Doctrina y Convenios Sección 6

Doctrina y Convenios
Sección 6


Contexto Histórico

En la primavera de 1829, José Smith se encontraba en Harmony, Pensilvania, trabajando arduamente en la traducción del Libro de Mormón. Había enfrentado numerosos desafíos: la pérdida de las 116 páginas traducidas, la constante oposición de aquellos que dudaban de su misión divina y la falta de recursos económicos. Sin embargo, su fe en la obra que se le había encomendado permanecía firme.

En ese contexto, Oliver Cowdery, un joven maestro escolar, llegó a su vida como respuesta a oraciones fervientes. Oliver, tras escuchar relatos sobre las experiencias de José, sintió un profundo deseo de conocer más y oró al Señor buscando confirmación de la veracidad de los eventos que rodeaban al Libro de Mormón. Recibió una manifestación espiritual que lo llenó de paz y convicción. Motivado por esta experiencia, viajó a Harmony y ofreció su ayuda como escribiente en la traducción. Así, el 7 de abril de 1829, comenzó una colaboración que marcaría el curso de la Restauración.

Poco después de comenzar su labor, Oliver deseó recibir guía directa del Señor para entender mejor su papel en esta gran obra. José, usando el Urim y Tumim, preguntó al Señor en su nombre, y en respuesta, se dio la revelación que conocemos como la Sección 6 de Doctrina y Convenios.

La revelación comenzó con palabras esperanzadoras: una gran obra estaba a punto de aparecer entre los hijos de los hombres. Dios reconoció la sinceridad de Oliver y le aseguró que su participación en la obra de traducción era parte de un propósito divino. El Señor usó la metáfora del campo blanco listo para la siega, subrayando la urgencia de proclamar el evangelio y la necesidad de trabajar con dedicación para cosechar almas.

A Oliver se le recordó que ya había recibido testimonio del Espíritu sobre la veracidad de la obra. Se mencionó la noche en que había orado con fervor en busca de respuestas, y el Señor le habló paz a su mente, confirmándole que estaba en el camino correcto. Este testimonio personal era, según las palabras de la revelación, un don sagrado que debía atesorar.

Además, el Señor le prometió dones adicionales si continuaba siendo fiel. Oliver tenía el potencial de ser un instrumento en las manos de Dios para realizar mucho bien en su generación. Sin embargo, con esos dones venía también la responsabilidad de manejarlos con reverencia, evitando compartirlos con quienes no compartían su fe, y usándolos únicamente para edificar el reino de Dios.

El mensaje también era un recordatorio para José y Oliver de que debían trabajar unidos. El Señor les pidió apoyarse mutuamente, ser pacientes, humildes y estar dispuestos a aceptar correcciones, tanto de parte del uno como del otro. Esta instrucción reflejaba la importancia de la unidad en su misión común.

La revelación culminó con un llamado a mirar siempre a Cristo. El Señor les pidió no temer, incluso si enfrentaban oposición, asegurándoles que, si estaban edificados sobre Su roca, ni la tierra ni el infierno podrían prevalecer contra ellos. Las últimas palabras fueron profundamente conmovedoras: el Señor invitó a Oliver a recordar las marcas de los clavos en Sus manos y pies, un testimonio del sacrificio que hizo por toda la humanidad, y lo exhortó a mantenerse fiel.

En este intercambio divino, Oliver Cowdery recibió no solo dirección para su vida, sino también consuelo y confianza en su misión. Esta experiencia reforzó su compromiso con la obra de la Restauración y lo preparó para enfrentar los desafíos que vendrían. La Sección 6, aunque dirigida a él, es un recordatorio atemporal de que la fe, la obediencia y la confianza en Cristo son esenciales para todos aquellos que participan en la obra de Dios.


1. La obra de Dios y la urgencia de la siega


Versículo 3: “He aquí, el campo blanco está ya para la siega; por tanto, quien deseare cosechar, meta su hoz con su fuerza y siegue mientras dure el día, a fin de que atesore para su alma la salvación sempiterna en el reino de Dios.”
Este versículo utiliza la metáfora agrícola para enseñar que la obra del Señor está lista para avanzar, pero requiere esfuerzo y dedicación de quienes desean ser parte de ella. Además, promete bendiciones eternas para aquellos que trabajan diligentemente en esta labor divina.

“He aquí, el campo blanco está ya para la siega”:
Esta frase enseña que la obra del Señor está lista para avanzar y que hay almas dispuestas a recibir el evangelio. La imagen del “campo blanco” simboliza la preparación de las personas para aceptar el mensaje de salvación.
El élder D. Todd Christofferson explicó: “El Señor siempre está trabajando en los corazones de Sus hijos. Cuando trabajamos en Su obra, podemos confiar en que Él ya ha preparado el terreno.” (“Colaboradores con el Señor,” Conferencia General, octubre de 2012). Esta frase resalta el principio de que el Señor guía Su obra y que existen oportunidades constantes para participar en la siega espiritual.

“Por tanto, quien deseare cosechar, meta su hoz con su fuerza”:
Participar en la obra del Señor requiere deseo sincero y esfuerzo diligente. La “hoz” representa nuestras herramientas espirituales, como el testimonio, la oración y el servicio.
En Doctrina y Convenios 4:2 se menciona: “Por tanto, oh vosotros que os embarcáis en el servicio de Dios, mirad que le sirváis con todo vuestro corazón, alma, mente y fuerza.” El deseo de cosechar refleja un compromiso activo y una disposición para actuar. No basta con observar el campo; debemos trabajar con vigor y dedicación.

“Y siegue mientras dure el día”:
Este fragmento subraya la urgencia de actuar mientras tenemos tiempo y oportunidad. El “día” simboliza el tiempo de nuestra vida terrenal, un período limitado para hacer el bien.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “El reloj de la vida avanza. ¿Estamos haciendo el bien que podemos hacer hoy? No pospongamos las oportunidades de servir.” (“Ahora es el momento,” Conferencia General, octubre de 2001). Este llamado nos recuerda que debemos actuar con diligencia, sin procrastinar, ya que las oportunidades pueden no estar disponibles indefinidamente.

“A fin de que atesore para su alma la salvación sempiterna en el reino de Dios”:
El propósito de nuestra labor en la obra del Señor es obtener la vida eterna. Este “atesorar” representa la acumulación de experiencias espirituales, obras justas y convenios que nos acercan a Dios.
El élder Jeffrey R. Holland afirmó: “El objetivo de todo esfuerzo en el evangelio es llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.” (“El trabajo y la gloria de Dios,” Conferencia General, abril de 2009). Este énfasis en la salvación sempiterna nos motiva a alinear nuestras acciones con los principios del evangelio, sabiendo que la recompensa es infinita y divina.

Este versículo encapsula la responsabilidad y la bendición de participar en la obra del Señor. Cada frase combina exhortaciones prácticas con promesas eternas. Este pasaje nos enseña que la obra de salvación no es solo para beneficio de otros, sino también para nuestro propio crecimiento espiritual y preparación para el reino de Dios.
El profeta Gordon B. Hinckley subrayó la importancia de esta labor: “No hay obra más grande ni más importante que la que hacemos para traer almas al evangelio de Jesucristo. Al hacerlo, ayudamos a otros a encontrar paz y propósito eternos.”
El llamado a “meter la hoz con fuerza” sigue siendo vigente para los miembros de la Iglesia en todos los tiempos, instándonos a trabajar con entusiasmo, dedicación y amor por el Salvador y por nuestros semejantes.


2. La búsqueda de sabiduría en lugar de riquezas


Versículo 7: “No busquéis riquezas sino sabiduría; y he aquí, los misterios de Dios os serán revelados, y entonces seréis ricos. He aquí, rico es el que tiene la vida eterna.”
Aquí, el Señor enfatiza el valor eterno de la sabiduría y el conocimiento divino, en contraste con las riquezas materiales. La verdadera riqueza no radica en posesiones, sino en la promesa de la vida eterna y el entendimiento espiritual.

“No busquéis riquezas sino sabiduría”:
Este pasaje enfatiza que debemos priorizar el conocimiento espiritual y la comprensión de las verdades divinas por encima de los bienes materiales. La búsqueda de la sabiduría es una expresión de fe y un deseo de crecer en el evangelio.
El élder Dallin H. Oaks enseñó: “El Evangelio de Jesucristo nos desafía a cambiar nuestra perspectiva de los valores terrenales hacia los valores eternos. En lugar de riquezas materiales, buscamos riquezas espirituales.” (“Prioridades,” Conferencia General, abril de 2001). En un mundo que a menudo valora el éxito material, esta frase nos recuerda que el verdadero progreso está en buscar lo que nos enriquece espiritualmente y nos acerca a Dios.

“Y he aquí, los misterios de Dios os serán revelados”:
Los “misterios de Dios” se refieren al conocimiento profundo y revelado de Su plan, que se otorga a aquellos que lo buscan con sinceridad. La revelación personal es una bendición prometida a quienes priorizan la sabiduría sobre las cosas del mundo.
En Doctrina y Convenios 76:5-10, el Señor promete: “Yo, el Señor, […] doy a conocer los misterios de mi voluntad según me parece bien.” Esta promesa recalca que al poner las cosas de Dios primero, Él nos abrirá las puertas del entendimiento, permitiéndonos ver Su propósito más claramente.

“Y entonces seréis ricos”:
La verdadera riqueza no se mide en términos materiales, sino en el conocimiento, las experiencias y las bendiciones eternas que obtenemos al seguir al Señor.
El presidente Russell M. Nelson explicó: “El tesoro más grande que podemos tener es la fe en Jesucristo y el conocimiento de Su plan para nosotros.” (“Tesoros espirituales,” Conferencia General, octubre de 2019). Esta frase redefine el concepto de riqueza, señalando que lo más valioso en la vida es lo que permanece más allá de la muerte: nuestra relación con Dios y las bendiciones espirituales.

“He aquí, rico es el que tiene la vida eterna”:
La vida eterna, definida como vivir en la presencia de Dios con nuestra familia, es el objetivo supremo del plan de salvación. Es el mayor de todos los dones que Dios puede otorgar (Doctrina y Convenios 14:7).
El presidente Joseph Fielding Smith escribió: “La vida eterna significa más que la inmortalidad. Es el privilegio de vivir con Dios y convertirse en lo que Él es.” (Doctrinas de Salvación, Vol. 2). Este versículo concluye con un recordatorio de que el éxito y las bendiciones eternas no están vinculados a las riquezas terrenales, sino al resultado de vivir fielmente el evangelio.

Este versículo subraya el contraste entre las prioridades terrenales y eternas, alentándonos a enfocar nuestras vidas en la búsqueda de sabiduría y conocimiento divino en lugar de riquezas materiales. La promesa de recibir los “misterios de Dios” es un recordatorio de que al centrarnos en el crecimiento espiritual, seremos enriquecidos de maneras que trascienden lo temporal.
El presidente Gordon B. Hinckley declaró: “La riqueza del evangelio no se mide en oro ni plata, sino en la paz, la alegría y la esperanza que trae a nuestras vidas.”
Al priorizar la sabiduría y la vida eterna, nos alineamos con el propósito divino de nuestra existencia y aseguramos la verdadera riqueza que proviene de vivir según el plan de Dios.


3. La importancia de los dones espirituales


Versículo 10: “He aquí, tienes un don, y bendito eres a causa de tu don. Recuerda que es sagrado y viene de arriba.”
Este versículo destaca que los dones espirituales son sagrados y dados por Dios con un propósito específico. También recalca la importancia de usarlos con gratitud y reverencia, reconociendo su origen divino.

“He aquí, tienes un don”:
Este fragmento resalta que cada individuo recibe dones espirituales específicos otorgados por Dios para cumplir con Su propósito y edificar Su reino. Reconocer estos dones es un acto de gratitud y humildad.
El presidente George Q. Cannon enseñó: “Dios ha otorgado a todos dones espirituales. Debemos buscar identificarlos y utilizarlos para el beneficio de los demás.” (Doctrinas del Evangelio, Manual del Estudiante, Lección 29). Este reconocimiento de los dones es clave para comprender nuestro valor y propósito individual dentro del plan de salvación. Cada don nos permite contribuir de manera única a la obra de Dios.

“Y bendito eres a causa de tu don”:
Los dones espirituales son una manifestación del amor de Dios y están acompañados de bendiciones personales y colectivas cuando se usan correctamente. Estos dones no solo benefician al portador, sino también a aquellos a quienes sirve.
En Doctrina y Convenios 46:11-12 se enseña: “Porque a todos no se da todo don; porque hay diversos dones, y a cada hombre se da un don por el Espíritu de Dios.” Esta frase recuerda que somos bendecidos cuando reconocemos, valoramos y utilizamos los dones que Dios nos ha dado. Además, usar estos dones trae alegría y propósito a nuestra vida.

“Recuerda que es sagrado”:
Los dones espirituales no son meras habilidades naturales; tienen un origen divino y deben ser usados con reverencia y respeto. Su uso indebido o negligencia puede llevar a la pérdida de su efecto espiritual.
El élder Marvin J. Ashton enseñó: “Uno de los dones más importantes del Espíritu es reconocer lo sagrado que son estos dones y usarlos con rectitud.” (“Hay muchos dones,” Conferencia General, octubre de 1987). Esta advertencia resalta que no debemos tratar los dones como algo común o trivial, sino como herramientas dadas para cumplir con propósitos eternos.

“Y viene de arriba”:
Los dones espirituales tienen su origen en Dios. Reconocer esto nos lleva a usar estos dones con gratitud, humildad y una conexión constante con el Espíritu para recibir guía en su uso.
En Santiago 1:17 se afirma: “Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, del Padre de las luces.” Este recordatorio nos ayuda a mantener la perspectiva correcta sobre nuestros dones: no son logros propios, sino manifestaciones de la gracia divina.

El versículo destaca la importancia de los dones espirituales en nuestra vida. Cada frase nos invita a reconocer estos dones como bendiciones divinas, tratarlos con reverencia y utilizarlos para servir al Señor y a los demás. El reconocimiento de que estos dones “vienen de arriba” nos recuerda la necesidad de vivir en armonía con el Espíritu para ser guiados en su uso.
El élder Henry B. Eyring enseñó: “Cuando descubrimos nuestros dones espirituales y los utilizamos en servicio a Dios, nuestra capacidad de hacer el bien se magnifica, y nuestro gozo en el evangelio se profundiza.”
Este versículo nos inspira a buscar, reconocer y honrar los dones que Dios nos ha dado, usándolos para avanzar Su obra y alcanzar nuestro potencial eterno.


4. El testimonio mediante el Espíritu


Versículo 23: “¿No hablé paz a tu mente en cuanto al asunto? ¿Qué mayor testimonio puedes tener que de Dios?”
Este versículo subraya cómo el Espíritu Santo confirma la verdad a través de sentimientos de paz y consuelo. Es un recordatorio de que los testimonios espirituales son superiores a cualquier evidencia física.

“¿No hablé paz a tu mente en cuanto al asunto?”:
Esta frase enseña que el Espíritu Santo comunica la verdad a través de sentimientos de paz, consuelo y claridad. Cuando buscamos respuestas del Señor, la confirmación divina no siempre viene de manera espectacular, sino a menudo como una serena sensación de tranquilidad.
El presidente Boyd K. Packer explicó: “El testimonio espiritual es algo tranquilo, una voz apacible y delicada que penetra hasta el alma y habla de paz a la mente.” (“La luz de Cristo,” Conferencia General, abril de 2005). Este principio subraya la importancia de aprender a reconocer las impresiones sutiles del Espíritu Santo. Estas impresiones son tan poderosas y verdaderas como cualquier manifestación más visible.

“¿Qué mayor testimonio puedes tener que de Dios?”:
El testimonio del Espíritu Santo es el testimonio más grande y seguro que podemos recibir. Dios mismo confirma la verdad a quienes sinceramente buscan Su guía, y este testimonio tiene un peso eterno y supremo.
En Doctrina y Convenios 50:19-20 se enseña: “Y el que recibe la palabra de verdad, recibe la iluminación del Espíritu; y el que recibe la iluminación del Espíritu, recibe tanto por el Espíritu como por la palabra.”

El élder Jeffrey R. Holland también declaró: “Un testimonio espiritual es el don más precioso que podemos recibir. Es un testimonio personal y directo de Dios a nosotros.” (“El testimonio más grande,” Conferencia General, octubre de 2007). Este versículo nos recuerda que no hay evidencia mayor o más segura que el testimonio que Dios nos da por medio de Su Espíritu. Este conocimiento personal puede sostenernos incluso en momentos de duda o dificultad.

El versículo nos enseña la forma en que Dios comunica la verdad a Sus hijos. A través de sentimientos de paz y claridad, el Espíritu Santo confirma la veracidad de las cosas espirituales. Este testimonio divino supera cualquier otra forma de evidencia, porque proviene directamente de Dios.
El presidente Gordon B. Hinckley expresó: “La paz que viene por medio del Espíritu Santo es una de las confirmaciones más grandes de la veracidad del evangelio. Es el testimonio de Dios a nuestra alma.”
Este versículo nos invita a buscar activamente esa paz y a confiar en ella como la evidencia más alta de las verdades espirituales. También nos anima a reflexionar sobre nuestras experiencias pasadas en las que el Señor nos ha hablado paz, recordándonos que estos momentos son testigos personales de Su amor y guía.


5. La centralidad de Cristo


Versículo 36: “Mirad hacia mí en todo pensamiento; no dudéis; no temáis.”
Este versículo insta a confiar plenamente en el Salvador y mantenerlo como el centro de nuestros pensamientos. La fe en Cristo elimina el temor y proporciona seguridad en medio de los desafíos.

“Mirad hacia mí en todo pensamiento”:
Esta frase insta a centrar nuestra vida y mente en Jesucristo. Mirar hacia Él en “todo pensamiento” implica mantener una conexión constante con el Salvador, buscando Su guía en cada decisión y circunstancia.
El presidente Russell M. Nelson declaró: “Cuando enfocamos nuestra vida en Jesucristo, podemos enfrentar cualquier desafío con fe y confianza, porque Él es la fuente de toda verdad y poder.” (“El Salvador y la fuerza de Su expiación,” Conferencia General, octubre de 2017). Este llamado no es solo una invitación, sino una forma de vida. Centrar nuestros pensamientos en Cristo nos ayuda a desarrollar una perspectiva eterna y a enfrentar los desafíos con mayor paz y propósito.

“No dudéis”:
La duda puede debilitar nuestra fe y confianza en el Señor. Aquí se nos enseña a confiar plenamente en Cristo y en Su capacidad para guiarnos y sostenernos, especialmente en momentos de incertidumbre.
El élder Dieter F. Uchtdorf dijo: “Dudar de nuestras dudas antes de dudar de nuestra fe es un principio esencial. La fe en el Salvador puede superar cualquier duda si le damos lugar en nuestro corazón.” (“Ven, sígueme,” Conferencia General, octubre de 2013). Esta frase nos recuerda que la duda no debe tener lugar en una mente enfocada en Cristo. La fe es el antídoto para la duda, y al confiar en el Salvador, podemos encontrar estabilidad y claridad.

“No temáis”:
El temor es una emoción natural, pero en las Escrituras se nos enseña repetidamente que el amor perfecto y la confianza en Dios expulsan el temor. Cristo es la fuente de la verdadera paz, incluso en medio de las tormentas de la vida.
En Juan 14:27, Jesús enseñó: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.”
El presidente Boyd K. Packer también afirmó: “El temor es contrario a la fe. Si confiamos en el Señor, Él nos guiará y sostendrá, incluso en momentos difíciles.” (“La paz del Evangelio,” Conferencia General, abril de 2010). Esta frase nos alienta a superar el miedo a través de nuestra confianza en Cristo. Al depender de Su poder y amor, podemos enfrentar las adversidades con valentía y esperanza.

Este versículo  es un recordatorio poderoso y breve de la centralidad de Cristo en nuestra vida. Nos invita a mantener nuestra mente y corazón enfocados en Él, superar la duda y enfrentar los temores con la confianza de que Él está con nosotros.
El presidente Howard W. Hunter resumió esta enseñanza con estas palabras: “Cristo debe ser el centro de nuestra vida y de todo lo que hacemos. Cuando miramos hacia Él, encontramos paz, propósito y poder.”
En nuestra vida cotidiana, aplicar este versículo significa confiar en el Salvador en cada pensamiento, fortalecer nuestra fe y permitir que Su amor y poder nos sostengan en toda circunstancia. Es una invitación a vivir con seguridad espiritual y confianza eterna.


6. El sacrificio y la redención de Cristo


Versículo 37: “Mirad las heridas que traspasaron mi costado, y también las marcas de los clavos en mis manos y pies; sed fieles; guardad mis mandamientos y heredaréis el reino de los cielos.”
El Señor recuerda Su sacrificio expiatorio como evidencia de Su amor y promesa de redención. Este versículo conecta la fidelidad personal con la recompensa de la vida eterna.

“Mirad las heridas que traspasaron mi costado”:
Esta frase nos invita a reflexionar sobre el sacrificio expiatorio de Jesucristo. Las heridas en Su costado son un recordatorio del sufrimiento que soportó por cada uno de nosotros, tanto física como espiritualmente, como parte de Su misión redentora.
El élder Jeffrey R. Holland dijo: “Las marcas en el cuerpo resucitado del Salvador testifican eternamente de Su expiación. Son un recordatorio del amor infinito que Él tiene por todos nosotros.” (“Venid a mí con corazón íntegro,” Conferencia General, octubre de 2017). Este llamado a “mirar” las heridas de Cristo no es solo literal, sino espiritual. Nos invita a contemplar Su sacrificio como el centro de nuestra fe y fuente de nuestra esperanza.

“Y también las marcas de los clavos en mis manos y pies”:
Las marcas en las manos y los pies del Salvador simbolizan Su disposición a cumplir con la voluntad del Padre y Su amor incondicional por toda la humanidad. Son evidencia de Su sacrificio voluntario en favor de nuestra salvación.
En 3 Nefi 11:14, el Salvador invita a los nefitas: “Levantaos y venid a mí, para que metáis vuestras manos en mi costado, y también para que palpéis las marcas de los clavos en mis manos y en mis pies.” Estas marcas son testigos eternos del acto expiatorio. Al considerarlas, recordamos que el Salvador cargó con nuestros pecados y dolores y que Su sacrificio nos permite reconciliarnos con Dios.

“Sed fieles”:
La fidelidad implica perseverar en la fe y el servicio al Señor, a pesar de los desafíos y pruebas. Ser fiel significa vivir en armonía con el evangelio y confiar en el poder redentor de Cristo.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “La fidelidad en las pequeñas cosas lleva a la fidelidad en las cosas grandes. Si permanecemos fieles, estaremos preparados para todas las pruebas que enfrentemos.” (“Sé de buen ánimo,” Conferencia General, abril de 2009). Ser fieles significa recordar a Cristo diariamente y actuar de acuerdo con Su ejemplo y enseñanzas. Es un compromiso constante que requiere esfuerzo y devoción.

“Guardad mis mandamientos”:
Guardar los mandamientos es la manera de demostrar nuestro amor por Dios y nuestra disposición a seguir a Jesucristo. La obediencia nos permite acceder a las bendiciones prometidas y a la guía del Espíritu Santo.
El Salvador enseñó en Juan 14:15: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.”
El élder L. Tom Perry afirmó: “Los mandamientos son la hoja de ruta que nos lleva de regreso a la presencia de nuestro Padre Celestial.” (“Obediencia a la ley es libertad,” Conferencia General, abril de 2013). La obediencia a los mandamientos es una expresión de nuestra fidelidad y amor hacia Dios. Nos alinea con Su voluntad y nos guía hacia la vida eterna.

“Y heredaréis el reino de los cielos”:
La promesa de heredar el reino de los cielos es la recompensa final para quienes permanecen fieles y obedecen los mandamientos. Representa la culminación del plan de salvación: vivir con Dios y disfrutar de la vida eterna.
En Doctrina y Convenios 14:7 se declara: “Y si guardas mis mandamientos y perseveras hasta el fin, tendrás la vida eterna, que es el mayor de todos los dones de Dios.”
El élder Dieter F. Uchtdorf expresó: “La vida eterna es el don supremo de Dios, reservado para aquellos que eligen seguir al Salvador con un corazón íntegro.” (“El camino hacia la vida eterna,” Conferencia General, abril de 2014). Esta promesa final refuerza que las bendiciones eternas están disponibles para todos aquellos que eligen ser fieles y obedientes. Es una invitación a perseverar con esperanza.

Este versículo  encapsula el corazón del evangelio: el sacrificio expiatorio de Jesucristo, nuestra responsabilidad de responder con fidelidad y obediencia, y la promesa de la vida eterna. Este pasaje nos llama a mirar al Salvador no solo como nuestro Redentor, sino como nuestro ejemplo perfecto.
El élder Jeffrey R. Holland resumió este principio al declarar: “El sacrificio expiatorio de Cristo nos llama a ser mejores, a perseverar y a aceptar Su invitación a vivir con Él y con nuestro Padre Celestial para siempre.”
Este versículo nos recuerda que, al centrarnos en Cristo y guardar Sus mandamientos, aseguramos nuestra herencia en el reino celestial, lo cual es el propósito eterno de nuestra existencia.


7. Promesas de bendiciones y consuelo


Versículo 20: “He aquí, tú eres Oliver, y te he hablado a causa de tus deseos; por tanto, atesora estas palabras en tu corazón. Sé fiel y diligente en guardar los mandamientos de Dios, y te estrecharé entre los brazos de mi amor.”
Aquí, el Señor ofrece consuelo y seguridad personal. La promesa de ser “estrechado entre los brazos” de Su amor es un recordatorio de Su cercanía y cuidado para con quienes son fieles.

“He aquí, tú eres Oliver, y te he hablado a causa de tus deseos”:
Esta frase destaca que el Señor conoce a cada persona individualmente y responde a los deseos sinceros de su corazón. Dios habla a aquellos que buscan Su guía con verdadera intención.
El élder Neal A. Maxwell enseñó: “El Señor conoce a cada uno de nosotros, no solo por nuestro nombre, sino por nuestras esperanzas, deseos y luchas. Él responde a aquellos que lo buscan con sinceridad.” (“El Señor conoce a Sus siervos,” Conferencia General, abril de 1987). Esta declaración personal hacia Oliver Cowdery refleja el cuidado individualizado de Dios por Sus hijos. También subraya que los deseos puros son un medio para acercarnos a Él y recibir revelación.

“Por tanto, atesora estas palabras en tu corazón”:
Las palabras del Señor son sagradas y deben ser valoradas, recordadas y aplicadas. “Atesorar” implica meditar y guardar en el corazón las enseñanzas divinas como una guía constante.
En Doctrina y Convenios 84:85 se instruye: “Atesorad en vuestras mentes continuamente las palabras de vida, y os serán dadas en la hora precisa.”
El presidente Henry B. Eyring explicó: “Cuando atesoramos las palabras del Señor, encontramos consuelo, dirección y la fortaleza para enfrentar los desafíos de la vida.” (“El Espíritu Santo como guía,” Conferencia General, abril de 2015). Atesorar las palabras del Señor no es un acto pasivo; requiere reflexión continua y acción. Al hacerlo, esas palabras se convierten en una fuente de fortaleza y guía diaria.

“Sé fiel y diligente en guardar los mandamientos de Dios”:
La fidelidad y la diligencia en la obediencia a los mandamientos son requisitos fundamentales para recibir las bendiciones del Señor. Ser fiel significa perseverar, incluso en tiempos de incertidumbre o prueba.
El presidente Thomas S. Monson declaró: “La obediencia es el principio que trae paz en este mundo y seguridad en el mundo venidero.” (“Obediencia trae bendiciones,” Conferencia General, abril de 2013). Esta instrucción subraya la importancia de actuar consistentemente de acuerdo con las leyes divinas. La fidelidad y la diligencia son necesarias para obtener las promesas de Dios y experimentar Su amor.

“Y te estrecharé entre los brazos de mi amor”:
Este es un poderoso recordatorio del amor personal e incondicional de Jesucristo. Estar “estrechado entre los brazos” del Señor simboliza aceptación, consuelo y seguridad eterna.
En el Libro de Mormón, Mormón 5:11 describe: “Y he aquí, lo haréis para que seáis encontrados sin mancha al último día, estrechados entre los brazos de Jesús.”
El élder Dieter F. Uchtdorf expresó: “El amor del Salvador es infinito e incondicional. Cuando nos volvemos a Él, encontramos paz, sanación y esperanza.” (“El amor del Salvador,” Conferencia General, abril de 2015). Esta promesa personal simboliza el objetivo final de la vida terrenal: regresar a la presencia del Salvador y sentir Su amor eterno. Nos recuerda que, a pesar de nuestras imperfecciones, Su amor está siempre disponible.

El versículo 20 es una afirmación del amor individual de Dios y un recordatorio de nuestras responsabilidades como discípulos. Cada frase refleja un aspecto central del evangelio: el deseo sincero de seguir a Cristo, el valor de Sus palabras, la necesidad de la obediencia y la certeza de Su amor.
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “El Señor no solo nos ama; Él nos conoce y nos comprende. Al obedecer Sus mandamientos y confiar en Su plan, sentiremos Su amor más plenamente en nuestra vida.” (“Venid a mí,” Conferencia General, abril de 1998).
Este versículo nos invita a cultivar una relación personal con el Salvador, confiar en Su guía y esforzarnos por ser fieles. La recompensa es la promesa de sentirnos estrechados entre Sus brazos, lo que representa el amor, la paz y la seguridad que solo Él puede ofrecer.


8. La obra se establece por testigos


Versículo 28: “Y ahora bien, he aquí, ahora os doy, a ti y también a mi siervo José, las llaves de este don que hará salir a luz este ministerio; y por boca de dos o tres testigos se establecerá toda palabra.”
Este versículo resalta el principio de establecer la verdad por medio de múltiples testigos. En el contexto de la restauración, José Smith y Oliver Cowdery se convirtieron en testigos principales de la obra de Dios.

“Y ahora bien, he aquí, ahora os doy, a ti y también a mi siervo José, las llaves de este don”:
Este pasaje enfatiza que las “llaves” representan autoridad divina delegada por Dios para llevar a cabo Su obra. En este contexto, José Smith y Oliver Cowdery recibieron las llaves relacionadas con la traducción del Libro de Mormón y el establecimiento de los principios del evangelio restaurado.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Las llaves del sacerdocio son esenciales en la obra del Señor, porque son la autoridad para dirigir Su iglesia y realizar ordenanzas sagradas.” (“Las llaves del sacerdocio y la autoridad de la Iglesia,” Conferencia General, abril de 2020). Esta frase subraya que las llaves del sacerdocio no son simplemente un símbolo de liderazgo, sino un canal de poder autorizado por Dios para guiar la obra en la tierra.

“Que hará salir a luz este ministerio”:
La frase indica que el ministerio de José y Oliver fue fundamental para sacar a luz la obra de la Restauración, incluida la traducción del Libro de Mormón, la restauración del sacerdocio y la organización de la Iglesia.
En Doctrina y Convenios 1:30, el Señor declaró: “Y para que la plenitud de mi evangelio sea proclamada por los débiles y sencillos.”
El élder Jeffrey R. Holland comentó: “La Restauración no solo fue un evento único, sino un proceso continuo que sigue sacando a la luz las verdades del evangelio en estos últimos días.” (“Mi testimonio del Libro de Mormón,” Conferencia General, octubre de 2009). Este ministerio fue crucial para establecer la plenitud del evangelio y preparar el camino para la salvación de las almas en estos últimos días.

“Y por boca de dos o tres testigos se establecerá toda palabra”:
Esta frase se basa en un principio bíblico: la verdad y la validez de los asuntos espirituales se confirman mediante múltiples testigos. Oliver Cowdery y otros testigos del Libro de Mormón (los Tres Testigos y los Ocho Testigos) fueron designados para testificar de la veracidad de la obra.
En 2 Corintios 13:1 se establece: “Por boca de dos o de tres testigos se decidirá todo asunto.”
El élder David A. Bednar explicó: “El principio de testigos múltiples asegura la veracidad del evangelio restaurado y fortalece nuestra fe en las verdades eternas.” (“La restauración y el testimonio de testigos múltiples,” Conferencia General, abril de 2017). Este principio otorga credibilidad y claridad al mensaje del evangelio, asegurando que la obra de Dios no depende únicamente de un solo individuo, sino que está confirmada por varios testigos autorizados.

El versículo revela principios fundamentales de la Restauración: la importancia de las llaves del sacerdocio, el papel de los testigos y la responsabilidad de sacar a luz el ministerio divino. Estas enseñanzas reflejan que la obra del Señor está organizada, respaldada por autoridad divina y confirmada por testigos confiables.
El presidente Gordon B. Hinckley declaró: “Dios ha dado testigos para que Su obra sea establecida y Su evangelio sea confirmado. Esos testigos son una evidencia adicional de la veracidad de esta dispensación.”
Este versículo nos recuerda que el Señor opera con un orden divino, otorgando autoridad y confirmando Su obra a través de múltiples testigos. Nos invita a valorar el papel de las llaves del sacerdocio y a apreciar la importancia de los testimonios divinamente establecidos que respaldan la verdad del evangelio restaurado.


9. Rechazo y oposición


Versículo 34: “Así que, no temáis, rebañito; haced lo bueno; aunque se combinen en contra de vosotros la tierra y el infierno, pues si estáis edificados sobre mi roca, no pueden prevalecer.”
El Señor garantiza protección y fortaleza a quienes enfrentan oposición mientras se mantienen firmes en Su evangelio. La referencia a Su “roca” resalta la estabilidad y seguridad de confiar en Él.

“Así que, no temáis, rebañito”:
Esta frase demuestra el amor protector de Cristo por Sus discípulos, a quienes llama “rebañito,” una expresión tierna que enfatiza Su papel como el Buen Pastor. El Salvador nos insta a no temer, recordándonos que Su poder y guía están siempre disponibles para nosotros.
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “El Señor nunca nos dejará ni nos abandonará. Somos Su rebaño, y Él nos protegerá en toda circunstancia.” (“El consuelo del Buen Pastor,” Conferencia General, abril de 2016). Este llamado a no temer es una invitación a confiar plenamente en el Salvador. Aunque las pruebas y desafíos puedan parecer abrumadores, Su cuidado constante nos da fortaleza.

“Haced lo bueno”:
La instrucción de “hacer lo bueno” es un recordatorio de que debemos actuar con rectitud y constancia, incluso cuando enfrentemos oposición. Hacer lo bueno significa vivir en armonía con los mandamientos y buscar oportunidades para servir y bendecir a otros.
En Doctrina y Convenios 58:27 se nos instruye: “Es menester que todo hombre sea diligente en hacer muchas cosas por su propia voluntad y llevar a cabo mucha justicia.”
El presidente Gordon B. Hinckley afirmó: “Hacer el bien es la manera de encontrar verdadera felicidad. Al servir y bendecir a otros, nos acercamos más al Salvador.” (“No temas, sigue adelante,” Conferencia General, abril de 1987). Este mandato es un llamado a la acción. La rectitud no es solo una aspiración; requiere esfuerzo constante, incluso en medio de adversidades.

“Aunque se combinen en contra de vosotros la tierra y el infierno”:
Esta frase reconoce que quienes siguen a Cristo enfrentarán oposición tanto del mundo como de fuerzas espirituales adversas. Sin embargo, esta oposición no puede superar a aquellos que están anclados en el evangelio.
El élder Neal A. Maxwell enseñó: “A medida que el reino de Dios avanza, también lo hace la oposición. Pero esta oposición no puede frustrar el plan del Señor ni la fe de Sus verdaderos discípulos.” (“La paciencia en la adversidad,” Conferencia General, abril de 1980). Aunque la oposición puede ser intensa, no debemos desanimarnos. Este pasaje refuerza que el poder de Dios siempre es superior al poder del enemigo.

“Pues si estáis edificados sobre mi roca, no pueden prevalecer”:
La “roca” es Jesucristo, quien es el fundamento seguro e inamovible de nuestra fe. Aquellos que basan su vida en Él y en Su evangelio están protegidos espiritualmente y no serán vencidos por las fuerzas del mal.
En Helamán 5:12 se declara: “Y ahora bien, recordad, hijos míos, que es sobre la roca de nuestro Redentor, quien es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis edificar vuestro fundamento.”
El élder D. Todd Christofferson afirmó: “Cuando construimos nuestra vida sobre el fundamento de Jesucristo, estamos seguros contra cualquier tormenta que pueda venir.” (“La roca de nuestra redención,” Conferencia General, octubre de 2019). Este versículo nos asegura que una vida centrada en Cristo y en Sus enseñanzas no solo es estable, sino que es invencible frente a cualquier adversidad.

El versículo 34 ofrece consuelo y fortaleza para enfrentar los desafíos de la vida. Nos invita a confiar en el Salvador, actuar con rectitud y permanecer firmes en el evangelio, incluso cuando enfrentemos oposición significativa. La promesa de seguridad espiritual para aquellos que están “edificados sobre la roca” del Salvador nos da esperanza y confianza.
El presidente Howard W. Hunter enseñó: “Si estamos edificados sobre Cristo, no necesitamos temer. Podemos enfrentarnos a cualquier desafío con la seguridad de que el Salvador está con nosotros.”
Este pasaje es un recordatorio poderoso de que, aunque las pruebas y la oposición sean inevitables, no tienen poder duradero sobre quienes han construido su vida sobre el fundamento seguro de Jesucristo. Al confiar en Su fuerza y amor, podemos superar cualquier obstáculo y avanzar con fe.


Organización por temas


Versículos 1–6
Los obreros del campo del Señor logran la salvación


El Señor revela principios fundamentales acerca de la obra de la Restauración y de la participación de Sus siervos en ella.

El pasaje comienza con una declaración solemne: “Una obra grande y maravillosa está a punto de aparecer entre los hijos de los hombres” (v.1). Aquí se anuncia que el evangelio restaurado sería un acontecimiento de magnitud eterna, algo que cambiaría el curso de la historia espiritual de la humanidad. No se trataba de un esfuerzo humano, sino de un movimiento divino, destinado a bendecir a todas las naciones.

Luego, el Señor afirma Su identidad: “He aquí, yo soy Dios” (v.2). Con esto establece la autoridad absoluta de Sus palabras. Él explica que Su palabra es viva y poderosa, más cortante que una espada de dos filos, capaz de penetrar hasta lo más íntimo del ser humano. Es decir, la revelación divina no es simple información, sino un poder que transforma la mente, el corazón y la vida de quien la recibe.

El versículo 3 introduce la metáfora del campo listo para la siega. Esta imagen enseña la urgencia de la obra misional: el mundo está preparado, las almas están listas para recibir la verdad, y los discípulos deben trabajar con diligencia “mientras dure el día”. El tiempo es limitado, y la cosecha espiritual requiere esfuerzo y entrega. El resultado de esta labor no solo es la salvación de otros, sino también la salvación propia de quienes trabajan en la viña.

En el versículo 4 se enfatiza que todo aquel que entra al campo y trabaja es llamado por Dios. Esto enseña que el llamamiento misional no siempre llega de manera formal o institucional; más bien, todo discípulo que decide servir en la obra del Señor ya responde a un llamado divino. El servicio en la obra es tanto privilegio como deber.

El versículo 5 recalca la promesa del Señor: “Si me pedís, recibiréis; si llamáis, se os abrirá”. Este principio de oración sincera y fe confiada asegura que el Señor responde a quienes buscan participar en Su obra. La promesa no está condicionada a la capacidad humana, sino al deseo genuino y al esfuerzo constante de quien busca.

Finalmente, en el versículo 6, el Señor dirige la atención hacia la obediencia y la construcción de Sion: guardar los mandamientos y procurar establecer el reino de Dios en la tierra. Así, la siega y el servicio no se limitan a predicar, sino a trabajar por la causa de Sion: un pueblo santo, unificado y preparado para la venida del Señor.

Estos versículos enseñan que la Restauración no fue un evento aislado, sino el inicio de una gran obra en la que todos los santos tienen participación. El Señor llama a Sus hijos a trabajar con fe, diligencia y obediencia, asegurándoles que Su palabra tiene poder para transformar y que Sus promesas son seguras.

La metáfora del campo listo para la siega nos recuerda la urgencia de actuar hoy, no mañana, en la edificación de Sion y en la salvación de las almas. Además, se subraya que cada discípulo que se esfuerza en la obra ya ha recibido un llamamiento de Dios.

En resumen, estos versículos inspiran a cada creyente a reconocer el poder de la palabra de Dios, a responder con acción decidida al llamado misional y a confiar en que, al pedir con fe, el Señor abrirá puertas y otorgará bendiciones eternas.


Versículos 7–13
No hay don mayor que el de la salvación


El Señor enseña a Oliver Cowdery —y por extensión a todo discípulo— las prioridades correctas en la obra divina, el valor de los dones espirituales y la promesa de salvación para quienes son fieles.

El Señor comienza con una advertencia: “No busquéis riquezas sino sabiduría” (v.7). Aquí se establece la diferencia entre lo temporal y lo eterno. La verdadera riqueza no consiste en posesiones materiales, sino en el conocimiento de los misterios de Dios y, finalmente, en la vida eterna. La sabiduría espiritual es la que abre las puertas a la verdadera abundancia, porque guía al hombre hacia lo divino.

En seguida, el Señor promete: “Se os concederá según lo que de mí deseareis” (v.8). Esto enseña que el deseo recto del corazón, alineado con la voluntad de Dios, puede traer grandes bendiciones. No solo se trata de recibir revelación personal, sino de convertirse en un instrumento para hacer mucho bien en esta generación. El evangelio no es un conocimiento privado, sino una fuerza que impulsa a bendecir y servir a otros.

El versículo 9 delimita el mensaje central de la predicación: el arrepentimiento. No era el momento de entrar en debates intelectuales o doctrinas secundarias, sino de invitar a los hombres a volverse a Cristo. El arrepentimiento es la esencia del evangelio, y anunciarlo con fe es colaborar en la obra divina.

El Señor también recuerda a Oliver que tiene un don especial: “Recuerda que es sagrado y viene de arriba” (v.10). El don espiritual no es un adorno personal ni un motivo de orgullo, sino una herramienta sagrada otorgada por Dios para bendecir a los demás. El don de Oliver le permitiría recibir revelación y descubrir misterios, pero no con fines egoístas, sino para convencer a muchos de la verdad y llevarlos a Cristo (v.11).

A la vez, se establece una advertencia importante: “No des a conocer tu don a nadie, sino a los que son de tu fe. No trates con liviandad las cosas sagradas” (v.12). Aquí el Señor enseña el principio de reverencia hacia lo sagrado. Las manifestaciones espirituales requieren prudencia, pues compartir lo santo con corazones incrédulos puede llevar al desprecio y a la burla. El evangelio debe presentarse con sabiduría y discernimiento.

Finalmente, la promesa culmina en el versículo 13: “Si haces lo bueno, y te conservas fiel hasta el fin, serás salvo en el reino de Dios, que es el máximo de todos los dones de Dios.” El don más grande no es la visión, ni el poder de convencer, ni siquiera el don de traducir, sino la salvación misma. Todo don espiritual debe llevar a ese propósito supremo: heredar la vida eterna.

Estos versículos enseñan que la verdadera riqueza es espiritual, no material, y que el discípulo de Cristo debe buscar primero la sabiduría y la vida eterna. El Señor promete conceder dones y oportunidades a quienes deseen hacer el bien, pero recalca que todo don debe usarse con reverencia y para edificar, no para exhibirse.

El eje de toda predicación es el arrepentimiento: la invitación a volver al Señor. Y aunque los dones espirituales son valiosos, todos ellos están subordinados al mayor de los dones: la salvación en el reino de Dios.

En resumen, este pasaje nos recuerda que el valor de nuestra vida no se mide por lo que acumulamos, sino por lo que somos en Cristo y por lo que ayudamos a otros a llegar a ser. El discípulo sabio busca los misterios de Dios, usa sus dones con reverencia y se mantiene fiel hasta el fin, confiando en la promesa de heredar la vida eterna.


Versículos 14–27
El testimonio de la verdad se recibe por el poder del Espíritu


El Señor habla directamente a Oliver Cowdery, reconociendo sus esfuerzos y deseos sinceros, y confirmándole la guía que ya había recibido por medio del Espíritu.

El Señor inicia con palabras de aprobación: “Bendito eres por lo que has hecho; porque me has consultado” (v.14). Oliver había orado sinceramente para conocer la verdad acerca de la obra de José Smith, y el Señor le recuerda que esa consulta humilde fue respondida por el Espíritu, lo cual lo condujo hasta donde estaba en ese momento. Se enseña aquí un principio fundamental: la verdadera revelación viene cuando consultamos al Señor de manera sincera y humilde.

El Señor le recuerda que su mente fue iluminada y que esa experiencia es evidencia de que había recibido el Espíritu de verdad (vv.15–16). Nadie más conocía sus pensamientos íntimos, sino Dios. De esta manera, el Señor convierte la experiencia espiritual de Oliver en un testimonio irrefutable de la veracidad de la obra. En otras palabras, el hecho de que Dios respondiera a sus pensamientos más íntimos era la prueba de que se trataba de revelación divina.

El propósito de esta confirmación era dejar en claro que la obra que José Smith realizaba era verdadera (v.17). Así, Oliver es llamado a ser un apoyo diligente del profeta (v.18), pero también se le enseña un principio de equilibrio: debía amonestar a José en sus faltas, y a la vez estar dispuesto a recibir amonestación (v.19). Aquí se establece la importancia de la humildad, la paciencia y la caridad en las relaciones entre los líderes y colaboradores en la obra del Señor.

El Señor dirige después un mensaje personal lleno de ternura: “Te estrecharé entre los brazos de mi amor” (v.20). La fidelidad y la obediencia atraen no solo instrucción y dones espirituales, sino también el amor redentor de Cristo.

En el versículo 21, el Señor se identifica claramente: “Soy Jesucristo, el Hijo de Dios”. Se presenta como la luz que brilla en las tinieblas y que no fue comprendida por los suyos. Así reafirma que la obra en la que Oliver participaba no era de hombres, sino de Jesucristo mismo.

Luego el Señor vuelve al tema del testimonio: Oliver había pedido una confirmación, y Cristo le recuerda la experiencia específica en la que sintió paz en su mente al orar sinceramente (vv.22–23). Esa paz interior es el testimonio mayor, porque viene de Dios mismo. El Señor agrega que si le ha revelado cosas que nadie más sabía, entonces Oliver ya ha recibido suficiente evidencia para confiar (v.24). Aquí se revela el principio clave del testimonio espiritual: no siempre se basa en pruebas visibles, sino en la paz y la luz que el Espíritu transmite al corazón y a la mente.

Finalmente, el Señor promete a Oliver el don de traducir, como José Smith (v.25). Le explica que existen anales sagrados retenidos por la iniquidad, pero que su don podría ser usado para sacar a luz parte de esas escrituras (vv.26–27). Esta declaración muestra que el Señor confía en Sus siervos y que reparte dones según Su sabiduría, con el propósito de traer a luz lo que había sido ocultado para bendecir a Su pueblo.

Este pasaje revela con gran claridad cómo el Señor guía y confirma a Sus siervos. Oliver es recordado de que ya había recibido un testimonio por medio de la paz del Espíritu, y que no necesitaba señales adicionales para saber que la obra era verdadera. El Señor recalca que el testimonio espiritual se reconoce en la mente iluminada y en la paz en el corazón.

Además, enseña principios valiosos para la obra del Reino: el apoyo mutuo entre los siervos del Señor, la paciencia, la disposición a dar y recibir corrección, y el uso reverente de los dones espirituales. También destaca que la verdadera evidencia de la veracidad del evangelio es la voz del Espíritu, más poderosa que cualquier prueba externa.

En resumen, estos versículos muestran que la obra de la Restauración es dirigida por Jesucristo mismo, que Su Espíritu testifica a quienes buscan con sinceridad, y que los dones espirituales son dados no para engrandecer al hombre, sino para traer luz, verdad y salvación.


Versículos 28–37
Mirad hacia Cristo y haced el bien continuamente.


el Señor concluye Su mensaje a Oliver Cowdery y a José Smith con principios profundos de autoridad, testimonio y confianza en Cristo.

El Señor comienza confiriéndoles “las llaves de este don” (v.28). Estas llaves representan la autoridad divina para llevar adelante el ministerio de la traducción y de la obra de la Restauración. No era un esfuerzo individual, sino una obra establecida sobre el principio eterno de que “por boca de dos o tres testigos se establecerá toda palabra”. Con José y Oliver, el Señor aseguraba que Su evangelio tendría testigos adicionales, cumpliendo así la ley divina de testificación.

El Señor también les prepara para la oposición: “Si rechazan mis palabras… benditos sois” (vv.29–30). Cristo les recuerda que el rechazo de Su obra no es algo nuevo, pues Él mismo fue rechazado en Su ministerio terrenal. De ese modo, los anima a no temer la persecución. Ser rechazado por el mundo es, en realidad, una señal de aprobación divina, porque quienes sufren por Su causa morarán con Él en gloria.

En contraste, si las palabras no son rechazadas, entonces serán bendecidos con el gozo de ver el fruto de sus labores (v.31). En ambos escenarios —ya sea en oposición o en aceptación— los siervos del Señor son bendecidos, lo que recalca que la verdadera recompensa no depende de la reacción del mundo, sino de la fidelidad al llamado divino.

El versículo 32 recuerda la promesa hecha a los antiguos discípulos: donde dos o tres se congregan en el nombre de Cristo, allí Él está en medio de ellos. Esto valida el ministerio de José y Oliver, asegurándoles que no trabajaban solos, sino acompañados por la presencia del Salvador mismo.

Luego, Cristo ofrece consuelo y seguridad: “No tengáis miedo de hacer lo bueno” (v.33). El principio de la siembra y la cosecha garantiza que todo esfuerzo fiel será recompensado en su debido tiempo. Incluso si “la tierra y el infierno” se combinan contra ellos (v.34), la promesa es firme: si están edificados sobre la roca que es Cristo, nada podrá prevalecer. Aquí se establece un principio fundamental: la firmeza espiritual viene de estar anclados en Cristo, no en las circunstancias externas.

Finalmente, el Señor les invita a vivir sin pecado, a cumplir con solemnidad la obra y a dirigir constantemente sus pensamientos hacia Él (vv.35–36). La instrucción es clara: mirar a Cristo en todo pensamiento, sin dudar ni temer. El pasaje culmina con una visión poderosa del Salvador mismo: “Mirad las heridas que traspasaron mi costado, y también las marcas de los clavos en mis manos y pies” (v.37). Con esta referencia a Su sacrificio expiatorio, Cristo llama a Sus siervos a la fidelidad y les promete la herencia eterna en Su reino.

Este pasaje es un poderoso recordatorio de que la obra de la Restauración fue establecida con autoridad divina, respaldada por testigos y sostenida por la presencia constante del Salvador. También enseña que el servicio en el Reino de Dios siempre enfrentará oposición, pero la seguridad del discípulo no radica en la aceptación del mundo, sino en la aprobación de Cristo.

El mensaje central es de confianza y esperanza: no temer, no dudar y permanecer firmes en Cristo. Las heridas del Salvador, evocadas al final de la revelación, testifican de Su amor y de Su victoria sobre el pecado y la muerte. Con esa certeza, José, Oliver y todos los discípulos son llamados a mirar siempre hacia Cristo, sembrar lo bueno y perseverar hasta heredar la vida eterna.

En resumen, el Señor asegura que la obra está establecida por Su poder, que la oposición no prevalecerá contra los que están sobre Su roca, y que la fidelidad traerá la más grande de todas las promesas: ser estrechados en Su amor y heredar Su reino.

Deja un comentario