Doctrina y Convenios Sección 41

Doctrina y Convenios
Sección 41


Contexto histórico

La Sección 41 de Doctrina y Convenios fue recibida el 4 de febrero de 1831, cuando José Smith, el Profeta, llegó a Kirtland, Ohio, acompañado por su esposa Emma y Sidney Rigdon. Este fue un momento clave en la historia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, marcando el comienzo de un nuevo capítulo en su establecimiento y organización. A continuación se detalla el contexto histórico en el que se recibió esta revelación.

Kirtland se convirtió en el primer gran centro de reunión de los Santos de los Últimos Días. Era un lugar donde muchos conversos recientes, influenciados por los esfuerzos misionales de Parley P. Pratt y otros, habían aceptado el Evangelio restaurado. La congregación en Kirtland era diversa y recién convertida. Algunos eran sinceros en su fe, mientras que otros estaban influenciados por prácticas y creencias que no estaban en armonía con la doctrina del Evangelio restaurado. Esto requería organización y dirección divina para establecer el orden en la Iglesia.

José Smith llegó a Kirtland desde Fayette, Nueva York, cumpliendo con el mandato del Señor de reunirse con los Santos en Ohio (véase Doctrina y Convenios 37:3). Su tarea incluía establecer un liderazgo más formal y recibir la “ley” del Señor para gobernar a la Iglesia.

Los élderes de la Iglesia fueron instruidos en esta revelación a congregarse y orar para recibir la “ley” de Dios, que sería dada en la siguiente revelación (Sección 42). Esta ley incluía principios clave como el cuidado de los pobres, la consagración y la administración de bienes. La Sección 41 preparó el terreno para estas instrucciones al enfatizar la necesidad de gobernar la Iglesia con revelación y obediencia estricta a los mandamientos de Dios.

Edward Partridge, un converso reciente que se unió a la Iglesia en 1830, fue descrito por el Señor como un hombre “semejante a Natanael de la antigüedad, en quien no hay engaño” (versículo 11). Fue llamado como el primer obispo de la Iglesia, con la responsabilidad de administrar los bienes y las propiedades de los Santos conforme a las leyes de Dios que serían reveladas más adelante.

El rol de un obispo era fundamental en la implementación de la ley de consagración, un principio que organizaría los recursos de la Iglesia para beneficiar a toda la comunidad.

La revelación especifica que José Smith debía tener un hogar donde pudiera vivir y continuar con la traducción y otras responsabilidades proféticas. Sidney Rigdon también recibió instrucciones sobre su residencia. Esto subraya la necesidad de estabilidad para cumplir con las responsabilidades espirituales y administrativas de la Iglesia.

Se enfatiza que los verdaderos discípulos son aquellos que no solo reciben la ley, sino que la guardan y la obedecen. Los que no lo hacen son declarados indignos de los privilegios y responsabilidades del reino de Dios. Este principio recuerda las palabras de Jesucristo en Mateo 7:21: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”

La Sección 41 marca un momento significativo en la organización temprana de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Resalta principios clave como:

  1. La necesidad de recibir revelación constante para dirigir la Iglesia.
  2. La importancia de la obediencia y la pureza del corazón en los verdaderos discípulos.
  3. El llamamiento de líderes inspirados, como Edward Partridge, para cumplir roles esenciales en la administración del Evangelio.

Este periodo en Kirtland fue un tiempo de gran crecimiento y desafíos, pero también de oportunidades para establecer las bases del reino de Dios en la tierra. La revelación demuestra que el Señor estaba profundamente involucrado en guiar a Su pueblo en este tiempo crucial.


― Doctrina y Convenios 41:1. “Escuchad y dad oído, oh pueblo mío, dice el Señor y vuestro Dios, vosotros que me oís, y a quienes me deleito en bendecir con la mayor de todas las bendiciones; y a vosotros que habéis profesado mi nombre y no me oís, os maldeciré con las más graves de todas las maldiciones.”
Este versículo destaca la dualidad de las bendiciones y maldiciones en el Evangelio, que dependen de la obediencia a la palabra de Dios. El Señor ofrece bendiciones supremas a aquellos que escuchan Su voz y guardan Sus mandamientos. Sin embargo, también advierte de las consecuencias de profesar Su nombre sin actuar en conformidad con Sus enseñanzas.
Russell M. Nelson enseñó: “El Señor no puede bendecir a aquellos que no están dispuestos a escuchar Su voz ni a guardar Sus mandamientos.” (Conferencia General, octubre de 2018). Este versículo llama a los Santos a evaluar si están verdaderamente escuchando y actuando según la voluntad de Dios o simplemente profesando Su nombre sin un compromiso genuino.

“Escuchad y dad oído, oh pueblo mío, dice el Señor y vuestro Dios…”
El Señor llama a Su pueblo a escuchar y prestar atención a Su palabra. “Escuchar” implica más que oír con los oídos; requiere comprender, aceptar y actuar según lo que Él nos enseña.
En Doctrina y Convenios 1:38 se declara: “Sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo.” Escuchar al Señor incluye prestar atención a las palabras de los profetas.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “En un mundo lleno de ruidos y distracciones, escuchar al Señor requiere intención y dedicación.” (Conferencia General, abril de 2020).

“…vosotros que me oís, y a quienes me deleito en bendecir con la mayor de todas las bendiciones;”
El Señor promete bendiciones a quienes escuchan y obedecen Su voz. Estas bendiciones no son solo temporales, sino espirituales y eternas, otorgadas a quienes muestran fidelidad a Sus mandamientos.
El élder Dieter F. Uchtdorf explicó: “Las bendiciones del Señor están condicionadas a nuestra obediencia y disposición a seguirlo. Él desea bendecirnos más allá de lo que podemos imaginar.” (Conferencia General, octubre de 2014). Las “mayores de todas las bendiciones” incluyen la vida eterna (véase Doctrina y Convenios 14:7). Este pasaje resalta la disposición amorosa de Dios de otorgar Sus dones más preciados a quienes lo buscan con sinceridad.

“…y a vosotros que habéis profesado mi nombre y no me oís, os maldeciré con las más graves de todas las maldiciones.”
Profesar el nombre del Señor sin obedecer Su palabra es hipocresía espiritual. Este principio resalta que el discipulado verdadero requiere acción, no solo palabras. Las “malas consecuencias” de rechazar al Señor después de haberlo profesado incluyen una separación espiritual de Su presencia y Sus bendiciones (véase Doctrina y Convenios 121:37).
Jeffrey R. Holland enseñó: “El llamarnos cristianos, pero no actuar como tales, es rechazar al Salvador, aun cuando declaramos seguirlo.” (Conferencia General, octubre de 2011). Esta advertencia nos recuerda que el Evangelio no es solo un conjunto de creencias, sino un camino que debemos vivir plenamente.


Este versículo enseña que el Señor espera una respuesta activa de quienes profesan seguirlo. Escuchar y obedecer son requisitos fundamentales para recibir Sus mayores bendiciones. Sin embargo, ignorar Su voz, especialmente después de haber aceptado Su nombre, resulta en la pérdida de esas bendiciones y, en última instancia, en una separación de Su espíritu. Este principio refleja el equilibrio entre la misericordia y la justicia de Dios: Su disposición a bendecir a los obedientes y la seriedad con la que trata la desobediencia deliberada.

El llamado del Señor a “escuchar y dar oído” es una invitación continua a cada uno de nosotros. Nos invita a reflexionar sobre si estamos viviendo de acuerdo con lo que hemos profesado. ¿Estamos prestando atención a Su voz, especialmente a través de los profetas y las Escrituras? Este pasaje nos insta a actuar con integridad y a asegurarnos de que nuestras acciones reflejen nuestra fe. Al esforzarnos por escuchar y obedecer con sinceridad, nos colocamos en el camino para recibir las bendiciones supremas que el Señor tiene preparadas para Sus fieles.


― Doctrina y Convenios 41:3. “Y por vuestra oración de fe recibiréis mi ley para que sepáis cómo gobernar mi iglesia y poner todas las cosas en orden delante de mí.”
La revelación subraya que la Iglesia de Jesucristo debe ser gobernada por revelación divina, no por ideas humanas. La “ley” que se menciona sería dada en la siguiente revelación (Sección 42) e incluiría principios esenciales para la administración del Evangelio. Este versículo enfatiza la importancia de la oración de fe como medio para recibir guía divina.
Brigham Young declaró: “Sin revelación directa del cielo, no hay autoridad para guiar a la Iglesia de Cristo.” Este principio guía la estructura de liderazgo en la Iglesia restaurada. Este versículo también invita a los líderes y miembros a buscar inspiración personal y colectiva en sus responsabilidades eclesiásticas.

“Y por vuestra oración de fe…”
La fe y la oración son principios fundamentales para recibir revelación. Este pasaje subraya que la oración debe estar acompañada de fe, ya que la fe es el catalizador que permite que las respuestas divinas lleguen (véase Moroni 7:33).
Joseph Smith enseñó: “El Señor siempre escucha las oraciones de fe; aquellas que surgen del corazón humilde y sincero.” El élder David A. Bednar también explicó: “La fe en Cristo es más que un sentimiento; es un principio de acción y poder.” (Conferencia General, octubre de 2008). Esto implica que la fe no solo es creer, sino actuar y confiar en que Dios responderá según Su voluntad.

“…recibiréis mi ley…”
La “ley” aquí se refiere a principios revelados que establecen la base para la conducta personal y la administración de la Iglesia. Dios da Su ley para guiar a Sus hijos en rectitud y prepararles para Su reino (véase Doctrina y Convenios 42, donde se detalla esta ley).
Brigham Young dijo: “El Señor nunca ha dejado a Su pueblo sin leyes para guiarlo. Donde hay leyes justas, hay orden, y donde hay orden, hay paz.” Este principio también se conecta con la importancia de recibir revelación constante para que la Iglesia pueda operar de acuerdo con la voluntad de Dios.

“…para que sepáis cómo gobernar mi iglesia…”
Gobernar la Iglesia no es un asunto humano; requiere revelación divina. Este principio subraya que Cristo es la cabeza de la Iglesia y que los líderes deben buscar Su guía constante para dirigir al pueblo (véase Doctrina y Convenios 1:30).
Gordon B. Hinckley declaró: “La Iglesia no es del hombre, sino de Dios. Su gobierno es a través de revelación y autoridad divina.” Este versículo también nos recuerda que la administración de la Iglesia es un acto de servicio sagrado y debe realizarse con humildad y reverencia.

“…y poner todas las cosas en orden delante de mí.”
El Señor es un Dios de orden (véase 1 Corintios 14:33). Este pasaje destaca que el orden divino no solo es importante en la Iglesia, sino también en la vida personal de los Santos. Todo lo que se hace debe alinearse con los principios del Evangelio.
Neal A. Maxwell enseñó: “El orden celestial no es rígido; es hermoso, es eficiente, y refleja el amor y la sabiduría de Dios.” Esto también implica que los líderes y miembros de la Iglesia deben trabajar en unidad para establecer un ambiente que refleje los valores del Evangelio y la santidad de la obra del Señor.


Este versículo combina los principios de fe, revelación, orden y obediencia. Nos enseña que la guía divina es esencial no solo para gobernar la Iglesia, sino también para dirigir nuestras vidas personales. La oración de fe y la obediencia a la ley divina son las claves para acceder a la sabiduría y el poder del Señor. También destaca la naturaleza organizada y santa del reino de Dios, donde todo debe estar en orden.

Este versículo nos invita a considerar cómo buscamos la guía del Señor en nuestras propias responsabilidades y desafíos. ¿Estamos actuando con fe en nuestras oraciones? ¿Estamos dispuestos a recibir la ley del Señor y aplicarla en nuestras vidas? Además, resalta la importancia de vivir en orden y armonía con los principios del Evangelio. Al buscar el consejo divino a través de la fe y la oración sincera, podemos alinear nuestras vidas con el propósito de Dios y contribuir al establecimiento de Su reino en la tierra.


― Doctrina y Convenios 41:5. “El que recibe mi ley y la guarda, tal es mi discípulo; y el que dice que recibe mi ley y no la guarda, no es mi discípulo, y será expulsado de entre vosotros.”
La verdadera prueba de discipulado es la obediencia. Este versículo deja claro que no basta con recibir la palabra de Dios; es esencial actuar conforme a ella. Aquellos que afirman ser discípulos pero no viven de acuerdo con las leyes del Señor serán apartados, no como un acto de castigo, sino para preservar la santidad del cuerpo de la Iglesia.
Este principio es consistente con las enseñanzas de Jesús en Lucas 6:46: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”
Gordon B. Hinckley señaló: “La lealtad al Señor y Su Iglesia requiere más que palabras; exige acción y compromiso.” Este versículo invita a cada miembro a reflexionar sobre su propia fidelidad a las leyes divinas.

“El que recibe mi ley y la guarda, tal es mi discípulo;”
Ser un discípulo de Cristo implica más que aceptar Su palabra; requiere vivir conforme a ella. Recibir la ley del Señor incluye reconocer Su autoridad y actuar en obediencia constante (véase Juan 14:15: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.”).
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “La verdadera lealtad al Señor se demuestra al vivir Sus enseñanzas, no solo al proclamarlas.” (Conferencia General, octubre de 2019). La obediencia es una manifestación de fe y amor hacia Dios, y aquellos que guardan Su ley se convierten en verdaderos discípulos que reflejan Su carácter.

“…y el que dice que recibe mi ley y no la guarda, no es mi discípulo,”
Este pasaje enfatiza que profesar ser discípulo sin obedecer los mandamientos es hipocresía espiritual. El discipulado no puede ser solo de palabra; debe incluir acciones consistentes con la ley de Dios.
El élder Jeffrey R. Holland advirtió: “El Salvador no desea que seamos cristianos a medias. Él espera compromiso total, porque sabe que solo al seguirlo completamente encontraremos la verdadera paz.” (Conferencia General, octubre de 2012). Este principio resalta la importancia de la congruencia entre nuestras palabras y nuestras acciones. Decir que seguimos al Señor pero no vivir Su Evangelio es negar Su poder y autoridad.

“…y será expulsado de entre vosotros.”
Este versículo subraya la necesidad de proteger la santidad de la Iglesia. Aquellos que no guardan los mandamientos y rechazan el discipulado verdadero no pueden permanecer entre el cuerpo de los Santos, no como castigo, sino para preservar la pureza espiritual de la comunidad (véase Doctrina y Convenios 121:37).
El presidente Gordon B. Hinckley explicó: “El Señor ama a todos Sus hijos, pero Su obra no puede progresar entre aquellos que eligen ignorar Sus mandamientos.” (Conferencia General, abril de 1996). Aunque la separación es difícil, este principio refleja la importancia de la unidad en rectitud dentro de la Iglesia. La disciplina eclesiástica no es un acto de condena, sino un llamado al arrepentimiento y una invitación a regresar al Señor.


Este versículo establece un estándar claro para el discipulado: la obediencia. Aquellos que guardan la ley del Señor se califican como Sus discípulos, mientras que quienes no lo hacen niegan su compromiso con Él. Este pasaje no solo resalta la importancia de vivir los principios del Evangelio, sino también la necesidad de proteger la santidad y la unidad de la Iglesia. La relación entre recibir y guardar la ley es esencial para la identidad de los seguidores de Cristo.

Este pasaje nos invita a reflexionar sobre la sinceridad de nuestro discipulado. ¿Estamos viviendo de acuerdo con los principios que profesamos? ¿Nuestras acciones reflejan nuestro compromiso con Cristo y Su Evangelio? Este llamado a la obediencia también nos recuerda que el discipulado no es fácil, pero trae consigo la paz y las bendiciones que el Salvador promete a los fieles. Al esforzarnos por guardar la ley del Señor, no solo demostramos nuestro amor por Él, sino que también nos transformamos en verdaderos discípulos, capaces de influir positivamente en nuestra familia, comunidad y el reino de Dios.


― Doctrina y Convenios 41:7. “Y además, conviene que se le edifique a mi siervo José Smith, hijo, una casa en donde vivir y traducir.”
Este versículo muestra la importancia de proporcionar un entorno adecuado para que el Profeta pudiera cumplir con sus responsabilidades, como traducir las Escrituras y recibir revelación. Subraya el principio de que los líderes espirituales necesitan apoyo temporal para desempeñar sus funciones sagradas.
El apoyo a los líderes de la Iglesia es un principio eterno. En Doctrina y Convenios 84:112 se enseña que los miembros deben ayudar a los líderes para que estos puedan centrarse en su ministerio. Este versículo también refleja el amor del Señor por Su Profeta y la necesidad de que los Santos colaboren en la obra divina.

“Y además, conviene que se le edifique a mi siervo José Smith, hijo…”
El Señor reconoce las necesidades temporales de Sus siervos, especialmente aquellos con grandes responsabilidades espirituales. En este caso, José Smith, como profeta y traductor, necesitaba un lugar adecuado para cumplir con su llamado. Esto refleja el principio de que los líderes espirituales deben ser apoyados en sus necesidades temporales para dedicarse plenamente a la obra del Señor.
Brigham Young enseñó: “El Señor cuida de Sus siervos y provee los medios necesarios para que cumplan Sus propósitos.” Este principio subraya que aquellos llamados a servir al Señor a tiempo completo requieren el apoyo de la comunidad para concentrarse en sus responsabilidades espirituales. En este contexto, edificar una casa para el profeta no solo era un acto de sustento físico, sino también una muestra de apoyo al rol que desempeñaba en la Restauración.

“…una casa en donde vivir…”
Tener un lugar de residencia estable es una necesidad básica, y el Señor reconoce su importancia incluso en Su obra. Este pasaje enseña que las necesidades temporales no son menos importantes a los ojos de Dios cuando están al servicio de Su reino.
Joseph Smith escribió: “El Señor siempre provee para las necesidades de Sus siervos, de modo que puedan concentrarse en Su obra sin distracciones innecesarias.” Esta frase también refleja el amor y la compasión de Dios hacia quienes dedican sus vidas al servicio de Su obra. Proveer un hogar para el profeta no solo era una cuestión de comodidad, sino de permitirle trabajar eficazmente en su misión.

“…y traducir.”
La obra de traducir las Escrituras es un mandato sagrado que requiere un entorno adecuado para recibir revelación y trabajar en paz. La importancia de esta tarea está directamente relacionada con el establecimiento del reino de Dios en la tierra.
Jeffrey R. Holland explicó: “La traducción de las Escrituras no es solo un acto intelectual, sino una tarea profundamente espiritual que requiere la constante compañía del Espíritu.” (Conferencia General, abril de 2006). La traducción del Libro de Mormón y otras Escrituras restauradas requería no solo tiempo y dedicación, sino también un espacio donde José Smith pudiera centrarse en este trabajo sin interrupciones. Esto demuestra que el Señor provee los medios necesarios para cumplir con Sus propósitos eternos.


Este versículo nos enseña principios clave sobre el cuidado y el apoyo a los líderes de la Iglesia. Al proveer una casa para José Smith, el Señor subraya la importancia de satisfacer las necesidades temporales para permitir que Sus siervos cumplan con Su obra espiritual. También destaca que las tareas sagradas, como la traducción de Escrituras, requieren un entorno adecuado y la dedicación plena de quienes están llamados a realizarlas.

El ejemplo de José Smith y la instrucción del Señor de proporcionarle un hogar nos invita a reflexionar sobre cómo apoyamos a quienes están llamados a servir en la Iglesia. ¿Reconocemos y valoramos las necesidades temporales de los líderes que dedican sus vidas al servicio del Señor? Además, este pasaje nos recuerda que las tareas espirituales importantes requieren preparación, orden y enfoque, elementos que todos podemos aplicar en nuestras propias responsabilidades dentro del Evangelio. Al brindar apoyo material y espiritual a quienes sirven en la obra del Señor, participamos en el avance de Su reino y demostramos nuestro compromiso con Él.


― Doctrina y Convenios 41:9. “Y además, he llamado a mi siervo Edward Partridge; y doy el mandamiento de que sea nombrado por la voz de la iglesia y que sea ordenado obispo de la iglesia, y que deje su comercio para dedicar todo su tiempo al servicio de la iglesia.”
Este es un momento histórico en la Iglesia: el llamamiento del primer obispo. Edward Partridge fue llamado a dejar sus ocupaciones temporales y dedicarse por completo a las responsabilidades espirituales y administrativas. Como obispo, su rol incluía implementar la ley de consagración, administrando los bienes de los Santos y ayudando a los necesitados.
Edward Partridge fue descrito por el Señor como “semejante a Natanael, en quien no hay engaño” (versículo 11), destacando su pureza de corazón. Este llamamiento refleja cómo el Señor elige a Sus siervos basándose en su preparación espiritual.
Boyd K. Packer enseñó: “El oficio de obispo es uno de los más importantes en la Iglesia, porque su servicio impacta directamente a los miembros.”

“Y además, he llamado a mi siervo Edward Partridge;”
Este pasaje refleja el principio de que el Señor llama a Sus siervos para cumplir roles específicos en Su obra. Los llamamientos son inspirados y están dirigidos por revelación divina. Edward Partridge fue elegido por el Señor por su pureza y disposición para servir (véase el versículo 11 de esta misma sección).
Joseph Smith describió a Edward Partridge como un hombre de carácter íntegro: “Un hombre digno de la confianza del Señor y del pueblo.” Bruce R. McConkie explicó: “El Señor elige a Sus siervos no por su posición o conocimiento mundano, sino por la preparación espiritual de sus corazones.” Esto enfatiza que los llamamientos en la Iglesia están basados en la voluntad divina, no en méritos humanos.

“…y doy el mandamiento de que sea nombrado por la voz de la iglesia…”
Este principio establece el patrón de gobierno eclesiástico en la Iglesia de Jesucristo: la sostenibilidad por parte de los miembros. Aunque los llamamientos provienen del Señor, los miembros tienen la oportunidad de sostener a los líderes, asegurando unidad y apoyo en la administración del Evangelio (véase Doctrina y Convenios 20:65).
Gordon B. Hinckley enseñó: “El sostenimiento de los líderes de la Iglesia es más que un acto simbólico; es una expresión de fe y apoyo mutuo en la obra del Señor.” Este proceso fomenta la participación activa de los miembros y asegura que todos estén alineados en la obra divina.

“…y que sea ordenado obispo de la iglesia…”
El obispo es un oficio clave en el Sacerdocio Aarónico y en la administración de la Iglesia. En el caso de Edward Partridge, fue llamado como el primer obispo de la Iglesia, con responsabilidades específicas relacionadas con la administración de bienes y el cuidado de los necesitados, especialmente bajo la ley de consagración (véase Doctrina y Convenios 42).
Boyd K. Packer declaró: “El oficio de obispo es uno de los más importantes en la Iglesia. Los obispos son pastores, jueces y administradores, pero sobre todo son siervos del Señor.” Edward Partridge fue descrito por el Señor como un hombre semejante a Natanael, “en quien no hay engaño” (Doctrina y Convenios 41:11), mostrando que su pureza y rectitud lo calificaron para este llamamiento único.

“…y que deje su comercio para dedicar todo su tiempo al servicio de la iglesia.”
Este principio enseña la importancia del sacrificio en el servicio al Señor. Edward Partridge fue llamado a dejar su negocio y dedicarse completamente a las responsabilidades espirituales, reflejando el patrón de consagración y devoción total al Evangelio.
Thomas S. Monson dijo: “El sacrificio es una parte esencial del discipulado. Todo lo que damos al Señor nos será devuelto multiplicado.” Este sacrificio también subraya la confianza que el Señor tiene en Sus siervos. Al dejar su comercio, Partridge no solo demostró obediencia, sino que también confió en las promesas del Señor de proveer para él y su familia.


Este versículo resalta principios clave de liderazgo en la Iglesia: los llamamientos son inspirados por Dios, sostenidos por los miembros y requieren sacrificio. Edward Partridge fue llamado no solo por sus habilidades, sino por su pureza y disposición a servir. Este llamamiento, como obispo, estableció un modelo de servicio desinteresado y consagrado que ha continuado en la Iglesia hasta el día de hoy.

Este pasaje nos invita a reflexionar sobre nuestra disposición a responder a los llamamientos del Señor. ¿Estamos dispuestos a sacrificar nuestras comodidades y prioridades personales para cumplir con Sus propósitos? También nos recuerda la importancia de apoyar y sostener a nuestros líderes, reconociendo que su servicio es dirigido por el Señor. Al igual que Edward Partridge, podemos mostrar nuestra fe y amor al Señor mediante la obediencia y el sacrificio, confiando en que Él nos proveerá en todas las cosas mientras nos dedicamos a Su obra.


― Doctrina y Convenios 41:12 . “Se os dan estas palabras y son puras ante mí; por tanto, tened cuidado de cómo las consideráis, porque vuestras almas responderán por ellas en el día del juicio. Así sea. Amén.”
Este versículo sirve como una advertencia solemne para los Santos. Subraya que las palabras reveladas por el Señor son sagradas y puras, y que cada individuo será responsable ante Dios de cómo las recibe y las aplica en su vida. La idea central es que no se debe tomar a la ligera la palabra del Señor. Cada instrucción, mandamiento y revelación tiene un propósito divino y debe ser respetado con seriedad.

“Se os dan estas palabras y son puras ante mí;”
Las palabras del Señor son perfectas, sin error ni impureza. Lo que Él revela es sagrado y tiene un propósito eterno. Este pasaje nos recuerda que las revelaciones son un reflejo de Su voluntad y deben tratarse con el máximo respeto.
El Salmo 12:6 dice: “Las palabras de Jehová son palabras puras; como plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces.” Joseph Smith enseñó: “El Señor nunca da una revelación sin un propósito claro; Sus palabras son un guía para nuestra salvación.” Esta frase enfatiza que debemos recibir las palabras del Señor con fe, reconociendo su origen divino y pureza.

“…por tanto, tened cuidado de cómo las consideráis;”
Esta instrucción subraya nuestra responsabilidad personal en la manera en que recibimos y respondemos a las palabras de Dios. La actitud hacia las revelaciones determina si permitimos que transformen nuestra vida o si las ignoramos.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “El escuchar las palabras del Señor con atención y actuar sobre ellas cambiará la trayectoria de nuestra vida.” (Conferencia General, octubre de 2021). Este principio resalta que no basta con oír o leer las palabras de Dios; debemos considerarlas con reverencia y aplicarlas en nuestra vida.

“…porque vuestras almas responderán por ellas en el día del juicio.”
Este pasaje enseña la doctrina de la responsabilidad personal. En el día del juicio, cada individuo será responsable de cómo recibió y vivió las palabras del Señor. Las Escrituras y revelaciones no solo son consejos, sino mandamientos divinos con implicaciones eternas.
Neal A. Maxwell enseñó: “El juicio final no solo será sobre nuestras acciones, sino sobre lo que llegamos a ser al seguir las palabras del Señor.” Este principio destaca que nuestras decisiones en la tierra tienen consecuencias eternas. Al ignorar las palabras de Dios, no solo perdemos bendiciones, sino que también ponemos en riesgo nuestra relación eterna con Él.


Este versículo establece la importancia de tratar las palabras de Dios con la seriedad que merecen. Su pureza y origen divino nos llaman a recibirlas con fe y aplicarlas en nuestra vida. Además, nos recuerda que el Señor espera que seamos responsables de lo que hemos aprendido y cómo lo hemos vivido. La actitud hacia las revelaciones no solo afecta nuestra vida mortal, sino que influye directamente en nuestro destino eterno.

Este pasaje nos invita a reflexionar sobre cómo recibimos y aplicamos las enseñanzas del Señor. ¿Tratamos Sus palabras con respeto y las incorporamos en nuestras decisiones diarias? ¿Estamos conscientes de que cada revelación tiene un propósito eterno para nuestra salvación? Al considerar la pureza de Sus palabras y nuestra responsabilidad personal, podemos esforzarnos por vivir de manera que estemos preparados para el día del juicio. Este versículo también es un llamado a valorar las Escrituras y revelaciones modernas como guías divinas, confiando en que al seguirlas encontramos paz y propósito en esta vida y en la eternidad.

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