Doctrina y Convenios
sección 117
Contexto histórico y trasfondo
Resumen breve por Steven C. Harper
Para comprender la sección 117, es necesario conocer una revelación dada a José Smith que no está en Doctrina y Convenios. Le llegó el 12 de enero de 1838. Ese año comenzó de manera sombría, pues la disensión interna y la oposición externa presionaban a José. El proyecto bancario de los santos había fracasado, y José estaba sumido en deudas debido a sus esfuerzos por convertir a Kirtland, Ohio, en una estaca de Sion, coronándola incluso con un templo de valor incalculable pero costoso. Los acreedores, algunos de ellos declarados enemigos de José, lo acosaban. Algunos presentaron demandas en su contra. Varios de sus asociados y amigos rechazaron su liderazgo. Los disidentes formaron su propia iglesia.
En ese contexto, José buscó dirección y recibió la revelación mencionada, en la que se le decía a él, a su familia y a los santos fieles, de manera enfática, que huyeran de Ohio a Misuri. José partió de inmediato. Su familia y los miembros restantes de la Primera Presidencia lo siguieron. La pregunta era si sus “amigos fieles” también lo harían. ¿Se levantarían con sus familias y saldrían de aquel lugar para reunirse en Sion?
José se trasladó a Far West, Misuri, donde recibió una serie de revelaciones que reubicaron, reorganizaron y reorientaron a la Iglesia, cuya sede había estado en Kirtland desde 1831. Una de esas revelaciones, la sección 115, declaró que Far West sería el nuevo centro de reunión de los santos.
La Primera Presidencia esperaba que William Marks, un librero que permaneció en Kirtland para presidir a los santos allí, y Newel Whitney, el obispo en Kirtland, obedecieran las revelaciones y se trasladaran a Far West. Pero ambos se demoraban. Whitney era el comerciante más próspero de Kirtland. Poseía una tienda y una rentable fábrica de potasa, situada idealmente cerca de la intersección principal del pueblo. Estaba dividido entre la prosperidad material y las revelaciones.
Casi todos los santos fieles de Kirtland partieron hacia Misuri en mayo. Cuando ni Whitney ni Marks habían llegado a Misuri en julio, José recibió la sección 117 sobre sus situaciones y sobre qué hacer con las deudas y la bancarrota de la Primera Presidencia.
De manera directa y firme, el Señor mandó a Newel Whitney y William Marks que se trasladaran a Misuri antes del invierno para seguir sirviendo en sus respectivos llamamientos: Marks para presidir a los santos en Far West y Whitney para servir como obispo, lo que en los años 1830 significaba administrar los bienes de la Iglesia para edificar Sion y aliviar la pobreza.
Hay una dinámica fascinante en la sección 117. Ninguna otra revelación, de hecho, ninguna otra escritura, usa las palabras “dice el Señor” con tanta frecuencia. Algunos profetas del Antiguo Testamento usaron la frase casi con la misma frecuencia, y las secciones 124 y 132 la emplean bastante también. Pero la alta recurrencia en la sección 117 quizá nos diga algo sobre la difícil posición de José.
Newel Whitney era su amigo y benefactor. Newel y Elizabeth Ann Whitney acogieron a José y a Emma en su propio hogar cuando recién llegaron a Ohio. Varias veces hospedaron tanto a la familia Smith como a la de Sidney Rigdon. Emma dio a luz a José III en la casa de los Whitney. Emma y Elizabeth Ann Whitney eran amigas cercanas. Newel sirvió con eficacia como obispo e intentó implementar la ley de consagración. Fue uno de los principales financiadores de la United Firm, como miembro fundador (véanse las secciones 72, 78, 82 y 104). Con sus propios recursos, ayudó a José a establecerse como comerciante en Kirtland. José amaba y admiraba al obispo Whitney, pero reconocía “la estrechez de su corazón y todos sus deseos de codicia que tan fácilmente lo asedian”.
El Señor aborda directamente esos deseos en la sección 117. Habla como el Creador y Dueño de la tierra, con quien Newel había hecho convenio de consagrar y servir como obispo. Manda a Newel y a William a “arrepentirse de todos sus pecados, y de todos sus deseos de codicia delante de mí” (DyC 117:4). Les plantea una serie de preguntas penetrantes a los dos hombres que aún estaban decidiendo si servir a Dios o a lo que la sección 98:20 llama “todas sus cosas detestables”. El Señor contrasta la “estrechez” del corazón de Newel —su intento de acumular un pequeño imperio telestial en Kirtland— con Su grandeza como Creador. Usa términos del “lenguaje puro” para describir el norte de Misuri, donde Newel debía trasladarse a servir a los santos (DyC 117:8; véase también la sección 116 y Abraham 3:13).
En el versículo 11, el Señor asocia a Newel Whitney con una “banda nicolaita”, acusándolo de colaborar con el enemigo. Los nicolaitas eran seguidores de Nicolás de Antioquía, un cristiano de los primeros tiempos que había sido ordenado para velar por los asuntos temporales en favor de las viudas (Hechos 6:1–8). Sin embargo, Nicolás apostató y lideró una facción que intentaba justificar sus deseos codiciosos y lujuriosos. Así, el versículo 11 es una forma poderosa de mostrar a Newel cuán grave era la apostasía en Kirtland y cuán cerca estaba él mismo de caer en esos pecados.
Cabe considerar que José quizá se sintiera incómodo con la franqueza del Señor hacia el obispo Whitney, quien había sido tan generoso con él. No se puede saber con certeza, pero tal vez José quería que Newel tuviera claro que la reprensión venía de Jesucristo, no de él. Eso podría explicar la llamativa repetición de “dice el Señor” en la sección 117.
A partir del versículo 12, el Señor encomienda a Oliver Granger la tarea de redimir el crédito de la Primera Presidencia en Ohio antes de regresar a Misuri como comerciante para Sion. El Señor no le promete éxito en esta labor, sino que sus repetidos esfuerzos y sacrificios lo santificarán, y que su nombre será recordado con honra (DyC 117:13).
Oliver Granger regresó de Misuri a Kirtland para cumplir su parte de la sección 117, representando a la Primera Presidencia en la venta de algunas propiedades y la liquidación de deudas. Un santo de la época destacó su “estricta integridad” y testificó que su “gestión en los arreglos de los negocios inconclusos de los que se habían mudado a Far West, redimiendo sus compromisos y sosteniendo así su integridad, ha sido verdaderamente loable y le ha hecho acreedor de mi más alta estima y de un recuerdo siempre agradecido”. Aun así, “no había muchas posibilidades de que tuviera éxito”, enseñó el élder Boyd K. Packer. Él enfatizó que la sección 117 no alaba a Oliver por su éxito, sino por sus esfuerzos y sacrificios. Así, aunque Oliver quizá no estuviera plenamente satisfecho con sus resultados, su nombre y ejemplo han sido recordados.
Cuando Oliver regresó de Ohio dispuesto a cumplir las instrucciones de DyC 117:14, la Primera Presidencia le escribió una carta de reconocimiento. Entretanto, Oliver entregó la sección 117, junto con una carta de la Primera Presidencia, a Newel Whitney y William Marks. La revelación y la carta los colocaron en la misma posición del joven rico de Lucas 18: había guardado los mandamientos, pero no estaba dispuesto a cumplir la medida completa de consagración. Así como Jesús aconsejó al joven vender todo lo que tenía y darlo a los pobres, el Señor aconsejó a Newel y a William que dejaran lo que poseían, se trasladaran literalmente a Misuri y escogieran “tesoros en el cielo” en lugar de la insignificante aunque codiciada “gota” (DyC 117:8; Lucas 18:18–25).
La carta de la Primera Presidencia a Newel y William decía: “Ustedes comprenderán la voluntad del Señor respecto a ustedes”. La revelación los obligaba a actuar: obedecer o desobedecer. No podían permanecer indecisos en cuanto a obedecer a Jesucristo. La Primera Presidencia confiaba en que ellos “sin duda actuarían en consecuencia”, y así lo hicieron. Newel Whitney y su familia dejaron Kirtland en el otoño de 1838, aunque demasiado tarde para unirse a los santos en Misuri (pues ya habían sido expulsados del estado), pero a tiempo para continuar sirviendo como obispo en Nauvoo, Illinois. William Marks también obedeció y llegó a ser presidente de la estaca de Nauvoo.
La sección 117 motivó poderosamente a Newel Whitney, William Marks y Oliver Granger. Cada uno de ellos creyó que realmente era una revelación del Señor y sacrificó intereses egoístas para obedecerla.
Contexto adicional por Casey Paul Griffiths
El domingo 8 de julio de 1838, José Smith recibió cinco revelaciones relacionadas con el liderazgo y las finanzas de la Iglesia. Cuatro de estas revelaciones ahora constituyen las secciones 117, 118, 119 y 120 de Doctrina y Convenios. Otra revelación, dada a William W. Phelps y Frederick G. Williams, también se recibió ese mismo día, pero no fue canonizada en Doctrina y Convenios. Todas estas revelaciones, al parecer, fueron dictadas por José Smith en una reunión de liderazgo realizada antes de los servicios dominicales de ese día.
Doctrina y Convenios 117 estuvo dirigida a William Marks, Newel K. Whitney y Oliver Granger. Esta revelación trataba sobre los asuntos pendientes en Kirtland, Ohio, después de la partida de la mayor parte del liderazgo de la Iglesia unos meses antes. William Marks había sido designado para presidir la Iglesia en Kirtland y servir como agente financiero de José Smith y Sidney Rigdon en la liquidación de sus deudas en el área. Newel K. Whitney había estado sirviendo como obispo de la Iglesia en Kirtland. Después de arreglar sus asuntos, tanto Marks como Whitney debían trasladarse a Misuri, donde se encontraba el cuerpo principal de la Iglesia. Oliver Granger, miembro del sumo consejo en Kirtland, fue llamado a permanecer en Ohio para actuar como agente de la Primera Presidencia en la resolución de los asuntos pendientes de la Iglesia en esa región.
Doctrina y Convenios 117 fue incluida en una carta llevada por Oliver Granger a Marks y Whitney de parte de la Primera Presidencia. Al comentar sobre la revelación, la Primera Presidencia dijo a los dos hombres:
“Por medio de esto comprenderán la voluntad del Señor respecto a ustedes y sin duda actuarán en consecuencia. Sería sabio que todos los santos que puedan venir este verano lo hagan y se esfuercen por hacerlo, ya que será mejor para ellos”.
La revelación fue añadida a la edición de 1876 de Doctrina y Convenios bajo la dirección de Brigham Young.
Versículo 1–2
Dejar atrás las cosas del mundo
El Señor reprende a Oliver Granger, William Marks y Newel K. Whitney por preocuparse demasiado por las propiedades materiales dejadas en Kirtland. Se les recuerda que lo espiritual es más valioso que lo temporal.
1. El apego a lo temporal frente a lo eterno
El Señor reprocha a Sus siervos por la preocupación excesiva por las propiedades en Kirtland. La enseñanza central es clara: las posesiones materiales, aunque útiles en la vida terrenal, no deben ocupar el lugar central en el corazón del discípulo de Cristo. Este principio recuerda las palabras del Salvador: “No os hagáis tesoros en la tierra… sino haceos tesoros en el cielo” (Mateo 6:19–20).
2. La prueba de la fe en tiempos de transición
Los líderes de la Iglesia estaban en un momento de mudanza, dejando atrás Kirtland para establecerse en Far West, Misuri. El Señor les pide confianza absoluta en Su dirección, incluso si eso significa dejar atrás inversiones, propiedades o negocios. Aquí se ilustra que la verdadera fe implica sacrificar lo que es valioso a los ojos del mundo para recibir algo superior en lo eterno.
3. El contraste entre lo espiritual y lo material
El texto declara que lo espiritual es de “más valor que todo lo que perece”. Doctrina y Convenios reafirma en varias ocasiones que el alma, la obediencia y la rectitud tienen un peso eterno incomparable frente a lo que el mundo considera ganancia. Esta perspectiva enseña que los recursos terrenales deben estar al servicio de Dios, no convertirse en un obstáculo para seguirle.
4. Una invitación al desprendimiento
La instrucción también tiene aplicación personal: cada discípulo debe evaluar si existen “Kirtlands” en su vida —cosas pasadas, logros, riquezas o recuerdos— que lo atan y le impiden avanzar hacia donde el Señor quiere llevarlo. La verdadera seguridad no se encuentra en propiedades, sino en la fidelidad al Señor.
Estos versículos nos recuerdan que el discipulado implica priorizar lo eterno sobre lo perecedero. El Señor no condena el uso responsable de los bienes materiales, pero sí advierte del peligro de aferrarse a ellos cuando Su obra requiere fe, sacrificio y movimiento hacia adelante. Para Oliver Granger, William Marks y Newel K. Whitney el llamado fue literal —dejar Kirtland—, pero para nosotros es simbólico: dejar todo lo que impida progresar en la senda del convenio y confiar en que lo espiritual siempre será de más valor que lo material.
Versículo 3–4
El valor de la obediencia sobre las riquezas
El Señor enseña que las cosas terrenales no tienen valor eterno y que es mejor obedecer Su voluntad que buscar tesoros que perecen.
1. La obediencia como la verdadera riqueza
El Señor declara que lo terrenal no tiene valor eterno y que es preferible obedecer Su voluntad. Esto resalta un principio central del evangelio: el mayor tesoro no es acumulado en bienes, sino en la sumisión a la ley de Dios. Tal como enseña Samuel el profeta: “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios” (1 Samuel 15:22). La obediencia abre la puerta a bendiciones que el mundo no puede otorgar.
2. La naturaleza perecedera de las riquezas
Las posesiones materiales están sujetas al desgaste, la pérdida y la corrupción. El Señor recalca que perseguirlas como si fueran la meta suprema es un error, pues no trascienden la tumba. Jesucristo enseñó este mismo principio al joven rico: los bienes pueden convertirse en un obstáculo para entrar en el reino de Dios (Marcos 10:17–22).
3. La obediencia como expresión de confianza
Al elegir obedecer, aun cuando ello signifique dejar atrás oportunidades económicas, el discípulo muestra confianza en que Dios proveerá. En este contexto, se prueba la fe de los líderes en Missouri: ¿valorarían más el mandato divino de reunirse en Far West que el aferrarse a sus inversiones en Kirtland? La obediencia se vuelve un acto de fe práctica.
4. Riquezas verdaderas frente a riquezas falsas
El Señor no solo critica el apego a lo material, sino que reorienta el concepto de riqueza: la verdadera prosperidad es espiritual y se recibe por el cumplimiento de los mandamientos. Así, la obediencia construye tesoros en el cielo (Mateo 6:20), tesoros de paz, conocimiento, poder espiritual y vida eterna.
Estos versículos nos recuerdan que las riquezas terrenales son ilusorias si se persiguen por encima de la voluntad de Dios. La obediencia, en cambio, es un capital eterno que jamás se devalúa. El Señor nos invita a cambiar nuestra escala de valores: lo que importa no es cuánto acumulamos en esta vida, sino cuánto nos acercamos a Él mediante la obediencia. Así, la prueba para William Marks y Newel K. Whitney es también la nuestra: elegir entre aferrarnos a lo que perece o confiar en que lo eterno tiene un valor incomparable.
Doctrina y Convenios 117:4
“Arrepiéntanse de todos sus pecados, y de todos sus deseos codiciosos delante de mí, dice el Señor; porque, ¿qué es la propiedad para mí?”, dice el Señor.
Dios es nuestro Principal, y nosotros somos Sus agentes. Y se espera que hagamos las cosas de la manera en que Él quiere que se hagan y de acuerdo con Su cronograma (DyC 64:29).
Cuando Él manda a un pueblo establecerse en un área determinada, sería prudente hacerlo. Cuando el Omnisciente indica que un pueblo debe trasladarse a un nuevo lugar de reunión, sería sabio obedecer.
A los Santos se les había mandado trasladarse a Far West, Misuri, pero algunos de los líderes de la Iglesia se hallaron preocupados por las ganancias que podían obtener mediante la venta de propiedades en Kirtland. Aquí el Señor recuerda a William Marks y a Newel K. Whitney que algunas cosas son más importantes que otras.
Los verdaderos Santos nunca deben permitir que sus posesiones los posean a ellos. Más bien, su máxima ambición debe ser aprender y vivir la voluntad de Dios.
El versículo de Doctrina y Convenios 117:4 revela una verdad eterna que trasciende tiempo y cultura: ninguna posesión material tiene valor duradero fuera de la obediencia a Dios. En un momento crítico de la historia de la Iglesia, cuando los Santos estaban siendo probados entre la comodidad de Kirtland y el mandamiento divino de trasladarse a Far West, el Señor habló con una claridad que penetra el alma:
“¿Qué es la propiedad para mí?”, dice el Señor.
Estas palabras no son una condena de la propiedad en sí, sino una llamada al orden de prioridades celestial. El Señor recordaba a Sus siervos —William Marks, Newel K. Whitney y, por extensión, a todos nosotros— que las cosas materiales jamás deben ocupar el lugar que pertenece al Maestro. Todo lo que poseemos, desde las tierras hasta los talentos, es solo un préstamo sagrado, un medio temporal para cumplir fines eternos.
En el contexto histórico, algunos líderes se habían demorado en obedecer la instrucción de trasladarse, porque veían oportunidad de obtener beneficio económico al vender sus propiedades en Kirtland. Pero el Señor, con divina ternura y firmeza, les recordó que la verdadera riqueza no se mide en oro, sino en obediencia. A Sus ojos, las posesiones de los hombres no tienen peso eterno. Lo que realmente importa es si confiamos en Él lo suficiente como para dejar atrás nuestras seguridades cuando Él nos llama.
Doctrinalmente, este pasaje enseña el principio de mayordomía sagrada. Dios es el verdadero Dueño de todas las cosas, y nosotros somos solo administradores. Como mayordomos, se espera que actuemos según Su voluntad, no la nuestra. El Salvador lo expresó de otro modo cuando dijo: “No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24). Los bienes materiales pueden ser útiles instrumentos de servicio, pero se convierten en cadenas si nos impiden avanzar espiritualmente.
La pregunta divina —“¿Qué es la propiedad para mí?”— también nos recuerda la perspectiva eterna de nuestro Padre Celestial. Él posee mundos sin número, galaxias enteras, y todo lo que existe le pertenece. Pero lo que realmente le importa no son las tierras ni los edificios, sino nuestros corazones. Lo único que no puede tomar sin nuestro consentimiento es nuestra voluntad; por eso, lo que más valora es cuando la entregamos voluntariamente a Él.
En última instancia, este pasaje es una invitación a revaluar nuestras lealtades. ¿A quién servimos realmente: al Dios eterno o a las cosas temporales? Los Santos verdaderos son aquellos que están dispuestos a dejar sus casas, sus comodidades e incluso sus ganancias, para seguir la voz del Señor, confiando en que todo sacrificio hecho por Él será recompensado con riquezas celestiales.
Así, Doctrina y Convenios 117:4 nos enseña que la fe genuina no se mide por lo que acumulamos, sino por lo que estamos dispuestos a abandonar por el Señor. El discipulado verdadero consiste en poner a Cristo por encima de todo lo que el mundo valora, recordando que al final, lo único que realmente poseemos es aquello que entregamos a Dios.
Versículo 5–7
Mis siervos son recordados por el Señor
El Señor encomienda a Oliver Granger una misión: liquidar deudas en Kirtland. Aunque sus esfuerzos puedan parecer pequeños, serán tenidos en memoria por Dios y como un testimonio eterno de su fidelidad.
1. El valor de las misiones aparentemente pequeñas
El Señor encomienda a Oliver Granger la tarea de liquidar deudas en Kirtland, una misión que podría parecer de poca importancia en comparación con predicar, organizar la Iglesia o edificar templos. Sin embargo, el Señor muestra que ninguna tarea realizada en obediencia es insignificante. La obra de Dios requiere tanto actos grandes como pequeños, y todos son notados por Él.
2. Dios recuerda la fidelidad de Sus siervos
El Señor promete que los esfuerzos de Oliver serían “en memoria” delante de Él. Esta expresión implica que Dios no olvida los actos de obediencia, aun si los hombres los pasan por alto. En las Escrituras se repite esta idea: “Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre” (Hebreos 6:10).
3. Un testimonio eterno
Lo que Oliver haga se convertirá en un testimonio eterno de su fidelidad. Este principio enseña que las decisiones de obediencia, incluso en lo cotidiano, forman parte de nuestro legado eterno. La misión de Oliver no se medía en cantidad de dinero recuperado, sino en la calidad de su fe y en su disposición de servir.
4. El Señor juzga de manera diferente que el mundo
Para los hombres, cancelar deudas era una acción administrativa; para el Señor, era un acto de fe que demostraría integridad y responsabilidad en Su obra. Así aprendemos que el Señor mide los actos no solo por su impacto visible, sino por la pureza de intención y obediencia con que se realizan.
En estos versículos, el Señor enseña que ningún servicio prestado con fidelidad pasa desapercibido para Él. Oliver Granger, al cumplir con humildad una tarea que podría parecer menor, se convirtió en ejemplo de obediencia y dedicación. De igual modo, nuestras labores discretas —cumplir un llamamiento sencillo, ayudar a un vecino, servir a la familia— son registradas por el Señor como testimonio eterno de nuestra fe. Así aprendemos que lo que el mundo llama “pequeño”, para Dios puede ser grande.
Versículo 8–9
Mandato a William Marks y Newel K. Whitney
Se les ordena establecerse en Far West y dejar atrás Kirtland. El Señor desea que Sus siervos estén unidos en el lugar de reunión designado, y no aferrados a lo pasado.
1. El llamado a dejar atrás el pasado
El Señor ordena a William Marks y a Newel K. Whitney que abandonen Kirtland y se establezcan en Far West. Esto representa no solo un cambio geográfico, sino también un acto de fe y desprendimiento. A veces, los siervos de Dios deben dejar atrás lugares, costumbres o seguridades terrenales para avanzar hacia el futuro que Él ha preparado.
2. El principio de la unidad en el lugar designado
El Señor recalca la importancia de que Sus siervos estén reunidos en el sitio que Él ha señalado. La unidad no es solo espiritual, sino también física: congregarse en el lugar de Sion es una manifestación externa de la obediencia interna. Estar dispersos debilitaba a la Iglesia; estar juntos, en cambio, fortalecía su fe y testimonio.
3. La obediencia sobre el apego personal
El mandato de mudarse no fue sencillo: implicaba dejar propiedades, negocios y recuerdos en Kirtland. Sin embargo, el Señor enseña que la lealtad a Su voluntad es superior a cualquier apego personal. Este principio recuerda el llamado de Abraham a dejar su tierra y parentela (Génesis 12:1), confiando en que Dios proveería lo necesario.
4. La transición como parte del plan divino
La instrucción a estos líderes también refleja un patrón en la historia de la Iglesia: Dios guía a Su pueblo a lugares de reunión según Su sabiduría, aunque ello requiera sacrificio. Esta dinámica prepara a los santos para ser un pueblo dispuesto a moverse y a seguir al Señor dondequiera que los mande.
Estos versículos nos recuerdan que seguir a Cristo implica moverse cuando Él lo pide, aunque signifique dejar atrás lo que conocemos o apreciamos. El Señor deseaba a William Marks y a Newel K. Whitney en Far West porque ahí estaba Su obra en ese momento. Así también, en nuestra vida puede llegar el momento en que el Señor nos pida dejar atrás nuestra “Kirtland personal” —una comodidad, una tradición o un lugar— para reunirnos espiritualmente y físicamente en donde Él nos necesita. El discipulado verdadero requiere confiar en que el futuro con Cristo siempre es mejor que aferrarse al pasado.
Doctrina y Convenios 117:8
¿Acaso no hay suficiente espacio en las montañas de Adam-ondi-Ahman, y en las llanuras de Olaha Shinehah, o en la tierra donde habitó Adán, para que codicies eso que no es más que una gota, y descuides los asuntos de mayor peso?
Todos necesitamos que se nos recuerde, de vez en cuando, que las cosas de mayor peso siempre deben recibir la máxima prioridad.
A veces nos concentramos tanto en cosas de poco valor, asuntos de poca consecuencia, que descuidamos aquello que realmente importa más.
El Señor quiere que pongamos primero lo primero y que acudamos a Él en rectitud; quiere que nos “avergoncemos de… toda [nuestra] pequeñez de alma” delante de Él (DyC 117:11).
Cualquier cosa que reduzca nuestra alma, nos incite al mal o desvíe nuestra atención de las cosas eternas debe ser rechazada.
Debemos prestar atención al consejo del Señor tal como se nos da por medio de Su profeta ungido.
Nada debe tener precedencia sobre guardar fielmente nuestros convenios y cumplir humildemente con nuestro deber.
El pasaje de Doctrina y Convenios 117:8 nos confronta con una de las preguntas más penetrantes que el Señor ha hecho a Sus hijos:
“¿Acaso no hay suficiente espacio en las montañas de Adam-ondi-Ahman, y en las llanuras de Olaha Shinehah, o en la tierra donde habitó Adán, para que codicies eso que no es más que una gota, y descuides los asuntos de mayor peso?”
Con esta pregunta, el Señor invita a Sus siervos —y a todos nosotros— a mirar la vida desde Su perspectiva eterna. En el tiempo de esta revelación, algunos líderes de la Iglesia estaban tan preocupados por los bienes y las oportunidades temporales que perdían de vista el propósito espiritual de sus llamamientos. Pero el Señor, con una visión tan vasta como los mundos que ha creado, les recuerda lo insignificante que es lo material cuando se compara con lo celestial. Lo que los hombres llaman fortuna, el Señor lo llama “una gota” frente al océano de Su gloria.
La lección es clara: Dios mide la grandeza de un alma no por lo que posee, sino por lo que prioriza. Cuando el Señor menciona lugares como Adam-ondi-Ahman y Olaha Shinehah, no solo alude a sitios geográficos, sino a símbolos del plan divino. Son territorios sagrados donde se llevarán a cabo acontecimientos trascendentales: la reunión de Adán con su posteridad, la preparación para la venida de Cristo, el cumplimiento del gobierno de Dios sobre la tierra. Frente a tales realidades, las preocupaciones por ganancias materiales resultan minúsculas.
Este versículo nos recuerda la importancia de distinguir entre lo eterno y lo efímero. Las “cosas de mayor peso” son las que tienen consecuencias eternas: nuestra fe, nuestros convenios, nuestras relaciones familiares, nuestra rectitud personal. A menudo, el enemigo de las cosas grandes no es el pecado evidente, sino la distracción constante por lo trivial. Satanás no siempre busca que pequemos; muchas veces se contenta con que nos ocupemos en cosas sin importancia.
El Señor nos exhorta también a “avergonzarnos de toda pequeñez de alma” (DyC 117:11). Esa pequeñez se manifiesta cuando medimos la vida en términos de conveniencia, comodidad o beneficio propio. En cambio, el alma grande es la que busca lo eterno, obedece sin demora y sirve sin interés personal.
Narrativamente, uno puede imaginar a aquellos primeros Santos mirando las fértiles tierras de Misuri, mientras el Señor les señala los horizontes eternos: “¿Acaso no hay suficiente espacio…?” La voz divina no los reprende por desear prosperar, sino por olvidar su destino sagrado.
En nuestros días, la advertencia sigue siendo actual. Las “gotas” modernas pueden ser el prestigio, la popularidad, el poder o la comodidad. Pero si por ellas descuidamos los asuntos del reino, estamos cambiando el cielo por baratijas.
Así, Doctrina y Convenios 117:8 nos invita a elevar la mirada y el corazón. Nos enseña que las verdaderas montañas que debemos escalar no son las del éxito mundano, sino las de la consagración, la fe y el servicio. Porque cuando aprendemos a poner primero lo primero, descubrimos que las “cosas de mayor peso” no son una carga, sino una bendición que nos acerca al Señor y nos prepara para Su venida gloriosa.
Versículos 1–9
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
William Marks y Newel K. Whitney fueron líderes importantes entre los santos en Ohio, sin embargo, ninguno partió con el “Campamento de Kirtland”, un gran grupo de santos que quedaban y que salió de Kirtland el 6 de julio de 1838. La partida de Kirtland significó un sacrificio considerable para todos los santos que se trasladaron a Misuri. La razón por la que William Marks y Newel K. Whitney no se fueron antes se aclara en Doctrina y Convenios 117. El Señor pregunta directamente a los dos hombres: “¿Qué es la propiedad para mí?” (DyC 117:4). El Salvador aconseja a ambos que renuncien a sus bienes por causa del evangelio y se reúnan con los santos en Misuri. Para Newel K. Whitney, cuyos negocios eran el corazón económico de la Iglesia en Ohio, seguir este consejo tuvo un costo muy alto. Pero el Señor a menudo prueba a Sus discípulos pidiéndoles que salgan al desierto, lo que requiere abandonar lo familiar y cómodo. El sacrificio que se pidió a Whitney y a Marks fue el mismo que se pidió a Abraham, Jacob, Lehi y, en tiempos más cercanos, a los santos que se reunieron en Kirtland (DyC 37).
El Señor también hace referencia a “los montes de Adam-ondi-Ahmán” y “las llanuras de Olaha Shinehah” (DyC 117:8). Ambos lugares se mencionan junto a “la tierra donde habitó Adán” (DyC 117:8). No sabemos el significado de las palabras “Olaha Shinehah”, pero suponemos que también forman parte del idioma adámico. La palabra “Shinehah” aparece en Abraham 3:13 como un término para designar al sol, y “Olea” como un término para la luna. Janne M. Sjodahl e Hyrum M. Smith han especulado que “Olaha” podría ser una variante de “Olea”. Si es así, las llanuras de “Olaha Shinehah” serían las Llanuras del Sol y la Luna. “Shinehah” también podría ser una referencia a Kirtland mismo, ya que “Shinehah” se utilizó como palabra clave para referirse a Kirtland en versiones tempranas de varias revelaciones que se encuentran en Doctrina y Convenios.
Versículos 10–11
Advertencia contra el orgullo y la vanidad
El Señor llama a arrepentirse de la vanidad y de poner el corazón en las riquezas. Se les recuerda que lo terrenal no se compara con lo que Él tiene preparado para los fieles.
1. El orgullo como impedimento espiritual
El Señor advierte a Sus siervos contra el orgullo y la vanidad. Estas actitudes son enemigas del discipulado porque ponen el énfasis en el yo, en la apariencia y en la estima del mundo, en lugar de en la humildad y la sumisión a Dios. En toda la historia sagrada, el orgullo ha sido el inicio de la caída de pueblos enteros (véase Proverbios 16:18; Mosíah 12:26).
2. El corazón puesto en las riquezas
El Señor denuncia el peligro de poner el corazón en lo terrenal. Tener recursos no es malo en sí, pero sí lo es convertirlos en el centro de la vida. Jesucristo enseñó: “Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21). El corazón consagrado al dinero o a la apariencia pierde la sensibilidad espiritual y se aparta de la verdadera fuente de vida eterna.
3. El contraste entre lo perecedero y lo eterno
El Señor les recuerda que lo que el mundo ofrece es limitado y pasajero, mientras que Él tiene reservadas bendiciones gloriosas y eternas para los fieles. Este contraste refleja el principio de las “dos perspectivas”: lo terrenal da satisfacción momentánea, pero lo celestial ofrece gozo eterno.
4. El arrepentimiento como condición de progreso
El mandato del Señor no es solo dejar la vanidad, sino arrepentirse de ella. El arrepentimiento implica reconocer que el orgullo y el apego a lo material alejan del Señor, y dar un giro hacia la humildad, la fe y la obediencia. Es una invitación a purificar las motivaciones y a enfocar la vida en lo que realmente tiene valor eterno.
Estos versículos nos muestran que el orgullo y la vanidad son trampas espirituales que impiden avanzar en la senda del convenio. El Señor, con amor, invita a Sus siervos a arrepentirse y a dejar atrás lo perecedero para recibir lo eterno. La advertencia es tan válida hoy como en Far West: debemos examinar dónde está puesto nuestro corazón. Si lo centramos en Cristo y en Sus promesas, descubriremos que ninguna riqueza terrenal se compara con la gloria que Él tiene reservada para los que son fieles.
Versículos 10–11
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
El Señor reprende a Newel K. Whitney por su asociación con la “banda nicolaita y todas sus abominaciones secretas” (DyC 117:11). En el libro de Apocalipsis, los nicolaitas eran un grupo apóstata que “ponían tropiezo delante de los hijos de Israel, para comer cosas sacrificadas a los ídolos y cometer fornicación” (Apocalipsis 2:14). Esto probablemente se refiere a los miembros apóstatas de la Iglesia que permanecieron en Kirtland. Whitney, quien anteriormente había sido designado como obispo sobre la Iglesia en Ohio (DyC 72:7–8), recibe el mandamiento de reunirse en Adam-ondi-Ahmán y servir allí como obispo (DyC 117:11). Marks debía “presidir en medio de mi pueblo en la ciudad de Far West” (DyC 117:10), lo que implica un llamamiento para servir en la presidencia de la estaca de Far West. Tanto Whitney como Marks no lograron reunirse con los santos en Misuri hasta el otoño de 1838. Cuando llegaron, encontraron a los santos en medio del conflicto. Muchos se vieron obligados a abandonar sus hogares, y por lo tanto, ninguno de estos llamamientos del Señor llegó a cumplirse en ese momento.
Sin embargo, tras la expulsión de Misuri, Newel K. Whitney se trasladó con los santos a Nauvoo. Allí sirvió como obispo, regidor municipal (alderman), miembro del Concilio de los Cincuenta y como “fideicomisario” de la Iglesia después de la muerte de José Smith. En octubre de 1844, Whitney fue nombrado “primer obispo”, o Obispo Presidente, y sirvió fielmente en ese llamamiento hasta su muerte en Salt Lake City en 1849. William Marks también se reunió con los santos en Nauvoo, donde fue nombrado presidente de estaca. También formó parte del Concilio de los Cincuenta, pero después de la muerte de José Smith se alió con Sidney Rigdon. Cuando Rigdon fue rechazado como nuevo líder de la Iglesia, Marks abandonó Nauvoo. Durante los años siguientes vagó entre varios movimientos disidentes. Finalmente se unió a la Iglesia Reorganizada de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (hoy Comunidad de Cristo) y murió en Plano, Iowa, en 1872.
Doctrina y Convenios 117:11
“Que mi siervo Newel K. Whitney se avergüence de la banda nicolaíta y de todas sus abominaciones secretas, y de toda su pequeñez de alma delante de mí… y sea obispo para mi pueblo.”
Newel K. Whitney había sido llamado como el segundo obispo de la Iglesia (DyC 72) y, como tal, tenía la responsabilidad de estar con su rebaño y cuidar de él.
En cambio, cedió a la tentación de dedicar su tiempo y energía a los tesoros temporales.
Para dramatizar la gravedad de su pecado, el Salvador comparó la doble mentalidad del obispo Whitney con la banda nicolaíta mencionada en el Apocalipsis (Apocalipsis 2:6, 15), un grupo de miembros de la Iglesia que intentaban mantener su posición en la Iglesia mientras, al mismo tiempo, cedían a las atracciones del mundo (McConkie, Doctrinal New Testament Commentary, 3:446*).
El Señor describió esta falla de carácter como “pequeñez de alma”, una indicación de que alguien con la estatura espiritual del obispo Whitney no debía permitir que su mente se dejara desviar tan fácilmente por lo imaginario y lo pasajero.
El versículo de Doctrina y Convenios 117:11 es un poderoso llamado a la integridad espiritual y a la pureza de corazón en el servicio a Dios. En él, el Señor reprende con amor pero con firmeza a uno de Sus siervos escogidos, Newel K. Whitney, recordándole que quien ha sido llamado a cuidar del rebaño del Señor no puede dividir su corazón entre las riquezas del mundo y los tesoros del cielo.
El Señor dice:
“Que mi siervo Newel K. Whitney se avergüence de la banda nicolaíta y de todas sus abominaciones secretas, y de toda su pequeñez de alma delante de mí… y sea obispo para mi pueblo.”
En esta breve pero intensa declaración, el Salvador revela tres verdades esenciales: la naturaleza de la tentación, la condición del alma, y la posibilidad del perdón y la restauración.
Primero, el Señor compara la actitud del obispo Whitney con la “banda nicolaíta”, un grupo mencionado en el Apocalipsis que representaba a aquellos que pretendían servir a Cristo sin renunciar al mundo. Los nicolaítas trataban de combinar la devoción con la indulgencia, la fe con la comodidad, la religión con el placer. Así también, el obispo Whitney, al quedarse en Kirtland preocupado por sus propiedades y negocios, intentaba —aunque quizás sin plena conciencia de ello— mantener un pie en Sion y otro en el mundo.
Pero el Señor no tolera una lealtad dividida. Las Escrituras son claras: “Ninguno puede servir a dos señores” (Mateo 6:24). Quien ha sido llamado a ministrar en nombre de Cristo debe hacerlo con un corazón indiviso. De hecho, la palabra obispo en su raíz griega (epískopos) significa literalmente “vigilante” o “guardián”. Un guardián no puede proteger a su rebaño mientras está distraído contando sus monedas.
La expresión “pequeñez de alma” es profundamente significativa. No se refiere a una falta de inteligencia ni a debilidad de carácter, sino a la incapacidad de ver las cosas desde la perspectiva eterna. Es pensar en términos de ganancias inmediatas en lugar de recompensas eternas; es reducir la visión celestial al tamaño de nuestras preocupaciones temporales. El Señor esperaba de Whitney —como espera de todos Sus líderes y discípulos— una mente y un corazón amplios, llenos de fe, generosidad y confianza en la providencia divina.
Y, sin embargo, este versículo no termina con condenación, sino con esperanza: “y sea obispo para mi pueblo.” A pesar de la reprensión, el Señor no revoca el llamamiento de Whitney. Le da la oportunidad de rectificar, de arrepentirse, de reenfocar su alma en lo sagrado. El Señor no busca humillar, sino sanar. La vergüenza que Él menciona no es para destruir, sino para despertar; no para condenar, sino para inspirar cambio.
Narrativamente, este episodio ilustra cómo incluso los siervos más fieles pueden tropezar cuando las preocupaciones terrenales eclipsan su visión espiritual. Pero también enseña que el arrepentimiento restaura la confianza divina. Whitney, tras esta corrección, efectivamente se trasladó y sirvió fielmente como obispo en Far West, Misuri.
En suma, Doctrina y Convenios 117:11 nos recuerda que servir al Señor exige totalidad: un corazón completo, una fe sin reservas, y una mirada puesta en lo eterno. Las “pequeñeces de alma” —la codicia, la comodidad, la distracción— deben ser reemplazadas por una grandeza de espíritu que nos permita ver más allá del oro, hacia la gloria. El verdadero discípulo no divide su lealtad; consagra su vida entera a Aquel que la redimió.
Doctrina y Convenios 117:12–13
“Recuerdo a mi siervo Oliver Granger… su nombre será tenido en sagrada memoria de generación en generación… que luche con empeño por la redención de la Primera Presidencia de mi Iglesia… y cuando caiga, se levantará de nuevo, porque su sacrificio será más sagrado para mí que su incremento.”
Oliver Granger fue designado por el profeta José Smith como su agente en Kirtland para encargarse de asuntos pendientes.
Aunque relativamente pocos miembros de la Iglesia hoy conocen a Oliver Granger, él cumplió su tarea con exactitud. Se mantuvo fiel, íntegro y murió seguro en su testimonio.
Su posteridad ha heredado un legado de lealtad y puede hallar gran consuelo en las tiernas palabras del Señor hacia su antepasado.
Como el hermano Granger, todos nosotros caeremos y cometeremos errores. El consejo del Señor es que nos levantemos, sacudamos el polvo y sigamos adelante.
Desde la perspectiva eterna de Dios, nuestro sacrificio (nuestra completa sumisión y entrega al Todopoderoso) es más significativo y sagrado que nuestro incremento (la cantidad de bien que podría lograrse por medio de nuestras buenas obras).
Seremos juzgados por los deseos de nuestro corazón, así como por nuestras obras (Alma 41:3; DyC 137:4).
Mucho más importante que nuestra geografía es nuestra dirección.
El pasaje de Doctrina y Convenios 117:12–13 ofrece uno de los homenajes más tiernos y profundos del Señor hacia un discípulo poco conocido, pero sumamente fiel: Oliver Granger. En unas pocas líneas, el Salvador revela cómo Él mide el valor de Sus siervos: no por su fama, ni por el tamaño visible de sus logros, sino por la pureza de su sacrificio y la firmeza de su fidelidad.
El Señor declara:
“Recuerdo a mi siervo Oliver Granger… su nombre será tenido en sagrada memoria de generación en generación… y cuando caiga, se levantará de nuevo, porque su sacrificio será más sagrado para mí que su incremento.”
Estas palabras reflejan la compasión divina de un Dios que ve más allá de los resultados temporales y valora la intención y el esfuerzo por encima del éxito aparente. Oliver Granger fue enviado por el profeta José Smith a Kirtland, una ciudad que los Santos habían tenido que abandonar precipitadamente, para resolver deudas, vender propiedades y tratar con acreedores hostiles. Era una tarea difícil, casi imposible, y, a los ojos del mundo, insignificante. Pero a los ojos del Señor, fue una obra sagrada.
El Señor no promete que Oliver saldrá triunfante ante los hombres, sino que “cuando caiga, se levantará de nuevo.” Con esta expresión, el Salvador enseña una verdad universal: la caída no define al discípulo; lo define su decisión de levantarse. En el plan de Dios, tropezar no es fracasar si la fe permanece. Lo que Él valora no es la ausencia de tropiezos, sino la constancia en seguir adelante, el deseo sincero de permanecer fiel aun en la adversidad.
La frase más conmovedora del pasaje es, sin duda: “Su sacrificio será más sagrado para mí que su incremento.” Aquí el Señor revela Su sistema de valores, tan distinto del nuestro. En el mundo, se mide el éxito por lo que se logra; en el Reino de Dios, se mide por lo que se entrega. El incremento —las obras, los resultados visibles, el progreso cuantificable— tiene su lugar; pero el sacrificio —la entrega del corazón, la sumisión de la voluntad, la perseverancia en la fe— es lo que santifica el alma.
Oliver Granger encarna el principio de que la fidelidad en lo pequeño es grande a los ojos del Señor. Su nombre, aunque olvidado por muchos, fue prometido para ser recordado “de generación en generación”. Es el mismo tipo de promesa que el Señor hace a todos Sus discípulos que sirven sin buscar reconocimiento, que permanecen leales aun cuando nadie los ve.
Doctrinalmente, este pasaje ilumina una dimensión sublime del Evangelio: Dios mira el corazón (1 Samuel 16:7). Él no se impresiona con los números ni con las apariencias, sino con la pureza de la intención. Seremos juzgados, como enseña Alma, “según nuestros deseos” (Alma 41:3; DyC 137:9). Así, la medida del discipulado no es cuánto avanzamos, sino hacia dónde dirigimos nuestro corazón.
Por eso, el comentario final —“Mucho más importante que nuestra geografía es nuestra dirección”— resume perfectamente el mensaje. No importa dónde nos encontremos espiritualmente hoy; lo que importa es hacia dónde vamos. Como Oliver Granger, podemos caer, tropezar o incluso fracasar a los ojos del mundo, pero si seguimos moviéndonos hacia Dios, si nuestro sacrificio es sincero, el Señor lo considerará sagrado.
En última instancia, Doctrina y Convenios 117:12–13 nos recuerda que los verdaderos héroes del Evangelio son, con frecuencia, los discretos: aquellos que sirven sin aplausos, que cumplen con diligencia en el anonimato, que perseveran cuando el éxito parece lejano. Y el Señor, que “recuerda” incluso los nombres que el mundo olvida, promete inmortalizar su fidelidad en la memoria eterna del cielo.
Versículos 12–15
La obra en Misuri y la promesa de bendiciones
El Señor confirma que Far West es el lugar de reunión y manda que se fortalezca la obra allí. Si Sus siervos son obedientes, recibirán grandes bendiciones y verán prosperidad en Sion.
1. Far West como lugar de reunión
El Señor confirma que Far West es el lugar escogido para reunir a los santos en ese momento. Esta instrucción resalta un principio clave en la historia de la Iglesia: el Señor guía a Su pueblo a lugares de seguridad y propósito según Su voluntad. Tal como lo hizo con Israel en el desierto o con los nefitas al establecerse en Zarahemla, el Señor marca el lugar donde Sus hijos deben congregarse para cumplir Su obra.
2. La centralidad de Sion
La referencia a Far West también recalca la importancia de Sion como concepto espiritual y geográfico. No se trataba únicamente de un asentamiento físico, sino de la creación de un pueblo santo, unidos por convenios, dedicados a Dios. La obediencia de los santos en ese lugar sería la clave para prosperar y recibir protección.
3. Obediencia como condición de bendición
El Señor promete prosperidad y bendiciones a condición de que Sus siervos obedezcan. Este patrón es constante en las Escrituras: las bendiciones de Sion dependen de la rectitud de sus habitantes (véase Mosíah 2:22, DyC 82:10). La prosperidad no se limita a lo material, sino que incluye la paz, la revelación y la fortaleza espiritual.
4. El liderazgo como ejemplo
El llamado se dirige a líderes como William Marks y Newel K. Whitney, lo que muestra que la fidelidad de los dirigentes influiría en la fe del resto de los santos. En la obra del Señor, los líderes están llamados a ir delante del pueblo, a dar ejemplo de sacrificio y obediencia.
Estos versículos reafirman que la obra de Dios tiene un lugar y un tiempo específicos, y que Sus siervos son bendecidos cuando siguen Su dirección. Para los santos de ese tiempo, la promesa era que Far West prosperaría si permanecían fieles. Para nosotros hoy, la lección es que el Señor continúa reuniendo a Su pueblo y estableciendo Sion en nuestros hogares, estacas y comunidades. Si somos obedientes y fortalecemos la obra en el lugar donde nos encontramos, disfrutaremos de Sus bendiciones y contribuiremos al cumplimiento de Su gran promesa: que Sion florezca como estandarte para las naciones.
Versículos 12–16
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
En Ohio, junto al templo de Kirtland, hay una pequeña lápida, marcada por el paso de los años, que simplemente dice “Oliver Granger”. El cantero que la elaboró no talló el nombre con cuidado y casi dejó fuera la r al final del monumento. Esta sencilla piedra marca el lugar de descanso final de Oliver Granger. En Doctrina y Convenios 117, Oliver Granger es llamado a “contender con empeño por la redención de la Primera Presidencia de mi Iglesia” (DyC 117:13). Más tarde, José Smith escribió en su historia: “Como fui expulsado de Kirtland sin el privilegio de arreglar mis negocios, anteriormente había contratado al coronel Oliver Granger como mi agente para cerrar todos mis asuntos en los Estados del Este; y como se me ha acusado de ‘huir engañando a mis acreedores’”. Cuando la Iglesia abandonó Kirtland, se pidió a Granger que regresara y liquidara las deudas de la Iglesia en esa región.
Granger sirvió fielmente en este llamamiento, trabajando diligentemente para pagar deudas y responder a las acusaciones de que los líderes de la Iglesia habían huido de Kirtland para evitar a sus acreedores. En reconocimiento a su disposición para cumplir con esta difícil tarea, la Primera Presidencia escribió una carta de recomendación a Granger en mayo de 1839, que dice:
“Siempre hemos encontrado que el presidente Oliver Granger es un hombre de estricta integridad y virtud moral, y en resumen, un hombre de Dios. Hemos tenido una larga experiencia y trato con el hno. Granger; le hemos confiado vastos asuntos comerciales, los cuales han sido manejados con habilidad para el sostén de nuestro carácter e intereses, así como los de la Iglesia.”
La carta también contiene una bendición para Granger escrita en lenguaje revelatorio, que declara:
“Y además, en verdad, así dice el Señor: levantaré a mi siervo Oliver y le daré un gran nombre en la tierra y entre mi pueblo, a causa de la integridad de su alma; por tanto, que todos mis santos sean generosos con él con toda liberalidad y paciencia, y esto será una bendición sobre sus cabezas.”
Oliver Granger murió en Kirtland en circunstancias desconocidas. Pero su nombre aún se mantiene “en sagrada memoria” (DyC 117:12) hasta el día de hoy por haber defendido la integridad de la Iglesia y de sus líderes.
























