Doctrina y Convenios
Sección 7
Contexto Histórico
El Pergamino Perdido de Juan: Una Revelación en Harmony. Era abril de 1829, y la pequeña cabaña en Harmony, Pensilvania, estaba impregnada de una atmósfera de ferviente expectación. José Smith, el joven profeta, y Oliver Cowdery, su recién llegado escriba, se encontraban inmersos en la traducción del Libro de Mormón. Sin embargo, entre los múltiples temas que surgían en sus estudios y conversaciones espirituales, una pregunta en particular les inquietaba: ¿Qué había sucedido con Juan, el discípulo amado? ¿Había muerto, como los demás apóstoles, o aún permanecía en la tierra?
Las Escrituras, en especial el capítulo final del Evangelio de Juan, parecían aludir a la posibilidad de que este apóstol no hubiera probado la muerte. En Juan 21:22, Jesús le había dicho a Pedro: “Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?” Estas palabras habían generado siglos de especulación. ¿Podía ser cierto que Juan aún viviera?
Buscando respuestas, José y Oliver recurrieron al Urim y Tumim, el instrumento sagrado que había sido usado para recibir revelaciones. Lo que recibieron en respuesta fue algo más que una simple confirmación: se les reveló un antiguo pergamino escrito por el propio Juan, oculto en tiempos antiguos. En él, el apóstol narraba su petición al Señor: no morir, sino permanecer en la tierra para seguir predicando el evangelio hasta la Segunda Venida de Cristo.
La respuesta de Jesús a Juan fue afirmativa: le concedió su deseo y le otorgó poder sobre la muerte para continuar su obra de conversión entre las naciones. Jesús también explicó a Pedro que su propio deseo de partir pronto al reino celestial era noble, pero que el de Juan representaba una labor mayor, una misión de alcance milenario.
En esta misma revelación, se confirmó el papel de Pedro, Santiago y Juan como portadores de las llaves del Evangelio y el poder de ministrar en la tierra hasta la venida de Cristo. Esta revelación fue significativa para José Smith y Oliver Cowdery porque establecía un precedente doctrinal sobre la autoridad apostólica y la misión continua de Juan en la historia sagrada.
Este conocimiento preparó el camino para otro acontecimiento trascendental en la restauración del Evangelio: la futura visitación de Pedro, Santiago y Juan a José y Oliver, en la que les conferirían el Sacerdocio de Melquisedec. En el momento de recibir esta revelación en abril de 1829, José y Oliver aún no comprendían completamente la magnitud de lo que significaba esta autoridad, pero pronto experimentarían su cumplimiento de manera tangible.
Así, en una tranquila jornada en Harmony, Pensilvania, una antigua pregunta encontró respuesta. Un pergamino perdido, escondido por el mismo Juan, fue revelado a un profeta de los últimos días, y con ello se estableció una conexión entre la era apostólica y la Restauración moderna del Evangelio.
1. La Diferencia en los Deseos de los Apóstoles (Libre Albedrío y Elección)
Versículo 4: “Y por esta razón dijo el Señor a Pedro: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué tiene que ver contigo? Porque su deseo fue traer almas a mí, mas tú deseaste venir presto a mí en mi reino.”
Aquí el Señor enseña una lección importante sobre el libre albedrío y el deseo personal en la obra del Señor. Pedro deseaba regresar a la presencia de Cristo, mientras que Juan quería continuar ministrando en la tierra. Ambos deseos eran justos, pero diferentes en propósito. Esto nos recuerda que el Señor respeta nuestras elecciones dentro del marco de su voluntad, permitiéndonos participar en Su obra de diferentes maneras.
“Y por esta razón dijo el Señor a Pedro:”
Esta introducción indica que el Señor está explicando la diferencia entre los deseos de Juan y Pedro. Nos recuerda que Cristo tiene la autoridad para asignar misiones a Sus siervos y que su plan es individualizado para cada discípulo.
El presidente Joseph Fielding Smith enseñó: “El Señor conoce los pensamientos y los deseos de Su pueblo, y Él obra con cada uno según Su voluntad, para cumplir Su propósito eterno” (Doctrina de Salvación, 1:60).
El Señor tiene propósitos diferentes para cada discípulo en su obra. Pedro y Juan eran grandes apóstoles, pero sus misiones eran distintas. Esto enfatiza el principio de que Dios asigna llamamientos y responsabilidades conforme a Su voluntad.
“Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué tiene que ver contigo?”
Aquí Cristo responde a Pedro con una enseñanza clave: no debemos compararnos con la misión de otros. El plan de Dios para cada persona es único, y nuestra responsabilidad es aceptar con humildad el camino que el Señor nos ha dado.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “Dios nos ha dado diferentes talentos y oportunidades. La comparación con los demás nos lleva al orgullo o al desánimo. Debemos centrarnos en nuestra propia misión.” (Conferencia General, abril de 1999).
Pedro no debía preocuparse por la misión de Juan, sino concentrarse en su propio llamamiento y servicio. A menudo, en la Iglesia, podríamos sentirnos tentados a compararnos con otros, pero el Señor nos recuerda que nuestra única preocupación debe ser cumplir nuestra misión personal.
“Porque su deseo fue traer almas a mí,”
Este fragmento revela el corazón de Juan: su mayor deseo era continuar trayendo almas a Cristo. Este es un reflejo de su amor y dedicación como apóstol.
El élder David A. Bednar enseñó: “El deseo sincero de traer almas a Cristo es una señal del discipulado verdadero. Cuando nos consagramos a esta obra, encontramos gozo en el servicio.” (Conferencia General, octubre de 2005).
Juan no buscaba grandeza personal ni reconocimiento, sino la salvación de los demás. Esta actitud ejemplifica el principio de consagración y amor puro que todo discípulo de Cristo debe poseer.
“Mas tú deseaste venir presto a mí en mi reino.”
Pedro deseaba terminar su ministerio en la tierra y regresar al Señor. Este es un deseo noble, pero diferente al de Juan.
El presidente Russell M. Nelson explicó: “Hay quienes desean servir y hay quienes desean descansar del servicio. Ambos deseos pueden ser justos, pero el mayor crecimiento ocurre cuando seguimos sirviendo.” (Conferencia General, abril de 2016).
El deseo de Pedro no era malo; él anhelaba la vida eterna. Sin embargo, Cristo destacó que el deseo de Juan implicaba un mayor sacrificio y responsabilidad. Esto nos enseña que, aunque sea bueno desear la salvación personal, la mayor bendición está en continuar sirviendo.
Este versículo nos enseña varias doctrinas importantes: Dios tiene misiones personalizadas para cada discípulo. No debemos compararnos con los llamados o bendiciones de otros. El deseo de traer almas a Cristo es superior al deseo de descansar. El sacrificio continuo en el servicio trae mayor bendición.
Así como Juan, podemos preguntarnos: ¿Estamos dispuestos a servir sin límites, incluso cuando sea difícil? El Señor honra los deseos justos de Su pueblo, pero los mayores privilegios llegan a aquellos que están dispuestos a seguir ministrando hasta el final.
2. La Obra Mayor de Juan (Ministerio Continuo y Propósito Divino)
Versículo 5: “Te digo, Pedro, que este fue un buen deseo; pero mi amado ha deseado hacer más, o sea, una obra mayor aún entre los hombres, de la que hasta ahora ha realizado.”
El Señor recalca que Juan no solo pidió seguir con vida, sino que su deseo era continuar trayendo almas a Cristo. En contraste con Pedro, que deseaba un descanso en el Reino Celestial, Juan optó por seguir trabajando en la tierra. Este versículo nos enseña que el servicio continuo a Dios es una bendición y un privilegio. También nos recuerda que algunos discípulos son llamados a un ministerio terrenal más extenso.
“Te digo, Pedro, que este fue un buen deseo;”
Aquí el Señor valida el deseo de Pedro de regresar pronto a Su presencia, reconociéndolo como un deseo bueno y legítimo. Esto nos enseña que anhelar estar con Dios y recibir la vida eterna es algo justo y deseable.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “Todo fiel discípulo de Jesucristo debe anhelar regresar a su presencia. Sin embargo, nuestra disposición a seguir sirviendo en la tierra demuestra nuestra verdadera devoción.” (Conferencia General, abril de 2018).
Pedro era un apóstol fiel que había trabajado incansablemente en la obra del Señor. Su deseo de volver al Padre Celestial no era egoísta, sino una expresión de su amor por Dios. Sin embargo, el Señor destaca que hay diferentes niveles de deseo en el discipulado.
“Pero mi amado ha deseado hacer más,”
Aquí el Señor introduce una comparación importante: el deseo de Juan iba más allá del deseo de Pedro. Mientras que Pedro quería terminar su labor, Juan deseaba continuar trabajando en la obra del Señor.
El presidente Joseph Fielding Smith enseñó: “Los que verdaderamente aman al Señor no buscan descanso en Su presencia hasta que hayan hecho todo lo posible por llevar a otros con ellos.” (Doctrina de Salvación, 1:124).
Juan no solo quería estar con Dios, sino que quería seguir trabajando hasta el final de los tiempos. Este tipo de deseo refleja un nivel superior de consagración y nos enseña que el verdadero discipulado implica continuar sirviendo, incluso cuando podríamos optar por descansar.
“O sea, una obra mayor aún entre los hombres,”
El Señor confirma que el deseo de Juan lo llevó a una misión más grande que la de Pedro. Esto sugiere que hay diferentes niveles de servicio dentro del Reino de Dios y que el sacrificio adicional conlleva mayores oportunidades y bendiciones.
El élder D. Todd Christofferson enseñó:”El Señor magnifica a aquellos que desean servir más allá de lo requerido. La obra del Señor continúa a través de aquellos que eligen hacer más de lo esperado.” (Conferencia General, octubre de 2013).
El Señor no desestima el servicio de Pedro, pero destaca que Juan estaba dispuesto a dar más allá de lo que ya había hecho. Esto nos enseña que en el Evangelio hay diferentes grados de sacrificio, y que Dios honra a aquellos que buscan oportunidades para seguir sirviendo.
“De la que hasta ahora ha realizado.”
El Señor indica que Juan ya había hecho una gran obra, pero su mayor ministerio estaba aún por venir.
El presidente Ezra Taft Benson enseñó: “El Señor siempre tiene más obra para aquellos que están dispuestos. Él extiende oportunidades de servicio a quienes tienen el deseo y la disposición de seguir adelante.” (Conferencia General, abril de 1985).
Juan ya había trabajado arduamente como apóstol, pero Dios tenía más para él. Esta enseñanza es crucial para nuestra vida personal: nunca hemos terminado de servir al Señor, y Él puede ampliar nuestro impacto si estamos dispuestos.
Este versículo contiene una enseñanza profunda sobre el discipulado y el servicio en el Evangelio. Desear regresar a la presencia de Dios es bueno, pero seguir sirviendo es mejor. Algunos discípulos desean dar más, y Dios honra ese deseo. Hay diferentes niveles de servicio y sacrificio en el Reino de Dios. Dios siempre tiene más trabajo para aquellos que están dispuestos a seguir adelante.
Podemos preguntarnos: ¿Estamos satisfechos con lo que ya hemos hecho o queremos seguir sirviendo hasta el final? Juan eligió un camino más largo, pero lleno de bendiciones. Cada discípulo debe decidir cuánto desea consagrarse al Señor.
3. Juan como Ángel Ministrante (Ministerio Angélico y el Poder de Dios)
Versículo 6: “Sí, él ha emprendido una obra mayor; por tanto, lo haré como llama de fuego y como ángel ministrante; él ministrará en bien de los que serán herederos de salvación, que moran en la tierra.”
Aquí se nos revela que Juan recibiría poder divino especial para continuar su ministerio entre los hombres. Al decir que sería como “llama de fuego”, el Señor enfatiza su pasión y poder espiritual. Además, al ser llamado “ángel ministrante”, se nos sugiere que su ministerio trasciende lo mortal, lo que apoya la doctrina de que Juan aún está en la tierra cumpliendo su misión. Este versículo también confirma que Dios da misiones específicas a sus siervos según Su plan eterno.
“Sí, él ha emprendido una obra mayor;”
El Señor confirma que Juan no solo deseaba continuar su ministerio, sino que ya había comenzado una obra más grande. Esto sugiere que Dios amplía la misión de aquellos que están dispuestos a seguir sirviendo.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “El Señor magnifica nuestra capacidad cuando estamos dispuestos a trabajar con todo nuestro corazón. No hay límite para lo que podemos lograr si nos dedicamos plenamente a Su causa.” (Conferencia General, octubre de 1999).
Juan ya había sido un gran misionero en vida, pero el Señor le otorgó una obra aún mayor. Esto nos enseña que Dios nos puede llamar a una misión más extensa cuando demostramos fidelidad en lo que ya hemos hecho.
“Por tanto, lo haré como llama de fuego y como ángel ministrante;”
Aquí, el Señor describe a Juan en términos de poder y propósito divino. La metáfora de la “llama de fuego” sugiere energía, pasión y un ministerio guiado por el Espíritu Santo.
El élder Jeffrey R. Holland explicó: “El fuego del evangelio debe arder dentro de nosotros, impulsándonos a servir con entusiasmo y determinación. Ese fuego es el Espíritu Santo, que nos guía en la obra del Señor.” (Conferencia General, abril de 2011).
La “llama de fuego” simboliza que Juan fue llenado con el poder del Espíritu Santo para continuar su obra. Además, al ser llamado “ángel ministrante”, se confirma su papel como un ser inmortal que sigue sirviendo en la tierra. Esto refuerza la doctrina de que Juan permanece entre nosotros cumpliendo su misión.
“Él ministrará en bien de los que serán herederos de salvación,”
Juan no solo permanece en la tierra, sino que su propósito es ministrar a aquellos que recibirán la salvación. Esto sugiere que su misión es preparar y fortalecer a los seguidores de Cristo.
El presidente Joseph Fielding Smith declaró: “La misión de Juan el Amado no es para su propio beneficio, sino para la salvación de otros. Su obra es la de fortalecer a los justos y preparar el camino del Señor.” (Doctrina de Salvación, 1:125).
Juan no permanece en la tierra como un mero observador, sino como un mensajero activo del Señor. Su propósito es fortalecer y ministrar a los fieles, asegurándose de que estén preparados para la Segunda Venida de Cristo.
“Que moran en la tierra.”
Este fragmento confirma que la labor de Juan es terrenal y continua. Su ministerio no es simbólico ni metafórico, sino real y presente en este mundo.
El élder Bruce R. McConkie enseñó: “Juan el Amado aún ministra entre los hombres, cumpliendo el deseo que expresó en la antigüedad. Él es un testigo continuo de Cristo hasta que Él venga.” (Doctrinal New Testament Commentary, 1:76).
La misión de Juan no terminó con la muerte de los otros apóstoles. Él sigue trabajando activamente en la tierra en beneficio de los hijos de Dios, lo que confirma el principio de ministerios prolongados en la obra del Señor.
Este versículo nos enseña varias verdades doctrinales esenciales: Dios amplía la misión de aquellos que están dispuestos a servir más. El poder del Espíritu Santo es como una “llama de fuego” que fortalece a los siervos del Señor. Juan es un ángel ministrante, con una labor específica en la tierra. Su ministerio es para el beneficio de los herederos de la salvación, no para su propio engrandecimiento. Su misión continúa hasta la Segunda Venida de Cristo.
Podemos preguntarnos: ¿Cómo podemos seguir el ejemplo de Juan en nuestro propio ministerio? Él eligió seguir sirviendo a pesar de que tenía la opción de descansar en la gloria celestial. Su ejemplo nos motiva a seguir adelante con fe y dedicación, sabiendo que el Señor magnifica a Sus siervos fieles.
4. La Autoridad de Pedro, Santiago y Juan (Llaves del Sacerdocio y la Restauración)
Versículo 7: “Y haré que tú ministres en bien de él y de tu hermano Santiago; y a vosotros tres os daré este poder y las llaves de este ministerio hasta que yo venga.”
Este versículo confirma que Pedro, Santiago y Juan poseían las llaves del Sacerdocio de Melquisedec, necesarias para la administración de la Iglesia en la dispensación apostólica. También es clave en la restauración del Evangelio, ya que estos mismos apóstoles fueron enviados más tarde para conferir el Sacerdocio de Melquisedec a José Smith y Oliver Cowdery.
Las llaves del sacerdocio son esenciales para la obra de Dios en la tierra. Estas llaves se delegan por autoridad divina y no por elección humana. Pedro, Santiago y Juan jugaron un papel crucial en la restauración del Evangelio.
“Y haré que tú ministres en bien de él y de tu hermano Santiago;”
El Señor le dice a Pedro que él ministrará en favor de Juan y Santiago, lo que indica una relación de servicio mutuo entre los apóstoles. Este principio enfatiza la unidad en la obra del sacerdocio y la colaboración en la administración del evangelio.
El élder D. Todd Christofferson enseñó: “En el gobierno del sacerdocio, los líderes no trabajan solos. El Señor establece consejos y colaboración entre los siervos de Su obra para fortalecer y bendecir a Su pueblo.” (Conferencia General, octubre de 2012).
Pedro, Juan y Santiago eran los tres discípulos más cercanos a Cristo y habían sido testigos de eventos clave, como la Transfiguración. Al darles responsabilidades compartidas, el Señor confirma que la obra del evangelio no se realiza individualmente, sino en unidad y cooperación.
“Y a vosotros tres os daré este poder y las llaves de este ministerio”
Aquí, Cristo les otorga un poder específico y las llaves del ministerio, lo que indica su rol de liderazgo dentro del sacerdocio.
El presidente Joseph Fielding Smith explicó: “Las llaves del sacerdocio representan el derecho de presidencia y dirección en la obra de Dios. Sin estas llaves, la autoridad no puede ser ejercida plenamente en la Iglesia.” (Doctrina de Salvación, 3:126).
Las llaves del ministerio permiten administrar la obra de Dios con autoridad divina. Al otorgarlas a Pedro, Juan y Santiago, Cristo establece que estos apóstoles presidirían y guiarían la Iglesia después de Su ascensión.
Esto también tiene un significado clave en la Restauración: más tarde, Pedro, Santiago y Juan confirieron estas mismas llaves del Sacerdocio de Melquisedec a José Smith y Oliver Cowdery en 1829, asegurando la restauración de la autoridad divina en los últimos días.
“Hasta que yo venga.”
Este fragmento confirma que la autoridad que Cristo confirió a Pedro, Juan y Santiago permanecería en la tierra hasta Su Segunda Venida.
El élder Bruce R. McConkie enseñó: “Las llaves del reino, conferidas a los apóstoles, debían permanecer en la tierra hasta la venida de Cristo. Su restauración en los últimos días es una evidencia de la fidelidad de Dios en Su obra.” (Mormon Doctrine, p. 414).
Esta frase confirma que la autoridad del sacerdocio no se perdería completamente de la tierra, sino que sería restaurada en la dispensación final. La venida de Cristo marcará la culminación de la obra de los apóstoles y de aquellos que han recibido sus llaves.
Este versículo enseña principios fundamentales sobre el sacerdocio, la autoridad divina y la continuidad de la obra del Señor: El ministerio en la Iglesia es una labor compartida y organizada en unidad. Las llaves del sacerdocio son esenciales para la administración del evangelio y solo pueden conferirse por autoridad divina. Pedro, Juan y Santiago recibieron una misión que trascendía su vida mortal. Las llaves del sacerdocio debían permanecer en la tierra hasta la Segunda Venida de Cristo, asegurando la continuidad del evangelio.
Este versículo nos invita a preguntarnos: ¿Cómo estamos ministrando y sirviendo en la obra del Señor? Pedro, Juan y Santiago recibieron una responsabilidad sagrada que aún influye en la Iglesia hoy en día. De la misma manera, cada miembro del sacerdocio y cada discípulo de Cristo tiene una parte en la gran obra de salvación.
5. Dios Concede según los Deseos Justos del Corazón
Versículo 8: “De cierto os digo, que a los dos se os concederá de acuerdo con vuestros deseos, porque ambos os regocijáis en lo que habéis deseado.”
Este versículo enfatiza la doctrina de que Dios otorga bendiciones según los deseos justos de sus hijos. Tanto Pedro como Juan recibieron lo que anhelaban porque sus deseos estaban alineados con la voluntad de Dios. Este principio es crucial en nuestra vida espiritual: Dios nos concede lo que buscamos si nuestro deseo es puro. Juan quería servir, Pedro quería descansar con el Señor, no basta con pedir algo, debemos alegrarnos en servir a Dios.
“De cierto os digo,”
Cuando Cristo comienza una declaración con “De cierto os digo,” enfatiza la veracidad y la importancia de lo que está a punto de revelar. En este caso, está asegurando que Pedro y Juan recibirán lo que desean.
El presidente Joseph Fielding Smith explicó: “Cuando el Señor habla con certeza, podemos confiar en que Sus promesas se cumplirán. Él otorga bendiciones conforme a Su justicia y a los deseos de Sus siervos.” (Doctrina de Salvación, 1:56).
Las promesas del Señor son seguras y se cumplirán en Su tiempo y de acuerdo con Su voluntad. Este inicio refuerza la certeza de que Dios responde a los deseos justos del corazón de Sus discípulos.
“Que a los dos se os concederá de acuerdo con vuestros deseos,”
Aquí Cristo establece un principio importante: Dios concede bendiciones en función de los deseos justos de Sus siervos. Tanto Pedro como Juan tenían buenos deseos, pero diferentes: Pedro deseaba partir para estar con Cristo. Juan deseaba quedarse y seguir sirviendo en la tierra.
El élder David A. Bednar enseñó: “Dios concede bendiciones conforme a los deseos de nuestro corazón, siempre que estos sean puros y alineados con Su voluntad. Nuestros deseos determinan nuestro destino eterno.” (Conferencia General, octubre de 2008).
Este principio nos enseña que nuestros deseos influyen en lo que recibimos del Señor. Si queremos bendiciones específicas, debemos alinear nuestros deseos con la voluntad de Dios y estar dispuestos a actuar conforme a ellos.
“Porque ambos os regocijáis en lo que habéis deseado.”
Aquí el Señor señala que tanto Pedro como Juan se alegraban sinceramente en sus deseos, lo que implica que sus intenciones eran puras y no egoístas.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El Señor no solo bendice a aquellos que piden con fe, sino a quienes se regocijan en lo que piden, porque sus deseos reflejan amor y sacrificio.” (Conferencia General, abril de 2019).
El gozo que Pedro y Juan sentían por sus deseos indica que su motivación era correcta y desinteresada. Esta es una lección clave: no basta con desear algo, debemos encontrar gozo en lo que pedimos al Señor, asegurándonos de que sea para Su gloria y no para nuestra propia conveniencia.
Este versículo enseña principios fundamentales sobre los deseos, la voluntad de Dios y la manera en que Él concede bendiciones: Dios otorga bendiciones conforme a los deseos de Sus siervos fieles. Es importante que nuestros deseos sean justos y alineados con la voluntad del Señor. El gozo sincero en nuestros deseos indica pureza de intención y disposición para aceptar la voluntad de Dios. Las promesas del Señor son seguras y se cumplen en Su debido tiempo.
Este versículo nos invita a preguntarnos: ¿Qué deseos alberga nuestro corazón? ¿Nos regocijamos en ellos porque son justos y alineados con la voluntad de Dios? Si nuestros deseos son puros, el Señor nos bendecirá conforme a Su sabiduría.
Organización por temas
Versículos 1–3
Juan el Amado vivirá hasta que venga el Señor
En esta sección breve pero profunda (DyC 7:1–3), el Señor revela un aspecto extraordinario de Su plan y del ministerio de uno de Sus apóstoles escogidos: Juan, el Amado.
El pasaje comienza con una pregunta personal del Señor: “Juan, mi amado, ¿qué deseas?” (v.1). Esta expresión muestra la cercanía de Cristo con Sus discípulos, y el respeto divino hacia la libertad de elección. No se trataba de imponer un destino, sino de otorgar a Juan la oportunidad de expresar sus deseos más profundos en cuanto a su ministerio. El Señor asegura que lo que pidiera le sería concedido, mostrando que Sus promesas están ligadas al deseo recto y a la misión eterna de Sus siervos.
Juan, en respuesta, manifiesta un deseo que refleja su amor por las almas y su total consagración: “Señor, dame poder sobre la muerte, para que viva y traiga almas a ti” (v.2). Su petición no fue buscar gloria personal, poder, ni comodidad, sino la posibilidad de dedicar toda su existencia —incluso más allá del tiempo normal de la vida mortal— a la salvación de los hombres. En esto se revela el corazón del verdadero discípulo: aquel que antepone el servicio y la redención de otros a cualquier interés propio.
El Señor, complacido con la petición, le concede lo solicitado: “Permanecerás hasta que yo venga en mi gloria” (v.3). De este modo, Juan se convierte en un ministro especial, un ser traducido con el poder de no sufrir muerte, destinado a profetizar y a testificar ante “naciones, tribus, lenguas y pueblos”. La misión de Juan no quedó restringida a su época mortal, sino que se amplió para convertirse en un testigo del evangelio a lo largo de los siglos, hasta la segunda venida de Cristo.
Este relato nos abre la visión de que el Señor dispone de múltiples maneras de extender Su obra en la tierra, y que la dedicación total a Su causa es premiada con oportunidades y dones extraordinarios.
Estos versículos enseñan la grandeza de un corazón consagrado: Juan, el Amado, no buscó su propia vida, sino el privilegio de salvar a otros. Cristo, en respuesta, le otorgó un ministerio único que trasciende el tiempo.
La lección doctrinal es clara: el Señor concede bendiciones de acuerdo con los deseos rectos del corazón. Cuando lo que pedimos está alineado con la redención de las almas y el establecimiento del reino de Dios, Su poder se derrama en abundancia.
En resumen, esta revelación nos muestra que el verdadero discípulo desea lo que el Señor desea: la salvación de las almas. Juan se convierte en un ejemplo eterno de servicio y entrega, recordándonos que la vida más rica y significativa es aquella dedicada enteramente a traer a otros a Cristo.
Versículos 4–8
Pedro, Santiago y Juan poseen las llaves del Evangelio.
El Señor hace una comparación entre los deseos de Pedro y los de Juan, mostrando que cada apóstol fue honrado según lo que pidió en su corazón.
El Señor recuerda a Pedro Su respuesta: “Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué tiene que ver contigo?” (v.4). Con esto deja claro que cada discípulo tiene una misión diferente en el plan divino. Pedro había deseado ir pronto al reino de Dios, un anhelo justo, pues reflejaba su amor por Cristo y su deseo de reunirse con Él. Juan, en cambio, pidió permanecer para seguir trayendo almas a Cristo. Ambos deseos eran buenos, pero el de Juan representaba una obra mayor porque implicaba un sacrificio prolongado: posponer el gozo inmediato de estar con el Señor para continuar sirviendo entre los hombres.
El Señor declara que la misión de Juan sería más extensa y extraordinaria: “lo haré como llama de fuego y como ángel ministrante” (v.6). Esta expresión indica que Juan sería investido con poder especial, permaneciendo en la tierra como un ser traducido, invisible para el mundo pero activo en ministrar a los herederos de salvación. Su ministerio sería un sostén constante para la obra de Dios a lo largo de las generaciones.
El Señor también promete a Pedro y a Jacobo que tendrían parte en este ministerio junto con Juan (v.7). A los tres se les entregan poder y llaves para la obra, lo que subraya que la autoridad apostólica continuaba viva y activa, no solo en la dispensación meridiana, sino como un ministerio eterno que se enlaza con la obra de la Restauración.
Finalmente, el Señor reafirma un principio central: “a los dos se os concederá de acuerdo con vuestros deseos” (v.8). Esto muestra que Dios, en Su justicia perfecta, honra los deseos rectos de Sus siervos. Pedro halló gozo en ir pronto al reino celestial; Juan halló gozo en permanecer y servir. En ambos casos, el Señor respondió con amor y concedió lo que cada uno había pedido, porque ambos reflejaban devoción y fidelidad.
Este pasaje enseña que el Señor no mide a Sus siervos con la misma vara uniforme, sino que respeta los deseos individuales de sus corazones y los integra en Su plan eterno. Pedro y Juan tuvieron anhelos distintos, pero ambos fueron buenos y aceptados por Dios.
Doctrinalmente, se resalta que el servicio en el reino puede tomar diferentes formas: algunos son llamados a trabajar extensamente en la tierra, otros son llamados a partir y descansar en la gloria. Lo importante no es cuánto tiempo dure la labor, sino que el deseo del corazón esté alineado con la voluntad del Señor.
En resumen, estos versículos revelan que el Señor concede bendiciones de acuerdo con los deseos justos de Sus discípulos. Pedro recibió el gozo de ser llamado al reino; Juan, la misión de permanecer y ministrar. Ambos fueron honrados porque ambos buscaron, con sinceridad, la gloria de Dios. Así aprendemos que cada discípulo puede hallar gozo en su propio llamado, confiando en que el Señor conoce los deseos íntimos del corazón y los recompensa con amor perfecto.
























