Doctrina y Convenios Sección 123

Doctrina y Convenios
Sección 123


Contexto histórico y antecedentes

La sección 123 está en la voz de José, no en la del Señor. Proviene de una larga carta compuesta en la cárcel de Liberty, Misuri. No reclama ser una revelación, pero fue, no obstante, un valioso consejo del Profeta para que los santos documentaran las injusticias y atrocidades que habían sufrido en Misuri, a fin de hacer valer sus derechos constitucionales de la Primera Enmienda de peticionar al gobierno la reparación de agravios.

En la sección 123 José repite varias veces que documentar lo sucedido a los santos en Misuri es “un deber imperioso” que debían a Dios, a los ángeles, unos a otros, a los que fueron asesinados, a la generación venidera “y a todos los puros de corazón” (DyC 123:7, 9, 11). Con un lenguaje poderoso y cargado de metáforas, José y sus compañeros instan a los santos a atender este importante asunto. José no estaba seguro de que el gobierno respondiera a las peticiones, pero sabía que el Señor requería que los santos hicieran todo lo que estuviera en su poder, incluyendo este “último esfuerzo” para obtener justicia, antes de que Él “extendiera el poder de su brazo omnipotente” (v. 6).

En respuesta a la sugerencia de José, 678 santos de los últimos días escribieron o dictaron declaraciones juradas documentando los abusos que habían sufrido y las propiedades que habían perdido en Misuri. En el otoño de 1839, tras escapar de Misuri, José llevó los documentos al presidente de los Estados Unidos. Literalmente tocó la puerta de la Casa Blanca y pidió ver a Martin Van Buren, a quien José había apoyado. José presentó las peticiones, y Van Buren, enfrentando un año electoral, respondió: “¿Qué puedo hacer? ¡No puedo hacer nada por ustedes! Si hago algo, entraré en conflicto con todo el estado de Misuri.” José recurrió entonces a la delegación congresional de Illinois para pedir ayuda en apelar al Congreso. El presidente Martin Van Buren alegó impotencia, basándose en la doctrina federalista de poderes limitados. No podía, dijo, intervenir constitucionalmente en un asunto estatal. El Senado remitió el caso al Comité Judicial, que, bajo la presión de Misuri, llegó a la misma conclusión, aunque sabían que los santos habían sido expulsados por su religión. No habría justicia, ni reparación de agravios, ni garantías para el libre ejercicio de la conciencia religiosa.

La documentación de los abusos “sí tuvo un efecto a largo plazo en la imagen pública del mormonismo… Los relatos de las persecuciones convirtieron la expulsión de Misuri en un activo en la batalla por el apoyo popular.” Las peticiones de reparación fueron entregadas a la Biblioteca del Congreso, donde permanecen hasta hoy como un testimonio de la “rascalidad diabólica y las imposiciones inicuas y asesinas que se han practicado sobre este pueblo” (DyC 123:5). — por Steven C. Harper

Contexto adicional por Casey Paul Griffiths

Doctrina y Convenios 123 contiene extractos de una carta en dos partes escrita desde la cárcel de Liberty por José Smith, Hyrum Smith, Caleb Baldwin, Alexander McRae y Lyman Wight (véase el contexto histórico de Doctrina y Convenios 121). El contenido de Doctrina y Convenios 123 se encuentra en las páginas 5–7 de la segunda parte de la carta. Este extracto de la carta fue seleccionado por Orson Pratt y se incluyó por primera vez en la edición de 1876 de Doctrina y Convenios.

Véase “Historical Introduction,” Carta a la Iglesia y a Edward Partridge, 20 de marzo de 1839, JSP.


Versículos 1–3
La importancia de documentar las injusticias sufridas


El Señor manda a los santos a recopilar y registrar cuidadosamente los abusos, persecuciones y agravios que han padecido, para que queden como testimonio ante las naciones.

Estos versículos, redactados como instrucción desde la cárcel de Liberty, enseñan que el sufrimiento de los santos no debía quedar en el olvido ni solo en la memoria individual. El Señor mandó que se registraran de forma cuidadosa las persecuciones, abusos y agravios padecidos, con el fin de que sirvieran como testimonio ante el mundo.

El Señor revela que documentar las injusticias no es un mero acto humano, sino un deber sagrado. Al escribir y recopilar estas experiencias, los santos daban voz a los inocentes y aseguraban que las generaciones futuras conocieran la magnitud de las persecuciones. La historia registrada se convierte así en testigo de la verdad.

El propósito de reunir estos testimonios no era solo buscar reparación legal, sino también presentar un caso justo ante los gobernantes y las naciones. De este modo, las injusticias de Misuri quedarían expuestas, tanto en los tribunales de la tierra como en el juicio final de Dios.

Estos versículos enseñan que el evangelio no llama al silencio ante la opresión, sino a la defensa justa y pacífica de los derechos. Al documentar los agravios, los santos no buscaban venganza, sino la preservación de la verdad y la justicia.

La instrucción de dejar constancia escrita de las persecuciones recuerda que Dios escucha y valora la voz de los que sufren injustamente. Así como la sangre de Abel clamó desde la tierra (Génesis 4:10), los registros de los santos serían un clamor contra la opresión y a favor de la libertad de conciencia.

Doctrina y Convenios 123:1–3 enseña que documentar las injusticias sufridas es un mandamiento divino. Los registros no solo buscan justicia temporal, sino que también sirven como testimonio eterno contra la iniquidad y a favor de la verdad. En ellos se cumple el principio de que la luz de Cristo siempre desenmascara a las tinieblas.


Versículos 1–6
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)


En respuesta a las instrucciones de los versículos 1–6, un comité presidido por José Smith, quien para ese tiempo había escapado de la cárcel de Liberty, fue nombrado por una conferencia general de la Iglesia el 4 de mayo de 1839. En esa reunión, Almon Babbitt, Erastus Snow y Robert B. Thompson fueron designados para servir como “un comité viajero para reunir y obtener todos los informes y publicaciones calumniosos que se han difundido en contra de nuestra Iglesia, así como otros asuntos históricos relacionados con dicha Iglesia que puedan obtener”. Este material, junto con otros documentos reunidos entre los santos, estaba destinado a ser usado para presentar peticiones al gobierno de los Estados Unidos con el fin de obtener reparación por las pérdidas sufridas por los santos en Misuri a manos de las turbas. Las peticiones sumaron más de setecientas cuando finalmente fueron compiladas.

Con la esperanza de obtener ayuda del gobierno federal, José Smith y varios otros líderes de la Iglesia viajaron a Washington, D. C., llegando a la ciudad el 28 de noviembre de 1839. El Profeta y sus compañeros permanecieron en la ciudad durante tres semanas para abogar por los santos. Al día siguiente de su llegada, lograron concertar una reunión en la Casa Blanca con Martin Van Buren, presidente de los Estados Unidos. Lamentablemente, el encuentro con Van Buren fue desalentador. Elías Higbee recordó más tarde: “Le presentamos nuestras cartas de presentación; apenas hubo leído una de ellas, nos miró con una especie de medio ceño fruncido y dijo: ¿qué puedo hacer? No puedo hacer nada por ustedes; si hago algo, entraré en conflicto con todo el estado de Misuri”. La respuesta de Van Buren ilustra las crecientes preocupaciones en los Estados Unidos en ese tiempo sobre el papel de los gobiernos federal y estatal.

Las acciones de los santos en 1839–40 reflejan el consejo que el Señor ya les había dado en 1833 de apelar al gobierno federal para pedir ayuda cuando los santos fueron expulsados del condado de Jackson (DyC 101:86–89). En ese momento, el Señor prometió que si el gobierno no auxiliaba a los santos, entonces Él “se levantaría y saldría de su escondite, y en su furia afligiría a la nación” (DyC 101:89). El conflicto sobre los derechos de los estados fue posteriormente uno de los factores principales que condujeron a la Guerra Civil estadounidense (1860–65).


Versículos 4–6
Elevar las denuncias a los gobernantes


Los registros debían presentarse a jueces, legisladores y gobernantes, tanto estatales como nacionales, para buscar justicia y mostrar la magnitud de las persecuciones contra la Iglesia.

En estos versículos el Señor instruye que los registros de las injusticias sufridas por los santos debían ser presentados a jueces, legisladores y gobernantes de todo nivel, incluso hasta el presidente de los Estados Unidos. Con ello, el Señor enseña que buscar justicia en la tierra, dentro de las leyes y estructuras gubernamentales, forma parte de la responsabilidad de Sus hijos.

Los santos no debían resignarse pasivamente ante la opresión. El Señor les manda apelar a la ley, presentando sus reclamos ante los magistrados y gobernantes. Esto enseña que la fe en Dios no anula la responsabilidad de participar en los procesos legales para defender la verdad y los derechos.

Al instruir que se eleven las denuncias hasta el nivel nacional, el Señor recalca que los gobernantes tienen el deber de proteger la libertad de todos los ciudadanos, sin distinción de religión. Cuando ellos fallan en esa responsabilidad, se evidencia su injusticia y se expone su falta de compromiso con los principios de libertad.

El Señor quiso que las persecuciones contra los santos quedaran expuestas públicamente, no solo en lo local. Esto serviría como un testimonio ante las naciones de que la Iglesia de Cristo estaba siendo perseguida injustamente, y que el mundo debía decidir si se pondría del lado de la libertad o de la opresión.

Más allá de la búsqueda de justicia inmediata, este mandato establece un principio eterno: los creyentes deben levantar la voz en defensa de la libertad de conciencia. La religión verdadera no se impone por la fuerza, y el Estado justo debe garantizar el derecho de cada persona a adorar según los dictados de su fe.

Doctrina y Convenios 123:4–6 enseña que los santos debían apelar a jueces y gobernantes con sus denuncias, no solo para buscar reparación temporal, sino también para dejar constancia pública de la persecución. Con ello, el Señor subraya la importancia de defender la justicia y la libertad religiosa como principios divinos.


Versículos 7–9
La libertad religiosa como principio divino


Se explica que si los gobernantes rechazan estos reclamos, quedará en evidencia que se han negado a defender los derechos básicos de los ciudadanos. La defensa de la libertad religiosa es un deber sagrado y universal.

En estos versículos, el Señor revela el trasfondo más profundo del mandato de elevar denuncias: no se trata únicamente de buscar justicia para los santos, sino de poner en evidencia el deber universal de los gobiernos de proteger los derechos humanos fundamentales. Si los líderes civiles se negaban a responder, su rechazo sería un testimonio contra ellos y una señal de que se oponían a la libertad misma.

El texto enseña que la libertad de conciencia y de religión no es un privilegio concedido por los hombres, sino un principio divino que todo gobierno justo debe defender. La persecución sufrida por los santos de Misuri se convierte así en un ejemplo de lo que ocurre cuando las autoridades fallan en este deber sagrado.

Si los gobernantes no escuchaban, el silencio sería tan elocuente como una sentencia. El Señor instruyó a los santos a presentar sus casos para que quedara en claro ante la historia y las naciones que habían sido despojados de sus derechos sin protección legal. Era un acto tanto de fe como de responsabilidad cívica.

El rechazo a la defensa de la libertad de los santos serviría como advertencia a las generaciones futuras: cuando los gobiernos niegan la libertad religiosa, se destruyen los cimientos de la justicia. Así, los reclamos de los santos trascienden lo local y se convierten en un testimonio universal.

El evangelio se funda en el albedrío y en la libertad de elegir. Obligar, coartar o reprimir la fe va en contra del plan de Dios. Por lo tanto, defender la libertad religiosa no es solo un derecho civil, sino una obligación espiritual para todo creyente.

Doctrina y Convenios 123:7–9 enseña que la libertad religiosa es un principio divino y universal, y que los gobiernos están obligados a protegerla. Si se niegan a hacerlo, quedan expuestos ante Dios y ante las naciones como opresores de los derechos básicos del ser humano. Para los santos, el deber de alzar la voz en defensa de esta libertad es parte de su discipulado.


Versículos 7–10
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)


José no defiende a los “mobócratas” que persiguieron y asesinaron a los santos. Sin embargo, señala que las acciones de las turbas fueron “impulsadas y sostenidas por la influencia de aquel espíritu que tan fuertemente ha afianzado los credos de los padres, que han heredado mentiras” (DyC 123:7). Al igual que los lamanitas en el Libro de Mormón, el odio contra los santos fue implantado en los corazones de sus enemigos en parte por las circunstancias culturales (Jacob 3:7). Cuando las enseñanzas de Jesucristo se distorsionan y se usan con fines perversos, pueden darse situaciones en las que los cristianos ataquen a otros cristianos. Los santos tienen la responsabilidad sagrada de relatar las historias de sus persecuciones, aunque solo sea para mostrar el peligro de la religión cuando se tuerce y se convierte en un arma contra otros.

No obstante, la oposición a la obra del Señor es otra señal de que la Iglesia es verdadera. Aunque sea difícil soportar la persecución por la verdad, el Señor puede usar la oposición para extender aún más la verdad y edificar el reino de Dios en la tierra. El presidente Brigham Young enseñó: “Cada vez que golpeas al ‘Mormonismo’, lo haces subir de nivel; nunca lo haces bajar. Así lo dispone el Señor Todopoderoso”. Cuando la Iglesia del Nuevo Testamento estuvo sujeta a una persecución intensa, Gamaliel observó: “Si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; pero si es de Dios, no la podréis destruir” (Hechos 5:34–39).


Versículos 10–14
Responsabilidad de los santos en la obra de Dios


Se recuerda a los santos que no deben cansarse de hacer el bien ni pensar que sus esfuerzos son en vano. Aunque parezcan pequeños, sus sacrificios son parte del plan de Dios y Su propósito eterno se cumplirá.

En estos versículos, el Señor cambia el enfoque desde las injusticias sufridas hacia la actitud que los santos deben mantener. Aunque perseguidos y afligidos, no debían rendirse ni pensar que su labor era inútil. Toda obra justa, por pequeña que pareciera, formaba parte de la gran causa de Dios.

El Señor exhorta a los santos a perseverar en la rectitud, aun en medio de la oposición. Esta enseñanza se relaciona con Gálatas 6:9: “no nos cansemos de hacer el bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos”. El esfuerzo constante, aunque no siempre dé frutos inmediatos, tiene valor eterno.

El texto recalca que incluso las acciones aparentemente insignificantes —un registro escrito, una voz que testifica, un sacrificio personal— se suman al propósito mayor de Dios. El plan divino no avanza solo con hechos grandiosos, sino con la fidelidad cotidiana de los santos.

Los santos debían comprender que sus sufrimientos y sacrificios no eran en vano. Al contrario, eran ofrendas que contribuían a la obra de redención y al establecimiento de Sion. Así, la adversidad se convertía en parte integral del cumplimiento de los propósitos eternos.

Aunque los santos no vieran resultados inmediatos, el Señor les aseguraba que Su plan se cumpliría. La paciencia en la adversidad y la constancia en el servicio reflejan la fe en que Dios siempre lleva a término lo que ha prometido.

Doctrina y Convenios 123:10–14 enseña que los santos tienen la responsabilidad de perseverar en el bien, aun cuando los frutos no sean visibles de inmediato. Sus sacrificios, aunque pequeños, son parte del gran plan de Dios, y la constancia asegura que Su obra avanzará y se cumplirá en Su debido tiempo.


Doctrina y Convenios 123:12

“Hay todavía muchos sobre la tierra, entre todas las sectas, partidos y denominaciones, que están cegados por la sutil astucia de los hombres, por medio de la cual acechan para engañar, y que sólo son retenidos de la verdad porque no saben dónde hallarla.”

Hay hombres y mujeres buenos en toda la tierra. Muchos de ellos son miembros de diversas denominaciones religiosas; otros han optado por no asociarse formalmente con una iglesia, pero se esfuerzan por mantener una vida de moralidad, decencia e integridad.

La necesidad de mirar hacia un poder superior y adorarlo es instintiva, pero con frecuencia no se satisface. Para algunas personas, la afiliación formal con una organización religiosa no parece traerles satisfacción ni plenitud personal.

Aunque el evangelio restaurado se está extendiendo por toda la tierra, los Santos de los Últimos Días siguen siendo una pequeña proporción de la población mundial.
Una verdad que debería brindarnos constante motivación para la obra misional es saber que muchas almas nobles buscan la verdad —incluso la plenitud de la verdad—, pero no saben dónde encontrarla.
Nuestra tarea es buscarlas y ayudarlas a satisfacer sus necesidades espirituales más profundas.

Entre las últimas palabras que José Smith escribió desde la Cárcel de Liberty se encuentra esta profunda observación sobre el estado espiritual del mundo: “Hay todavía muchos sobre la tierra… que sólo son retenidos de la verdad porque no saben dónde hallarla.” Estas líneas, llenas de compasión y discernimiento, reflejan el corazón misionero del Profeta aun en medio de su propio sufrimiento. Mientras soportaba cadenas y frialdad, su mente y su espíritu se elevaban hacia los hijos e hijas de Dios que vagaban en tinieblas espirituales, no por maldad, sino por desconocimiento.

El Señor le permitió ver lo que Él mismo ve: millones de almas buenas, sinceras, que aman el bien, que oran, que buscan, que sirven —y que, sin embargo, carecen de la plenitud del evangelio restaurado. Estas palabras nos recuerdan que la bondad y el deseo de verdad no son monopolio de una sola iglesia o pueblo. Hay santos en potencia en todas las naciones, en todas las religiones, y aun entre aquellos que profesan no creer. Su búsqueda de rectitud, aunque incompleta, los acerca al Salvador que anhelan conocer más plenamente.

El profeta José Smith comprendió que la apostasía no había destruido la luz de Cristo en los corazones de los hombres; simplemente la había dispersado. Las verdades fragmentadas, los anhelos espirituales insatisfechos, las oraciones sin respuesta clara… todo ello clama por restauración. Por eso el evangelio restaurado no es solo una doctrina más entre muchas: es la respuesta divina al clamor universal de quienes “no saben dónde hallar la verdad”.

El presidente Spencer W. Kimball enseñó que cada miembro misionero debe sentir la misma preocupación que ardía en el corazón de José. El propósito de la obra misional no es ganar adeptos, sino rescatar almas que ya son nobles, que ya son buenas, pero que aún no han hallado la fuente de agua viva. Cada uno de nosotros es un mensajero de esperanza para los hijos de Dios que oran en soledad, para los buscadores silenciosos que sienten que “falta algo más”.

Esta revelación nos invita a mirar al mundo con ojos de caridad. No con juicio, sino con amor; no con superioridad, sino con servicio. Porque detrás de cada rostro, en cada cultura y cada credo, hay espíritus que el Padre Celestial conoce y ama.

Nuestra tarea, entonces, es sagrada: tender puentes, abrir corazones, y llevar a las almas nobles hacia la plenitud de la verdad. Y cuando lo hagamos, no solo las ayudaremos a hallar el camino al Salvador, sino que también descubriremos que, al guiarlas, nosotros mismos nos acercamos más a Él.


Doctrina y Convenios 123:16–17

“Un barco muy grande se beneficia enormemente de un timón muy pequeño en tiempos de tormenta, al mantenerse orientado con el viento y las olas. Por tanto, amados hermanos, hagamos alegremente todo lo que esté a nuestro alcance.”

“La membresía en la Iglesia exige una determinación de servir,” declaró el presidente Thomas S. Monson.

“Una posición de responsabilidad puede no ser de reconocida importancia, ni la recompensa ampliamente conocida. El servicio, para ser aceptable al Salvador, debe provenir de mentes dispuestas, manos listas y corazones consagrados. Ocasionalmente, el desaliento puede oscurecer nuestro camino; la frustración puede ser una compañera constante. En nuestros oídos puede resonar la sofistería de Satanás cuando susurra: ‘No puedes salvar al mundo; tus pequeños esfuerzos no significan nada. No tienes tiempo para preocuparte por los demás.’

Confiando en el Señor, apartemos nuestra vista de tales falsedades y asegurémonos de que nuestros pies estén firmemente plantados en el sendero del servicio, y nuestros corazones y almas dedicados a seguir el ejemplo del Señor.” (Ensign, marzo de 2004, pág. 5)

Si hacemos nuestra parte, podemos hallar consuelo en la promesa del Señor:
“No os canséis de hacer el bien” (DyC 64:33).

En los días finales de su confinamiento en la Cárcel de Liberty, el profeta José Smith escribió una carta que, más que una súplica, fue un himno de fe. Entre sus palabras surge una poderosa metáfora: “Un barco muy grande se beneficia enormemente de un timón muy pequeño en tiempos de tormenta.” Con esa imagen, el Profeta enseñó una verdad eterna: los grandes propósitos de Dios avanzan mediante actos aparentemente pequeños, guiados por corazones firmes y manos dispuestas.

En medio de la tempestad, cuando los vientos del desaliento azotan y las olas de la oposición amenazan con hundir la esperanza, el timón de la fe mantiene el rumbo. José Smith sabía que su contribución —aunque parecía insignificante ante las fuerzas que se alzaban contra él— estaba dirigida por la mano del Maestro del mar. Así también nosotros, al enfrentar nuestras propias tormentas, podemos hallar consuelo en saber que el Señor puede guiar incluso el más pequeño esfuerzo hacia un puerto eterno.

El presidente Thomas S. Monson enseñó que servir al Salvador no siempre implica ocupar puestos de reconocimiento ni recibir aplausos. El verdadero servicio nace del corazón consagrado que actúa sin buscar recompensa. Una sonrisa ofrecida, una oración pronunciada en favor de otro, una visita, una palabra amable, o simplemente la constancia en cumplir con nuestro deber diario: todo ello, en las manos del Señor, se convierte en el timón que orienta Su obra.

Satanás susurra que nuestras acciones son demasiado pequeñas para importar. Pero ese es uno de sus engaños más efectivos. Cada acto de bondad, cada decisión de fe, cada servicio oculto tiene un eco eterno. En el plan de Dios, ningún esfuerzo justo es insignificante. El Evangelio mismo comenzó con un joven que oró solo en un bosque; y ese pequeño acto cambió la historia de la humanidad.

Por eso el Señor nos invita a “hacer alegremente todo lo que esté a nuestro alcance.” No se nos pide controlar la tormenta ni calmar las olas; solo mantener el timón firme y seguir adelante con fe. Si hacemos nuestra parte, Él hará el resto.

Y cuando el desaliento amenace con apagar nuestra determinación, podemos recordar Su promesa: “No os canséis de hacer el bien.” Cada día, cada servicio, cada esfuerzo sincero mueve el gran barco del Reino hacia adelante.

Así, aunque el mar ruja y el viento arrecie, el discípulo de Cristo no se detiene. Sirve con gozo, confía sin miedo y persevera con esperanza, sabiendo que el Señor mismo es quien dirige el timón.


Versículos 11–17
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)


A pesar de las tribulaciones que soportaron, el Profeta y sus compañeros salieron de la cárcel de Liberty con su fe en Dios y en la humanidad intacta. Hay personas buenas de todas las religiones que “solo se ven privadas de la verdad porque no saben dónde hallarla” (DyC 123:12). Las revelaciones dadas en la cárcel de Liberty la transformaron de una prisión húmeda y oscura en un templo de aprendizaje e iluminación. José Smith salió de sus pruebas con una relación más cercana con Dios, un gran amor por sus amigos y un optimismo renovado acerca de la obra de los últimos días. El Profeta adquirió la determinación no solo de seguir cumpliendo con sus deberes, sino de hacerlo con ánimo y con todo su poder para llevar a cabo las obras de Dios (DyC 123:17).

Al buscar aplicar las lecciones de la cárcel de Liberty a nuestras propias vidas, el élder Jeffrey R. Holland enseñó:

Cada uno de nosotros, de una forma u otra, grande o pequeña, dramática o incidental, pasará un poco de tiempo en la cárcel de Liberty —espiritualmente hablando—. Enfrentaremos cosas que no queremos enfrentar por razones que tal vez no hayan sido nuestra culpa. De hecho, podemos enfrentar circunstancias difíciles por razones que fueron absolutamente correctas y apropiadas, razones que surgieron porque tratábamos de guardar los mandamientos del Señor… Pero las lecciones del invierno de 1838–39 nos enseñan que toda experiencia puede llegar a ser una experiencia redentora si permanecemos ligados a nuestro Padre Celestial durante esa dificultad. Estas duras lecciones nos enseñan que la extrema necesidad del hombre es la oportunidad de Dios, y que si somos humildes y fieles, si creemos y no maldecimos a Dios por nuestros problemas, Él puede transformar las prisiones injustas, inhumanas y debilitantes de nuestra vida en templos—o al menos en circunstancias que pueden traer consuelo y revelación, compañía divina y paz.


Versículos 15–17
Perseverancia y confianza en el Señor


El Señor exhorta a los santos a mantenerse firmes, trabajar incansablemente por la justicia y tener la seguridad de que, al final, Dios desenmascarará las tinieblas y establecerá Su reino de luz y verdad.

Estos versículos cierran la sección 123 con una exhortación de esperanza y acción. Después de invitar a los santos a documentar las injusticias y perseverar en hacer el bien, el Señor les recuerda que la victoria final no depende de la fuerza humana, sino del poder eterno de Dios, quien desenmascarará a los inicuos y establecerá Su reino de luz y justicia.

El Señor asegura que, aunque los impíos oculten sus planes en secreto, Él sacará a la luz sus obras de maldad. Las conspiraciones, calumnias y persecuciones no permanecerán ocultas para siempre; la verdad se revelará y los hombres quedarán expuestos ante las naciones y ante Dios.

El Señor enseña un equilibrio clave: los santos deben “hacer todo lo que esté a su alcance” para promover la justicia y la libertad. Esto incluye registrar, denunciar, actuar y perseverar. La fe verdadera no es pasiva; exige esfuerzo y responsabilidad.

Después de hacer su parte, los santos deben confiar en que el Señor obrará lo que está más allá de la capacidad humana. Él es quien en última instancia derribará las tinieblas y hará triunfar Su reino. Esta es una enseñanza de profunda esperanza: ninguna obra justa será vana, porque Dios mismo la perfeccionará.

El desenlace prometido es la victoria de la luz sobre las tinieblas. Los santos pueden trabajar con la certeza de que el reino de Dios, basado en la verdad, la justicia y la libertad, prevalecerá sobre toda opresión y mentira.

Doctrina y Convenios 123:15–17 enseña que los santos deben perseverar incansablemente en el bien, hacer todo lo que esté en sus manos por la justicia y confiar en que el Señor desenmascarará las tinieblas. La revelación concluye con una visión esperanzadora: el triunfo seguro del reino de Dios, fundado en la luz y la verdad eternas.


Conclusión final

La sección 123 recoge las últimas instrucciones de José Smith desde la cárcel de Liberty y ofrece una lección eterna sobre la fe activa en medio de la adversidad. Después de clamar al Señor por las persecuciones sufridas, el profeta recibe la instrucción de que esas injusticias no deben olvidarse ni quedar en silencio. Se manda a los santos a documentar cuidadosamente los abusos, los despojos y las violencias sufridas, para que sean testimonio ante las naciones y constancia en los anales de la historia.

El Señor aclara que esas denuncias no eran solo para buscar justicia momentánea, sino también para mostrar al mundo el deber sagrado de los gobiernos: defender la libertad de conciencia y religión. Si los gobernantes se negaban a atender tales reclamos, su silencio quedaría como condena contra ellos mismos, al demostrar que habían fallado en proteger los derechos básicos de los ciudadanos.

Al mismo tiempo, el Señor recuerda a los santos que no deben cansarse de hacer el bien, aunque sus esfuerzos parezcan pequeños o insignificantes. Toda acción justa forma parte de la gran obra de Dios y contribuye a la construcción de Su reino. Su mensaje es claro: la constancia en medio de la persecución tiene un valor eterno.

La revelación culmina con una promesa esperanzadora: aunque los inicuos oculten sus maquinaciones, el Señor sacará todo a la luz. Los santos deben hacer cuanto esté en sus manos, pero confiar finalmente en que Dios desenmascarará las tinieblas y hará triunfar la luz y la verdad.

La sección 123 enseña que la voz de los inocentes no debe ser silenciada, que la defensa de la libertad religiosa es un deber divino, y que el Señor exige perseverancia en el bien aun en medio de la persecución. Al final, Él mismo garantizará que la justicia prevalezca y que Su reino de verdad y luz triunfe sobre toda opresión.

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