Doctrina y Convenios
Sección 124
Contexto histórico y trasfondo
José salió de la deprimente cárcel de Liberty, Misuri, con un espíritu indomable. Desde enero de 1838 sabía que solo podía contar con vivir cinco años más y que su obra estaba lejos de haber terminado. Por ello, José se enfocó intensamente en preparar a los santos para los convenios y ordenanzas del santo templo.
Guiados por él, los santos compraron tierras a lo largo del río Misisipi, en el estado de Illinois, incluyendo un terreno llamado Commerce. José lo renombró Nauvoo, palabra hebrea traducida como “hermosa” en Isaías 52:7. En octubre de 1839, José hizo un llamado a todos los santos a reunirse allí y edificar una ciudad santa. Poco después, José oró y recibió una revelación trascendental, la más extensa de Doctrina y Convenios: la sección 124.
Dada poco después de una elección presidencial y apenas días antes de la primera elección municipal en Nauvoo, la sección 124 comienza expresando la aprobación del Señor a los esfuerzos de José. Luego, “para que yo manifieste mi sabiduría por medio de las cosas débiles de la tierra”, el Señor mandó a José a escribir de inmediato una proclamación “a todos los reyes del mundo … al honorable presidente electo”, William Harrison, “y a los gobernadores íntegros de la nación en la cual vivís”. José debía escribir “con espíritu de mansedumbre y por el poder del Espíritu Santo” y declarar la voluntad de Cristo a las autoridades políticas del mundo. El Señor no menciona la voluntad del pueblo, sino que declara su voluntad a “mi pueblo” (DyC 124:10, 11, 21, 29, 40, 45, 84, 92 y 104). En los Estados Unidos, la voz del pueblo era considerada la voz de Dios. En Nauvoo, el Señor habló directamente por medio de José Smith.
El mandamiento para que todos los santos consagraran a la construcción del templo comienza en el versículo 25. La justificación aparece a partir del versículo 28: “Porque no hay lugar en la tierra donde él pueda venir a restaurar otra vez lo que se os ha perdido, o lo que él os ha quitado, a saber, la plenitud del sacerdocio”. El Señor concedió a los santos suficiente tiempo para consagrar y edificar el templo como un lugar sagrado para los bautismos y otras ordenanzas sagradas; después de eso, ya no aceptaría sus ordenanzas, “porque en él”, es decir, en el templo, “se hallan las llaves del santo sacerdocio ordenadas, para que recibáis honra y gloria” (DyC 124:34; cf. sección 128).
El Señor continúa su explicación acerca de la construcción del templo hasta el versículo 41, que reitera la promesa de revelar la plenitud en el templo. Algunos han malinterpretado los versículos 31–34 de manera interesada. El presidente Joseph Fielding Smith aclaró que la condición del versículo 32 (“y si no hacéis estas cosas al final del plazo señalado”, refiriéndose al período para realizar las ordenanzas en el templo) “no significa ‘si no edificáis un templo al final del plazo’, como nuestros críticos infieren, sino que se refiere a las ordenanzas que debían realizarse en el templo”. Explicó que, si los santos no cumplían las ordenanzas del templo en favor de los muertos, entonces serían rechazados por el Señor, conforme a DyC 124:32.
El presidente Boyd K. Packer explicó las referencias de la revelación a las ordenanzas de lavamiento y unción en los versículos 37–39:
“Las ordenanzas de lavamiento y unción se mencionan con frecuencia en el templo como ordenanzas iniciatorias. Basta con decir lo siguiente: asociadas con la investidura están los lavamientos y las unciones —en su mayoría de carácter simbólico—, pero que prometen bendiciones inmediatas y también futuras. … En relación con estas ordenanzas, en el templo se os vestirá oficialmente con la prenda del templo y se os prometerán maravillosas bendiciones vinculadas con ella”.
Después de los versículos sobre las ordenanzas del templo, siguen convenios e instrucciones específicas, incluyendo el lugar donde debía edificarse y las condiciones bajo las cuales el Señor lo haría santo y permitiría a los santos permanecer en Nauvoo hasta verlo terminado. Estos convenios dependen de las doctrinas inseparables del albedrío y la responsabilidad individuales, y culminan en los versículos 47–48:
“Si edificáis una casa a mi nombre, y no hacéis las cosas que digo, no llevaré a cabo el juramento que os he hecho, ni cumpliré las promesas que esperáis de mi mano, dice el Señor. Porque en lugar de bendiciones, vosotros mismos atraeréis sobre vuestra cabeza maldiciones, ira, indignación y juicios por vuestras obras”.
En los versículos 49–54, el Señor explica la responsabilidad en términos de albedrío: Él responsabiliza a quienes tienen poder de decidir sobre los mandamientos dados. Siguiendo este principio, el versículo 55 reafirma la justificación para edificar el templo en Nauvoo.
Nauvoo se levantó como una fortaleza en lo alto, emergiendo de un terreno pantanoso a orillas del Misisipi. Creyentes llegaron a Illinois desde Canadá, las Islas Británicas y la costa atlántica. La población de Nauvoo ascendió rápidamente a doce mil personas gracias a esta revelación y al consejo de José de congregarse y edificar Sion. José comenzó a llevar el Libro de la Ley del Señor a partir de la sección 124, donde la registró. La revelación orientó su vida y la de la Iglesia. Le dio a José la labor del resto de su vida, y allí también escribió los nombres de quienes consagraban para el templo. En la conferencia de abril de 1841 se leyó la revelación, y luego José se levantó e instó a los santos a obedecerla construyendo el templo y la Casa de Nauvoo.
La sección 124 reorganizó la Iglesia, estableciendo orden en los quórumes del sacerdocio presidenciales, reemplazando apóstatas y llenando vacantes dejadas por hermanos fallecidos. Los santos actuaron según los mandamientos del Señor al sostener a los llamados en conferencia de abril de 1841, y también construyeron oficinas para ellos en el templo.
La sección 124 reorientó a la Iglesia al darle una tarea específica, siendo lo más importante la construcción del Templo de Nauvoo como medio para alcanzar la meta de recibir las bendiciones supremas: la plenitud de las ordenanzas del sacerdocio. Consciente de que sus días estaban contados, José comenzó a conferir las ordenanzas en mayo de 1842 a un grupo selecto de cincuenta y siete hermanos y hermanas, aun antes de que el templo estuviera terminado. Selló a matrimonios y confirmó la plenitud de las ordenanzas del sacerdocio a algunos, conforme a la sección 132. José fue asesinado en junio de 1844, antes de que el templo estuviera listo para las ordenanzas, pero en marzo de ese año había encomendado a los apóstoles continuar la obra y les dio todas las llaves del sacerdocio necesarias para ello. A partir de diciembre de 1845, los apóstoles y otros que habían recibido la investidura de José oficiaron en las ordenanzas del templo para 5,600 santos.
Las bendiciones del templo derivadas de la sección 124 son inconmensurables. Al hablar de los templos, el presidente Gordon B. Hinckley declaró:
“Estos edificios únicos y maravillosos, y las ordenanzas que allí se administran, representan lo supremo en nuestra adoración. Estas ordenanzas se convierten en la más profunda expresión de nuestra teología”. —por Steven C. Harper
Contexto adicional por Casey Paul Griffiths
Tras su éxodo forzado de Misuri, los Santos de los Últimos Días se reagruparon en Illinois como refugiados a orillas del río Misisipi. José Smith y sus compañeros fueron liberados de su cautiverio en la cárcel de Liberty el 16 de abril de 1839 y se unieron a los santos unos días después. Dimick Huntington, quien estaba en los muelles cuando José Smith llegó, describió vívidamente la apariencia del Profeta después de meses de confinamiento en Liberty. El Profeta “llevaba un viejo par de botas, llenas de agujeros, pantalones rasgados [y] metidos dentro de las botas”. “No se había afeitado por algún tiempo” y vestía una “capa azul con el cuello levantado, sombrero negro de ala ancha, con el ala caída”. Huntington terminó su descripción añadiendo que José “se veía pálido y demacrado”. De muchas maneras, la apariencia enjuta del Profeta era una metáfora del estado de la Iglesia después de las pruebas en Misuri. La mayoría de los miembros habían perdido casi todo, y el futuro era incierto.
José Smith y otros líderes de la Iglesia actuaron con rapidez para encontrar un nuevo lugar de reunión para los santos. Los ciudadanos de Quincy, Illinois, ofrecieron refugio temporal y alivio de las persecuciones en Misuri, mientras los líderes comenzaban a buscar tierras cercanas para establecer un nuevo hogar. Tras inspeccionar propiedades en el condado de Lee (Iowa) y en el condado de Hancock (Illinois), agentes de la Iglesia compraron miles de acres en ambos condados para un nuevo centro de operaciones de la Iglesia, y trazaron una nueva ciudad en una península que se adentraba en el Misisipi. Commerce, como se llamaba entonces, era en su mayoría un pantano palúdico. Willard Richards escribió después que “había 1 casa de piedra, 3 casas de madera y 2 casas de troncos que constituían toda la ciudad de Commerce… el lugar era literalmente un desierto”. Sin embargo, los santos vieron el lugar con un ojo de fe. En abril de 1840, el nombre se cambió oficialmente a Nauvoo, una palabra hebrea que significa “hermosa”. Nauvoo fue la sede de la Iglesia desde 1839 hasta 1846.
La sección 124 de Doctrina y Convenios se recibió casi dos años después de que José Smith y sus compañeros escaparan de la cárcel de Liberty. Sabemos poco del contexto específico de la revelación, pero se recibió pocos días después de que el estado de Illinois aprobara un acta para incorporar oficialmente la ciudad de Nauvoo. Así, la sección 124 funciona en muchos sentidos como una carta espiritual para la ciudad de Nauvoo. La revelación también sirvió como un conjunto de instrucciones para reconstruir la Iglesia después del alto costo de la apostasía de Kirtland y de las persecuciones en Misuri. Afirma la importancia de la reunión (versículo 2) y la centralidad del templo en la vida espiritual de los santos (versículos 45–55). Incluye instrucciones para reorganizar muchos de los principales quórumes de la Iglesia y para llamar nuevos líderes en lugar de los que se habían perdido por muerte o apostasía (versículos 84–145). Contiene también la primera referencia en Doctrina y Convenios a la práctica de los bautismos vicarios por los muertos (versículos 37–44). José Smith se dedicó a cumplir los mandamientos dados en esta revelación prácticamente en cada momento de su vida hasta su muerte en junio de 1844.
La sección 124 también marca el inicio del período de Nauvoo en la historia de la Iglesia, una época llena de cambios y controversias. Muchas de las doctrinas y prácticas culminantes de la Iglesia llegaron por revelación durante este tiempo. La era de Nauvoo está llena de algunos de los momentos más emocionantes y también más trágicos de la historia de la Iglesia. La sección 124 se leyó en la conferencia general de abril de 1844. También se publicó en el periódico de la Iglesia en Nauvoo, Times and Seasons, así como en la edición de septiembre de 1841 de la Millennial Star, el periódico de la Iglesia en Inglaterra. Se incluyó por primera vez en la edición de 1844 de Doctrina y Convenios.
Versículos 1–14
Mandato de edificar Nauvoo y proclamar al mundo
El Señor manda a los santos edificar la ciudad de Nauvoo, proclamar el evangelio y anunciar las verdades del reino a reyes y gobernantes de la tierra.
En estos versículos, el Señor habla a José Smith poco después de que los santos se establecieran en Nauvoo, tras haber sido expulsados de Misuri. Aquí se establece un nuevo comienzo para el pueblo del convenio: la ciudad debía ser edificada como un lugar de refugio, organización y fortaleza espiritual. Al mismo tiempo, el Señor amplía la visión de la misión de la Iglesia, ordenando que el evangelio sea proclamado más allá de las fronteras locales, incluso a los gobernantes y reyes de la tierra.
Después de sufrimientos y persecuciones, el Señor concede a Su pueblo un nuevo lugar de reunión. Nauvoo debía convertirse en un centro de luz y fortaleza, no solo en lo temporal, sino también en lo espiritual. Este patrón muestra que el Señor siempre prepara un refugio para Sus santos, aun después de la tribulación.
El Señor manda que el mensaje del evangelio sea proclamado a gobernantes, reyes y naciones. Esta instrucción subraya que la Restauración no es un movimiento local, sino un reino divino con alcance mundial, destinado a preparar a toda la humanidad para la venida de Cristo.
Aunque los gobernantes pudieran rechazar el mensaje, los santos tenían el deber de testificar ante ellos. Doctrinalmente, esto enseña que el evangelio debe proclamarse en todo lugar, sin distinción de condición social o poder político. La verdad no se limita a los humildes; también los poderosos son responsables ante Dios.
La instrucción de edificar Nauvoo muestra que la obra de Dios no se sostiene solo en la fe espiritual, sino también en el esfuerzo temporal y comunitario. Los santos debían trabajar con diligencia para construir una ciudad ordenada, justa y próspera, un reflejo tangible de la visión de Sion.
El Señor advierte que las bendiciones de este nuevo comienzo dependerían de la fidelidad del pueblo. Nauvoo sería una ciudad de refugio y gloria solo si sus habitantes permanecían unidos, obedientes y dedicados a la causa del evangelio.
Doctrina y Convenios 124:1–14 enseña que Nauvoo debía ser edificada como una ciudad de refugio y fortaleza espiritual, y que la misión de la Iglesia es global: proclamar el evangelio hasta a los reyes de la tierra. Estos versículos revelan que la edificación del reino de Dios requiere tanto esfuerzo temporal como espiritual, y que el testimonio de los santos debe llegar a todas las naciones como preparación para la Segunda Venida.
Versículos 15–25
Reconocimiento de la fidelidad de Hyrum Smith y otros líderes
El Señor honra a Hyrum Smith, George Miller y otros por su fidelidad, y los designa para responsabilidades sagradas en la obra.
En este bloque el Señor, tras dar el gran mandato de edificar Nauvoo y proclamar el evangelio, pasa a reconocer a hombres específicos por su fidelidad, destacando a Hyrum Smith y otros líderes. Este pasaje enseña que el Señor no solo dirige a Su Iglesia en lo colectivo, sino que también se dirige a las personas, honrando su fidelidad y asignándoles responsabilidades sagradas en Su obra.
El Señor declara que Hyrum es amado “por la integridad de su corazón” y por su disposición a sacrificarse en la obra. Este elogio muestra que lo que más valora Dios en Sus siervos no son sus talentos externos, sino la pureza de corazón y la disposición constante a servir.
Hyrum es puesto como ejemplo de obediencia inquebrantable. Esto enseña que la fidelidad personal es la cualidad que sostiene a un líder verdadero y lo hace digno de mayor confianza y responsabilidad en la obra del Señor.
El Señor llama también a George Miller y a otros hombres para participar en la obra de edificar Nauvoo y el templo. Esto subraya un principio doctrinal: cuando el Señor reconoce la fidelidad de Sus siervos, los capacita con mayores responsabilidades y confianza en Su reino.
Aunque se menciona a líderes individuales, su labor está orientada a la comunidad. La Iglesia avanza cuando cada miembro, desde los líderes hasta los más humildes, cumple con dedicación su parte. El reconocimiento de unos pocos simboliza la necesidad de la cooperación de todos.
La secuencia es clara: fidelidad → confianza → mayordomía mayor. Este patrón es universal en las Escrituras (cf. Mateo 25:21: “bien, buen siervo y fiel… sobre mucho te pondré”). El Señor repite aquí que Sus siervos fieles reciben mayores responsabilidades como evidencia de Su aprobación.
Doctrina y Convenios 124:15–25 enseña que el Señor honra la fidelidad de Sus siervos y, al reconocerlos, los capacita con nuevas responsabilidades. El ejemplo de Hyrum Smith muestra que la verdadera grandeza en la Iglesia proviene de la integridad y de la disposición a servir, y que la fidelidad personal se convierte en fundamento para el progreso colectivo de Sion.
Versículos 26–41
El mandamiento de construir la Casa de Nauvoo
Se ordena edificar una casa para hospedar a visitantes, servir de lugar de reunión y ser un centro de hospitalidad y organización en la ciudad.
En estos versículos, el Señor da a los santos un mandato particular: edificar una casa para el hospedaje y reunión, conocida después como la “Casa de Nauvoo” o Nauvoo House. A diferencia del templo, que tendría un propósito estrictamente sagrado, esta casa debía servir como un espacio de hospitalidad, organización y testimonio ante el mundo.
El Señor ordena a los santos que construyan un lugar donde los visitantes puedan hospedarse y aprender acerca de la Iglesia y de Su reino. Esto enseña que la hospitalidad es parte del discipulado: abrir las puertas, recibir con dignidad y mostrar al mundo el orden de Sion.
La Casa de Nauvoo debía ser un punto de encuentro para los santos y un lugar visible de la comunidad. Así, la Iglesia no solo se manifestaba en lo espiritual (el templo), sino también en lo temporal, mostrando que el evangelio abarca todas las esferas de la vida: la adoración, la organización social y la convivencia.
El Señor enseña que esta casa sería un testimonio para los gentiles y para los poderosos de la tierra que visitarían Nauvoo. Al verla, podrían percibir el orden, la prosperidad y la dignidad del pueblo del convenio. Doctrinalmente, esto muestra que Sion debe ser una luz y un ejemplo ante el mundo.
El Señor ordena que se consagren recursos, propiedades y esfuerzo para la edificación de esta casa. Esto subraya el principio de que los bienes materiales también deben ponerse al servicio de Dios, y que la prosperidad de Su pueblo está vinculada con su disposición a consagrar.
Mientras el templo sería el lugar de las ordenanzas sagradas, la Casa de Nauvoo tendría un propósito más temporal, pero igualmente inspirado: mostrar orden, brindar acogida y fortalecer la imagen de Sion ante las naciones. Esto enseña que el Señor dirige tanto las cosas espirituales como las temporales de Su pueblo.
Doctrina y Convenios 124:26–41 enseña que el Señor mandó edificar la Casa de Nauvoo como un centro de hospitalidad, reunión y testimonio ante el mundo. Esta instrucción revela que la vida de los santos debía ser un reflejo visible del evangelio: abierta, ordenada, consagrada y acogedora. El mandamiento muestra que la obra de Dios abarca lo espiritual y lo temporal, y que ambos deben dedicarse a Su gloria.
Doctrina y Convenios 124:37–38
“¿Cómo serán aceptables para mí vuestros lavamientos, a menos que los realicéis en una casa que me hayáis edificado a mi nombre? … para que se revelaran aquellas ordenanzas que habían estado ocultas desde antes de que el mundo fuese.”
En la revelación registrada en Doctrina y Convenios 124, el Señor comenzó a manifestar al profeta José Smith los principios, doctrinas y prácticas de la adoración en el templo que no habían sido dadas a conocer en el tiempo de la dedicación del Templo de Kirtland.
En mayo de 1842, el Profeta comenzó a revelar la investidura del templo tal como la conocemos hoy (Enseñanzas del Profeta José Smith, 237).
Aprendemos en Doctrina y Convenios 124 que cada vez que el sacerdocio de Dios está sobre la tierra y el pueblo de Dios está preparado para recibirlo, nuestro Padre Celestial instruye a Sus oráculos vivientes para que edifiquen templos e introduzcan a los Santos en los convenios, ordenanzas y enseñanzas que siempre han sido reservadas del mundo.
De este modo, los individuos y las familias son sellados y unidos en unidades familiares eternas, permitiendo así que la tierra cumpla con su propósito predeterminado (DyC 2:2–3).
En las tranquilas riberas del Misisipi, en la ciudad de Nauvoo, el Señor dio a Su profeta una de las revelaciones más sublimes y trascendentes de esta dispensación. En ella, declaró: “¿Cómo serán aceptables para mí vuestros lavamientos, a menos que los realicéis en una casa que me hayáis edificado a mi nombre? … para que se revelaran aquellas ordenanzas que habían estado ocultas desde antes de que el mundo fuese.” (DyC 124:37–38). Con esas palabras, el cielo anunció la restauración completa de las ordenanzas más sagradas del evangelio: las que se realizan únicamente en el santo templo.
Hasta ese momento, los Santos de los Últimos Días habían experimentado una luz creciente. El Templo de Kirtland había sido un lugar de gloriosa manifestación, donde se derramaron dones espirituales, visiones y poder celestial. Pero el Señor tenía aún “cosas mayores” que revelar. En Nauvoo, Él preparó a Su pueblo para recibir la plenitud de las ordenanzas del templo, las que vinculan a los hijos de Dios —vivos y muertos— en una red de amor y redención eterna.
Fue en este contexto que José Smith introdujo la investidura del templo en 1842, cumpliendo la promesa de que “las cosas ocultas desde antes de la fundación del mundo” serían dadas a conocer nuevamente. Las ceremonias y convenios del templo no son invenciones humanas, sino reflejos terrenales de realidades celestiales. En ellos se enseña, se promete y se sella el camino que conduce a la exaltación.
Cada templo edificado en la tierra es una afirmación silenciosa del amor eterno de Dios. No son simples edificios, sino escuelas divinas donde los hijos del Altísimo aprenden quiénes son, de dónde vienen y cuál es su destino eterno. Allí, los cielos y la tierra se tocan; allí, las familias se enlazan con lazos que la muerte no puede romper.
El Señor reveló que cuando Su pueblo está preparado, Él manda construir templos para concederles estas bendiciones. No antes. El templo, por tanto, no es solo un privilegio, sino un indicador de la madurez espiritual de los Santos. Cada dispensación culmina en la edificación de un templo porque solo allí se realiza la plenitud de la obra redentora de Cristo: unir lo que el pecado y la muerte han separado.
Así, la revelación de Doctrina y Convenios 124 marca el amanecer de la plenitud del evangelio. Es la invitación divina a entrar en Su casa, a participar de ordenanzas eternas, y a sellar nuestras familias para siempre.
El propósito de la tierra misma —como enseñó el ángel a José Smith en Doctrina y Convenios 2— se cumple en el templo. Sin esas ordenanzas, “la tierra entera sería totalmente asolada.” Pero con ellas, el mundo adquiere sentido y la eternidad se abre ante nosotros.
Por tanto, cada vez que un templo se eleva hacia el cielo, se repite la promesa de Nauvoo: el Señor sigue revelando Sus misterios, sigue uniendo a las familias, y sigue ofreciendo al hombre el camino de regreso a Su presencia.
Versículos 42–47
El rechazo del Señor a los desobedientes
El Señor declara que los que no obedecen Sus mandamientos son desechados y que el cumplimiento exacto de Sus instrucciones es condición para recibir Sus bendiciones.
En este bloque, el Señor introduce un principio solemne: Sus bendiciones están condicionadas a la obediencia exacta. Después de mandar edificar tanto la Casa de Nauvoo como el templo, el Señor advierte que quienes no cumplan Sus mandamientos serán desechados, y que la desobediencia trae como consecuencia la pérdida de privilegios espirituales.
El Señor recuerda que Su relación con el pueblo se basa en convenios, y que estos requieren fidelidad. No basta con recibir un mandamiento: es necesario cumplirlo con exactitud. La obediencia parcial o negligente no asegura el respaldo del cielo.
Aquí se establece claramente que las bendiciones y la protección del Señor dependen de la obediencia. Si los santos obedecen, reciben Su presencia y poder; si desobedecen, se aparta Su Espíritu y son desechados. Es una repetición del patrón revelado en Mosíah 2:41 y DyC 130:20–21: las leyes eternas tienen promesas y consecuencias.
El Señor declara que “si no hacen estas cosas, no los recibo”. Esta frase muestra la seriedad de Sus mandamientos. La desobediencia no solo priva de bendiciones, sino que interrumpe la relación de confianza y respaldo entre Dios y Su pueblo.
Al mismo tiempo que advierte sobre el rechazo, el Señor había reconocido la fidelidad de hombres como Hyrum Smith y George Miller (vv. 15–25). El contraste enfatiza que el Señor honra a los obedientes y desecha a los desobedientes: el poder espiritual siempre está ligado a la rectitud.
Aunque esta instrucción fue dada en Nauvoo, el principio trasciende el tiempo: la obediencia exacta es la condición del discipulado y del acceso a las bendiciones de Dios. La Iglesia y cada individuo avanzan o retroceden espiritualmente según su disposición a obedecer.
Doctrina y Convenios 124:42–47 enseña que el Señor solo recibe a los que obedecen fielmente Sus mandamientos, y que la desobediencia trae como consecuencia el rechazo y la pérdida de bendiciones. Estos versículos subrayan que el poder de Dios se obtiene únicamente mediante la fidelidad, y que la obediencia exacta es la llave de la aprobación divina.
Doctrina y Convenios 124:49
“Cuando doy un mandamiento a alguno de los hijos de los hombres para que haga una obra a mi nombre, y esos hijos de los hombres van con todo su poder… y sus enemigos vienen sobre ellos… me corresponde no requerir más esa obra de manos de esos hijos de los hombres.”
Algunas profecías son incondicionales: se cumplirán sin importar las circunstancias.
Por ejemplo, Lehi enseñó que el Salvador vendría a la tierra seiscientos años después de que su familia saliera de Jerusalén (1 Nefi 10:4).
Asimismo, Samuel el lamanita profetizó que el Salvador resucitado visitaría a los nefitas en cinco años (Helamán 14:2).
Finalmente, el tiempo de la segunda venida del Señor en gloria está establecido y fijado; no puede ser postergado ni apresurado (McConkie, Millennial Messiah, 26–27, 405).
Por otro lado, la mayoría de las profecías son condicionales: se pronuncian bajo la influencia del Espíritu de Dios, pero su cumplimiento depende en gran medida de las circunstancias.
Por ejemplo, aunque se dijo a los Santos que un templo sería edificado en el condado de Jackson “en esta generación” (DyC 84:4; véase también v. 31), los enemigos de la Iglesia los persiguieron hasta tal punto que el pueblo del convenio fue obligado a abandonar Independence sin haber construido el templo.
Las palabras del Señor en Doctrina y Convenios 124:49 revelan una faceta profunda de Su justicia y misericordia: “Cuando doy un mandamiento a alguno de los hijos de los hombres para que haga una obra a mi nombre, y esos hijos de los hombres van con todo su poder… y sus enemigos vienen sobre ellos… me corresponde no requerir más esa obra de manos de esos hijos de los hombres.” Esta declaración, dada en un tiempo de gran adversidad, muestra que Dios no mide a Sus hijos por los resultados visibles, sino por la fidelidad de su corazón y la integridad de su esfuerzo.
El profeta José Smith y los primeros santos habían sido mandados a construir templos y establecer Sion en lugares designados por el Señor. Sin embargo, las circunstancias temporales —persecución, violencia, destierro— impidieron que algunas de esas obras se llevaran a cabo. Era natural que muchos se preguntaran: ¿Fallamos? ¿Nos ha abandonado el Señor? La respuesta divina, llena de ternura, fue esta: “No.” Cuando los hijos de Dios actúan con todo su poder y pureza de intención, el Señor los acepta como si hubiesen completado la tarea.
En las escrituras encontramos dos tipos de profecías: las incondicionales, cuyo cumplimiento está fijado por la voluntad soberana de Dios —como la venida de Cristo o Su futura Segunda Venida—, y las condicionales, que dependen de la fe, la obediencia o las circunstancias humanas. El templo de Jackson County es un ejemplo de lo segundo. La promesa de edificarlo no fue anulada, sino pospuesta, porque el pueblo no podía cumplirla bajo el asedio de la oposición. En su lugar, el Señor reveló nuevas instrucciones, trasladando el centro de Su obra a Nauvoo.
Esta enseñanza nos recuerda que los propósitos de Dios nunca fallan, aunque Sus caminos a veces cambien. El Señor es paciente y justo. No exige más de lo que Sus hijos puedan dar, pero sí requiere que lo den todo dentro de sus posibilidades. Cuando lo hacemos, aunque los resultados no se vean, el cielo cuenta nuestro esfuerzo como cumplimiento.
El presidente Brigham Young expresó una vez que “cuando el Señor manda algo y Su pueblo hace cuanto puede, el resto lo hará el Señor.” Esa es la esencia del evangelio: actuar con fe, perseverar en la adversidad y confiar en que Dios compensará lo que esté fuera de nuestro alcance.
En nuestras propias vidas, esta revelación ofrece consuelo. A veces se nos mandan obras que parecen imposibles —criar una familia en rectitud en un mundo adverso, sostener la fe en la enfermedad, servir cuando el cuerpo o el alma están cansados—. Pero si ponemos todo nuestro poder y seguimos adelante con fe, el Señor aceptará nuestros esfuerzos como completos.
Así, esta revelación no solo fue una palabra de alivio para José Smith, sino una promesa para todos los discípulos fieles: Dios no pide perfección en los resultados, sino perfección en el esfuerzo. Y cuando hemos hecho todo lo que podemos, Él dirá con amor: “Ya no requiero más esa obra de tus manos; tu sacrificio ha sido suficiente.”
Versículos 48–55
El rechazo de la obra en Kirtland y el mandato en Nauvoo
El Señor explica que retiró Su aceptación de la obra en Kirtland por la desobediencia del pueblo, pero ahora da a los santos una nueva oportunidad en Nauvoo.
En estos versículos el Señor recuerda a los santos que Su aceptación de un mandamiento puede ser retirada si Su pueblo no cumple con fidelidad. Se menciona el caso de Kirtland, donde se edificó una casa al Señor pero la desobediencia, la apostasía y la persecución impidieron que la obra continuara. Ahora, en Nauvoo, el Señor ofrece una nueva oportunidad, pero también advierte que Su aprobación dependerá de la obediencia.
El Señor había mandado edificar un templo en Kirtland y, al ser cumplido, lo aceptó y lo llenó de Su gloria. Sin embargo, por causa de la desobediencia y la persecución, retiró Su aprobación y no permitió que se siguiera utilizando con el mismo poder. Esto enseña que la aprobación de Dios no es automática ni perpetua: se mantiene mientras haya fidelidad.
Aunque los hombres desobedecen, el Señor aclara que Su obra no queda frustrada. Él simplemente traslada Sus bendiciones y mandamientos a otro lugar o a otro pueblo dispuesto a obedecer. Así, la historia de Kirtland no fue un fracaso de Dios, sino una lección de que Sus designios siempre avanzan, aun cuando los hombres fallen.
En Nauvoo, el Señor da al pueblo otro mandamiento: edificar Su casa para que Él se manifieste y dé mayores ordenanzas. Esta nueva oportunidad es un acto de misericordia: aunque los santos habían fallado antes, el Señor les ofrece empezar de nuevo, siempre que obedezcan.
El Señor reconoce que muchos santos en Kirtland hicieron sacrificios y que éstos son aceptados. Esto enseña un principio doctrinal: incluso si una obra no se completa plenamente por circunstancias fuera de nuestro control, el Señor acepta el esfuerzo sincero y el sacrificio de Sus hijos.
Estos versículos establecen un patrón claro que se repite en toda la historia sagrada: cuando el pueblo obedece, Dios lo acepta y derrama Su gloria; cuando desobedece, retira Su aprobación y los bendice en otro lugar o por medio de otro grupo fiel.
Doctrina y Convenios 124:48–55 enseña que la aprobación del Señor sobre Su obra es condicional a la obediencia del pueblo. El ejemplo de Kirtland muestra que el Señor puede retirar Su aceptación cuando los hombres fallan, pero también que Su obra sigue adelante y brinda nuevas oportunidades. En Nauvoo, los santos recibieron una segunda oportunidad de edificar, mostrando que la misericordia de Dios siempre ofrece un nuevo comienzo a los fieles.
Versículos 56–83
Mandamiento de construir el Templo de Nauvoo
El Señor manda edificar un templo donde los santos recibirán ordenanzas sagradas, un lugar de consagración para revelaciones, ordenanzas de salvación y un lugar de reposo para Su gloria.
Este extenso bloque es uno de los pasajes más significativos de la sección 124. Aquí el Señor da un mandamiento solemne y glorioso: edificar un templo en Nauvoo, donde Su pueblo podrá recibir ordenanzas sagradas, revelaciones y manifestaciones de Su gloria. El templo no sería simplemente una edificación más, sino el centro espiritual de los santos y el lugar donde el cielo y la tierra se unen.
El Señor declara que Su pueblo debe levantar un templo donde pueda manifestar Su gloria y donde los santos reciban poder. Esto reafirma la doctrina de que el templo es la morada del Señor en la tierra, un lugar único de revelación y santificación.
En este templo se prometen ordenanzas mayores, “las unciones, lavamientos, ordenanzas, bautismos por los muertos y conferencias solemnes”. Aquí aparece con claridad el principio de que la salvación y exaltación se obtienen mediante convenios y ordenanzas administrados en el templo, las cuales no podían recibirse en ninguna otra parte.
El Señor enseña que en el templo dará revelaciones, y que allí Su pueblo aprenderá cosas que no podrían recibir de otra manera. Esto subraya que el templo no solo es un lugar de ordenanzas, sino también un espacio de instrucción celestial.
El Señor promete que Su gloria descansará en el templo si el pueblo lo edifica fielmente. Esto recuerda la dedicación del templo de Kirtland, cuando la gloria del Señor se manifestó con gran poder. Así, el templo es un lugar donde el Señor puede morar con Su pueblo y bendecirlo con Su presencia.
El Señor advierte que el templo debe construirse con diligencia y sin demora. Si los santos lo hacen, serán bendecidos con poder, pero si lo descuidan, quedarán bajo condenación. Esto enseña que los mandamientos relacionados con la adoración en el templo no son opcionales ni postergables.
La instrucción de edificar el templo de Nauvoo establece un modelo que se repite en la Iglesia: el pueblo de Dios siempre construye templos donde se establecen estacas de Sion. Son lugares de refugio, poder y ordenanzas eternas que preparan a los santos para la Segunda Venida de Cristo.
Doctrina y Convenios 124:56–83 enseña que el templo de Nauvoo debía ser edificado como casa del Señor, lugar de revelación, consagración y ordenanzas de salvación. El templo sería la señal de que Dios aceptaba a Su pueblo y deseaba morar entre ellos. Estos versículos revelan el papel central del templo en la Restauración: es allí donde se recibe poder de lo alto, se hacen convenios eternos y se prepara a los santos para heredar la gloria de Dios.
Versículos 84–90
Instrucciones a Hyrum Smith
Hyrum es llamado a ser patriarca de la Iglesia y se le confiere gran responsabilidad espiritual como herencia de su padre, José Smith, padre.
En este bloque, el Señor se dirige de manera directa a Hyrum Smith, hermano del profeta José, otorgándole un llamamiento de gran responsabilidad espiritual: el oficio de Patriarca de la Iglesia, en sucesión de su padre, José Smith, padre. Este pasaje no solo honra a Hyrum por su fidelidad, sino que también establece principios sobre la herencia espiritual y el papel del patriarcado en la obra de Dios.
El Señor declara que Hyrum debe recibir “el oficio de sacerdote patriarca”, una responsabilidad de dar bendiciones patriarcales, guiar espiritualmente y ser testigo especial del poder de Dios en la vida de los santos. Esta función era vista como una extensión del sacerdocio de los padres de Israel, conectando a las familias con las promesas eternas.
El oficio de patriarca se le confiere a Hyrum como herencia de su padre, José Smith Sr., quien había servido como el primer patriarca de la Iglesia. Esto subraya que el sacerdocio y los llamamientos espirituales pueden tener un carácter de legado, transmitiendo responsabilidades sagradas a los descendientes dignos.
El Señor encomienda a Hyrum una gran confianza: guiar y fortalecer al pueblo mediante bendiciones y consejos inspirados. Doctrinalmente, esto muestra que el Señor otorga mayores responsabilidades a quienes demuestran constancia, integridad y disposición a sacrificarse por Su obra.
Las bendiciones patriarcales son un medio para revelar la identidad espiritual de los santos, conectarles con la casa de Israel y darles dirección personal para su vida. La institución del patriarcado en la Iglesia restaurada refleja la continuidad con la práctica de los patriarcas bíblicos, quienes daban bendiciones proféticas a sus descendientes (ejemplo: Jacob en Génesis 49).
Aunque Hyrum recibe el patriarcado, el Señor reafirma que debe trabajar en armonía con José y con la Primera Presidencia. Así, se mantiene el orden de gobierno de la Iglesia, con diferentes llaves y responsabilidades, pero todas unidas en un mismo propósito.
Doctrina y Convenios 124:84–90 enseña que Hyrum Smith fue llamado como patriarca de la Iglesia, heredando la responsabilidad de su padre. Este llamamiento honra su fidelidad y resalta la importancia de las bendiciones patriarcales como un medio por el cual Dios guía y fortalece a Su pueblo. Además, estos versículos muestran cómo el Señor confía mayores responsabilidades a Sus siervos fieles, preservando siempre el orden y la unidad en Su Iglesia.
Versículos 91–96
Llamamiento a William Law
William Law es llamado como consejero en la Primera Presidencia, con promesas de poder si es fiel.
En este pasaje, el Señor llama a William Law como consejero en la Primera Presidencia, junto a José Smith. Este llamamiento lo coloca en una de las posiciones más altas de responsabilidad dentro de la Iglesia. Al mismo tiempo, el Señor le da promesas de gran poder y autoridad, condicionadas siempre a su fidelidad.
El oficio de consejero en la Primera Presidencia implica trabajar hombro a hombro con el profeta en la dirección de la Iglesia. La inclusión de William Law muestra la disposición del Señor de confiar en hombres que en ese momento eran considerados fieles y capaces de sostener la obra.
El Señor le promete a William Law poder, honra y la compañía de Su Espíritu si cumple su llamamiento en rectitud. Esta condición recalca un principio doctrinal: toda autoridad en la Iglesia depende de la fidelidad personal y de la rectitud en el servicio (cf. DyC 121:36–37).
Aunque William Law recibió grandes promesas, éstas estaban sujetas a su obediencia. Con el tiempo, lamentablemente, Law apostató y se convirtió en uno de los principales opositores de José Smith, mostrando que las promesas divinas no se cumplen automáticamente, sino que dependen de la fidelidad del individuo.
Este pasaje enseña un equilibrio doctrinal: el Señor llama a Sus siervos en base a su fidelidad presente y su potencial, pero respeta el albedrío. Si el individuo se aparta, el llamamiento no lo protege automáticamente de caer. Así se preserva el principio de libertad moral en la obra de Dios.
El llamamiento y posterior caída de William Law ilustran que la autoridad más alta en la Iglesia no garantiza la permanencia en la fidelidad. La verdadera seguridad espiritual está en la obediencia constante, no en la posición que uno ocupa.
Doctrina y Convenios 124:91–96 muestra cómo William Law fue llamado como consejero en la Primera Presidencia y recibió grandes promesas condicionadas a su fidelidad. Aunque en su momento fue digno de confianza, su historia posterior enseña que los llamamientos no son un escudo contra la apostasía, y que la fidelidad diaria es lo único que asegura el cumplimiento de las promesas divinas.
Versículos 97–118
Llamamientos a otros líderes
Se dan instrucciones a varias personas (William Marks, Newel K. Whitney, George Miller, Lyman Wight, John Snider, Vinson Knight, Sidney Rigdon y otros) para responsabilidades administrativas y espirituales en la Iglesia y en Nauvoo.
En este extenso bloque, el Señor da instrucciones específicas a diversos líderes de la Iglesia en Nauvoo. Cada uno recibe un llamamiento distinto —ya sea espiritual, administrativo o temporal— mostrando que la obra de Dios requiere organización, cooperación y responsabilidad en todos los niveles.
Los hombres mencionados (William Marks, Newel K. Whitney, George Miller, Lyman Wight, John Snider, Vinson Knight, Sidney Rigdon, entre otros) reciben distintas tareas: algunos como presidentes de estacas, otros en la administración de bienes, en el cuidado de la Casa de Nauvoo, o en la obra misional. Esto enseña que la Iglesia de Cristo es un cuerpo con muchos miembros, cada uno con su función esencial (cf. 1 Corintios 12:12–27).
El Señor incluye llamamientos que tienen que ver tanto con lo espiritual (predicar, presidir, edificar) como con lo temporal (administrar propiedades, hospedar, organizar recursos). Doctrinalmente, esto refleja que en el reino de Dios lo temporal y lo espiritual están inseparablemente unidos (cf. DyC 29:34–35).
Aunque las responsabilidades varían en naturaleza y magnitud, todas comparten la misma condición: la fidelidad. La promesa de poder, honra y bendiciones divinas está ligada a la obediencia en el cumplimiento del deber asignado. Ningún cargo, por más “pequeño” que parezca, es menos importante a los ojos del Señor si se cumple con integridad.
El hecho de que tantos líderes reciban instrucción a la vez muestra la necesidad de una organización unida y cooperativa. No se trataba de que unos pocos cargaran con toda la obra, sino de que cada líder asumiera su parte en el levantamiento de Sion en Nauvoo.
El Señor llama y delega autoridad a diferentes siervos, recordando que Su obra se realiza por medio de hombres comunes, a quienes Él capacita. Esto enseña que el Señor magnifica a Sus siervos según sus llamamientos, y que la clave está en aceptar y cumplir con diligencia la porción asignada.
Doctrina y Convenios 124:97–118 enseña que la obra del Señor avanza gracias a la cooperación de muchos siervos, cada uno con responsabilidades específicas tanto en lo espiritual como en lo temporal. Estos versículos destacan la importancia de la obediencia, la unidad y la fidelidad en cada rol, mostrando que toda tarea, cuando se realiza en consagración, contribuye al establecimiento de Sion.
Versículos 119–145
Organización temporal y espiritual en Nauvoo
Se establecen principios de administración, incluyendo el manejo de la casa, las propiedades, los fondos y el orden de la Iglesia.
En este extenso bloque, el Señor revela principios de administración y organización para los santos en Nauvoo. El énfasis está en cómo manejar la Casa de Nauvoo, los fondos sagrados, las propiedades y la estructura administrativa de la Iglesia. Estos versículos muestran que el evangelio abarca tanto lo espiritual como lo temporal, y que ambos deben estar regidos por el orden divino.
El Señor establece cómo se debían usar las propiedades y los fondos, instruyendo que fueran administrados de manera justa, transparente y en beneficio de la comunidad. Esto refleja el principio de la mayordomía: los bienes materiales pertenecen a Dios, y los hombres son administradores responsables de usarlos para edificar Sion.
El Señor detalla la forma en que debía manejarse la Casa, no solo como lugar de hospitalidad, sino también como un espacio de orden y dignidad. Se trataba de que los visitantes y los santos vieran en ella un reflejo del reino de Dios, donde reinaba el orden y la consagración.
Estos versículos recalcan que no hay una separación estricta entre lo temporal y lo espiritual en el reino de Dios. Así como el templo sería el lugar de las ordenanzas eternas, la Casa debía ser administrada con rectitud para sostener la obra. Esto cumple con la enseñanza de DyC 29:34–35: “todas las cosas para mí son espirituales”.
El Señor establece instrucciones sobre oficios, responsabilidades y cómo se debían organizar las distintas funciones dentro de la Iglesia. Esto muestra que Su obra no se realiza con improvisación ni desorden, sino con estructura inspirada que refleja Su naturaleza de Dios de orden.
El Señor enfatiza que quienes recibían responsabilidades de administrar propiedades o fondos debían hacerlo con fidelidad y estar dispuestos a rendir cuentas. La confianza divina se otorga solo a quienes demuestran integridad, reforzando que la administración temporal también es un acto espiritual.
La instrucción no solo buscaba el buen funcionamiento de Nauvoo, sino también establecer un modelo para la Iglesia en los últimos días: un pueblo de Dios bien organizado, capaz de sostener tanto la obra misional como la edificación del templo.
Doctrina y Convenios 124:119–145 enseña que la organización de Nauvoo debía reflejar los principios del reino de Dios: administración justa, mayordomía fiel, equilibrio entre lo temporal y lo espiritual, y un orden eclesiástico inspirado. Estos versículos subrayan que la edificación de Sion requiere tanto consagración personal como estructuras colectivas organizadas, porque todo lo que pertenece al pueblo del convenio debe ser santo.
Versículos 146–147
Instrucción a John C. Bennett
El Señor le da un llamamiento específico y lo reconoce como instrumento en la obra, aunque luego en la historia se apartaría.
En este pasaje breve pero significativo, el Señor menciona a John C. Bennett, reconociéndolo como un instrumento en Su obra y dándole un llamamiento específico en la organización de Nauvoo. Aunque más adelante Bennett se apartaría y llegaría a ser un opositor activo de la Iglesia, en este momento se le consideraba un colaborador valioso y con potencial de servir al reino.
La revelación muestra que, en ese momento, Bennett había demostrado apoyo y servicio a los santos. El Señor le confía una responsabilidad porque lo veía como un colaborador dispuesto. Doctrinalmente, esto enseña que los llamamientos reflejan la disposición y fidelidad de la persona en el presente, aunque el futuro dependerá de su perseverancia.
El texto lo describe como “instrumento”, recordando que todo llamado en la Iglesia tiene como propósito servir en la obra del Señor, no buscar la gloria personal. El título de “instrumento” refleja humildad: los siervos son herramientas en manos de Dios, y su poder proviene solo de Él.
Aunque Bennett recibió reconocimiento divino y una posición importante, su posterior apostasía muestra que ningún llamamiento garantiza la permanencia en la fidelidad. El albedrío sigue intacto, y cada siervo debe perseverar diariamente en la obediencia para retener la confianza del cielo.
La experiencia de Bennett enseña que el Señor llama a hombres y mujeres imperfectos, confiando en su capacidad de servir, pero que la fidelidad personal es indispensable. También recuerda que la Iglesia sigue adelante a pesar de las caídas individuales, porque la obra pertenece a Dios y no puede ser detenida por la apostasía de unos pocos.
Doctrina y Convenios 124:146–147 enseña que John C. Bennett fue reconocido como instrumento en la obra y recibió un llamamiento específico por su disposición en ese momento. Su historia posterior recuerda que los llamamientos se basan en la fidelidad presente, pero su permanencia depende de la perseverancia diaria. La lección doctrinal es clara: la obra de Dios sigue adelante, y cada siervo debe escoger permanecer fiel para que su servicio sea duradero.
Versículos 148–156
Instrucciones finales a Brigham Young y al Quórum de los Doce
Se confirma la autoridad de los Doce Apóstoles y se encomienda a Brigham Young y sus compañeros continuar guiando la obra del Señor con poder y rectitud.
En este cierre de la revelación, el Señor se dirige a Brigham Young y al Quórum de los Doce Apóstoles, confirmando su autoridad y dándoles la encomienda de seguir adelante en la dirección de la Iglesia junto al profeta José Smith. Este bloque establece con claridad el papel de los Doce en la organización de la Iglesia y prepara el camino para la continuidad del liderazgo en el futuro.
El Señor declara que el Quórum de los Doce actúa con autoridad divina en la proclamación del evangelio y en la dirección de la obra. Esta confirmación doctrinal establece que los Doce no son solo auxiliares, sino un cuerpo con autoridad real para edificar Sion y extender el reino de Dios en la tierra.
El Señor menciona a Brigham Young, reconociéndolo en su papel de presidente del Quórum de los Doce. Esto anticipa, de manera providencial, el papel decisivo que más tarde tendría en la sucesión profética tras la muerte de José Smith.
Los Doce son llamados a “abrir las puertas de las naciones” al evangelio. Este encargo resalta la misión global de la Iglesia y conecta con el mandato anterior de proclamar el evangelio a reyes y gobernantes (vv. 1–14). Doctrinalmente, enseña que el Quórum de los Doce tiene responsabilidad especial en la expansión misional de la Iglesia.
El Señor promete que, si los Doce cumplen con fidelidad, serán investidos con poder y tendrán éxito en su misión. La condición, como siempre, es la rectitud: la autoridad solo es eficaz cuando se ejerce en armonía con los principios del evangelio (cf. DyC 121:36–37).
Este pasaje tiene un valor profético especial: al reafirmar la autoridad de Brigham Young y de los Doce, el Señor aseguraba que, en caso de la ausencia de José Smith, la obra continuaría bajo la dirección de un cuerpo de hombres con llaves y autoridad, preservando el orden y la unidad de la Iglesia.
Doctrina y Convenios 124:148–156 confirma la autoridad del Quórum de los Doce Apóstoles y encomienda a Brigham Young y sus compañeros guiar la obra del Señor con poder y rectitud. Este bloque subraya el papel apostólico en la proclamación mundial del evangelio y anticipa la continuidad del liderazgo de la Iglesia tras la muerte del profeta.
Conclusión final
La sección 124 es una de las revelaciones más extensas y trascendentes dadas al profeta José Smith en Nauvoo. Su tono combina dirección práctica, organización administrativa y visión profética, marcando un nuevo comienzo para los santos después de las pérdidas y persecuciones sufridas en Misuri.
El Señor inicia Su palabra mandando edificar Nauvoo como ciudad sagrada, un lugar de refugio donde Su pueblo pueda prosperar material y espiritualmente. Ordena construir la Casa de Nauvoo como centro de hospitalidad y unidad social, y el Templo de Nauvoo como lugar de revelación, consagración y ordenanzas sagradas para la salvación de vivos y muertos. Estos mandamientos revelan que la obra del Señor siempre avanza con dos fundamentos inseparables: la organización temporal (una comunidad ordenada y justa) y la edificación espiritual (un templo donde se recibe poder desde lo alto).
El Señor honra a Sus siervos fieles —como Hyrum Smith, William Law, William Marks y otros— confiándoles responsabilidades que fortalecen la estructura de la Iglesia. Al mismo tiempo, advierte con firmeza que quienes desobedecen o menosprecian Sus mandamientos son desechados, recordando que Sus bendiciones solo acompañan a los obedientes.
En medio de estas instrucciones, el Señor da una enseñanza sobre la continuidad del liderazgo apostólico. Al confirmar la autoridad de Brigham Young y del Quórum de los Doce, establece la base de la sucesión que preservaría la Iglesia tras la muerte del Profeta. Así, la sección 124 no solo organiza el presente de Nauvoo, sino que proyecta el futuro de la Iglesia con visión divina.
Finalmente, la revelación enseña que el Señor guía a Su pueblo paso a paso, levantando lugares santos, llamando siervos específicos, y dando instrucciones temporales y espirituales. Nauvoo debía convertirse en un faro de luz, y el templo en un punto de unión entre el cielo y la tierra.
La sección 124 nos muestra al Señor estableciendo a Su pueblo en un nuevo comienzo en Nauvoo: construir casas y templos, organizar la Iglesia, levantar líderes fieles y preparar el camino para la expansión mundial del evangelio. Es un testimonio de que, aunque las pruebas desplacen al pueblo de un lugar a otro, la obra del Señor no se detiene, sino que se renueva con poder, dirección y promesas eternas.
























