Doctrina y Convenios
Sección 4
Contexto Histórico
En febrero de 1829, José Smith, el Profeta, residía en Harmony, Pensilvania, dedicado a la obra de la traducción del Libro de Mormón. Durante este tiempo, su padre, Joseph Smith, padre, quien siempre había apoyado a su hijo en su misión divina, visitó a José y expresó un profundo deseo de participar más activamente en la obra de Dios.
Conmovido por la sinceridad y el deseo de su padre de servir al Señor, José buscó guía divina en oración. En respuesta, el Señor dio esta breve pero poderosa revelación. Este mensaje no solo fue un llamado a su padre para embarcarse en la obra del ministerio, sino que también delineó los atributos y actitudes necesarias para aquellos que deseen servir al Señor.
La revelación comienza con la declaración de que “una obra maravillosa está a punto de aparecer entre los hijos de los hombres,” refiriéndose a la restauración del evangelio de Jesucristo y a la gran obra de recoger a Israel. También enfatiza la importancia de servir al Señor con todo el corazón, alma, mente y fuerza, asegurando que quienes lo hagan serán considerados sin culpa ante Dios en el último día.
El Señor enseñó que cualquier persona con un deseo sincero de servir a Dios está llamada a Su obra, describiendo el campo como “blanco… para la siega,” una metáfora que simboliza la urgencia de llevar el evangelio al mundo. Además, el Señor especificó los atributos espirituales necesarios para los que participan en esta labor: fe, esperanza, caridad y amor, junto con cualidades como paciencia, templanza, diligencia y humildad.
Este mensaje no solo inspiró a Joseph Smith, padre, sino que ha sido una fuente de motivación y guía para los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días a lo largo de los años. Representa un recordatorio constante de que cualquiera que tenga el deseo de servir a Dios puede participar en Su obra, siempre y cuando lo haga con las cualidades que el Señor requiere.
La Sección 4 de Doctrina y Convenios es un llamado poderoso y motivador a participar en la obra del Señor. Cada versículo resalta principios clave como el deseo sincero de servir, la urgencia de la obra, los atributos necesarios para calificar y la dependencia en Dios a través de la oración. Este mensaje sigue siendo relevante para todos los que desean dedicar su tiempo y talentos al servicio del Señor y a la edificación de Su reino.
1. El llamado a la obra
Versículo 3: “De modo que, si tenéis deseos de servir a Dios, sois llamados a la obra;”
Este versículo enseña que el deseo sincero de servir al Señor es suficiente para ser llamado a participar en Su obra. Subraya que el llamado al servicio no está restringido a una élite, sino que está abierto a todos los que tengan una disposición genuina para ayudar a edificar el reino de Dios.
El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “El Señor necesita trabajadores, no espectadores. Si tienes un deseo sincero, el Señor te usará para bendecir vidas.” (“Trabaja en mi viña”, Conferencia General, abril de 2000).
“De modo que, si tenéis deseos de servir a Dios,”
El Señor destaca que el deseo sincero de servir a Dios es el primer requisito para ser llamado a Su obra. Este principio subraya que el corazón dispuesto y el compromiso personal son más importantes que las habilidades o la preparación previa. El deseo de servir refleja humildad, fe y un corazón centrado en el bienestar de los demás.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El Señor no necesita expertos, sino corazones dispuestos y manos diligentes para edificar Su reino.” (“Reclutando a Israel”, Conferencia General, octubre de 2018).
Este pasaje nos recuerda que cualquiera, independientemente de su experiencia o conocimiento, puede ser útil en la obra del Señor si tiene un deseo genuino de servir.
“Sois llamados a la obra;”
El llamado a la obra es universal y está disponible para todos los que deseen participar. Este llamado no depende de la posición o el estatus, sino de la disposición de actuar en el servicio del Señor. El Señor asegura que quienes tengan el deseo serán guiados y capacitados por el Espíritu Santo para cumplir con Su obra.
El élder Jeffrey R. Holland declaró: “El Señor magnifica a quienes aceptan Su llamado, cualificándolos más allá de su capacidad natural.” (“Venid a mí”, Conferencia General, abril de 1997).
Esta frase destaca que el deseo es suficiente para recibir un llamado, pero también nos asegura que el Señor nos fortalecerá para cumplir con las responsabilidades que nos confía.
Este versículo enseña que el servicio en la obra del Señor está al alcance de todos los que lo deseen sinceramente. No se requiere perfección, solo un corazón dispuesto y la fe de que el Señor capacitará a quienes Él llama. Las enseñanzas modernas confirman que el Señor magnifica nuestros esfuerzos y nos permite ser instrumentos en Sus manos. Este mensaje nos invita a actuar con confianza y disposición, sabiendo que nuestras limitaciones no son un obstáculo para servir en el reino de Dios.
2. La urgencia de la obra del Señor
Versículo 4: “Pues he aquí, el campo blanco está ya para la siega; y he aquí, quien mete su hoz con su fuerza atesora para sí, de modo que no perece, sino que trae salvación a su alma;”
Este versículo ilustra la urgencia de llevar el evangelio al mundo, representada por el “campo blanco para la siega”. Al trabajar diligentemente en la obra del Señor, no solo se bendicen las vidas de otros, sino que se asegura la salvación personal del trabajador.
El élder D. Todd Christofferson enseñó: “El servicio en la obra del Señor es una expresión de amor que también santifica al que sirve.” (“El servicio desinteresado”, Conferencia General, octubre de 2013).
“Pues he aquí, el campo blanco está ya para la siega;”
El Señor usa la metáfora del campo blanco para ilustrar la urgencia y la oportunidad de la obra misional. Los campos listos para la siega simbolizan las almas preparadas para recibir el evangelio. Esto subraya que la obra misional no debe esperar; el tiempo para actuar es ahora.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “La necesidad de compartir el evangelio nunca ha sido más urgente. Hay almas que esperan la verdad.” (“Ven, sígueme”, Conferencia General, abril de 2013).
Este principio nos insta a reconocer que el Señor ya ha preparado corazones receptivos al evangelio, y nuestra responsabilidad es buscarlos y ayudarlos a venir a Cristo.
“Y he aquí, quien mete su hoz con su fuerza”
El esfuerzo personal en la obra del Señor es esencial. “Meter su hoz” simboliza trabajar diligentemente para cosechar las almas preparadas. Este esfuerzo requiere dedicación, sacrificio y la ayuda del Espíritu Santo para ser efectivo.
El presidente Russell M. Nelson declaró: “Trabajar con todas nuestras fuerzas en la obra del Señor trae gozo y propósito a nuestra vida.” (“El recogimiento de Israel”, Conferencia General, octubre de 2018).
Este pasaje nos invita a participar activamente en la obra del Señor, esforzándonos con todas nuestras capacidades para cumplir con Su propósito.
“Atesora para sí, de modo que no perece,”
El trabajo en la obra del Señor no solo bendice a quienes reciben el evangelio, sino que también asegura bendiciones eternas para quienes participan. Atesorar implica acumular riquezas espirituales que trascienden esta vida.
El élder D. Todd Christofferson enseñó: “La obra del Señor edifica nuestra fe y carácter, asegurándonos tesoros en los cielos.” (“El poder del servicio desinteresado”, Conferencia General, octubre de 2009).
Este principio nos recuerda que el servicio desinteresado en el evangelio también fortalece nuestra alma, garantizando bendiciones espirituales y eternas.
“Sino que trae salvación a su alma;”
La participación en la obra del Señor es una expresión de fe y obediencia que ayuda al trabajador a asegurar su propia salvación. Al llevar el evangelio a otros, fortalecemos nuestro propio testimonio y compromiso con Cristo.
El presidente David O. McKay declaró: “Nadie puede salvar su propia alma sin ayudar a salvar la de los demás.” (“Conference Report”, abril de 1959).
Este pasaje refuerza que servir en la obra misional no solo beneficia a los demás, sino que también nos prepara espiritualmente para la vida eterna.
Este versículo subraya la importancia de trabajar activamente en la obra misional con urgencia, diligencia y fe. La metáfora del campo blanco ilustra la oportunidad y la responsabilidad de buscar y ayudar a aquellos que están preparados para recibir el evangelio. Las enseñanzas modernas refuerzan que la obra del Señor bendice tanto a los que reciben el mensaje como a los que lo comparten. Este mensaje nos inspira a participar en la obra con dedicación, sabiendo que nuestro esfuerzo tiene un impacto eterno en nuestras vidas y en las de los demás.
3. Atributos que califican para la obra
Versículos 5–6: “Y fe, esperanza, caridad y amor, con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios, lo califican para la obra.”
“Tened presente la fe, la virtud, el conocimiento, la templanza, la paciencia, la bondad fraternal, piedad, caridad, humildad, diligencia.”
Estos versículos destacan que la verdadera preparación para el servicio al Señor no depende tanto de habilidades técnicas como de atributos divinos. La fe, esperanza y caridad, junto con otras virtudes, forman el carácter necesario para trabajar eficazmente en el reino de Dios.
El presidente Russell M. Nelson declaró: “El Señor no requiere perfección en nuestras habilidades, pero sí un corazón puro y dispuesto.” (“Reclutando a Israel”, Conferencia General, octubre de 2018).
Versículo 5. “Y fe, esperanza, caridad y amor, con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios, lo califican para la obra.”
Este versículo subraya los atributos esenciales que califican a una persona para la obra del Señor: fe, esperanza, caridad y amor, todos ellos guiados por un deseo sincero de glorificar a Dios. Estos principios son el núcleo del discipulado y de la preparación para el servicio en el reino de Dios. Las enseñanzas modernas refuerzan que desarrollar y vivir estos atributos no solo nos califica para la obra del Señor, sino que también transforma nuestras vidas y fortalece nuestro testimonio. Este mensaje nos invita a reflexionar sobre nuestras intenciones y a buscar constantemente alinear nuestra vida con estos principios eternos.
“Y fe, esperanza, caridad y amor,”
Estos atributos son esenciales para participar en la obra del Señor. La fe impulsa nuestras acciones y confianza en Dios, la esperanza nos da una visión optimista y celestial, la caridad nos permite amar como Cristo, y el amor es la motivación central de todo servicio. Estos atributos son el núcleo del discipulado.
El presidente Dieter F. Uchtdorf enseñó: “La fe, la esperanza y la caridad son fuerzas eternas que nos conectan con Dios y nos fortalecen para bendecir a los demás.” (“El amor de Dios”, Conferencia General, octubre de 2009).
Estos atributos no solo califican a una persona para la obra, sino que también reflejan su compromiso con el Señor y Su evangelio.
“Con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios,”
Servir al Señor requiere que nuestras intenciones sean puras y centradas en glorificar a Dios, no en obtener reconocimiento personal. Este enfoque asegura que nuestro servicio sea sincero y aceptable ante el Señor.
El presidente David O. McKay enseñó: “El servicio desinteresado, motivado por el amor a Dios, es el servicio más aceptable ante Él.” (“Conference Report”, octubre de 1968).
Mantener nuestras acciones enfocadas en la gloria de Dios nos ayuda a actuar con humildad y dedicación, evitando el orgullo o la búsqueda de intereses personales.
“Lo califican para la obra.”
Estos atributos son los que nos preparan para participar eficazmente en la obra del Señor. No se requieren habilidades excepcionales, sino un corazón y un carácter moldeados por estos principios divinos.
El presidente Dieter F. Uchtdorf declaró: “El Señor no requiere perfección, pero sí un corazón dispuesto, amoroso y humilde para llevar a cabo Su obra.” (“La fuerza del servicio humilde”, Conferencia General, abril de 2010).
La verdadera calificación para la obra del Señor no se encuentra en títulos o logros terrenales, sino en la disposición espiritual y el carácter desarrollado según los principios del evangelio.
Versículo 6. “Tened presente la fe, la virtud, el conocimiento, la templanza, la paciencia, la bondad fraternal, piedad, caridad, humildad, diligencia.”
Estos atributos representan el carácter cristiano y son esenciales para participar en la obra del Señor. Cada uno de ellos nos acerca más al Salvador y nos capacita para servir eficazmente en Su reino. Las enseñanzas modernas confirman que cultivar estas cualidades no solo fortalece nuestra relación con Dios, sino que también nos prepara para cumplir con éxito las responsabilidades del evangelio. Este mensaje es un llamado a esforzarnos por desarrollar estas virtudes en nuestra vida diaria.
“Tened presente la fe,”
La fe es la base de todo progreso espiritual. Es la confianza en Dios y Su plan, lo que impulsa nuestras acciones y nos permite superar las dificultades. Sin fe, no podemos agradar a Dios ni realizar Su obra.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “La fe es el primer principio del evangelio y la fuerza motriz de toda obra justa.” (“El Espíritu de la fe”, Conferencia General, abril de 1984).
Este atributo es esencial para confiar en el Señor y actuar con valentía en Su obra.
“La virtud,”
La virtud implica pureza moral y espiritual en pensamientos, palabras y acciones. Este atributo nos ayuda a mantenernos alineados con los estándares de Dios y a ser dignos de Su Espíritu.
El presidente David A. Bednar declaró: “La virtud es un poder espiritual que nos protege y nos guía en la obra del Señor.” (“Ser firmes y constantes”, Conferencia General, octubre de 2009).
La virtud fortalece nuestro carácter y nos capacita para reflejar los principios del evangelio.
“El conocimiento,”
El conocimiento del evangelio y de los principios de rectitud nos permite actuar con sabiduría y eficacia. La búsqueda de conocimiento es una responsabilidad sagrada que fortalece nuestro testimonio y nos prepara para enseñar a otros.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El conocimiento del evangelio es esencial para cumplir nuestra misión divina.” (“El recogimiento de Israel”, Conferencia General, octubre de 2018).
El conocimiento guía nuestras decisiones y nos prepara para compartir la verdad con los demás.
“La templanza,”
La templanza se refiere al autocontrol y la moderación en todas las cosas. Este atributo nos ayuda a vencer las pasiones y deseos mundanos, manteniéndonos centrados en lo espiritual.
El presidente Brigham Young dijo: “La templanza es la habilidad de gobernarse a uno mismo según los principios de la rectitud.” (“Discursos de Brigham Young”, p. 233).
Este atributo es esencial para vivir una vida equilibrada y enfocada en las prioridades eternas.
“La paciencia,”
La paciencia nos ayuda a soportar con fe las pruebas y dificultades. Es un reflejo de nuestra confianza en los tiempos y propósitos de Dios.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “La paciencia es la disposición para esperar en los propósitos del Señor con fe.” (“Aprender a tener paciencia”, Conferencia General, octubre de 1995).
Este atributo nos permite enfrentar desafíos con esperanza y confianza en el plan de Dios.
“La bondad fraternal,”
La bondad fraternal implica amor y cuidado genuino por los demás. Es el deseo de edificar y bendecir a nuestros hermanos y hermanas.
El élder Jeffrey R. Holland declaró: “La bondad fraternal es el reflejo de nuestro amor por Cristo al servir a los demás.” (“¿No me amas más que estos?”, Conferencia General, octubre de 2012).
Este atributo promueve la unidad y la compasión en nuestras relaciones.
“La piedad,”
La piedad se refiere a la devoción sincera hacia Dios. Es un reflejo de nuestro compromiso con Él y de nuestra reverencia por Sus mandamientos.
El élder D. Todd Christofferson enseñó: “La piedad eleva nuestro carácter y fortalece nuestra conexión con Dios.” (“La redención de Sion”, Conferencia General, octubre de 2014).
Este atributo nos guía a actuar con humildad y reverencia hacia lo sagrado.
“La caridad,”
La caridad es el amor puro de Cristo. Es el atributo más grande, ya que motiva nuestras acciones y nos acerca a Dios.
El presidente Henry B. Eyring enseñó: “La caridad transforma nuestras vidas y nos permite reflejar el amor de Cristo.” (“Aumentar el amor por los demás”, Conferencia General, abril de 2008).
Este atributo es esencial para actuar con compasión y empatía hacia los demás.
“La humildad,”
La humildad es reconocer nuestra dependencia de Dios y nuestra necesidad de Su guía y fortaleza. Este atributo nos mantiene receptivos a la revelación y nos protege del orgullo.
El presidente Ezra Taft Benson declaró: “La humildad abre las puertas de la gracia y del conocimiento divino.” (“La pureza del corazón”, Conferencia General, abril de 1986).
La humildad es la clave para vivir en armonía con la voluntad de Dios.
“La diligencia.”
La diligencia implica trabajar consistentemente en la obra del Señor con dedicación y esfuerzo. Es el compromiso de usar nuestro tiempo y talentos en la edificación del reino de Dios.
El presidente Spencer W. Kimball dijo: “La diligencia es una expresión de nuestra devoción al Señor y Su obra.” (“La fe precede al milagro”, p. 165).
Este atributo nos ayuda a cumplir con nuestras responsabilidades con excelencia y perseverancia.
Estos versículos resaltan que la obra del Señor requiere más que habilidades; requiere un corazón transformado y un carácter semejante al de Cristo. Las cualidades mencionadas son fundamentales para servir eficazmente y glorificar a Dios. Las enseñanzas modernas reafirman que estos atributos se desarrollan mediante el esfuerzo personal, la fe en Cristo y la influencia del Espíritu Santo. Este mensaje nos invita a trabajar en nuestro carácter y motivaciones, asegurando que nuestro servicio sea puro, desinteresado y alineado con los propósitos divinos.
4. Buscar la guía de Dios
Versículo 7: “Pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá. Amén.”
Este versículo enfatiza que el servicio en la obra del Señor debe estar acompañado de oración constante y búsqueda de la guía divina. El éxito en el ministerio depende de la conexión continua con Dios.
El élder Richard G. Scott dijo: “La oración sincera es la clave para recibir guía divina y fuerza en la obra del Señor.” (“El poder de la oración”, Conferencia General, octubre de 2001).
“Pedid, y recibiréis;”
Este principio subraya el poder de la oración. El Señor invita a Sus hijos a acercarse a Él para pedir con fe las bendiciones que necesitan. Pedir implica reconocer nuestra dependencia de Dios y nuestra disposición a aceptar Su voluntad. La oración no solo es un acto de comunicación, sino también de humildad y confianza.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “La oración es la clave para abrir el almacén de los cielos. Nuestro Padre Celestial siempre está dispuesto a escuchar y bendecir a Sus hijos.” (“La gratitud por el sacerdocio”, Conferencia General, abril de 2021).
Este principio nos recuerda que al buscar la guía y las bendiciones divinas, debemos hacerlo con fe y confianza, creyendo que el Señor responderá conforme a Su sabiduría y amor.
“Llamad, y se os abrirá.”
Llamar representa el acto de buscar activamente la guía y dirección del Señor. Implica persistencia y esfuerzo de nuestra parte. Cuando “llamamos,” estamos mostrando nuestra disposición de seguir a Dios y actuar según Su voluntad. La promesa de que “se os abrirá” refleja la disposición del Señor de revelar Su voluntad y proporcionar oportunidades a quienes lo buscan sinceramente.
El élder Dieter F. Uchtdorf enseñó: “El Señor abre puertas cuando buscamos Su dirección con sinceridad y fe. Él nos guía a oportunidades y bendiciones que no podríamos imaginar.” (“Cuán grande es el plan de nuestro Dios”, Conferencia General, octubre de 2016).
Este principio destaca que la búsqueda activa del Señor en nuestras decisiones y desafíos será recompensada con la apertura de caminos y oportunidades que nos acercan a Su propósito divino.
Este versículo es una invitación poderosa a confiar en el Señor mediante la oración y la acción. Nos enseña que nuestras peticiones sinceras y nuestro esfuerzo activo serán respondidos con guía divina, bendiciones y oportunidades. Las enseñanzas modernas refuerzan que el Señor está siempre dispuesto a escuchar, responder y abrir puertas para aquellos que acuden a Él con fe, humildad y perseverancia. Este mensaje nos anima a fortalecer nuestra comunicación con Dios y a actuar con confianza en Su amor y poder para dirigir nuestras vidas.
Organización por temas
Versículo 1–4
El servicio fiel salva a los ministros del Señor
La sección abre con una declaración solemne: “He aquí, una obra maravillosa está a punto de aparecer entre los hijos de los hombres” (v.1). Con esta frase, el Señor anuncia que Su obra —la restauración del evangelio y la proclamación de la verdad— está en marcha. No es un proyecto humano ni una tarea común, sino algo divino y trascendente que afectará a toda la humanidad. Se anticipa la gran siega de almas, un movimiento celestial que requerirá siervos dispuestos y preparados.
El versículo 2 coloca la exigencia central del discipulado: servir a Dios con todo el corazón, alma, mente y fuerza. Esto no es un servicio parcial ni de conveniencia, sino un compromiso total. La invitación recuerda el gran mandamiento de amar a Dios con todo nuestro ser. Al hacerlo, el siervo fiel puede presentarse sin culpa ante el Señor en el día final, mostrando que su vida estuvo marcada por consagración y no por mediocridad.
En el versículo 3 se nos revela un principio profundamente alentador: “si tenéis deseos de servir a Dios, sois llamados a la obra”. El Señor no exige perfección previa, títulos, ni logros extraordinarios. El requisito inicial es el deseo sincero. Este deseo, si es nutrido por la fe y acompañado de obediencia, se convierte en una fuerza que transforma y califica al siervo para cumplir la obra. Así, todos —jóvenes, mayores, con experiencia o sin ella— pueden ser parte de la obra de Dios si están dispuestos a ofrecer su corazón.
El versículo 4 refuerza la urgencia y la realidad de la misión: el campo ya está blanco para la siega. No se trata de una preparación lejana, sino de una obra lista para ser cosechada ahora. El Señor asegura que quienes trabajan diligentemente “atesoran para sí” salvación eterna, pues el servicio no solo bendice a los demás, sino que santifica y salva a quien lo realiza. En otras palabras, al traer almas a Cristo, el siervo asegura también su propia exaltación.
Estos versículos enseñan que la obra del Señor es grande, urgente y sagrada. El verdadero discipulado implica un compromiso pleno de mente y corazón, pero la puerta de entrada es amplia: basta con el deseo sincero de servir. El servicio en la viña del Señor no solo produce fruto para otros, sino que salva al propio siervo que se esfuerza. El mensaje es claro: nadie está excluido de la invitación; todos pueden participar, y al hacerlo, encuentran en el servicio el camino hacia la salvación personal y colectiva.
Versículo 5–6
Los atributos divinos los califican para el ministerio
En el versículo 5 el Señor describe los atributos espirituales que verdaderamente califican a Sus siervos. No son las capacidades humanas, elocuencia o títulos académicos lo que determina la idoneidad, sino virtudes del alma: fe, esperanza, caridad y amor. La fe es la base de toda obra divina; sin ella, ningún siervo puede confiar en las promesas del Señor ni actuar con poder. La esperanza da fortaleza en medio de las pruebas y proyecta al discípulo hacia la certeza de la vida eterna. La caridad, como el amor puro de Cristo, es el atributo que más acerca al siervo a Dios, porque transforma el servicio en un acto desinteresado. Finalmente, el amor con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios asegura que todo esfuerzo esté motivado por la edificación del reino y no por intereses personales.
El versículo 6 amplía y profundiza esta lista de virtudes, mostrando que el obrero en la viña del Señor debe cultivar un carácter semejante al de Cristo. Fe como fundamento, virtud como pureza de intención, conocimiento para instruir con verdad, templanza para dominar los apetitos, paciencia para perseverar, bondad fraternal para edificar a otros, piedad como devoción a Dios, caridad como amor divino, humildad para reconocer la dependencia del Señor, y diligencia para actuar con constancia. Esta enumeración refleja el proceso de santificación: el siervo se purifica al desarrollar estos atributos, y al mismo tiempo, se convierte en un instrumento más eficaz en las manos del Señor.
Así, estos versículos subrayan que la verdadera preparación para la obra misional y para cualquier servicio en la Iglesia no radica solo en la capacitación externa, sino en el cultivo interno de las virtudes cristianas. Es la transformación del corazón lo que capacita al discípulo para representar dignamente a Cristo.
El Señor enseña que la obra maravillosa que está en curso no puede llevarse a cabo con meras habilidades humanas, sino con corazones llenos de fe y amor. El siervo que cultiva las virtudes cristianas se convierte en un reflejo vivo del Salvador y, por ende, en un verdadero testigo de Su evangelio. Estos atributos no son solo requisitos para el servicio, sino el camino mismo hacia la santificación personal. En última instancia, los versículos nos recuerdan que el ministerio en la obra de Dios no se trata de lo que hacemos externamente, sino de lo que llegamos a ser en Cristo.
Versículo 7
Se deben procurar las cosas de Dios.
El versículo 7 cierra la revelación con una promesa sencilla pero profunda: “Pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá. Amén.” Con estas palabras, el Señor enseña que el acceso a Su obra y a Sus bendiciones está disponible para todos los que lo busquen con sinceridad. La invitación a pedir y llamar no es pasiva, sino un mandato activo que exige fe y humildad. El discípulo que desea servir en la obra de Dios debe recurrir constantemente al poder divino mediante la oración, el estudio y la obediencia.
La frase refleja el patrón eterno del evangelio: Dios abre las puertas a quienes muestran un deseo verdadero y actúan con confianza en Su poder. El que pide, lo hace reconociendo su dependencia de lo alto; el que llama, demuestra su persistencia y constancia. Así, el Señor asegura que nadie queda fuera de Su ayuda: las bendiciones de entendimiento, fuerza, guía y Espíritu Santo llegan a quienes claman a Él.
De esta manera, el versículo no solo da esperanza, sino también responsabilidad: recibir las bendiciones de Dios depende de nuestra disposición de buscarlas con fe y perseverancia. No basta con desear servir; es necesario acudir al Señor en súplica constante, reconociendo que solo en Él está la puerta que se abre hacia el servicio eficaz y la salvación.
Este versículo es un recordatorio de que la obra de Dios nunca se lleva a cabo en soledad ni en autosuficiencia. El Señor está dispuesto a dar luz, poder y revelación a Sus siervos, siempre que estos lo pidan con fe y llamen con diligencia. La promesa de recibir y de encontrar puertas abiertas es segura, porque proviene de un Dios que no miente. Así, el discípulo que busca servir en la viña del Señor debe aprender que el éxito de su ministerio depende en última instancia de la constante comunión con Dios. Pedir y llamar se convierte, entonces, en el camino diario para mantener vivo el fuego del servicio y la guía del Espíritu.
























