Doctrina y Convenios
Sección 115
Contexto histórico y trasfondo
Resumen breve por Steven C. Harper
En diciembre de 1836, la legislatura estatal de Misuri creó el condado de Caldwell para que los santos de los últimos días se establecieran allí, y designó a Far West como su cabecera. Cerca de dos mil santos se reunieron en Far West, con algunos miles más en las áreas circundantes. El 6 de abril de 1837, en el séptimo aniversario de la Iglesia, hicieron planes para construir un templo como el de Kirtland, Ohio. Escogieron un sitio en el centro del pueblo y se reunieron para colocar la primera piedra. Pero la obra se detuvo. Cuando José visitó Far West en noviembre, un concilio decidió posponer la construcción del templo hasta que el Señor revelara lo contrario. Unas semanas después de que José se mudó a Far West en marzo de 1838, el Señor reveló Su voluntad en cuanto al templo, el nombre de Su Iglesia y la congregación de los santos.
En su organización, el 6 de abril de 1830, la Iglesia fue llamada “Iglesia de Cristo” (véase D. y C. 20:1). Luego, a partir del 3 de mayo de 1834, los líderes de la Iglesia adoptaron oficialmente el título “La Iglesia de los Santos de los Últimos Días”. La sección 115 manda que se llame “La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”, una designación que José ya había comenzado a usar.
Poco después de que el Señor revelara la sección 115, Thomas Marsh, presidente del Quórum de los Doce Apóstoles, escribió sobre su contenido a Wilford Woodruff:
“Desde que el hno. José vino a este lugar, hemos sido favorecidos con una extensa revelación en la que se muestran muchos puntos importantes. Primero, que la Iglesia, de aquí en adelante, se llamará ‘La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días’. Segundo, dice: ‘Sea, pues, la ciudad de Far West tierra santa y consagrada para mí, y se llamará santísima, porque la tierra sobre la cual estás es santa. Por tanto, te mando que me edifiques una casa, para la reunión de mis santos, a fin de que me adoren’. Tercero, también enseña que la piedra fundamental debe colocarse el próximo 4 de julio, y que se debe comenzar en esta temporada siguiente; y en un año a partir de ese tiempo, continuar con la obra hasta terminarla. Así vemos que el Señor es más sabio que los hombres, pues algunos pensaban comenzarla mucho antes, pero no era el tiempo del Señor; por lo tanto, Él lo frustró y ha señalado Su propio tiempo. El plan aún debe ser mostrado a la Primera Presidencia, y todos los santos, en todo el mundo, tienen el mandamiento de ayudar a edificar la casa [del Señor]”.
La sección 115 es una declaración optimista. Frente a una oposición abrumadora, que incluía deudas, persecución y pobreza, el Señor estaba edificando Sion. El templo era de importancia suprema. Habiendo recibido recientemente las llaves del sacerdocio para autorizar las ordenanzas del templo (véase la sección 110), José era la elección del Señor para hacer avanzar a Sion, establecer sus estacas, supervisar sus templos y reunir a los fieles de todas las naciones para ser investidos con poder.
Los santos se reunieron el 4 de julio de 1838 para obedecer el mandamiento de la sección 115 de comenzar la obra del templo. George Robinson, secretario de José, informó: “Nos reunimos en este día en Far West, Misuri, para hacer nuestra declaración de independencia y para colocar las piedras angulares de la casa del Señor de acuerdo con el mandamiento que el Señor nos dio el 26 de abril de 1838”. Luego, los santos juntaron materiales de construcción para que la obra pudiera avanzar el 26 de abril de 1839, como la revelación había especificado. Entretanto, según un historiador de Misuri, las paredes alcanzaron casi un metro de altura antes de que los santos fueran expulsados del estado por la orden ejecutiva del gobernador en el otoño.
En obediencia al versículo 18, José dirigió tres expediciones en la primavera de 1838 para buscar lugares donde establecer “estacas en las regiones circunvecinas” (DyC 115:18). Se realizaron exploraciones adicionales durante el verano y se llevaron a cabo estudios de tierras en anticipación de que llegaran más santos en el otoño. El 28 de junio de 1838, en un pequeño bosque cerca de la casa de Lyman Wight, en Spring Hill, condado de Daviess, José Smith organizó la estaca de Adam-ondi-Ahmán, la tercera estaca organizada en la Iglesia.
Recientemente, el Señor impresionó en la mente del presidente Russell M. Nelson “la importancia del nombre que Él decretó para Su Iglesia”. El presidente Nelson enseñó que, debido a la sección 115, “el nombre de la Iglesia no es negociable. Cuando el Salvador declara claramente cuál debe ser el nombre de Su Iglesia, e incluso antecede Su declaración con: ‘Así será llamada mi Iglesia’, Él habla en serio”. Usar cualquier sustituto del nombre revelado minimiza o elimina al Salvador, y “cuando desechamos el nombre del Salvador, estamos, sutilmente, dejando de lado todo lo que Jesucristo hizo por nosotros, incluso Su Expiación”. Y eso no sería sabio.
Contexto adicional por Casey Paul Griffiths
Tras su expulsión del condado de Jackson en el otoño de 1833, la mayoría de los santos en Misuri vivieron como refugiados en el cercano condado de Clay. El 8 de agosto de 1836, los líderes de la Iglesia compraron un terreno en el condado de Caldwell para que fuera un nuevo hogar para los santos de los últimos días en Misuri. Ese lugar llegaría a convertirse en la ciudad de Far West. Después de la compra de las tierras, los líderes de la Iglesia en Misuri elaboraron los planos de la ciudad, designando un sitio para un templo cerca del centro del asentamiento. Tras la llegada de José Smith a Far West el 14 de marzo de 1838, esta ciudad en crecimiento se convirtió en la sede de la Iglesia y en el punto central de reunión de los santos.
Los líderes de la Iglesia planearon construir una escuela, establecer almacenes para facilitar la ley de consagración e iniciar la publicación de un nuevo periódico de la Iglesia llamado Elders’ Journal. Asimismo, comenzaron a preparar la llegada de refugiados de Kirtland, Ohio, después de la apostasía que se produjo allí. Una revelación inédita que José recibió el 12 de enero de 1838 mandó a la Primera Presidencia a “tomar a sus familias tan pronto como les sea posible y se abra una puerta para ellos, y trasladarse hacia el oeste tan rápido como el camino se haga claro delante de sus rostros”. La revelación también mandaba a la presidencia: “haced que todos vuestros amigos fieles se levanten también con sus familias y salgan de este lugar [Kirtland] y se reúnan en Sion”.
Doctrina y Convenios 115 se recibió poco más de un mes después de que José Smith llegara a Misuri. La revelación fue copiada en el Scriptory Book de José Smith con la siguiente introducción: “Revelación dada en Far West, 26 de abril de 1838, dando a conocer la voluntad de Dios respecto a la edificación de este lugar y de la casa del Señor, etc.”. Parece que la revelación fue copiada en el Scriptory Book aproximadamente al mismo tiempo que se recibió. Fue incorporada por primera vez a Doctrina y Convenios en la edición de 1876, bajo la dirección de Brigham Young.
Versículos 1–4
El nombre oficial de la Iglesia
El Señor declara que la Iglesia debe ser llamada La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Este título resalta la centralidad de Cristo y distingue al pueblo del convenio en los últimos días.
Cuando el Señor reveló que Su Iglesia debía llevar el nombre completo de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, no fue un simple detalle administrativo ni un título arbitrario. Fue una declaración doctrinal de gran trascendencia. Al colocar Su propio nombre al frente, Jesucristo dejó claro que la Iglesia le pertenece a Él, que Él es la cabeza, el Redentor y el fundamento de toda la obra. Ningún otro nombre puede salvar, y ninguna otra autoridad puede guiar a la humanidad hacia la vida eterna.
El Señor también llamó a Sus seguidores “santos”. No porque fueran perfectos, sino porque habían hecho convenios y habían sido apartados del mundo para servirle. Así como en la antigüedad los discípulos eran conocidos como santos, en esta dispensación el término recuerda que somos un pueblo de convenio, comprometido a reflejar la santidad de Cristo en nuestra vida diaria.
Finalmente, al añadir “de los Últimos Días”, el Señor situó a Su Iglesia dentro del marco profético: esta es la última dispensación, aquella que prepara el camino para la venida gloriosa del Hijo de Dios. El nombre completo proclama al mundo que el Señor ha restaurado Su evangelio en estos días y que Su obra se dirige con urgencia hacia la culminación de la historia sagrada.
De esta manera, cada vez que pronunciamos o defendemos el nombre oficial de la Iglesia, testificamos de Cristo, recordamos nuestra identidad como santos, y afirmamos nuestro lugar en el plan divino de los últimos días. El nombre no solo nos identifica; también nos compromete a vivir de tal forma que honremos al Salvador y preparemos Su regreso.
Doctrina y Convenios 115:4–5
“Porque así será llamada mi iglesia en los postreros días: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. En verdad os digo a todos: Levantaos y resplandeced, para que vuestra luz sea estandarte a las naciones.”
Antes de la revelación registrada en Doctrina y Convenios 115, la Iglesia había sido conocida por varios nombres. En una conferencia celebrada en Kirtland en mayo de 1834, los santos la habían llamado “La Iglesia de los Santos de los Últimos Días.”
Sin embargo, esta revelación corrigió todos los títulos anteriores, estableciendo el nombre oficial que desde entonces ha sido reconocido como el verdadero nombre de la Iglesia.
La conveniencia de este nombre es evidente, pues encierra un reconocimiento hermoso de la relación entre el Señor Jesucristo y los santos dentro de la organización. En los tiempos antiguos, los miembros de la Iglesia cristiana eran llamados “santos”. Ellos fueron los Santos de días pasados; nosotros somos los Santos de los Últimos Días.
Como ellos, también somos seguidores del Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, la piedra angular de la Iglesia y la figura central de toda nuestra adoración.
El nombre que el Señor dio a Su Iglesia en Doctrina y Convenios 115:4–5 no fue un detalle administrativo ni una mera formalidad; fue una revelación profunda que define la identidad y la misión de Su pueblo en los últimos días. En un tiempo en que muchos grupos religiosos reclamaban autoridad divina y se autodenominaban cristianos, el Señor estableció un distintivo claro, inconfundible y sagrado: Su Iglesia debía llevar Su propio nombre.
El versículo comienza con una declaración solemne: “Porque así será llamada mi Iglesia en los postreros días.” Es el Señor mismo quien habla, apropiándose de la Iglesia como Suya. No es la Iglesia de José Smith, ni de los apóstoles, ni siquiera de los “Santos” sin más. Es la Iglesia de Jesucristo, y todo lo que ella hace —sus ordenanzas, su doctrina, su autoridad y su servicio— debe testificar de Él. Al llevar Su nombre, los miembros también llevan Su responsabilidad: representar a Cristo ante el mundo con pureza y poder espiritual.
La frase siguiente, “Levantaos y resplandeced, para que vuestra luz sea estandarte a las naciones,” transforma el mandamiento de identidad en una misión de influencia. No basta con ser conocidos por el nombre correcto; los Santos deben reflejar ese nombre en sus obras. “Resplandecer” implica vivir de tal manera que el mundo vea en ellos la luz de Cristo: una vida consagrada, misericordiosa, justa, y llena de esperanza. De ese modo, los Santos se convierten en un estandarte —una señal visible— que llama a los pueblos a mirar hacia Dios y a Su Hijo.
El título completo, “La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días,” encierra una teología completa en pocas palabras. Declara quién es el Dueño de la Iglesia (Jesucristo), quiénes son sus miembros (los Santos, es decir, los consagrados, los que buscan la santidad), y cuándo están cumpliendo su misión (en los Últimos Días, antes del regreso glorioso del Señor). El nombre, entonces, no solo distingue, sino que enseña: enseña de Cristo, enseña del discipulado, y enseña del tiempo profético en que vivimos.
En la antigüedad, los creyentes eran llamados “santos”, un título que denotaba pureza, consagración y pertenencia a Dios. De igual modo, hoy somos los “Santos de los Últimos Días”, los herederos espirituales de aquella misma fe, continuadores del mismo evangelio, partícipes del mismo convenio. Ser llamados así nos une a los primeros discípulos del Salvador y nos recuerda que, como ellos, debemos ser luz en medio de la oscuridad del mundo.
Así, este pasaje no solo define un nombre, sino que revela una misión: ser reconocidos como el pueblo de Cristo, y reflejar Su luz hasta que el mundo entero la vea.
Versículos 5–6
Luz para el mundo y estandarte para las naciones
La Iglesia es llamada a ser una ciudad sobre un monte, un estandarte de verdad y justicia que atraiga a los justos de todas las naciones. Aquí se enfatiza la misión misional y la responsabilidad de ser ejemplo.
Cuando el Señor mandó a Su Iglesia a ser una “luz al mundo” y un “estandarte para las naciones”, estaba revelando su propósito misional y su rol profético en los últimos días. La imagen es poderosa: una ciudad asentada sobre un monte no puede esconderse. Así debe ser el pueblo de Cristo: visible, radiante, y firme en medio de la oscuridad espiritual que cubre al mundo.
Ser un estandarte significa ser una señal, una bandera elevada que guía y reúne a los justos de todas las naciones. La Iglesia no está destinada a ser un movimiento oculto ni local, sino una obra global que extiende la invitación del evangelio a toda tribu, lengua y pueblo. Al vivir el evangelio con fidelidad, los santos levantan ese estandarte y muestran al mundo una forma de vida más elevada: una vida centrada en Cristo, en la verdad y en la justicia.
El Señor también prometió que quienes respondieran a ese estandarte hallarían refugio y seguridad en la Iglesia. En un mundo lleno de conflictos, confusión y maldad, la Iglesia se convierte en un lugar de paz, un “gallinero espiritual” que protege a los hijos de Dios bajo las alas del Salvador. Así, la misión misional no solo consiste en predicar con palabras, sino en edificar una comunidad santa que atraiga a los que buscan la verdad.
De esta manera, los versículos 5 y 6 nos recuerdan que cada miembro es parte de esa luz y de ese estandarte. Nuestra manera de vivir, nuestras decisiones y nuestro testimonio hacen que otros vean en nosotros la señal del evangelio restaurado. Y así, la Iglesia cumple su misión: brillar en el mundo como la ciudad sobre el monte que anuncia la cercanía del Reino de Dios.
Versículos 7–12
Construcción del Templo en Far West
El Señor manda levantar una casa para Su nombre en Far West, con instrucciones de iniciar la obra ese mismo año. Se destaca que el templo es el lugar donde Él se revelará y otorgará poder a Su pueblo.
En estos versículos, el Señor da a los santos un mandamiento solemne: levantar una casa para Su nombre en Far West, Misuri. El mandato no es solo un proyecto de construcción, sino una obra espiritual de preparación. El templo no es un edificio cualquiera; es el lugar donde Dios se manifiesta a Su pueblo, donde otorga poder desde lo alto y donde se hacen convenios sagrados que vinculan la tierra con el cielo.
El Señor instruye que la obra debía comenzar ese mismo año, lo que muestra la urgencia divina. En medio de persecuciones y desafíos, la edificación de un templo recordaba a los santos que su verdadera fuerza no estaba en ejércitos ni en alianzas políticas, sino en el poder espiritual que fluye de la casa del Señor. El templo sería su refugio y su fuente de poder para enfrentar un mundo hostil.
El mandato también subraya una verdad doctrinal profunda: el Señor habita entre Su pueblo cuando ellos se santifican y construyen un lugar para Su gloria. En el templo, los santos reciben revelación, conocimiento y ordenanzas que los preparan para la eternidad. La instrucción de edificar la casa del Señor en Far West simbolizaba el deseo divino de establecer a los santos como un pueblo de convenios firmemente arraigado en la tierra.
Aunque por la persecución este templo nunca se terminó, el mandamiento sigue teniendo un eco doctrinal en nuestra época: cada generación de santos está llamada a edificar templos y preparar su corazón para que el Señor se manifieste. Los templos modernos cumplen ese mismo propósito: dar poder a los santos, reunir a Israel y preparar el mundo para la venida de Cristo.
Así, los versículos 7 al 12 nos recuerdan que el templo es el centro espiritual del reino de Dios en la tierra, y que al responder al llamado de construir y asistir a estos santos lugares, recibimos la promesa de la presencia divina y del poder necesario para cumplir nuestra misión en los últimos días.
Versículos 13–16
Fortaleza espiritual y temporal
Se promete que si los santos cumplen, serán fortalecidos y protegidos contra sus enemigos. También se subraya la necesidad de orden y obediencia para prosperar como pueblo.
En estos versículos, el Señor ofrece a los santos una promesa llena de esperanza: si permanecen fieles y obedecen Sus mandamientos, recibirán fortaleza espiritual y temporal, y Sus enemigos no tendrán poder sobre ellos. En el contexto histórico, los santos de Far West vivían rodeados de hostilidad y persecuciones, pero el Señor les recordaba que su seguridad no dependería de muros ni de ejércitos, sino de la obediencia a Su palabra.
El mensaje es claro: la obediencia trae protección. No significa necesariamente que los santos estarían libres de pruebas o sufrimientos, sino que contarían con el respaldo divino para resistirlas y salir victoriosos. El poder del Señor sobrepasa cualquier fuerza enemiga, y aquellos que confían en Él reciben un escudo espiritual que los sostiene en medio de la adversidad.
El Señor también recalca la importancia del orden en Su reino. La prosperidad espiritual y temporal de la Iglesia no puede edificarse sobre la desobediencia ni la confusión, sino sobre la unidad y el respeto al consejo divino. De este modo, el pueblo del convenio se convierte en una comunidad fuerte, capaz de soportar las tormentas externas porque está cimentada en principios eternos.
Doctrinalmente, este pasaje enseña que la verdadera fortaleza de la Iglesia y de sus miembros no se mide en recursos materiales ni en influencia política, sino en la fidelidad a los convenios. Cuando los santos ponen al Señor en primer lugar, Él los levanta y los sostiene frente a cualquier oposición.
Así, los versículos 13 al 16 nos recuerdan que la obediencia trae consigo fortaleza, protección y prosperidad. La promesa no es solo para los santos de Far West, sino también para nosotros: si andamos en orden y guardamos los mandamientos, el Señor nos fortalecerá en medio de nuestras pruebas personales y nos dará la victoria espiritual sobre todo aquello que intente derribarnos.
Versículo 17–18
Reorganización de la Primera Presidencia
El Señor instruye a que se complete la reorganización de la Primera Presidencia, confirmando el orden de gobierno de la Iglesia bajo Sus llaves y autoridad.
En estos versículos, el Señor manda que se complete la reorganización de la Primera Presidencia, recordando a los santos que Su Iglesia debe ser dirigida bajo el orden de las llaves del sacerdocio. No se trataba solo de cubrir cargos administrativos, sino de afirmar que Cristo gobierna Su Iglesia mediante hombres escogidos y autorizados.
La Primera Presidencia es el quórum más alto de la Iglesia, presidido por el profeta y sostenido por dos consejeros. El Señor muestra aquí que Su obra requiere organización divina, no improvisación humana. Esta estructura refleja el patrón celestial: unidad, consejo y dirección bajo revelación. Con ello, el Señor aseguraba que la Iglesia seguiría firme y ordenada en medio de las pruebas que enfrentaban en Misuri.
Doctrinalmente, estos versículos enseñan que la autoridad en la Iglesia no proviene de los hombres, sino de Cristo. Las llaves del sacerdocio son el canal por el cual se dirigen las ordenanzas, la predicación del evangelio y la edificación de Sion. Sin ellas, la Iglesia perdería su rumbo; con ellas, está asegurada bajo el amparo divino.
El mandato de reorganizar la Primera Presidencia también transmitía un mensaje de confianza y continuidad a los santos: a pesar de la persecución, el Señor estaba al mando y Su obra seguiría adelante. La autoridad correcta traería unidad y dirección en tiempos de confusión.
En resumen, los versículos 17 y 18 nos recuerdan que el gobierno de la Iglesia está establecido por Dios y que solo mediante las llaves del sacerdocio se puede guiar Su reino en la tierra. Reconocer y sostener a la Primera Presidencia no es un acto formal, sino un testimonio de que creemos que Jesucristo dirige personalmente Su Iglesia.
Versículo 19
El Señor dirige Su obra
Se reitera que la obra del Señor seguirá adelante bajo Su dirección, y que nadie puede detener los propósitos divinos.
En este versículo, el Señor deja claro un principio eterno: Su obra no puede ser detenida. Aun cuando los santos enfrentaban persecuciones, destierros y pérdidas en Misuri, el Señor reafirmaba que los designios divinos siguen adelante sin que los hombres puedan frustrarlos. Los enemigos podían causar dolor y oposición, pero no podían desbaratar los planes de Dios.
Este recordatorio fue crucial en un momento de incertidumbre. Los santos podían sentirse débiles y superados por las circunstancias, pero el Señor les aseguraba que Él dirige el curso de Su Iglesia y que Su poder es mayor que cualquier adversidad. La historia misma de la Restauración confirma esta verdad: cada vez que parecía que la obra sería destruida, el Señor abría un nuevo camino para que siguiera creciendo.
Doctrinalmente, el versículo enseña que los propósitos de Dios son invencibles. Lo que Él ha decretado se cumplirá en Su tiempo y a Su manera (véase DyC 1:38). El hombre puede elegir oponerse, pero no puede frustrar los planes del Omnipotente. Para los santos fieles, esta verdad es fuente de confianza y paz: mientras permanezcan en la obra del Señor, están en el lado que finalmente triunfará.
Así, el versículo 19 nos invita a confiar plenamente en Cristo. Nos recuerda que aunque el mundo cambie y las dificultades se multipliquen, la obra de Dios avanza con poder hacia la consumación de los tiempos. Y al ser parte de esa obra, participamos de un plan que ninguna fuerza terrenal o espiritual puede detener.
Conclusión final
La sección 115 es una revelación de identidad, propósito y destino para la Iglesia restaurada. El Señor comienza estableciendo con claridad el nombre oficial de Su Iglesia, recordando que le pertenece a Jesucristo y que sus miembros son un pueblo de convenio en los últimos días. Luego, la Iglesia es llamada a ser luz para el mundo y estandarte para las naciones, una comunidad visible y ejemplar que invite a toda persona justa a hallar refugio en Cristo.
El mandamiento de edificar un templo en Far West resalta la centralidad del poder espiritual en la vida de los santos; aunque ese templo nunca se terminó, el principio sigue vigente: el Señor desea morar con Su pueblo y darles poder desde lo alto. A la vez, Él promete fortaleza espiritual y temporal a los obedientes, enseñando que la verdadera seguridad se encuentra en la fidelidad a los convenios.
La reorganización de la Primera Presidencia confirma el orden divino de gobierno en Su Iglesia y muestra que el Señor guía a Su pueblo mediante las llaves del sacerdocio. Finalmente, la revelación culmina con la afirmación de que la obra del Señor es indetenible: ninguna oposición humana ni poder terrenal puede frustrar Sus designios eternos.
En resumen, Doctrina y Convenios 115 enseña que la Iglesia de Jesucristo no es simplemente una organización más, sino el reino de Dios sobre la tierra en preparación para la Segunda Venida. Su nombre, su misión, sus templos, su organización y sus promesas testifican que Jesucristo vive, que dirige personalmente Su obra y que invita a todos a unirse a ella para hallar paz, poder y salvación en los últimos días.
























