Doctrina y Convenios Sección 46

Doctrina y Convenios
Sección 46


La Sección 46 de Doctrina y Convenios se da en un contexto temprano de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, cuando esta aún estaba en proceso de establecerse y organizarse tanto doctrinal como administrativamente. Aquí están los puntos clave del contexto histórico y su relevancia:

La revelación fue recibida el 8 de marzo de 1831 en Kirtland, Ohio, donde la Iglesia estaba experimentando un crecimiento significativo. Kirtland era un lugar de reunión para los nuevos conversos y un centro de actividad eclesiástica. En esta época, la Iglesia tenía menos de un año de presencia formal en Kirtland, habiéndose trasladado desde Nueva York en cumplimiento de una revelación previa.

En la Iglesia primitiva, los servicios sacramentales y otras reuniones eran relativamente informales, y no existía un protocolo uniforme. Había cierta confusión sobre quién podía asistir, en particular debido a la preocupación por influencias externas o perturbaciones. Algunas congregaciones estaban restringiendo las reuniones a los miembros bautizados o a investigadores considerados sinceros. Esto surgía del deseo de proteger la santidad de los servicios, pero podía excluir a personas interesadas en aprender sobre el Evangelio.

Esta revelación también aborda el tema de los dones espirituales, un aspecto central del Nuevo Testamento y de la Restauración. Había preguntas sobre cómo identificar y discernir los dones espirituales legítimos y cómo deberían ser administrados en la Iglesia. Algunos miembros habían comenzado a ejercer dones como la profecía, el hablar en lenguas y la curación. Sin embargo, no siempre se entendía bien cómo operarían estos dones dentro del marco del Evangelio restaurado.

El Señor, a través de José Smith, establece en esta revelación que las reuniones públicas deben ser inclusivas para aquellos que sinceramente buscan la verdad, independientemente de si son miembros de la Iglesia o no. Esto marcó un contraste con las prácticas de algunas denominaciones cristianas de la época, que podían limitar el acceso a los sacramentos o servicios eclesiásticos.

La revelación enfatiza que los élderes y líderes de la Iglesia deben dirigir las reuniones bajo la guía del Espíritu Santo, destacando la importancia de la inspiración divina en la administración de la Iglesia. También se dan instrucciones específicas para discernir y gestionar los dones espirituales, recordando que todos ellos son para el beneficio común y deben emplearse en el marco del orden y la virtud.

Este mensaje cimentó un principio clave en la Iglesia: la inclusión y apertura a quienes buscan la verdad. Este enfoque sigue vigente en la práctica actual de invitar a todos a las reuniones de adoración y enfatizar la búsqueda personal de los dones del Espíritu. Además, el contenido de la revelación reflejó una enseñanza que aún resuena: los dones espirituales son una manifestación del amor de Dios y deben ser usados para edificar y fortalecer la comunidad de los santos.

Esta sección establece una lista de dones espirituales específicos y reafirma que todos los dones vienen de Dios, que no todos reciben los mismos, y que estos deben ser administrados bajo la autoridad del obispo y otros líderes ordenados. También introduce la idea de que las prácticas espirituales deben estar en armonía con la voluntad de Dios y ser llevadas a cabo en el nombre de Cristo.

En resumen, la Sección 46 refleja las necesidades prácticas y espirituales de una Iglesia en crecimiento, respondiendo a preguntas específicas sobre el manejo de las reuniones y la inclusión, al tiempo que promueve principios duraderos de guía espiritual, inclusión y edificación mutua.

La Sección 46 enseña que los dones espirituales son una manifestación del amor de Dios para edificar a su pueblo, y que su Iglesia debe ser inclusiva, guiada por el Espíritu y agradecida. Los líderes y miembros deben trabajar juntos en unidad, respetando la diversidad de dones y practicando la virtud y la santidad.


1. Dirección por el Espíritu


Versículo 2: “Siempre se ha concedido a los élderes de mi iglesia desde el principio, y siempre será así, dirigir todas las reuniones conforme los oriente y los guíe el Santo Espíritu.”
Este versículo establece un principio clave en la Iglesia: las reuniones deben ser dirigidas bajo la inspiración del Espíritu Santo. Esto asegura que las decisiones y acciones en las reuniones estén alineadas con la voluntad de Dios y no con intereses personales o procedimientos rígidos.

“Siempre se ha concedido a los élderes de mi iglesia desde el principio”
Esta frase establece que el principio de autoridad en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tiene sus raíces en la organización original del Evangelio restaurado. Desde los primeros días de la Iglesia, los élderes han recibido el sacerdocio para actuar en nombre de Dios. La autoridad del sacerdocio es fundamental en la administración de los asuntos de la Iglesia y en la conducción de reuniones y ordenanzas sagradas.
José Smith enseñó que el sacerdocio es el poder y autoridad de Dios delegada a los hombres en la tierra para actuar en su nombre (véase Doctrina y Convenios 107:8). El profeta también destacó que esta autoridad se otorga para edificar la Iglesia y bendecir a sus miembros (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, capítulo 6).

“y siempre será así”
La frase refleja la naturaleza eterna y constante de las ordenanzas y la administración del Evangelio. Este principio está en armonía con la doctrina de que el sacerdocio y sus funciones son inmutables y se mantendrán en el orden establecido por Dios.
El élder D. Todd Christofferson explicó: “El orden del sacerdocio refleja la naturaleza inmutable de Dios y Su obra divina. Aunque cambien las circunstancias, los principios del sacerdocio permanecen” (Liahona, noviembre de 2012).

“dirigir todas las reuniones conforme los oriente y los guíe el Santo Espíritu”
Este principio subraya la dependencia de los líderes en la revelación personal a través del Espíritu Santo. Las reuniones de la Iglesia no se rigen meramente por protocolos humanos, sino que están sujetas a la dirección divina. Esta dependencia asegura que las reuniones sean edificantes y centradas en Cristo.
El presidente Boyd K. Packer enseñó: “El Espíritu Santo es el medio por el cual los líderes de la Iglesia reciben revelación y guía en sus responsabilidades. Sin esta influencia, nuestras reuniones carecerían del poder redentor del Evangelio” (Liahona, mayo de 1997). Este principio resalta que la obra de dirigir es inspirada y no solo administrativa.


Este pasaje está alineado con Doctrina y Convenios 46:2, que establece que las reuniones en la Iglesia deben realizarse bajo la dirección del Espíritu Santo. También refuerza la enseñanza del presidente Gordon B. Hinckley de que “ningún líder puede guiar sin inspiración divina” (Liahona, mayo de 1999).

En conjunto, el pasaje refuerza la naturaleza teocrática de la Iglesia, en la cual los líderes no actúan por autoridad propia, sino como instrumentos de Dios. Este modelo protege la pureza doctrinal y asegura que las reuniones sean espiritualmente edificantes para los miembros.


2. Inclusión en las reuniones


Versículo 5: “No desecharéis de vuestros servicios sacramentales a nadie que sinceramente esté buscando el reino.”
Dios llama a la inclusión, permitiendo que todos los que buscan sinceramente la verdad participen en las reuniones sacramentales. Esto refleja la naturaleza acogedora del Evangelio y asegura que incluso los no miembros encuentren un lugar para acercarse a Cristo.

“No desecharéis de vuestros servicios sacramentales”
Esta frase refleja el principio inclusivo del Evangelio de Jesucristo. La ordenanza de la Santa Cena es una invitación abierta para recordar al Salvador y renovar convenios, y las reuniones sacramentales están diseñadas para ser un espacio de adoración, aprendizaje y edificación espiritual para todos.
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “En esta Iglesia no hay forasteros ni excluidos. Hay espacio para todos, independientemente de las circunstancias o antecedentes” (Liahona, mayo de 2014). Este principio doctrinal resalta que los servicios de adoración deben ser accesibles para toda persona que busque acercarse a Dios.

“a nadie”
La inclusión de la palabra “nadie” enfatiza la universalidad del Evangelio. Todos, sin excepción, tienen derecho a buscar al Salvador y participar en Su Iglesia, siempre que lo hagan con sinceridad de corazón. Esto refleja el atributo de amor y misericordia de Dios hacia toda la humanidad.
El presidente Dieter F. Uchtdorf dijo: “El Salvador no rechazó a nadie que viniera a Él. Nosotros no debemos hacerlo tampoco” (Liahona, noviembre de 2012). Esta enseñanza resalta la necesidad de evitar actitudes de juicio o exclusión en nuestras congregaciones.

“que sinceramente esté buscando el reino”
La sinceridad es un principio clave en el Evangelio. Dios ve el corazón y las intenciones de las personas más allá de sus acciones externas. Aquellos que buscan el reino de Dios, aun si no son miembros de la Iglesia o están luchando con desafíos, tienen derecho a participar en reuniones donde puedan aprender más acerca del Salvador y Su Evangelio.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Nuestro papel como discípulos de Cristo es invitar a todos a venir a Él, sin importar su estado actual en el camino espiritual” (Liahona, noviembre de 2019). Esto demuestra que el propósito de la Iglesia es ser un refugio para aquellos que buscan la verdad y el fortalecimiento espiritual.


Este pasaje está en armonía con Doctrina y Convenios 46:3–5, que enseña que las reuniones de la Iglesia están abiertas a todos y que los dones espirituales se conceden para el beneficio de los que buscan la verdad. También refleja la enseñanza de Moroni en Moroni 6:4, que habla de nutrir a los recién llegados con la palabra de Dios y ayudarlos en su camino hacia Cristo.

En conjunto, esta instrucción subraya el espíritu inclusivo y misericordioso del Evangelio, recordándonos que la Iglesia debe ser un lugar de acogida y amor para todos los hijos de Dios. Esto fomenta un ambiente donde las personas pueden encontrar consuelo, verdad y una relación más cercana con el Salvador.


3. Oración y discernimiento espiritual


Versículo 8: “Buscad diligentemente los mejores dones, recordando siempre para qué son dados.”
Este versículo nos invita a buscar los dones del Espíritu con humildad y propósito. No son para la exaltación personal, sino para el beneficio mutuo y la edificación de la Iglesia. Subraya la importancia de orar para discernir los dones que necesitamos y podemos usar para bendecir a otros.

“Buscad diligentemente los mejores dones”
Esta frase es una referencia directa a las enseñanzas de Pablo en 1 Corintios 12:31 y a la revelación en Doctrina y Convenios 46:8, donde se instruye a los santos a buscar los dones espirituales con celo. Los dones espirituales son una manifestación del poder del Espíritu Santo y se conceden para edificar a los miembros de la Iglesia y fortalecer el cuerpo de Cristo.
El élder Marvin J. Ashton enseñó que “los mejores dones son aquellos más necesarios en nuestra vida para bendecir a otros y cumplir con nuestra responsabilidad divina” (Liahona, noviembre de 1987). Esto significa que la búsqueda de estos dones no debe basarse en ambiciones personales, sino en el deseo de servir y edificar.

“recordando siempre para qué son dados”
Esta frase subraya que los dones espirituales no son para el beneficio personal ni para demostrar superioridad espiritual, sino para el servicio y el fortalecimiento de la comunidad de santos. Doctrina y Convenios 46:12 aclara que estos dones se otorgan para el beneficio de los hijos de Dios y para edificar la Iglesia.
El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “Cuando usamos los dones espirituales con un propósito centrado en Cristo, estos se convierten en herramientas poderosas para bendecir nuestras vidas y las de quienes nos rodean” (Liahona, mayo de 1997). Esto refleja que los dones deben ser utilizados con un propósito altruista, dirigido por el Espíritu.


Este principio está profundamente enraizado en la doctrina de la humildad y el servicio. Buscar los “mejores dones” implica alinear nuestros deseos con la voluntad de Dios y reconocer que el propósito de estos dones es glorificar a Dios y edificar Su Reino. El presidente Russell M. Nelson enseñó que “los dones espirituales son un testimonio del amor de Dios hacia Sus hijos. Son una manifestación de Su gracia y Su compromiso de ayudarnos a regresar a Su presencia” (Liahona, noviembre de 2019).

En conclusión, esta instrucción nos recuerda que el enfoque en los dones espirituales debe estar en cómo podemos contribuir al bienestar espiritual de los demás, siguiendo el ejemplo del Salvador, quien utilizó todos Sus dones para ministrar, sanar y salvar.


4. Propósito de los dones espirituales


Versículo 9: “Se dan para el beneficio de los que me aman y guardan todos mis mandamientos, y de los que procuran hacerlo.”
Los dones espirituales son una expresión del amor de Dios y se otorgan para fortalecer a quienes le siguen y buscan guardar sus mandamientos. Esto muestra que Dios da estos dones no solo para beneficiar a los individuos, sino también para fortalecer a toda la comunidad.

“Se dan para el beneficio de los que me aman”
Los dones espirituales se otorgan como expresión del amor de Dios hacia aquellos que le aman. Amar a Dios es el primer gran mandamiento (Mateo 22:37–38), y este amor se demuestra a través de la obediencia a Sus mandamientos (Juan 14:15). Aquellos que aman a Dios están en sintonía espiritual para recibir y utilizar los dones espirituales de manera que glorifiquen a Dios y bendigan a los demás.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El amor por Dios nos conduce a buscar Su voluntad y a alinearnos con Su propósito divino, lo que nos abre a recibir más de Su Espíritu y Sus bendiciones” (Liahona, noviembre de 2018). Este principio resalta que el amor por Dios es un requisito fundamental para recibir los dones espirituales.

“y guardan todos mis mandamientos”
La obediencia es una condición esencial para recibir los dones espirituales. Guardar los mandamientos demuestra fe, lealtad y disposición para recibir el Espíritu Santo, quien es el medio por el cual se otorgan y manifiestan estos dones (Doctrina y Convenios 130:20–21). La obediencia trae consigo las bendiciones prometidas, incluyendo los dones espirituales.
El élder David A. Bednar explicó: “Los mandamientos de Dios son expresiones de Su amor por nosotros, y al guardar Sus mandamientos, demostramos nuestra disposición a recibir Su Espíritu y Sus dones” (Liahona, noviembre de 2011). Este principio muestra que la obediencia es una manifestación práctica del amor por Dios y un canal para recibir Sus bendiciones.

“y de los que procuran hacerlo”
Dios reconoce los esfuerzos sinceros y los deseos del corazón, incluso cuando no logramos la perfección inmediata en la obediencia. Esta frase refuerza el principio de que Dios es misericordioso y está dispuesto a otorgar dones espirituales a aquellos que sinceramente intentan vivir de acuerdo con Sus mandamientos. Esto es coherente con la doctrina de que Dios juzga las intenciones del corazón (1 Samuel 16:7).
El presidente Dieter F. Uchtdorf enseñó: “El Señor no espera que seamos perfectos de inmediato, pero sí espera que intentemos sinceramente hacer lo mejor que podamos. Él nos bendice por nuestro esfuerzo diligente” (Liahona, mayo de 2013). Esta enseñanza resalta que la disposición y el esfuerzo sincero son suficientes para recibir la gracia de Dios y Sus dones espirituales.


Este pasaje de Doctrina y Convenios 46:9 refleja el equilibrio perfecto entre justicia y misericordia en el Evangelio. Por un lado, los dones espirituales se otorgan a aquellos que aman a Dios y obedecen Sus mandamientos, destacando la necesidad de lealtad y obediencia. Por otro lado, también se conceden a aquellos que sinceramente intentan hacerlo, mostrando la compasión divina hacia los que están en el camino del discipulado.

En resumen, este versículo resalta que los dones espirituales no son privilegios elitistas, sino manifestaciones de la gracia y el amor de Dios hacia todos Sus hijos que se esfuerzan sinceramente por seguirle. Como enseñó el élder Jeffrey R. Holland: “El Señor bendice nuestros esfuerzos sinceros y nos otorga poder espiritual incluso en medio de nuestras imperfecciones” (Liahona, mayo de 2016).


5. Diversidad de dones


Versículo 11: “No a todos se da cada uno de los dones; pues hay muchos dones, y a todo hombre le es dado un don por el Espíritu de Dios.”
Este versículo destaca la diversidad y unicidad de los dones espirituales. Cada miembro de la Iglesia es bendecido con dones diferentes, lo que subraya la importancia de la unidad y la interdependencia en el cuerpo de Cristo.

“No a todos se da cada uno de los dones”
Esta frase enseña que los dones espirituales son distribuidos de manera diversa entre los hijos de Dios. Ningún individuo posee todos los dones, ya que esto fomenta la interdependencia y la unidad en el cuerpo de Cristo. Cada miembro contribuye con sus dones únicos para edificar a la Iglesia y fortalecer a sus hermanos y hermanas.
El presidente Boyd K. Packer enseñó: “No todos los dones espirituales se conceden a una sola persona. Esto garantiza que todos sean necesarios en el Reino de Dios y que todos tengan algo valioso que aportar” (Liahona, mayo de 1987). Este principio fomenta la humildad y la cooperación dentro de la Iglesia.

“pues hay muchos dones”
El Espíritu Santo es la fuente de una variedad infinita de dones espirituales que son dados para beneficiar a los hijos de Dios. Estos dones incluyen desde manifestaciones visibles, como el don de sanidad o de profecía, hasta dones más sutiles, como el de consolar, enseñar o tener fe. Esta diversidad permite que la Iglesia cumpla con su misión en la tierra.
El élder Marvin J. Ashton explicó: “A menudo pasamos por alto algunos de los dones espirituales más importantes, como el don de escuchar, de ser paciente o de dar consuelo. Todos estos son dones divinos que edifican el Reino de Dios” (Liahona, noviembre de 1987). Esto amplía nuestra comprensión de los dones espirituales, reconociendo tanto los visibles como los invisibles.

“y a todo hombre le es dado un don por el Espíritu de Dios”
Este principio asegura que cada individuo recibe al menos un don espiritual, demostrando la equidad y el amor de Dios. Estos dones no dependen de la posición social, económica o cultural, sino de la gracia divina. Cada don tiene un propósito específico para edificar a la Iglesia y bendecir a los demás.
El presidente Henry B. Eyring enseñó: “Dios otorga dones a todos Sus hijos para ayudarles a cumplir con Su propósito eterno. Reconocer y usar esos dones es parte esencial del discipulado” (Liahona, mayo de 2008). Esta enseñanza nos recuerda la responsabilidad de identificar y desarrollar nuestros dones para el beneficio del prójimo.


Este pasaje, basado en Doctrina y Convenios 46:11–12 y 1 Corintios 12:4–11, resalta la diversidad e importancia de los dones espirituales en la Iglesia. Los dones espirituales son un recordatorio de que el Señor utiliza a cada individuo en Su obra. También refuerza el principio de unidad, ya que los miembros deben depender unos de otros para recibir la plenitud de las bendiciones del Evangelio.

En conclusión, esta enseñanza invita a los miembros a buscar, reconocer y utilizar sus dones espirituales, no para glorificarse a sí mismos, sino para edificar el Reino de Dios. Como enseñó el presidente Russell M. Nelson: “Los dones espirituales son un testimonio del amor de Dios hacia Sus hijos y una herramienta para cumplir con Su obra divina” (Liahona, noviembre de 2019).


6. Ejemplos de dones espirituales


Versículos 13-26: “A algunos el Espíritu Santo da a saber que Jesucristo es el Hijo de Dios… A otros, fe para sanar; y a otros, fe para ser sanados; y a otros, obrar milagros; y a otros, discernir espíritus.”
Estos versículos enumeran una variedad de dones espirituales, como el don de fe, sanación, profecía y discernimiento. Cada uno es un recordatorio de que el Espíritu opera de múltiples formas para cumplir los propósitos de Dios y bendecir a su pueblo.

“A algunos el Espíritu Santo da a saber que Jesucristo es el Hijo de Dios…”
Este es uno de los dones más fundamentales del Espíritu: el testimonio de que Jesucristo es el Hijo de Dios. Este don permite a los hijos de Dios recibir un conocimiento espiritual profundo que trasciende la lógica o la razón. Es un testimonio espiritual recibido por revelación directa del Espíritu Santo.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “El testimonio de Jesucristo es el fundamento de nuestra fe. Todo lo demás en el Evangelio descansa sobre esta gran verdad” (Liahona, noviembre de 1997). Este don es clave para fortalecer la fe personal y compartir el Evangelio con otros.

“A otros, fe para sanar; y a otros, fe para ser sanados…”
La fe para sanar y la fe para ser sanados son dos dones relacionados, pero distintos. La fe para sanar permite a una persona ejercer el sacerdocio o la autoridad espiritual en nombre del Señor para sanar a otros, mientras que la fe para ser sanados requiere humildad y confianza absoluta en la voluntad de Dios para recibir la sanación.
El élder Dallin H. Oaks dijo: “El poder de sanación del Señor es real, pero siempre está sujeto a Su voluntad. La fe significa confiar en Su plan, incluso si la sanación no ocurre como esperamos” (Liahona, mayo de 2010). Estos dones nos enseñan a confiar en el poder y propósito divinos, tanto al dar como al recibir.

“y a otros, obrar milagros…”
El don de obrar milagros es una manifestación del poder de Dios para cumplir Su propósito divino en la tierra. Este don no se limita a eventos extraordinarios, sino que también incluye intervenciones divinas en la vida cotidiana para bendecir y fortalecer a Sus hijos.
El presidente Spencer W. Kimball enseñó: “Los milagros no son la suspensión de las leyes de la naturaleza, sino la operación de leyes superiores que están más allá de nuestra comprensión” (Liahona, noviembre de 1974). Este don fortalece el testimonio de los creyentes y demuestra el amor y el poder de Dios.

“y a otros, discernir espíritus.”
El don de discernir espíritus permite distinguir entre influencias divinas, humanas y malignas. Este don es esencial para evitar engaños y para reconocer la verdad, especialmente en asuntos espirituales. Es un don valioso en el liderazgo y en la administración de los asuntos del Evangelio.
El élder David A. Bednar enseñó: “El don de discernir espíritus nos ayuda a detectar la verdad, protegernos de las influencias negativas y guiar nuestras acciones en rectitud” (Liahona, marzo de 2020). Este don fortalece nuestra capacidad de reconocer lo que proviene de Dios y actuar en consecuencia.


Este pasaje, basado en Doctrina y Convenios 46:13–23 y 1 Corintios 12:7–10, ilustra cómo el Espíritu Santo otorga dones diversos a los miembros de la Iglesia según la voluntad de Dios y la necesidad de Su obra. Cada don tiene un propósito específico para edificar el Reino de Dios y bendecir a los demás.

En conjunto, estos dones reflejan el poder, el amor y la sabiduría de Dios, y requieren humildad, gratitud y disposición para utilizarlos al servicio del prójimo. Como enseñó el élder Jeffrey R. Holland: “El propósito de todos los dones espirituales es fortalecer la fe en Jesucristo y traer bendiciones a Su pueblo” (Liahona, mayo de 2008).


7. Discernimiento de los líderes


Versículo 27: “Les será concedido discernir todos esos dones, no sea que haya entre vosotros alguno que profesare tenerlos y, sin embargo, no sea de Dios.”
Los líderes de la Iglesia tienen la responsabilidad de discernir la autenticidad de los dones espirituales. Este versículo subraya la importancia de la autoridad y la inspiración en la administración de la Iglesia para evitar malentendidos o abusos relacionados con los dones.

“Les será concedido discernir todos esos dones”
El don de discernir es esencial para identificar y validar los dones espirituales dentro de la Iglesia. Este discernimiento es un don que permite a los líderes y miembros reconocer la autenticidad de las manifestaciones espirituales y asegurarse de que provienen de Dios. Este principio está fundamentado en la enseñanza de que todo don espiritual verdadero se recibe por medio del Espíritu Santo y edifica a los hijos de Dios (Doctrina y Convenios 46:8–12).
El presidente Boyd K. Packer enseñó: “El don del discernimiento es una herramienta que el Señor ha dado para proteger a Su pueblo de los errores, las falsedades y los peligros espirituales” (Liahona, noviembre de 2007). Este don no solo beneficia a los líderes, sino que también fortalece a los miembros en su capacidad de reconocer lo que edifica y conduce a la verdad.

“no sea que haya entre vosotros alguno que profesare tenerlos”
Esta frase advierte contra la falsificación o el mal uso de los dones espirituales. Algunos pueden reclamar dones que no poseen, ya sea por engaño consciente o por confusión. La advertencia refleja la necesidad de estar espiritualmente atentos para evitar que tales influencias dañen la fe de los miembros o interrumpan el progreso espiritual de la Iglesia.
El élder Bruce R. McConkie enseñó: “Satanás imita los dones espirituales para confundir y desviar a los hijos de Dios. El discernimiento espiritual es esencial para distinguir entre lo que es de Dios y lo que no lo es” (Doctrinal New Testament Commentary, vol. 2, pág. 378). Esta enseñanza resalta que no todo lo que parece espiritual proviene de una fuente divina.

“y, sin embargo, no sea de Dios”
Este principio aclara que no todas las manifestaciones aparentemente espirituales son de origen divino. Satanás puede intentar imitar los dones de Dios para engañar. Por lo tanto, el discernimiento no solo identifica los dones auténticos, sino que también protege contra influencias engañosas. En este contexto, el don de discernir espíritus es vital para evitar que se promueva algo contrario al Evangelio.
El presidente Joseph F. Smith declaró: “El discernimiento de espíritus es una de las salvaguardas más importantes contra el error. Nos permite distinguir entre lo que es de Dios y lo que es un engaño” (Gospel Doctrine, capítulo 21). Esto subraya la importancia de confiar en el Espíritu Santo y en las escrituras para identificar las verdades de Dios.


Este pasaje, inspirado en Doctrina y Convenios 46:27, destaca la responsabilidad que tienen los líderes y miembros de la Iglesia de buscar el don de discernimiento para proteger la pureza doctrinal y espiritual de la Iglesia. Al depender del Espíritu Santo, los santos pueden evitar caer en engaños espirituales y fortalecer su fe en Cristo.

En conclusión, esta enseñanza recalca la necesidad de vivir dignamente para recibir la guía del Espíritu Santo y desarrollar la capacidad de discernir lo que es de Dios. Como enseñó el élder David A. Bednar: “El don del discernimiento es una bendición prometida a aquellos que buscan sinceramente la guía de Dios en sus vidas” (Liahona, marzo de 2020). Este don es una herramienta poderosa para edificar la Iglesia y proteger a sus miembros.


8. Gratitud y rectitud


Versículo 32: “Habéis de dar gracias a Dios en el Espíritu por cualquier bendición con que seáis bendecidos.”
Dios nos recuerda la importancia de ser agradecidos por sus bendiciones, reconociendo que todo lo bueno proviene de Él. Este principio fortalece nuestra relación con Dios y fomenta un corazón humilde.

“Habéis de dar gracias a Dios”
El agradecimiento es una de las virtudes fundamentales del Evangelio de Jesucristo. Reconocer a Dios como la fuente de todas nuestras bendiciones demuestra humildad y gratitud, cualidades esenciales para quienes buscan una relación más cercana con Él. Esta práctica está directamente relacionada con el mandamiento de “dar gracias en todo” (1 Tesalonicenses 5:18).
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Si cultivamos un corazón agradecido, encontramos una mayor felicidad y satisfacción en nuestras vidas. La gratitud es la madre de todas las virtudes” (Liahona, mayo de 1992). Expresar gratitud a Dios nos ayuda a reconocer Su mano en nuestras vidas y fortalece nuestra fe.

“en el Espíritu”
Dar gracias “en el Espíritu” implica que la gratitud debe ser sincera, guiada por el Espíritu Santo, y no una mera formalidad. Este tipo de gratitud conecta nuestro corazón con Dios y nos permite sentir Su influencia en nuestra vida cotidiana. Es una forma de adoración y comunión con el Padre Celestial.
El élder David A. Bednar explicó: “Cuando nuestra gratitud se expresa bajo la influencia del Espíritu Santo, se convierte en una oración verdadera y poderosa que eleva nuestra alma y nos acerca a Dios” (Liahona, noviembre de 2008). Este tipo de gratitud espiritual abre la puerta para recibir más bendiciones y guía divina.

“por cualquier bendición con que seáis bendecidos”
La frase enfatiza que no debemos limitar nuestra gratitud a las grandes bendiciones, sino que debemos agradecer a Dios por todas las cosas, grandes o pequeñas. Reconocer incluso las bendiciones más simples demuestra una perspectiva eterna y una comprensión de la mano de Dios en todos los aspectos de nuestra vida.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El estar agradecidos en todas nuestras circunstancias no es solo una recomendación, sino una forma de encontrar gozo en nuestra jornada mortal” (Liahona, mayo de 2020). Este enfoque nos ayuda a ver nuestras vidas desde una perspectiva celestial y nos fortalece para enfrentar los desafíos con fe.


Este principio se encuentra en Doctrina y Convenios 46:32, que instruye a los santos a dar gracias a Dios en el Espíritu por cualquier bendición. También está en armonía con el Salmo 100:4, que dice: “Entrad por sus puertas con acción de gracias”. El agradecimiento sincero fortalece nuestra relación con Dios, aumenta nuestra capacidad de reconocer Sus bendiciones y nos ayuda a desarrollar una actitud de humildad y confianza en Su plan.

En conclusión, esta enseñanza subraya que la gratitud no es solo una práctica espiritual, sino una disposición del alma que nos conecta con el Padre Celestial. Como enseñó el élder Dieter F. Uchtdorf: “La gratitud es una expresión del corazón que se centra más en lo que tenemos que en lo que nos falta” (Liahona, mayo de 2014). Vivir con gratitud nos prepara para recibir más de las bendiciones de Dios.


9. Llamado a la santidad


Versículo 33: “Debéis practicar la virtud y la santidad delante de mí constantemente.”
La santidad es un requisito constante para aquellos que desean ser guiados por el Espíritu y recibir dones espirituales. Este versículo llama a un compromiso diario con la rectitud y la pureza en pensamiento y acción.

“Debéis practicar la virtud”
La virtud es una cualidad esencial para los seguidores de Jesucristo. Implica pureza de pensamiento, acción y deseo. Practicar la virtud significa esforzarse constantemente por vivir en rectitud y evitar pensamientos y comportamientos impuros. La virtud está profundamente conectada con la dignidad personal y la capacidad de recibir la guía del Espíritu Santo.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “La virtud es la base de una vida plena y feliz. No puede haber paz ni confianza sin virtud” (Liahona, mayo de 2001). Este principio nos recuerda que la pureza moral y espiritual es un requisito para estar cerca de Dios y participar en Sus bendiciones.

“y la santidad delante de mí”
La santidad es el estado de estar apartado para Dios y de vivir en conformidad con Su voluntad. Vivir en santidad requiere una dedicación total a la obediencia, al arrepentimiento constante y a los convenios realizados con Dios. Esta frase implica que la santidad debe ser una meta diaria y un reflejo de nuestro compromiso con el Salvador.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “La santidad es el estándar del Señor. Él requiere un pueblo santo para edificar Su reino y para estar preparados para Su regreso” (Liahona, noviembre de 2019). La santidad no es solo una aspiración, sino una expectativa para aquellos que desean morar en la presencia de Dios.

“constantemente”
La palabra “constantemente” indica que estas cualidades no deben ser ocasionales o esporádicas, sino un esfuerzo continuo en nuestra vida diaria. La perseverancia en la virtud y la santidad es un reflejo de nuestra dedicación al Señor y nuestra voluntad de seguirle en todas las circunstancias.
El presidente Henry B. Eyring enseñó: “El discipulado constante es lo que el Señor requiere. No es suficiente ser buenos ocasionalmente; debemos ser constantes en nuestra bondad” (Liahona, mayo de 2015). Este principio destaca la importancia de la consistencia en nuestra vida espiritual y en nuestros esfuerzos por vivir de acuerdo con los mandamientos de Dios.


Este pasaje de Doctrina y Convenios 46:33 subraya la necesidad de mantener un nivel elevado de rectitud y santidad en nuestra vida diaria. Está alineado con el llamado de Jesús a “ser perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). Practicar la virtud y la santidad constantemente no es solo un ideal, sino una expectativa divina que requiere dedicación y esfuerzo continuo.

En conclusión, esta instrucción nos recuerda que vivir en virtud y santidad es una preparación esencial para morar en la presencia de Dios. Como enseñó el élder Jeffrey R. Holland: “El Señor no espera que seamos perfectos de inmediato, pero sí que lo intentemos continuamente. El esfuerzo constante es parte del proceso de llegar a ser santos” (Liahona, mayo de 2017). Este proceso nos fortalece espiritualmente y nos prepara para recibir las bendiciones eternas.

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