Doctrina y Convenios
Sección 70
Contexto Histórico
La revelación conocida como la Sección 70 fue recibida el 12 de noviembre de 1831, durante un período de intensa actividad y organización en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Desde el 1 al 12 de noviembre de ese año, se llevaron a cabo cuatro conferencias especiales en Hiram, Ohio. Estas reuniones reflejaron un esfuerzo concentrado en estructurar la Iglesia, estandarizar sus enseñanzas y asegurar la preservación y publicación de las revelaciones dadas por medio del profeta José Smith.
Durante estas conferencias se discutió ampliamente la importancia de las revelaciones recibidas por José Smith, las cuales fueron consideradas como un fundamento doctrinal y organizativo de la Iglesia. La decisión de publicar estas revelaciones como el Libro de Mandamientos (posteriormente conocido como Doctrina y Convenios) se tomó en este contexto. Los líderes de la Iglesia votaron unánimemente que las revelaciones eran tan valiosas como “las riquezas de toda la tierra”, subrayando su trascendencia espiritual y práctica.
El profeta José Smith describió las revelaciones como: “El fundamento de la Iglesia en estos últimos días, así como un beneficio para el mundo, que manifiesta que de nuevo se han confiado al hombre las llaves de los misterios del reino de nuestro Salvador.” Este esfuerzo reflejaba el compromiso de los santos por preservar y diseminar las enseñanzas divinas para la edificación de la Iglesia y el mundo entero.
En este contexto, el Señor llamó específicamente a José Smith, Martin Harris, Oliver Cowdery, John Whitmer, Sidney Rigdon y William W. Phelps como mayordomos de las revelaciones. Su responsabilidad era administrar, preservar y distribuir las revelaciones, asegurando que fueran manejadas de acuerdo con los propósitos del Señor. Este mandato incluía una advertencia solemne: rendirían cuentas de su mayordomía en el día del juicio (versículo 4). Este principio de responsabilidad ante Dios resalta la seriedad con la que debían manejar las cosas sagradas.
La sección también aborda temas relacionados con la ley de consagración. Los mayordomos fueron instruidos para utilizar los beneficios de las revelaciones y su publicación para satisfacer sus necesidades personales, pero cualquier excedente debía ser entregado al almacén del Señor para el beneficio de los habitantes de Sion y sus generaciones futuras (versículos 7–8). Este principio refleja la visión de la Iglesia como una comunidad unificada, donde los recursos se comparten para el bienestar de todos.
El Señor también enseñó un principio clave: la igualdad en las cosas temporales (versículo 14). Esto no implicaba un igualitarismo forzado, sino un espíritu de unidad y generosidad, donde los miembros de la Iglesia se preocuparan por el bienestar mutuo. Esta disposición era esencial para recibir las abundantes manifestaciones del Espíritu.
El Señor declaró que los siervos en cosas espirituales son dignos de su salario (versículo 12). Este principio destaca que tanto el trabajo espiritual como el temporal en el Reino de Dios es valorado y recompensado por el Señor. Aquellos que trabajan con diligencia en cualquiera de estas áreas pueden esperar ser bendecidos con las necesidades temporales y espirituales.
En noviembre de 1831, la Iglesia se encontraba en una etapa de rápido desarrollo organizativo. Durante una serie de conferencias en Hiram, Ohio, los líderes reconocieron la importancia central de las revelaciones recibidas por José Smith y decidieron publicarlas para el beneficio de la Iglesia y el mundo. En la última de estas reuniones, el Señor reveló la Sección 70, estableciendo principios clave sobre la mayordomía, la igualdad y la consagración.
El Señor nombró a José Smith y otros líderes como mayordomos de las revelaciones, subrayando la seriedad de esta responsabilidad. También enseñó que los recursos obtenidos de la publicación de las revelaciones debían usarse para satisfacer las necesidades personales de los siervos, con cualquier excedente siendo consagrado para el bienestar de Sion.
En este contexto, el Señor reafirmó la importancia de la unidad y la igualdad en las cosas temporales, y la dignidad del trabajo tanto espiritual como temporal. La Sección 70 se convierte en un recordatorio poderoso de que la obra de Dios requiere esfuerzo diligente, responsabilidad y una perspectiva eterna centrada en el bienestar de toda la comunidad de los santos.
Estos versículos clave destacan principios fundamentales del evangelio: mayordomía, igualdad, consagración, rendición de cuentas y misericordia divina. La Sección 70 nos invita a reflexionar sobre cómo manejamos nuestras propias responsabilidades y cómo podemos actuar con generosidad, integridad y dedicación a la obra del Señor. Al seguir estos principios, podemos ser instrumentos en Sus manos y recibir Sus bendiciones en esta vida y en la eternidad.
1. La mayordomía sobre las revelaciones y la responsabilidad divina
Versículo 3: “Yo, el Señor, los he nombrado y ordenado mayordomos de las revelaciones y mandamientos que les he dado, y que en lo porvenir les daré;”
Este versículo subraya que el Señor confía a Sus siervos una responsabilidad sagrada: preservar, administrar y diseminar las revelaciones que Él les da. Esto refleja el principio doctrinal de la mayordomía, que implica ser responsables de las cosas sagradas y usarlas para los propósitos del Señor. También nos enseña que rendiremos cuentas ante Él por cómo manejamos nuestras responsabilidades. “Todo hombre será responsable de su propia mayordomía en el día del juicio.” (Doctrina y Convenios 72:3).
“Yo, el Señor…”
El Señor comienza esta frase reafirmando Su autoridad divina como el Creador, Gobernante y Administrador supremo de Su obra. Él es quien llama y dirige a Sus siervos en la administración de Su evangelio.
Doctrina y Convenios 1:38: “Sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo.” El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El Señor está al mando de Su Iglesia. Él la dirige mediante revelación a Sus siervos ordenados.” (Conferencia General, abril de 2018).
El uso de “Yo, el Señor” resalta que esta designación no es humana, sino divina, otorgando solemnidad y autoridad al llamado.
“…los he nombrado y ordenado…”
La frase enfatiza que los siervos son llamados y apartados por el Señor, no por iniciativa personal o decisión humana. Ser nombrado y ordenado implica un llamamiento formal bajo la autoridad del sacerdocio y la guía divina.
Doctrina y Convenios 121:36: “Los derechos del sacerdocio están inseparablemente unidos con los poderes del cielo.” El élder David A. Bednar dijo: “El Señor llama a aquellos que están preparados para servir y los capacita a medida que cumplen con su llamamiento.” (Conferencia General, abril de 2014).
Esta frase subraya que los llamamientos en la obra del Señor vienen con un respaldo divino y que quienes son llamados tienen la responsabilidad de actuar con fidelidad.
“…mayordomos de las revelaciones y mandamientos…”
El Señor confía a Sus siervos la responsabilidad de administrar, preservar y diseminar las revelaciones y mandamientos. El concepto de mayordomía implica que estas responsabilidades no pertenecen al individuo, sino que son un encargo sagrado para el beneficio de la Iglesia y el mundo.
Doctrina y Convenios 104:11: “Es necesario que los mayordomos den cuenta de su mayordomía.” El presidente Spencer W. Kimball enseñó: “La mayordomía es un principio eterno que requiere responsabilidad, sacrificio y dedicación.” (Ensign, mayo de 1975).
El Señor establece un principio fundamental: las cosas sagradas, como las revelaciones, deben ser tratadas con reverencia y administradas según Su voluntad, no según los intereses o deseos personales.
“…que les he dado, y que en lo porvenir les daré;”
El Señor no solo menciona las revelaciones ya dadas, sino también las futuras, mostrando que Su obra es continua y progresiva. La frase refleja que los mayordomos deben estar preparados para recibir, administrar y proteger nuevas instrucciones del Señor conforme Él las revele.
2 Nefi 28:30: “Porque he aquí, a los que reciben daré más.” El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “La revelación es un proceso continuo, pues el Señor guía a Su pueblo línea por línea y precepto por precepto.” (Conferencia General, octubre de 1998).
El Señor nos recuerda que Su obra no está concluida y que Sus siervos deben estar en un estado constante de preparación espiritual para recibir más luz y conocimiento.
Este versículo subraya principios doctrinales esenciales como la autoridad divina, la mayordomía sagrada, y la naturaleza continua de la revelación. El Señor confía a Sus siervos responsabilidades específicas para administrar lo sagrado con reverencia y exactitud, reconociendo que las revelaciones son para el beneficio de toda la Iglesia y, en última instancia, del mundo.
El principio de mayordomía aquí enseñado nos invita a reflexionar sobre cómo tratamos las cosas que el Señor nos ha confiado, ya sean nuestras familias, recursos, talentos o llamamientos. Todo lo que hacemos debe estar alineado con Su voluntad, sabiendo que rendiremos cuentas de nuestras acciones. Este versículo nos recuerda que somos instrumentos en manos del Señor y que Su obra continuará expandiéndose conforme sigamos Su guía.
2. Responsabilidad y rendición de cuentas
Versículo 4: “Y les exigiré un informe de esta mayordomía en el día del juicio.”
El Señor establece el principio de rendición de cuentas. No solo se aplica a las revelaciones, sino también a toda mayordomía en la vida. Esto nos recuerda que nuestras acciones y decisiones serán examinadas por el Señor, y debemos actuar con integridad y sabiduría en todo lo que se nos confía. El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Somos responsables de todo lo que el Señor nos ha confiado, incluidos nuestros talentos, tiempo y oportunidades.” (Conferencia General, abril de 2018).
“Y les exigiré un informe…”
Esta frase introduce el principio de rendición de cuentas en la obra del Señor. El Señor no solo confía responsabilidades a Sus siervos, sino que también espera que ellos den un informe detallado de cómo administraron esas responsabilidades. Este concepto es clave en la doctrina del evangelio y está relacionado con la mayordomía, que incluye ser responsables de los recursos, tiempo, dones y oportunidades dados por Dios.
Doctrina y Convenios 72:3: “Deberéis rendir cuentas de vuestra mayordomía, tanto en el tiempo como en la eternidad.” El presidente Henry B. Eyring enseñó: “Se nos pedirá que expliquemos cómo hemos utilizado cada bendición que el Señor nos ha dado.” (Conferencia General, abril de 2007).
Esta frase nos invita a reflexionar sobre cómo manejamos nuestras propias responsabilidades. Desde nuestras familias y talentos hasta nuestros llamamientos eclesiásticos, todo lo que hacemos será evaluado por el Señor. La rendición de cuentas es una oportunidad de demostrar fidelidad y crecimiento.
“…de esta mayordomía…”
La palabra “mayordomía” implica que las cosas confiadas a nosotros no nos pertenecen, sino que somos administradores designados para cuidarlas y utilizarlas de acuerdo con la voluntad de Dios. En este contexto, la mayordomía se refiere específicamente a las revelaciones y mandamientos dados por el Señor, pero el principio se extiende a todos los aspectos de nuestras vidas.
Doctrina y Convenios 104:11-13: “Es necesario que los mayordomos den cuenta de su mayordomía, tanto en tiempo como en eternidad.” El presidente Spencer W. Kimball dijo: “Cada bendición y oportunidad que recibimos de Dios está acompañada de la expectativa de que la utilicemos para edificar Su Reino.” (Ensign, mayo de 1978).
Este principio nos enseña que las cosas temporales y espirituales que manejamos son sagradas. No podemos tratarlas con descuido, sino con una actitud de reverencia y obediencia hacia el Señor.
“…en el día del juicio.”
El “día del juicio” es un concepto doctrinal central en el evangelio, donde todos compareceremos ante Dios para dar cuenta de nuestras obras. Esto no debe ser visto como una amenaza, sino como una oportunidad para recibir la recompensa prometida por nuestra fidelidad. Este juicio será justo y misericordioso, basado en nuestras decisiones y en nuestra disposición para cumplir con los mandamientos del Señor.
2 Corintios 5:10: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o malo.” El élder D. Todd Christofferson explicó: “El día del juicio no es un momento para temer si hemos actuado con fe y arrepentimiento. Es un momento de justicia y verdad.” (Conferencia General, octubre de 2012).
El día del juicio nos recuerda que nuestras acciones tienen consecuencias eternas. Este conocimiento puede inspirarnos a vivir con propósito y dedicación, asegurándonos de que nuestras decisiones reflejen nuestra fe y amor por el Señor.
Este versículo subraya principios esenciales del evangelio: rendición de cuentas, mayordomía sagrada y juicio justo. Nos recuerda que nuestras vidas y responsabilidades son regalos de Dios y que seremos llamados a dar cuenta de cómo los hemos administrado.
Lejos de ser una advertencia intimidante, este versículo es un recordatorio motivador de la importancia de vivir en armonía con la voluntad del Señor. Nos inspira a actuar con integridad, sabiendo que nuestras acciones no solo impactan esta vida, sino que también tienen consecuencias eternas. Al final, el día del juicio será una oportunidad para regocijarnos en nuestras elecciones fieles y recibir las bendiciones prometidas por un Dios justo y misericordioso.
3. Igualdad y consagración en las cosas temporales
Versículo 14: “No obstante, en vuestras cosas temporales seréis iguales, y esto no de mala gana; de lo contrario, se retendrá la abundancia de las manifestaciones del Espíritu.”
El Señor enseña la importancia de la igualdad y la generosidad en las cosas temporales. Este principio está relacionado con la ley de consagración, donde los recursos se comparten según las necesidades. También enfatiza que la disposición del corazón (dar sin mala gana) es clave para recibir las bendiciones espirituales. El presidente Henry B. Eyring declaró: “La unidad entre los santos es esencial para la construcción de Sión, y esto incluye la disposición de compartir nuestras bendiciones con los necesitados.” (Conferencia General, abril de 2017).
“No obstante, en vuestras cosas temporales seréis iguales…”
El Señor establece un principio fundamental: la igualdad en las cosas temporales entre los miembros de Su Iglesia. Esto refleja el espíritu de la ley de consagración, donde los recursos y las bendiciones se comparten según las necesidades individuales para el beneficio colectivo. La igualdad aquí no significa igualitarismo rígido, sino unidad y amor al compartir recursos para garantizar el bienestar de todos.
Mosíah 18:27: “Y todos deberían impartir de sus bienes, cada uno según lo que tuviera.” El presidente Marion G. Romney enseñó: “La ley de consagración nos lleva a la igualdad según las necesidades y las circunstancias, fomentando la unidad y la armonía entre los santos.” (Conferencia General, abril de 1976).
El principio de igualdad nos invita a pensar en los demás como hermanos y hermanas en Cristo, compartiendo nuestras bendiciones y asegurándonos de que nadie quede desatendido en sus necesidades temporales.
“…y esto no de mala gana…”
La actitud del corazón es clave en el cumplimiento de este principio. El Señor requiere que seamos generosos y desprendidos de manera voluntaria y con gratitud. Actuar “de mala gana” o con resentimiento anula el espíritu de consagración, ya que el sacrificio debe ser ofrecido con amor y sinceridad.
2 Corintios 9:7: “Cada uno dé como propuso en su corazón, no con tristeza ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre.”
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “La generosidad verdadera no se mide por la cantidad dada, sino por el espíritu con el que se da.” (Conferencia General, octubre de 1995).
El Señor busca no solo nuestras acciones, sino también nuestras intenciones. Dar con amor y buena voluntad es una muestra de verdadera conversión y fe en Su obra.
“…de lo contrario, se retendrá la abundancia de las manifestaciones del Espíritu.”
El Señor señala que nuestras actitudes hacia las cosas temporales afectan directamente las bendiciones espirituales que recibimos. La generosidad y la disposición a compartir abren el corazón a las manifestaciones del Espíritu, mientras que el egoísmo y el resentimiento las restringen. Esto refuerza el principio de que las cosas temporales y espirituales están interconectadas.
Doctrina y Convenios 82:3: “A quien mucho se da, mucho se requiere; y al que mucho se confía, mayor será su castigo si transgrede.” El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “La caridad no solo bendice al receptor, sino que también santifica al dador, trayendo consigo un mayor acceso al Espíritu del Señor.” (Conferencia General, abril de 2014).
Las bendiciones espirituales dependen en gran medida de nuestra disposición para vivir los principios de generosidad y amor fraternal. Al compartir con los demás, creamos un ambiente de unidad que invita al Espíritu.
Este versículo destaca principios fundamentales del evangelio: la igualdad en las cosas temporales, la actitud voluntaria en el servicio y la conexión entre lo temporal y lo espiritual. Nos recuerda que compartir nuestras bendiciones con buena voluntad es esencial para construir un pueblo de Sión y disfrutar de las manifestaciones del Espíritu en nuestras vidas.
El Señor nos enseña que la unidad y la generosidad no solo son aspectos prácticos de la administración de recursos, sino también expresiones de amor cristiano que fortalecen nuestra relación con Él y con los demás. Al vivir este principio, contribuimos al bienestar colectivo y nos preparamos para recibir las abundantes bendiciones espirituales que el Señor tiene reservadas para Sus fieles.
4. El trabajo espiritual y temporal es digno de recompensa
Versículo 12: “El que es nombrado para administrar cosas espirituales es digno de su salario; así como los que son nombrados a una mayordomía para administrar en cosas temporales;”
Este versículo enfatiza que el Señor valora el trabajo espiritual tanto como el temporal. Quienes se dedican a cualquiera de estas áreas en Su Reino son dignos de recibir apoyo y provisión para sus necesidades. Este principio subraya la justicia del Señor al recompensar a Sus siervos por su dedicación. “El obrero es digno de su alimento.” (Mateo 10:10).
“El que es nombrado para administrar cosas espirituales…”
Esta frase subraya que aquellos llamados por el Señor para trabajar en asuntos espirituales, como enseñar el evangelio, presidir la Iglesia o ministrar a los miembros, tienen una responsabilidad sagrada. El Señor establece que sus esfuerzos en el ámbito espiritual son esenciales para la edificación de Su Reino.
Doctrina y Convenios 107:99-100: “Por tanto, aprenda todo hombre su deber, y a obrar en el oficio al cual sea nombrado, con toda diligencia.” El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Los llamamientos en la Iglesia son oportunidades para servir a Dios y a Sus hijos, y son tan sagrados como cualquier obra del Reino.” (Conferencia General, abril de 2008).
Esta frase resalta la importancia del trabajo espiritual como una parte vital en el plan del Señor. Los siervos del Señor que administran asuntos espirituales contribuyen directamente al progreso eterno de los hijos de Dios.
“…es digno de su salario…”
El principio de que los siervos espirituales son “dignos de su salario” reconoce el derecho de ser sostenidos temporalmente en sus responsabilidades. Esto refleja la justicia del Señor al garantizar que quienes dedican tiempo y esfuerzos a la obra espiritual también tengan sus necesidades temporales satisfechas.
Lucas 10:7: “El obrero es digno de su salario.” El élder Dallin H. Oaks enseñó: “El Señor valora tanto el trabajo temporal como el espiritual, y cada uno es digno de la recompensa que corresponde a sus esfuerzos.” (Conferencia General, octubre de 2014).
El reconocimiento de que los siervos espirituales merecen su sustento temporal es un recordatorio de que todo esfuerzo en el Reino de Dios es valorado y recompensado.
“…así como los que son nombrados a una mayordomía para administrar en cosas temporales;”
El Señor establece una igualdad entre los trabajos espirituales y temporales dentro de Su obra. Ambos son esenciales y se complementan. Los que administran cosas temporales, como recursos, propiedades o necesidades materiales de los santos, también tienen una responsabilidad sagrada y merecen ser sostenidos por su labor.
Doctrina y Convenios 42:42: “No trabajarás sino comerás, según el orden de Dios.” El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “El trabajo honesto, ya sea en el ámbito temporal o espiritual, es sagrado ante el Señor.” (Conferencia General, octubre de 1998).
Esta frase reafirma que todos los roles en la obra del Señor, ya sean espirituales o temporales, son necesarios para la edificación de Su Reino. Cada uno tiene igual dignidad ante los ojos del Señor.
Este versículo destaca principios esenciales de la doctrina del evangelio: la dignidad del trabajo espiritual y temporal, el reconocimiento del esfuerzo sagrado y la justicia divina al proveer para Sus siervos. Tanto los trabajos espirituales como temporales son indispensables en la obra del Señor y merecen ser sostenidos de manera equitativa.
El equilibrio entre lo temporal y lo espiritual en la obra del Señor refuerza la idea de que ambos aspectos son inseparables y trabajan juntos para el progreso eterno de Sus hijos. Al valorar ambos esfuerzos y sostener a quienes los realizan, mostramos nuestra fe en el plan divino de edificación de Sión. Este principio también nos invita a ser generosos y justos al apoyar a quienes dedican su tiempo y talentos al servicio del Reino.
5. Bendiciones y misericordia del Señor para los fieles
Versículo 18: “He aquí, yo, el Señor, soy misericordioso y los bendeciré, y entrarán en el gozo de estas cosas. Así sea. Amén.”
El Señor promete bendiciones y gozo a quienes sean fieles en su mayordomía y responsabilidades. Esto refleja Su naturaleza misericordiosa y Su deseo de recompensar a Sus siervos por su diligencia y obediencia. Es un recordatorio de que Su misericordia abunda para quienes Lo sirven con un corazón sincero. El élder Dieter F. Uchtdorf dijo: “El Señor siempre nos bendice más allá de lo que merecemos cuando somos fieles en nuestras responsabilidades.” (Conferencia General, abril de 2016).
“He aquí, yo, el Señor, soy misericordioso…”
El Señor declara Su carácter misericordioso, destacando que Su naturaleza es compasiva y llena de amor. La misericordia de Dios es un atributo central de Su divinidad, que permite que Sus hijos reciban bendiciones que no merecen plenamente, gracias a la expiación de Jesucristo.
Salmos 103:8: “Misericordioso y clemente es Jehová, lento para la ira y grande en misericordia.” El presidente Thomas S. Monson enseñó: “La misericordia de nuestro Padre Celestial está disponible para todos, especialmente cuando mostramos arrepentimiento y humildad.” (Conferencia General, abril de 2012).
Esta frase nos invita a confiar en la misericordia del Señor, recordándonos que Su amor y compasión están disponibles incluso cuando cometemos errores, siempre que estemos dispuestos a arrepentirnos y esforzarnos por seguirlo.
“…y los bendeciré…”
El Señor promete bendiciones a quienes le son fieles. Estas bendiciones pueden ser tanto temporales como espirituales, y reflejan Su compromiso de cuidar y recompensar a Sus hijos por su obediencia y dedicación.
Doctrina y Convenios 130:20-21: “Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo… sobre la cual se basan todas las bendiciones.” El élder Dieter F. Uchtdorf declaró: “El Señor desea bendecirnos abundantemente, y lo hará siempre que sigamos Su camino con fe y humildad.” (Conferencia General, abril de 2014).
La promesa de bendiciones nos motiva a ser obedientes y fieles, sabiendo que Dios está al tanto de nuestras necesidades y está dispuesto a recompensarnos de acuerdo con Su voluntad.
“…y entrarán en el gozo de estas cosas.”
El gozo prometido por el Señor es un estado de felicidad eterna que proviene de vivir en armonía con Sus mandamientos y participar en Su obra. Este gozo es mucho más profundo que la felicidad temporal, ya que está enraizado en las promesas eternas de Su evangelio.
2 Nefi 2:25: “Adán cayó para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo.” El presidente Russell M. Nelson explicó: “El gozo duradero proviene de enfocarnos en Jesucristo y en la esperanza que Su expiación nos ofrece.” (Conferencia General, octubre de 2016).
El gozo al que se refiere el Señor es una recompensa espiritual que se extiende más allá de las bendiciones terrenales, ofreciendo paz y felicidad eterna a quienes perseveran en la fe.
Este versículo refleja varios atributos esenciales del Señor: Su misericordia, Su disposición para bendecirnos, y Su deseo de que experimentemos un gozo eterno. Nos enseña que el Señor es justo y misericordioso, y que Sus promesas son seguras para quienes permanecen fieles.
Al confiar en Su misericordia y obedecer Sus mandamientos, no solo recibiremos bendiciones temporales, sino también un gozo profundo y duradero que sobrepasa cualquier experiencia terrenal. Este versículo nos invita a reflexionar sobre la fidelidad del Señor y a responder con gratitud, fe y obediencia a Su bondad infinita.
Nota: “Si tienes un versículo en particular sobre el que deseas profundizar, házmelo saber y con gusto te proporcionaré más información al respecto.” En Deja un comentario
























