Doctrina y Convenios
Sección 18
Contexto histórico
La Sección 18 de Doctrina y Convenios tiene un contexto histórico significativo que se remonta a los comienzos de la restauración de la Iglesia de Jesucristo. Esta revelación fue dada en junio de 1829 a José Smith, Oliver Cowdery y David Whitmer en Fayette, Nueva York. El propósito principal de esta sección fue proporcionar instrucción divina sobre la organización de la Iglesia y el llamamiento de los Doce Apóstoles en los últimos días.
En 1829, José Smith y sus asociados estaban en las etapas iniciales de traducir y recibir revelaciones sobre la obra de Dios en los últimos días. Esta revelación se dio antes de la organización oficial de la Iglesia el 6 de abril de 1830.
La Sección 18 sirvió como guía para la estructura de la Iglesia restaurada, específicamente sobre cómo organizarla sobre el “fundamento de mi evangelio y mi roca” (versículo 4).
Oliver Cowdery y David Whitmer, junto con Martin Harris, habían sido designados como los Tres Testigos del Libro de Mormón. Esta revelación reafirma la importancia de su rol en la obra del Señor.
La revelación instruyó a Oliver y a David a buscar a los hombres que serían llamados como los Doce Apóstoles. Este llamamiento es una de las primeras menciones directas de los Doce en la dispensación moderna.
La revelación enfatiza el gran valor de las almas y el sacrificio expiatorio de Jesucristo (versículos 10–16). Este mensaje era central para los primeros esfuerzos misioneros y establecía la importancia de predicar el arrepentimiento.
Aunque los Doce Apóstoles no fueron llamados formalmente hasta febrero de 1835, esta revelación establece las calificaciones necesarias para ser un apóstol, como el deseo de tomar sobre sí el nombre de Cristo con íntegro propósito de corazón (versículo 27).
La misión de los Doce se describe como una labor global: predicar el evangelio a toda criatura y bautizar en el nombre de Cristo.
La revelación declara que “el mundo está madurando en la iniquidad” (versículo 6), indicando la urgencia de proclamar el evangelio para contrarrestar la creciente maldad y guiar a las almas hacia la salvación.
La revelación subraya que las instrucciones dadas no son de origen humano, sino de Jesucristo mismo, quien confirma su divinidad como “vuestro Señor, Dios y Redentor” (versículo 47).
La autoridad de José Smith como profeta y Oliver Cowdery y David Whitmer como líderes iniciales se refuerza al establecer que su trabajo es dirigido por el Espíritu Santo.
Esta sección no solo marca un momento crucial en la preparación para la organización de la Iglesia, sino que también refleja el esfuerzo concertado de José Smith y sus colaboradores para establecer una Iglesia basada en la revelación y en los principios del evangelio de Jesucristo. Al proporcionar una base doctrinal sólida y designar tareas específicas para los futuros líderes, la Sección 18 juega un papel esencial en el establecimiento del movimiento restauracionista.
― Doctrina y Convenios 18:4-5. “Porque en ellas se hallan escritas todas las cosas concernientes al fundamento de mi iglesia, mi evangelio y mi roca.
De modo que si edificas mi iglesia sobre el fundamento de mi evangelio y mi roca, las puertas del infierno no prevalecerán en contra de ti.” Estos versículos subrayan la importancia de basar la Iglesia en los principios del evangelio de Jesucristo, asegurando que será firme y prevalecerá frente a la oposición.
Este pasaje es una poderosa declaración sobre la centralidad de Jesucristo y Su evangelio como la base inmutable de Su Iglesia. También es una invitación a los líderes y miembros a alinear sus esfuerzos y vidas con los principios eternos y la revelación continua. La promesa de que “las puertas del infierno no prevalecerán” refuerza la seguridad de que la Iglesia y sus miembros fieles tienen el respaldo divino en medio de las pruebas y la oposición.
“Porque en ellas se hallan escritas todas las cosas concernientes al fundamento de mi iglesia, mi evangelio y mi roca.” Este pasaje enfatiza que las Escrituras contienen los principios fundamentales necesarios para establecer la Iglesia de Cristo. Estas incluyen la doctrina, los principios del evangelio y las instrucciones sobre cómo edificar el reino de Dios.
“Mi roca” simboliza a Jesucristo como el fundamento inamovible sobre el cual se construye la Iglesia (véase 3 Nefi 11:39–40). La palabra “fundamento” implica estabilidad y dirección segura para evitar desviaciones doctrinales.
Élder Jeffrey R. Holland enseñó: “Los profetas antiguos y modernos testifican que Jesucristo es la roca sobre la cual debemos edificar. Las Escrituras no solo son testimonio de Él, sino también la hoja de ruta para seguirle fielmente.” (Conference Report, abril de 1997).
“De modo que si edificas mi iglesia sobre el fundamento de mi evangelio y mi roca…” Edificar sobre el evangelio implica aceptar y vivir sus principios: fe, arrepentimiento, bautismo, el don del Espíritu Santo y la perseverancia hasta el fin.
La frase resalta la importancia de basar la organización de la Iglesia en las enseñanzas de Jesucristo y no en tradiciones humanas (véase Mateo 16:18).
Élder D. Todd Christofferson explicó: “Edificar sobre el fundamento de Cristo requiere fe en su Expiación y obediencia a sus mandamientos. Cuando lo hacemos, nuestra fe no será vencida por las pruebas del mundo.” (Liahona, mayo de 2012).
“…las puertas del infierno no prevalecerán en contra de ti.” La expresión “las puertas del infierno” simboliza las fuerzas del mal, el pecado y la oposición de Satanás.
Promete que cuando la Iglesia y sus miembros permanecen firmes en Cristo, están protegidos espiritualmente contra estas fuerzas. Este principio refleja la seguridad que proviene de la autoridad divina de la Iglesia restaurada (véase D. y C. 10:69).
Presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “El poder del adversario nunca será mayor que el poder del Señor, siempre y cuando nos mantengamos en el evangelio. Esta es la promesa de Dios a su Iglesia y a su pueblo.” (Ensign, noviembre de 1999).
Este pasaje nos invita a preguntarnos sobre el fundamento de nuestra fe y nuestras acciones diarias. ¿Estamos edificando nuestras vidas sobre la roca de Jesucristo? Al hacerlo, adquirimos fortaleza para enfrentar la oposición y las pruebas con la certeza de que el poder del Señor prevalecerá. La frase también inspira a confiar en las Escrituras como la fuente principal de instrucción divina, reconociendo que contienen todo lo necesario para nuestra salvación y progreso espiritual.
Tal como el Salvador prometió, quienes construyan sobre su evangelio serán inmunes a la derrota espiritual, una verdad que puede fortalecer nuestra fe y darnos paz incluso en medio de los desafíos más difíciles.
― Doctrina y Convenios 18:10. “Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios.” Este versículo encapsula la perspectiva divina sobre la importancia de cada individuo, recordando que cada alma es preciosa para el Señor.
Este pasaje nos recuerda la perspectiva celestial sobre el valor de las almas. Contrasta con las visiones temporales del mundo, que a menudo miden el valor por logros materiales o posiciones sociales. A la vista de Dios, cada alma tiene un valor inmutable e infinito, como lo demuestra el sacrificio de su Hijo Unigénito. Este conocimiento debería influir en la manera en que tratamos a los demás, con amor, respeto y un deseo genuino de ayudarles a alcanzar su potencial divino.
El versículo también subraya la importancia de la obra misional y del servicio a los demás. Traer almas al Señor no solo beneficia a quienes reciben el evangelio, sino que también aumenta nuestro gozo eterno, como se explica en los versículos siguientes (D. y C. 18:15–16).
“Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios.” Esta frase enseña una verdad central del evangelio: cada individuo es infinitamente valioso para Dios. Este valor no depende de logros, posición social o habilidades, sino de nuestra identidad como hijos e hijas de Dios, creados a su imagen (Génesis 1:27).
El “gran valor” se confirma en el sacrificio expiatorio de Jesucristo, quien dio su vida por toda la humanidad (Juan 3:16). La salvación de las almas es el objetivo supremo de la obra divina (Moisés 1:39).
Este versículo también implica una responsabilidad: reconocer ese valor en otros y participar en la obra del Señor para traer almas a Él (D. y C. 18:15–16).
Presidente Thomas S. Monson dijo: “La obra de salvar almas es la obra más importante de todas, porque en cada persona vemos el reflejo del rostro de Dios y el potencial divino que cada uno tiene.” (Liahona, mayo de 2013).
Este versículo invita a una introspección profunda: ¿Valoramos nuestras propias almas y las de los demás como Dios lo hace? Reconocer el gran valor que Dios atribuye a cada persona debería cambiar la forma en que nos relacionamos con los demás, llevándonos a servir con más amor y compasión. Además, este principio nos da esperanza y confianza personal, recordándonos que somos importantes para nuestro Padre Celestial, independientemente de nuestras circunstancias terrenales.
El mensaje central de este pasaje es que cada alma es digna de ser redimida y que nuestra labor en esta vida debe alinearse con ese propósito eterno. El valor que Dios da a las almas nos invita a ser instrumentos en sus manos para bendecir, guiar y elevar a quienes nos rodean, asegurándonos de que nuestra vida esté alineada con Su propósito divino.
― Doctrina y Convenios 18: 11–12. “Porque he aquí, el Señor vuestro Redentor padeció la muerte en la carne; por tanto, sufrió el dolor de todos los hombres, a fin de que todo hombre pudiese arrepentirse y venir a él.
Y ha resucitado de entre los muertos, para traer a todos los hombres a él, mediante las condiciones del arrepentimiento.” Estos versículos destacan la expiación y resurrección de Jesucristo como el núcleo del plan de salvación.
Este pasaje encapsula el núcleo del plan de salvación: el sacrificio expiatorio y la resurrección de Jesucristo. La frase destaca dos aspectos fundamentales de la obra del Salvador: la redención del pecado mediante su sufrimiento y la victoria sobre la muerte mediante su resurrección. Ambos actos son inseparables y necesarios para que toda la humanidad tenga la oportunidad de regresar a la presencia de Dios.
El énfasis en las “condiciones del arrepentimiento” subraya que, aunque el don de la resurrección es universal, la salvación y exaltación requieren nuestra fe, obediencia y compromiso con los principios del evangelio. Este pasaje también refuerza el amor infinito de Jesucristo, quien sufrió no solo por los pecados de todos, sino también por cada dolor y angustia individual.
“Porque he aquí, el Señor vuestro Redentor padeció la muerte en la carne;” Jesucristo, como el Hijo Unigénito de Dios, voluntariamente padeció la muerte física en la cruz para cumplir con el plan de salvación. Este acto supremo de amor fue necesario para vencer la muerte física, una consecuencia de la caída de Adán y Eva (2 Nefi 9:6).
Su sacrificio fue único, ya que, como ser divino, tenía el poder de entregar su vida y tomarla nuevamente (Juan 10:17–18).
Élder Jeffrey R. Holland enseñó: “La expiación del Salvador no fue solo para redimirnos del pecado, sino también para consolar nuestras almas afligidas. Al sufrir la muerte, Jesucristo abrió la puerta para la resurrección de todos.” (Liahona, abril de 1997).
“Por tanto, sufrió el dolor de todos los hombres, a fin de que todo hombre pudiese arrepentirse y venir a él.” Jesucristo no solo padeció la muerte física, sino que también experimentó el sufrimiento espiritual de todos los pecados, dolores y aflicciones de la humanidad (Alma 7:11–12).
Su sacrificio expiatorio ofrece a toda persona la oportunidad de arrepentirse y ser reconciliada con Dios. Esto subraya que la Expiación es tanto universal como individual.
Presidente Russell M. Nelson declaró: “La Expiación es el evento central de toda la historia humana. Es por medio de ella que podemos arrepentirnos y encontrar la paz que trasciende las heridas del pecado.” (Liahona, mayo de 2017).
“Y ha resucitado de entre los muertos, para traer a todos los hombres a él, mediante las condiciones del arrepentimiento.” La resurrección de Jesucristo asegura la resurrección de toda la humanidad, venciendo la muerte física para siempre (1 Corintios 15:22). Sin embargo, la reconciliación con Dios requiere cumplir con las “condiciones del arrepentimiento,” que incluyen fe en Jesucristo, abandonar el pecado y perseverar hasta el fin (D. y C. 58:43; 3 Nefi 27:19–20).
Presidente Dallin H. Oaks enseñó: “La resurrección garantiza que todos los hombres vivirán de nuevo, pero la exaltación requiere que vivamos en obediencia a las leyes de Dios. Solo por el arrepentimiento y la gracia del Salvador podemos cumplir con esas condiciones.” (Liahona, noviembre de 2000).
Este versículo nos invita a reflexionar profundamente sobre la magnitud del sacrificio de Jesucristo y su impacto en nuestra vida diaria. Su sufrimiento y resurrección no solo nos liberan del pecado y la muerte, sino que también nos ofrecen esperanza, consuelo y dirección en nuestras pruebas personales. Al considerar el precio pagado por nuestra redención, deberíamos sentir un deseo renovado de arrepentirnos sinceramente, vivir con rectitud y ayudar a otros a encontrar la misma paz y gozo.
El mensaje central es que la gracia de Cristo está siempre disponible para quienes se esfuerzan por cumplir con las condiciones que Él estableció. Esto nos motiva a acercarnos a Él con humildad y fe, recordando que su amor y sacrificio son pruebas inmutables de nuestro valor y del propósito eterno de nuestra existencia.
― Doctrina y Convenios 18:15. “Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!”. Este versículo motiva a los discípulos a trabajar en la obra del Señor, enfatizando el gozo eterno que proviene de ayudar a otros a venir a Cristo.
Este versículo encapsula la esencia de la obra misional y el propósito del evangelio: traer almas a Cristo. Resalta la dedicación requerida para proclamar el arrepentimiento, el valor infinito de cada individuo y la promesa de gozo eterno al participar en esta obra. Nos recuerda que nuestra labor en el evangelio, aunque aparentemente pequeña, tiene consecuencias eternas y gloriosas.
El pasaje también inspira a los discípulos de Cristo a ser constantes y pacientes en sus esfuerzos. No siempre veremos los frutos inmediatos de nuestro trabajo, pero el Señor garantiza que cada esfuerzo hecho con amor y fe tiene valor eterno.
“Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo…” Este pasaje subraya la importancia de la obra misional, la cual consiste en proclamar el arrepentimiento y el evangelio de Jesucristo. Trabajar “todos vuestros días” implica dedicación completa y perseverancia en esta labor. El arrepentimiento es un principio fundamental del evangelio, que permite a las personas regresar a la presencia de Dios (Moisés 5:8). Predicar este mensaje es una manifestación de amor por las almas.
Presidente Spencer W. Kimball declaró: “La obra misional es la labor más importante porque cambia vidas y abre las puertas a la salvación eterna. Cada esfuerzo cuenta en este propósito divino.” (Liahona, enero de 1982).
“…y me traéis aun cuando fuere una sola alma…”. Este fragmento destaca el valor infinito de cada alma para el Señor (D. y C. 18:10). Incluso una sola conversión tiene un impacto eterno, porque cada persona tiene un propósito divino y es preciada a los ojos de Dios. El pasaje también nos enseña que el éxito en la obra del Señor no se mide por números, sino por la fidelidad al llamado y el impacto espiritual, incluso si solo una persona responde al mensaje.
Élder Dieter F. Uchtdorf enseñó: “No subestimen el impacto de una sola alma. Al ayudar a una persona a acercarse más a Cristo, están contribuyendo a la obra eterna del Señor.” (Liahona, noviembre de 2008).
“¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!”. El gozo prometido por el Señor está ligado al servicio desinteresado en su obra. Este gozo no es temporal ni terrenal, sino eterno, alcanzando su plenitud en la presencia de Dios. Este principio está conectado con el concepto de “tesoros en el cielo” (Mateo 6:20) y refuerza que el verdadero gozo proviene de ayudar a otros a encontrar la salvación.
Presidente Gordon B. Hinckley dijo: “El gozo que sentimos al ver a otros abrazar el evangelio es uno de los sentimientos más profundos y duraderos que podemos experimentar en esta vida.” (Liahona, octubre de 1999).
Este versículo nos invita a reflexionar sobre el propósito y la trascendencia de nuestras acciones en la obra del Señor. Nos enseña que cada alma es valiosa y que incluso el esfuerzo de salvar a una sola persona trae un gozo inmenso. Al considerar este principio, deberíamos preguntarnos: ¿Estamos dedicando nuestro tiempo y talentos a bendecir y guiar a otros hacia Cristo?
La promesa de gozo eterno debería motivarnos a servir con más amor y diligencia, sabiendo que nuestras acciones tienen un impacto eterno, tanto para los demás como para nosotros mismos. Este gozo, reservado para quienes participan en la obra divina, es un reflejo del amor puro de Cristo y un recordatorio de nuestra responsabilidad de compartir Su evangelio con el mundo.
― Doctrina y Convenios 18:23. “He aquí, Jesucristo es el nombre dado por el Padre, y no hay otro nombre dado, mediante el cual el hombre pueda ser salvo.” Este versículo reafirma que Jesucristo es el centro del plan de redención y el único medio por el cual los hombres pueden alcanzar la salvación.
Este versículo encapsula la doctrina central del cristianismo: que Jesucristo es el único Salvador de la humanidad. Su exclusividad como el único nombre dado por el Padre significa que no hay alternativa para obtener la salvación y exaltación. Este principio subraya la importancia de reconocer a Cristo no solo como nuestro Redentor personal, sino también como el centro del plan de salvación.
El pasaje también nos desafía a honrar su nombre viviendo de acuerdo con sus enseñanzas. Al tomar sobre nosotros su nombre mediante los convenios, nos comprometemos a actuar como sus discípulos, reflejando su luz y amor en nuestras vidas.
“He aquí, Jesucristo es el nombre dado por el Padre…” Jesucristo fue elegido y designado por el Padre como el Salvador y Redentor del mundo desde antes de la fundación de la tierra (Moisés 4:2; Abraham 3:27). Su nombre es el único que lleva autoridad divina y poder redentor. El nombre “Jesucristo” simboliza su misión divina: Jesús significa “Jehová es salvación,” y Cristo significa “el Ungido.” Esto enfatiza que Él es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5).
Élder Jeffrey R. Holland declaró: “El nombre de Jesucristo no solo representa su divinidad, sino que encierra el poder de su misión: traer a toda alma arrepentida de regreso al Padre.” (Liahona, mayo de 2017).
“…y no hay otro nombre dado…” Este pasaje excluye cualquier otra fuente de salvación, subrayando la singularidad de Jesucristo como el Salvador. En Hechos 4:12, Pedro afirma que “en ningún otro hay salvación.” Ninguna obra, sistema humano, filosofía ni persona puede ofrecer el tipo de redención y exaltación que solo Cristo garantiza.
Presidente Russell M. Nelson enseñó: “El Salvador Jesucristo es el único camino para la salvación y la exaltación. Todo lo demás es secundario frente a su misión redentora.” (Liahona, mayo de 2018).
“…mediante el cual el hombre pueda ser salvo.” La salvación ofrecida a través de Cristo incluye la liberación del pecado y la posibilidad de vida eterna. Su sacrificio expiatorio es el medio por el cual todos los hombres pueden ser reconciliados con Dios, pero requiere fe, arrepentimiento y obediencia (Juan 14:6; 3 Nefi 27:19–20). Esta frase establece la exclusividad y universalidad de la expiación de Cristo: es suficiente para todos, pero solo efectiva para quienes cumplan con las condiciones del evangelio.
Élder Dieter F. Uchtdorf explicó: “La salvación es posible únicamente a través de Jesucristo, pero se ofrece a todos. Su sacrificio cubre tanto nuestras imperfecciones como nuestras pruebas diarias.” (Liahona, abril de 2016).
Este versículo invita a una introspección sobre nuestra relación con Jesucristo. Reconocerlo como el único medio de salvación debería llevarnos a profundizar nuestra fe en Él y nuestra obediencia a sus mandamientos. También nos insta a compartir su mensaje con aquellos que aún no lo conocen, recordando que su sacrificio fue hecho por todos.
Finalmente, esta verdad nos llena de gratitud y esperanza, sabiendo que, a pesar de nuestras debilidades, podemos encontrar redención y propósito a través de Aquel cuyo nombre es sobre todo nombre. Jesucristo no solo es nuestro Salvador, sino también nuestra fuente de fortaleza y guía en la jornada hacia la vida eterna.
― Doctrina y Convenios 18:27. “Sí, doce; y los Doce serán mis discípulos, y tomarán sobre sí mi nombre; y los Doce serán aquellos que desearen tomar sobre sí mi nombre con íntegro propósito de corazón.” Este versículo establece el principio del llamamiento de los Doce Apóstoles y las cualidades necesarias para quienes acepten ese rol.
Este pasaje define las cualidades espirituales necesarias para el llamamiento de los Doce Apóstoles y establece su rol central en la Iglesia. Más allá de un título, ser un apóstol significa una responsabilidad sagrada de representar a Jesucristo con pureza de corazón y compromiso total. Su tarea es liderar, enseñar y testificar en un mundo que necesita desesperadamente el mensaje del Salvador.
El enfoque en el “deseo” y el “íntegro propósito de corazón” nos enseña que el Señor busca la disposición espiritual más que la perfección. Es un recordatorio de que el Señor llama a personas comunes que están dispuestas a consagrar su vida a Él.
“Sí, doce; y los Doce serán mis discípulos…” Aquí se establece la institución del Quórum de los Doce Apóstoles como una ordenanza fundamental en la organización de la Iglesia. Estos hombres son escogidos para actuar como testigos especiales de Jesucristo y de su resurrección (D. y C. 107:23). Como discípulos, tienen la responsabilidad de representar a Cristo, proclamar su evangelio y fortalecer la Iglesia en todo el mundo.
Presidente M. Russell Ballard explicó: “Los Doce Apóstoles son testigos especiales de Cristo, y su misión es llevar su nombre y mensaje al mundo entero.” (Liahona, mayo de 2015).
“…y tomarán sobre sí mi nombre…” Tomar sobre sí el nombre de Cristo implica actuar en su nombre y ser representantes fieles de su evangelio. Esto requiere obediencia a los convenios, fidelidad y una vida que refleje sus enseñanzas. Los apóstoles toman sobre sí el nombre de Cristo no solo en palabra, sino también en acción, al guiar la Iglesia y actuar como sus embajadores (Mateo 28:19–20).
Élder D. Todd Christofferson enseñó: “Tomar sobre nosotros el nombre de Cristo no es solo una expresión; es un compromiso de representarle, de vivir como Él viviría y de servir en su nombre.” (Liahona, mayo de 2017).
“…y los Doce serán aquellos que desearen tomar sobre sí mi nombre con íntegro propósito de corazón.” El deseo sincero de servir al Señor es un requisito para ser llamado como apóstol. “Íntegro propósito de corazón” denota una entrega total al servicio de Cristo y su obra, sin reservas ni motivaciones personales. Este requisito resalta que el llamamiento al apostolado no es político ni humano, sino divino, basado en la disposición espiritual y la pureza de corazón del individuo (1 Samuel 16:7).
Presidente Gordon B. Hinckley afirmó: “Los apóstoles no buscan poder, sino que responden al llamado de Dios con humildad y el deseo puro de hacer su voluntad.” (Liahona, noviembre de 1995).
― Doctrina y Convenios 18:31. “Y ahora, os hablo a vosotros, los Doce: He aquí, mi gracia os es suficiente; tenéis que andar con rectitud delante de mí, y no pecar.”Este versículo recuerda que la gracia del Señor fortalece a quienes son llamados a servir y les ayuda a vivir rectamente.
Este versículo establece principios esenciales para los apóstoles, pero también tiene aplicaciones universales. La gracia de Cristo es suficiente para todos los que se esfuerzan por seguirlo, independientemente de los desafíos que enfrenten. Al mismo tiempo, el mandato de vivir con rectitud y evitar el pecado resalta la importancia de un esfuerzo constante para ser mejores discípulos.
El mensaje subyacente es la combinación del apoyo divino y la responsabilidad personal. El Señor promete su ayuda a quienes son llamados, pero también requiere que estos trabajen diligentemente para cumplir su propósito divino.
Y ahora, os hablo a vosotros, los Doce:” Este pasaje establece que el mensaje está dirigido específicamente al Quórum de los Doce Apóstoles, quienes tienen la responsabilidad de ser testigos especiales de Cristo en todo el mundo (D. y C. 107:23). Como líderes principales en la Iglesia, están sujetos a un estándar espiritual elevado. La relación personal entre el Señor y los Doce destaca que su llamado es divino, no humano. El Señor se dirige directamente a ellos para fortalecer su propósito y guía.
El presidente Boyd K. Packer enseñó: “El llamamiento de los Doce no solo es sagrado, sino que requiere una comunión constante con el Salvador mismo, quien guía a través de Su Espíritu.” (Liahona, mayo de 1995).
“He aquí, mi gracia os es suficiente;” La gracia del Señor es el poder divino que permite a los hombres cumplir con sus responsabilidades espirituales y superar las debilidades humanas (Éter 12:27). Esta frase asegura a los apóstoles que, aunque sus tareas sean difíciles, la gracia de Cristo será suficiente para sostenerlos. La suficiencia de la gracia implica que no necesitan depender únicamente de su propia fortaleza, sino que deben confiar en el Salvador como la fuente de su capacidad y guía.
El élder Dieter F. Uchtdorf declaró: “La gracia del Salvador no solo nos limpia de los pecados, sino que también nos capacita para hacer cosas que nunca podríamos lograr por nosotros mismos.” (Liahona, mayo de 2015).
“Tenéis que andar con rectitud delante de mí, y no pecar.” Este mandato enfatiza la responsabilidad de los apóstoles de vivir vidas ejemplares, alineadas con los estándares de Dios. “Andar con rectitud” implica obedecer los mandamientos y actuar con integridad en todo momento. El mandato de “no pecar” no implica perfección inmediata, sino un esfuerzo constante por evitar el pecado y arrepentirse rápidamente cuando se cometan errores. Como líderes, su ejemplo afecta a toda la Iglesia.
El presidente Thomas S. Monson dijo: “Los líderes de la Iglesia deben ser faros de rectitud para todos. Su fidelidad es una señal del compromiso con el Señor que se espera de todos los que le siguen.” (Liahona, noviembre de 2008).
Este pasaje nos invita a reflexionar sobre nuestra confianza en la gracia del Salvador y nuestra dedicación a vivir rectamente. Nos recuerda que, aunque enfrentemos desafíos y debilidades, el poder de Cristo nos fortalece y nos capacita para cumplir con nuestros deberes espirituales.
Además, nos motiva a esforzarnos continuamente por andar con rectitud, sabiendo que nuestras acciones tienen un impacto en quienes nos rodean. Este versículo es un recordatorio de que el Señor no solo llama, sino que también capacita, a quienes sirven en su nombre. Al confiar en Su gracia y esforzarnos por vivir con rectitud, podemos progresar espiritualmente y ayudar a otros a hacer lo mismo.
Organización por temas
1. El Fundamento de la Iglesia y la Importancia de las Escrituras
Versículos: 1–5
El Señor revela que la Iglesia debe edificarse sobre el fundamento de Su evangelio y Su roca, tal como está escrito en las Escrituras. A Oliver Cowdery se le recuerda que lo que ha escrito es verdadero y que debe confiar en ello. También se le manda a edificar sobre la base establecida por el Señor, con la promesa de que si se mantiene firme, las puertas del infierno no prevalecerán contra él.
El Señor enfatiza que Su Iglesia debe basarse en la verdad revelada y en Su evangelio eterno. La afirmación de que “las puertas del infierno no prevalecerán” es una poderosa promesa de protección y continuidad. Esto nos recuerda la importancia de edificar nuestra fe sobre el fundamento sólido de las Escrituras y la doctrina de Cristo.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El Evangelio restaurado de Jesucristo es la única manera de asegurar un fundamento firme y una vida significativa, ahora y en la eternidad.” (Conferencia General, octubre de 2018, “Los cimientos de una vida significativa”)
2. El Mundo en Pecado y la Necesidad del Arrepentimiento
Versículos: 6–8
El Señor declara que el mundo está madurando en la iniquidad y que es necesario instar tanto a los gentiles como a la casa de Israel a arrepentirse. También menciona el llamamiento especial de José Smith y la importancia de su misión.
Dios llama a la humanidad al arrepentimiento porque el pecado está cada vez más extendido. José Smith fue llamado para comenzar esta obra, y al igual que él, todos los discípulos de Cristo tienen la responsabilidad de proclamar el arrepentimiento.
El élder D. Todd Christofferson enseñó: “El arrepentimiento es el mensaje central del Evangelio de Jesucristo. Solo a través de él podemos cambiar y acercarnos más a nuestro Padre Celestial.” (Conferencia General, abril de 2011, “El don del arrepentimiento”)
3. El Gran Valor de las Almas para Dios
Versículos: 9–16
Dios declara que el valor de las almas es grande y que el Redentor sufrió por todos los hombres para que pudieran arrepentirse y venir a Él. Se promete gozo eterno a quienes ayuden a traer almas a Cristo.
Este pasaje destaca el amor infinito de Dios por cada persona y la centralidad de la obra misional. Ayudar a otros a venir a Cristo trae gozo tanto en esta vida como en la eternidad.
El élder Jeffrey R. Holland expresó: “El alma de cada persona es infinitamente preciosa para nuestro Padre Celestial, y nuestra mayor misión es ayudar a traer a Sus hijos de regreso a Él.” (Conferencia General, octubre de 2012, “La labor misional: La obra de amor”)
4. Tomar sobre Nosotros el Nombre de Cristo
Versículos: 17–25
El Señor manda a los hombres a tomar Su nombre sobre ellos y a declarar la verdad con solemnidad. También enfatiza que solo a través de Jesucristo se puede obtener la salvación.
Este principio recalca que el discipulado implica más que solo creer en Cristo; requiere un compromiso real con Su nombre y Su obra.
El presidente Dallin H. Oaks enseñó: “Tomar sobre nosotros el nombre de Cristo significa comprometernos a vivir como Él vivió y a seguir Sus enseñanzas.” (Conferencia General, abril de 2016, “Nuestro llamamiento más importante”)
5. El Llamamiento de los Doce Apóstoles
Versículos: 26–36
Dios llama a doce discípulos para predicar Su evangelio y bautizar en Su nombre. Se les da el encargo de ordenar presbíteros y maestros y de actuar bajo el poder del Espíritu Santo.
Este pasaje establece la organización de la Iglesia y la autoridad del sacerdocio.
El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “Los Doce Apóstoles tienen la sagrada responsabilidad de llevar el Evangelio a todas las naciones. Su autoridad viene directamente de Jesucristo.” (Conferencia General, abril de 1995, “El testimonio de los Apóstoles”)
6. Buscar a los Doce y Enseñarles su Misión
Versículos: 37–39
Oliver Cowdery y David Whitmer reciben la asignación de buscar a los Doce Apóstoles y enseñarles la doctrina revelada.
Esto demuestra que el liderazgo en la Iglesia se basa en la revelación divina y que los llamamientos vienen de Dios.
El élder Neil L. Andersen enseñó: “El llamamiento de los líderes en la Iglesia es inspirado por Dios, y aquellos que son llamados reciben poder y autoridad directamente del Señor.” (Conferencia General, abril de 2015, “Fe es confiar en Dios”)
7. La Doctrina del Arrepentimiento y el Bautismo
Versículos: 40–47
El Señor enfatiza que todos los hombres deben arrepentirse y bautizarse, incluidos los niños cuando llegan a la edad de responsabilidad. Se declara que la obediencia a los mandamientos es clave para la salvación.
Este pasaje confirma la centralidad del arrepentimiento y el bautismo en el plan de salvación.
El presidente Boyd K. Packer enseñó: “El bautismo es la puerta de entrada al Reino de Dios y un paso esencial en nuestro camino hacia la exaltación.” (Conferencia General, abril de 1994, “Los convenios y la exaltación”)
Conclusión General
La Sección 18 es una revelación fundamental que establece principios esenciales para la organización de la Iglesia, el llamado de los Doce Apóstoles y la obra misional. Se destacan varias verdades clave:
- La Iglesia debe edificarse sobre el evangelio y la doctrina revelada.
- El arrepentimiento es necesario debido al estado de iniquidad del mundo.
- Cada alma es de gran valor para Dios, y ayudar a salvarlas trae gozo eterno.
- Tomar sobre nosotros el nombre de Cristo es esencial para la salvación.
- El llamamiento de los Doce Apóstoles es divinamente inspirado.
- El arrepentimiento y el bautismo son requisitos fundamentales para la salvación.
Esta revelación nos recuerda que el discipulado requiere fe, obediencia y un deseo sincero de traer almas a Cristo. La invitación a proclamar el evangelio sigue vigente para todos los miembros de la
























