Doctrina y Convenios
Sección 122
Contexto histórico y antecedentes
La sección 122 sigue inmediatamente la última parte de la sección 121 en la carta de José, escrita el 20 de marzo de 1839 desde la cárcel de Liberty. Varias de sus declaraciones hacen referencia a experiencias personales. Los versículos 6–7, por ejemplo, evocan los terribles acontecimientos en Far West, Misuri, el otoño anterior, cuando José fue arrancado de su familia, sentenciado a ejecución, luego acusado de traición y finalmente confinado en el “pozo”, la celda subterránea de la cárcel de Liberty, Misuri.
La revelación intensifica el sufrimiento de José con una serie de oraciones condicionales que se acumulan como un crescendo insoportable, como si fueran rocas amontonándose sobre su cuerpo o látigos cayendo sobre su espalda desnuda. El Señor hace todo esto para señalar dos verdades profundas, comunicadas en lo que debió haber sido —especialmente en contraste con lo anterior— la voz consoladora de un Padre amoroso: “Sabe, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien.”
La segunda verdad se la transmitió al Profeta con la pregunta profunda del versículo 8: “El Hijo del Hombre descendió debajo de todo ello. ¿Eres tú mayor que él?” El “¿y por tanto qué?” viene después, cuando José es animado a resistir sin temor, con la promesa de tener el sacerdocio para siempre y la vida hasta que su obra en la tierra estuviera concluida.
José quiso que Emma fuera la primera en leer su larga carta, y le rogó en una misiva al día siguiente que la copiara de inmediato y la hiciera circular entre los líderes de la Iglesia y sus padres. Aunque la carta de la cual proceden las secciones 121–123 reflejaba las limitaciones de la educación formal de José, él la consideraba como portadora de algunas de las revelaciones más profundas que había recibido y algunos de los mejores consejos que jamás dio. Las partes que se convirtieron en las secciones 121 y 122 reorientaron y motivaron a José, han tenido un efecto similar en muchos otros, y continúan siendo una fuente principal de la determinación de los Santos de los Últimos Días para mantener la fe frente a la adversidad.
En un espacio oscuro y estrecho, del cual no podía escapar, José suplicó “¿hasta cuándo?”, con un implícito “¿por qué?”. Desde Su perspectiva eterna e infinita, el Señor respondió: “por un corto momento” y porque “todas estas cosas te servirán de experiencia” (DyC 121:7; 122:7). Estas palabras “transformaron la cruda experiencia en Misuri en una teología del sufrimiento” que tenía sentido desde la perspectiva de Dios. La cárcel de Liberty, en efecto, sirvió a José como un microcosmos de la vida en un mundo telestial, un ámbito de competencia brutal, ambición, materialismo y dominio inicuo. Allí, en ese infierno, José estaba sin poder. ¿O no?
B. H. Roberts llamó a la cárcel
“más templo que prisión, mientras el Profeta estuvo allí. Fue un lugar de meditación y oración. Un templo, ante todo, es un lugar de oración; y la oración es comunión con Dios. Es lo ‘infinito en el hombre buscando lo infinito en Dios.’ Donde ambos se encuentran, allí hay un santuario sagrado: un templo. José Smith buscó a Dios en esa tosca prisión, y lo halló.”
Como resultado, las secciones 121–122 dotaron a José de poder. Mientras que los límites de sus enemigos estaban fijados, José tendría siempre el sacerdocio (DyC 122:9). Sus opresores —aquellos que usaban su supuesto poder e influencia para herir, tomar, abusar, insultar, tergiversar y coaccionar— serían maldecidos, perderían su posteridad y quedarían apartados del templo y, por ende, sin confianza en la presencia de Dios. Eran ellos quienes estaban en realidad sin poder para “impedir que el Todopoderoso derrame conocimiento desde el cielo sobre las cabezas de los santos de los últimos días” (DyC 121:33). Los poderosos en la tierra serían impotentes en un corto momento, mientras que José y los fieles reinarían con mansedumbre, humildad y amor no fingido para siempre jamás (vv. 41, 46).
Estas explicaciones divinas ayudaron a José a ver, como si fuera desde los ojos de Dios, que las cosas no eran lo que parecían. La sección 122 dio sentido al sufrimiento. La humanidad estaba en la tierra para obtener “experiencia.” “La palabra ‘experiencia’ sugería que la vida era un pasaje. La personalidad humana duradera estaba siendo probada. La experiencia instruía. La vida no era solo un lugar para despojarse de los pecados, sino un lugar para profundizar la comprensión descendiendo por debajo de todas las cosas.” En resumen, las secciones 121–122 enseñaron a José que “las tribulaciones en Misuri fueron un campo de entrenamiento” para la divinidad. El infierno, resultó ser, podía servir como un templo, un lugar para ser investido con el corazón y la mente de Dios en preparación para asumir Su “dominio eterno” (DyC 121:46).
José llegó a comprender esto gracias a su “experiencia” en Liberty. Escribió desde aquel lugar apestoso pero sagrado: “Me parece que mi corazón será siempre más tierno después de esto que nunca antes.” Reconoció que las pruebas “nos dan ese conocimiento para entender las mentes de los antiguos”, como Abraham, quien tipificó el sufrimiento injusto e incomparable del Salvador. “Por mi parte,” escribió José, “pienso que nunca podría haber sentido lo que ahora siento si no hubiera sufrido los agravios que he sufrido.”
De estas revelaciones brotó una certeza renovada. Al día siguiente de haberlas dictado, José aún no sabía cuánto tiempo estaría en la cárcel, pero escribió a Emma que, ya que sabía “con certeza las cosas eternas, si los cielos se demoran, no es nada para mí.” Después de escapar finalmente de Misuri unas semanas más tarde, José parecía el alma más resuelta de la tierra. Sabía lo que debía hacer, y nada podría detenerlo. Sus días no solo eran conocidos, sino también contados, y con ellos se dispuso a instruir a los apóstoles y entregarles las llaves del sacerdocio que había recibido de ángeles ministrantes, edificar un templo y comenzar a ofrecer las ordenanzas de exaltación a los fieles.
Como resultado de estas revelaciones, José emergió de su hora más oscura intacto, sin amedrentarse y con los ojos fijos en la eternidad. Mientras mirara el mundo a través de la lente de la sección 122, podría seguir adelante, enfrentando cualquier experiencia, viniera lo que viniera.
Contexto adicional por Casey Paul Griffiths
Doctrina y Convenios 122 contiene extractos de una carta escrita en dos partes desde la cárcel de Liberty por José Smith, Hyrum Smith, Caleb Baldwin, Alexander McRae y Lyman Wight (véase el contexto histórico de Doctrina y Convenios 121). El texto que se encuentra en Doctrina y Convenios 122 corresponde a las páginas 3–4 de la segunda parte de la carta, y sigue de manera continua a la parte de la carta que fue incluida como Doctrina y Convenios 121:34–36.
La parte revelatoria de la carta que ahora aparece en Doctrina y Convenios 122 pudo haber sido, en parte, una respuesta a la liberación anticipada de Sidney Rigdon, a quien se le permitió salir de la cárcel a comienzos de febrero de 1839. La estadía en la cárcel de Liberty tuvo un fuerte impacto físico en Sidney, quien era mucho mayor que los demás prisioneros. Cuando Sidney fue llevado a juicio, habló con gran elocuencia acerca de los sufrimientos que los hombres en la cárcel de Liberty habían soportado. Alexander Doniphan, que actuaba como uno de sus abogados, más tarde dijo: “Jamás fue mi fortuna escuchar tal estallido de elocuencia; al concluir, no había un solo ojo seco en la sala, todos fueron conmovidos hasta las lágrimas.” Debido a su salud deteriorada, Sidney fue liberado anticipadamente. Durante sus períodos de melancolía en la cárcel, se le oyó murmurar: “Los sufrimientos de Jesucristo fueron una tontería comparados con [los míos].”
Las palabras del Salvador en esta parte de la carta pueden haber sido una respuesta a la desesperación sentida por José y sus compañeros, quienes continuaban languideciendo en la cárcel después de la liberación de Sidney. El Salvador les asegura que “el Hijo del Hombre descendió debajo de todo ello” (DyC 122:8) y que sus sufrimientos “te servirán de experiencia, y serán para tu bien” (DyC 122:7).
Véase “Historical Introduction,” Carta a la Iglesia y a Edward Partridge, 20 de marzo de 1839, JSP.
Versículo 1
El Señor conoce la adversidad
El Señor le recuerda a José Smith que las experiencias dolorosas y las pruebas que enfrenta no escapan a Su conocimiento ni a Su control.
Este versículo abre con una afirmación fundamental: nada de lo que sufre el profeta José Smith —y por extensión, ningún hijo de Dios— escapa de la vista del Señor. Aunque José estaba en la cárcel de Liberty, rodeado de tinieblas, traición y sufrimiento, el Señor le asegura que Él está consciente de todo lo que acontece.
Dios es omnisciente en medio del dolor
El pasaje recalca que no hay prueba que quede fuera del conocimiento divino. Lo que parece injusto, arbitrario o fuera de control para el hombre, está plenamente visto y comprendido por Dios. Esta verdad nos recuerda que Su omnisciencia incluye no solo los grandes acontecimientos del mundo, sino también las luchas íntimas y personales de cada individuo.
El sufrimiento no es abandono
Saber que Dios conoce nuestra adversidad nos libra de pensar que Él nos ha desamparado. Al contrario, Su conocimiento perfecto del dolor humano es señal de Su cercanía y compasión. La experiencia de José muestra que, aunque las respuestas divinas no siempre eliminan de inmediato el sufrimiento, el Señor permanece presente en el proceso.
El Señor controla los fines de la adversidad
El conocimiento de Dios no es pasivo; Él guía la finalidad de las pruebas. Esto enseña que los dolores y pruebas no son fortuitos, sino instrumentos que Él permite para cumplir propósitos más elevados: refinarnos, hacernos humildes, prepararnos para mayores responsabilidades y testificar de Su poder.
Ejemplo en Cristo
Este principio se conecta con el Salvador, de quien se dice que “conoce las aflicciones de su pueblo” (Mosíah 14:3; Alma 7:11–12). Así como Cristo experimentó el sufrimiento humano y descendió por debajo de todo, Su conocimiento de la adversidad no es solo intelectual, sino empático y redentor.
Doctrina y Convenios 122:1 enseña que el Señor conoce plenamente las pruebas de Sus hijos y que nada ocurre fuera de Su control. La adversidad, aunque amarga, es permitida por un Dios amoroso que la transforma en un medio de crecimiento espiritual y preparación para la gloria futura.
Versículo 2
Ejemplos de persecución y prueba
Se describe cómo hasta los amigos pueden traicionar, y cómo los enemigos pueden triunfar momentáneamente, mostrando la amplitud de las pruebas que los justos pueden enfrentar.
En este versículo el Señor amplía la visión de José Smith, mostrándole que las pruebas pueden provenir no solo de enemigos declarados, sino incluso de amigos y conocidos. Aquí se revela la amplitud y profundidad del sufrimiento que los justos pueden experimentar en su discipulado.
La traición de los amigos
El Señor advierte que aun los amigos pueden traicionar. Esto es particularmente doloroso porque atenta contra la confianza y los lazos de afecto. El sufrimiento que viene de quienes uno estima es a menudo más agudo que el que proviene de los enemigos. Doctrinalmente, esto refleja la realidad de que en el camino del evangelio puede haber decepciones humanas, pero nunca abandono divino.
El aparente triunfo de los enemigos
El versículo reconoce que los adversarios pueden tener éxito temporal: calumnias, persecuciones y afrentas pueden prosperar por un tiempo. Sin embargo, este “triunfo” es solo momentáneo. Dios permite que los inicuos avancen hasta cierto punto, pero nunca más allá de los límites que Él establece (véase 2 Nefi 2:11).
La amplitud de la prueba
Este pasaje enseña que la adversidad puede tomar múltiples formas:
- Pérdida de confianza en los seres queridos.
- Persecución externa de los opositores.
- Confusión al ver cómo la injusticia parece prevalecer.
Todo esto muestra que la vida del discípulo no está exenta de sufrimientos profundos, sino que forma parte del refinamiento espiritual.
Lección de fe y perseverancia
El hecho de que el Señor le recuerde esto a José Smith en su momento de dolor tiene un propósito: fortalecerlo para que no se sorprenda ni se desanime. El discípulo de Cristo debe esperar oposición, incluso de lugares inesperados, pero con la certeza de que ninguna traición o persecución puede frustrar los designios de Dios.
Doctrina y Convenios 122:2 enseña que los justos pueden enfrentar traiciones de amigos y ataques de enemigos, y que estos pueden parecer victoriosos por un tiempo. Sin embargo, estas pruebas no escapan del control de Dios, quien las permite como parte del refinamiento y crecimiento espiritual de Sus siervos.
Doctrina y Convenios 122:1–2
“Los términos de la tierra inquirirán por tu nombre, y los necios se burlarán de ti, y el infierno se enfurecerá contra ti; mientras que los puros de corazón, y los sabios, y los nobles, y los virtuosos buscarán consejo, y autoridad, y bendiciones constantemente de tu mano.”
En el oscuro y húmedo calabozo de la paradójica Cárcel de Liberty, el Señor consoló al profeta José asegurándole que la Restauración que había comenzado continuaría adelante.
Las palabras de consuelo del Señor a su profeta siguen cumpliéndose.
Todos los caminos del evangelio conducen a través de José Smith hacia Jesucristo.
Cada individuo —ahora o en algún momento futuro— será llamado a rendir cuentas por su posición respecto al profeta y su misión divina.
O bien fue un profeta de Dios, llamado para inaugurar la dispensación del cumplimiento de los tiempos y restaurar la luz del evangelio a un mundo en tinieblas, o fue un impostor.
¿Fue José Smith un profeta de Dios?
Los de corazón honesto, los virtuosos y los mansos beberán del pozo restaurado por la mano del profeta y testificarán que José Smith fue, sin duda alguna, un profeta de Dios.
Honramos su nombre y buscamos consejo, autoridad y bendición de aquel que ahora lleva ese manto profético.
En los días más sombríos de la vida del profeta José Smith, cuando la oscuridad parecía envolverlo en la fría y estrecha Cárcel de Liberty, el cielo no guardó silencio. En medio del dolor, el Señor habló con ternura y poder, recordándole que su nombre sería conocido por toda la tierra: unos lo maldecirían, otros lo honrarían. Esa paradoja —la burla de los necios y la reverencia de los sabios— sigue siendo una de las pruebas más claras de la divinidad de su misión.
José no fue simplemente un hombre perseguido; fue un instrumento escogido para abrir de nuevo los cielos. Las palabras que el Señor le dirigió en aquel calabozo resuenan todavía como testimonio vivo de que la obra que comenzó no podía ser detenida por barrotes ni muros. El infierno mismo se enfureció contra él porque sabía que, a través de ese joven profeta, se restauraría la autoridad divina y se establecería el camino hacia Cristo con una claridad perdida por siglos.
Hoy, al mirar hacia atrás, vemos cómo se cumple la profecía: el nombre de José Smith está en los labios de millones. Algunos lo desprecian sin conocerlo; otros, con corazones puros, sienten el Espíritu confirmando su veracidad. Su misión no fue un esfuerzo humano, sino una comisión celestial. Cada principio del evangelio restaurado —la fe, el arrepentimiento, el bautismo, el don del Espíritu Santo, el sacerdocio, los templos, la familia eterna— fluye a través de la obra que el Señor estableció mediante él.
Así como los sabios y los nobles buscaron consejo de José en vida, hoy los hijos de Dios continúan buscando dirección de aquel que lleva su manto profético: el presidente de la Iglesia, el profeta viviente. Cada uno de nosotros, en algún momento, deberá responder a la pregunta que define la eternidad: ¿Qué pienso de José Smith? Porque aceptar su llamado equivale a aceptar la realidad de Jesucristo y la veracidad de Su evangelio restaurado.
El calabozo de Liberty se convirtió, paradójicamente, en un templo de revelación; un símbolo de que la luz de Dios no puede ser apagada por la oscuridad de los hombres. Y desde esa prisión surgió una promesa que aún vibra en los corazones de los fieles: que los puros de corazón siempre buscarán consejo, autoridad y bendición de la mano del profeta del Señor, hasta el día glorioso en que la voz de Jehová vuelva a resonar en la tierra.
Versículo 3
Las pruebas como parte del plan divino
El Señor enseña que incluso las traiciones y sufrimientos forman parte de un propósito más grande, permitido por Dios para refinar y fortalecer al profeta y a Su pueblo.
En este versículo, el Señor enseña a José Smith una verdad profunda y difícil de asimilar: aun las pruebas más dolorosas —incluidas la traición de amigos, las calumnias y las persecuciones— son permitidas por Dios dentro de Su plan eterno. No son accidentes sin sentido, sino instrumentos que forman parte del refinamiento del profeta y de los santos.
Las pruebas no son fortuitas
El Señor recalca que nada de lo que sufre José sucede fuera de la voluntad o el conocimiento divino. Las dificultades no llegan por casualidad, sino que forman parte de un proceso permitido para moldear al discípulo en rectitud y fortalecer su carácter espiritual.
El dolor con propósito
Aunque el sufrimiento humano puede parecer injusto o innecesario, el Señor asegura que incluso esas experiencias amargas tienen un propósito superior: preparar a Sus hijos para responsabilidades mayores y para recibir una gloria que no podrían alcanzar sin pasar por ese crisol.
La traición como instrumento de refinamiento
Ser herido por los amigos o difamado por los enemigos es doloroso, pero el Señor permite que suceda para que Sus siervos aprendan a confiar más en Él que en los hombres. La lealtad terrenal puede fallar, pero la fidelidad de Dios es inmutable.
La perspectiva de eternidad
Lo que a los ojos mortales parece un revés insuperable, a los ojos del Señor es una oportunidad de crecimiento y preparación. Él ve más allá de la aflicción inmediata y contempla la exaltación futura que estas pruebas hacen posible (cf. DyC 121:7–8).
Doctrina y Convenios 122:3 enseña que las pruebas, aun las más dolorosas, no son ajenas al plan divino. Dios las permite para refinar a Sus hijos, fortalecer su fe y prepararlos para bendiciones mayores. La adversidad, lejos de ser un signo de abandono, es evidencia de que el Señor confía en Sus siervos para ser purificados en el crisol de la experiencia.
Versículo 4
La aparente victoria de los inicuos
Se señala que los enemigos pueden levantar calumnias y falsos testimonios, y aun así esto será usado por Dios para Su gloria y el cumplimiento de Sus designios.
En este versículo, el Señor recuerda a José Smith que los enemigos podrán levantar calumnias, dar falso testimonio y parecer que triunfan sobre los justos. Sin embargo, incluso esas aparentes victorias de los malvados forman parte de los designios divinos y, finalmente, servirán para cumplir los propósitos de Dios.
El poder limitado de los inicuos
Los hombres perversos pueden perseguir, calumniar e incluso encarcelar a los siervos de Dios. Pero su poder es siempre temporal y está sujeto a los límites que el Señor permite. Esta doctrina es consistente con lo enseñado en 2 Nefi 2:11, que muestra que la oposición es necesaria, pero siempre bajo el control de Dios.
La prueba de la fe mediante la injusticia
Las calumnias y falsos testimonios no son solo ataques externos: son pruebas de fe. El Señor permite que los santos enfrenten estas situaciones para aprender paciencia, confianza en Él y firmeza en la verdad. El sufrimiento injusto purifica y fortalece el carácter espiritual.
La ironía de los designios divinos
Aunque los enemigos pretendan destruir la obra de Dios, sus acciones a menudo terminan acelerando el cumplimiento de Sus planes. La historia de la Iglesia muestra que la persecución, en lugar de extinguir la fe, la expandió y la fortaleció. De este modo, Dios convierte el mal en un instrumento para el bien (cf. Génesis 50:20, la experiencia de José en Egipto).
El triunfo de Dios sobre la mentira
La mentira puede prevalecer momentáneamente, pero la verdad de Dios permanece para siempre. La justicia divina asegura que toda falsedad será expuesta, y toda calumnia será anulada en el debido tiempo.
Doctrina y Convenios 122:4 enseña que aunque los inicuos parezcan triunfar mediante calumnias y falsos testimonios, su victoria es solo aparente y temporal. Dios, en Su sabiduría, utiliza incluso esos ataques para avanzar Su obra y glorificar Su nombre. La oposición no detiene el plan divino, sino que se convierte en parte de su cumplimiento.
Versículos 1–4
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
En un tiempo lleno de desaliento, el Señor se toma un momento para dar Su propio testimonio sobre la importancia de la misión del profeta José Smith. Aunque la Iglesia de Jesucristo es la Iglesia de Cristo, José Smith fue el profeta escogido para abrir la última dispensación. Aun cuando José tuvo defectos e imperfecciones, tenemos la obligación de testificar —tal como lo hizo el Señor— de la misión divina del profeta José Smith. El Señor declara que estará al lado de José (DyC 122:4), y así también deben hacerlo los Santos de los Últimos Días.
El presidente David O. McKay dijo: “Desde mi niñez me ha resultado muy fácil creer en la realidad de las visiones del profeta José Smith.” El testimonio del presidente McKay acerca de José Smith se edificó sobre el fundamento del testimonio del Profeta que le compartió su padre, Thomas McKay. Cuando era un joven misionero en Escocia, Thomas McKay enfrentó una oposición severa cada vez que compartía su testimonio de José Smith. “Un día llegó a la conclusión de que la mejor manera de llegar a esta gente sería predicar únicamente los principios sencillos, la expiación del Señor Jesucristo, los primeros principios del evangelio, y no dar testimonio de la Restauración,” relató más tarde el presidente McKay.
Con el paso de las semanas, Thomas se sintió cada vez más desanimado. Finalmente, llegó al punto en que determinó que si no lograba librarse de sus sentimientos de abatimiento, sería mejor regresar a casa. Buscando guía de Dios, fue a una cueva cerca del mar para suplicar que el Señor removiera la depresión que lo aquejaba. Imploró: “Oh, Padre, ¿qué puedo hacer para que se quite este sentimiento? Debo ser liberado de él o no podré continuar en esta obra.” El presidente McKay dijo que su padre “oyó una voz, tan clara como el tono que ahora emito, que decía: ‘Da testimonio de que José Smith es un profeta de Dios.’ Al recordar entonces lo que tácitamente había decidido seis semanas antes, y abrumado por aquel pensamiento, todo se le aclaró al darse cuenta de que estaba allí con una misión especial, y que no le había prestado la atención debida. Entonces clamó en su corazón: ‘Señor, basta,’ y salió de la cueva.”
El presidente McKay escribió más tarde: “De niño, me senté y escuché ese testimonio de aquel a quien yo apreciaba y honraba como a ningún otro hombre en el mundo, y esa seguridad se instiló en mi alma juvenil.” Así como lo aprendió Thomas McKay, el Señor recalca la importancia de que los Santos de los Últimos Días compartan su testimonio de la misión divina del profeta José Smith.
Versículos 5–7
La extensión de las pruebas
El Señor enumera, en una lista impresionante, todas las calamidades que podrían llegar: encarcelamiento, injusticia, pérdida de bienes, amigos, familia, y hasta la vida misma. Con ello enseña que no hay prueba demasiado grande que no tenga un propósito dentro del plan de Dios.
En estos versículos el Señor presenta a José Smith una descripción detallada y casi abrumadora de todas las pruebas que podría enfrentar: traiciones, calumnias, encarcelamiento, despojo de bienes, pérdida de familia, e incluso la amenaza de la muerte. Esta enumeración no es para desanimarlo, sino para mostrar que ninguna adversidad —por grande que parezca— queda fuera del propósito divino.
La amplitud del sufrimiento humano
El Señor reconoce que las pruebas pueden abarcar todos los aspectos de la vida: la libertad personal, la reputación, los bienes materiales, los lazos afectivos y la seguridad misma. Este pasaje valida el hecho de que los justos no están exentos de experimentar la gama completa de sufrimientos mortales.
El dolor como parte del refinamiento divino
El propósito de enumerar estas calamidades es enseñar que todas, sin excepción, pueden convertirse en instrumentos de crecimiento espiritual. El Señor quiere que José comprenda que no hay dolor que escape a Su vista ni que carezca de sentido en el plan eterno.
El patrón de los profetas y discípulos
La lista de pruebas recuerda lo que han experimentado otros profetas y discípulos:
- Jeremías fue encarcelado y calumniado.
- Job perdió familia, bienes y salud.
- Cristo mismo fue traicionado, abandonado y condenado injustamente.
El mensaje es que quienes siguen a Dios inevitablemente compartirán, en alguna medida, el “cáliz” del sufrimiento que bebieron los escogidos en generaciones pasadas.
El poder transformador de la adversidad
El Señor recalca que incluso en la peor de las circunstancias, las pruebas sirven para pulir al alma. La adversidad no destruye al fiel, sino que lo prepara para una gloria mayor. Como dijo Pedro, las pruebas son como el fuego que purifica el oro (1 Pedro 1:7).
Un preludio a la promesa
El versículo 7 culmina con una de las declaraciones más conocidas: “sabe, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien”. Aquí se establece un principio eterno: Dios convierte las pruebas en bendiciones si se enfrentan con fe.
Doctrina y Convenios 122:5–7 enseña que ninguna calamidad —pérdida, traición, persecución o muerte— está fuera del control de Dios ni carece de propósito. Toda adversidad, por más amarga que parezca, puede servir para el crecimiento, el refinamiento y la preparación espiritual de los discípulos de Cristo.
Versículos 5–7
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
Los eventos descritos en Doctrina y Convenios 122:5–7 son hechos literales que le sucedieron a José Smith. Nada aquí es hipotético. José fue traicionado por falsos hermanos (DyC 122:5), como George Hinkle, quien lo entregó a la milicia de Misuri. José también fue falsamente acusado (DyC 122:6) por muchos exmiembros de la Iglesia que presentaron declaraciones juradas en su contra. Fue arrancado de la compañía de su familia, incluido su hijo mayor, quien rogó por la vida de su padre (DyC 122:6). El Profeta fue echado en un pozo (DyC 122:7) y soportó condiciones terribles mientras estuvo preso en Independence, Richmond y Liberty, Misuri.
Lyman Wight, quien estuvo en la cárcel de Liberty junto a José, fue testigo de la desgarradora separación de los prisioneros de sus familias en Far West:
“A la hora en que los prisioneros iban a ser fusilados en la plaza pública de Far West, los exhibieron en una carreta en el pueblo, todos ellos con familia allí, menos yo; y le habría partido el corazón a cualquier persona con un poco de humanidad ver esa separación. Al anciano padre y madre de José Smith no se les permitió ver su rostro, solo extender sus manos por entre las cortinas de la carreta y despedirse así de él. Al pasar frente a su propia casa, lo bajaron de la carreta y le permitieron entrar, pero no sin una fuerte guardia, y no se le permitió hablar con su familia sino en presencia de sus guardias, y su hijo mayor, José, de unos seis u ocho años, colgado de la falda de su abrigo, llorando: ‘Padre, ¿va la turba a matarte?’ El guardia le dijo: ‘Maldito mocoso, vuelve, no volverás a ver a tu padre.’ Los prisioneros partieron entonces hacia el condado de Jackson, acompañados por los generales Lucas y Wilson, y unos trescientos soldados como escolta.”
Tan terribles como fueron estas pruebas, el Señor en el versículo 7 repite la lección ya enseñada (DyC 121): las pruebas pueden ser una experiencia santificadora y purificadora para quienes las soportan con fidelidad. El presidente Henry B. Eyring enseñó: “Uno podría preguntarse con razón por qué un Dios amoroso y todopoderoso permite que nuestra prueba mortal sea tan difícil. Es porque Él sabe que debemos crecer en limpieza espiritual y en estatura para poder vivir en Su presencia en familias para siempre. Para hacer eso posible, el Padre Celestial nos dio un Salvador y el poder de elegir por nosotros mismos, por la fe, guardar Sus mandamientos y arrepentirnos, y así venir a Él.”
Toda persona eventualmente enfrenta algún trato injusto o cruel. El élder Dale G. Renlund dio consejo sobre cómo debemos responder cuando enfrentamos esta “exasperante injusticia.” Enseñó: “No permitan que la injusticia los endurezca ni corroa su fe en Dios. En cambio, pidan ayuda a Dios. Aumenten su aprecio por el Salvador y su dependencia de Él. En lugar de amargarse, dejen que Él los ayude a mejorar. Permitan que Él les ayude a perseverar, que deje que sus aflicciones sean ‘absorbidas en el gozo de Cristo.’ Únanse a Él en Su misión ‘de sanar a los quebrantados de corazón,’ esfuércense por mitigar la injusticia y conviértanse en atrapadores de piedras.”
Doctrina y Convenios 122:7–8
“Sabe tú, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia y serán para tu bien. El Hijo del Hombre descendió por debajo de todas ellas. ¿Eres tú mayor que Él?”
“Pocos hombres han sido llamados a sufrir tanto como José Smith,” declaró el presidente Joseph Fielding Smith.
“Toda su vida transcurrió en medio de la persecución a manos de sus enemigos. Sin duda, muchas veces se preguntó por qué tenía que ser así. En esta revelación, el Señor le dice… Hay una gran experiencia en la tribulación que produce mucho bien.
La persona que pasa por la vida sin dolor ni tristeza, y que nunca es llamada a sacrificar comodidades o afrontar dificultades, jamás recibe el pleno valor de la vida.
Vinimos aquí por la experiencia, cuyos beneficios no se limitan a esta vida mortal.”
(Church History and Modern Revelation, 2:181)
Nadie ha sufrido más que el Señor.
En nuestra agonía, recordemos siempre Su condescendencia, y volvamos nuestra mirada a Cristo para vivir.
En nuestra tribulación, sigamos al Salvador y soportémosla bien.
En el silencio oscuro de la Cárcel de Liberty, cuando el profeta José Smith parecía abandonado por el cielo y por la tierra, el Señor le reveló una de las verdades más profundas de la existencia humana: “Todas estas cosas te servirán de experiencia y serán para tu bien.” Aquel mensaje, pronunciado en medio del sufrimiento, no fue solo un consuelo para el Profeta, sino una lección eterna para todos los discípulos de Cristo.
El sufrimiento del profeta José fue real, intenso y prolongado. Fue traicionado por amigos, calumniado por enemigos, despojado de su hogar y separado de su familia. En sus momentos de angustia, clamó al cielo buscando alivio, y la respuesta divina no fue promesa de liberación inmediata, sino una invitación a comprender el propósito del dolor. El Señor no eliminó la cárcel ni los grilletes, pero transformó ese lugar en un santuario de revelación. Allí, entre muros fríos y corazones quebrantados, José aprendió —y nos enseñó— que el sufrimiento puede ser un maestro divino.
El presidente Joseph Fielding Smith explicó que la vida de José fue una escuela de tribulación, y que esa experiencia, lejos de destruirlo, lo exaltó. Del mismo modo, nuestras pruebas pueden ser los peldaños que nos elevan si las enfrentamos con fe. Vivimos en un mundo donde muchos buscan evitar el dolor a toda costa, pero el plan de Dios no es uno de comodidad, sino de crecimiento. La vida sin dificultad no refina el alma; no forja la paciencia, la empatía ni la fe.
Y entonces, en la frase más penetrante de esta revelación, el Señor pregunta: “¿Eres tú mayor que Él?” Con esas palabras, nos recuerda que ninguna aflicción humana puede compararse con la agonía redentora del Salvador. El Hijo del Hombre descendió por debajo de todas las cosas —más abajo que la soledad de José, más abajo que nuestras pérdidas y angustias— para que, en nuestras horas más oscuras, supiéramos que no estamos solos.
Así, cuando la vida nos ponga en nuestra propia “cárcel de Liberty”, recordemos que el sufrimiento del justo no es castigo, sino preparación. Si soportamos bien nuestras tribulaciones, el Señor nos fortalecerá, nos enseñará compasión y nos convertirá en instrumentos más útiles en Sus manos.
Porque seguir a Cristo no es caminar sin dolor, sino aprender a hallar propósito en medio del dolor. Y cuando fijamos la mirada en Él, aun las cadenas más pesadas se convierten en alas que nos elevan hacia la eternidad.
Versículo 8
Cristo como ejemplo supremo de sufrimiento
El Salvador recuerda a José que Él descendió por debajo de todo, para que comprendamos que ninguna prueba nos sobrepasa en comparación con Su expiación.
En este versículo, el Señor dirige la mirada de José Smith hacia el centro del evangelio: la Expiación de Jesucristo. Después de enumerar todas las calamidades posibles (vv. 5–7), el Señor le recuerda que ninguna de ellas es mayor que lo que el Salvador mismo padeció al descender “por debajo de todas las cosas”.
Cristo, el modelo de sufrimiento redentor
El Señor recalca que Él mismo sufrió más que todos los hombres, soportando no solo persecución, traición y dolor físico, sino el peso infinito de los pecados, dolores y aflicciones de la humanidad (véase Alma 7:11–12). Su sufrimiento trasciende cualquier adversidad mortal.
El principio de empatía divina
El hecho de que Cristo descendiera por debajo de todo asegura que Él entiende perfectamente nuestras pruebas. No hay experiencia de dolor, soledad o injusticia que quede fuera de Su alcance. Esto da esperanza al discípulo: en cualquier circunstancia, puede hallar consuelo en Aquel que ha pasado por más.
La lección de humildad y confianza
Al mostrar a José el ejemplo de Cristo, el Señor le enseña que la clave no es evitar el sufrimiento, sino enfrentarlo con fe, sabiendo que Cristo abrió el camino. Así, la adversidad deja de ser un obstáculo y se convierte en una oportunidad para llegar a ser más semejantes al Salvador.
La victoria sobre el sufrimiento
El descenso de Cristo por debajo de todo no terminó en derrota, sino en exaltación. Por lo tanto, José y todos los santos reciben la seguridad de que sus pruebas, aunque intensas, también culminarán en victoria si permanecen fieles.
Doctrina y Convenios 122:8 enseña que Cristo es el ejemplo supremo de sufrimiento y que, al haber descendido por debajo de todas las cosas, entiende y sostiene a cada uno en sus pruebas. Su victoria asegura que ningún dolor es en vano y que todo sufrimiento fielmente soportado conduce a gloria eterna.
Versículo 9
Promesa de exaltación
Finalmente, el Señor asegura que si José Smith es fiel, su nombre será enaltecido y se cumplirá su misión, porque Dios tiene el control de todas las cosas.
Este versículo es el cierre perfecto a la revelación dada a José Smith en la cárcel de Liberty. Después de haber enumerado todas las posibles pruebas (vv. 5–7) y de señalar a Cristo como ejemplo supremo de sufrimiento (v. 8), el Señor ofrece aquí una promesa de seguridad y esperanza: si José permanece fiel, su nombre será enaltecido y su misión cumplida, porque Dios gobierna sobre todas las cosas.
La condición de la fidelidad
La promesa se da con una condición clara: “si eres fiel”. No se trata de un destino automático, sino del resultado de la perseverancia de José en medio de la adversidad. El Señor enseña que el poder para superar la prueba está en la fidelidad constante.
La exaltación personal
El Señor asegura a José que su nombre será tenido en honra y que su misión trascenderá el momento de la persecución. Aunque en ese instante parecía olvidado y despreciado, la promesa divina lo proyecta hacia la eternidad: sería recordado como profeta y como un siervo escogido del Señor.
La misión de José Smith como parte del plan eterno
La declaración también afirma que la obra encomendada a José se cumplirá, independientemente de los ataques de los hombres. Dios gobierna sobre reyes, naciones y circunstancias; nada puede frustrar Su plan.
La soberanía absoluta de Dios
El versículo termina recordando que “los cielos y la tierra están en Sus manos”. Esta frase coloca en perspectiva toda la experiencia: los enemigos de José solo parecen poderosos, pero en realidad están subordinados a la voluntad del Dios eterno, quien tiene dominio absoluto sobre todo lo creado.
Esperanza para todos los santos
Aunque se dirige directamente a José Smith, este pasaje también aplica a cada discípulo: si permanecemos fieles en las pruebas, Dios nos enaltecerá y cumplirá Su propósito en nuestra vida.
Doctrina y Convenios 122:9 es una promesa de victoria eterna: la fidelidad en la prueba asegura la exaltación personal, el cumplimiento de la misión divina y la confirmación de que Dios gobierna sobre todas las cosas. Para José Smith —y para cada creyente— esta es la certeza de que ninguna adversidad puede frustrar los designios de Dios.
Versículos 8–9
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
En los versículos 8–9, el Salvador ejerce un poder que obtuvo mediante la experiencia. Su empatía por nuestras propias pruebas proviene del sufrimiento que Él experimentó durante Su sacrificio expiatorio. El profeta Alma testificó:
“Y él saldrá, sufriendo dolores y aflicciones y tentaciones de toda clase; y esto para que se cumpliera la palabra que dice: Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo. Y tomará sobre sí la muerte, para soltar las ligaduras de la muerte que sujetan a su pueblo; y tomará sobre sí sus debilidades, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, para que sepa, según la carne, cómo socorrer a su pueblo de acuerdo con sus debilidades” (Alma 7:11–12).
Solo Jesucristo conoce la profundidad del sufrimiento que cada ser humano ha experimentado o experimentará. Él conoce cada dolor espiritual, emocional, mental o físico que una persona haya de soportar, y sabe cómo brindar consuelo y alivio en medio de nuestros padecimientos.
La declaración del Señor al Profeta de que “tus años son conocidos” fue, con toda probabilidad, destinada como un consuelo. La misión del Profeta era difícil y estaba llena de sufrimientos, pero el Salvador le daba la seguridad de que la misión de José aún no había llegado a su fin. El Profeta sabía que sus días estaban contados, pero también tenía fe en que el Señor le permitiría cumplir su misión. En un discurso dado un año antes de su martirio, José Smith enseñó:
“Sé lo que digo, entiendo mi misión y mi deber[.] Dios Todopoderoso es mi escudo, ¿y qué puede hacer el hombre si Dios es mi amigo[?] No seré sacrificado hasta que llegue mi hora[,] entonces seré ofrecido libremente.”
Doctrina y Convenios 122:9
“Por tanto, sigue tu camino, y el sacerdocio permanecerá contigo; porque sus límites han sido fijados, no pueden traspasarlos. Tus días son conocidos, y tus años no serán acortados; por tanto, no temas lo que el hombre pueda hacer, porque Dios estará contigo para siempre jamás.”
El Señor dijo: “Os probaré y os ensayaré aquí mismo.” (DyC 98:12)
La vida es una escuela y un terreno de pruebas donde aprendemos y demostramos que somos dignos de una herencia celestial.
Los enemigos de la rectitud abundan a lo largo de la vida.
Nuestros días están llenos de desafíos personalizados que ofrecen oportunidades óptimas para el crecimiento.
“El Señor nos está probando y ensayando continuamente, tanto como individuos como como Iglesia,” dijo el presidente Spencer W. Kimball.
“Aún vendrán más pruebas, pero no debemos desanimarnos ni temer.
Recordemos siempre que, si esta no fuera la obra del Señor, el adversario no prestaría atención alguna a ella.
Si esta Iglesia fuera simplemente una iglesia de hombres y mujeres enseñando sólo doctrinas humanas, enfrentaríamos poca o ninguna crítica o resistencia; pero, como esta es la Iglesia de Aquel cuyo nombre lleva, no debemos sorprendernos cuando surjan críticas o dificultades.”
(Ensign, mayo de 1981, pág. 79)
Avancemos, pues, con fe en el Señor y en Sus propósitos.
En los días de angustia y oscuridad de la Cárcel de Liberty, cuando parecía que el poder del mal se había desatado contra el profeta José Smith, el Señor le dio una promesa inmortal: “Sigue tu camino, y el sacerdocio permanecerá contigo.” Estas palabras no solo sellaron la misión de José, sino que proclamaron una verdad eterna: el poder de Dios en la tierra no puede ser destruido por los hombres ni por el infierno entero.
El Señor recordó al Profeta —y a todos nosotros— que “la vida es una escuela y un terreno de pruebas.” En este escenario mortal, cada experiencia, cada pérdida y cada desafío son lecciones diseñadas con amor divino para templar nuestras almas. Los días difíciles no son señales de abandono, sino oportunidades de crecimiento. Los enemigos de la rectitud no aparecen por casualidad; son parte del proceso mediante el cual el Señor nos “prueba y ensaya” (DyC 98:12), revelando lo que realmente hay en nuestros corazones.
El presidente Spencer W. Kimball, quien conoció el dolor y la adversidad en carne propia, enseñó que el Señor está constantemente probándonos —tanto individualmente como como Iglesia— para fortalecer nuestra fe. Si la Iglesia y sus fieles no enfrentaran oposición, sería señal de que el adversario no los teme. Pero precisamente porque esta es la obra de Dios, las fuerzas del mal buscan detenerla. No obstante, el Señor promete que sus límites ya están fijados y que no pueden traspasarlos. Ninguna fuerza humana o infernal puede acortar los días de los que caminan bajo Su poder.
Esta revelación nos enseña que la fe no elimina el peligro, sino el miedo. “No temas lo que el hombre pueda hacer,” dice el Señor, porque Su presencia es constante y Su poder eterno. Él conoce nuestros días, nuestras lágrimas y nuestras pruebas; y aunque a veces no las comprenda nuestra mente, el alma que confía en Cristo encontrará paz aun en medio de la tempestad.
Así como José Smith salió de Liberty Jail más fuerte, más sabio y más lleno de luz, también nosotros podemos salir de nuestras propias prisiones espirituales con un testimonio más firme de que Dios está con nosotros.
Por tanto, sigamos adelante con fe, recordando que no caminamos solos. El Señor conoce el fin desde el principio; nuestras pruebas tienen un propósito y nuestro sacerdocio, nuestra fe y nuestro llamamiento están asegurados en Sus manos. Aun cuando el mundo se oponga, la promesa sigue en pie: “Dios estará contigo para siempre jamás.”
Conclusión final de Doctrina y Convenios 122
La sección 122 continúa el diálogo entre el Señor y José Smith en la cárcel de Liberty, transformando un momento de dolor en una lección eterna de confianza en Dios. El Señor comienza recordándole que nada de lo que vive escapa a Su vista: las persecuciones, las traiciones de los amigos, las calumnias de los enemigos y aun las aparentes victorias de los inicuos están dentro de Su conocimiento y bajo Su control.
Con un lenguaje intenso, el Señor enumera todas las calamidades posibles —pérdida de bienes, familia, amigos, libertad y hasta la vida misma— para mostrar que ninguna prueba es demasiado grande cuando se enfrenta con fe. Incluso estas amargas experiencias son parte del plan divino, diseñadas para refinar y preparar a Sus siervos.
El clímax llega cuando el Señor dirige la mirada de José hacia el ejemplo supremo: Jesucristo, quien descendió por debajo de todo para que ningún hombre pudiera decir que su sufrimiento lo sobrepasa. En Él, José y todos los discípulos encuentran fuerza, consuelo y la certeza de que la victoria llega después del sacrificio.
Finalmente, la revelación culmina con una promesa de esperanza: si José es fiel, su nombre será enaltecido, su misión cumplida, y nada —ni hombres, ni cárceles, ni traiciones— podrá frustrar los designios de Dios, porque los cielos y la tierra están en Sus manos.
La sección 122 enseña que la adversidad, por amarga y extensa que parezca, es parte del refinamiento divino; que Cristo es el modelo perfecto de paciencia en el sufrimiento; y que la fidelidad asegura la exaltación y el cumplimiento de la misión divina. Es un mensaje de fe, resistencia y esperanza para todo discípulo que atraviesa pruebas.
























