Doctrina y Convenios Sección 127

Doctrina y Convenios
Sección 127


Contexto histórico y antecedentes

En mayo de 1838, en el Elders’ Journal de la Iglesia, José publicó preguntas que le hacían con frecuencia, incluidas algunas provocadoras como: “¿Bautizan los mormones en el nombre de José Smith?” En julio publicó las respuestas, algunas con un toque sarcástico, como: “No, pero si lo hicieran, sería tan válido como el bautismo administrado por los sacerdotes sectarios.”

Quizá la pregunta y respuesta más importante fue la siguiente:

Pregunta: Si la doctrina mormona es verdadera, ¿qué ha sido de todos los que han muerto desde los días de los apóstoles?
Respuesta: Todos aquellos que no hayan tenido la oportunidad de escuchar el evangelio y ser ministrados por un hombre inspirado en la carne, deberán tener esa oportunidad más adelante, antes de poder ser juzgados finalmente.

Dos años después, en un día de verano de 1840 en Nauvoo, en el funeral de Seymour Brunson, José Smith habló más sobre este tema. Leyó gran parte de 1 Corintios 15, donde Pablo se refiere a la práctica cristiana primitiva de ser bautizados por los muertos en anticipación de la resurrección, “y comentó que el Evangelio de Jesucristo traía alegres nuevas de gran gozo.” Al notar entre la congregación a Jane Neyman, cuyo hijo adolescente, Cyrus, había muerto sin bautismo, José le dio la buena noticia “de que ahora las personas podían actuar en favor de sus amigos que habían partido de esta vida, y que el plan de salvación estaba diseñado para salvar a todos los que estuvieran dispuestos a obedecer los requerimientos de la ley de Dios.” Fue “un discurso muy hermoso.”

José volvió a enseñar sobre el bautismo por los muertos en la conferencia de octubre de 1840, mientras los santos practicaban con entusiasmo esta sagrada ordenanza en el río Misisipi, en lugar de un bautisterio en el templo. Un testigo escribió que “durante la conferencia, hubo ocasiones en que de ocho a diez élderes estaban al mismo tiempo en el río bautizando.” Pero en su comprensible celo les faltaba conocimiento. Nadie registraba las ordenanzas. Un año después José enseñó nuevamente la doctrina en conferencia y anunció, tal como la sección 124 había declarado entretanto, que el Señor ya no aceptaría bautismos por los muertos realizados fuera del templo (DyC 124:29–35). Así, los santos se empeñaron en terminar el templo y, poco más de un año después, en noviembre de 1841, realizaron los primeros bautismos por los muertos en el inconcluso pero ya erguido Templo de Nauvoo.

En medio de enseñar las ordenanzas del templo a los santos, José fue acusado de ser el autor intelectual de un intento de asesinato contra el exgobernador de Misuri, Lilburn Boggs. No había evidencia de la acusación, y José la consideró otro intento de sus enemigos por llevarlo a Misuri y lincharlo. En lugar de someterse, se ocultó. Finalmente fue arrestado en agosto de 1842, pero luego puesto en libertad, y los cargos se desestimaron unos meses después.

Mientras tanto, al ir de casa en casa en Nauvoo y sus alrededores, protegido por amigos, José reflexionaba sobre las doctrinas recién restauradas del templo. Algo faltaba. Buscó revelación durante su ocultamiento y aprendió más sobre la naturaleza de las ordenanzas. Esperó la primera oportunidad segura para enseñar a los santos. En agosto instruyó a la Sociedad de Socorro que “todas las personas bautizadas por los muertos deben tener un registrador presente, para que sea testigo ocular y pueda dar testimonio de ello. Será necesario en el gran Concilio que estas cosas sean atestiguadas.” Al día siguiente José dictó una carta a los santos —la sección 127— en la que compartió parte de lo que había aprendido recientemente.

José estaba nostálgico y melancólico mientras se escondía de los oficiales de extradición empeñados en llevarlo a un estado donde no existía debido proceso legal para los santos de los últimos días. En la sección 127 repasa su agitada vida, alternando entre la frustración por sus enemigos, la hostilidad que lo oprimía, las evidencias de la liberación de Dios y la esperanza en un triunfo final. Entretejidas en su carta hay dos revelaciones: la primera en el versículo 4 y la segunda en los versículos 6–9, antes de que José cierre con un lamento por no poder enseñar a los santos en persona y una oración por su salvación.

En la primera revelación el Señor insta a los santos a terminar el templo a pesar de la persecución. En la segunda, vincula el registro de las ordenanzas con su validez en el sellamiento. Es decir, los bautismos por los muertos no son válidos en los cielos a menos que sean debidamente registrados por un testigo ocular en la tierra. Es imperativo que los santos aprendan las condiciones bajo las cuales las ordenanzas realizadas en la tierra son validadas en los cielos, pues, como declara el Señor en los versículos 8–9, Él está a punto de restaurar más en cuanto a las ordenanzas del sacerdocio del templo, y los registros de todas esas ordenanzas deben estar en orden y preservados en el templo. — por Steven C. Harper

Contexto adicional por Casey Paul Griffiths

El 6 de mayo de 1842 se llevó a cabo un intento de asesinato contra Lilburn W. Boggs, el exgobernador de Misuri. Mientras Boggs se encontraba en su estudio, un atacante desconocido disparó contra él a través de una ventana cercana, alcanzándolo en la cabeza y el cuello con perdigones grandes. Al principio no se esperaba que sobreviviera, aunque finalmente se recuperó. Inmediatamente después del intento de asesinato, comenzaron a circular acusaciones de que José Smith había organizado que alguien matara a Boggs en represalia por la orden de exterminio emitida contra los santos en 1838. En la controversia que siguió, los santos en Nauvoo empezaron a temer que José pudiera ser extraditado a Misuri, donde su vida correría un grave peligro. Durante este tiempo, José se vio obligado a ocultarse para evitar ser arrestado o secuestrado. Doctrina y Convenios 127 y 128 consisten en cartas sobre los bautismos por los muertos que José Smith escribió a la Iglesia durante este período de ocultamiento.

José escribió la carta que más tarde se convirtió en Doctrina y Convenios 127 para animar a los santos y dar instrucciones adicionales sobre la práctica de los bautismos por los muertos. La doctrina de los bautismos vicarios por los difuntos se enseñó por primera vez en agosto de 1840. Poco después, los santos de los últimos días comenzaron a realizar estos bautismos en el río Misisipi. Sin embargo, una revelación dada a José Smith instruyó a los santos a efectuar los bautismos vicarios por los muertos únicamente en la pila bautismal dentro del templo (DyC 124:29–36), entonces en construcción. Los santos estaban tan ansiosos por continuar con estas ordenanzas que dedicaron el sótano del templo inconcluso el 8 de noviembre de 1841, y después de esa dedicación realizaron los bautismos por los muertos casi exclusivamente en la pila del templo.

Debido a que José Smith estaba oculto cuando se escribió la carta sobre los bautismos vicarios, sabemos poco acerca de las circunstancias inmediatas que llevaron a su creación. William Clayton, secretario del Profeta, registró en el diario de José Smith que “cuando esta carta fue leída ante los hermanos[,] alegró sus corazones y evidentemente tuvo el efecto de estimularlos e inspirarlos con valor y fidelidad.” La carta que se convirtió en Doctrina y Convenios 127 se publicó en la edición del Times and Seasons del 15 de septiembre de 1842, y dos años después fue añadida a la edición de 1844 de Doctrina y Convenios bajo la dirección de José Smith.

Véase “Historical Introduction,” Letter to “All the Saints in Nauvoo,” 1 de septiembre de 1842 [DyC 127].


Doctrina y Convenios 127:1
“Las más negras de las falsedades”


El profeta José Smith conoció la amarga realidad de ser calumniado por causa de la verdad. Las mentiras más oscuras fueron tejidas en su contra por hombres que temían perder su poder o su prestigio ante la luz del Evangelio restaurado. Satanás inspiró a muchos a levantar falsos testimonios, con la esperanza de desacreditar al mensajero y apagar la voz de la revelación. Pero como ocurre siempre con los siervos verdaderos de Dios, las mentiras de los hombres no pudieron destruir la obra divina.

José soportó cada acusación con valor y fe, confiando en que el juicio justo vendría del Señor. Sus enemigos podían manchar su nombre, pero no podían tocar su integridad ni detener el cumplimiento del plan divino.
En un mundo donde la verdad sigue siendo atacada y la rectitud malinterpretada, el ejemplo del Profeta nos enseña a mantenernos firmes aun cuando se nos juzgue injustamente. El discípulo de Cristo no debe temer la difamación ni la incomprensión; su defensa no está en los tribunales humanos, sino en la aprobación del cielo. La pureza del corazón y la constancia en el bien son, al final, la mejor respuesta ante “las más negras de las falsedades.”


Doctrina y Convenios 127:1
“He dejado mis asuntos en manos de agentes y empleados”


El profeta José Smith, aun en medio de la persecución y el peligro, mostró una profunda confianza en los hombres fieles que lo rodeaban. Mientras se ocultaba para preservar su vida, no dejó de velar por los asuntos temporales y espirituales de la Iglesia. Al encomendar sus responsabilidades a agentes y empleados dignos, demostró que la obra del Señor no depende de un solo hombre, sino de la cooperación y la lealtad de muchos corazones consagrados.

Esta confianza mutua entre el Profeta y sus colaboradores fue una manifestación del principio de mayordomía: cada uno, en su esfera, actuaba con integridad para sostener la causa de Dios.
El ejemplo de José nos enseña que en el servicio al Señor debemos aprender tanto a liderar como a delegar. Ninguna obra sagrada se realiza en soledad. El Señor espera que aprendamos a confiar en otros, a compartir las cargas y a edificar Su reino juntos. La fidelidad en lo pequeño —como la de aquellos hombres que cuidaron los asuntos del Profeta— es la base sobre la cual el Señor edifica Su obra eterna.


Versículo 1
Circunstancias de persecución y prueba


José Smith escribe desde la adversidad, explicando que debe ocultarse de sus enemigos, pero sigue guiando a los santos con firmeza y fe.

Este versículo refleja el contexto en el que José Smith escribió esta epístola: oculto de sus enemigos, bajo constante amenaza de arresto y violencia. Sin embargo, aun en esas circunstancias adversas, él continúa guiando a la Iglesia con valor y fe. Doctrinalmente, podemos aprender varias lecciones:

Los profetas, desde la antigüedad, han enfrentado persecución al cumplir su misión. Así como Moisés, Jeremías o Pablo fueron perseguidos, también José Smith padeció por causa del Evangelio. Esto cumple la palabra del Señor de que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12).
A pesar de que José debía esconderse, continuó escribiendo y enseñando a los santos. Doctrinalmente, esto muestra que la obra de Dios no depende de la comodidad de las circunstancias, sino de la fidelidad de Sus siervos. El poder del Evangelio siempre avanza, incluso en medio de la oposición (véase D. y C. 3:1).
José no se queja ni se desanima, sino que enfrenta la persecución con firmeza. Esto enseña el principio de soportar las pruebas con fe en Cristo, confiando en que las dificultades pueden convertirse en instrumentos para fortalecer el carácter y el testimonio.
Al seguir guiando a los santos desde la clandestinidad, José Smith muestra que el liderazgo espiritual no se basa en la posición visible, sino en la capacidad de sostener a otros aun en tiempos de prueba. Esto ilustra el principio de que el poder en el sacerdocio se ejerce mediante rectitud y fidelidad, incluso en circunstancias de debilidad humana (véase D. y C. 121:41–42).

El versículo 1 de la sección 127 nos enseña que la obra de Dios no queda limitada por la persecución ni por las pruebas. Más bien, estos momentos revelan la fe y el compromiso de los siervos del Señor. José Smith, aun oculto de sus enemigos, continuó como profeta y guía, recordándonos que el discipulado verdadero es perseverar en la fe, aun en la adversidad.


Doctrina y Convenios 127:2
“La preordenación de José Smith y sus futuras pruebas”


Antes de nacer, José Smith fue escogido y apartado en los concilios eternos para ser el profeta de la Restauración. En aquel gran plan divino se sabía que la misión que se le confiaría sería gloriosa, pero también llena de oposición. Todo profeta que ha traído nueva luz al mundo ha tenido que enfrentar las tinieblas que se levantan contra ella, y José no fue la excepción. Su preordenación no lo libró de las pruebas; al contrario, implicaba que éstas serían el crisol mediante el cual se templaría su alma.

Satanás conocía el papel crucial de José en el plan de salvación y por eso desató contra él una furia incesante. Sin embargo, el Señor también conocía la fortaleza de Su siervo y lo preparó para soportarlo todo con fe.
Así como José fue preparado desde antes de este mundo para cumplir una misión específica, también cada uno de nosotros tiene un propósito divino que a menudo implica pruebas y desafíos. Las dificultades no son señal de abandono, sino evidencia de confianza celestial. Si permanecemos fieles, nuestras pruebas se convertirán en los medios por los cuales el Señor nos perfecciona para cumplir lo que fuimos llamados a hacer desde la eternidad.


Versículo 2
La obra de Dios sigue adelante pese a la oposición


El profeta testifica que ninguna aflicción podrá detener el progreso de la Iglesia ni la obra del Señor.

En este versículo, José Smith declara que, aunque él y los santos enfrenten persecuciones y pruebas, la obra del Señor no será detenida. Esta enseñanza es profunda y resalta principios eternos:
La obra de la Restauración no depende de circunstancias terrenales ni de la voluntad de los hombres. Aunque se intente frenar el progreso de la Iglesia por medio de la violencia, la difamación o la persecución, la mano del Señor asegura su cumplimiento (véase D. y C. 3:1: “la obra del Señor, y sus designios, y sus propósitos, no pueden ser frustrados”).
José Smith declara con convicción que la Iglesia prosperará a pesar de los intentos de detenerla. Doctrinalmente, esto enseña que la fe no solo mira el presente, sino que confía plenamente en la victoria final de la verdad. El creyente debe aprender a perseverar aun cuando los resultados inmediatos parezcan inciertos.
Este testimonio se enlaza con la visión de Daniel sobre la piedra cortada del monte que rodará hasta llenar toda la tierra (Daniel 2:44–45). José Smith confirma que esta obra está en marcha y que nada podrá detener su expansión.
En lugar de ser un obstáculo, la persecución frecuentemente acelera la obra. La fe de los santos se fortalece en la prueba, y el Evangelio se difunde con mayor poder. La historia de la Iglesia muestra que los momentos de mayor oposición han sido preludio de grandes avances espirituales y organizativos.

Este versículo nos recuerda que la obra del Señor es indestructible. Aunque los santos enfrenten oposición, el Reino de Dios continuará avanzando hasta su plenitud. Para los creyentes, esto ofrece una promesa de seguridad y confianza: si permanecemos fieles, seremos parte de una causa eterna que nunca podrá ser derrotada.


Doctrina y Convenios 127:2

Y en cuanto a los peligros que debo atravesar, me parecen poca cosa, pues la envidia y la ira de los hombres han sido mi porción común todos los días de mi vida.

José Smith dedicó su vida, desde los catorce años hasta su martirio a los treinta y ocho, soportando persecución y aflicción. Tuvo muchos amigos fieles y constantes compañeros, pero también conoció profunda angustia y traición. La obstinación de sus enemigos era un misterio para él, aunque comprendía que todo había sido preordenado para él desde antes de la fundación del mundo.

En paz consigo mismo, se conformó con dejar que Dios juzgara su vida y permitió que otros hicieran lo mismo. “Juzgad por vosotros mismos. Dios conoce todas estas cosas, sean buenas o malas. Sin embargo, el agua profunda es en la que estoy acostumbrado a nadar. Todo se ha vuelto una segunda naturaleza para mí; y siento, como Pablo, que debo gloriarme en la tribulación” (DyC 127:2).

José sabía que triunfaría sobre todos sus enemigos y que, al final, el Evangelio continuaría rodando sin impedimento hasta llenar toda la tierra en preparación para la segunda venida de Jesucristo.

El profeta José Smith escribió estas palabras en medio de una tormenta de odio, persecución y falsas acusaciones. Sin embargo, su tono no es de amargura ni de desesperanza, sino de una calma espiritual conquistada a través del sufrimiento y la fe. Al decir que “la envidia y la ira de los hombres han sido mi porción común todos los días de mi vida”, José no se lamenta; más bien, reconoce que el discipulado verdadero implica pasar por las aguas profundas del rechazo y la oposición.

Desde su juventud, cuando oró en el Bosque Sagrado, el profeta fue objeto de burla, calumnia y violencia. Sin embargo, esas pruebas forjaron en él una serenidad que sólo poseen los que confían plenamente en Dios. “El agua profunda es en la que estoy acostumbrado a nadar”, escribió. No era una frase de resignación, sino de dominio espiritual: había aprendido a respirar fe donde otros se ahogarían en el miedo.

José comprendía que su misión y su sufrimiento estaban entrelazados con el gran propósito eterno del Señor. Así como Pablo se gloriaba en las tribulaciones, José encontraba en la adversidad una confirmación de su llamamiento profético. Cada calumnia, cada encarcelamiento, cada traición, fortalecía su certeza de que la obra de Dios no podía ser detenida por los hombres.

El profeta miraba más allá del dolor inmediato hacia el cumplimiento de las promesas divinas. Sabía que el Evangelio —la causa por la cual estaba dispuesto a morir— triunfaría inevitablemente. Esa convicción lo sostuvo hasta su martirio en Carthage. Así, su vida enseña que la fidelidad al convenio con Dios requiere valor frente a la incomprensión, serenidad frente a la injusticia y esperanza frente a la muerte.

Como José, cada discípulo del Salvador debe aprender a nadar en “aguas profundas”. No son los mares tranquilos los que nos acercan a Cristo, sino las tormentas donde aprendemos a depender completamente de Él. Y al igual que el profeta, podemos llegar a decir con paz y confianza: “Todo se ha vuelto una segunda naturaleza para mí” —porque el alma que ha caminado con Dios en medio del dolor, ya no teme el fuego de la prueba, sino que ve en él el resplandor de la gloria venidera.


Versículo 3
Propósito eterno de la obra


Se recalca que los sacrificios de los santos son para el beneficio eterno de los vivos y de los muertos.

En este versículo, el profeta José Smith enseña que los sacrificios de los santos no son en vano, pues se relacionan con una obra eterna que beneficia tanto a los vivos como a los muertos. Este principio doctrinal es central en la Restauración y abre una perspectiva más amplia del plan de salvación:
El Señor no exige sacrificios sin propósito. Toda aflicción, persecución o renuncia hecha por causa del Evangelio tiene un alcance eterno. Los santos de Nauvoo, al sufrir pérdidas materiales y pruebas físicas, estaban participando en la construcción de una obra que trasciende la mortalidad.
El Evangelio de Jesucristo no solo bendice a los vivos, sino también a los muertos. Los sacrificios hechos en la obra del templo y en las ordenanzas vicarias permiten que los difuntos reciban las bendiciones de la salvación. De este modo, el esfuerzo de los santos coopera con la misión redentora de Cristo, extendida a todas las generaciones (véase D. y C. 128:18).
El plan de Dios entrelaza a las generaciones: lo que se hace en la tierra tiene un eco en el mundo de los espíritus. Los sacrificios de los santos de hoy abren puertas para que los antepasados reciban ordenanzas y, a la vez, preparan bendiciones para sus descendientes. Esto cumple la profecía de Malaquías sobre “volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres” (Malaquías 4:6).
Los sacrificios, además de bendecir a otros, refinan al propio discípulo. Al entregar lo temporal, se desarrolla fe, paciencia y confianza en el Señor. Así, la obra eterna transforma no solo a quienes reciben las ordenanzas, sino también a quienes las llevan a cabo.

El versículo 3 nos enseña que cada sacrificio hecho por el Evangelio tiene un propósito eterno: redimir a los vivos, bendecir a los muertos y preparar a los fieles para la gloria futura. En el plan divino nada se pierde; aun las pruebas y renuncias adquieren significado cuando se entienden como parte de la gran obra de salvación.


Doctrina y Convenios 127:4
“El mandato de terminar el Templo de Nauvoo”


El Señor mandó a los santos a edificar el Templo de Nauvoo precisamente cuando la persecución era más intensa. Humanamente, parecía un mandato imposible: levantar una casa al Señor mientras eran acosados, despojados y amenazados. Sin embargo, Dios sabía que el templo sería su fuente de fortaleza espiritual. El llamado no era sólo a construir con piedra y madera, sino a edificar la fe y el compromiso del pueblo con los convenios eternos.

Mientras el odio del mundo crecía, el Señor ofrecía un refugio en Su casa. Los santos trabajaron con lágrimas, levantando muros sagrados entre el ruido de la oposición. Muchos no vivirían para ver el templo terminado, pero el cielo registró su sacrificio.
El mandato de edificar el templo en tiempos de aflicción nos enseña que la adversidad nunca debe detener la obra del Señor. En los momentos de mayor prueba, lo que más necesitamos es el poder que emana de los convenios. Cuando perseveramos en edificar—ya sea un templo, una familia o una vida de fe—aun en medio del dolor, el Señor nos da la fuerza para concluir Su obra y hallar paz en Su presencia.


Versículo 4
La obra para los muertos y la redención universal


Se instruye a los santos a continuar con la obra vicaria en favor de los difuntos, enseñando que esta labor es fundamental para el plan de salvación.

En este versículo, José Smith instruye a los santos a proseguir con la obra vicaria en favor de los muertos, dejando claro que esta labor es parte esencial del plan de salvación. Aquí se nos revelan principios doctrinales clave:
El Señor muestra que la redención no se limita a los que viven en la mortalidad. Por medio de las ordenanzas vicarias, Su gracia llega también a quienes murieron sin recibir el Evangelio en vida. Esto cumple lo enseñado por Pedro, de que el Evangelio fue predicado a los espíritus en prisión (1 Pedro 3:18–20; 4:6).
El mandamiento de seguir con esta obra apunta directamente a la construcción de templos y al cumplimiento de ordenanzas sagradas en ellos. Doctrinalmente, se reafirma que el templo es el centro de la redención, pues en él se llevan a cabo las ordenanzas que salvan a los vivos y liberan a los muertos.
Este versículo refleja la doctrina de que Dios desea que “todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4). El plan de salvación no es exclusivo, sino inclusivo: todos, en todas las generaciones, deben tener la oportunidad de aceptar o rechazar la redención de Cristo.
El Señor confía a los santos la responsabilidad de cooperar en la salvación de los muertos. Esta doctrina enseña que nuestra fe no se limita al bienestar personal, sino que debe extenderse en amor y servicio a nuestros antepasados, sellando generaciones en una gran familia eterna.

El versículo 4 de la sección 127 subraya que la obra vicaria por los muertos es inseparable del plan de salvación. Dios nos recuerda que la redención es universal, que Su misericordia se extiende más allá del velo, y que los santos tienen la responsabilidad sagrada de participar en esta obra. En ella se cumple la visión de una familia eterna unida en Cristo.


Versículos 1–4
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)


La epístola que se convirtió en Doctrina y Convenios 127 fue escrita durante un tiempo particularmente difícil para José Smith. Estaba involucrado en la construcción del templo de Nauvoo, en la salida y regreso de misioneros, y en la implementación de las ordenanzas más elevadas del templo. En el momento en que estos proyectos requerían de la atención cercana del Profeta, se vio obligado a ocultarse debido a la controversia que rodeaba el intento de asesinato contra Lilburn Boggs.

Aunque estaba en la clandestinidad, José se mantenía confiado en su llamamiento y en el triunfo eventual de la obra. Reflexionando sobre las razones de sus pruebas, José escribió: “la envidia y la ira de los hombres han sido mi suerte común todos los días de mi vida; y la causa de ello parece misteriosa, a menos que yo haya sido ordenado desde antes de la fundación del mundo para algún buen fin, o malo, como ustedes prefieran llamarlo” (DyC 127:2). La enseñanza de José sobre la influencia de nuestra vida premortal en nuestra experiencia terrenal fue iluminada por su trabajo en el Libro de Abraham en esa época. Al estudiar la historia de Abraham, José descubrió que Dios le dio al antiguo patriarca conocimiento de su misión premortal. El Señor mostró a Abraham “las inteligencias que fueron organizadas antes que existiera el mundo” y le hizo saber que “entre todos estos había muchos de los nobles y grandes; y Dios vio que eran buenos, y se puso de pie en medio de ellos, y dijo: A estos los haré mis gobernantes; porque él estaba entre los que eran espíritus, y vio que eran buenos.” El Señor entonces le dijo a Abraham: “Tú eres uno de ellos; tú fuiste escogido antes de nacer” (véase Abraham 3:22–23).

En un discurso pronunciado aproximadamente un año y medio después de que se escribiera Doctrina y Convenios 127, José Smith amplió este concepto, pasando de aplicarlo solo a él mismo y a los antiguos profetas para incluir a todos aquellos llamados a ministrar. Enseñó: “Todo hombre que tiene un llamamiento en el mundo, fue ordenado para ese mismo propósito en el gran Concilio del Cielo. Supongo que yo fui ordenado para este oficio mismo en ese gran Concilio. Es el testimonio que quiero: que soy siervo de Dios, y este pueblo, su pueblo. En los últimos días, el Dios del cielo levantará un Reino, y en el tiempo mismo que fue calculado.”


Versículo 5
La necesidad de registros sagrados


El Señor manda que se lleve un registro exacto y cuidadoso de las ordenanzas realizadas para los muertos.

En este versículo, el Señor revela la importancia de llevar un registro exacto y cuidadoso de las ordenanzas efectuadas en favor de los muertos. No es un detalle administrativo sin importancia, sino un principio doctrinal profundo con implicaciones eternas:
Dios es un Dios de orden (1 Corintios 14:33, 40). La instrucción de mantener registros precisos enseña que las ordenanzas no pueden hacerse de manera descuidada o informal. Lo que se realiza en la tierra debe reflejar el orden celestial, porque solo así se valida en los cielos.
Los libros y actas llevados en la Iglesia no son simples documentos, sino que constituyen un testimonio de la fe y obediencia de los santos. Doctrinalmente, se relaciona con los “libros” que serán abiertos en el juicio final (Apocalipsis 20:12), mostrando que lo que se registra en la tierra tiene un reflejo en los cielos.
Las ordenanzas por los muertos requieren precisión en los nombres, fechas y circunstancias. Este principio enseña que Dios se interesa por cada individuo en lo particular; nadie quedará olvidado ni perdido si Sus santos cumplen con esmero en el registro.
La revelación muestra que la obra del sacerdocio no solo consiste en actos espirituales, sino también en deberes administrativos que garantizan la validez de las ordenanzas. El Señor santifica incluso el acto de registrar, porque asegura que lo espiritual se conserve en lo temporal.

El versículo 5 enfatiza que llevar registros sagrados no es un trámite secundario, sino una parte esencial de la obra de salvación. Estos registros son la evidencia de que los convenios y ordenanzas se han cumplido en la tierra y, por lo tanto, pueden ser reconocidos en los cielos. Para el Señor, la exactitud y el cuidado en los detalles administrativos son una expresión de fe y reverencia hacia Su plan eterno.


Versículo 6
Escritura y testimonio oficial


Se resalta la importancia de que estos registros estén respaldados por testigos y sean considerados como escritura oficial, aceptada por el Señor.

En este versículo, el Señor instruye que los registros de las ordenanzas para los muertos no solo deben ser exactos, sino también estar respaldados por testigos, para que tengan validez como escritura oficial ante Él. Esta enseñanza contiene principios doctrinales profundos:
Desde tiempos antiguos, la ley de Dios estableció que “por boca de dos o de tres testigos se decidirá todo asunto” (Deuteronomio 19:15). El Señor aplica este principio también a las ordenanzas y a su registro, mostrando que Su obra se establece en justicia y en verdad, sin dar lugar a dudas o confusiones.
El Señor equipara estos registros con “escritura oficial”, es decir, documentos que Él mismo reconoce como válidos y vinculantes. Doctrinalmente, esto muestra que lo que se registra con testigos autorizados en la Iglesia se convierte en parte del testimonio eterno que será reconocido en los cielos.
Al requerir testigos, el Señor asegura que no haya fraude ni error en la obra vicaria. Esta práctica enseña que el Evangelio no se sostiene en la arbitrariedad de un solo individuo, sino en la transparencia y la confirmación compartida, lo que fortalece la confianza de los santos y mantiene la pureza de la obra.
El registro oficial en la tierra, cuando es fiel y respaldado, tiene su equivalente celestial. Así como los convenios hechos en el bautismo son anotados en los registros de la Iglesia y reconocidos por Dios, también las ordenanzas vicarias, cuando son debidamente testificadas, quedan selladas en el cielo (véase D. y C. 128:6–8).

El versículo 6 enseña que el Señor valida en los cielos los registros fieles y respaldados en la tierra. El principio de testigos múltiples y de escritura oficial asegura que la obra redentora se realice con veracidad, solemnidad y orden. Para Dios, la documentación de Sus ordenanzas no es un asunto secundario, sino una expresión de la misma justicia con la que gobierna el universo.


Doctrina y Convenios 127:6–7
“El deber de llevar un registro de la obra por los muertos: el principio de una doctrina trascendental”


En estos versículos, el Señor introduce un principio divino que trasciende el tiempo y la mortalidad: la necesidad de registrar de manera sagrada la obra realizada en favor de los muertos. No era una simple instrucción administrativa, sino una ley celestial de orden y testimonio. Todo lo que se hace en la casa del Señor debe ser escrito en la tierra y sellado en los cielos, para que tenga validez eterna.

El mandamiento de llevar registros precisos refleja el carácter mismo de Dios: ordenado, justo y perfecto. Cada nombre escrito representa un alma redimida, una historia recuperada, una familia restaurada. Por medio de estos registros, la tierra y el cielo se unen en una cadena inquebrantable de amor y redención.
En nuestra época, participar en la obra del templo y de historia familiar es responder al mismo llamado que el Señor dio en Nauvoo. Cada vez que ingresamos un nombre, completamos una ordenanza o preservamos un registro, participamos de una doctrina trascendental: la salvación de los muertos y la unión eterna de las familias. No hay obra más sagrada ni privilegio más ennoblecedor que ser escribas del cielo, cooperando con Dios en Su gran obra de redención.


Doctrina y Convenios 127:7
“Para que todo lo que liguéis en la tierra, sea ligado en los cielos”


Con estas palabras, el Señor reveló uno de los principios más sublimes del Evangelio restaurado: el poder de sellar. Por medio de las llaves del sacerdocio que José Smith recibió, las ordenanzas efectuadas en la tierra adquirieron validez eterna ante los cielos. En los templos del Señor, los convenios dejan de ser temporales y se convierten en vínculos indestructibles que unen a las familias más allá del velo.

Esta autoridad divina —restaurada en su plenitud por medio del Profeta— garantiza que las ordenanzas de salvación y exaltación realizadas con la debida autoridad sean reconocidas por Dios mismo. Lo que un siervo fiel sella en la tierra, queda sellado en los registros eternos de los cielos.
Cuando participamos en las ordenanzas del templo, no solo asistimos a un rito simbólico: estamos presenciando un acto eterno en el que el cielo y la tierra se unen. Cada sellamiento, cada bautismo vicario, cada convenio, es una declaración del poder de Dios actuando entre los hombres. Comprender este principio debería inspirarnos a honrar nuestros convenios, a acudir con frecuencia al templo y a recordar que lo que allí se sella, si permanecemos fieles, jamás será desatado.


Versículo 7
La obra de registro reflejada en el cielo


El registro terrenal de las ordenanzas tendrá su correspondencia en los cielos, vinculando lo temporal con lo eterno.

En este versículo, el Señor enseña que lo que se registra en la tierra será reflejado en el cielo. Con ello establece un principio trascendental: la conexión directa entre lo temporal y lo eterno.
Este versículo reafirma la doctrina de las llaves del sacerdocio, por medio de las cuales lo que se hace debidamente en la tierra tiene validez en los cielos (véase Mateo 16:19). El registro fiel de las ordenanzas no es un mero archivo, sino un acto que asegura la continuidad eterna de lo realizado.
El acto de registrar ordenanzas conecta a las generaciones y asegura que las bendiciones de salvación alcancen a vivos y muertos. Doctrinalmente, esto cumple el propósito de Elías, anunciado en Malaquías 4:5–6, de sellar a padres e hijos en una cadena eterna.
Es significativo que un aspecto aparentemente administrativo, como llevar libros y actas, adquiera un carácter sagrado. El Señor nos enseña que hasta lo más sencillo de la obra, si se hace con rectitud, se convierte en parte del orden celestial. Lo temporal se transforma en vehículo de lo eterno.
Este principio asegura que no hay obra olvidada ni sacrificio perdido. Cada nombre registrado, cada ordenanza cumplida y cada acto documentado en la Iglesia será reconocido ante Dios, si está hecho bajo la autoridad y con el espíritu correcto.

El versículo 7 nos recuerda que en la Iglesia de Cristo todo lo que se hace en la tierra, bajo autoridad divina y con fidelidad, tiene eco en la eternidad. Los registros terrenales no son solo documentos humanos, sino instrumentos que vinculan la obra de salvación con el cielo mismo. Así, lo temporal y lo eterno se entrelazan en un mismo propósito: la redención universal en Cristo.


Doctrina y Convenios 127:8
“La restauración de las llaves y ordenanzas eternas”


En 1842, el Señor estaba a punto de culminar la Restauración con la entrega de las llaves y conocimientos más elevados del Evangelio: el poder de sellar, las ordenanzas del templo y la doctrina del matrimonio eterno. Era el cumplimiento de lo que los profetas antiguos habían visto: la unión de las familias eternas y la redención de los muertos. Bajo la dirección de José Smith, el cielo revelaba los misterios más sublimes, preparando a los santos para recibir el poder que los haría un pueblo de reyes y sacerdotes ante Dios.

Nauvoo se convirtió así en el escenario de una revelación gloriosa: los templos serían las puertas del cielo, y el sacerdocio, la llave que abriría esas puertas. El Señor estaba restaurando no solo Su Iglesia, sino el patrón celestial de la familia eterna.
Comprender lo que se reveló en 1842 nos ayuda a valorar lo que poseemos hoy. El templo no es un símbolo de pasado remoto, sino la evidencia de que el poder celestial está de nuevo entre los hombres. Participar de esas ordenanzas, guardar los convenios y fortalecer los lazos eternos de la familia es continuar la misma obra que comenzó con José Smith: la preparación de los hijos e hijas de Dios para la vida eterna en Su presencia.


Versículo 8
Exactitud y validez de las ordenanzas


Las ordenanzas solo serán válidas si se registran debidamente, mostrando la importancia del orden y la obediencia en la Iglesia.

En este versículo, el Señor recalca que las ordenanzas sagradas solo serán válidas si son registradas debidamente. Con esto establece que la validez eterna de los convenios no depende solo de su realización, sino también de la obediencia en cuanto al orden divino.
No basta con realizar la ordenanza; debe quedar un registro fiel y exacto. Esto nos enseña que, para Dios, la forma y el orden son tan importantes como el fondo. Así como en la Santa Cena se deben usar las palabras precisas de la oración, en la obra vicaria se debe cumplir con el registro exacto para que tenga validez celestial.
El Señor enseña que Sus mandamientos se cumplen en cada detalle. La obediencia parcial no es suficiente. La exactitud en el registro es una manifestación de reverencia y respeto hacia lo sagrado. Esto se relaciona con la doctrina de Mosíah 2:41, donde se enseña que la obediencia plena conduce a la felicidad y bendición.
Así como las Escrituras son el registro oficial de la palabra revelada, los libros de la Iglesia son el registro oficial de las ordenanzas. Al quedar anotadas, estas ordenanzas se elevan del plano temporal al eterno, siendo reconocidas por el cielo (véase D. y C. 128:7–9).
La exigencia de registros exactos nos recuerda que Dios no obra en el desorden. Cada aspecto de Su Iglesia refleja Su carácter: ordenado, preciso y confiable. Cuando la Iglesia cumple estas instrucciones, se convierte en un reflejo de Su reino celestial.

El versículo 8 enseña que la exactitud en la obra de Dios no es un asunto menor, sino un requisito indispensable para la validez de las ordenanzas. El Señor santifica incluso los actos de registrar, porque en ellos se refleja la obediencia y el orden divino. Esta instrucción nos recuerda que la verdadera fidelidad se mide en la disposición de obedecer en todo, incluso en los detalles más pequeños.


Doctrina y Convenios 127:9
“El orden divino en los registros sagrados”


El Señor es un Dios de orden, y en Su obra nada se hace al azar. Cuando mandó que se guardaran los registros “en orden”, estableció un principio eterno: todo lo que se realiza en Su nombre debe ser documentado con exactitud y reverencia. Los registros del templo no son simples archivos administrativos; son testigos sagrados ante los cielos de que las ordenanzas fueron efectuadas correctamente y con la debida autoridad.

En la actualidad, los sistemas modernos que conservan los nombres y las fechas de las ordenanzas son una extensión de ese mandato divino. Detrás de cada registro hay una historia, una vida, un alma redimida. Mantenerlos con cuidado es una forma de honrar la precisión y la santidad del plan de salvación.
El principio del orden en los registros puede aplicarse también a la vida personal. Así como el Señor pide orden en Su casa, espera que pongamos orden en nuestra mente, nuestro hogar y nuestro corazón. La fidelidad en lo pequeño —en registrar, recordar y cumplir con exactitud— refleja nuestro respeto por las cosas sagradas. Cuando actuamos con ese espíritu de orden, participamos del mismo propósito eterno de Dios: que nada se pierda, sino que todo sea preservado en Su reino.


Versículo 9
Testimonio de la verdad de la obra


El profeta da un solemne testimonio de que esta obra —en favor de los vivos y de los muertos— es verdadera y de origen divino.

En este versículo, el profeta José Smith da un testimonio solemne de que la obra que los santos están llevando a cabo —tanto en favor de los vivos como de los muertos— es verdadera y proviene de Dios. Con esto, sella con su voz profética la importancia de la obra vicaria y del plan redentor en su totalidad.
José Smith no habla como simple hombre, sino como testigo escogido y autorizado. Su declaración de que esta obra es verdadera y de origen divino asegura a los santos que no están participando en un esfuerzo humano, sino en la obra misma de Dios. Esto fortalece la fe en momentos de persecución y oposición.
El profeta testifica que esta obra es fundamental en el plan de salvación: no se trata de un mandamiento secundario, sino del corazón de la Restauración. A través de ella, tanto vivos como muertos tienen acceso a las ordenanzas salvadoras. Doctrinalmente, esto cumple con la revelación de que Cristo “es la resurrección y la vida” (Juan 11:25), ofreciendo redención a todos los hijos de Dios.
La reiteración solemne de José Smith funciona como un sello: confirma la doctrina de que los sacrificios, registros y ordenanzas mencionados antes no son simples mandamientos prácticos, sino parte de una verdad eterna. El testimonio del profeta convierte la instrucción en revelación vinculante y de fe obligatoria para los santos.
El profeta une en un mismo testimonio a los dos ámbitos: la salvación de los vivos y de los muertos. Esto enseña que en la perspectiva divina no hay separación en Su obra redentora; todo converge en Cristo, que vence tanto la muerte física como la espiritual, extendiendo Su gracia a todas las generaciones.

El versículo 9 concluye la sección 127 con una poderosa confirmación profética: la obra de salvación y exaltación —para vivos y muertos— es verdadera, eterna y dirigida por el Señor mismo. Este testimonio nos invita a ver nuestro esfuerzo en la obra del templo y la genealogía no como una tarea más de la Iglesia, sino como parte de la obra redentora de Jesucristo que abraza a toda la familia humana.


Versículos 5–12
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)


Los santos acogieron con entusiasmo la doctrina de los bautismos por los muertos cuando fue introducida el 10 de agosto de 1840. Unas semanas después de presentar la ordenanza, José Smith escribió a los Doce Apóstoles en Inglaterra para explicar la nueva práctica:

“Los santos tienen el privilegio de ser bautizados por aquellos de sus parientes que están muertos, de quienes sienten que habrían aceptado el evangelio si hubiesen tenido el privilegio de escucharlo, y que lo han recibido en el espíritu por medio de quienes hayan sido comisionados para predicarles mientras estaban en la prisión. Sin extenderme sobre el tema, indudablemente verán su coherencia y razonabilidad, y [ella] presenta el evangelio de Cristo probablemente en una escala más amplia de lo que algunos lo han recibido.”

No sabemos con precisión cuándo se llevaron a cabo los primeros bautismos vicarios en Nauvoo, pero el primer bautismo por los muertos documentado se realizó el 12 de septiembre de 1840. Jane Neyman pidió a Harvey Olmstead que la bautizara en favor de su hijo fallecido, Cyrus Livingston Neyman. Vienna Jacques sirvió como testigo de la ordenanza montando su caballo en el agua para poder ver y oír lo que ocurría. Poco después de que se realizara el bautismo, José Smith dio su aprobación a la ordenanza.

Como ocurre con toda práctica nueva, los santos pronto se enfrentaron a preguntas que requirieron ajustes en la manera de efectuar los bautismos por los muertos. En una revelación recibida en enero de 1841, el Señor instruyó que los bautismos por los muertos debían realizarse dentro del templo (DyC 124:30–39). Sin embargo, mientras el templo estaba en construcción, se permitió a los santos efectuar los bautismos en el cercano río Misisipi. Estos primeros bautismos se llevaban a cabo de manera improvisada y poco sistemática. Wilford Woodruff más tarde recordó haber ido al río junto con José Smith y otros miembros de la Iglesia para realizar bautismos por los muertos. Bautizaron a centenares de personas, pero no se asignó a nadie para registrar los nombres de los difuntos por quienes se hacía la obra. El presidente Woodruff recordó posteriormente:

“El Señor le dijo a José que debía tener registradores presentes en estos bautismos —hombres que pudieran ver con sus ojos y oír con sus oídos, y registrar estas cosas. Por supuesto, tuvimos que repetir la obra. Sin embargo, eso no significa que la obra no fuese de Dios.”

En un discurso a la Sociedad de Socorro de Nauvoo, registrado el 21 de agosto de 1842, “el Pres[idente] S[mith] dijo que tenía una observación que hacer respecto al bautismo por los muertos —suficiente por el momento, hasta que tuviera oportunidad de tratar el tema con mayor amplitud— y es la siguiente: todas las personas bautizadas por los muertos deben tener un Registrador presente, para que sea un testigo ocular y pueda dar testimonio de ello. Será necesario en el gran Concilio que estas cosas sean atestiguadas. Que se atienda esto desde este momento; pero si hay alguna falta, podría ser en perjuicio de nuestros amigos —ellos quizás no salgan [en la resurrección].”

Desde este pequeño inicio en Nauvoo, los miembros de la Iglesia han trabajado para crear un registro de todas las ordenanzas vicarias realizadas en esta dispensación. En la sección 127, José también registró las palabras del Señor: “Estoy a punto de restaurar muchas cosas a la tierra, relacionadas con el sacerdocio, dice el Señor de los Ejércitos” (DyC 127:8). Los bautismos por los difuntos representaban solo el comienzo de la gran obra de la redención de los muertos.


Comentario final

La sección 127 es una epístola escrita por José Smith en Nauvoo mientras se ocultaba de sus perseguidores. Aunque se encuentra en circunstancias de adversidad, su mensaje transmite confianza en que la obra de Dios sigue adelante y no será detenida.

En los primeros versículos (1–3), el profeta comparte su realidad de persecución, pero también testifica que ninguna oposición podrá frustrar el progreso de la Iglesia. Su mensaje enseña que los sacrificios de los santos, aunque pesados en lo temporal, tienen un propósito eterno: bendecir tanto a los vivos como a los muertos.

En la parte central (4–8), José revela principios fundamentales de la obra vicaria por los muertos. Declara que esta obra es inseparable del plan de salvación y que su validez depende del orden divino. El Señor manda que se lleven registros exactos, respaldados por testigos, y enseña que lo que se documenta en la tierra se reflejará en los cielos. Con esto, lo temporal y lo eterno quedan unidos, mostrando que aun las tareas administrativas tienen un carácter sagrado cuando se realizan en Su nombre.

Finalmente, el profeta concluye (v. 9) con un testimonio solemne de que toda esta obra —la redención de vivos y muertos— es verdadera y de origen divino. Su declaración da seguridad a los santos y a todas las generaciones posteriores de que el servicio en favor de los difuntos es parte central de la Restauración del Evangelio.

Doctrina y Convenios 127 enseña que:

  • La obra de Dios no puede ser detenida por la oposición.
  • Los sacrificios de los santos tienen un propósito eterno.
  • La obra vicaria por los muertos es esencial para el plan de salvación.
  • Los registros terrenales, hechos con orden y exactitud, son reconocidos en los cielos.
  • El testimonio profético confirma la veracidad y divinidad de esta labor.

En conjunto, esta sección es un llamado a perseverar en la fe, aun en medio de la adversidad, y a participar diligentemente en la obra sagrada del templo y de la redención universal de los hijos de Dios.

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