacientes y comprensivos.” (Conferencia General, abril de 2012).
Juzgar con rectitud no significa criticar a los demás, sino discernir con sabiduría lo que es correcto y actuar con amor y justicia. El Espíritu Santo nos ayuda a ver a los demás con compasión y a tomar decisiones sabias.

“Y este es mi Espíritu”
El Señor confirma que estas impresiones provienen del Espíritu Santo, cuya función es guiarnos en el camino del bien.
El élder David A. Bednar enseñó: “El Espíritu Santo es el medio por el cual el Señor nos comunica Su voluntad y nos ayuda a distinguir entre el bien y el mal.” (Conferencia General, abril de 2006).
Si queremos conocer la voluntad de Dios y actuar conforme a ella, debemos aprender a reconocer la influencia del Espíritu Santo. Sus impresiones nos llevarán siempre hacia el bien, la humildad y la rectitud.

Este versículo nos enseña cómo reconocer la influencia del Espíritu Santo en nuestra vida. Nos recuerda que el Espíritu nos guía a hacer el bien, a vivir con justicia, a caminar con humildad y a tomar decisiones sabias.

El Espíritu Santo es nuestro compañero constante si lo buscamos con sinceridad y obediencia. Al confiar en Su guía, podemos discernir lo correcto y vivir de acuerdo con los principios del Evangelio. Este versículo nos invita a desarrollar una relación más cercana con el Espíritu y a dejar que Su influencia nos transforme cada día.


7. La Iluminación Espiritual


Versículo 13: «De cierto, de cierto te digo: Te daré de mi Espíritu, el cual iluminará tu mente y llenará tu alma de gozo;»
Cuando el Espíritu Santo está presente, la mente se aclara, el corazón se llena de paz y el alma experimenta gozo verdadero.

“De cierto, de cierto te digo”
Esta expresión, repetida dos veces, enfatiza la veracidad y la importancia de lo que el Señor está por declarar. Es una forma de asegurar que lo que sigue es una promesa firme e inmutable.
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “Cuando el Salvador repite una verdad, lo hace con el propósito de enfatizar su vital importancia para nuestra salvación y bienestar.” (Conferencia General, abril de 2011).
La repetición en las Escrituras es una señal de que algo es de gran valor. Cuando el Señor dice «de cierto, de cierto», debemos prestar especial atención, pues es una promesa segura de Dios.

“Te daré de mi Espíritu”
El Señor promete el don del Espíritu Santo, que es esencial para la revelación personal, la guía y el testimonio del Evangelio.
El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “El Espíritu Santo es el don más precioso que podemos recibir en esta vida, pues nos guía en cada paso hacia la vida eterna.” (Conferencia General, octubre de 1996).
Esta es una de las mayores bendiciones del Evangelio restaurado: la compañía constante del Espíritu Santo. No solo está disponible para los profetas o líderes, sino para todos los que guardan los mandamientos y buscan la voluntad de Dios.

“El cual iluminará tu mente”
El Espíritu Santo es una fuente de iluminación intelectual y espiritual. Nos ayuda a comprender las Escrituras, recibir respuestas a nuestras oraciones y discernir la verdad.
El élder David A. Bednar explicó: “El Espíritu Santo no solo nos guía en nuestras decisiones, sino que también ilumina nuestro entendimiento y amplía nuestra capacidad para aprender.” (Conferencia General, abril de 2006).
La luz del Espíritu nos ayuda a ver las cosas con claridad y a recibir dirección en nuestras vidas. A menudo, esta iluminación viene como una impresión sutil que nos da paz y comprensión en medio de la incertidumbre.

“Y llenará tu alma de gozo”
El gozo verdadero proviene del Espíritu Santo, no de las posesiones materiales ni de las circunstancias externas.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El gozo que sentimos tiene poco que ver con las circunstancias de nuestra vida y todo que ver con nuestro enfoque en el Salvador y Su Evangelio.” (Conferencia General, octubre de 2016).
Cuando vivimos en armonía con el Espíritu, experimentamos un gozo profundo y duradero. Este gozo no depende de factores externos, sino de nuestra relación con Dios y nuestro testimonio del Evangelio.

Doctrina y Convenios 11:13 es un testimonio del poder del Espíritu Santo en la vida de los creyentes. Dios promete darnos Su Espíritu si lo buscamos, y este Espíritu iluminará nuestra mente y nos llenará de gozo.

Este versículo también resalta la relación entre la revelación y la felicidad espiritual. La guía del Espíritu Santo no solo nos ayuda a tomar decisiones correctas, sino que también nos llena de paz y felicidad, independientemente de las circunstancias que enfrentemos.

Como discípulos de Cristo, debemos buscar siempre esta influencia divina mediante la oración, el estudio de las Escrituras y la obediencia a los mandamientos. Al hacerlo, experimentaremos la luz y el gozo que solo el Espíritu puede dar.


8. La Importancia de Estudiar la Palabra de Dios


Versículo 21: «No intentes declarar mi palabra, sino primero procura obtenerla, y entonces será desatada tu lengua; luego, si lo deseas, tendrás mi Espíritu y mi palabra, sí, el poder de Dios para convencer a los hombres.»
Este principio enseña que antes de enseñar el Evangelio, debemos conocerlo profundamente. El testimonio y el conocimiento previo fortalecen la enseñanza.

“No intentes declarar mi palabra, sino primero procura obtenerla”
El Señor enseña un principio clave para el ministerio y la enseñanza del Evangelio: antes de predicar, debemos estudiar y comprender la doctrina.
El presidente Ezra Taft Benson enseñó: “No podemos enseñar principios que no entendemos ni testificar de verdades que no hemos llegado a conocer. El estudio diligente de las Escrituras nos da poder para enseñar con convicción.” (Conferencia General, abril de 1986).
Antes de compartir el Evangelio con los demás, debemos asegurarnos de haberlo internalizado en nuestra propia vida. No basta con repetir palabras; es necesario comprenderlas y vivirlas para poder enseñarlas con poder.

“Y entonces será desatada tu lengua”
Esta promesa indica que, cuando buscamos el conocimiento espiritual con sinceridad, el Señor nos ayudará a expresarnos con claridad y convicción.
El élder David A. Bednar explicó: “Cuando buscamos con sinceridad aprender el Evangelio, el Espíritu Santo nos ayuda a recordar lo que hemos estudiado y nos da la capacidad de comunicarlo con poder.” (Conferencia General, octubre de 2005).
Muchas veces, las personas sienten temor de compartir su testimonio porque creen que no tienen suficiente conocimiento o habilidades. Sin embargo, cuando nos preparamos espiritualmente, el Espíritu nos ayuda a hablar con confianza.

“Luego, si lo deseas, tendrás mi Espíritu y mi palabra”
Aquí el Señor destaca que recibir el Espíritu y Su palabra depende de nuestro deseo y esfuerzo por obtenerlas.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El deseo sincero de aprender y enseñar el Evangelio abre la puerta para que el Espíritu Santo nos guíe.” (Conferencia General, abril de 2018).
El recibir el Espíritu y la palabra de Dios no es automático; requiere esfuerzo y un corazón dispuesto. Si realmente deseamos ser instrumentos en las manos del Señor, Él nos bendecirá con Su Espíritu.

“Sí, el poder de Dios para convencer a los hombres”
El verdadero poder para persuadir a otros no proviene de la elocuencia o el intelecto humano, sino del Espíritu Santo.
El élder Jeffrey R. Holland declaró: “Las palabras solas no convierten a las personas. Es el Espíritu Santo quien toca el corazón y testifica de la verdad.” (Conferencia General, abril de 2011).
Los verdaderos discípulos de Cristo no dependen únicamente de su habilidad para argumentar o debatir, sino del poder de Dios. La conversión viene cuando el Espíritu Santo testifica a las almas sinceras.

Doctrina y Convenios 11:21 nos enseña un principio fundamental del discipulado: antes de enseñar el Evangelio, debemos conocerlo y vivirlo. Solo después de buscar y obtener la palabra de Dios, podremos compartirla con poder y convicción.

El Señor promete que, si lo deseamos y nos preparamos, nos dará Su Espíritu y Su palabra, lo que nos permitirá hablar con claridad y autoridad. No es nuestra inteligencia ni nuestra elocuencia lo que convence a los demás, sino el poder de Dios actuando a través de nosotros.

Este versículo nos motiva a estudiar las Escrituras con diligencia, a buscar la guía del Espíritu Santo y a confiar en que el Señor nos capacitará para ser instrumentos en Sus manos.


9. La Base del Evangelio de Cristo


Versículo 24: «Edifica sobre mi roca, la cual es mi evangelio;»
Cristo es la única base segura sobre la cual construir nuestra vida. El Evangelio es el fundamento de la salvación y la estabilidad espiritual.

“Edifica sobre mi roca”
La roca simboliza un fundamento seguro e inmutable. En las Escrituras, Jesucristo es comparado con una roca porque es la fuente de fortaleza y estabilidad espiritual.:
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “Si edificamos nuestra vida sobre la roca de la revelación y del Evangelio de Jesucristo, estaremos firmes y seguros ante los desafíos de la vida.” (Conferencia General, abril de 2002).
Edificar sobre la roca significa basar nuestras decisiones, acciones y creencias en Jesucristo y Su Evangelio. Aquellos que lo hacen permanecen firmes incluso en tiempos de prueba y adversidad.

“La cual es mi evangelio”
El Evangelio de Jesucristo es el único fundamento seguro sobre el cual podemos construir una vida eterna de felicidad y propósito.
El élder D. Todd Christofferson enseñó: “El Evangelio de Jesucristo es el camino seguro que nos lleva de regreso al Padre Celestial. Al seguirlo, encontramos gozo y paz duraderos.” (Conferencia General, abril de 2015).
No cualquier enseñanza o ideología puede servir como base para una vida segura y significativa. Solo el Evangelio de Jesucristo proporciona la verdad, la guía y el poder para alcanzar la vida eterna.

Este versículo nos recuerda la importancia de edificar nuestra vida sobre un fundamento seguro: el Evangelio de Jesucristo. En un mundo lleno de incertidumbre y cambios, el Evangelio es la única fuente constante de verdad y fortaleza.

Jesucristo es la Roca sobre la cual debemos construir nuestra fe. Al obedecer Sus mandamientos, estudiar Su palabra y seguir Su ejemplo, aseguramos nuestra estabilidad espiritual.

Aquellos que edifican sobre esta roca no serán sacudidos por las tormentas de la vida, sino que permanecerán firmes en su fe y compromiso con Dios.


10. La Bendición de Recibir a Cristo


Versículo 30: «Mas de cierto, de cierto te digo, que a cuantos me reciban daré el poder de llegar a ser hijos de Dios, sí, a los que crean en mi nombre.»
El mayor don de Dios es la oportunidad de convertirnos en Sus hijos a través del Evangelio y la fe en Cristo.

“Mas de cierto, de cierto te digo”
El Señor usa esta expresión para enfatizar la importancia y certeza de la promesa que sigue. La repetición de «de cierto» es una forma de destacar la veracidad y la solemnidad de Su declaración.
El élder Jeffrey R. Holland explicó: “Cuando el Salvador habla con este énfasis, debemos prestar atención, porque está estableciendo una verdad fundamental que tiene impacto eterno.” (Conferencia General, abril de 2011).
Esta introducción enfatiza la promesa divina que se dará a aquellos que acepten al Señor. Es una declaración segura de que Dios cumplirá Su palabra con todos los que se acercan a Él con fe.

“A cuantos me reciban”
Recibir a Cristo significa aceptar Su Evangelio, seguir Su ejemplo y guardar Sus mandamientos.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Recibir al Salvador en nuestra vida significa permitir que Su amor, Su ejemplo y Su expiación transformen quiénes somos y cómo vivimos.” (Conferencia General, abril de 2018).
La invitación a recibir al Salvador está abierta a todos, pero requiere una respuesta activa. No es solo un acto de fe intelectual, sino un compromiso sincero de vivir conforme a Sus enseñanzas.

“Daré el poder de llegar a ser hijos de Dios”
Aquí el Señor promete un poder divino a aquellos que lo aceptan. Aunque todos somos hijos espirituales de Dios, esta frase se refiere a llegar a ser Sus hijos en el sentido del convenio, es decir, herederos de Su gloria y exaltación.
El élder D. Todd Christofferson explicó: “Llegar a ser hijos e hijas de Dios en el sentido pleno significa recibir Su imagen en nuestros rostros y heredar todo lo que Él tiene.” (Conferencia General, abril de 2009).
La filiación divina en este contexto implica un cambio espiritual profundo. Se nos da el poder de llegar a ser como Dios a través de la fe, el arrepentimiento y la obediencia a Su Evangelio.

“Sí, a los que crean en mi nombre”
El acto de creer en Cristo es la clave para recibir Su poder transformador.
El élder Neal A. Maxwell enseñó: “Creer en Cristo no es solo aceptar que Él existe, sino confiar en Su gracia y seguirlo con todo nuestro corazón.” (Conferencia General, octubre de 1995).
La fe en Cristo no es un simple reconocimiento de Su divinidad, sino un compromiso profundo de seguirlo y confiar en Su expiación. Esta fe nos permite recibir Su poder y cambiar nuestras vidas.

Este versículo contiene una promesa divina de transformación y exaltación. Aunque todos somos hijos espirituales de Dios, recibir a Cristo y creer en Su nombre nos concede el poder de llegar a ser hijos de Dios en el sentido del convenio, es decir, herederos de la vida eterna.

Aceptar al Salvador requiere fe, obediencia y disposición para seguirlo. Aquellos que lo hacen reciben Su poder, lo que les permite cambiar, crecer espiritualmente y prepararse para Su reino.

En última instancia, este versículo nos recuerda que el propósito del Evangelio es ayudarnos a llegar a ser como nuestro Padre Celestial, mediante la gracia y el poder de Jesucristo.


Organización por Temas


1. La Obra del Señor Está por Comenzar (vs. 1-2)

“Una obra grande y maravillosa está a punto de aparecer entre los hijos de los hombres.”

Dios anuncia la inminente restauración de Su obra en la tierra. En 1829, la traducción del Libro de Mormón avanzaba, y el sacerdocio comenzaba a ser restaurado. Esta declaración es un llamado profético: la Iglesia aún no se había organizado, pero el Señor aseguraba que Su plan se cumpliría.

El versículo 2 recalca la poderosa naturaleza de la palabra de Dios, que es más cortante que una espada de dos filos, capaz de penetrar hasta las coyunturas y los tuétanos. Este simbolismo enfatiza que la verdad del Evangelio tiene poder para transformar vidas y discernir la intención del corazón.


2. El Campo Está Listo para la Siega (vs. 3-6)

“El campo blanco está ya para la siega; por tanto, quien deseare cosechar, meta su hoz con su fuerza y siegue mientras dure el día.”

La metáfora de la siega es una de las más utilizadas en las Escrituras para describir el trabajo misional. En este momento, Dios estaba preparando a obreros para la cosecha espiritual. Este mensaje resalta que el tiempo de la restauración había llegado, y aquellos que participaran en la obra recibirían la salvación sempiterna.

El versículo 6 introduce la idea de Sión, un concepto central en la restauración. Dios llama a Hyrum a establecer Su causa, lo que implica más que solo predicar: se trata de edificar un pueblo santo, un pueblo que refleje la voluntad de Dios en la tierra.


3. Sabiduría en Lugar de Riquezas (vs. 7-8)

“No busques riquezas sino sabiduría; y he aquí, los misterios de Dios te serán revelados.”

Dios instruye a Hyrum a priorizar el conocimiento y la espiritualidad sobre la riqueza material. En un tiempo donde la influencia y el éxito material eran codiciados, esta enseñanza iba en contra de la mentalidad del mundo. La verdadera riqueza, según el Señor, es la vida eterna.

El versículo 8 refuerza el principio de la agencia y el deseo sincero: si Hyrum realmente quería hacer el bien, Dios le concedería la capacidad de ser un instrumento de bendición para su generación.


4. La Importancia de la Revelación Personal (vs. 9-14)

“Pon tu confianza en ese Espíritu que induce a hacer lo bueno.”

Aquí, el Señor enfatiza la necesidad de recibir el Espíritu antes de actuar. No basta con predicar; el Evangelio debe vivirse con inspiración divina.

El versículo 13 promete que el Espíritu no solo ilumina la mente, sino que también llena el alma de gozo. Esta enseñanza es fundamental: el conocimiento espiritual no es solo intelectual, sino también un gozo profundo que cambia la vida.


5. La Preparación Antes de Enseñar (vs. 15-22)

“No intentes declarar mi palabra, sino primero procura obtenerla.”

A diferencia de Oliver Cowdery, quien fue enviado a predicar rápidamente, Hyrum recibe un mandato distinto: esperar y prepararse. Este principio resalta que cada discípulo tiene un tiempo y un llamamiento específico en la obra del Señor.

El versículo 21 recalca una lección clave: solo después de estudiar y vivir la palabra de Dios se tiene el poder real para predicar con convicción y eficacia.


6. El Poder del Espíritu de Revelación y Profecía (vs. 23-27)

“No niegues el espíritu de revelación ni el espíritu de profecía.”

Dios advierte a Hyrum sobre el peligro de rechazar la revelación. En un contexto donde el racionalismo y la incredulidad crecían en los EE.UU., esta instrucción era crucial.

Los que niegan la revelación bloquean el progreso espiritual, mientras que quienes la aceptan pueden recibir conocimiento divino y dirección personal. En la restauración, este principio es fundamental: sin revelación, la Iglesia no puede avanzar.


7. Jesucristo: La Luz y la Vida del Mundo (vs. 28-30)

“Soy Jesucristo, el Hijo de Dios. Soy la vida y la luz del mundo.”

La revelación concluye con un poderoso testimonio de Jesucristo. Aunque muchos en el mundo rechazan Su mensaje, a aquellos que lo reciben se les da el poder de llegar a ser hijos de Dios.

Este principio enfatiza que el discipulado no es solo creer, sino recibir el poder transformador de Cristo. Esta es la esencia del Evangelio restaurado: una invitación a seguir a Cristo y heredar la vida eterna.

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