Doctrina y Convenios
Sección 42
La Sección 42 de Doctrina y Convenios fue revelada en febrero de 1831 en Kirtland, Ohio, en un contexto de rápida expansión y organización de la Iglesia restaurada. Esta sección se conoce como “La Ley” y establece principios fundamentales para la gobernanza de la Iglesia, las responsabilidades de sus líderes y miembros, y la vida comunitaria basada en la rectitud y la consagración. A continuación, el contexto histórico clave:
En enero de 1831, durante la conferencia de la Iglesia en Fayette, Nueva York, el Señor instruyó a los santos a trasladarse a Ohio (Doctrina y Convenios 38:32). En esa revelación se prometió que recibirían Su “ley” en ese lugar. Al llegar a Kirtland, Ohio, José Smith encontró un grupo de conversos liderado por Sidney Rigdon. Aunque sinceros, muchos practicaban ideas religiosas poco ortodoxas que necesitaban ser refinadas y alineadas con las enseñanzas reveladas.
Con el rápido crecimiento de la Iglesia, se hacía urgente establecer normas claras sobre la predicación, la administración eclesiástica, la conducta moral y las responsabilidades económicas de los miembros. La ley de consagración (versículos 30–39) reflejaba un esfuerzo por fomentar la igualdad y el cuidado mutuo entre los santos, promoviendo una sociedad basada en principios cristianos.
La primera parte (versículos 1–72) fue dada el 9 de febrero de 1831, en presencia de doce élderes. Esta sección abarca enseñanzas esenciales sobre la predicación, las escrituras, la consagración, la conducta moral y las responsabilidades de los miembros. La segunda parte (versículos 73–93) fue revelada el 23 de febrero de 1831. Proporciona detalles adicionales sobre la administración de la justicia eclesiástica y las leyes morales.
Los élderes debían predicar con el Espíritu, bautizar, y solo aquellos debidamente ordenados tenían autoridad para actuar en el nombre de Dios. La revelación enfatiza la importancia de guardar los mandamientos, incluyendo prohibiciones contra el asesinato, el adulterio, la mentira, y el robo. Introdujo la ley de consagración, un sistema económico donde los miembros consagraban sus bienes al Señor para ayudar a los pobres y construir Sión. Los enfermos podían ser sanados mediante la imposición de manos y la fe. Los principios de cuidado mutuo también se enfatizan.
La revelación menciona la futura Nueva Jerusalén, un lugar designado para la congregación de los santos en preparación para la segunda venida de Cristo (versículo 62).
Esta sección sentó las bases de la vida comunitaria de los santos, estableciendo un balance entre la espiritualidad, la administración práctica y la caridad. Aunque la implementación completa de la ley de consagración encontró desafíos, su espíritu continúa influyendo en la práctica del diezmo y el servicio caritativo en la Iglesia.
La Sección 42 es fundamental no solo como un conjunto de instrucciones prácticas, sino también como una invitación a los santos a vivir en unidad, pureza y consagración, preparándose para el cumplimiento de las promesas divinas.
1. Predicación y Autoridad
― Doctrina y Convenios 42:6. “Y saldréis por el poder de mi Espíritu, de dos en dos, predicando mi evangelio en mi nombre, alzando vuestras voces como si fuera con el son de trompeta, declarando mi palabra cual ángeles de Dios.”
“Y saldréis por el poder de mi Espíritu”
Esta frase enfatiza que el éxito en la obra misional depende completamente del poder del Espíritu Santo. No se basa en habilidades humanas, sino en la guía divina. El Espíritu Santo no solo da palabras a los misioneros, sino que también toca los corazones de los que escuchan, testificando de la verdad.
Élder D. Todd Christofferson explicó: “El Espíritu Santo es el gran maestro, y su influencia es necesaria para que cualquier enseñanza sea verdaderamente eficaz.” (Liahona, noviembre de 2008). La obra misional se realiza “no con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu” (Zacarías 4:6), subrayando la dependencia en Dios.
“De dos en dos”
El mandato de predicar en pares tiene raíces en las enseñanzas de Cristo, quien envió a Sus discípulos “de dos en dos” (Lucas 10:1). Esto refleja un modelo de apoyo mutuo y mayor efectividad. Enseña principios como la seguridad, la unidad, y la importancia de trabajar en colaboración.
Élder Jeffrey R. Holland señaló: “El compañerismo fortalece a los misioneros. Su testimonio conjunto es más poderoso que uno solo. Esto muestra unidad en la obra del Señor.” (Liahona, mayo de 2001). Este principio no solo es práctico, sino que también demuestra la interdependencia dentro de la obra del Señor.
“Predicando mi evangelio en mi nombre”
La frase subraya que los misioneros predican el evangelio de Jesucristo y no sus propias ideas. Actúan como representantes de Cristo, proclamando Su mensaje y Su salvación. Predicar “en mi nombre” implica hacerlo bajo Su autoridad y poder.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Cuando proclamamos Su evangelio, no solo declaramos doctrinas; declaramos Su poder redentor y Su amor.” (Liahona, mayo de 2019). Esto resalta la santidad y la centralidad de Cristo en la obra misional.
“Alzando vuestras voces como si fuera con el son de trompeta”
La metáfora del “son de trompeta” simboliza urgencia y claridad. Así como una trompeta llama la atención y reúne, los misioneros deben proclamar el mensaje con firmeza y entusiasmo. Este simbolismo también evoca las advertencias de los profetas, quienes llaman al arrepentimiento con valentía.
El presidente Spencer W. Kimball declaró: “No hay obra más importante que levantar nuestras voces como trompetas para declarar el evangelio restaurado.” (Ensign, noviembre de 1974). Esta frase llama a los misioneros a no ser tímidos, sino audaces en su testimonio.
“Declarando mi palabra cual ángeles de Dios”
Los misioneros son comparados con ángeles porque llevan un mensaje divino de salvación. Esto indica la importancia y santidad de su misión. Ser “como ángeles de Dios” también implica actuar con pureza, autoridad y amor, representando al cielo en la tierra.
Élder Dieter F. Uchtdorf afirmó: “Cuando compartimos el evangelio, somos instrumentos en las manos de Dios para llevar a cabo Su obra divina.” (Liahona, noviembre de 2009). Este paralelismo inspira a los misioneros a ver su labor como algo celestial y lleno de propósito eterno.
Este versículo encapsula la misión sagrada de predicar el evangelio. Cada frase señala aspectos clave de la obra: la dependencia en el Espíritu Santo, la necesidad de unidad y compañerismo, la centralidad de Cristo, la urgencia del mensaje y la santidad de la misión. Los misioneros no solo comparten doctrinas; representan al Salvador y Su invitación a “venir a Él” para recibir salvación y gozo eterno.
Doctrina y Convenios 42:6 es una poderosa guía para todos los que participan en la obra misional. Nos recuerda que el evangelio es el mensaje más importante que se puede compartir, y que hacerlo requiere fe, valor y el poder del Espíritu. Cada misionero es un portavoz de Cristo, llamado a proclamar Su palabra con claridad y amor. Para los miembros de la Iglesia, este versículo también nos invita a apoyar la obra misional con nuestras oraciones, recursos y esfuerzos personales, reconociendo que todos somos parte del gran plan de Dios para reunir a Sus hijos en unidad y redención.
― Doctrina y Convenios 42:11. “Asimismo, os digo que a ninguno le será permitido salir a predicar mi evangelio ni a edificar mi iglesia”
Este mandato establece que el trabajo misional y la edificación de la Iglesia no son esfuerzos personales ni arbitrarios, sino que deben realizarse bajo la dirección divina. Resalta que el evangelio pertenece a Cristo, y Su Iglesia solo puede edificarse en el orden y la autoridad que Él ha establecido.
El presidente Gordon B. Hinckley afirmó: “Esta es la obra del Señor, no del hombre, y debe ser llevada a cabo de la manera en que Él lo ha dispuesto.” (Liahona, mayo de 1995). Este principio asegura que la Iglesia mantenga la pureza doctrinal y la eficacia en la obra misional.
“A menos que sea ordenado por alguien que tenga autoridad”
Resalta la necesidad de una autoridad divina, conferida por la imposición de manos de quienes ya poseen esa autoridad. Esto sigue el patrón bíblico, como en Hebreos 5:4: “Nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón.”
Élder David A. Bednar explicó: “El sacerdocio es el poder de Dios delegado a los hombres para actuar en Su nombre. Este poder debe conferirse de acuerdo con Su orden establecido.” (Liahona, noviembre de 2012). Esto previene la autoproclamación y garantiza que el evangelio sea enseñado con legitimidad y poder.
“Y sepa la iglesia que tiene autoridad”
La frase enfatiza la transparencia y la claridad en la organización de la Iglesia. No basta con tener autoridad; los demás deben reconocerla. Este principio protege contra el engaño y la confusión dentro de la Iglesia.
El presidente Joseph Fielding Smith enseñó: “La Iglesia es organizada con un sistema de liderazgo reconocido y confirmado por sus miembros. Este orden asegura la unidad y evita disensiones.” (Doctrinas de Salvación, tomo 3). Este principio fortalece la confianza en la estructura de la Iglesia y en aquellos llamados a liderar.
“Y que ha sido debidamente ordenado por las autoridades de la iglesia”
Subraya el rol esencial de las autoridades de la Iglesia en conferir el sacerdocio y en dirigir la obra del Señor. Garantiza que quienes actúan en nombre de Cristo lo hagan en alineación con Su voluntad y bajo Su dirección.
El presidente Russell M. Nelson declaró: “El Señor organiza Su Iglesia con líneas claras de autoridad para asegurar que Su obra se realice con orden y eficacia.” (Liahona, mayo de 2018). Este principio asegura que no haya conflictos ni ambigüedades en el liderazgo y la obra misional.
Este versículo establece la importancia del orden, la autoridad divina y la estructura organizativa en la Iglesia de Jesucristo. Al limitar el predicar y edificar Su Iglesia solo a quienes han sido debidamente llamados y ordenados, se protege la obra del Señor de la influencia humana o de interpretaciones erróneas. La transparencia y el reconocimiento por parte de los miembros fortalecen la unidad y la confianza en los líderes.
Doctrina y Convenios 42:11 subraya que el evangelio es divino y que Su obra debe realizarse en Su forma ordenada. Este versículo inspira confianza en la organización de la Iglesia y en el proceso de recibir llamados por revelación. También nos recuerda que todos los que servimos debemos actuar dentro del marco establecido por el Señor, buscando siempre Su guía. Este principio es clave para la preservación de la pureza doctrinal y la edificación del reino de Dios en la tierra.
2. Conducta Moral y Mandamientos
― Doctrina y Convenios 42:18 “Y ahora bien, he aquí, hablo a la iglesia. No matarás; y el que matare no tendrá perdón ni en este mundo ni en el venidero.”
“Y ahora bien, he aquí, hablo a la iglesia”
Esta introducción establece que el mensaje es una revelación dirigida específicamente a los miembros de la Iglesia. Subraya la importancia de escuchar y obedecer como parte del convenio hecho con Dios. También implica que esta enseñanza tiene un propósito colectivo para la edificación y la santificación de la comunidad de santos.
El presidente Harold B. Lee enseñó: “Cuando el Señor habla a Su Iglesia, está estableciendo estándares sagrados que son esenciales para nuestro progreso eterno.” (Enseñanzas de Harold B. Lee). Esta frase resalta que las leyes dadas a la Iglesia no son opcionales, sino requisitos del convenio.
“No matarás”
Este es uno de los Diez Mandamientos (Éxodo 20:13), reiterado aquí como una ley fundamental del evangelio restaurado. Refleja el carácter sagrado de la vida humana, que es un don de Dios y debe ser respetado y protegido.
El presidente Spencer W. Kimball explicó: “La vida es preciosa porque es el regalo de Dios a Sus hijos. La protección de la vida es un principio divino que no debe ser violado.” (La milagrosa transformación, pág. 155). Este mandamiento establece límites claros en cuanto a cómo debemos tratar la vida de los demás, destacando el respeto por la creación divina.
“Y el que matare no tendrá perdón ni en este mundo ni en el venidero”
Aquí se señala la gravedad extrema del asesinato, que se distingue de otros pecados debido a su carácter irreversible. El arrepentimiento puede llevar a la reconciliación con Dios en otros aspectos, pero las consecuencias eternas del asesinato son únicas. Este principio se relaciona con Doctrina y Convenios 132:27, que menciona que ciertos pecados, como derramar sangre inocente, no pueden ser expiados completamente.
Bruce R. McConkie comentó: “El asesinato es uno de los pecados más serios que un hombre puede cometer porque destruye el plan eterno de Dios para la vida de la víctima.” (Doctrinal New Testament Commentary, tomo 3). Este versículo subraya que aquellos que cometan este acto deben enfrentar tanto las consecuencias mortales como las eternas.
Doctrina y Convenios 42:18 establece de manera contundente el carácter sagrado de la vida y la gravedad del asesinato. Reafirma que esta ley no es simplemente un principio moral, sino un mandato divino que refleja el carácter de Dios como el autor de la vida. También señala que, aunque el arrepentimiento es posible en muchos casos, las consecuencias del asesinato son duraderas, afectando tanto el estado mortal como el eterno de quien lo comete.
Este versículo nos invita a reflexionar sobre el valor eterno de la vida humana y nuestra responsabilidad de protegerla. También nos recuerda que todas nuestras acciones tienen consecuencias, no solo en esta vida, sino en la eternidad. Como discípulos de Cristo, debemos esforzarnos por vivir en armonía con las leyes divinas, demostrando respeto y reverencia por el plan de salvación, que es posible gracias al sacrificio expiatorio del Salvador. Este mandamiento nos inspira a promover la paz y la reconciliación, en lugar de la violencia y el conflicto, como reflejo de nuestro compromiso con los principios del evangelio.
― Doctrina y Convenios 42:22. “Amarás a tu esposa con todo tu corazón, y te allegarás a ella y a ninguna otra.”
“Amarás a tu esposa con todo tu corazón”
Este mandamiento establece el amor como el fundamento del matrimonio, un amor completo y exclusivo hacia la esposa. Este amor refleja el compromiso que el Señor espera dentro del convenio matrimonial: fidelidad, respeto y dedicación total. En Efesios 5:25, se instruye a los esposos a amar a sus esposas “como Cristo amó a la iglesia”, sugiriendo un amor sacrificial, protector y eterno.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “El matrimonio debe basarse en un amor que sea tan fuerte, profundo y puro como para ser eterno. Tal amor se demuestra en palabras y acciones diarias.” (Liahona, noviembre de 1998). Amar con todo el corazón significa priorizar las necesidades y el bienestar de la esposa, demostrando que el matrimonio es un convenio sagrado.
“Y te allegarás a ella”
“Allegarse” implica una unión profunda, tanto física como emocional y espiritual. El término sugiere una unidad que elimina cualquier distancia o separación entre los cónyuges. Este principio deriva de Génesis 2:24: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.”
El presidente Ezra Taft Benson declaró: “El matrimonio es un convenio que une los corazones y las almas de los esposos. Este vínculo se fortalece cuando ambos se esfuerzan por allegarse el uno al otro y a Dios.” (Liahona, agosto de 1987). Allegarse incluye compartir objetivos, enfrentar desafíos juntos y construir una relación basada en la confianza mutua.
“Y a ninguna otra”
Este mandato prohíbe cualquier forma de infidelidad, tanto física como emocional. La exclusividad en el matrimonio es un reflejo del carácter sagrado del convenio matrimonial. En Mateo 5:28, el Salvador enseña que incluso mirar a otra persona con codicia es una violación del compromiso matrimonial.
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “La fidelidad en el matrimonio no es solo la ausencia de adulterio. Es la dedicación absoluta y exclusiva al cónyuge.” (Liahona, mayo de 1998). Este principio refuerza que la fidelidad es una demostración de amor, respeto y obediencia a los mandamientos de Dios.
Doctrina y Convenios 42:22 resalta los principios fundamentales del matrimonio: amor incondicional, unidad y fidelidad. Este versículo enseña que el matrimonio no es simplemente un contrato social, sino un convenio eterno con Dios, donde los cónyuges se comprometen a vivir en armonía, respetarse mutuamente y dedicarse completamente el uno al otro. Este nivel de amor y compromiso es esencial para edificar familias fuertes y criar hijos en rectitud.
El matrimonio es un reflejo del plan de Dios para Sus hijos, basado en principios eternos de amor, sacrificio y unidad. Este versículo nos recuerda que el amor verdadero requiere esfuerzo constante, lealtad y una dedicación total al bienestar del cónyuge. En un mundo donde los valores matrimoniales están siendo desafiados, esta enseñanza es una llamada a los miembros de la Iglesia para que fortalezcan sus matrimonios, buscando la guía de Dios y el Espíritu Santo para superar desafíos y vivir en amor y fidelidad. La unión matrimonial basada en estos principios es una preparación para la vida eterna en la presencia de nuestro Padre Celestial.
― Doctrina y Convenios 42:24. “No cometerás adulterio; y el que cometa adulterio y no se arrepienta, será expulsado.”
“No cometerás adulterio”
Este mandamiento es una reiteración de los Diez Mandamientos (Éxodo 20:14) y refleja el estándar divino de pureza moral y fidelidad dentro del matrimonio. El adulterio es un pecado grave porque viola los convenios sagrados del matrimonio, destruye la confianza y afecta tanto a las familias como a las relaciones espirituales con Dios.
El presidente David O. McKay declaró: “La pureza sexual es la base de la vida familiar. La infidelidad destruye no solo matrimonios, sino también almas.” (Conference Report, octubre de 1964). Este mandamiento protege el propósito eterno del matrimonio y fomenta la santidad de la relación entre los cónyuges.
“Y el que cometa adulterio y no se arrepienta”
El énfasis aquí está en la falta de arrepentimiento. Aunque el adulterio es un pecado grave, el arrepentimiento sincero ofrece la posibilidad de perdón a través de la Expiación de Jesucristo. En Doctrina y Convenios 58:43 se establece que el arrepentimiento incluye confesar y abandonar el pecado.
El presidente Spencer W. Kimball enseñó: “El arrepentimiento verdadero puede restaurar la paz y la pureza al alma, pero requiere esfuerzo sincero y cambios reales.” (El Milagro del Perdón, pág. 203). La falta de arrepentimiento endurece el corazón y separa al individuo de las bendiciones de la expiación.
“Será expulsado”
Este mandato refleja la necesidad de preservar la pureza y la santidad de la Iglesia. La disciplina eclesiástica, incluida la excomunión, se aplica no como castigo, sino como una oportunidad para reflexionar y regresar al camino de rectitud. La excomunión es un acto de amor y justicia que busca proteger la integridad de la Iglesia y brindar al pecador un camino para la reconciliación.
Élder D. Todd Christofferson explicó: “La disciplina eclesiástica es una expresión de amor redentor. Se utiliza para ayudar a las personas a arrepentirse y a reconciliarse con Dios.” (Liahona, noviembre de 2011). Este paso puede ser doloroso, pero es una parte esencial del proceso de arrepentimiento en casos graves de transgresión.
Doctrina y Convenios 42:24 es un recordatorio solemne de la seriedad del adulterio y su impacto en los individuos, las familias y la Iglesia. Este versículo enfatiza que el arrepentimiento sincero es el único camino para superar los efectos devastadores de este pecado. Al mismo tiempo, señala la importancia de la disciplina eclesiástica como un medio para mantener la pureza de la Iglesia y brindar oportunidades para la redención.
El adulterio es una violación de los convenios sagrados y una traición al amor y la confianza dentro del matrimonio. Este mandamiento nos llama a respetar los principios de fidelidad y pureza, y a valorar la santidad del matrimonio como una institución ordenada por Dios. También nos recuerda que, aunque las consecuencias del pecado son graves, el poder de la Expiación de Jesucristo puede sanar incluso los corazones rotos y restaurar la paz. Este versículo inspira a los miembros a vivir en rectitud y fidelidad, asegurando que sus vidas estén alineadas con los principios del evangelio y las promesas eternas de Dios.
3. Consagración y Servicio
― Doctrina y Convenios 42:30. “Y he aquí, te acordarás de los pobres, y consagrarás para su sostén lo que tengas para darles de tus bienes, mediante un convenio y un título que no pueden ser violados.Introduce la ley de consagración, promoviendo el cuidado mutuo y la igualdad.”
“Y he aquí, te acordarás de los pobres”
Este mandato refleja el principio eterno del cuidado mutuo y la caridad como un deber cristiano. En Mosíah 4:26, se enfatiza que el recordar a los pobres es una expresión de nuestra gratitud y devoción a Dios. La enseñanza subraya que los pobres tienen un lugar especial en el evangelio y que servirles es equivalente a servir a Dios (Mateo 25:40).
El presidente Gordon B. Hinckley declaró: “Nunca podremos estar cerca de nuestro Padre Celestial si descuidamos a los pobres, a los necesitados y a los afligidos.” (Liahona, mayo de 2004). Recordar a los pobres implica tanto el acto de dar como desarrollar un corazón dispuesto a compartir.
“Y consagrarás para su sostén lo que tengas para darles de tus bienes”
Este principio introduce la ley de consagración, que es un sistema ordenado por Dios para compartir bienes y aliviar las necesidades de los demás. Aunque no se practica en su forma original hoy, se refleja en la ley del diezmo y otras ofrendas. El acto de consagrar es una expresión de fe y confianza en Dios, reconociendo que todo lo que poseemos proviene de Él.
El presidente Marion G. Romney enseñó: “La ley de consagración no es solo una ley de bienes materiales, sino una ley de consagrar nuestro tiempo, talentos y todo lo que somos para el servicio del Señor.” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Marion G. Romney). Este principio invita a los santos a vivir con un espíritu de sacrificio y generosidad.
“Mediante un convenio y un título que no pueden ser violados”
La referencia a un “convenio” y “título” resalta que el acto de consagración es sagrado y vinculante. Este convenio asegura que los bienes consagrados se utilicen de manera justa y para los fines establecidos por Dios. Este sistema, administrado por líderes eclesiásticos, refleja la confianza en la administración de los recursos para el beneficio colectivo.
Élder D. Todd Christofferson explicó: “Cuando consagramos nuestras posesiones y nosotros mismos, lo hacemos en el contexto de un convenio eterno con Dios. Esto asegura que nuestras acciones estén alineadas con Sus propósitos.” (Liahona, noviembre de 2010). Este enfoque resalta la necesidad de integridad y honestidad en nuestras contribuciones al reino de Dios.
Doctrina y Convenios 42:30 destaca la responsabilidad sagrada de cuidar a los pobres y necesitados mediante la consagración. Este principio eleva el acto de dar de una simple transacción material a una expresión de amor cristiano y fe en el plan de Dios. Además, el uso de un convenio y un título asegura que la administración de estos bienes sea justa y en armonía con los propósitos divinos.
Este versículo nos llama a desarrollar un corazón generoso, recordar constantemente a los menos favorecidos y vivir con una perspectiva eterna sobre nuestras posesiones terrenales. Al consagrar nuestros bienes y talentos, no solo bendecimos a los demás, sino que también nos acercamos más a Dios y reflejamos Su amor. En un mundo con crecientes desigualdades, esta enseñanza es un recordatorio poderoso de que el evangelio exige un compromiso activo con la justicia social y el servicio. Al practicar estos principios, nos preparamos para vivir en Sión, donde “no habrá pobres entre ellos” (Moisés 7:18).
― Doctrina y Convenios 42:34. “Por tanto, el resto se guardará en mi almacén para suministrarse a los pobres y a los necesitados, de acuerdo con lo que indiquen el sumo consejo de la iglesia, y el obispo y su consejo;”
“Por tanto, el resto se guardará en mi almacén”
Este principio introduce el almacén del Señor, un sistema ordenado para gestionar los bienes consagrados. El “almacén” simboliza un lugar de recursos administrado de manera justa para el bienestar de la comunidad. La idea de un almacén para los pobres tiene raíces en el Antiguo Testamento, donde se requería a los israelitas reservar una parte de sus bienes para los necesitados (Deuteronomio 14:28-29).
El élder Jeffrey R. Holland expresó: “Cuando damos al almacén del Señor, nos convertimos en Sus manos, asegurando que nadie pase hambre o carezca de las necesidades básicas.” (Liahona, noviembre de 2014). Este sistema no solo satisface las necesidades temporales, sino que fortalece la unidad y el amor en la comunidad.
“Para suministrarse a los pobres y a los necesitados”
Este pasaje enfatiza que los bienes consagrados no son para el beneficio personal de quienes los administran, sino exclusivamente para ayudar a los necesitados. Refleja el principio de que los recursos materiales deben utilizarse para aliviar el sufrimiento y promover la equidad entre los hijos de Dios.
El presidente Thomas S. Monson dijo: “El verdadero gozo se encuentra en servir a los demás y cuidar de los pobres y necesitados. En ellos vemos el reflejo de Cristo.” (Liahona, noviembre de 2010). Este principio nos invita a ser instrumentos de Dios para bendecir las vidas de quienes enfrentan dificultades.
“De acuerdo con lo que indiquen el sumo consejo de la iglesia, y el obispo y su consejo”
Este pasaje subraya la importancia de la autoridad y organización en la administración de los bienes consagrados. Las decisiones no se toman de manera individualista, sino bajo la dirección del liderazgo de la Iglesia, asegurando equidad y alineación con la voluntad de Dios. El obispo, como administrador del bienestar, actúa bajo la inspiración divina y con la ayuda de consejeros para satisfacer las necesidades de los miembros.
El presidente Russell M. Nelson explicó: “En el reino de Dios, el orden y la autoridad aseguran que cada recurso se use sabiamente para bendecir a Sus hijos.” (Liahona, mayo de 2019). Este modelo organiza el uso de los recursos y garantiza que las necesidades se prioricen con rectitud.
Este versículo muestra cómo el sistema de bienestar de la Iglesia está diseñado para reflejar los principios de consagración, unidad y justicia. El almacén del Señor no solo es un recurso temporal, sino también una herramienta espiritual que fortalece a los individuos y las comunidades, promoviendo la autosuficiencia y el amor cristiano. Además, el rol del liderazgo inspirado asegura que la administración sea equitativa y en armonía con la voluntad divina.
El sistema descrito en este versículo nos recuerda que, en el plan de Dios, nadie debe ser olvidado o dejado atrás. La administración de los bienes consagrados mediante el almacén del Señor es una manifestación tangible del mandamiento de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Este principio nos invita a vivir con generosidad y a confiar en el liderazgo inspirado de la Iglesia, sabiendo que nuestras contribuciones, aunque pequeñas, pueden marcar una gran diferencia en la vida de quienes necesitan ayuda. Al practicar estos principios, nos acercamos más al ideal de una comunidad de Sión, donde reina el amor, la equidad y la unidad.
4. Escrituras y Revelación
― Doctrina y Convenios 42:12. “Y además, los élderes, presbíteros y maestros de esta iglesia enseñarán los principios de mi evangelio, que se encuentran en la Biblia y en el Libro de Mormón, en el cual se halla la plenitud del evangelio.”
“Y además, los élderes, presbíteros y maestros de esta iglesia”
Este pasaje enfatiza el papel de los líderes ordenados en la enseñanza del evangelio. Cada oficio en el sacerdocio tiene responsabilidades específicas relacionadas con la edificación espiritual de los miembros. La enseñanza es una función clave del sacerdocio, ya que garantiza que la doctrina verdadera se transmita y se aplique en la vida diaria de los santos.
El presidente Boyd K. Packer explicó: “El sacerdocio es el medio por el cual el Señor guía a Su pueblo y organiza Su obra en la tierra. Enseñar el evangelio es una responsabilidad sagrada que requiere preparación y revelación.” (Liahona, noviembre de 1992). Cada oficio del sacerdocio tiene un rol vital para fortalecer a los individuos y a la Iglesia como un todo.
“Enseñarán los principios de mi evangelio”
Los líderes del sacerdocio tienen la responsabilidad de enseñar no doctrinas propias ni filosofías humanas, sino los principios del evangelio de Jesucristo, los cuales son eternos y universales. La enseñanza debe ser guiada por el Espíritu Santo, asegurando que el mensaje sea claro, verdadero y relevante para las necesidades de los oyentes.
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “La enseñanza del evangelio es mucho más que transmitir conocimiento; es inspirar a las personas a vivir de acuerdo con los principios eternos y a acercarse más a Dios.” (Liahona, noviembre de 2007). La enseñanza del evangelio tiene el propósito de ayudar a los miembros a comprender y aplicar los principios divinos en su vida diaria.
“Que se encuentran en la Biblia y en el Libro de Mormón”
Este versículo señala las Escrituras como la fuente principal de los principios del evangelio. La Biblia y el Libro de Mormón trabajan juntos como un testimonio doble de Jesucristo y Su misión. Ambos libros contienen la doctrina de salvación y proporcionan una guía para la vida recta.
El presidente Ezra Taft Benson declaró: “El Libro de Mormón y la Biblia son testigos poderosos de Cristo. Juntos, iluminan nuestra comprensión de Su evangelio eterno.” (Liahona, noviembre de 1986). La combinación de estos textos fortalece la fe y proporciona una comprensión más completa del plan de salvación.
“En el cual se halla la plenitud del evangelio”
Esta frase confirma que el Libro de Mormón contiene la plenitud del evangelio, que incluye las enseñanzas y los convenios necesarios para la salvación. La plenitud del evangelio incluye la doctrina de Cristo: fe, arrepentimiento, bautismo, el don del Espíritu Santo y la perseverancia hasta el fin (3 Nefi 27:13–20).
El presidente Russell M. Nelson expresó: “El Libro de Mormón no solo contiene la plenitud del evangelio, sino que también aclara y amplía nuestra comprensión de las verdades enseñadas en la Biblia.” (Liahona, noviembre de 2017). Este libro es clave para comprender las enseñanzas esenciales de Cristo y para preparar a los santos para Su segunda venida.
Doctrina y Convenios 42:12 resalta el papel fundamental de los líderes del sacerdocio en enseñar los principios del evangelio. Este versículo también subraya la centralidad de las Escrituras en la enseñanza y la edificación espiritual de los miembros. Al declarar que el Libro de Mormón contiene la plenitud del evangelio, se establece su importancia como una herramienta divina para fortalecer la fe y la comprensión doctrinal.
Este versículo nos invita a valorar y utilizar las Escrituras como nuestra fuente principal de aprendizaje y guía espiritual. También subraya la responsabilidad de los líderes del sacerdocio de enseñar con fidelidad y poder. En un mundo lleno de confusión y filosofías humanas, las Escrituras nos brindan claridad y dirección eterna. Al aprender y enseñar los principios del evangelio de Jesucristo, nos preparamos para recibir Sus bendiciones eternas y fortalecer nuestras familias, comunidades y la Iglesia en su conjunto.
― Doctrina y Convenios 42:61. “Si pides, recibirás revelación tras revelación, conocimiento sobre conocimiento, a fin de que conozcas los misterios y las cosas apacibles, aquello que trae gozo, aquello que trae la vida eterna.”
“Si pides, recibirás revelación tras revelación”
Este pasaje enseña el principio de la oración como un medio para obtener revelación personal. La promesa de recibir “revelación tras revelación” subraya que el conocimiento divino se da de manera continua y progresiva, según nuestra disposición y fe. Este principio también enfatiza la importancia de buscar activamente la guía de Dios en nuestra vida diaria.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “La revelación no es un evento único. Es un proceso continuo que nos permite avanzar espiritualmente, paso a paso.” (Liahona, mayo de 2018). La búsqueda de revelación nos conecta con el cielo y nos permite recibir instrucción personalizada del Señor.
“Conocimiento sobre conocimiento”
Este concepto refleja el principio de que el aprendizaje espiritual es acumulativo. Dios nos revela Su conocimiento en la medida en que estemos preparados para recibirlo, línea por línea, precepto por precepto (2 Nefi 28:30). La acumulación de conocimiento espiritual nos acerca más a la perfección y a la comprensión de los propósitos eternos de Dios.
El presidente Dallin H. Oaks afirmó: “El aprendizaje espiritual requiere paciencia y fe. Recibimos conocimiento según nuestra capacidad de comprender y aplicar lo que hemos aprendido.” (Liahona, mayo de 2019). Este proceso requiere humildad y la disposición para actuar conforme a lo que se recibe.
“A fin de que conozcas los misterios y las cosas apacibles”
Los “misterios” del reino de Dios no se refieren a secretos inalcanzables, sino a verdades espirituales profundas que solo pueden ser comprendidas mediante revelación y fe. Las “cosas apacibles” son las verdades del evangelio que traen paz y gozo al alma, un testimonio de que estas doctrinas provienen de Dios.
Élder Neal A. Maxwell dijo: “Los misterios de Dios no son secretos arbitrarios, sino verdades eternas que son reveladas a los que se preparan espiritualmente para recibirlas.” (Liahona, mayo de 1991). Estas verdades nos ayudan a encontrar paz en un mundo lleno de incertidumbre y a entender mejor el plan de salvación.
“Aquello que trae gozo, aquello que trae la vida eterna”
La revelación divina tiene como objetivo último traer gozo eterno y guiarnos hacia la vida eterna, que es conocer a Dios y a Jesucristo (Juan 17:3). El gozo que proviene de la revelación es un reflejo de la comunión con el Espíritu Santo y la certeza de que estamos en el camino correcto.
El presidente Dieter F. Uchtdorf explicó: “El evangelio de Jesucristo es un evangelio de gozo. Cada principio y mandamiento divino tiene el propósito de acercarnos a Dios y prepararnos para la vida eterna.” (Liahona, noviembre de 2014). La revelación personal fortalece nuestra relación con Dios y nos llena de esperanza en el plan eterno.
Doctrina y Convenios 42:61 nos enseña que la revelación personal es esencial para nuestro progreso espiritual. Al buscar la guía de Dios con fe y humildad, recibimos conocimiento divino que nos llena de paz, gozo y dirección. Este proceso no solo amplía nuestra comprensión del evangelio, sino que también nos prepara para recibir mayores verdades y bendiciones eternas. Además, el pasaje subraya que la revelación está disponible para todos los que la busquen con sinceridad.
Este versículo nos invita a convertirnos en buscadores activos de la revelación personal. En un mundo lleno de confusión y desafíos, la revelación continua nos brinda claridad y propósito, asegurándonos de que no estamos solos en nuestro viaje espiritual. Al buscar “revelación tras revelación” y “conocimiento sobre conocimiento”, desarrollamos una relación más cercana con nuestro Padre Celestial y nos preparamos para recibir Sus mayores bendiciones, incluyendo la vida eterna. La clave está en buscar, pedir y actuar con fe en la guía divina.
5. Sanidad y Fe
― Doctrina y Convenios 42:44.“Y los élderes de la iglesia, dos o más, serán llamados, y orarán por ellos y les impondrán las manos en mi nombre; y si murieren, morirán para mí; y si vivieren, vivirán para mí.”
“Y los élderes de la iglesia, dos o más, serán llamados”
Este principio establece que la administración de las bendiciones del sacerdocio requiere la participación de aquellos que han sido ordenados y llamados bajo la debida autoridad. La instrucción de “dos o más” refleja un patrón de apoyo y testimonio común en las escrituras (Mateo 18:20). La administración en grupo asegura orden, consenso espiritual y fe conjunta.
Élder Bruce R. McConkie explicó: “Los élderes, actuando bajo la autoridad del sacerdocio, son instrumentos en las manos del Señor para ministrar Su poder y bendiciones.” (Doctrinal New Testament Commentary). Este principio subraya la importancia del orden en el ejercicio del sacerdocio y del trabajo conjunto en las ordenanzas.
“Y orarán por ellos y les impondrán las manos en mi nombre”
Este versículo resalta la importancia de la oración y la imposición de manos como un acto de fe y autoridad sacerdotal. La imposición de manos es una práctica establecida desde tiempos bíblicos para conferir bendiciones y transmitir poder (Marcos 16:18). Realizar la ordenanza “en mi nombre” asegura que los élderes actúan como representantes de Jesucristo, no en su propia capacidad.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “El poder del sacerdocio solo es eficaz cuando se ejerce con fe, rectitud y en el nombre del Señor.” (Liahona, noviembre de 1996). La oración junto con la imposición de manos conecta al enfermo con el poder de Dios y demuestra confianza en Su voluntad.
“Y si murieren, morirán para mí; y si vivieren, vivirán para mí”
Este pasaje refleja el principio de que tanto la vida como la muerte están bajo el plan divino. Los que mueren en el Señor descansan en Su paz y tienen la esperanza de una gloriosa resurrección (Doctrina y Convenios 76:59). También enfatiza la aceptación de la voluntad de Dios, ya sea para sanar o para que la persona fallezca, con la confianza de que ambas circunstancias son para el bien eterno de la persona.
El presidente Dallin H. Oaks afirmó: “Cuando oramos por los enfermos, lo hacemos con fe, pero también con la disposición de aceptar la voluntad del Señor, ya sea para sanarlos o para llevarlos a Su presencia.” (Liahona, noviembre de 2010). Este principio enseña a confiar en la sabiduría y el amor de Dios, incluso en momentos difíciles como la muerte de un ser querido.
Doctrina y Convenios 42:44 enseña principios fundamentales sobre la administración del sacerdocio, la fe en el poder de Dios y la aceptación de Su voluntad. La bendición de los enfermos mediante la imposición de manos simboliza tanto la fe de los participantes como la conexión con el poder sanador de Cristo. Además, este versículo recuerda que la vida y la muerte están bajo el control amoroso de nuestro Padre Celestial, y que ambas circunstancias están destinadas a cumplir Sus propósitos eternos.
Este versículo nos invita a confiar plenamente en la voluntad de Dios, ya sea que Él conceda sanación o permita la muerte. Nos recuerda que nuestra vida está consagrada a Su servicio, tanto en la mortalidad como en la eternidad. También destaca la importancia de la fe y la oración en momentos de enfermedad o aflicción. Al vivir y morir “para el Señor,” podemos encontrar paz en Su plan y esperanza en las promesas de la resurrección y la vida eterna. Este principio fortalece nuestra fe y nos ayuda a enfrentar los desafíos con una perspectiva eterna.
― Doctrina y Convenios 42:48. “Y además, sucederá que el que tuviere fe en mí para ser sanado, y no estuviere señalado para morir, sanará.”
“Y además, sucederá que el que tuviere fe en mí”
Este pasaje subraya que la fe en Jesucristo es esencial para recibir cualquier bendición espiritual o física. La fe no es simplemente creer en Cristo, sino confiar en Su poder y voluntad para bendecirnos según Su propósito divino. La fe activa incluye acciones y una disposición para aceptar la voluntad de Dios, ya sea para sanar o no.
Élder Richard G. Scott enseñó: “La fe es un principio de poder que se incrementa cuando actuamos con rectitud y confianza en el Salvador.” (Liahona, noviembre de 1995). La fe genuina nos capacita para recibir las bendiciones del Señor, pero también nos ayuda a aceptar Su voluntad en todas las cosas.
“Para ser sanado”
La promesa de sanación física o espiritual está vinculada al poder de la expiación de Jesucristo. Él es el “Gran Médico,” quien no solo puede sanar nuestros cuerpos, sino también nuestras almas. La sanación puede ser física, emocional o espiritual, dependiendo de lo que el Señor considere necesario para nuestro progreso eterno.
El presidente Dallin H. Oaks dijo: “Algunos pueden no ser sanados físicamente en esta vida, pero el Salvador siempre ofrece sanación espiritual a quienes tienen fe en Él.” (Liahona, noviembre de 2010). Esto nos recuerda que la sanación física es un resultado posible, pero la sanación espiritual siempre está garantizada si ejercemos fe en Cristo.
“Y no estuviere señalado para morir”
Este pasaje introduce el concepto de que hay un tiempo señalado para cada persona en el plan eterno de Dios (Eclesiastés 3:2). Si no es el momento designado por el Señor para que una persona pase a la próxima vida, la sanación física puede ocurrir. Subraya la soberanía de Dios sobre la vida y la muerte, recordándonos que nuestras vidas están en Sus manos.
El presidente Spencer W. Kimball declaró: “Dios conoce el tiempo exacto en que es más beneficioso para nosotros regresar a Su presencia, y lo permite según Su plan eterno.” (Liahona, marzo de 1977). La fe en Dios incluye aceptar Su sabiduría en determinar cuándo es nuestro tiempo de partir de esta vida.
“Sanará”
Este término enfatiza el poder de Cristo para sanar en todas las formas. La sanación física ocurre cuando es consistente con los propósitos de Dios, mientras que la sanación espiritual es accesible para todos aquellos que confían en Él. La sanación completa también puede incluir paz y fortaleza para enfrentar desafíos, incluso si no se produce una recuperación física.
Élder Dieter F. Uchtdorf enseñó: “La sanación del alma y del cuerpo proviene de la fe en Cristo y en Su poder redentor.” (Liahona, noviembre de 2006). Esto destaca que la sanación siempre es un acto de gracia divina, no solo de poder físico, sino también de restauración espiritual.
Doctrina y Convenios 42:48 destaca el poder de la fe en Jesucristo y la soberanía de Dios en determinar el momento y la manera en que se cumplen Sus propósitos. Este versículo nos recuerda que, aunque la sanación física es un acto de gracia divina, el propósito eterno del Señor guía todas las decisiones, incluyendo el momento de nuestra partida de esta vida. La verdadera fe acepta tanto la posibilidad de sanación como la voluntad de Dios, sea cual sea el resultado.
Este pasaje nos invita a desarrollar una fe inquebrantable en Cristo, confiando plenamente en Su poder y Su plan para nuestras vidas. Nos recuerda que, aunque buscamos sanación física, nuestra mayor esperanza está en la sanación espiritual y en las bendiciones eternas que Él ofrece. Al confiar en Su sabiduría, podemos encontrar paz en todas las circunstancias, sabiendo que nuestra vida está bajo Su cuidado amoroso. Esta enseñanza refuerza que la fe no solo nos lleva a pedir milagros, sino también a aceptar la voluntad divina con humildad y gratitud.
6. Justicia y Confesión
― Doctrina y Convenios 42:79. “Y sucederá que si de entre vosotros alguien matare, será entregado para ser juzgado, de acuerdo con las leyes del país; porque recordad que no tiene perdón; y será comprobado de acuerdo con la ley del país.”
“Y sucederá que si de entre vosotros alguien matare”
Este pasaje aborda el pecado grave del asesinato, que viola uno de los Diez Mandamientos (Éxodo 20:13) y se considera una ofensa no solo contra la persona afectada, sino contra Dios, el dador de la vida. El asesinato no solo destruye la vida mortal, sino que también interrumpe el plan eterno del individuo afectado y trae consecuencias severas para el perpetrador.
Élder Bruce R. McConkie explicó: “El asesinato es uno de los pecados más graves porque priva a una persona de la oportunidad de vivir, progresar y arrepentirse.” (Doctrinal New Testament Commentary, tomo 3). Este principio subraya la santidad de la vida y la gravedad de quitarla de manera deliberada.
“Será entregado para ser juzgado, de acuerdo con las leyes del país”
Este pasaje indica que los miembros de la Iglesia están sujetos a las leyes terrenales. La justicia civil es un medio legítimo para tratar los actos criminales, incluidos los de carácter moral. Aunque la Iglesia tiene su propio sistema disciplinario, las leyes del país también desempeñan un papel esencial en la justicia y el orden social.
El presidente Dallin H. Oaks enseñó: “La justicia terrenal es un componente esencial del plan de Dios para asegurar el orden y la equidad en la sociedad.” (Liahona, noviembre de 2009). Este principio también demuestra que la Iglesia respeta y apoya las leyes justas de los gobiernos.
“Porque recordad que no tiene perdón”
Este pasaje resalta que el asesinato es un pecado excepcionalmente grave. Según Doctrina y Convenios 132:27, el derramamiento de sangre inocente no tiene expiación completa en esta vida ni en la venidera. Aunque el arrepentimiento puede aliviar la carga personal, las consecuencias eternas de este pecado son únicas debido a su naturaleza irreversible.
El presidente Spencer W. Kimball explicó: “El asesinato está en una categoría especial porque niega al individuo la oportunidad de vivir y progresar, afectando tanto esta vida como la eternidad.” (El Milagro del Perdón). Este principio refuerza la idea de que algunas acciones tienen consecuencias graves y duraderas que trascienden el tiempo.
“Y será comprobado de acuerdo con la ley del país”
Este pasaje enfatiza la necesidad de pruebas y justicia en la aplicación de las leyes. Se requiere evidencia y un juicio justo para determinar la culpabilidad. Este principio asegura que los actos de justicia estén basados en hechos y no en acusaciones infundadas.
El presidente Gordon B. Hinckley declaró: “La justicia debe administrarse con equidad, asegurando que cada persona sea tratada con dignidad y según la ley.” (Liahona, noviembre de 2003). Esto demuestra el respeto de la Iglesia por los procedimientos justos y la importancia de no actuar de manera precipitada o injusta.
Doctrina y Convenios 42:79 establece principios clave sobre la gravedad del asesinato, la necesidad de justicia terrenal y el respeto por las leyes civiles. Este pasaje refleja el equilibrio entre la ley de Dios y la ley del país, mostrando que ambas tienen un papel en la administración de justicia. Aunque el asesinato es un pecado que no tiene perdón completo, el arrepentimiento sigue siendo esencial para el perpetrador como un medio para buscar la paz y reconciliarse con Dios tanto como sea posible.
Este versículo nos recuerda la santidad de la vida humana y la gravedad de tomarla injustamente. También destaca la importancia de la justicia y el respeto por las leyes civiles, que son herramientas divinamente autorizadas para mantener el orden y proteger a la sociedad. Finalmente, este pasaje nos invita a reflexionar sobre la responsabilidad que tenemos de respetar y valorar la vida, viendo cada individuo como un hijo de Dios con un potencial eterno. Este principio refuerza nuestro compromiso de vivir en rectitud y de respetar las leyes y principios que protegen la dignidad humana.
― Doctrina y Convenios 42:88. “Y si tu hermano o tu hermana te ofende, te apartarás con él o con ella a solas; y si él o ella confiesa, os reconciliaréis.”
“Y si tu hermano o tu hermana te ofende”
Este pasaje reconoce que en la vida mortal habrá momentos de ofensa y conflicto entre los hijos de Dios, incluso dentro de la comunidad de fe. El uso de “hermano o hermana” subraya la relación espiritual entre los miembros de la Iglesia como parte de la familia eterna de Dios, destacando la importancia de resolver conflictos de manera amorosa y pacífica.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Enfrentaremos ofensas y malentendidos. Es nuestra responsabilidad buscar soluciones con amor y comprensión.” (Liahona, noviembre de 2009). Esta frase nos recuerda que las relaciones humanas son oportunidades para aprender y aplicar los principios del evangelio.
“Te apartarás con él o con ella a solas”
Este principio refleja el consejo del Salvador en Mateo 18:15, donde se enseña a resolver los conflictos en privado primero. Este enfoque protege la dignidad de ambas partes y evita la exposición innecesaria de las fallas de los demás. Resolver diferencias en privado fomenta la reconciliación y minimiza el daño potencial a las relaciones.
Élder Dieter F. Uchtdorf explicó: “Resolver los conflictos en privado y con amor fortalece los lazos familiares y comunitarios, y muestra nuestro compromiso de vivir como discípulos de Cristo.” (Liahona, noviembre de 2012). Este enfoque también enseña la importancia de actuar con empatía y respeto hacia los sentimientos y la dignidad de los demás.
“Y si él o ella confiesa”
La confesión es un principio esencial del arrepentimiento. Reconocer una ofensa requiere humildad y disposición para enmendar los errores. Es un paso clave para la reconciliación con Dios y con los demás. Este acto refleja el deseo de cambiar y de restaurar la relación dañada.
El presidente Spencer W. Kimball declaró: “La confesión sincera es una expresión de humildad y el comienzo del proceso de curación espiritual.” (El Milagro del Perdón). La confesión abre la puerta a la restauración de la paz y la unidad entre las personas.
“Os reconciliaréis”
La reconciliación es el objetivo final en la resolución de conflictos. Este proceso no solo restaura la relación, sino que también fortalece los lazos espirituales y emocionales entre los involucrados. Este principio refleja el espíritu del evangelio: perdón, amor y la búsqueda de la paz.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “El verdadero perdón no solo nos libera del dolor, sino que también construye puentes hacia la unidad y el amor.” (Liahona, noviembre de 2005). Reconciliarse es una manifestación de nuestro compromiso de seguir el ejemplo de Cristo, quien enseñó el amor y el perdón como principios fundamentales.
Doctrina y Convenios 42:88 proporciona un enfoque cristiano para la resolución de conflictos, basado en el respeto, la humildad y el amor. Este versículo enfatiza la importancia de tratar las ofensas de manera privada y con un espíritu de reconciliación. Al hacerlo, se preserva la unidad dentro de la Iglesia y se fortalecen las relaciones entre sus miembros. Este principio también enseña que el perdón y la confesión son esenciales para la paz y la sanación tanto a nivel personal como comunitario.
Este pasaje nos invita a reflexionar sobre cómo manejamos las ofensas y los conflictos en nuestras relaciones. En un mundo donde las diferencias pueden llevar a divisiones, este principio nos recuerda que la humildad, el amor y la disposición para resolver problemas en privado son fundamentales para vivir en armonía. La reconciliación no solo restaura relaciones dañadas, sino que también fortalece nuestro carácter cristiano y nos acerca más a Dios. Al practicar este principio, nos convertimos en verdaderos discípulos de Cristo, promoviendo la paz y el amor en todos los aspectos de nuestra vida.
7. Preparación para Sión
― Doctrina y Convenios 42:35. “y para comprar terrenos para el beneficio público de la iglesia, y construir casas de adoración, y edificar la Nueva Jerusalén, que más adelante será revelada,”
“Y para comprar terrenos para el beneficio público de la iglesia”
Este pasaje establece la importancia de los recursos temporales para cumplir con los propósitos espirituales de la Iglesia. La adquisición de terrenos y propiedades está alineada con el establecimiento del reino de Dios en la tierra. La administración de bienes materiales refleja la necesidad de planificación y preparación para el bienestar y el progreso de los santos, en especial como parte de los preparativos para la reunión de Israel.
El presidente Gordon B. Hinckley explicó: “El progreso temporal y espiritual van de la mano en la edificación del reino de Dios. Ambos son necesarios para cumplir con Sus propósitos eternos.” (Liahona, noviembre de 1998). Este principio subraya la administración sabia y justa de los recursos para apoyar la obra del Señor.
“Y construir casas de adoración”
Las casas de adoración, como templos y capillas, son esenciales para el crecimiento espiritual de los santos. Proporcionan un lugar para aprender, renovar convenios, y recibir ordenanzas sagradas. La construcción de estos lugares es una muestra de obediencia y reverencia hacia Dios, reconociendo que la adoración en espacios dedicados a Él fortalece nuestra conexión con el cielo.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Los templos son una señal del compromiso del Señor de bendecir a Sus hijos y una muestra de nuestra fe al construirlos y adorarlo en ellos.” (Liahona, noviembre de 2018). Las casas de adoración no son solo edificios, sino centros de luz espiritual que guían a los santos hacia Cristo.
“Y edificar la Nueva Jerusalén”
La referencia a la Nueva Jerusalén alude a la preparación para la segunda venida de Cristo. Esta ciudad santa será un lugar de reunión para los santos y un centro de paz y justicia. Edificar la Nueva Jerusalén no solo incluye esfuerzos materiales, sino también espirituales, al preparar nuestros corazones para ser dignos de habitar en ella.
Élder Bruce R. McConkie declaró: “La Nueva Jerusalén será el punto culminante de la reunión de Israel y el establecimiento de Sión, un lugar donde los santos podrán morar en paz y rectitud.” (The Millennial Messiah). Este esfuerzo requiere unidad, sacrificio y un compromiso constante con los principios del evangelio.
“Que más adelante será revelada”
Este pasaje muestra que la revelación continúa siendo esencial en la obra del Señor. Los detalles sobre el tiempo y el lugar específicos de la Nueva Jerusalén están sujetos al plan divino y a la preparación de los santos. La frase enfatiza la necesidad de confianza en Dios y de paciencia mientras seguimos trabajando en Su obra.
El presidente Henry B. Eyring dijo: “El Señor revela Su voluntad en el momento adecuado para que podamos cumplir con Su propósito eterno. Nuestra tarea es ser fieles y estar preparados.” (Liahona, noviembre de 2007). Esto nos enseña que la revelación divina llega cuando estamos listos para recibirla y actuar en consecuencia.
Doctrina y Convenios 42:35 conecta los aspectos temporales y espirituales de la obra del Señor. La adquisición de terrenos, la construcción de casas de adoración y la preparación para la Nueva Jerusalén son esfuerzos interrelacionados que reflejan el compromiso de los santos con el establecimiento del reino de Dios en la tierra. Este versículo destaca la importancia de la fe, la obediencia y la administración sabia de los recursos para cumplir con los propósitos divinos.
Este pasaje nos recuerda que la obra del Señor requiere tanto esfuerzo espiritual como material. Al contribuir con nuestros recursos y talentos, ayudamos a edificar Su reino y preparamos el camino para Su venida. La construcción de la Nueva Jerusalén no es solo un esfuerzo físico, sino una invitación a edificar una Sión espiritual en nuestros corazones y comunidades. Al seguir adelante con fe y confianza en las revelaciones futuras, podemos ser parte del cumplimiento de las promesas eternas de Dios.
― Doctrina y Convenios 42:62. “Te será revelado en mi propio y debido tiempo dónde se edificará la Nueva Jerusalén.”
“Te será revelado”
Esta frase enfatiza el principio de la revelación continua en la Iglesia de Jesucristo. Dios guía a Su pueblo en Su tiempo y manera, proporcionando instrucciones específicas para la edificación de Su reino en la tierra. La revelación no solo responde preguntas inmediatas, sino que también fortalece la fe al exigir paciencia y confianza en el Señor.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “La revelación es el privilegio de aquellos que buscan y escuchan la voz del Señor. Él revela lo necesario en Su propio tiempo y manera.” (Liahona, mayo de 2018). Este principio nos invita a estar atentos y espiritualmente preparados para recibir y actuar sobre las revelaciones que el Señor ofrece.
“En mi propio y debido tiempo”
Este pasaje subraya la soberanía de Dios sobre el tiempo y Su conocimiento perfecto del momento adecuado para llevar a cabo Su obra. Los hijos de Dios deben ejercer paciencia, sabiendo que todo se cumple en el tiempo del Señor. En Eclesiastés 3:1 se enseña que “todo tiene su tiempo”, recordándonos que el plan de Dios es perfecto incluso cuando no entendemos completamente Sus designios.
El presidente Dallin H. Oaks explicó: “La paciencia es un principio esencial de la fe. Confiamos en que Dios sabe lo que es mejor para nosotros y actúa en Su tiempo perfecto.” (Liahona, mayo de 2009). Este enfoque nos ayuda a mantenernos firmes en la fe mientras esperamos el cumplimiento de las promesas del Señor.
“Dónde se edificará la Nueva Jerusalén”
La Nueva Jerusalén es un símbolo central del recogimiento de Israel y la preparación para la segunda venida de Cristo. Será un lugar de paz, rectitud y gloria, donde los santos se reunirán para adorar y servir al Señor. Doctrina y Convenios 45:66–67 describe la Nueva Jerusalén como una ciudad santa destinada a ser un refugio y un lugar de seguridad para los santos en los últimos días.
Élder Bruce R. McConkie declaró: “La Nueva Jerusalén será el centro del reino de Dios en la tierra, un lugar donde los justos se reunirán en preparación para la venida del Salvador.” (The Millennial Messiah). Este principio enfatiza la necesidad de trabajar espiritualmente para ser dignos de participar en la construcción de Sión.
Doctrina y Convenios 42:62 nos enseña que la revelación sobre la Nueva Jerusalén se recibirá en el tiempo y la manera del Señor. Este versículo refleja la necesidad de confiar en la guía divina y de trabajar diligentemente en nuestra preparación espiritual mientras esperamos el cumplimiento de Sus promesas. La Nueva Jerusalén no es solo un lugar físico, sino también un esfuerzo colectivo y espiritual para crear una sociedad justa y recta.
Este pasaje nos invita a cultivar la fe, la paciencia y la disposición para seguir la voluntad del Señor en todos los aspectos de nuestra vida. La promesa de la Nueva Jerusalén simboliza no solo un futuro literal, sino también nuestra oportunidad de contribuir al establecimiento de Sión aquí y ahora. Al confiar en el tiempo del Señor y preparar nuestros corazones, podemos ser parte del cumplimiento de Su obra eterna y encontrar gozo en el proceso de edificar Su reino.
8. Unidad y Rectitud
― Doctrina y Convenios 42:66. “Observaréis las leyes que habéis recibido y seréis fieles.”
“Observaréis las leyes que habéis recibido”
Este mandato enfatiza la obediencia a las leyes divinas como un principio fundamental del evangelio. Observar las leyes de Dios no es solo una obligación, sino una manifestación de amor hacia Él (Juan 14:15: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”).Las “leyes recibidas” incluyen tanto los mandamientos universales como las instrucciones específicas dadas por revelación, mostrando que el evangelio abarca principios eternos y guías personalizadas.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “La obediencia a las leyes divinas trae libertad espiritual y bendiciones. Cada ley de Dios está diseñada para guiarnos hacia una vida más plena y significativa.” (Liahona, mayo de 2019). Este principio refuerza la idea de que la observancia de las leyes no limita nuestra vida, sino que nos permite alcanzar nuestro potencial divino.
“Y seréis fieles”
La fidelidad implica constancia y dedicación en la obediencia a las leyes de Dios, incluso frente a pruebas y desafíos. No se trata solo de actos externos, sino de un compromiso interno de seguir al Señor con todo el corazón. La fidelidad también se relaciona con la perseverancia en el convenio, permaneciendo firmes en el evangelio y confiando en el plan de Dios.
El presidente Thomas S. Monson declaró: “La fidelidad es la piedra angular de nuestra vida como discípulos de Cristo. Es una evidencia de nuestra confianza en el Señor y Su plan para nosotros.” (Liahona, noviembre de 2006). Ser fiel no es solo cumplir con los mandamientos, sino hacerlo con un espíritu de gratitud y amor hacia Dios.
Doctrina y Convenios 42:66 nos enseña que la obediencia y la fidelidad son inseparables en nuestra jornada espiritual. Observar las leyes de Dios demuestra nuestra disposición a someternos a Su voluntad, mientras que la fidelidad asegura que lo hagamos consistentemente, incluso cuando enfrentamos dificultades. Este versículo nos llama a vivir con integridad y compromiso, recordándonos que la obediencia trae las bendiciones prometidas y la paz espiritual.
Este pasaje nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con las leyes de Dios y nuestra disposición para obedecerlas con un corazón sincero. En un mundo lleno de desafíos y distracciones, este principio nos guía a centrarnos en lo que realmente importa: nuestra conexión con Dios y nuestra lealtad a Sus mandamientos. Ser obedientes y fieles no solo nos prepara para la vida eterna, sino que también nos llena de propósito y dirección en nuestra vida terrenal. Al observar las leyes de Dios y ser fieles, mostramos nuestro amor por Él y fortalecemos nuestro testimonio de Su plan perfecto para nuestra felicidad.
― Doctrina y Convenios 42:69. “Elevad vuestros corazones y regocijaos, porque a vosotros se os ha dado el reino, o en otras palabras, las llaves de la iglesia. Así sea. Amén.”
“Elevad vuestros corazones y regocijaos”
Este mandato invita a los santos a sentir gozo y gratitud por las bendiciones espirituales recibidas. Elevar el corazón simboliza una actitud de alabanza y gratitud hacia Dios, reconociendo Su mano en nuestras vidas. El regocijo no solo se basa en las bendiciones temporales, sino en las promesas eternas y la participación en la obra divina.
El presidente Russell M. Nelson declaró: “El evangelio de Jesucristo es un evangelio de gozo. Aquellos que lo viven encuentran esperanza, propósito y felicidad, independientemente de las circunstancias terrenales.” (Liahona, noviembre de 2016). Este llamado al regocijo refleja la paz y la felicidad que provienen de saber que somos parte del plan de salvación.
“Porque a vosotros se os ha dado el reino”
Esta frase destaca que los miembros de la Iglesia han sido bendecidos con el acceso al reino de Dios aquí en la tierra, lo que implica responsabilidades y privilegios espirituales como el discipulado, los convenios y las ordenanzas salvadoras. El “reino” incluye la Iglesia y su organización divina, diseñada para llevar a cabo la obra de salvación.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “Pertenecer al reino de Dios es tanto un honor como una responsabilidad. Debemos vivir de manera digna de ese privilegio sagrado.” (Liahona, mayo de 1998). La pertenencia al reino implica no solo recibir bendiciones, sino también contribuir activamente a la edificación de la Iglesia y al recogimiento de Israel.
“O en otras palabras, las llaves de la iglesia”
Las “llaves de la iglesia” se refieren a la autoridad del sacerdocio para dirigir y administrar las ordenanzas, los convenios y la obra del evangelio. Estas llaves fueron conferidas por el Señor a Sus siervos para dirigir Su obra en la tierra. Las llaves del sacerdocio aseguran que la Iglesia opera bajo la dirección divina, con orden y autoridad.
Élder D. Todd Christofferson explicó: “Las llaves del sacerdocio son esenciales para la administración del reino de Dios. Estas llaves aseguran que la obra de salvación se lleve a cabo según la voluntad del Señor.” (Liahona, noviembre de 2012). La existencia de estas llaves distingue a la Iglesia de Jesucristo como el reino de Dios en la tierra, con autoridad para actuar en Su nombre.
Doctrina y Convenios 42:69 invita a los santos a regocijarse por la pertenencia al reino de Dios y el privilegio de participar en Su obra divina. Este versículo enfatiza la importancia de las llaves del sacerdocio en la organización de la Iglesia y la administración de las ordenanzas sagradas. Al regocijarnos en estas bendiciones, también se nos recuerda nuestra responsabilidad de vivir dignamente y contribuir al avance del evangelio en la tierra.
Este pasaje nos inspira a vivir con gratitud, gozo y compromiso, reconociendo la gran bendición que es ser parte del reino de Dios. Saber que el Señor nos ha confiado las llaves de Su Iglesia nos invita a actuar con fe, obediencia y dedicación en Su obra. Al elevar nuestros corazones en gratitud y regocijo, fortalecemos nuestra relación con Dios y nuestra disposición para servirle, convirtiéndonos en verdaderos discípulos de Cristo que reflejan Su luz al mundo.























